Reflexión 116 Desarrollo para el hombre (II)

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Desarrollo para el hombre (II)

Sigamos reflexionando sobre el tema del desarrollo económico visto con los ojos de la fe cristiana, o dicho de otra manera, vamos a seguir nuestra reflexión sobre la dimensión humana del desarrollo.

Formar nuestra conciencia

Es bueno recordar que la D.S.I. no ofrece orientaciones técnicas en asuntos como la economía o la política, sino que nos enseña a mirar con los ojos del Evangelio esos campos, que tienen que ver con la persona humana, La Iglesia nos ayuda así a formar nuestra conciencia, para que las decisiones que tomemos en áreas de nuestra vida, como la política o la economía, estén de acuerdo con nuestra fe católica, es decir, de acuerdo con el Evangelio. La D.S.I. nos proporciona criterios y principios para formar nuestra conciencia.

Hemos estado siguiendo la ponencia que el P. Sergio Bernal, S.J. presentó sobre la dimensión humana del desarrollo, en el IV Congreso Nacional de Reconciliación, organizado por el Secretariado de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal. El P. Bernal hace un recorrido del pensamiento de la Iglesia, comentando en particular la encíclica Populorum progressio, de Pablo VI y también los aportes que sobre el desarrollo hicieron Pío XII, Juan XXIII y Juan Pablo II.

En la reflexión anterior vimos que Juan Pablo II continuó sus enseñanzas sobre el desarrollo económico en la misma línea que Pablo VI siguió en su encíclica Populorum Progressio. El magisterio de Juan Pablo II estuvo marcado por un profundo sentido social. Repasemos brevemente lo que a este respecto vimos la semana pasada.

Nuestra vocación al desarrollo

Juan Pablo II nos enseñó que el desarrollo es la vocación de la humanidad, que el ser humano, por ser creado a imagen de Dios, no está llamado a la pasividad; no ha sido creado, por así decir, inmóvil y estático, sino que debe ser actor del desarrollo y es responsable de que se realice según los planes de Dios. Esto quiere decir que, en el desarrollo visto con ojos cristianos, la persona humana debe ser el agente, el actor, el que lo dirige y al mismo tiempo debe ser el destinatario del desarrollo. El desarrollo debe ser en servicio de la humanidad. Recibimos el universo para el bien del ser humano, somos sus administradores y tendremos que dar cuenta de nuestra administración. El bien del ser humano no consiste sólo en poseer bienes materiales.

Juan Pablo II nos dijo en su encíclica Sollicitudo rei socialis (La preocupación social de la Iglesia), que la mera acumulación de bienes y servicios, (…) no basta para proporcionar la felicidad humana. Ni, (…) la disponibilidad de múltiples beneficios reales, aportados en los tiempos recientes por la ciencia y la técnica, incluida la informática, traen consigo la liberación de cualquier forma de esclavitud. Al contrario, la experiencia de los últimos años demuestra que si toda esta considerable masa de recursos y potencialidades, puestas a disposición del hombre, no es regida por un objetivo moral y por una orientación que vaya dirigida al verdadero bien del género humano, se vuelve fácilmente contra él para oprimirlo.

De manera que la vocación del ser humano al desarrollo, al progreso, no se puede convertir en un fin en sí mismo, pues la mera acumulación de bienes y servicios no basta para proporcionar la felicidad humana. Si todos los recursos y progresos de la ciencia y la técnica, no se orientan al verdadero bien del género humano, acaban por volverse contra él para oprimirlo. El verdadero bien del género humano no es tener más, sino ser más. No en vano se suele hablar del la esclavitud del dinero, por ejemplo. No es más quien posee más dinero; puede ser menos. También se menciona ahora la esclavitud del trabajo. Cuántos no trabajan para vivir y progresar personalmente y con la familia, sino que viven para trabajar, para, por su medio, adquirir poder y dominar.

Dios creó el universo para compartirlo con los seres humanos

 

Algo interesante sobre lo que reflexionamos la semana pasada fue que, como también nos enseña Juan Pablo II en el N° 29 de Sollicitudo rei socialis,

El hombre, (…) al ser imagen de Dios, tiene una verdadera afinidad con El. Según esta enseñanza, el desarrollo no puede consistir solamente en el uso, dominio y posesión indiscriminada de las cosas creadas y de los productos de la industria humana, sino más bien en subordinar la posesión, el dominio y el uso a la semejanza divina del hombre y a su vocación a la inmortalidad.

Hablando en un lenguaje sencillo, la persona humana que trabaja por el progreso y el desarrollo, lo debe hacer a imitación del Creador. No para usar, dominar y poseer las cosas creadas, sino para compartirlas. Dios creó el universo para compartirlo con los seres humanos. Nosotros, debemos subordinar la posesión, el dominio y el uso de la creación y los productos de la creatividad y esfuerzo del ser humano, al fin para el que fuimos criados, y para compartirlos. Nuestra vocación es de eternidad, no de eterna permanencia en la tierra.

 

El desarrollo no se origina en las aulas de la universidad

 

Vimos también en nuestra reflexión de la semana pasada, que el desarrollo no es un invento moderno de las teorías económicas. Ya estaba inventado en el Génesis, cuando Dios dijo a la humanidad: Creced y multiplicaos. Creced significa progresad, perfeccionaos, creced como seres humanos criados a imagen y semejanza mía. El desarrollo no tiene origen en las aulas de la universidad. Lo que hacen las ciencias económicas, es presentar el desarrollo, que es propio de la vocación de la persona humana, con los ojos de las ciencias socioeconómicas. Cuando se les olvidan los planes de Dios lo hacen mal y lo pagan, con el deterioro de su calidad de vida, los seres humanos.

Las siguientes palabras las leímos la semana pasada y son también de Juan Pablo II, quien nos enseña cuál es la tarea que nos encomendó el Creador:

 

La tarea es « dominar » las demás criaturas, « cultivar el jardín »; pero hay que hacerlo en el marco de obediencia a la ley divina y, por consiguiente, en el respeto de la imagen recibida, fundamento claro del poder de dominio, concedido en orden a su perfeccionamiento (cf. Gén 1, 26-30; 2, 15 s.; Sab 9, 2 s.)

 

¿Cómo nos aproximamos a la crisis financiera mundial?

 

Como nos enseñó el P. Sergio Bernal en la conferencia que venimos comentando, Coincidimos con muchas preocupaciones del mundo actual, pero nos distanciamos también mucho de ellas en la forma de aproximarnos a ellas. Los economistas que dirigen el mundo de los negocios se aproximan, por ejemplo, a la actual crisis financiera, con una mirada fría y su esfuerzo se dirige a salvar al sistema financiero, al mundo capitalista, no tanto se esfuerzan por salvar al hombre, porque si así fuera, pensarían más en cómo derrotar el hambre y la pobreza y en cómo ayudar a los que, por la crisis, pueden perder su vivienda. Para los que se han olvidado de que son sólo administradores de los bienes que Dios creó para todos, esos bienes, la riqueza, se convierten en un fin en sí mismos, y no tratan de ordenarlos al bien de la humanidad; les parece bien ordenarlos al bien de ellos mismos y de una fracción de la humanidad.

Al final del programa pasado, alcanzamos a mencionar el pensamiento de Juan Pablo II, como lo presentó en su primera encíclica, esa bellísima encíclica llamada Redemptor hominis, (Redentor del hombre). En alguna oportunidad decíamos que la encíclica Redemptor hominis se debería incluir entre las encíclica sociales.

 

Prioridad de la ética sobre la técnica, de la persona sobre las cosas, superioridad del espíritu sobre la materia

 

Esta primera encíclica de Juan Pablo II fue sobre la situación del hombre en el mundo contemporáneo. Dice allí Juan Pablo II, en el N° 16:

(…) la situación del hombre en el mundo contemporáneo parece distante / tanto de las exigencias objetivas del orden moral, como de las exigencias de la justicia o aún más / del amor social. No se trata aquí más que de aquello que ha encontrado su expresión en el primer mensaje del Creador, dirigido al hombre en el momento en que le daba la tierra para que la «sometiese». Este primer mensaje quedó confirmado, en el misterio de la Redención, por Cristo Señor. Esto está expresado por el Concilio Vaticano II en los bellísimos capítulos de sus enseñanzas sobre la «realeza» del hombre, es decir, sobre su vocación a participar en el ministerio regio —munus regale— de Cristo mismo. El sentido esencial (…) de este «dominio» del hombre sobre el mundo visible, asignado a él como cometido por el mismo Creador, consiste en la prioridad de la ética sobre la técnica, en el primado de la persona sobre las cosas, en la superioridad del espíritu sobre la materia.

Por lo menos una de las causas de la situación de injusticia en que se vive en el mundo, es que damos más importancia a tener que a ser. Se dedica el esfuerzo sólo al desarrollo material, no al desarrollo integral del ser humano. Se dedica mayor esfuerzo a poseer, sin importar los medios que se empleen, que a perfeccionarse como personas, más esfuerzo en tener que en ser. Dijo Juan Pablo II en el mismo número 16 de la Redemptor hominis:

Se trata del desarrollo de las personas y no solamente de la multiplicación de las cosas, de las que los hombres pueden servirse. Se trata —como ha dicho un filósofo contemporáneo y como ha afirmado el Concilio— no tanto de «tener más» cuanto de «ser más». En efecto, existe ya un peligro real y perceptible de que, mientras avanza enormemente el dominio por parte del hombre sobre el mundo de las cosas; de que este dominio suyo pierda los hilos esenciales, y de diversos modos su humanidad esté sometida a ese mundo, y él mismo se haga objeto de múltiple manipulación, aunque a veces no directamente perceptible, a través de toda la organización de la vida comunitaria, a través del sistema de producción, a través de la presión de los medios de comunicación social .

 

Una verdadera conversión de las mentalidades y de los corazones

 

Como hemos afirmado más de una vez, para que el mundo cambie y se guíe en sus relaciones con los demás por la justicia social, que se fundamenta en el Evangelio, es necesaria una conversión de todos; de los políticos, de los economistas, de los empresarios, y también de los trabajadores; de todos nosotros. La reflexión anterior la terminamos con estas líneas de la encíclica Redemptor hominis, de Juan Pablo II, en el N° 16:

 

No se avanzará / en este camino difícil de las indispensables transformaciones de las estructuras de la vida económica, si no se realiza una verdadera conversión de las mentalidades y de los corazones.

 

Alienación por el superdesarrollo, el consumismo, el desequilibrio entre el crecimiento tecnológico y el progreso moral

 

En su conferencia el P. Sergio Bernal continuó así:

 

El gran riesgo hoy día es el que el desarrollo escape al control y, en lugar de estar al servicio del hombre, termine alienándolo y ello debido, sobre todo, a dos causas principales: el llamado súper desarrollo que conduce al consumismo y el desequilibrio entre el crecimiento tecnológico y el necesario paralelo progreso moral.

 

La gran intuición de Juan Pablo II fue la del desafío de una antropología equivocada, propia de la ideología neoliberal, según la cual la persona se reduce a una única dimensión: la económica y sirve a la sociedad solamente en su capacidad de productor y consumidor. La misma sociedad es vista como una inmensa red de transacciones económicas. La cultura resultante termina alienando a hombres y mujeres.

 

Sobre el correcto entendimiento del concepto “alienación” nos había instruido Juan Pablo II en la encíclica Centesimus annus. En el marxismo se hablaba mucho de la alienación del hombre, pero su idea la fundamentaban sólo en el materialismo. Como recordamos, alienarse es lo mismo que perder la propia identidad, perder la manera natural de ser. En el caso del ser humano, alienarse es deshumanizarse, en particular, al alienarse, el individuo deja de ser una persona libre.

 

El marxismo sostenía que sólo en una sociedad de tipo colectivista, estatizada, se podría erradicar la alienación. Es decir que sólo en una sociedad estatizada, colectivizada, el ser humano podía encontrar su verdadera identidad de ser humano.

 

¿Cuándo y cómo se aliena el ser humano?

 

Juan Pablo, en esta encíclica Centesimus annus, demostró que el comunismo con su sociedad colectivizada, no sólo no erradicó la alienación, sino que más bien la incrementó. Bien sabemos que el hombre en esa sociedad comunista, era tratado inhumanamente. Además, demostró el Papa que en la sociedades occidentales de tipo capitalista, tampoco se ha erradicado la alienación; – para entender mejor el término, llamémosla “deshumanización”, – porque también en las sociedades capitalistas existen muchas formas de explotación de la persona humana. Se trata a las personas como medios, – es decir, se trata al hombre como un mero instrumento, -se pretende que sea la economía de mercados la única norma, sin considerar que la economía y los mercados deben servir al hombre y no a la inversa. Está alienado el ser humano cuando es tratado como un instrumento, como un medio, para producir y consumir.

 

Juan Pablo ilumina en Centesimus annus el concepto de alienación desde la concepción cristiana, haciéndonos ver que cuando hay alienación de la persona humana ,se invierten los medios y los fines. Nos dice el Santo Padre en el N° 41 de Centesimus annus que está alienado el hombre,

 

cuando no reconoce el valor y la grandeza de la persona en sí mismo y en el otro, se priva de hecho de la posibilidad de gozar de la propia humanidad y de establecer una relación de solidaridad y comunión con los demás hombres, para lo cual fue creado por Dios. En efecto, es mediante la propia donación libre como el hombre se realiza auténticamente a sí mismo, y esta donación es posible / gracias a la esencial «capacidad de trascendencia» de la persona humana.

 

El hombre no puede darse a un proyecto solamente humano de la realidad, a un ideal abstracto, ni a falsas utopías. En cuanto persona, puede darse a otra persona o a otras personas y, por último, a Dios, que es el autor de su ser y el único que puede acoger plenamente su donación.

 

Se aliena el hombre que rechaza trascenderse a sí mismo y vivir la experiencia de la auto donación y de la formación de una auténtica comunidad humana, orientada a su destino último que es Dios. Está alienada una sociedad que, en sus formas de organización social, de producción y consumo, hace más difícil la realización de esta donación y la formación de esa solidaridad interhumana.

 

La Palabra es la fuente del conocimiento del hombre

 

Recordemos que la fuente de la comprensión del hombre, – eso es lo que trata de hacer la antropología, – la fuente de la comprensión del ser humano es la Palabra. De Dios, a través de su Palabra, ha recibido la Iglesia su comprensión del hombre y del mundo. De esa verdad, recibida de Dios, la Iglesia ha elaborado su propia antropología, es decir su comprensión de la realidad del ser humano, la antropología cristiana. Nosotros no podemos comprender a la persona humana por fuera de la concepción cristiana, con su doble dimensión: terrena y celestial, material y espiritual, temporal y eterna. Nuestra comprensión de la persona humana en su doble dimensión exige de nosotros un compromiso único y coherente. Nos comprometemos con la persona humana como un ser con necesidades materiales y espirituales; con ambas.

 

Nos dice el P. Sergio Bernal que Juan Pablo II, consecuente con la preocupación por la recta antropología, expone la idea de que

 

el principal recurso para el desarrollo es la persona misma, por encima de la tierra y de otros medios de producción, la persona con su capacidad de trabajar, estableciendo con la tierra formas siempre nuevas de relación / que hoy son caracterizadas por la propiedad del conocimiento, de la técnica y del saber que son propias del trabajo humano. Se trata de la capacidad empresarial que desemboca en la creación de comunidades de trabajo. Para Juan Pablo II / trabajar es trabajar con los demás y para los demás. Pero no todas las personas pueden desarrollar sus capacidades y así, en palabras del Papa, el desarrollo pasa por encima de su alcance porque el conocimiento, la forma de propiedad más importante para el desarrollo, se convierte en monopolio de unos pocos.

 

El Conocimiento, la propiedad más importante

 

Que el conocimiento es la forma de propiedad más importante para el desarrollo, dice Juan Pablo II. Y anota que el conocimiento está monopolizado por unos pocos. También el concepto de empresa como comunidad es muy importante. No se suele mirar así, y menos ahora, cuando los nuevos contratos de trabajo han cambiado la relación trabajador-empresa. Ya la vinculación con la empresa es débil y sin garantía ninguna de estabilidad.

 

La Empresa: comunidad de personas no sólo sociedad de capitales

 

Es interesante observar que hasta hace pocos años, al área de las empresas que se encargaba de la administración del personal la llamaban Recursos Humanos. Alguna escuela de administración, creo que fueron los japoneses, empezaron a dudar de lo acertado del término, pues el personal no se puede equiparar a otra clase de recursos, como los recursos financieros o los recursos físicos. Se intentaron varios nombres para el área de personal. Algunos la llamaban Talento Humano o Capital Humano. Juan Pablo II, también en la encíclica Centesimus annus, observa que

 

La empresa no puede considerarse única mente como una «sociedad de capitales»; es, al mismo tiempo, una «sociedad de personas», en la que entran a formar parte de manera diversa / y con responsabilidades específicas / los que aportan el capital necesario para su actividad y los que colaboran con su trabajo.

 

Volvamos al tema concreto del desarrollo económico, a su rostro humano. Dice el P. Sergio Bernal, que Juan Pablo II desarrolla ampliamente el concepto del desarrollo solidario, complementando así la Populorum progressio de Pablo VI. Dice el P. Bernal:

 

La frustración por la posesión de bienes imperfectos

 

Hemos visto un progreso extraordinario en la creación de bienes, riqueza, tecnologías, servicios, pero, desafortunadamente los beneficiarios de estos bienes son unos pocos, los cuales, a su vez, sin darse cuenta, precisamente por ese desequilibrio en la distribución, terminan siendo víctimas de este crecimiento, pues cada día se encierran más en sí mismos en un proceso de continua alienación, de insatisfacción al no poder seguir la velocidad del progreso y al constatar, por esta razón, que, cuando creen haber alcanzado la felicidad mediante la posesión de los bienes, se encuentran frustrados por la aparición de otros, tal vez más perfectos.

 

Como hemos visto, el verdadero desarrollo tiene que ser el de todos los hombres destinados a realizarse también mediante el uso de los bienes. Se trata de la solidaridad, que el Papa presenta como una virtud cristiana. Esta virtud debe acompañar la producción y el consumo, y, de manera particular, la colaboración entre los países, en la cual, la meta no puede reducirse a los bienes materiales, sino que debe considerar a la persona integralmente entendida, como el beneficiario primario de la colaboración.

 

El Desarrollo, un desafío moral

 

Otro principio del desarrollo con relación a la solidaridad es la necesidad de promover valores que beneficien verdaderamente a los individuos y a la sociedad. No basta con ponerse en contacto y ayudar a quienes padecen necesidad. Hemos de ayudarles a descubrir los valores que les permitan construir una nueva vida y ocupar con dignidad y justicia su puesto en la sociedad. Todos tienen derecho a aspirar y a lograr lo que es bueno y verdadero. Todos tienen derecho a elegir aquellos bienes que mejoran la vida; y la vida en la sociedad no es en modo alguno algo moralmente neutro. Las opciones sociales implican consecuencias que pueden promover o degradar el verdadero bien de la persona en la sociedad (Mensaje…, 1987.6).

 

El desarrollo aparece así, como un desafío moral, no solamente económico y técnico. Esta es la conclusión a que se llega desde el misterio de la Encarnación del Verbo y el plan divino de reconciliar en Cristo todas las cosas. La Ilustración proponía un progreso indefinido / finalizado a sí mismo y hecho posible por ese súper hombre que resultaba de la liberación de toda ley superior. Respondiendo a ese desafío histórico que poco a poco va resucitando en nuestros días, el Papa responde magistralmente:

 

El compromiso cristiano de orientar el desarrollo

 

El sueño de un « progreso indefinido » se verifica, transformado radicalmente por la nueva óptica que abre la fe cristiana, asegurándonos que este progreso es posible solamente porque Dios Padre ha decidido desde el principio hacer al hombre partícipe de su gloria en Jesucristo resucitado, porque « en él tenemos por medio de su sangre el perdón de los delitos » (Ef 1, 7), y en él ha querido vencer al pecado y hacerlo servir para nuestro bien más grande, que supera infinitamente lo que el progreso podría realizar.

 

Podemos decir, pues, —mientras nos debatimos en medio de las oscuridades y carencias del subdesarrollo y del superdesarrollo— que un día, cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad » (1 Cor 15, 54), cuando el Señor « entregue a Dios Padre el Reino » (Ibid.,15,24), todas las obras y acciones, dignas del hombre, serán rescatadas (SRS 31).

Es por este motivo / por el cual la Iglesia siente ser su deber ocuparse de la problemática del desarrollo y quiere invitar a los cristianos a comprometerse en su orientación.

 

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

 


 

Cf Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 30

Cf Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 28

Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 10; 36: AAS 57 (1965) 14-15; 41-42. En el N° 34 dice: Cristo Jesús, Supremo y eterno sacerdote porque desea continuar su testimonio y su servicio por medio de los laicos, vivifica a éstos con su Espíritu e ininterrumpidamente los impulsa a toda obra buena y perfecta. En el N° 36: (…) el Señor desea dilatar su Reino también por mediación de los fieles laicos; un reino de verdad y de vida, un reino de santidad y de gracia, un reino de justicia, de amor y de paz, en el cual la misma criatura quedará libre de la servidumbre de la corrupción en la libertad de la gloria de los hijos de Dios (cf. Rom 8,21). Grande, realmente, es la promesa, y grande el mandato que se da a los discípulos. “Todas las cosas son vuestras, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios” (1 Cor 3,23).

Cf. Conc. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 35: AAS (1966) 1053; Pablo VI, Discurso al Cuerpo diplomático, 7 enero 1965: AAS 57 (1965) 232; Enc. Populorum progressio, 14: AAS 59 (1967) 264.

Cfr Reflexión N° 50, en este blog, Juan Pablo II, Centesimus annus, N° 41

Cf en este blog la Reflexión 107, del 21 de agosto, 2008: Naturaleza de la Doctrina Social: un conocimiento iluminado por la fe.

En la Revista SEÑALES, La Revista Latinoamericana, el jueves 02 de octubre, 2008, en un curioso artículo titulado “ Cómo el Cristianismo creó el Capitalismo, su autor Peter Müller dice: El Papa Juan Pablo II subraya en su Encíclica Centesimus Annus, que la mayor causa de las riquezas de las naciones proviene del conocimiento, la ciencia, el know how y los descubrimientos llamados “capital humano”. Ser letrados y  estudiosos eran los principales motores de los monasterios medievales: el capital humano, la moral y el intelecto, fueron sus principales ventajas. Hace mil años, había solo unos doscientos millones de personas en el mundo, la mayoría de ellos vivían en una pobreza desesperante, bajo gobiernos tiránicos, expuestos a epidemias descontroladas y desórdenes civiles. El desarrollo económico ha hecho posible el sustento de mas de seis billones de personas a un nivel considerablemente más alto que hace mil años y con una esperanza de vida tres veces mayor.

Cf Juan Pablo II, Centesimus annus, 43

Cf Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 31