El mensaje de Navidad de 1944
Vamos a continuar estudiando los aportes del papa Pío XII a la DSI. En el programa pasado nos referimos a su mensaje de navidad del 24 de diciembre de 1943. Fue un mensaje en estilo de homilía, en el cual consolaba a los que habían sufrido los horrores de la guerra y las consecuencias de esos horrores en su vida personal y familiar.
Hoy nos vamos a dedicar al mensaje de diciembre de 1944. Dijimos la semana pasada que cuando Pío XII dirigió el mensaje de la navidad de 1943, la segunda guerra mundial había tomado un camino que la acercaba a Roma. Los aliados invadían a Italia, Mussolini había sido depuesto, pero Hitler, en un golpe de mano en los que era especialista el oficial comando Otto Skorzeni, de las SS, en septiembre de 1943 liberó al dictador italiano y lo trasladó a Alemania. Sin embargo, la guerra parecía que no estaba lejos de su fin y que los aliados serían los triunfantes.
Sin duda pensando en la paz que se aproximaba, el tema escogido por Pío XII para su mensaje en la Navidad de 1944 fue el de las condiciones morales en los ciudadanos y en los que detectan el poder, para una sana democracia y la organización internacional con vistas a la paz.
En 1944 los ejércitos seguían entregados a una lucha feroz; las tropas alemanas incitadas por Hitler a luchar hasta el último hombre, eran sacrificadas inútilmente. En 1944, Francia fue liberada. Lo soldados alemanes que habían desfilado victoriosos por los campos elíseos, en París, tuvieron que salir prisioneros, con los brazos en alto.
Al comienzo de su mensaje se refirió Pío XII a estas circunstancias, lo mismo que a las reuniones de los jefes de estado de los aliados, que habían ido definiendo el nuevo mapa de Europa, acomodado a sus reclamaciones de territorios. Se reunieron en Teherán en 1943 y en 1944 en Yalta, en el Mar Negro, en territorio de la Unión Soviética. Esta última fue una reunión difícil; el presidente Roosevelt había hecho ese largo viaje a pesar de su precario estado de salud. Y parece que ese estado de salud había de veras minado el ánimo del presidente estadounidense, pues según historiadores creyó que Stalin era un verdadero demócrata (Cf Raymond Cartier, La Segunda guerra mundial). El fuerte fue Churchill, pero Stalin estaba en su territorio y parece que se salió con sus pretensiones. Churchill no solo vio las ruinas de las ciudades arrasadas, sino, como dice el historiador francés Cartier, Churchill, como verdadero hombre de estado, vio las ruinas políticas, que tras el silencio del cañón, harían un vacío de Europa. Y recordemos que el presidente Roosevelt moriría antes del fin de la guerra.
Oigamos la introducción del mensaje de navidad de Pío XII: el 24 de diciembre de 1944:
«Benignitas et humanitas apparuit Salvatoris nostri Dei» (Apareció la benignidad y humanidad de Dios nuestro salvador. (Tt 3, 4). Por sexta vez, desde el comienzo de la horrible guerra, la santa liturgia de Navidad saluda con estas palabras, que exhalan serena paz, la venida entre nosotros del Dios Salvador. La humilde y pobre cuna de Belén atrae, con aliciente inefable, la atención de todos los creyentes.
Hasta lo más profundo de los corazones, entenebrecidos, afligidos y abatidos baja un torrente de luz y de alegría, invadiéndolos completamente. Vuelven a alzarse serenas las frentes inclinadas, porque Navidad es la fiesta de la dignidad humana, la fiesta del «admirable intercambio, por el cual el Creador del género humano, tomando un cuerpo vivo, se dignó nacer de la Virgen y con su venida nos donó su divinidad» (Ant. 1 in 1 Vesp. in Circumc. Dom.).
Pero nuestros ojos vuelan espontáneamente desde el esplendoroso Niño del portal al mundo que nos rodea, y la dolorida exclamación del Evangelista Juan sube a nuestros labios: «Lux in tenebris lucet et tenebrae eam non comprehenderunt » (Jn 1, 5): la luz resplandece en medio de las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron.
Porque desgraciadamente también esta sexta vez la aurora de la Navidad se alza sobre campos de batalla cada vez más dilatados, sobre cementerios en donde se acumulan cada día más numerosos los despojos de las víctimas, sobre tierras desiertas en donde escasas torres vacilantes señalan con su silenciosa tristeza las ruinas de ciudades antes prósperas y florecientes y donde campanas derribadas o arrebatadas ya no despiertan a los habitantes con su alegre canto de Navidad. Son otros tantos testigos mudos, que denuncian esta mancha de la historia de la humanidad, que, voluntariamente ciega ante la claridad de Aquel que es esplendor y luz del Padre, voluntariamente alejada de Jesucristo, ha descendido y ha caído en la ruina y en la abdicación de su propia dignidad. Hasta la pequeña lámpara se ha apagado en muchos majestuosos templos, en muchas modestas capillas, donde, junto al Sagrario, había sido compañera en las vigilias del Huésped divino, mientras que el mundo dormía. ¡Qué desolación, que contraste! ¿No habría, pues, esperanza para la humanidad?
Jesús de Belén esperanza de una era nueva
A la desgarradora pregunta, de si no habría esperanza para la humanidad, la Navidad llevó a Pío XII a mirar a la luz de Cristo que iluminaba la oscuridad en que se envolvía el mundo en guerra, y continuó así su mensaje:
¡Bendito sea el Señor! Una aurora de esperanza se eleva de los lúgubres gemidos del dolor, del seno mismo de la angustia desgarradora de los individuos y de los pueblos oprimidos. Una idea, una voluntad cada día más clara y firme surge en una falange, cada vez mayor, de nobles espíritus: hacer de esta guerra mundial, de este universal desbarajuste el punto de partida de una era nueva, para la renovación profunda, la reordenación total del mundo. De esta manera, mientras siguen afanándose los ejércitos en luchas homicidas, con medios de combate cada día más crueles, los hombres de gobierno, representantes responsables de las naciones, se reúnen en coloquios y en conferencias, para determinar los derechos y los deberes fundamentales sobre los que se debería reedificar una unión de los Estados, para trazar el camino hacia un porvenir mejor, más seguro, más digno de la humanidad.
¡Extraña antítesis, la coincidencia de una guerra, cuya rudeza tiende a llegar al paroxismo, con el notable progreso de las aspiraciones y de los propósitos hacia el acuerdo para una paz sólida y duradera! Sin duda ninguna que se podrá discutir el valor, la posibilidad de aplicación, la eficacia de una o de otra propuesta; bien podría quedar en suspenso el juicio sobre ellas; pero siempre será verdad que el movimiento avanza.
No se conocían todavía los resultados de las conversaciones de las naciones vencedoras, pero Pío XII aparecía optimista y expresaba la necesidad de unas bases firmes para una democracia sana. Decía eso el papa, porque las intenciones de Stalin no las reconoció al principio ni siquiera una persona tan conocedora de la política internacional como el presidente Roosevelt, y el electorado inglés daría pronto la espalda a Churchill, quien condujo a Inglaterra a la victoria, enseñándole a luchar en medio de sangre, sudor y lágrimas, como lo repetía en sus discursos.
Pensamiento de Pío XII sobre la democracia