Reflexión 71 Septiembre 27 2007

Compendio de la D.S.I. N° 60

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas de estudio de la Doctrina Social de la Iglesia, transmitidos por Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. Puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

 Los programas siguen el libro Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, preparado y publicado por el Pontificio Consejo Justiciua y Paz. Es por lo tanto, la Doctrina Social, oficial, de la Iglesia. En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas.  Con un clic usted elige el que desee leer.

Encuentra usted también enlaces a documentos muy importantes como la Sagrada Biblia, el Compendio de la Doctrina Social, el Catecismo y su Compendio, algunas encíclicas, la Constitución Gaudium et Spes y también agencias de noticias y publicaciones católicas.

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Misión de la Iglesia y Doctrina Social

Vamos a comenzar nuestra reflexión del capítulo 2° del Compendio de la D.S.I. El título de este capítulo 2° es: “Misión de la Iglesia y Doctrina Social”. El primer punto que trata este capítulo 2° es EVANGELIZACIÓN Y DOCTRINA SOCIAL y comprende los siguientes cuatro temas:

 

a)La Iglesia, morada de Dios con los hombres


b)
Fecundar y fermentar la sociedad con el Evangelio


c) Doctrina social, evangelización y promoción humana


d)
Derecho y deber de la Iglesia

 

Comencemos entonces el primer punto, que está en el N° 60 del Compendio

 

a) La Iglesia, morada de Dios con los hombres

 

La Iglesia, partícipe de los gozos y de las esperanzas, de las angustias y de las tristezas de los hombres, es solidaria con cada hombre y cada mujer, de cualquier lugar y tiempo, y les lleva la alegre noticia del Reino de Dios, que con Jesucristo ha venido y viene en medio de ellos.

 

Podemos reconocer fácilmente, que estas 4 líneas son una síntesis del primer párrafo de la Constitución Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II. La Iglesia declara allí su íntima unión con toda la familia humana. Textualmente dice la Iglesia en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes que: Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La Constitución Gaudium et spes afirma que Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo.

 

La Iglesia quiere compartir los gozos y las esperanzas, y también las tristezas y las angustias de todos los hombres, y especialmente esos sentimientos en los pobres y en los que sufren. Ahora que, después de Aparecida, estamos siendo más conscientes de que somos discípulos de Cristo, que tenemos la misión de llevar la Buena Noticia al mundo; cuando reafirmamos que somos Iglesia, nuestra actitud y nuestro comportamiento con los pobres y con los que sufren tienen que ser éstos: sentir como propios los gozos y los sufrimientos de nuestros hermanos. Todo lo verdaderamente humano, debe encontrar eco en nuestro corazón. Como discípulos de Cristo, como Iglesia, no podemos ser indiferentes con los pobres y los que sufren.

 

Volvamos a leer esas líneas: Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo.

 

“No tengáis miedo. Yo estoy con vosotros”

 

 

En la Constitución Gaudium et spes,  la Iglesia, apoyada en principios doctrinales, expresa su actitud frente al hombre y en particular frente al mundo y el hombre contemporáneos. Podríamos decir, que así como Jesucristo exhortó a sus Apóstoles, con las palabras tranquilizadoras “No tengáis miedo”, cuando los envió a predicar, y les advirtió que por su nombre serían odiados y perseguidos,[1] ahora, en medio de la zozobra del mundo actual, la Iglesia nos dice también, como Juan Pablo II cuando fue elegido Papa: “No tengáis miedo”. La Iglesia nos dice: Yo estoy en medio de ustedes, sus angustias son mis angustias, sus tristezas, son también mis tristezas, y la Buena Noticia que les traigo es que Jesucristo resucitado está con nosotros. Es ése el mensaje que nuestra palabra, y sobre todo nuestra vida, deben transmitir.

 

Cuando leemos los documentos sociales de la Iglesia, encontramos principios doctrinales permanentes y al mismo tiempo se exponen en ellos problemas propios del momento en que se escribieron, problemas que pueden cambiar o desaparecer. En el caso de la Gaudium et spes, es bueno tener en cuenta el momento en que se escribió. Se refiere la Iglesia en esta constitución, tanto a problemas que siguen vigentes hoy, como también a situaciones que tenía que enfrentar el hombre de la época conciliar, cuando se escribió esta Constitución. Por cierto no hay grandes diferencias entre los problemas de esa reciente época y los problemas del siglo XXI. Quizás se han agudizado algunos, han cambiado algunas circunstancias, pero los problemas de fondo no son completamente nuevos. Ahora bien, así los problemas sean diferentes, según cada momento histórico, los principios en los cuales se fundamentan las soluciones de los problemas son permanentes, basados en la verdad eterna del Evangelio.

 

La Iglesia presenta en la Gaudium et spes la realidad que el mundo vivía, algunos años después de la segunda guerra mundial: el mundo sacudido por las divisiones, con una humanidad en crisis, separada en bloques políticos (los países comunistas por un lado, los aliados de occidente por el otro), el tiempo de la llamada guerra fría. Con las amenazas de una guerra nuclear, con las angustias que se despertaban en el hombre, que buscaba sentido a la vida, después de las destrucciones de la guerra…

 

Evangelizar es construir el Reino

 

 

Siguiendo el método VER-JUZGAR-ACTUAR, la Iglesia comienza este documento sobre la Iglesia en el mundo, con la presentación de la situación que vive entonces la humanidad; afirma que Ella, la Iglesia, está presente para acompañar al hombre y aclara cuál es su misión: llevar al mundo la Buena Noticia del Reino de Dios. Como dice el Compendio en el N° 60, el Reino de Dios, que con Jesucristo ha venido. No olvidemos nuestras reflexiones anteriores sobre la construcción del Reino, a la cual estamos llamados. Podemos decir que la construcción del Reino es la respuesta a las angustias del hombre contemporáneo, que busca sentido a su vida.

La misión de la Iglesia es evangelizar; que es lo mismo que construir el Reino. Por la fuerza de la evangelización se pretende conseguir la transformación de la sociedad; la transformación de los valores que dominan al mundo y le hacen tanto daño. Por la fuerza del Evangelio, se quiere pasar de esos valores vacíos, (valores sin valor, podríamos decir), efímeros, perecederos, dar el salto a los valores trascendentes, permanentes, eternos, que conducen a un cambio en los modelos de vida, que hoy son modelos egoístas, basados en una concepción de este mundo perecedero, como si fuera lo único existente, como si fuera el fin último; de esos modelos de vida que envejecen pronto,  cambiar al modelo eternamente joven de Jesucristo, Dios y también el hombre perfecto, que es camino, verdad y vida.

 

Evangelizar no es barnizar, es transformar en profundidad

 

Se trata de un cambio profundo, no de un barniz superficial. El Consejo Pontificio de la Cultura, en el documento Para una Pastoral de la Cultura, dice que Lo que importa es evangelizar no de una manera decorativa, como con un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces la cultura y las culturas del hombre (…) tomando siempre como punto de partida la persona y teniendo siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y con Dios.[2]

 

Pablo VI definió de manera magistral lo que significa evangelizar, en su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, acerca de la evangelización del mundo contemporáneo. Comienza allí el Santo Padre afirmando que, El esfuerzo orientado al anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, exaltados por la esperanza pero a la vez perturbados con frecuencia por el temor y la angustia, es sin duda alguna un servicio que se presta a la comunidad cristiana e incluso a toda la humanidad.

 

De manera que cuando la Iglesia cumple su misión de evangelizar, presta un servicio a toda la humanidad. En qué consiste ese servicio, nos explica Pablo VI cuando trata sobre el significado de Evangelizar. Nos dice el Papa que lo que se busca con la evangelización es la renovación de la humanidad. Ese es el gran servicio que la Iglesia presta a la humanidad con la evangelización: transformarla, renovarla.

Evangelizar es prestar un servicio a la humanidad

 

 

Estas son sus palabras, en el N° 18 de Evangelii nuntiandi:

Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad. “He aquí que hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5; 2Co 5,17; Ga 6,15).[3]

Las palabras que siguen inmediatamente en el mismo documento de Pablo VI, las tenemos que tener en cuenta ahora, cuando, después de Aparecida, nos preparamos para nuestra misión de ser discípulos, para saber comunicar el Evangelio a los demás, de manera adecuada y oportuna. Escuchemos estas palabras:

Pero la verdad es que no hay humanidad nueva si no hay en primer lugar hombres nuevos, con la novedad del bautismo (Rm 6, 4) y de la vida según el Evangelio (Ef 4,23-24; Col 3,9-10).[4] La finalidad de la evangelización es por consiguiente este cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama[5], trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos.

 

Evangelizarse a sí misma

 

Para llevar el Evangelio que transforma, tenemos entonces que empezar nosotros, por convertirnos. Pablo VI dice de la Iglesia, en el N° 15 de Evangelii nuntiandi: Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma. Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor.

 

Tenemos que llevar a cabo una tarea profunda con nosotros mismos y con nuestros grupos apostólicos, para crecer en la fe, en la esperanza y en el amor.

 

Como hemos visto antes, la Doctrina Social de la Iglesia no es sociología ni política; es doctrina, de manera que su unión con la evangelización es íntima, como que es parte integrante de nuestra fe y por lo tanto de la evangelización. La D.S. tiene su origen, como siempre la doctrina de la Iglesia,  en la Sagrada Escritura. No es invento de los hombres.

 

Leímos hace un momento la definición que Pablo VI nos ofreció de evangelización, que no es otra cosa que llevar la Buena Nueva a toda la humanidad y, con su influjo transformar desde dentro a la misma humanidad.

 

¿Qué es lo que hay que transformar?

 

 

Transformar desde dentro. ¿Qué es lo que hay que transformar? El mismo Pablo VI nos lo explica en el N° 19 de la misma exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, cuando dice que se trata de:

 

(…) alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación.

 

Eso es lo que la Evangelización, la comunicación de la Buena Nueva trata de alcanzar: que los hombres cambiemos desde dentro: cambiemos nuestro pensamiento, los criterios sobre los cuales juzgamos y decidimos, las fuentes en las cuales inspiramos nuestra acción, los modelos de vida que seguimos; que cambiemos nuestro modo de pensar, nuestras actitudes y nuestro comportamiento, cuando las fuerzas que nos mueven  no estén de acuerdo con los planes de Dios para el hombre, como nos lo ha comunicado en su Palabra.

 

Cuando estudiamos la doctrina social de la Iglesia, en los documentos que el Magisterio nos ha ido entregando para enseñarnos, nos damos cuenta de que lo fundamental está dicho ya en diversas formas, en documentos antiguos y que, todo está en la Sagrada Escritura. Lo que la Iglesia ha ido modificando ha sido el lenguaje, para adaptarlo a la época, y desde luego también la práctica pastoral, para responder a los signos de los tiempos. Pero hay una línea fiel al Evangelio, desde el comienzo.

Dar vigor y continuar la renovación de la Iglesia

 

 

Es interesante que caigamos en la cuenta cómo en Aparecida, nuestros obispos actuaron como los 12, acompañados de María, la Madre del Señor, cuando esperaron la venida del Espíritu Santo, juntos, en oración. Los obispos de América Latina y el Caribe se reunieron, en unión del sucesor de Pedro, en un Santuario Mariano; se reunieron en un ambiente de oración y comunidad fraterna, acompañados de María, la Madre de la Iglesia, para escuchar la inspiración del Señor sobre cómo dar vigor y continuar la labor de renovación de la Iglesia en nuestro continente.

 

¿Y qué hicieron nuestros obispos, en ese ambiente de oración y fraternidad; por qué se reunieron en el santuario mariano de Aparecida? Estuvieron allí reunidos porque este mundo nuestro, con los enormes cambios que sufre, y que afectan profundamente nuestras vidas, interpela a la Iglesia; le pregunta qué hacer. Los obispos en el N° 33 del documento de Aparecida dicen:

 

Como discípulos de Jesucristo nos sentimos interpelados a discernir los “signos de los tiempos”, a la luz del Espíritu Santo, para ponernos al servicio del Reino, anunciado por Jesús, que vino para que todos tengan vida y “para que la tengan en plenitud” (Jn 10,10)

 

Se reunieron entonces, para discernir los signos de los tiempos, con la luz del Espíritu Santo, y ponerse al servicio del Reino. De esto seguiremos hablando. Tenemos que estar listos, al servicio del Reino. Y nos debemos preguntar: ¿en qué debemos cambiar en el servicio del Reino? ¿Todo lo hemos estado haciendo bien, de acuerdo con los signos de los tiempos? ¿Estamos dando las respuestas adecuadas a esa interpelación con que los hombres de hoy, en nuestro continente, en nuestro país, desafían a la Iglesia? ¿Hay algo que necesitamos cambiar, para ser hombres nuevos, libres, dispuestos a hacer de la evangelización, la fuerza que transforme a la sociedad?

 

La falta de aplicación creativa

 

 

Tengamos una actitud abierta, y escuchemos el llamamiento que la Iglesia nos hace, para unirnos a la que han llamado una misión continental permanente. Los obispos hicieron un detenido estudio sobre la situación de la pastoral, y en el N° 100 del documento de Aparecida, exponen las sombras que ven con preocupación. Dicen, entre otras cosas: Percibimos una evangelización con poco ardor y sin nuevos métodos y expresiones, un énfasis en el ritualismo sin el conveniente itinerario formativo, descuidando otras tareas pastorales. Mencionan también allí, la falta de aplicación creativa del rico patrimonio que contiene la Doctrina Social de la Iglesia, y, en ocasiones, una limitada comprensión del carácter secular que constituye la identidad propia y específica de los fieles laicos.

 

En los números 365 y siguientes, el documento de Aparecida trata de la Conversión Pastoral… Todos estamos llamados a revisar nuestro modo de ser discípulos y misioneros. Estas palabras están en el N° 365 de Aparecida: Ninguna comunidad debe excusarse –dice – de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe.

 

La Iglesia tienda del encuentro con Dios

 

 

Continuemos ahora con la lecturadel N° 60 del Compendio. Dice así:

En la humanidad y en el mundo, la Iglesia es el sacramento del amor de Dios y, por ello, de la esperanza más grande, que activa y sostiene todo proyecto y empeño de auténtica liberación y promoción humana.

 

La Iglesia es entonces en el mundo, el sacramento del amor de Dios. Eso acabamos de leer. En el N° 49 el Compendio nos había enseñado que: La Iglesia «es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano».

 

Entendemos ahora mejor, que el sacramento del amor de Dios, que es la Iglesia, es signo e instrumento: representa a Dios que es amor, y es la esperanza de la humanidad para realizar el proyecto de unión de los hombres con Dios y de todo el género humano. Es decir, que la Iglesia tiene que representar el amor de Dios y ser un instrumento de amor entre todos los hombres. Continuemos la lectura del N° 60 del Compendio.

 

La Iglesia es entre los hombres la tienda del encuentro con Dios —« la morada de Dios con los hombres » (Ap 21,3 ) -, de modo que el hombre no está solo, perdido o temeroso en su esfuerzo por humanizar el mundo, sino que encuentra apoyo en el amor redentor de Cristo. La Iglesia es servidora de la salvación no en abstracto o en sentido meramente espiritual, sino en el contexto de la historia y del mundo en que el hombre vive,[6] donde lo encuentra el amor de Dios y la vocación de corresponder al proyecto divino.

 

Fijémonos en esas palabras que son bellamente dichas, y muy consoladoras y nos hacen amar más a la Iglesia. Nos dicen que La Iglesia es entre los hombres la tienda del encuentro con Dios. Según palabras del Apocalipsis, la Iglesia es —« la morada de Dios con los hombres » (Ap 21,3 ). Concluye por eso, que el hombre no está solo, perdido o temeroso en su esfuerzo por humanizar el mundo, sino que encuentra apoyo en el amor redentor de Cristo.

 

Una vez más digamos que ahora, cuando en Aparecida nos recuerda la Iglesia que todos, por vocación, estamos llamados a llevar la Buena Nueva, a evangelizar, ante el temor natural por tan alta tarea, podemos estar tranquilos, porque no estamos solos, perdidos, no debemos estar temerosos porque encontramos apoyo en el amor redentor de Cristo.

 

Hay algo que debemos tener presente: nos consuela saber que la Iglesia es la tienda del encuentro con Dios, que es la morada de Dios con los hombres. Esto se puede aplicar perfectamente al templo, morada de la Eucaristía, donde acontece nuestro encuentro real con el Señor. Pero no se trata sólo del templo, sino también de la Iglesia como institución, Cuerpo Místico, Pueblo de Dios. En la Iglesia encontramos a Dios: en la Palabra, en los sacramentos, en la liturgia, en la oración, en la comunidad.

La respuesta debe partir de Jesucristo

 

 

Esto es muy importante, porque ante el desafío del mundo, al que tenemos que llegar para transformarlo por la evangelización, nos dicen los obispos en el documento de Aparecida, que la respuesta a ese desafío parte de Jesucristo, que es camino, verdad y vida. (Jn 14,6). Los cristianos respondemos al desafío de la transformación del mundo, desde la persona de Jesucristo, a quien descubrimos en el Evangelio de San Juan (14,6): Le dice Jesús (a Tomás): «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.»

 

Oigamos estas palabras del Mensaje Final de Aparecida:

 

Ante los desafíos que nos plantea esta nueva época en la que estamos inmersos, renovamos nuestra fe, proclamando con alegría a todos los hombres y mujeres de nuestro continente: somos amados y redimidos en Jesús, Hijo de Dios, el Resucitado vivo en medio de nosotros; por Él podemos ser libres del pecado, de toda esclavitud y vivir en justicia y fraternidad. ¡Jesús es el camino que nos permite descubrir la verdad y lograr la plena realización de nuestra vida!

 

La verdad que nos reveló Jesucristo

 

Volvamos a leer la última frase: ¡Jesús es el camino que nos permite descubrir la verdad y lograr la plena realización de nuestra vida! Es lo que el mundo puede esperar del Evangelio: descubrir la verdad y lograr la plena realización.

 

El P. Fidel Oñoro, en un taller sobre Aparecida, nos decía que la verdad que Jesús nos reveló fue el amor del Padre: “Tanto amó Dios al mundo, que nos envió a su Hijo Único” (Jn 3,16). Es el amor de Dios el que da sentido a todas las cosas, el que es capaz de transformar el mundo.

 

Estamos llamados a comunicar al mundo la verdad, que es el amor del Padre, que se manifestó en Jesucristo. Él, el Verbo que se hizo uno de nosotros, cumplió la misión que le encomendó el Padre, la de salvarnos. Hoy nosotros, por el bautismo somos llamados a seguir a Jesús. Tenemos la misión de contar la Buena Noticia, de contar que el Evangelio es capaz de transformar al mundo, de introducir en la sociedad, en la cultura, la potencia del amor, de la verdad, que es Jesucristo resucitado, el camino para alcanzar la plena realización de nuestra vida. El hombre no se puede realizar dominado por lo intrascendente, lo caduco, lo que hoy es y mañana está marchito, enmohecido, gastado.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cf Mt todo el capítulo 10

[2] Cfr Tony Misfud, “Moral Social”, Colección de Téxtos Básicos para Seminarios Latinoamericanos, Vol III, 2a edición, Bogotá, 1998, véase todo el capítulo 7 sobre Ethos y Cultura; también la Exhortación apostólica “Evangelii nuntiandi, de Pablo VI, 1998, y el documento Para una Pastoral de la Cultura, firmado por el Cardenal Poupard, en la Solemnidad de Pentecostés, 23 de mayo, 1999.

[3] Ap 21,5: Entonces dijo el que está sentado en el trono: «Mira que hago un mundo nuevo.» Y añadió: «Escribe: Estas son palabras ciertas y verdaderas.» 2 Co 5,17: Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Ga 6,15: Porque nada cuenta ni la circuncisión, ni la incircuncisión, sino la creación nueva.

[4] Rm 6,4: Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Ef 4,23-24:a renovar el espíritu de vuestra mente, [24]y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad. Col 3, 9-10: No os mintáis unos a otros. Despojaos del hombre viejo con sus obras, [10] y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador,

[5] Cf Rm 1,16: Pues no me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego. 1 Co 1, 18: Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan – para nosotros – es fuerza de Dios. 2,4: Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder

[6] Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 40: AAS 58 (1966) 1057-1059; Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 53-54: AAS 83 (1991) 859-860; Id., Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 1: AAS 80 (1988) 513-514.