Reflexión 127 Misión de anunciar y denunciar

Compendio de la D.S.I. N° 81

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Salvación = Reino de Dios = Comunión con Dios y con los hermanos

Estamos estudiando el N° 81 del Compendio de la D.S.I. En la reflexión anterior aprendimos que el Señor encomendó a la Iglesia la misión de anunciar y comunicar la salvación. Y algo interesante; aprendimos también, que la salvación es lo mismo que el Reino de Dios y que el Reino consiste en la comunión con Dios y con nuestros hermanos. Por lo tanto, si logramos mantenernos en comunión con Dios y con los demás, podremos gozar del Reino que se va construyendo en la tierra y un día se consumará en el cielo. No podemos olvidar que para mantenernos en comunión con Dios y con los demás, necesitamos la ayuda de la gracia. Solos no podemos nada.

Profundizamos algo, la semana pasada, en que la Iglesia, como parte de la misión de comunicar la salvación, que el Señor le ha encomendado, realiza una tarea de anuncio y de denuncia. ¿De qué anuncio y de qué denuncia se trata? ¿Qué anuncia y qué denuncia la Iglesia? El N° 81 nos explica que, ante todo, la Iglesia anuncia una visión del ser humano y de la sociedad, que es propia de la Iglesia. La visión que la Iglesia tiene del ser humano, es una visión completa, integral, de lo que es la persona humana. La visión integral del ser humano que los cristianos tenemos, toma a la persona en su totalidad, no sólo desde su aspecto material, biológico, sino también desde sus aspectos intelectual y espiritual. Cuando la Iglesia habla del ser humano, cuando defiende sus derechos, defiende la totalidad de sus derechos, como persona total, no sólo considerada bajo un aspecto, por ejemplo el biológico. Ahora, para defender el aborto, se habla tranquilamente del derecho de la mujer a su propio cuerpo, como si el uso que haga de él no tuviera implicaciones que van más allá de su propia biología.

Las células madre embrionarias

Lo que aprobó el presidente Obama en estos días sobre las células madre embrionarias, nos puede ayudar a comprender esto. El presidente de los EE.UU. levantó la prohibición que existía en ese país, de utilizar dinero federal en la investigación con células madre embrionarias, es decir utilizar con ese fin dinero producto de los impuestos que pagan todos los ciudadanos. La Iglesia no está contra la investigación sobre las células madre, pero defiende al embrión como una persona que aunque no nacida, tiene la misma dignidad de todos los seres humanos. No se puede considerar al embrión sólo como un tejido biológico. Si para tomar células madres destruyen un embrión, destruyen a un ser humano diminuto, todavía no completamente desarrollado para empezar una vida independiente y por eso no nacido todavía, pero que tiene la dignidad de hijo de Dios. No importa que lo que se pretenda sea curar a un enfermo. Tampoco es lícito quitar a una persona viva un órgano vital, que implique su muerte, con el fin de salvar a otra.

Es un punto de partida fundamental, éste de considerar a la persona humana en su totalidad, porque cuando se considera sólo una parte de ella, por ejemplo solo la parte biológica del hombre, se limitan los derechos de la persona equiparándolos a los mismos que pueden tener los seres vivos no humanos. Basta que consideremos el derecho a la vida y al desarrollo espiritual e intelectual que tiene el ser humano, para que comprendamos cómo se disminuye su dignidad y cómo se recortan sus derechos, si no es considerado de manera total, integral. Que la Iglesia anuncie que el ser humano no es sólo biología, que es un ser creado a imagen y semejanza de Dios, inteligente, espiritual, indica un camino de defensa de la dignidad humana muy distinto al que puedan seguir los no creyentes.

Educación integral es educación del hombre considerado en su totalidad

Añade el Compendio de la D.S. que la Iglesia anuncia, es decir, enseña, esa visión integral de la persona humana, no sólo para que se quede en el nivel teórico, sino para que aplique en la práctica. Es que nuestra fe no es sólo para conocerla a nivel intelectual sino para vivirla. Esto quiere decir, por ejemplo, que no se puede buscar la perfección del hombre sólo en lo material o lo intelectual, abandonando lo espiritual, porque se estaría recortando lo que es la persona; no se estaría considerando a la persona humana de manera integral. El pleno desarrollo de la persona no se puede conseguir si no se la considera de manera completa. Es muy importante para los padres de familia este anuncio de la Iglesia. Es muy importante para los colegios y universidades, que no deberían educar sólo para el éxito en el mundo material, en la sociedad de consumo. Eso sucede cuando se piensa que la grandeza del ser humano está en tener y no en el ser.

Hemos visto que la D.S.I. ofrece principios, valores y criterios de juicio, y esos principios, valores y criterios son para que vivamos de acuerdo con ellos, con la ayuda de la gracia. De los principios, valores y criterios que nos enseña la D.S.I. se derivan normas y directrices de acción. De acuerdo con ellos debemos vivir en nuestra vida privada y pública. Por ejemplo, un parlamentario cristiano no puede olvidarse de los principios, valores y criterios cristianos cuando tiene delante la aprobación de un proyecto de ley que atente contra la persona humana considerada de manera integral. Eso tiene plena aplicación, cuando se trate de la aprobación de leyes que atenten contra la vida, contra la dignidad de la persona, contra sus derechos, los derechos de la familia o del trabajador. El comunicador social, si es coherente, debe defender la vida desde su concepción hasta la muerte natural. En temas como el de las células madre embrionarias algunos asumen una posición extraña, como si el fin justificara los medios, porque defienden la investigación o el uso de las células madre embrionarias, con el argumento de que se trata del avance de las ciencias de la salud.

Cuando actuamos en algo que pueda afectar a los demás, si hay dudas sobre si está bien o mal lo que hacemos, en la D.S.I. podemos encontrar la orientación. Con esta orientación la Iglesia cumple su tarea de formar las conciencias.

La Iglesia defiende, pues, a la persona humana, entendida de manera integral, Ese es su anuncio. La visión integral del ser humano que los cristianos tenemos, toma a la persona en su totalidad, no sólo desde su aspecto material, biológico, sino también desde sus aspectos intelectual y espiritual. De igual manera, el desarrollo de la sociedad, según la concepción cristiana del desarrollo, debe ser integral; el desarrollo de la sociedad no se puede concebir sólo como un desarrollo económico, porque el ser humano, considerado de modo integral, tiene necesidades que no son sólo materiales, sino que pueden ser además, necesidades intelectuales, morales y espirituales.

El valor de la persona y de la sociedad están en el Ser, no en Tener

Recordemos que la persona o la sociedad que buscaran sólo su desarrollo económico, que buscaran sólo tener más, estarían orientados hacia el tener y no hacia el ser. La persona y la sociedad son más valiosas, no porque tengan más, sino porque son más, y los valores morales, espirituales, intelectuales, son los que constituyen el verdadero valor de las personas. Una persona con mucho dinero pero sin valores morales, espirituales ni intelectuales, no es la más apreciada en la sociedad; quizás puede llegar a ser temida por el daño que pueda hacer o puede ser adulada para conseguir de ella algún beneficio. ¿Amada, una persona sin valores? Sí, por su familia.

Eso sucede cuando se piensa que la grandeza del ser humano está en tener y no en el ser.

La Tarea de Denunciar

Sigamos ahora con la misión de denunciar que ha sido encomendada a la Iglesia. La Iglesia, además de anunciar, tiene también la tarea de denunciar. La Iglesia anuncia y denuncia. ¿Qué denuncia la Iglesia? Este asunto lo desarrolla la parte siguiente del N° 81 del Compendio de la D.S. Leámoslo:

La doctrina social comporta también una tarea de denuncia, en presencia del pecado: es el pecado de injusticia y de violencia que de diversos modos afecta la sociedad y en ella toma cuerpo.[1] Esta denuncia se hace juicio y defensa de los derechos ignorados y violados, especialmente de los derechos de los pobres, de los pequeños, de los débiles.[2] Esta denuncia es tanto más necesaria cuanto más se extiendan las injusticias y las violencias, que abarcan categorías enteras de personas y amplias áreas geográficas del mundo, y dan lugar a cuestiones sociales, es decir, a abusos y desequilibrios que agitan a las sociedades. Gran parte de la enseñanza social de la Iglesia, es requerida y determinada por las grandes cuestiones sociales, para las que quiere ser una respuesta de justicia social.

La violencia y la injusticia se incorporan en personas

Entonces, ¿qué denuncia la Iglesia? Denuncia la injusticia y la violencia que afectan a la sociedad y en ella toman cuerpo. La injusticia y la violencia toman cuerpo en la sociedad porque los injustos y los violentos son miembros de la sociedad. La injusticia y la violencia no son sólo conceptos: son personas que actúan de modo injusto y violento. Podríamos decir que la injusticia y la violencia toman cuerpo en personas. No son las empresas las injustas, no es el Estado el injusto o el violento, son las personas dueñas o administradoras de las empresas o las personas que manejan el Estado desde el parlamento o desde el poder ejecutivo o desde los estrados judiciales quienes obran injustamente o con violencia. No es injusta la ciencia, no es injusta la medicina, pero sí pueden no obrar justamente los científicos o los médicos. Lo mismo se puede decir de todas las profesiones y oficios.

Y, ¿de dónde resulta injusto y violento el ser humano? El Compendio de la D.S.I. se refiere, en el N° 81 que estamos estudiando, a las palabras de la Gaudium et spes en el N° 25. Allí podemos encontrar la respuesta.

Para ponernos en contexto, nos dice la Gaudium et spes que la persona humana, (…) por su misma naturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social. Afirma que (…) a través del trato con los demás, de la reciprocidad de servicios, del diálogo con los hermanos, la vida social engrandece al hombre en todas sus cualidades y lo capacita para responder a su vocación. Sin embargo, nos advierte el Concilio Vaticano II que

(…) la persona humana, en lo tocante al cumplimiento de su vocación, incluida la religiosa, recibe mucho de esta vida en sociedad, no se puede, sin embargo, negar que las circunstancias sociales en que vive / y en que está como inmersa desde su infancia, con frecuencia la apartan del bien y la inducen al mal. Es cierto que las perturbaciones que tan frecuentemente agitan la realidad social proceden en parte de las tensiones propias de las estructuras económicas, políticas y sociales. Pero proceden, sobre todo, de la soberbia y del egoísmo humanos, que trastornan también el ambiente social. Y cuando la realidad social se ve viciada por las consecuencias del pecado, el hombre, inclinado ya al mal desde su nacimiento, encuentra nuevos estímulos para el pecado, los cuales sólo pueden vencerse con denodado esfuerzo / ayudado por la gracia.

Inclinado al mal desde su nacimiento y estimulado a él por el ambiente

¿Qué aparta del bien e induce al mal, a la injusticia y a la violencia, al ser humano? Empecemos por las últimas líneas que acabamos de leer en la Gaudium et spes: el hombre está inclinado al mal desde su nacimiento, como consecuencia del pecado, y si, además la realidad social en que vive está viciada por el pecado, la persona humana está sometida a nuevos estímulos para pecar. Y la Gaudium et spes nombra circunstancias sociales en que vive el ser humano y que pueden ser propicias para inclinarnos al mal: las que son propias de las estructuras económicas, políticas y sociales; pero no podemos adjudicar toda la culpa a las circunstancias exteriores; a las estructuras económicas o políticas, por ejemplo. El Concilio Vaticano II, en esa extraordinaria Constitución, la Gaudium et spes, dice que las perturbaciones que agitan la realidad social proceden, sobre todo, de la soberbia y del egoísmo humanos. La sociedad está conformada por individuos. La sociedad no es sólo un concepto, una idea. Si la sociedad en su conjunto es soberbia o egoísta, es porque sus miembros obran guiados por el egoísmo o la soberbia.

A uno no lo dañan irremediablemente desde fuera

Hay una responsabilidad en cada uno de nosotros. No echemos la culpa al ambiente. A uno no lo dañan irremediablemente desde fuera, si internamente no está inclinado a recibir esas influencias negativas. Claro que un ambiente que nos bombardea con estímulos hacia la soberbia y el egoísmo nos prepara negativamente para obrar con soberbia y egoísmo.

¿Dónde encontramos remedio para estos males? La última línea de la Gaudium et spes que leímos, nos indica el único camino para vencer los estímulos al pecado: nos dice que esos estímulos sólo pueden vencerse con denodado esfuerzo ayudado por la gracia. Sin la ayuda de la gracia no podemos hacer nada, pero pongamos atención también a las palabras denodado esfuerzo ayudado por la gracia. Ayudados por la gracia, es necesario también un denodado esfuerzo nuestro.

Denuncia de la injusticia y de la violencia

Estamos estudiando ahora la misión de denuncia que se ha encomendado a la Iglesia. La denuncia se refiere en particular a la injusticia y a la violencia contra el ser humano. Nos dice el Compendio:

Esta denuncia se hace juicio y defensa de los derechos ignorados y violados, especialmente de los derechos de los pobres, de los pequeños, de los débiles.

Alguien podría preguntar dónde y cuándo la Iglesia denuncia la injusticia o defiende los derechos ignorados, especialmente los derechos de los pobres, de los pequeños, de los débiles.

Pensemos en la actuación de la Iglesia representada en el Papa y en los obispos. La D.S.I., como hemos estudiado, la llamamos Doctrina Social de la Iglesia, porque la Iglesia la elabora, la difunde y la enseña. Está basada en la Sagrada Escritura, pero la elabora el Magisterio universal: los Papas, los obispos, los concilios, las conferencias episcopales. Y la D.S.I. hace un juicio y defensa de los derechos ignorados y violados, especialmente de los derechos de los pobres, de los pequeños, de los débiles. Basta leer las encíclicas sociales, desde León XIII hasta Benedicto XVI. Nuestro Papa actual nos ha anunciado que su próxima encíclica será sobre la doctrina social, y la primera, Dios es amor, se ocupa del tema más social de todos: del amor.

¿Cuáles son las cuestiones sociales?

Dice el Compendio en el N° 81: Gran parte de la enseñanza social de la Iglesia, es requerida y determinada por las grandes cuestiones sociales, para las que quiere ser una respuesta de justicia social. ¿Cuáles son las cuestiones sociales? Son los abusos y desequilibrios que agitan a las sociedades (La explicación de lo que son las cuestiones sociales está en el mismo N° 81).

Si recorremos el documento de Aparecida, que recoge las conclusiones del análisis de la realidad de nuestro continente, encontraremos que está lleno de pronunciamientos de la Iglesia sobre los abusos y desequilibrios de nuestras sociedades. Trata profundamente el tema de la dignidad del ser humano y denuncia la violencia y la injusticia. Sólo como ejemplo, el capitulo 8° lleva como título Reino de Dios y promoción de la dignidad humana. Señala allí algunas de las prioridades y tareas de la Iglesia en América Latina y el Caribe. La primera tarea que enumera es la Dignidad humana. Nos advierte allí, Aparecida en el N° 387, que la cultura actual tiende a proponer estilos de ser y vivir contrarios a la naturaleza y dignidad del ser humano. El impacto dominante de los ídolos del poder, la riqueza y el placer efímero se han transformado, por encima del valor de la persona, en la norma máxima de funcionamiento y el criterio decisivo en la organización social.

Esa es una clara denuncia de la cultura actual que propone estilos de ser y vivir contrarios a la dignidad de la persona humana.

Un acontecimiento divino de vida

En el N° 388, los obispos en Aparecida proclaman la doctrina sobre la persona humana. Dicen:

Proclamamos que todo ser humano existe pura y simplemente por el amor de Dios que lo creó, y por el amor de Dios que lo conserva en cada instante. La creación del varón y la mujer, a su imagen y semejanza, es un acontecimiento divino de vida, y su fuente es el amor fiel del Señor. Luego, sólo el Señor es el autor y dueño de la vida, y el ser humano, su imagen viviente, es siempre sagrado, desde su concepción, en todas las etapas de la existencia, hasta su muerte natural y después de la muerte. La mirada cristiana sobre el ser humano / permite percibir su valor que trasciende todo el universo: “Dios nos ha mostrado de modo insuperable cómo ama a cada hombre, y con ello le confiere una dignidad infinita.”

La última frase es de Juan Pablo II a las personas con discapacidad, en el Ángelus del 16 de noviembre de 1980: “Dios nos ha mostrado de modo insuperable cómo ama a cada hombre, y con ello le confiere una dignidad infinita.

Es ese el pensamiento que anuncia la Iglesia sobre la persona humana. Y denuncia la Iglesia todo lo que viole la dignidad de la persona humana.

De manera que la primera prioridad entre las tareas de la Iglesia en América Latina, – que señala Aparecida, – tiene que ver con la dignidad de la persona.

La tarea de la opción por los pobres

La segunda tarea se refiere a la opción por los pobres y excluidos. ¿Qué es eso de opción? Es la elección que uno hace de algo entre varias posibilidades. Veamos a qué ha elegido la Iglesia dedicar su esfuerzo de manera preferencial. Esto dice el documento de Aparecida en el N° 391:

Dentro de esta amplia preocupación por la dignidad humana, se sitúa nuestra angustia por los millones de latinoamericanos y latinoamericanas que no pueden llevar una vida que responda a esa dignidad. La opción preferencial por los pobres es uno de los rasgos que marca la fisonomía de la Iglesia latinoamericana y caribeña.

Sobre la opción por los pobres nos dicen los obispos de América Latina y el Caribe, que esa opción está implícita en nuestra fe en Jesucristo y que estamos llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos. Y cita a la conferencia de Santo Domingo que dice: Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo.[3]

Nos podemos preguntar en qué forma se debe manifestar la opción preferencial por los pobres, para que no se convierta sólo en buenas intenciones. El mismo documento de Aparecida es muy firme en este sentido, cuando se trata de la acción de la Iglesia, pues dice en el N° 397:

En esta época, suele suceder que defendemos demasiado nuestros espacios de privacidad y disfrute, y nos dejamos contagiar fácilmente por el consumismo individualista. Por eso, nuestra opción por los pobres corre el riesgo de quedarse en un plano teórico o meramente emotivo, sin verdadera incidencia en nuestros comportamientos y en nuestras decisiones. Es necesaria una actitud permanente / que se manifieste en opciones y gestos concretos (…)[4]

Se nos pide dedicar tiempo a los pobres, prestarles una amable atención, escucharlos con interés, acompañarlos en los momentos más difíciles, eligiéndolos para compartir horas, semanas o años de nuestra vida, y buscando, desde ellos, la transformación de la situación. No podemos olvidar que el mismo Jesús lo propuso con su modo de actuar / y con sus palabras: “Cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos” (Lc 14,13)

No es suficiente la competencia profesional

La D.S.I., como hemos visto, no sólo nos enseña principios, valores y criterios de juicio, sino que nos ofrece también normas y directrices de acción, en coherencia con sus principios, valores y criterios de juicio. La Iglesia quiere bajar a lo práctico. Es interesante que en una encíclica tan profunda como Deus caritas est, Benedicto XVI se detiene en detalles sobre el comportamiento de los profesionales que prestan sus servicios a los que sufren. Empieza por pedirles que sean profesionalmente competentes, pero añade que no es suficiente la competencia profesional, pues tiene que ir acompañada de humanidad. Les vendría muy bien tener en cuenta estas palabras a quienes dirigen la educación de profesionales de la salud, de abogados, de empleados que atienden al público, tanto en instituciones de la Iglesia como en organizaciones civiles. Dice el Papa en Deus caritas est, en el N° 31 a):

Por lo que se refiere al servicio que se ofrece a los que sufren, es preciso que sean competentes profesionalmente: quienes prestan ayuda han de ser formados de manera que sepan hacer lo más apropiado y de la manera más adecuada, asumiendo el compromiso de que se continúen después las atenciones necesarias. Un primer requisito fundamental es la competencia profesional, pero por sí sola no basta. En efecto, se trata de seres humanos, y los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención sólo técnicamente correcta. Necesitan humanidad. Necesitan atención cordial. Cuantos trabajan en las instituciones caritativas de la Iglesia deben distinguirse por no limitarse a realizar con destreza lo más conveniente en cada momento, sino por su dedicación al otro con una atención que sale del corazón, para que el otro experimente su riqueza de humanidad. Por eso, dichos agentes, además de la preparación profesional, necesitan también y sobre todo una « formación del corazón»: se les ha de guiar hacia ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento / por así decir / impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad (cf. Ga 5, 6).

Nuestra fe es maravillosa cuando se vive. Tenemos ejemplos que cautivan al mundo: la Madre Teresa de Calcuta, por ejemplo, que es una entre muchos. La historia de la Iglesia tiene muchos ejemplos de amor al prójimo en diversas formas, especialmente amor a los pobres y a los que sufren. Amor al prójimo que ha llegado hasta el martirio. Y cada uno de nosotros, estoy seguro, conoce ejemplos cercanos.


[1] Cf Concilio Vaticano II, Const. Past. Gaudium et spes, 25: AAS 58 (1966) 1045-1046

[2] Ibidem 76: AAS 58 (1966) 1099-1110; Pío XII, Radiomensaje en el 50º aniversario de la « Rerum novarum »: AAS 33 (1941) 196-197.

[3] Santo Domingo N° 178

[4] Deus caritas est 28 y31