Reflexión 222 Caritas in veritate N° 46-47 Julio 28 2011

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Las normas morales naturales se deben extender a todas las actividades humanas

En la reflexión anterior estudiamos la segunda parte del N° 45 de Caritas in veritate, Caridad en la verdad, la encíclica social de Benedicto XVI. Amplía el Papa, en la segunda parte del N° 45, su explicación sobre la necesidad de la ética en la economía y afirma que la DSI hace un valioso aporte al sistema moral o ético, al explicar que la dignidad de la persona humana se fundamenta en  ser creada a imagen de Dios. Del origen de la dignidad de la persona humana se desprende que las normas morales naturales   se deben extender a todas las actividades humanas, es decir a toda la vida de la sociedad; por lo tanto también a la economía, que es una actividad humana.

La ética y las organizaciones con y sin ánimo de lucro

El N° 46 de la encíclica Caridad en la verdad y el siguiente se refieren a las diversas formas de empresas, con y sin ánimo de lucro. Toda empresa debe ser ética, de manera que en este contexto, no hay diferencia entre organizaciones destinadas a obtener un beneficio económico, es decir, las creadas con el fin de obtener ganancias o lucro y las organizaciones sin ánimo de lucro. Las unas y las otras se deben regir por las normas éticas. Todos los negocios se deben manejar con apego a la ética. Para justificar manejos oscuros, a veces se escucha la frase: es que esto es un negocio, como si en una actividad, por ser un negocio, estuviera permitido el juego sucio. No está permitido; hay que jugar limpio, ser honrado, siempre. El lucro es lícito, pero no las trampas para conseguirlo.

Las empresas que utilizan el lucro para obras sociales

Nos dice la encíclica Caritas in veritate, que surge en esta época un nuevo sector de empresas, muy amplio, que no excluye el beneficio económico, pero que utiliza ese beneficio como un medio para alcanzar objetivos sociales y humanitarios, con lo cual se busca la humanización del mercado y de la sociedad.

De esa diversa clase de organizaciones que dedican sus ganancias a objetivos sociales, conocemos algunos ejemplos en Colombia. Hay emisoras que se sostienen con publicidad y las ganancias se utilizan para apoyar obras pastorales. Si no ha cambiado su razón de ser, así era la Fundación Social, con sus empresas la Caja Social y Colmena, que ahora son Bancos. La Fundación Social destinaba todas sus utilidades a obras sociales. La Compañía de Jesús entregó esa Fundación a los laicos y no se sabe que éstos hayan cambiado la razón de ser de la Fundación.

La Fundación Carvajal

Parecida en cuanto a sus objetivos, no en su sistema de funcionamiento, es la Fundación Carvajal. La Fundación social es una organización propietaria de empresas. La Fundación Carvajal es una organización dedicada al desarrollo de programas y proyectos  que promuevan el bienestar humano y social apoyada por la empresa Carvajal S.A.. La historia de esa fundación es interesante: los propietarios de esa empresa, cedieron un porcentaje de su propiedad  para la creación de la Fundación que se convirtió en dueña, en parte, de la empresa comercial Carvajal S.A. La Fundación dedica las ganancias que consigue a obras sociales y humanitarias.

Ese tipo de organizaciones necesita encontrar un marco jurídico y fiscal adecuado que las apoye y proteja en todos los países.

Leamos el texto mismo del N° 46 de la encíclica:

Respecto al tema de la relación entre empresa y ética, así como de la evolución que está teniendo el sistema productivo, parece que la distinción hasta ahora más difundida entre empresas destinadas al beneficio (profit) y organizaciones sin ánimo de lucro (non profit) ya no refleja plenamente la realidad, ni es capaz de orientar eficazmente el futuro. En estos últimos decenios, ha ido surgiendo una amplia zona intermedia entre los dos tipos de empresas. Esa zona intermedia está compuesta por empresas tradicionales que, sin embargo, suscriben pactos de ayuda a países atrasados; por fundaciones promovidas por empresas concretas; por grupos de empresas que tienen objetivos de utilidad social; por el amplio mundo de agentes de la llamada economía civil y de comunión.

No se trata sólo de un «tercer sector», sino de una nueva y amplia realidad compuesta, que implica al sector privado y público y que no excluye el beneficio, pero lo considera instrumento para objetivos humanos y sociales. Que estas empresas distribuyan más o menos los beneficios, o que adopten una u otra configuración jurídica prevista por la ley, es secundario respecto a su disponibilidad para concebir la ganancia como un instrumento para alcanzar objetivos de humanización del mercado y de la sociedad. Es de desear que estas nuevas formas de empresa encuentren en todos los países también un marco jurídico y fiscal adecuado. Así, sin restar importancia y utilidad económica y social a las formas tradicionales de empresa, hacen evolucionar el sistema hacia una asunción más clara y plena de los deberes por parte de los agentes económicos. Y no sólo esto. La misma pluralidad de las formas institucionales de empresa es lo que promueve un mercado más cívico y al mismo tiempo más competitivo.

Cooperación internacional y transparencia

La segunda parte de este N° 47 la dedica la encíclica a tratar sobre la cooperación internacional y la transparencia que se debe exigir a los organismos internacionales en el manejo de los recursos. A veces se emplea demasiado dinero en el mantenimiento de la burocracia, disminuyendo así los recursos que se deberían utilizar en el desarrollo de los programas que se supone intentan implementar.

Subsidiaridad y responsabilidad

Insiste la encíclica en que los programas de desarrollo se deben enfocar en la persona humana, que debe ser el centro del desarrollo; esos programas de desarrollo deben promover la subsidiaridad y la responsabilidad, se debe involucrar a las personas que afecten, deben ser flexibles, adaptarse a sus circunstancias y beneficiar sus vidas diarias.

Como siempre lo hace, aquí encontramos la permanente defensa de la persona humana en la DSI. Los programas de desarrollo no deben tener como objetivo favorecer a un ente abstracto, al país, sino a las personas. La construcción de vivienda, por ejemplo, debe tener en cuenta la dignidad de las personas. Puede que las posibilidades exijan que se construyan viviendas pequeñas, pero tienen que ser humanas, nunca ratoneras, como a veces sucede, aun en ciudades como Bogotá. Las obras de infraestructura deben favorecer a las personas y no hacerles daño.

¿Y qué es eso de la subsidiaridad?

El principio de subsidiaridad lo encontramos explicado en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia del N 185 al 188. Es ésta una buena oportunidad para que aclaremos su significado. Leamos lo que dice ese excelente libro que es el Compendio de la DSI:

185 La subsidiaridad está entre las directrices más constantes y características de la doctrina social de la Iglesia, presente desde la primera gran encíclica social (Rerum Novarum). Es imposible promover la dignidad de la persona si no se cuidan la familia, los grupos, las asociaciones, las realidades territoriales locales, en definitiva, aquellas expresiones agregativas de tipo económico, social, cultural, deportivo, recreativo, profesional, político, a las que las personas dan vida espontáneamente y que hacen posible su efectivo crecimiento social (Catecismo 1882). Es éste el ámbito de la sociedad civil, entendida como el conjunto de las relaciones entre individuos y entre sociedades intermedias, que se realizan en forma originaria y gracias a la « subjetividad creativa del ciudadano ».[1] La red de estas relaciones forma el tejido social y constituye la base de una verdadera comunidad de personas, haciendo posible el reconocimiento de formas más elevadas de sociabilidad. (Centesimus annus, 49)

En el N° 187, con palabras de la encíclica Quadragesimo anno, de Pío XI, el Compendio de la DSI explica en qué consiste el principio de subsidiaridad y advierte que es un principio importantísimo de la filosofía social. Dice:

« Como no se puede quitar a los individuos y darlo a la comunidad lo que ellos pueden realizar con su propio esfuerzo e industria, así tampoco es justo, constituyendo un grave perjuicio y perturbación del recto orden, quitar a las comunidades menores e inferiores lo que ellas pueden hacer y proporcionar y dárselo a una sociedad mayor y más elevada, ya que toda acción de la sociedad, por su propia fuerza y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero no destruirlos y absorberlos ».

Actitud de ayuda, de subsidio. No invadir ni absorber

El principio de subsidiaridad sostiene que las sociedades de orden superior deben ponerse en actitud de ayuda, de subsidio, por lo tanto de apoyo, de promoción del desarrollo en su relación con las sociedades menores. No invadir su campo de acción. Un ejemplo puede ser, que el Concejo municipal no asuma lo que las Juntas de Acción Comunal pueden realizar, pero esté dispuesto a ayudarles, a promoverlas, a favorecer su desarrollo. Así de lo demás: el Congreso no debe hacer lo que pueden hacer las entidades menores, el Estado no debe hacer lo que corresponde a la familia. Esto es claro y muy importante ahora, cuando hay gobiernos que pretenden asumir la educación de los hijos, quitándoles ese derecho y deber a los padres de familia. Dice el Compendio:

De este modo, los cuerpos sociales intermedios pueden desarrollar adecuadamente las funciones que les competen, sin deber cederlas injustamente a otras agregaciones sociales de nivel superior, de las que terminarían por ser absorbidos y sustituidos y por ver negada, en definitiva, su dignidad propia y su espacio vital.

A la subsidiaridad entendida en sentido positivo, como ayuda económica, institucional, legislativa, ofrecida a las entidades sociales más pequeñas, corresponde una serie de implicaciones en negativo, que imponen al Estado abstenerse de cuanto restringiría, de hecho, el espacio vital de las células menores y esenciales de la sociedad. Su iniciativa, libertad y responsabilidad, no deben ser suplantadas.

Composición del tejido social

Un término que se utiliza mucho ahora es el de tejido social. ¿A qué se refieren los que hablan del tejido social? Las palabras que leímos del Catecismo nos lo explican: dice que el tejido social está formado por la red de relaciones entre las diversas asociaciones de tipo económico, social, cultural, deportivo, recreativo, profesional, político, a las que las personas dan vida espontáneamente y que hacen posible su efectivo crecimiento social. Todos formamos parte de ese tejido social, un tejido de relaciones.

Centralidad de la persona humana

Después de entender en qué consiste el principio de subsidiaridad, leamos lo que nos dice Caridad en la verdad en  la primera parte del N° 47:

La potenciación de los diversos tipos de empresas y, en particular, de las que son capaces de concebir el beneficio como un instrumento para conseguir objetivos de humanización del mercado y de la sociedad, hay que llevarla a cabo incluso en países excluidos o marginados de los circuitos de la economía global, donde es muy importante proceder con proyectos de subsidiaridad convenientemente diseñados y gestionados, que tiendan a promover los derechos, pero previendo siempre que se asuman también las correspondientes responsabilidades.

En las iniciativas para el desarrollo debe quedar a salvo el principio de la centralidad de la persona humana, que es quien debe asumirse en primer lugar el deber del desarrollo. Lo que interesa principalmente es la mejora de las condiciones de vida de las personas concretas de una cierta región, para que puedan satisfacer aquellos deberes que la indigencia no les permite observar actualmente.

La preocupación nunca puede ser una actitud abstracta. Los programas de desarrollo, para poder adaptarse a las situaciones concretas, han de ser flexibles; y las personas que se beneficien deben implicarse directamente en su planificación y convertirse en protagonistas de su realización. También es necesario aplicar los criterios de progresión y acompañamiento —incluido el seguimiento de los resultados—, porque no hay recetas universalmente válidas. Mucho depende de la gestión concreta de las intervenciones. «Constructores de su propio desarrollo, los pueblos son los primeros responsables de él. Pero no lo realizarán en el aislamiento» (Populorum progressio, 77).

Hoy, con la consolidación del proceso de progresiva integración del planeta, esta exhortación de Pablo VI es más válida todavía. Las dinámicas de inclusión no tienen nada de mecánico. Las soluciones se han de ajustar a la vida de los pueblos y de las personas concretas, basándose en una valoración prudencial de cada situación. Al lado de los macroproyectos son necesarios los microproyectos y, sobre todo, es necesaria la movilización efectiva de todos los sujetos de la sociedad civil, tanto de las personas jurídicas como de las personas físicas.

Somos responsables de nuestro desarrollo

Tengamos presente que la encíclica se dirige a todos, también a nosotros, no solo a los gobiernos y a las empresas. Todos los ciudadanos tenemos lecciones en la encíclica. Cuando Pablo VI dice en Populorum progressio, que «Constructores de su propio desarrollo, los pueblos son los primeros responsables de él. », los pueblos están constituidos por personas, por individuos y si los individuos no nos movemos, no colaboramos, no habrá  un pueblo  que funcione.

Cooperación internacional

La última parte del N° 47 de Caritas in veritate se refiere a la cooperación internacional, como comentamos antes. Terminemos hoy con la lectura del texto mismo, que no necesita más explicación.

La cooperación internacional necesita personas que participen en el proceso del desarrollo económico y humano, mediante la solidaridad de la presencia, el acompañamiento, la formación y el respeto. Desde este punto de vista, los propios organismos internacionales deberían preguntarse sobre la eficacia real de sus aparatos burocráticos y administrativos, frecuentemente demasiado costosos. A veces, el destinatario de las ayudas resulta útil para quien lo ayuda y, así, los pobres sirven para mantener costosos organismos burocráticos, que destinan a la propia conservación un porcentaje demasiado elevado de esos recursos que deberían ser destinados al desarrollo. A este respecto, cabría desear que los organismos internacionales y las organizaciones no gubernamentales se esforzaran por una transparencia total, informando a los donantes y a la opinión pública sobre la proporción de los fondos recibidos que se destina a programas de cooperación, sobre el verdadero contenido de dichos programas y, en fin, sobre la distribución de los gastos de la institución misma.


[1] Juan Pablo II, Carta encic. Sollicitudo rei socialis, 15; Pío XI carta encic. Quadragesimo anno, Juan XXIII, Carta encic. Mater et magistra; Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 65; Congregación para la Docrina de la Fe, Instr. Libertatis Conscientia,73; Juan Pablo II, Carta encic., Centesimus annus, 48; Catecismo, 1883-1885.