Reflexión 81 Diciembre 13 2007

Compendio de la D.S.I. N° 66-67

 

Estas reflexiones se transmitieron originalmente como programas radiales pr Radio María de Colombia. Son un estudio de la Doctrina Social de la Iglesia, que siguen el Compendio de la D.S.I., libro publicado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz y presentan las enseñanzas sociales oficiales de la Iglesia Católica. El programa se puede escuchar los jueves a las 9.a.m, hora de Coolmbia por internet, en la dirección www.radiomariacol.org

 

============================================================================================================================

Doctrina Social, evangelización y promoción humana

 

« Vínculos de orden antropológico, porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos. Lazos de orden teológico, ya que no se puede disociar el plan de la creación del plan de la redención, que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir, y de justicia, que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélico como es el de la caridad: en efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre? ».[4]

 

Estamos estudiando el capítulo 2° del Compendio de la D.S.I., que trata sobre la Misión de la Iglesia y la Doctrina Social. En la reflexión anterior terminamos el estudio del tema Fecundar y fermentar la sociedad con el Evangelio. Ahora, todavía dentro del tema general del Capítulo 2° sobre la Misión de la Iglesia y la Doctrina Social, vamos a estudiar la parte que se titula Doctrina Social, evangelización y promoción humana, que ocupa los números 66 a 68.

 

Como veremos, es una continuación del tema sobre el papel de la Iglesia en la sociedad, por medio de su Doctrina Social. Leamos con atención la primera parte del N° 66, que dice:

 

La doctrina social es parte integrante del ministerio de evangelización de la Iglesia. Todo lo que atañe a la comunidad de los hombres -situaciones y problemas relacionados con la justicia, la liberación, el desarrollo, las relaciones entre los pueblos, la paz-, no es ajeno a la evangelización; ésta no sería completa si no tuviese en cuenta la mutua conexión que se presenta constantemente entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre.[1]

 

De manera que el Evangelio no es algo etéreo, para los ángeles, sino para el hombre concreto, para nosotros que vivimos aquí, en la tierra, que gozamos y sufrimos, que tenemos que resolver los problemas diarios de sustento, de salud, de trabajo, de nuestra propia educación y la de los hijos y de las relaciones entre nosotros y con la sociedad. El Evangelio es para todos los miembros de la familia humana que tratan de salir adelante en medio de la lucha.

 

El Evangelio es para todas las personas, miembros de una sociedad que tiene su modo peculiar, plural, de ser; no todas las sociedades son iguales; el Evangelio es para todos los ciudadanos de un país, que se relaciona con los demás países, tanto con los vecinos que comparten fronteras comunes, historia común, como con los países lejanos, con los cuales intercambia bienes y servicios y se necesitan, por eso, mutuamente. El Evangelio es para todos los países que forman parte, de lo que ahora llaman la aldea global, porque el mundo se volvió pequeño, y en este mundo globalizado, todas las naciones dependen de las demás para su desarrollo.

 

Si viviéramos de acuerdo con el Evangelio

 

En medio de este tejido de relaciones de personas y de pueblos tiene que estar el Evangelio porque el Evangelio tiene mucho qué decir a todos. El Evangelio es para vivirlo en las más variadas situaciones personales, de grupos y de la comunidad entera; el Evangelio no es sólo para hablar de él y admirarlo. Y, ¡qué distinto sería el mundo, si viviéramos de acuerdo con el Evangelio, que tiene como regla primera el amor a los demás! Y si se ama de veras, la justicia viene con facilidad. Uno no es injusto con quien ama, y si falla por debilidad, se esfuerza por enmendar su conducta.

 

Por cierto los católicos colombianos nos sentimos orgullosos de que a Colombia la llamen el país del Sagrado Corazón. En la Consagración de la República al Sagrado Corazón, antes de la Constitución del 91, el Presidente decía en nombre de todos: tuyos somos y tuyos queremos ser. Nuestra parte se quedó sólo en palabras.

 

Nos dice la Iglesia, que El hombre que vino Jesucristo a salvar es el hombre concreto, el que vive aquí, en este mundo nuestro; nos explica la Iglesia que la Evangelización no sería completa si no tuviese en cuenta la mutua conexión que se presenta constantemente entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre. Ya en el primer programa en que empezamos a estudiar la D.S.I. habíamos visto por qué la Iglesia tiene qué decir en estos temas, como parte de misión de Evangelizar:

 

El Señor Jesús pagó un alto precio por nuestra salvación, y los justos alcanzarán esa salvación después de la muerte, pero Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres; y cuando se habla de la salvación del hombre, así considerada la salvación, -de modo integral, – se incluye también la salvación de este mundo, donde vive y se desarrolla el hombre; en los ámbitos de la economía y del trabajo, de la técnica y de la comunicación, de la sociedad y de la política, de la comunidad internacional y de las relaciones entre las culturas y los pueblos.[2]

 

Nos vuelve a manifestar ahora la Iglesia, que Todo lo que atañe a la comunidad de los hombres NO es ajeno a la evangelización. Dicho de manera positiva: todo lo que atañe a la comunidad de los hombres es propio, tiene que ver con el Evangelio, entra en el campo de la Evangelización. Y nos presenta ejemplos: situaciones y problemas relacionados con la justicia, la liberación, el desarrollo, las relaciones entre los pueblos, la paz. Nos advierte la Iglesia que la Evangelización no sería completa si no tuviese en cuenta la mutua conexión que se presenta constantemente entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre.

Unión íntima de la Iglesia con la familia humana universal

 

Por estas razones, el Concilio Vaticano II comenzó su Constitución pastoral Gaudium et spes, con esas palabras que expresan la Unión íntima de la Iglesia con la familia humana universal, con la cual se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia. Este pensamiento sobre la unión íntima, sobre la solidaridad de la Iglesia con la familia humana, se repite mucho en los documentos de la D.S.I. por el valor que tiene, y por eso leámoslo una vez más, también en este momento. Dice:

1. Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.

 

En la presentación del Compendio, el Cardenal Ángelo Sodano dice que esta obra es también un instrumento de evangelización, porque pone en relación a la persona humana y a la sociedad con la luz del Evangelio. Los principios de la doctrina social de la Iglesia, que se apoyan en la ley natural, resultan (…) a su vez confirmados y valorizados en la fe de la Iglesia, por el Evangelio de Jesucristo.[3]

 

En el mismo número 66 que estamos estudiando, el Compendio nos explica la relación de la Evangelización con la promoción humana y la sociedad. Nos dice que existen vínculos profundos:

 

« Vínculos de orden antropológico, porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos. Lazos de orden teológico, ya que no se puede disociar el plan de la creación del plan de la redención, que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir, y de justicia, que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélico como es el de la caridad: en efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre? ».[4]

 

Vínculos antropológicos y lazos de orden teológico

 

Entonces, entre evangelización y promoción humana hay vínculos antropológicos y lazos de orden teológico. Es decir, que se relacionan la evangelización y la promoción humana porque las dos tienen que ver con el hombre, – y como lo repite la Iglesia de modo permanente, – se trata del hombre concreto, el hombre completo, el que está sujeto a las dificultades concretas de todos los días: el que enfrenta problemas sociales y económicos. Podemos comprender ahora por qué son tan importantes las obras de la Iglesia en los campos de la educación, de la cultura, en la promoción de la justicia y de la paz. La promoción humana, el desarrollo de la persona humana, tienen que interesar a la Iglesia, que tiene a su cargo el hombre concreto, completo.

 

En este N° 66  cobra especial importancia la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, de Pablo VI. En ella se basan estas ideas. Nos dice el Papa en este mensaje, que la Evangelización afecta toda la vida, que no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación que se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre y que es necesaria la conexión con la promoción humana, con su desarrollo y liberación.[5] Cómo insiste la Iglesia en la íntima relación del hombre con el Evangelio; íntima relación de la vida real, con el Evangelio. De modo que tenemos que aterrizar el Evangelio. Es para la vida.

 

Anuncio, Denucia, Testimonio

 

Continuemos con el N° 67 del Compendio, que continúa el desarrollo de estas ideas sobre la Evangelización y el hombre. Dice:

La doctrina social « tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización »[6] y se desarrolla en el encuentro siempre renovado entre el mensaje evangélico y la historia humana. Por eso, esta doctrina es un camino peculiar para el ejercicio del ministerio de la Palabra y de la función profética de la Iglesia.[7] « En efecto, para la Iglesia enseñar y difundir la doctrina social  pertenece a su misión evangelizadora  y forma parte esencial del mensaje cristiano, ya que esta doctrina  expone sus consecuencias directas en la vida de la sociedad  y encuadra incluso el trabajo cotidiano  y las luchas por la justicia en el testimonio a Cristo Salvador ».[8] No estamos en presencia de un interés o de una acción marginal, que se añade a la misión de la Iglesia, sino en el corazón mismo de su ministerialidad: con la doctrina social, la Iglesia « anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela al hombre a sí mismo ».[9] Es éste un ministerio que procede, no sólo del anuncio, sino también del testimonio.

 

Entonces, la doctrina social es en sí misma un instrumento de Evangelización. Si aceptamos, como hemos visto, que Evangelizar es colaborar en la construcción del Reino, también aceptamos que al difundir, y sobre todo al practicar  la doctrina social de la Iglesia, colaboramos en la construcción del Reino. No pasemos por alto que de la misión de la Iglesia no es sólo anunciar y denunciar, sino también ser testimonio.

 

Al observar la historia humana y lo que ha sucedido al encontarse la vida de los hombres con el Evangelio, – si la sociedd  ha aceptado auténticamente el Evangelio, – se comprende que la historia de la humanidad se tiene que transformar cuando se encuentra con Jesucristo; es decir, cuando recibe la fe.  Por eso nos había hablado antes la Iglesia de la contribución de la Iglesia a la sociedad, con la transmisión del Evangelio. Porque el Evangelio llevado a la práctica transformaría a la sociedad.

 

Llevar al mundo la doctrina social es una manera de cumplir con la función profética de la Iglesia. El profeta tiene la misión de anunciar y de denunciar. Hay que anunciar la Buena Nueva y denunciar lo que no permite que el Reino se desarrolle en la tierra. Juan Pablo II lo expresó así en su encíclica Sollicitudo rei socialis en el N° 41: Al ejercicio de este ministerio de evangelización en el campo social, que es un aspecto de la función profética de la Iglesia, pertenece también la denuncia de los males y de las injusticias. Pero conviene aclararque el anuncio es siempre más importante que la denuncia, y que ésta no puede prescindir de aquél, que le brinda su verdadera consistencia y la fuerza de su motivación más alta.

 

Repitamos este pensamiento de Juan Pablo II que nos aclara mucho el papel de la Iglesia, en la predicación de su doctrina social. Nos dice el Papa que la evangelización en el campo social  es un aspecto de la función profética de la Iglesia; que a esta función profética pertenece la denuncia de las injusticias, y aclara que el anuncio – del Evangelio – es siempre más importante que la denuncia; es decir que no nos debemos quedar sólo en la denuncia, que la denuncia no puede prescindir del anuncio, porque es el anuncio del Evangelio el que da a la denuncia de las injusticias su fundamento y su fuerza.

 

Es indispensable acudir a las encíclicas sociales, en las cuales los Papas han predicado el objetivo de la Doctrina Social, para comprender lo que se espera que suceda, si el mundo sigue sus orientaciones.

 

Pablo VI en la Populorum Progressio, y luego Juan Pablo II en su encíclica Sollicitudo rei socialis, nos explicaron con claridad que La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer al problema del subdesarrollo en cuanto tal, no propone sistemas o programas económicos y políticos, ni manifiesta preferencias por unos o por otros, con tal de que la dignidad del hombre sea debidamente respetada y promovida  y ella goce del espacio necesario para ejercer su ministerio en el mundo.[10]

 

¿Qué ofrece o propone la Iglesia, si no nos ofrece soluciones técnicas?

 

Entonces, ¿qué ofrece o propone la Iglesia, si no nos ofrece soluciones técnicas? Nos lo aclaran igualmente Pablo VI y Juan Pablo II: nos ofrece la Iglesia su doctrina social, basada en el Evangelio, para que de acuerdo con él  se haga un planteamiento correcto de los problemas y de sus soluciones. Nos ofrece principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción.[11]

 

Veamos de qué manera es muy adecuado el método VER-JUZGAR-ACTUAR, que utiliza la Iglesia.

 

Lo que la Iglesia ofrece con su doctrina social es un instrumento de reflexión sobre las realidades de la vida del hombre en la sociedad  y en el contexto internacional, a luz de la fe y de la tradición de la Iglesia.[12] En la encíclica Sollicitudo rei socialis, de donde están tomadas estas ideas, Juan Pablo II las amplía diciendo, que el objetivo principal de la doctrina social, es interpretar esas realidades complejas en que vive el hombre en nuestra sociedad y examinar su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena  y, a la vez, trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cristiana.

 

Llevar los valores del Evangelio a la vida práctica

 

Podemos decir entonces, que la doctrina social de la Iglesia pretende llevar los valores del Evangelio a la vida práctica en la sociedad. En el mundo se han ensayado soluciones basadas en las ideologías: en el marxismo, en el capitalismo, no en el Evangelio. Y es que cuando observamos las soluciones que para los problemas sociales han pretendido las ideologías: el marxismo, el capitalismo,  nos damos cuenta de que, de ellas sólo queda el fracaso, el descrédito, en palabras de Juan Pablo II.[13] Es que las ideologías tratan de resolver los problemas humanos sólo con soluciones técnicas y en el camino se olvidan del hombre, pues muchas veces sus soluciones atropellan al hombre en sus derechos, en su libertad, como si las soluciones que pretenden implementar las ideologías, persiguieran beneficios particulares y no el servicio de todos los hombres que tienen derecho a una vida digna.

 

Nos resumen bien el propósito de la D.S.I., que es parte integrante de la Evangelización, estas palabras de Juan Pablo II en su encíclica Sollicitudo rei socialis, que leímos antes: el objetivo principal de la doctrina social es interpretar las realidades complejas en que vive el hombre en nuestra sociedad  y examinar su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente,  para orientar en consecuencia la conducta cristiana.

 

Alguien se puede preguntar qué soluciones puede ofrecer el Evangelio a los problemas sociales, si casi todos son de índole económica. Bueno, vimos que la Doctrina Social no ofrece soluciones técnicas, ese no es su campo. La Iglesia anuncia la Buena Nueva y denuncia los males y las injusticias, nos ofrece la doctrina social, basada en el Evangelio, para que de acuerdo con él se haga un planteamiento correcto de los problemas y de sus soluciones. Nos ofrece principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción. Si la sociedad se orientara por el Evangelio, por sus principios y criterios, otro sería el mundo en que vivimos.

 

La Iglesia desde hace algún tiempo utiliza en sus documentos el método VER-JUZGAR-ACTUAR, que nos indica de qué manera práctica podemos llevar el Evangelio a nuestra sociedad: primero se examina la situación, por ejemplo, del fenómeno de la urbanización, de la vida en las ciudades, de la situación de los desplazados, de los campesinos, de la juventud, del puesto de la mujer en la sociedad, del desempleo, de la práctica de la religión en nuestras familias, en nuestras parroquias, etc., Ese examen de la situación forma el primer paso: VER. Juzgar, es reflexionar sobre esa situación a la luz del Evangelio. Es examinar su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente, para, en el tercer paso, ACTUAR u orientar en consecuencia la conducta cristiana.

 

Las soluciones sólo técnicas tratan al hombre como objeto

 

Las soluciones a los problemas del ser humano en la sociedad no pueden ser sólo de orden técnico; en ese caso se trata al hombre sólo como un objeto; las soluciones tienen que enmarcarse en un marco ético, moral. Por ejemplo, cuando el hombre es considerado más como un productor o un consumidor de bienes, que como un sujeto que produce y consume para vivir, entonces (el manejo de la economía) pierde su necesaria relación con la persona humana y termina por alienarla y oprimirla.[14]

En la situación de los programas de la salud en Colombia podríamos decir que, cuando el principal objetivo de una institución de salud es el lucro y no el ser humano que necesita su atención, esa institución pierde su razón de ser; se convierte en vendedor de sus productos o servicios, en negociante, a quien sólo interesa el consumidor con dinero para pagarlos.

 

Amenazado por el resultado del trabajo de sus manos y de su entendimiento

 

El progreso material no siempre es a favor del hombre. Juan Pablo II en la encíclica Redemptor hominis, la encíclica sobre el hombre, como vimos en otra reflexión, hace estas consideraciones que nos ponen a cavilar, sobre la realidad de los avances tecnológicos. Dice:

 

 El hombre actual parece estar siempre amenazado por lo que produce, es decir, por el resultado del trabajo de sus manos y más aún por el trabajo de su entendimiento, de las tendencias de su voluntad. Y más adelante continúa:

 

El progreso de la técnica y el desarrollo de la civilización de nuestro tiempo, que está marcado por el dominio de la técnica, exigen un desarrollo proporcional de la moral y de la ética. Mientras tanto, éste último parece, por desgracia, haberse quedado atrás. Por esto, este progreso, por lo demás tan maravilloso en el que es difícil no descubrir también auténticos signos de la grandeza del hombre que nos han sido revelados en sus gérmenes creativos en las páginas del Libro del Génesis, en la descripción de la creación,[15] no puede menos de engendrar múltiples inquietudes. La primera inquietud se refiere a la cuestión esencial y fundamental: ¿este progreso, cuyo autor y fautor es el hombre, hace la vida del hombre sobre la tierra, en todos sus aspectos, «más humana»?; ¿la hace más «digna del hombre»? No puede dudarse de que, bajos muchos aspectos, la haga así. No obstante esta pregunta vuelve a plantearse obstinadamente por lo que se refiere a lo verdaderamente esencial: si el hombre, en cuanto hombre, en el contexto de este progreso, se hace de veras mejor, es decir, más maduro espiritualmente, más consciente de la dignidad de su humanidad, más responsable, más abierto a los demás, particularmente a los más necesitados y a los más débiles, más disponible a dar y prestar ayuda a todos.

 

Esta es la pregunta que deben hacerse los cristianos, precisamente porque Jesucristo los ha sensibilizado así universalmente en torno al problema del hombre. La misma pregunta deben formularse además todos los hombres, especialmente los que pertenecen a los ambientes sociales que se dedican activamente al desarrollo y al progreso en nuestros tiempos. Observando estos procesos y tomando parte en ellos, no podemos dejarnos llevar solamente por la euforia ni por un entusiasmo unilateral por nuestras conquistas, sino que todos debemos plantearnos, con absoluta lealtad, objetividad y sentido de responsabilidad moral, los interrogantes esenciales que afectan a la situación del hombre hoy y en el mañana. Todas las conquistas, hasta ahora logradas  y las proyectadas por la técnica para el futuro ¿van de acuerdo con el progreso moral y espiritual del hombre? En este contexto, el hombre en cuanto hombre, ¿se desarrolla y progresa, o por el contrario retrocede y se degrada en su humanidad? ¿Prevalece entre los hombres, «en el mundo del hombre» que es en sí mismo un mundo de bien y de mal moral, el bien sobre el mal? ¿Crecen de veras en los hombres, entre los hombres, el amor social, el respeto de los derechos de los demás -para todo hombre, nación o pueblo-, o por el contrario crecen los egoísmos de varias dimensiones, los nacionalismos exagerados, al puesto del auténtico amor de patria, y también la tendencia a dominar a los otros más allá de los propios derechos y méritos legítimos, y la tendencia a explotar todo el progreso material y técnico-productivo exclusivamente con finalidad de dominar sobre los demás o en favor de tal o cual imperialismo?[16]

 

¡Cómo nos hacen pensar estas palabras de Juan Pablo II sobre el progreso material! Los avances de la tecnología ¿se utilizan de verdad en bien del hombre? ¿Somos ahora mejores? ¿Es el mundo más humano?

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

Nos ayudaría mucho para mejorar, saber si este ‘blog’ le es útil y sus sugerencias para mejorar serán bienvenidas.


[1] Cf Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 29[2] Cf Reflexión N° 1, Jueves 12 de enero de 2006[3]Cf Compendio de la D.S.I., Carta de la Secretaría de Estado, Pg 8, 2

[4] Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 31

[5] Cf Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 29 y 31

[6] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 54

[7] Cf Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 41

[8] Juan Pablo II, Carte enc. Centesimus annus, 5

[9] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 54

[10] Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis. 41

[11] Ibidem y Pablo VI, carta apost. Octogesima adveniens, 4

[12] Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 41

[13] Cf Juan Pablo II, Centesimus annus, 5

[14] Cf Juan Pablo II, Centesimus annus, 39; Redemptor hominis, 15

[15] Cf. Gén 1-2.

[16] Juan Pablo II, Enc. Redemptor hominis, 15