Reflexión 41 Jueves 14 de diciembre 2006

Compendio de la D.S.I. Nº 44

 

Nuestra relación con la Naturaleza

De San Ignacio de Loyola y Teresa de Ávila a Teilhard de Chardin

 

En la reflexión pasada comenzamos el estudio del Nº 44 del Compendio de la D.S.I.. Veíamos allí que el amor cristiano no sólo incluye a nuestros hermanos los hombres, sino que va todavía más lejos: se extiende a nuestras relaciones con el universo, pues Dios ama a todas las criaturas salidas de sus manos. Dice así:

También la relación con el universo creado y las diversas actividades que el hombre dedica a su cuidado y transformación, diariamente amenazadas por la soberbia y el amor desordenado de sí mismo, deben ser purificadas y perfeccionadas por la cruz y la resurrección de Cristo.

El hombre, redimido por Cristo y hecho, en el Espíritu Santo, nueva criatura, puede y debe amar las cosas creadas por Dios. Pues de Dios las recibe y las mira y respeta como objetos salidos de las manos de Dios.

 

Recordemos dónde estamos

 

Habíamos empezado a meditar sobre nuestra relación con el universo creado. Como nuestra relación con el universo creado y todas nuestras actividades humanas están amenazadas por la soberbia y el amor desordenado a nosotros mismos, nosotros, nuestras actividades, nuestra relación con el universo, tienen que ser purificadas y perfeccionadas por la cruz y la resurrección.

Podemos decir que la construcción del Reino de Dios, que se consumará al final, también incluye la restauración de todo el universo creado y nuestras actividades humanas tienen que ser purificadas, ordenadas, de manera que se restablezca el equilibrio roto por el pecado.

Por eso hay que llevar la Buena Nueva a todos los rincones: hay que purificar y perfeccionar la política, la economía, la administración de la justicia, el manejo de los mercados, de los medios de comunicación, hay que santificar a la familia, nuestras relaciones laborales, nuestras relaciones con la Iglesia, nuestras relaciones internas en los grupos apostólicos; hay que administrar como Dios quiere la naturaleza,  de ahí la importancia de la ecología.

Hacemos tantos daños, porque estamos todos, todos los días, amenazados por la soberbia y el amor desordenado a nosotros mismos. Necesitamos una permanente conversión. Cuando algo nos está saliendo mal en nuestra relación con los demás o con el mundo, en vez de echar primero la culpa a los otros, nos deberíamos preguntar si nuestra soberbia y el desordenado amor a nosotros mismos tendrá también alguna responsabilidad.

La nueva criatura que deberíamos ser después del bautismo, sigue acosada por el hombre viejo, que es soberbio. No olvidemos que el gran pecado de origen fue de soberbia: querer ser como Dios. Y como somos simples criaturas, limitados, no somos ni podemos ser Dios. Por su misericordia infinita somos hijos de Dios, nuevas criaturas, participamos de su vida, por la gracia, y nos deberíamos comportar como hijos de tal Padre.

Cuando maltratamos a los hijos de Dios, nuestros hermanos, cuando faltamos a la caridad, estamos maltratando a alguien a quien Dios ama; cuando maltratamos a la naturaleza, también maltratamos algo que salió de las manos de Dios. Nos dice la Iglesia que Dios mira y respeta las criaturas salidas de sus manos y que Él las ama. Y tratándose de los seres humanos, sabemos que de tal manera los ama Dios, que por ellos entregó a su Hijo unigénito. Dios los ama y los respeta, y nosotros nos atrevemos a irrespetarlos…

Insistamos; se trata, en primer lugar del amor y el respeto a nuestros hermanos los hombres, y se trata además del respeto a la creación completa. Así siguen las enseñazas del Compendio en el mismo número 44:

Dándole gracias por ellas al Bienhechor y usando y gozando de las criaturas en pobreza y con libertad de espíritu, entra de veras en posesión del mundo como quien tiene y es dueño de todo: “Todo es vuestro; vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios ( 1 Co 3,22-23).

De manera que según esta enseñanza de la Iglesia, el uso de las criaturas por el hombre debe ser: dándole gracias a Dios, en pobreza y con libertad de espíritu. Sin considerarnos sus dueños absolutos, sin apegarnos a ellas de manera que nos alejen de Dios, que es el único dueño. Es de gran profundidad esta consideración de la naturaleza como algo que viene de Dios, que es de Dios, y que al final de los tiempos se ordenará a Cristo, Rey del Universo.

 Dedicamos buena parte del programa pasado, a considerar que, a darle gracias a Dios por la naturaleza, nos enseña la Sagrada Escritura, y que a ese agradecimiento han sido especialmente sensibles los santos. Algunos de ellos en particular, se distinguieron por su relación amorosa con las demás criaturas. Contemplamos por eso el Canto a las criaturas de los tres jóvenes, condenados a morir por la fe, como aparece en el Libro de Daniel. También reflexionamos sobre el amor de San Francisco a la naturaleza, y su cercana relación con los animales, pues nadie como los santos, nos puede enseñar cómo debe ser nuestra relación con el universo.

 

San Ignacio de Loyola y el amor

En este camino llegamos hoy a San Ignacio de Loyola. San Ignacio termina sus Ejercicios Espirituales con una meditación que él llama, Contemplación para alcanzar amor.[1] El tema es ese: el Amor. Vamos a ver cómo, a través de la contemplación de la naturaleza, como lo hacía San Francisco, también San Ignacio nos enseña que podemos acercarnos a Dios, comprender su inmenso amor por nosotros, y nos hace poner los pies sobre la tierra y reflexionar sobre cuál debe ser la respuesta práctica nuestra, a tanto amor. Por eso San Ignacio comienza esta meditación, con dos advertencias que deberíamos tener siempre presentes:

La primera, es que el amor se debe poner más en obras que en palabras. Es que es muy fácil amar de palabra, pero cuánta falsedad hay a veces detrás…Por eso San Ignacio añade una segunda advertencia.

La segunda advertencia, dice,  es que el amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene, o de lo que tiene y puede, y así, por el contrario, el amado al amante…

En todas las meditaciones según el método de San Ignacio, al comenzar se hace una oración preparatoria, que es una petición de acuerdo con la materia que se va a meditar. En la Contemplación para alcanzar amor, nos sugiere San Ignacio que pidamos conocimiento interno de tanto bien recibido, para que al reconocerlo, podamos en todo amar y servir a su divina majestad. La correspondencia al amor de Dios, que San Ignacio propone, es en todo amar y servir a su divina majestad.

San Ignacio es muy consecuente con lo que propone: nos lleva a meditar en el amor de Dios por nosotros, trayendo a la memoria los bienes que Dios, nuestro Amante, nos ha dado, y nos llevaa decidir cómo vamos a responder de modo congruente. Y puesto que el amor se debe poner más en obras que en palabras, nos propone como respuesta, amar y servir a Dios. En todo amar y servir a su divina majestad, en palabras de San Ignacio. Es darle de lo que tenemos y podemos: nuestro servicio…

Inmediatamente se nos viene a la memoria que, según la Escritura, como leemos en San Juan,[2] la única manera de probar que amamos a Dios es amando a nuestros hermanos. De modo que tendríamos que decir que amar y servir a nuestros hermanos, es una demostración de nuestro amor y servicio a Nuestro Señor. Si no amamos, si no servimos a nuestros hermanos, no tenemos argumentos, para probar que amamos y servimos a su divina majestad.

Pero, a todas éstas, ¿qué tiene que ver esto con nuestra relación con el mundo creado, que es nuestro tema de hoy? Bien, entre los regalos que hemos recibido de Dios, San Ignacio menciona, naturalmente, el haber sido creados, redimidos y los dones particulares que cada uno de nosotros ha recibido; en el 2º punto de la Contemplación para alcanzar amor, se detiene en el don de la creación, y nos lleva a contemplar cómo Dios habita en las criaturas: en los elementos, en las plantas, en los animales, en los seres humanos; cómo Él se manifiesta en la vida vegetal, en la vida animal, en la vida racional, en el hombre. La vida toda, desde la más elemental, en la primera célula, hasta la vida compleja del ser humano, es regalo de Dios.

Pasa luego San Ignacio a proponer que contemplemos cómo Dios trabaja y labora por nosotros en todas las cosas: en los cielos, en las plantas, en los ganados, y cómo todos esos dones vienen de Dios como del sol la luz y de la fuente las aguas…

Lo que espera San Ignacio, es que seamos conscientes del amor inmenso de Dios, reflejado en todo lo que nos rodea, y que correspondamos también con un amor activo, de obras, más que de palabras.

 

Contemplación para alcanzar Amor

 

El P. Hernando Silva, jesuita profesor de la Universidad Javeriana de Bogotá, ofrece en internet una guía para la Contemplación para alcanzar Amor.[3] Tomemos una de sus meditaciones, la que se refiere a cómo actúa Dios en las criaturas y dejémonos guiar por ella. Dice así:

Considerar cómo Dios actúa en todas las cosas. Al fin y al cabo la actividad del universo  no es más que una participación de la actividad de Dios. Hacer las siguientes consideraciones. Cómo actúa Dios

En las estrellas. En el interior de cada una de las estrellas  se suscita una energía equivalente a muchos millones de bombas atómicas. Valiéndose de esa energía, el Señor Dios va sintetizando todos los elementos del universo, desde los gases, como el oxígeno, hasta los metales como el hierro, el cobre o el zinc. Como resultado de esa fusión, cada una de las estrellas lanza al espacio cantidades inimaginables de luz, de calor y de toda clase de radiaciones. El Señor Dios es el que hace todo eso.

Sigue considerando luego cómo actúa Dios

En la tierra. En la tierra la actividad de Dios es enorme: con su oxígeno permite que todos los vivientes respiremos; con su luz y su calor da alimento a las plantas; con las sustancias del suelo las nutre. Él multiplica las células de todos los organismos.

Y cómo actúa Dios en mi cuerpo. El Señor Dios lleva su oxígeno a todas las células de mi organismo, por medio de mi respiración; y, por medio de mi asimilación, nutre mi cuerpo con sus sustancias vitales.

En mis sentidos. Por medio de mis ojos, el Señor Dios lleva a mi cerebro las imágenes de todas las cosas; por medio de mi oído me permite percibir todas las armonías del universo; por mis otros sentidos  puedo percibir aspectos diversos de la realidad; por mi palabra me comunico con los demás y se echan las bases de la sociedad.

En mi inteligencia. El Señor Dios suscita en mi mente todas mis ideas y las combina para formar todas las ciencias. No puedo tener idea alguna sin la colaboración de Dios.

Cómo actúa Dios En el amor. El Señor Dios hace brotar la llama del amor en el pecho de los novios; él une a los esposos y da su amor a los padres y a los hijos. Hasta aquí la consideración del P. Hernando Silva.

San Ignacio nos sugiere una generosa respuesta al amor de Dios que nos ha dado tanto. Nuestra respuesta no puede ser otra, que poner a la disposición de su divina majestad, lo que somos y tenemos y nos la dejó San Ignacio formulada en esa conocida oración Tomad Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, toda mi voluntad….

 

Y la Gran Teresa de Ávila

 

Los grandes santos supieron bien cómo encontrar la acción de Dios en las criaturas: Santa Teresa de Ávila, en el capítulo I de la Quinta Morada, dice que Dios le dio a entender que está “en todas las cosas por presencia y potencia y esencia” y con este conocimiento “se consoló mucho”[4] y en el capítulo II de la misma Morada se entretiene meditando en las maravillas de la fabricación de la seda, por un gusanillo, de manera, dice Santa Teresa, que sólo Él (Dios) pudo hacer semejante invención, y se manifiesta admirada de que ese gusano, que califica de grande y feo, salga del capullo de seda que ha fabricado, convertido en “una mariposa blanca muy graciosa” Y continúa: “Mas si esto no se viese, sino que nos lo contaran de otros tiempos, ¿quién lo pudiera creer? ¿Ni con qué razones pudiéramos sacar, que una cosa tan sin razón como es un gusano y una abeja, sean tan diligentes en trabajar para nuestro provecho, y con tanta industria (…)?. Y luego invita a sus religiosas a “considerar las maravillas y sabiduría de nuestro Dios. ¿Pues qué será –dice – si supiésemos la propiedad de todas las cosas?

Para los santos parece fácil, relacionar todas las cosas y todos los acontecimientos con Dios. Sienten que eso es lo normal, lo natural. En la reflexión anterior recordábamos que a San Francisco de Asís, la fuerza y la solidez inquebrantable de las peñas, lo llevaba a considerar la fortaleza de Dios y cuán potente escudo tenemos en Él. Cuando asentaba un pie sobre las piedras lo hacía con cuidado, porque el pensamiento le volaba a Jesucristo, la Piedra Angular. De la misma manera, al hermano encargado de preparar la leña, le decía que nunca cortase el árbol entero, por amor del que quiso salvarnos en el árbol de la cruz.

Leyendo el Libro de las Moradas, de Santa Teresa, encontramos que su consideración sobre el capullo de seda que fabrica el gusanillo, y se mete allí y crece escondido en él, la lleva a pensar que su “vida está escondida en Cristo, o en Dios, que todo es uno, o que nuestra vida es Cristo (…)” y exclama: ¡que su Majestad mismo sea nuestra morada, como lo es en esta oración de unión, labrándola nosotras! (…) pues digo que Él es la morada, y la podemos nosotras fabricar para meternos en ella”.[5] Sí, todo el mundo está lleno de Dios, pero nos falta fe para verlo.

 

También los Filósofos y los Científicos Creyentes

 

Santo Tomas de Aquino afirma la presencia de Dios en todas cosas de manera más cerebral, como el gran filósofo que fue; dice: Dios debe estar presente en todas las cosas de manera íntima” (Oportet quod Deus sit in ómnibus rebus, et intime”)[6]

 Bajemos ahora de las alturas de los santos, a la tierra de los científicos creyentes. También ellos se han transportado desde la materia, a cuyo estudio han dedicado su vida, para encontrarse con el Autor Supremo. Allí en esa materia ellos han podido descubrir, gracias a la fe, la mano de Dios, el Creador de esa materia.

Una figura fascinante en este campo, es la del P. Pierre Teilhard de Chardin, el conocido jesuita paleontólogo, geólogo, antropólogo, descubridor de secretos de la evolución en las estepas de China.

 

El Camino de Teilhard de Chardin


El Padre Teilhard de Chardin, desde su niñez en las campiñas francesas, empezó a encontrar en el conocimiento y amor a la naturaleza, un camino para amar a Dios y a sus hijos predilectos, los hombres. Antes de ver como pasaba este sabio, de la materia, a Dios, veamos cómo veía en el amor a sus semejantes, una señal del origen divino del hombre. Es interesante encontrar en su correspondencia, que una de sus preocupaciones por mejorar como persona, era lograr ser amable, ser bondadoso.

 

La Bondad, Signo de nuestro Origen Divino

 

A pesar de que quienes trabajaban con el P. Telilhard de Chardin, encontraban en él a una persona sencilla, abierta, amable, a veces en sus escritos manifiesta su preocupación, porque consideraba que una de las fallas en su apostolado, era la falta de amabilidad, que él pensaba, era innata en su temperamento y quería corregir, porque podía alejar a algunas almas del bien que les podría hacer como sacerdote. En alguna ocasión, durante sus Ejercicios Espirituales se pregunta, en sus anotaciones, “por qué señal” le deberían reconocer que su origen es Dios, y responde que primero y ante todo por su amabilidad, por su bondad. Dice en sus notas: 1. Amabilidad, paz, ante todo. 2. Amar mejor, temer menos. 3. Desinterés. Era ésta una de sus preocupaciones, y por lo visto una de sus luchas. Voy a copiar algunas frases de los escritos del P. Teilhard de Chardin, donde se ve la importancia que él daba a la amabilidad, a esa manifestación de la caridad cristiana, que según él, nos debería distinguir como venidos de Dios. Leo de sus escritos:

“Que Nuestro Señor se vea, en todo lo que hacemos, en nuestra bondad y enorme amor, es lo que le pido.” (Año 1915)

“Mi gran necesidad es sumergir mi alma en Él de nuevo, de tal manera que pueda yo tener más fe, más devoción, más amabilidad. (En 1916)

En una carta en 1916, escribió: “No puedo dejar de comprender que mi propia naturaleza se parece más a un taladro que abre un camino para el avance del progreso, que al aceite que lo suaviza.”

“Que el Señor conserve en mi una gran bondad.”

El mismo año 1916 escribió: La amabilidad es nuestra primera fuente de fortaleza, la primera quizás también, de las virtudes visibles. Siempre me he arrepentido de haber mostrado dureza o desprecio, y sin embargo es una agradable tentación.

En una carta desde China, cuando informaba a un amigo sobre su regreso a Francia después de años de ausencia, le decía el P. Teilhard de Chardin: Moralmente, creo que usted me encontrará exactamente el mismo – quizás más amable.

Y este era un personaje de quien los que lo conocieron de cerca decían, que era bueno, bueno más allá de los estándares ordinarios. Y ciertamente amaba a su prójimo en el sentido del Evangelio, porque sabía perdonar.[7]

De manera que el P. Teilhard de Chardin, paleontólogo, y geólogo era también un antropólogo cristiano que entendía a sus hermanos los hombres desde la fe. También su relación con el hombre lo elevaba a Dios. Volvamos ahora al científico de la naturaleza.

Siendo niño, de la mano de su padre aprendió Pièrre a descubrir la belleza de las plantas, de los animales, de los minerales, y a apreciar la historia natural. En sus caminatas por el campo, recogía muestras de minerales, de insectos, de plantas. Se iba desde niño haciendo el gran científico, que llegó a ser conocido en todo el mundo. Hubo algo que muy pronto el niño Teilhard de Chardin descubrió: la fragilidad de las mariposas y de las flores, que apenas duraban unos días… Entonces empezó a sentir un enorme entusiasmo, por lo que entonces creyó de verdad durable: los metales. Pero llegó su decepción, el día que descubrió con tristeza, que también el hierro se rayaba y se oxidaba, y entonces siguió buscando lo durable en el fuego que veía vivo en la chimenea, en los colores de los cristales de cuarzo y de amatista, que recogía en sus correrías. Theilhard de Chardin amaba la naturaleza, pero no encontraba todavía en ella lo que buscaba: lo durable, lo eterno.[8]

Un día, Teilhard de Chardin escribió unas palabras que nos muestran su lucha por encontrar la integración de la ciencia y la fe, de lo perecedero y lo eterno, cuando la naturaleza encuentra su origen en las manos de su Creador. En su estudio y su oración aprendió a ver a la naturaleza y al hombre, en marcha hacia Dios. Oigamos estas palabras del científico y sacerdote: [9]

Deseo, Señor, para mejor abrazarte, que mi conciencia se haga tan vasta como los cielos, la tierra y los pueblos, tan profunda como el pasado, el desierto y el océano, tan sutil como los átomos de la materia y los pensamientos del corazón humano…

¿No es preciso que yo me adhiera a ti por medio de toda la extensión del universo?…

Para que yo no sucumba a la tentación que acecha tras de cada acto de intrepidez, para que no olvide que tú eres el único que se debe buscar a través de todo, habrás de enviarme, en los momentos que tú sabes, la privación, las decepciones, el dolor. El objeto de mi amor declinará o habré de superarle.

La flor que yo sostenía se ha marchitado en mis manos…

El muro se ha levantado delante de mí, a la vuelta del sendero…

La maleza ha surgido entre los árboles del bosque que yo creía interminable…

Cuando flaquée nuestra fe, porque fallen los hombres o las cosas, tengamos presentes las siguientes palabras de Teilhard de Chardin:

Ha llegado la prueba…

…Y yo no he estado definitivamente triste… Al contrario, una alegría insospechada y gloriosa ha hecho irrupción en mi alma…, porque en esa quiebra de los soportes inmediatos  que yo había dado arriesgadamente a mi vida, ha experimentado, de una manera única, que no descansaba más que en tu consistencia.

Teilhard de Chardin era ante todo un hombre de fe. Le podía fallar la materia, le podía fallar el hombre en quien pusiera su confianza; podía fallar él mismo como ser limitado que era, pero el edificio de su fe se mantendría incólume, fundado sólo en la roca inconmovible, de Cristo resucitado. Estas palabras de Teilhard: que su vida “ha experimentado, de una manera única, que no descansaba más que en la consistencia” de Dios, son un eco de aquella respuesta de Pedro al Señor, cuando empezaron a desfilar los seguidores a quienes les pareció demasiado difícil de aceptar, la verdad del Evangelio sobre la Eucaristía. ¿También ustedes se van?, preguntó el Señor a sus discípulos. Pedro, como siempre, habló por todos: Señor, donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna. (Jn 6, 67s) Sabemos que los hombres fallan, pero Dios, la roca, no.

Sobre la consistencia de todas las cosas en Cristo Resucitado, véase la Reflexión 25, en el comentario a Colosenses,capítulo 1º y las Notas correspondientes.

Y sigamos con el científico que llegó a Dios a través de la naturaleza.

 

La Misa sobre el Altar del Mundo

 

El P.Teilhard de Chardin trabajó en China aproximadamente 20 años, quizás algunos más. Un día, en las estepas de ese inmenso país, se vio imposibilitado de celebrar la Eucaristía, por falta de los elementos materiales: el cáliz, la patena, el vino, el pan…, entonces elevó a Dios una oración bellísima, que se conoce como la Misa sobre el Altar del Mundo. Así empezó su Misa:

Ya que, una vez más, Señor (…) en las estepas de Asia, no tengo pan, ni vino, ni altar, me elevaré por encima de los símbolos hasta la pura majestad de lo Real, y te ofreceré, yo, que soy tu sacerdote, sobre el altar de la tierra entera, el trabajo y el dolor del mundo.

Más adelante continuó:

Recibe, Señor, esta hostia total que la creación, atraída por tus gracias, te presenta en esta nueva aurora. Sé perfectamente que este pan, nuestro esfuerzo, no es en sí mismo más que una desagregación inmensa. Este vino, nuestro dolor, no es todavía, ¡ay!, más que un brebaje disolvente. Mas tú has puesto en el todo de esta masa informe – estoy seguro de ello, porque lo siento – un irresistible deseo que nos hace gritar a todos, desde el impío hasta el fiel: «Señor,¡haz de nosotros un solo individuo!.»

Sin duda el P. Teilhard de Chardin evocaba en ese momento, la plegaria del Señor al Padre, en la Oración Sacerdotal, en la Última Cena:”Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros”.

Cuando la enfermedad nos impide recibir la Eucaristía, debemos consolarnos con la comunión espiritual, ofrecida en el altar del lecho de la enfermedad. De la misma manera, el P. Teilhard de Chardin, impedido en esas lejanías, para celebrar la Misa, ve en la tierra toda, con todos sus elementos, la que él ama, y en la cual trabaja descubriendo sus secretos, el gran altar del mundo.

En la oración colecta de esa Misa universal, oró así: Desde siempre, el Mundo, por encima de todo elemento del Mundo, se había apoderado de mi corazón, y jamás me hubiera doblegado sinceramente ante nadie. Por eso, durante mucho tiempo, a pesar de creer, he andado errante sin saber lo que amaba. Pero ahora que, merced a la manifestación de los poderes suprahumanos que te ha conferido la resurrección, transpareces, para mí Señor, a través de todas las potencias de la tierra, ahora te reconozco como mi soberano y me entrego deliciosamente a ti.

Los santos, igual que los sabios, aman la naturaleza, salida de las manos de Dios y puesta a nuestra disposición, para nuestro beneficio. Somos los jardineros encargados por el Patrón, Dios, de administrar su inmenso jardín. Somos los obreros encargados de trabajar en su inmensa fábrica.

Para terminar leamos por última vez el Nº 44 del Compendio:

También la relación con el universo creado y las diversas actividades que el hombre dedica a su cuidado y transformación, diariamente amenazadas por la soberbia y el amor desordenado de sí mismo, deben ser purificadas y perfeccionadas por la cruz y la resurrección de Cristo. Y continúa el Nº 44::

El hombre, redimido por Cristo y hecho, en el Espíritu Santo, nueva criatura, puede y debe amar las cosas creadas por Dios. Pues Dios las recibe y las mira y respeta como objetos salidos de las manos de Dios.

Dándole gracias por ellas al Bienhechor y usando y gozando de las criaturas en pobreza y con libertad de espíritu, entra de veras en posesión del mundo como quien tiene y es dueño de todo: “Todo es vuestro; vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios ( 1 Co 3,22-23).

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Fernando Díaz del Castillo Z.


[1]San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, Contemplación para alcanzar Amor,230-237

[2]1 Carta de San Juan, 4, 7-21 Véase especialmente v 20: (…) quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve.

[3]http://www.jesuitas.org.co/Documentos/ee/EE%20Quinto%20Mes.pdf.

[4]Santa Teresa de Jesús, Obras Completas, Madrid, Editorial Plenitud, Pg. 587

[5]Santa Teresa de Jesús, ibidem, Pg. 589s

[6] Suma teológica, I q 8, art. 1, III q6, art. 1, ad primum, citado por Henri de Lubac en Le Prière du PèreTeillard de Chardin, 4

[7] Estas anotaciones las he traducido de la versión inglesa de Teilhard de Chardin, The Man and His Meaning, por Henri de Lubac, S.J., a Mentor-Omega Book, 11, Annual Retreats

[8] Cfr. Teilhard de Chardin, The Divine Milieu, Harper Torchbooks, Pg. 18

[9] Las citas siguientes están tomadas de: Pierre Teilhard de Chardin, Himno del Universo, Himno a la Materia, Pgs 64, La Humanidad en Marcha, 82, La Misa sobre el Mundo, Pgs. 25-38,Editorial Trotta