Reflexión 207- Caritas in veritate Cap III, N° 40, Charla 38

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Una nueva manera de entender las empresas y la economía según la Doctrina Social de la Iglesia

Hemos estado comentando en las reflexiones anteriores  la necesidad de entender la economía y las empresas de una manera nueva, como nos enseña Benedicto XVI en su encíclica Caridad en la verdad, Caritas in  veritate. Según las enseñanzas de la DSI, presentadas ahora por Benedicto XVI, las empresas deben tener un objetivo social, además del beneficio individual, que es legítimo que busquen sus propietarios. La empresa debe beneficiar a sus trabajadores, a sus proveedores, a la comunidad donde desarrolla sus actividades, en fin, debe beneficiar a la sociedad y no sólo a sus dueños.

Reflexionando sobre estos puntos destacados por Benedicto XVI en Caritas in veritate, comprendimos que la crisis económica y financiera mundial no sólo ha tenido su origen en fallas técnicas en el manejo económico y financiero en el mundo, sino que en su base hay un fuerte componente  ético, moral: conductas no éticas, que se originan en la ambición, en la codicia. A algunos la avidez excesiva por el dinero en su beneficio personal los lleva a orientar toda su vida, todo su esfuerzo, a tener más. Los bienes terrenales se convierten en su fin. Para conseguirlos  viven y llegan a saltar hasta las barreras de lo decente y claro, de lo legal y de lo justo. La corrupción que padece nuestro país es una muestra de ese mal que es ya una pandemia, porque no es exclusivo de Colombia; esta enfermedad invade al mundo.

Los valores cristianos que ha olvidado Occidente en el fundamento de la crisis

Si el mundo de los negocios quiere prevenir una nueva crisis debe reencontrar los principios y valores que Occidente ha ido perdiendo al negar sus raíces cristianas, primero en Europa y luego, por contagio, en América.

Sin embargo no se puede perder la esperanza de corregir el camino, porque hay personas de autoridad como Benedicto XVI, que tratan, con sus enseñanzas, de iluminar con la luz del Evangelio. Y hay muchos cristianos que lo siguen y asumen ese riesgo de decir la verdad; llaman a los grandes empresarios y a los jefes de Estado a que regresen a vivir de acuerdo con los valores que se han ido perdiendo en sus pueblos. Vimos ejemplos en la reunión de Davos, en enero pasado, en donde no sólo se habló de técnicas para prevenir una nueva crisis; aunque tímidamente, hubo quienes hablaron de valores. [1]

Sin embargo, no ha sido suficiente. Si examinamos el clima y los  resultados del Foro Económico Mundial de Davos, vemos que los analistas presentes percibieron allí un estado de ánimo de sólo un moderado optimismo, porque reconocen lo mucho que hay que hacer todavía para prevenir las catástrofes, tanto naturales como las producidas por el hombre; catástrofes que han trastornado la vida de mucha gente en los últimos años.[2] Tuvieron presente no sólo el sacudón de la economía por malos manejos, sino la catástrofe del terremoto de Haití.

Pero, ¿qué medidas preventivas propusieron los más de 35 líderes mundiales presentes en Davos? Una, que parece obvia, fue usar sus poderes de gobernantes para evitar una recaída financiera. Los gobiernos de las grandes potencias aprendieron que es necesaria una permanente y más efectiva vigilancia de las decisiones que, pensando sólo en su interés, sin respeto por los demás, toman los que manejan negocios de riesgo. Eso lo aprendieron por el descuido en la vigilancia de las entidades financieras que llevaron a la quiebra a muchos ciudadanos, a quienes convencieron de tomar créditos que no estaban en capacidad de pagar.  

 ¿En Colombia, dónde estaban los entes de vigilancia y control en el caso de las Pirámides?

Aquí en nuestro país padeció mucha gente un mal parecido: el engaño de las pirámides. Cuántas personas perdieron sus ahorras de toda la vida. Y el Estado: ni el gobierno ni las entidades de control tuvieron la elemental malicia de ver a tiempo el engaño e impedirlo, porque si advirtieron lo ilícito del negocio y no actuaron, crean un inmenso manto de duda, por lo menos sobre su idoneidad para cumplir sus obligaciones.

 Los análisis técnicos de los riesgos de la economía, primaron en las reflexiones de los líderes mundiales. Los jefes de estado europeos tienen, por su parte, la preocupación del desplome del Euro, su moneda. Para el presidente de Francia, la crisis llevó a los países europeos al borde del abismo, pero prevé nuevos peligros: uno de ellos, las dudas sobre la viabilidad del Euro, y declaró Sarkozy: “El Euro es Europa. Nunca permitiremos que el Euro sea destruido”.

 Europa falla si falla en sus valores cristianos

 La canciller alemana, Ángela Merkel, estuvo de acuerdo en la importancia del Euro, la moneda de la comunidad europea; añadió en su defensa que el Euro hoy encarna, da cuerpo,  a Europa. Si el Euro falla, Europa falla, dijo. Afortunadamente la canciller alemana no se quedó sólo en la identificación de Europa con el Euro, es decir, con el dinero. ¡Cómo nos hubiera tranquilizado si hubiera sido tan afirmativa  sobre la necesidad de defender los valores cristianos, que deberían identificar a Europa. Pero eso nos retrata lo que sucede en todas partes: la identidad de Europa con el origen cristiano de su cultura se desvanece y sólo la Iglesia se pronuncia al respecto.

No se quedó la canciller alemana en la identificación de Europa con el Euro, con el dinero; dio un pasito al añadir que es necesario vigilar con más rigor a los causantes de la crisis. Se preguntó si los gobiernos de la comunidad tenían los mecanismos necesarios para asegurar un crecimiento global sostenible. Y respondió que han puesto las bases, pero no han llegado todavía. Por lo menos pensó en crecimiento global, pero tampoco fue más allá de la necesidad de corregir los problemas técnicos, materiales.

El trabajo que hay que hacer para cambiar la mentalidad de los que manejan las naciones es inmenso. De parte nuestra, todos podemos orar por los gobernantes del mundo y por los que aspiran a gobernarlo. Mientras sólo piensen en la prosperidad material y la manera de aumentar la riqueza, el mundo seguirá por el despeñadero por el que va. El domingo pasado, refiriéndose el Papa a las enseñanzas de la Sagrada Escritura correspondientes al domingo octavo del tiempo litúrgico, después del rezo del Ángelus invocó la intercesión de la Virgen “para que todos aprendamos a vivir según un estilo más sencillo y sobrio, en cotidiana laboriosidad y en el respeto de la Creación, que Dios nos ha encomendado para que la custodiemos”. Es una orientación para todos: que aprendamos a vivir según un estilo de vida más sencillo y sobrio. A lo contrario nos invita toda la publicidad: a no quedar rezagados, a mejorar nuestra vida con los últimos adelantos de la técnica, a gastar, así nos endeudemos.

¿Entendemos el dinero como un medio o como un fin?

La semana pasada reflexionamos sobre el mensaje del Evangelio, que nos pone a pensar sobre nuestra relación con los bienes materiales, si los tenemos como fines de nuestra actividad, como principal preocupación diaria en nuestra vida. Nos preguntábamos si los bienes materiales los tenemos como medios para satisfacer nuestras necesidades de alimento, de salud, de vivienda, de cultura, de recreación  o si se han convertido en nuestra vida en el fin para el que vivimos, el de tener más, sin importar cómo lo consigamos.

El Señor nos explicó lo que sucede si pretendemos servir a Dios y al dinero: acabará el dinero convirtiéndose en nuestro amo y dejaremos de lado a Dios. Y si seguimos ese camino, de convertir al dinero en el amo, podemos acabar teniendo quizás mucho, pero siendo cada vez menos como personas: no pocos acaban en la cárcel y otros muriendo antes de tiempo… Nosotros, ¿qué preferimos: tener más, o ser más?  

 Dios no nos pide que nos despreocupemos de los asuntos materiales. Es seguir el camino fácil no hacer el esfuerzo en el trabajo, con el pretexto de que confiando en la Providencia nada nos va a faltar. Dios nos entregó la administración de este mundo, la continuación de su obra creadora y para eso nos dio los medios, que son la posibilidad de utilizar con nuestros talentos, la ciencia, la tecnología, el arte, la creatividad que nos participa en diversa medida. No nos invita a la pereza ni a la negligencia ni a la irresponsabilidad. Lo que también espera el Señor es que compartamos lo que tenemos. El Santo Padre decía en su reflexión sobre la confianza en la Providencia, que la fe en la Providencia no dispensa de la fatigosa lucha por una vida digna, pero libera de la preocupación por las cosas y del miedo del mañana”.

La doctrina del Evangelio es realista

 Por eso, considerando las circunstancias y las vocaciones diversas, añadió Benedicto XVI en su consideración:

 “Está claro que esta enseñanza de Jesús, aunque sea siempre válida y verdadera para todos, se aplica de diversas formas según las distintas vocaciones. Un fraile franciscano podrá seguirla de manera más radical, mientras que un padre de familia deberá tener en cuenta sus deberes hacia su mujer y sus hijos. Sin embargo, en todo caso, el cristiano se distingue por su absoluta confianza en el Padre celestial, como fue para Jesús”, que “nos ha demostrado qué significa vivir con los pies bien plantados en la tierra, atentos a las situaciones concretas del prójimo, y, al mismo tiempo, teniendo el corazón en el Cielo, inmerso en la misericordia de Dios”.

 El cambio de mentalidad, necesario para que el mundo se desarrolle según los planes de Dios exige sacrificio, nos pide correr riesgos, ser humildes, de manera que no confiemos nuestro éxito en el tener, sino en hacer las cosas bien con la ayuda de Dios que, como nos enseña en Isaías 49, 15, antes una madre  se puede olvidar de su niño de pecho, que el Señor de sus hijos. En la misma reflexión de Benedicto XVI sobre la Sagrada Escritura correspondiente al domingo pasado (Domingo 8° del Tiempo ordinario), recordó ese pasaje de Isaías, en que dice Dios consolando a Jerusalén, afligida por las desgracias: “¿Es que puede una mujer olvidarse de su niño de pecho, no compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara yo no te olvidaré”.

Correr riesgos 

 ¿Cuál cambio de mentalidad?: no pensar sólo en los bienes perecederos, sino dar el lugar preferencial a los valores de arriba, implica esfuerzo, implica sacrificio de gustos, de intereses, de sentirnos materialmente bien. Es tener paciencia mientras llega lo no perecedero, el premio que Dios nos garantiza va a llegar.

 Es estar dispuestos a correr riegos por el Reino de Dios. Correr riesgos por vivir nuestra fe, por decir sí a Dios, sin que nos importe lo que digan los demás. Decir sí a Dios y renunciar a ciertas comodidades. Decir sí a Dios puede implicar renuncia a muchas cosas que nos apartan o nos pueden apartar de Dios.

 Tenemos un ejemplo que debemos exaltar: el del Procurador General de la Nación. La persecución de los medios contra él ha sido permanente, injusta, inclemente, pero no se ha dejado acobardar; sigue corriendo el riesgo de ser fiel a la verdad; sigue fiel a sus principios y valores cristianos. Distinta sería nuestra sociedad si tuviera siempre guardianes de la pulcritud, de la ética y de la Constitución como él.

Lo hemos dejado todo…

 En el Evangelio que se leyó el martes pasado en la Eucaristía (Mc 10, 28-31), San Marcos recuerda la escena en que después de explicar a sus discípulos los peligros de las riquezas, el fogoso San Pedro le observó: Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Como recordamos, la narración de la vocación de los apóstoles nos dice que, tanto Pedro y su hermano Andrés como Juan y Santiago, – los tres pescadores, – a la llamada de Jesús: Venid conmigo, y os haré  pescadores de hombres, al instante, dejando las redes, le siguieron. Corrieron el riesgo de dejarlo todo: sus redes, su trabajo. De Santiago y Juan dice algo más San Mateo (4, 22): dejando la barca y a su padre, le siguieron. Lo dejaron todo.  Hoy nos estamos dejando llevar por el falso criterio de seguir el cristianismo mientras no nos exija mucho, mientras nos permita seguir nuestros gustos, nuestros deseos. Hay comportamientos que nos acercan a la tierra y nos alejan de Dios. Ahora que se acerca la Cuaresma, sería bueno que  examináramos qué bienes terrenos nos pueden apartar del Señor. No necesariamente se trata de dinero, puede tratarse de personas, de ocupaciones, de gustos, en fin, cada uno de nosotros se conoce; por eso, como en la oración de San Ignacio, digamos todos los días a Jesús:

No permitas que–me—aparte—de–ti.    
 
 

 

Repasemos algunas ideas claves

  Volvamos directamente a la encíclica Caritas in veritate, que Benedicto XVI también escribió para nosotros; no sólo para los empresarios, políticos y gobernantes. Para todos, aun los simples cristianos como nosotros tiene aplicación. El Evangelio es luz para todos. Pero volvamos al texto de la encíclica.

Repasemos algunas ideas tratadas antes. La encíclica tiene mucho qué ver con el manejo de los bienes de la tierra orientado por el capitalismo, que es el que campea en el mundo. A pesar de los esfuerzos de algunos por resucitar el comunismo, parece que no van a tener éxito. El capitalismo no es, como tampoco fue el comunismo, el camino adecuado para construir un mundo de justicia y de paz. Aunque el capitalismo tenga elementos positivos como el respeto a la libertad y a la democracia, es muy cerrado en su orientación exclusiva al objetivo de conseguir ganancias, sin que le interese hacer un esfuerzo para que todos tengan la oportunidad de beneficiarse de los bienes que el Creador puso para todos en el universo. El capitalismo es cerrado a sus intereses solamente. El reemplazo no es el comunismo, que es igualmente materialista, saca a Dios del medio e impone su pensamiento por la fuerza.

Abrir campo al pensamiento cristiano

Caritas in veritate afirma que no es suficiente que la economía cree riqueza y que la política se encargue de distribuirla con justicia, sino que también hay que abrir campo al pensamiento cristiano, el de la actitud abierta a dar gratuitamente, que va más allá de lo que ordenen la técnica y las leyes justas que buscan regular la redistribución de las riquezas. La dignidad de la persona humana orienta el pensamiento social de la iglesia, lo mismo que la solidaridad, que emana del amor cristiano. Parece difícil lograr una transformación del capitalismo de manera que no piense sólo en incrementar sus bienes sino en compartirlos. Ese es el mensaje de Benedicto XVI, y puede ser difícil de aceptar, pero con cierto optimismo podemos ver que se van abriendo camino algunos capitalistas que manejan sus negocios con sentido de fraternidad. Y ciertamente los hay.

En las últimas líneas del N° 39 de Caritas in veritate Benedicto XVI advierte que sin un cambio interior de las personas que se dedican al mercado y a la política, no se podrá avanzar en el desarrollo integral, en el que tengamos cabida todos. Leamos sus palabras de nuevo: El mercado de la gratuidad no existe y las actitudes gratuitas no se pueden prescribir por ley. Sin embargo, tanto el mercado como la política tienen necesidad de personas abiertas al don recíproco.

La actitud de apertura al don no se consigue con una nueva ley ni con un discurso político

 Para que todos cambiemos de manera de pensar y no dirijamos nuestra vida sólo por el camino de buscar siempre  sólo el lucro, se requiere la conversión. La actitud de apertura al don, a la fraternidad, no se consigue con una nueva ley ni con un discurso político.

Ya sobre la necesidad del cambio de mentalidad de todos, para que el mundo encuentre el camino de la justicia social y la paz, hemos comentado lo suficiente. Para continuar adelante y después de haberlo comentado largamente voy a leer el N° 40 completo y en el próximo programa, Dios mediante, continuaremos con el número siguiente. Dice así Caritas in veritate, Caridad en la verdad, en el N° 40. Es parte del Cap. III, que lleva por título: Fraternidad, Desarrollo Económico y Sociedad Civil.

40- Las actuales dinámicas económicas internacionales, caracterizadas por graves distorsiones y disfunciones, requieren también cambios profundos en el modo de entender la empresa. Antiguas modalidades de la vida empresarial van desapareciendo, mientras otras más prometedoras se perfilan en el horizonte. Uno de los mayores riesgos es sin duda que la empresa responda casi exclusivamente a las expectativas de los inversores en detrimento de su dimensión social. Debido a su continuo crecimiento y a la necesidad de mayores capitales, cada vez son menos las empresas que dependen de un único empresario estable / que se sienta responsable a largo plazo, y no sólo por poco tiempo, de la vida y los resultados de su empresa, y cada vez son menos las empresas que dependen de un único territorio. Además, la llamada deslocalización de la actividad productiva puede atenuar en el empresario el sentido de responsabilidad respecto a los interesados, como los trabajadores, los proveedores, los consumidores, así como al medio ambiente y a la sociedad más amplia que lo rodea, en favor de los accionistas, que no están sujetos a un espacio concreto y gozan por tanto de una extraordinaria movilidad.

El mercado internacional de los capitales, en efecto, ofrece hoy una gran libertad de acción. Sin embargo, también es verdad que se está extendiendo la conciencia de la necesidad de una «responsabilidad social» más amplia de la empresa. Aunque no todos los planteamientos éticos que guían hoy el debate sobre la responsabilidad social de la empresa son aceptables según la perspectiva de la doctrina social de la Iglesia, es cierto que se va difundiendo cada vez más la convicción según la cual la gestión de la empresa no puede tener en cuenta únicamente el interés de sus propietarios, sino también el de todos los otros sujetos que contribuyen a la vida de la empresa: trabajadores, clientes, proveedores de los diversos elementos de producción, la comunidad de referencia.

En los últimos años se ha notado el crecimiento de una clase cosmopolita de manager, (gerente) que a menudo responde sólo a las pretensiones de los nuevos accionistas de referencia compuestos generalmente por fondos anónimos que establecen su retribución. Pero también hay muchos managers hoy que, con un análisis más previsor, se percatan cada vez más de los profundos lazos de su empresa con el territorio o territorios en que desarrolla su actividad.

El posible daño de las  transferencias de capital al extranjero

Pablo VI invitaba a valorar seriamente el daño que la trasferencia de capitales al extranjero, por puro provecho personal, puede ocasionar a la propia nación[3]. Juan Pablo II advertía que invertir tiene siempre un significado moral, además de económico[4]. Se ha de reiterar que todo esto mantiene su validez en nuestros días a pesar de que el mercado de capitales haya sido fuertemente liberalizado y la moderna mentalidad tecnológica pueda inducir a pensar que invertir es sólo un hecho técnico y no humano ni ético. No se puede negar que un cierto capital puede hacer el bien cuando se invierte en el extranjero en vez de en la propia patria. Pero deben quedar a salvo los vínculos de justicia, teniendo en cuenta también cómo se ha formado ese capital y los perjuicios que comporta para las personas el que no se emplee en los lugares donde se ha generado[5].

Se ha de evitar que el empleo de recursos financieros esté motivado por la especulación y ceda a la tentación de buscar únicamente un beneficio inmediato, en vez de la sostenibilidad de la empresa a largo plazo, su propio servicio a la economía real y la promoción, en modo adecuado y oportuno, de iniciativas económicas también en los países necesitados de desarrollo. Tampoco hay motivos para negar que la deslocalización, que lleva consigo inversiones y formación, puede hacer bien a la población del país que la recibe (La deslocalización se refiere trasladar los negocios a otros países).  El trabajo y los conocimientos técnicos son una necesidad universal. Sin embargo, no es lícito deslocalizar únicamente para aprovechar particulares condiciones favorables, o peor aún, para explotar sin aportar a la sociedad local una verdadera contribución para el nacimiento de un sólido sistema productivo y social, factor imprescindible para un desarrollo estable. 

Fernando Díaz del Castillo Z.

reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cf Jim Wallis en sojourners.com

[2] Cf Opinión de Michael Useem, director del Centro para el Liderazgo y Cambio Gerencial de la Universidad de Wharton, quien asisitó al foro. http://wlp.wharton.upenn.edu/LeadershipDigest/report-from-davos.cfm

[3] Cf Populorum  progressio, 269

[4] Cf Centesimus annus, 36

[5] Cf Cf Populorum progressio, 24