Reflexión 124 Autoridad de la Doctrina Social

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Mientras más conocemos a Dios más lo amamos

En la reflexión anterior nos preguntamos qué importancia tiene dedicar tiempo al estudio de nuestra fe, si lo que importa es vivirla. El Catecismo y una cita de San Agustín que trae ese libro, nos ayudaron a resolver esa duda. Nos dice el Catecismo en el N° 158, que un mejor conocimiento de nuestra fe suscitará en nosotros una fe mayor, cada vez más encendida de amor. Las palabras de San Agustín dicen: «Creo para comprender y comprendo para creer mejor». Si creemos, deseamos comprender mejor lo que creemos, y entre más conozcamos sobre Dios más lo amaremos, porque en Él sólo podemos encontrar, que es infinitamente digno de ser amado, y amaremos más a Jesucristo, porque en Él sólo podremos encontrar razones para amarlo más y para amar a su madre, nuestra madre.

Estas consideraciones valen desde el punto de vista de nuestro propio beneficio, pero resulta que si estamos llamados a ser misioneros, a llevar a los demás la alegría de la Buena Nueva, tenemos que ser antes, discípulos, pues nadie puede dar de lo que no tiene. Nuestra vocación es de discípulos y misioneros. Otra razón para profundizar en nuestra fe, es que estamos en un mundo que ataca la religión desde todas partes, y nosotros, como seres humanos, débiles, también podemos tener dudas, podemos desorientarnos. Necesitamos por eso, tener muy bien cimentada nuestra fe.

En cuanto al estudio de la D.S.I., – que es parte de nuestra fe, – en ella encontramos los criterios que deben formar nuestra conciencia, a la luz del Evangelio, sobre nuestra relación con los demás en la sociedad. Como hemos visto, es del Evangelio, de donde sale la D.S.I. En esta época difícil, a veces confusa, para saber cómo vivir de acuerdo con la fe, la D.S.I. nos ofrece orientación que se basa en criterios extraídos del Evangelio. Los criterios que a nosotros, católicos, nos deben guiar, sobre la dignidad de la persona humana, sobre el respeto a la vida, sobre la familia, sobre la sociedad y la libertad, no siempre coinciden con los que se promueven ahora en la cátedra y a través de los partidos y movimientos políticos y de los medios de comunicación, del cine, de la radio, de la TV; criterios que se venden como lo conveniente, como lo actual, como lo aceptable. Lo demás, nos dicen, es vivir en el pasado.

No fallamos sólo por falta de conocimientos; nos falta oración, humildad y respeto a los demás

Es cierto también, que solo los conocimientos no bastan para cumplir con nuestro encargo de ser misioneros. Cada vez con más frecuencia encontramos que personas cercanas a nosotros están alejadas de Dios y no sabemos cómo responder a sus dudas en materia religiosa. No estamos preparados para esta situación y no sólo por falta de conocimientos; fallamos porque no oramos, como también por nuestra actitud impaciente y no siempre humilde o respetuosa frente a ellos.

Las personas con quienes tratamos tienen conocimientos propios, que pueden ser equivocados o insuficientes, y además tienen actitudes frente a los asuntos que los inquietan. Así somos los seres humanos. Estas personas aceptan o rechazan lo nuevo, y construyen su personalidad sobre los conocimientos y actitudes que tienen ya. Cuando les ofrecemos nuestra experiencia de fe, no tenemos delante para llenar un vaso vacío. Eso sería quizás menos difícil. Cuando hay que empezar por vencer prejuicios, por ejemplo, se complican las cosas.

No sabemos cómo comunicar nuestra experiencia religiosa

Más que los discursos convence el libro abierto de la vida

Un problema grande, para cumplir con nuestra llamada a ser misioneros, es que, además de no conocer bien nuestra fe, tampoco sabemos cómo transmitir a los demás nuestra propia experiencia de creyentes. Más que los discursos, convence la vida. Por eso impactan los testimonios sobre cómo se llegó a Dios. Con frecuencia las personas alejadas de la religión tienen muy pocos conocimientos sobre ella, conocen muy poco a Jesucristo y no les preocupa el tema de la religión. Creen que no es importante. No es una de sus prioridades, porque no sienten su necesidad. Son vasos vacíos de conocimientos, pero llenos de prejuicios, de malentendidos y a veces de experiencias negativas con personas religiosas. Con frecuencia, el único libro sobre la vida de fe, que tienen a su alcance, es el libro abierto de la vida de las personas cercanas por parentesco, por amistad, por razones de trabajo o porque estudian con ellas.

El vacío espiritual de nuestros jóvenes

La situación de vacío espiritual que más nos preocupa, es la de los jóvenes, la de nuestros jóvenes, expuestos a toda clase de armas contra la fe. Voy por eso a comentar brevemente, una experiencia interesante con jóvenes, que leí en estos días.[1] En Irlanda, organizaron un foro con jóvenes, en el cual algunos expusieron su experiencia sobre cómo encontraron a Dios y sus esfuerzos por compartir ese descubrimiento con los demás. Quizás eso es nuevo: escuchamos testimonios de cómo llegó Dios a la vida de alguien, pero no tanto experiencias sobre cómo llegar a los demás de modo positivo, con el testimonio.

Una característica de los jóvenes irlandeses que compartieron su experiencia del encuentro con Dios, es que participan en diversos grupos. Uno de ellos había tomado parte en los encuentros de la juventud en Colonia y en Sydney, en Autralia. A todos ellos les entusiasma el pertenecer a algún grupo, porque allí pueden compartir y conversar sobre la experiecia de su encuentro con Dios. Son, pues, personas sociables, además de creyentes. Tienen esos jóvenes un verdadero respeto por los demás, en el enfoque con que se acercan a ellos y dicen que, precisamente encontraron a Dios / en la bondad y el entusiasmo de otras personas. Todos ven el encuentro con Dios como una elección libre / que excluye cualquier imposición u obligación. Uno de ellos contó el impacto que causó en él, escuchar a una persona que iba a ir en esos días a la cárcel, a conversar con presos que habían pedido ayuda, para encontrar a Dios en sus vidas. El ejemplo tiene un gran impacto.

En esa conversación de los jóvenes, en que contaron su propia experiencia, en el camino para llegar a Dios, llama la atención que apenas mencionaron las maneras tradicionales como estamos acostumbrados a enseñar la religión. Es cierto que se trata de una experiencia en Irlanda, que puede ser un país muy distinto al nuestro, pero vale la pena examinar las coincidencias con nosotros. Hoy los jóvenes de todo el mundo están globalizados en sus gustos, intereses y forma de ver la vida.

Mencionaron esos jóvenes que debían mucho a sus padres, quienes también habían encontrado a Dios, pero ninguno mencionó que el colegio hubiera tenido influencia ni dijeron que su parroquia hubiera sido importante y sus colegios y parroquias deberían haber sido importantes en su camino hacia Dios. Para algunos, los sacramentos fueron una gran experiencia y para otros, los encuentros casuales jugaron un papel, y los vieron como la Providencia de Dios en acción. Es que Dios llega por caminos desconocidos para nosotros.

Volvamos a nuestro estudio: ¿por qué se habla de la Doctrina Social de la Iglesia?

Aprendimos en los N° 79 y 80 del Compendio de la D.S.I. que la D.S.I. es de la Iglesia porque la Iglesia la elabora, la difunde y la enseña que la Iglesia que elabora la D.S., es toda la comunidad eclesial —sacerdotes, religiosos y laicos – según la diversidad de tareas, carismas y ministerios que a cada uno corresponden.

Ahondando en estas ideas, vimos que aunque la D.S. no se reduce a los documentos episcopales, ni tampoco a una disciplina teológica de teólogos especializados, y aunque los teólogos y especialistas desempeñan un papel importante en la elaboración de la D.S.I., sólo el Magisterio o sea los obispos en comunión con el Papa, pueden revestir de su autoridad una opinión.

Tengamos esto claro, para no dejarnos desviar de la recta doctrina. Cuando leemos libros sobre doctrina, escritos por expertos particulares, – así sean sacerdotes, – sus opiniones son eso, opiniones. Puede ser que sus aportes sean muy importantes, que ayuden a comprender mejor nuestra fe, y así, a creer mejor, pero tengamos en cuenta que sólo el Magisterio o sea los obispos en comunión con el Papa, pueden revestir de su autoridad una opinión.

Como nos enseña la Constitución Lumen Gentium[2] del Vaticano II en la misión de enseñar, los obispos tienen la promesa y la asistencia del Espíritu Santo y la predicación del Evangelio es uno de sus deberes más importantes. Nos dice también el Concilio en la misma Constitución Lumen gentium, que debemos escuchar con veneración las enseñanzas de los Obispos. No podemos desechar alegremente las enseñanzas del magisterio episcopal, así no nos gusten. A veces sus enseñanzas se reciben con una actitud de rebeldía.

¿Quiénes conforman el Magisterio de la Iglesia?

Aprendimos también la semana pasada, que la doctrina social de la Iglesia es el pensamiento de la Iglesia, que enseña con la autoridad que Cristo ha conferido a los Apóstoles y a sus sucesores: el Papa y los Obispos en comunión con él.

En el N° 80, el Compendio nos explica el papel diverso de los que componen el Magisterio de la Iglesia. Vimos que la primera autoridad en el Magisterio la conforman el Sumo Pontífice y el Concilio (en los Concilios se reúnen el Papa y los Obispos). El papel del Papa y del Concilio, en la formación y enseñanza de la D.S., consiste en determinar la dirección y señalar el desarrollo de la doctrina social.

El Magisterio episcopal, es decir el compuesto sólo por los obispos, especifica, traduce y actualiza la enseñanza en los aspectos concretos y peculiares de las múltiples y diversas situaciones locales.

¿Qué es el Magisterio episcopal?

De manera que el Magisterio compuesto por el Papa y los obispos, es el que determina la dirección y señala el desarrollo de la doctrina social. Como el Magisterio universal está integrado, además del Santo Padre y el Concilio, por los señores obispos, es decir, por el Magisterio episcopal, por los obispos que actúan en sus diócesis particulares y a través de la Conferencias episcopales, su papel, repitamos, es especificar, traducir y actualizar la enseñanza en los aspectos concretos y peculiares de las múltiples y diversas situaciones locales.

Decíamos que es eso lo que hacen nuestros obispos, por medio de la Conferencia episcopal: nos enseñan cómo debemos entender y aplicar la doctrina social en nuestra situación concreta. Ese fue el caso de la Conferencia de Aparecida; allí se reunieron los obispos de América Latina y del Caribe, para examinar la situación de nuestros países y para orientarnos sobre cómo responder a los retos que presenta  a la Iglesia.

De igual manera la Conferencia Episcopal de Colombia, en palabras de su presidente, Monseñor Rubén Salazar Gómez,, – como Iglesia, -analiza la realidad dado que tiene el reto de ser hoy “luz y sal, signo e instrumento, casa y escuela en la sociedad colombiana”.[3]

Las Asamblea Episcopal

En su discurso de apertura de la Asamblea Plenaria del Episcopado, el pasado 9 de febrero (2009), su presidente Monseñor Rubén Salazar Gómez / nos explicó que la Iglesia analiza la realidad de Colombia, como parte de su misión. Leamos unas líneas del discurso de Mons. Rubén Salazar, que nos ilustran muy bien sobre el papel de la Iglesia en la formación de la D.S. Dijo que en el ser y quehacer de la Iglesia se encuentra la tarea de “iluminar la realidad para que el pueblo cristiano pueda ser fermento de transformación en un mundo en profundos y rápidos cambios.”.

Aseguró que dada la complejidad de la realidad, los obispos tratarían, en esa reunión, de descubrir los mecanismos internos de los acontecimientos que vivimos, de ver su interrelación, sus causas, sus antecedentes históricos, su proyección hacia el futuro. Pero sin perder nunca de vista que es el ser humano el único objeto de” la preocupación de Iglesia.

“Si analizamos los fenómenos económicos y políticos, añadió, – si nos entretenemos en descifrar la cultura y las vivencias religiosas es porque queremos comprender a una persona: al hombre y la mujer que viven, aman y luchan en este territorio de nuestra Patria”, dijo el—Presidente—de—la–CEC.Y—continuó diciendo que confía en que la Iglesia Católica en Colombia/ pueda “contribuir de manera eficaz a la superación de las crisis, a la solución de los problemas, al encuentro de los caminos que debemos recorrer como nación y patria, a construir juntos una sociedad más justa y fraterna, a alcanzar la paz sobre la base sólida de la verdad sobre el ser humano, su inalienable dignidad, sus inviolables–derechos…”.

Repercusiones políticas de las intervenciones de la Iglesia

Como las intervenciones de la Iglesia pueden tener repercusiones políticas, así nos explicó Mons. Salazar Gómez lo que persigue la Iglesia con el análisis de la realidad de nuestro país y con las directrices de acción que nuestros obispos nos impartan. Nos recordó que la tarea de la Iglesia tiene repercusiones

“profundamente políticas si se entiende por esto la contribución decidida al bien común, a la construcción de lo público, a la consecución de la equidad y de la justicia, a la consolidación de las instituciones democráticas que conforman el Estado social y de derecho, al fortalecimiento del diálogo y la concertación en una sociedad atormentada por el conflicto social, a la búsqueda y el hallazgo de nuevas formas de desarrollo para alcanzar una efectiva justicia social, al acercamiento entre las partes en disputa, a la superación de todo lo que nos separa y enfrenta para encontrar todo lo que nos une y hermana. En una palabra, a la construcción de la paz, que, para Colombia, ha sido una realidad esquiva pero anhelada y, hoy más que nunca, sentida como necesaria”.

Las palabras que siguen son muy importantes, para comprender las repercusiones políticas que pueden seguir a la acción de la Iglesia. Aclaró Mons. Rubén Salazar que

la Iglesia no cumple esta tarea como lo puede hacer un partido político o una organización no gubernamental. “Lo hace como luz y sal, como signo e instrumento de salvación, como casa y escuela de comunión. Y lo hace con la conciencia clara de que su cometido es llegar al ser humano en su realidad integral. Por esto, nuestra mirada se dirige a todos y cada uno de los colombianos”, dijo.

Terminada la Asamblea, los señores obispos comunicaron que el fruto de esta reflexión y análisis lo entregarán más tarde en un documento extenso, a los agentes de pastoral, a los dirigentes del mundo político, cultural y económico y a todos los colombianos preocupados de saber qué piensa y qué propone la Iglesia, para responder a los desafíos de la hora presente.

Angustias y signos de esperanza

En su comunicado nuestros obispos nos participan su preocupación y al mismo tiempo la esperanza con que ven al país. Dicen que

les angustia el permisivismo moral, la inequidad y la injusticia social, el desempleo y la pobreza, los conflictos sociales, las violaciones de los derechos humanos, el conflicto armado, el horror del secuestro y el sufrimiento que ocasiona a las víctimas y a sus familias, el narcotráfico, la corrupción y el enriquecimiento ilícito, la crisis mundial de la economía, la falta de formación y de participación de los católicos / en los procesos de construcción de un país más democrático y más próspero.

A continuación, los señores obispos de Colombia señalan los signos de esperanza que se observan en medio de la angustia de los males que acaban de enunciar. Ven signos de esperanza

En las movilizaciones ciudadanas para rechazar el secuestro y la violencia, en la incursión de las generaciones jóvenes en puestos de comando, en el papel activo de la mujer en la Iglesia y en la sociedad, en el aprovechamiento de los mecanismos de participación consagrados por la Constitución Nacional, en la superación del odio político que inició el largo y doloroso via crucis de la Violencia en Colombia.

¿A qué se comprometen nuestros obispos?

Y luego, los señores obispos expresan a qué se sienten comprometidos, después del análisis de la realidad de nuestro país. Estas son sus palabras:

En el diálogo sobre la realidad, pudimos ver con claridad el compromiso y la misión que tenemos / de consagrarnos y empeñarnos a fondo / en la búsqueda de la paz, en la lucha contra la pobreza, contra la injusticia en todas sus formas, contra la violencia que nos roba la vida de los seres queridos.

De manera que podemos esperar una consagración a fondo, de la Iglesia, en la búsqueda de la paz, en la lucha contra la pobreza, contra la injusticia en todas sus formas, contra la violencia. ¿Y cuál es la decisión del episcopado de Colombia, de modo concreto, ante esta situación? Expresan su decisión, al concluir la Asamblea, de estar en adelante mucho más cerca de los desplazados, de las familias de los secuestrados, de las víctimas de la violencia, de todos los marginados, a quienes nos proponemos llevar un mensaje de solidaridad y el ofrecimiento de nuestra vocación de servicio.

Si los católicos todos, no comprendemos estas palabras de nuestro obispos, como un llamamiento a ser más solidarios con los hermanos que sufren, los obispos solos no podrán hacer realidad su compromiso. Todos somos Iglesia. Sin el trabajo de todos, las palabras de nuestros obispos se quedarán en un bello mensaje de solidaridad, sólo en palabras. Quizás por eso, el mensaje episcopal continúa así:

El país que soñamos tenemos que construirlo entre todos. Y dicen cuál es su disposición: Los Obispos, después de esta Asamblea, nos sentimos en disposición de introducir en los planes de trabajo, programas y acciones que nos permitan, de verdad, ser para nuestros hermanos luz que ilumine y aliados creíbles en la tarea de consolidar un estado social de derecho en el que todos nos sintamos igualmente amparados y protegidos.

Como creyentes, con la esperanza que nos da Jesucristo Resucitado, el mensaje de nuestros Obispos termina así:

Conscientes del momento difícil que atraviesa Colombia, y sintiendo en carne propia el efecto de los conflictos y contradicciones, hacemos una opción decidida por la esperanza, con la certeza de que el Señor Jesús que camina a nuestro lado, nos ayudará a construir entre todos un país más amable, más justo, más fraterno y solidario.

Vimos en qué forma los Obispos de Colombia, reunidos en Asamblea, se manifiestan como nuestros maestros. Son el Magisterio episcopal, que cumple con su misión de especificar, traducir y actualizar la enseñanza de la Iglesia, en los aspectos concretos y peculiares de las múltiples y diversas situaciones locales, es decir, de nuestro país, siguiendo la dirección que determina el Magisterio universal, compuesto por el Papa y el episcopado de toda la Iglesia, que señala el desarrollo de la doctrina social.

Creo que con este ejemplo vivo, actual, del papel que desempeña el episcopado, como parte del Magisterio, acabamos de comprender la manera como se desarrolla la D.S.I. Esperamos ahora el documento extenso que anuncian nuestros Obispos. Allí comunicarán el fruto de su reflexión y análisis y sabremos qué piensan y qué proponen concretamente ellos para responder a los desafíos que hoy nuestro país presenta a la Iglesia y a todas las personas de buena voluntad.


[2] Lumen Gentium 24-25

[3] Al inaugurar la 86ª Asamblea Plenaria del Episcopado, en Bogotá, el 9 de febrero de 2009.