Reflexión 126 Compedio de la D.S.I. N° 81

Reino de Dios y Doctrina Social (II)

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Finalidad de la Doctrina Social de la Iglesia

En la reflexión pasada comenzamos a estudiar el N° 81 del Compendio de la D.S.I. Repasemos las principales ideas.

Nos dice la Iglesia que el objeto de la D.S. es el mismo suyo, es decir, el de la Iglesia, que realiza una tarea de anuncio y de denuncia; y nos vuelve a recordar que la finalidad de la doctrina social es de orden religioso y moral. Quizás insiste en esto porque con frecuencia se quiere politizar la D.S,I. Volvamos a leer la primera parte del N° 81, que dice:

El objeto de la doctrina social es esencialmente el mismo que constituye su razón de ser: el hombre llamado a la salvación y, como tal, confiado por Cristo al cuidado y a la responsabilidad de la Iglesia.[1] Con su doctrina social, la Iglesia se preocupa de la vida humana en la sociedad, con la conciencia (de) que / de la calidad de la vida social, es decir, de las relaciones de justicia y de amor que la forman, depende en modo decisivo / la tutela y la promoción de las personas que constituyen cada una de las comunidades. En la sociedad, en efecto, están en juego la dignidad y los derechos de la persona / y la paz en las relaciones entre las personas y entre las comunidades. Estos bienes deben ser logrados y garantizados por la comunidad social.

Es muy importante que se nos graben estas ideas, fundamentales en nuestra vida cristiana. Nos enseña la doctrina social que la misión de la Iglesia es anunciar y comunicar la salvación realizada en Jesucristo, que Él llama “Reino de Dios”, es decir la comunión con Dios y entre los hombres.

Esas dos líneas tienen mucho significado; nos dicen que el Reino de Dios consiste en la comunión con Dios y entre los hombres. El Concilio Vaticano II en la Constitución dogmática Lumen gentium, en el N° 5, nos enseña que la Iglesia, además de anunciar el Reino, ha recibido la misión de instaurarlo, en todos los pueblos. Decíamos que instaurar algo es lo mismo que establecerlo, o restaurarlo, si se ha deteriorado. La misión de la Iglesia es pues, anunciar y establecer el Reino de Dios.

Grabémonos estas tres ideas íntimamente relacionadas

1) La misión de la Iglesia es anunciar y comunicar la salvación realizada en Jesucristo. Entonces, la Iglesia existe para anunciar y comunicar la salvación realizada en Jesucristo por su vida, pasión, muerte y resurrección. La tarea, la misión encomendada a la Iglesia es anunciar y comunicar la salvación. La anuncia con la palabra y comunica la salvación, especialmente por medio de los sacramentos.

2) De manera que la primera idea es que La misión de la Iglesia es anunciar y comunicar la salvación realizada en Jesucristo. Segunda idea: A la salvación la llama Jesucristo, Reino de Dios. Como bien observaba una de nuestras oyentes, la semana pasada, cuando rezamos el tercer misterio de la luz en el santo rosario, decimos: La proclamación del reino de Dios invitando a la conversión. Jesús anunciaba la salvación, el Reino, e invitaba a cambiar de vida, que es lo mismo que invitar a la conversión; invitaba a vivir de acuerdo con el Reino de Dios, que es como Jesús llama a la salvación.

Un mundo en estado de misión

3) Tercera idea: vivir de acuerdo con el Reino de Dios. Como El Reino de Dios consiste en la comunión con Dios y entre los hombres, vivir de acuerdo con el Reino de Dios es lo mismo que vivir en comunión con Dios y con los hombres, y la manera de instaurar el Reino de Dios, – misión de la Iglesia, – es anunciar y practicar la comunión con Dios y entre los hombres. Si no se practica la comunión con Dios y entre los hombres, el Reino no se ha establecido todavía… Creo que por eso el mundo en que vivimos, donde no hay comunión con Dios y tampoco se practica el amor entre los seres humanos, es un mundo en misión, en el que es indispensable anunciar el Reino e invitar a la conversión.

Como todos los bautizados somos miembros de la Iglesia, nuestra misión es colaborar en la instauración del Reino de Dios. Tengamos presente que no se trata de establecer un reino terrenal, sino el Reino de Dios.

¿Cómo podemos realizar la parte que nos toca en el establecimiento del Reino? Tenemos que empezar por nuestra propia conversión; que el Reino se establezca en nosotros, practicando la comunión con Dios y con los hombres. Si se lograra que en el mundo todos estuviéramos en comunión con Dios y con los demás seres humanos, el mundo llegaría a ser el Reino de Dios. Sabemos que ese Reino de justicia, de amor y de paz se consumará definitivamente en el cielo, pero, mientras tanto, es deber de la Iglesia y por lo tanto es deber nuestro, anunciar y comunicar el Reino, que es lo mismo que anunciar y comunicar la salvación.

¿Cuándo empieza y cómo se fortalece nuestra comunión con Dios?

La comunión con Dios empieza con el sacramento del bautismo y se fortalece con los demás sacramentos y con la oración. Esa comunión se puede perder, por eso Jesús predicaba la conversión, es decir volver a la unión con Dios y con los demás. Como el Señor sabe que somos débiles y a pesar de que Él nos redimió, por el pecado original somos propensos a volver a caer y perder la comunión con Él, nos dejó el regalo del sacramento de la Reconciliación. El sacramento de la Reconciliación, que es el de la conversión, nos vuelve a la amistad con Dios, sana la ruptura nuestra con Dios y con nuestros hermanos, por el pecado. Se realiza así la conversión, a la que somos llamados en el anuncio del Reino, como leemos en Mc 1,15: El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.

Nos queda claro el pensamiento sobre la comunión con Dios, como primer elemento que constituye el Reino. Y ¿qué decir del segundo elemento del Reino de Dios, la comunión entre los hombres?

Un amor activo, no sólo de palabras

La proclamación del Reino de Dios fue insistente y clara en las palabras de Jesús, y perfectamente coherente con su vida. Recordemos que cuando se despedía, en la última Cena, nos dejó el Nuevo Mandamiento, el del amor; y cuando lavó los pies a sus discípulos, nos enseñó que amar es servir.[2] Había dicho Jesús que no vino a ser servido sino a servir. El amor que nos enseñó, por lo tanto el amor cristiano, es un amor activo, no un amor de solas palabras.

Repitamos el pensamiento que hemos considerado varias veces: cuando nos encontremos con el Señor, en el Juicio, confiamos en que por su misericordia nos dirá que merecemos la herencia del Reino que se nos preparó desde la creación del mundo y la razón será que vivimos de acuerdo con el Mandamiento del amor, que lo reconocimos a Él en nuestros hermanos, especialmente en los más necesitados, y al socorrerlos a ellos, lo socorrimos a Él.

Vivir como Él vivió: sirvió, amó hasta el extremo

La comunión con los demás, que constituye el segundo elemento del Reino de Dios, no es algo etéreo, filosófico, sino que es algo práctico, no sólo de palabras. San Juan, en su primera carta, 2, 6, anota que Quien dice que permanece en Él, – en Jesús,debe vivir como vivió Él. Como recordamos, en el capítulo 13 de su Evangelio, dice San Juan que Jesús, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Permanecer en él, estar en comunión con él, conduce a estar en comunión con los demás, con nuestros hermanos. Los santos que llegan una íntima comunión con Dios, llegan a amar a los demás, como Jesús: hasta el extremo.

Amar a los demás, vivir en comunión con ellos, es, por ejemplo, preocuparse por su calidad de vida en la sociedad y hacer lo que nos corresponda. Si en los demás reconocemos a Jesús, seguramente no vamos a quedar indiferentes. No podemos quedar indiferentes, cuando por todas partes vemos a Jesús, en los pobres.

¿Cómo trabajar por el Reino de Dios?

Si trabajamos por la unión, por la paz, por la no violencia, por el amor y no por la división, estaremos trabajando en la construcción del Reino de Dios. Por el contrario, en la división no está Dios ni por ese camino llega su Reino. Jesús nos previno en Lc 11,17 y en Mc 3, 24s, que si un reino está dividido contra sí mismo no puede ese reino permanecer en pie. Y si una casa está dividida contra sí misma, no podrá la tal casa permanecer en pie.

En resumen: el reino de Dios que llegará a la perfección en el cielo, y se debe establecer en la tierra, tiene dos elementos inseparables: la comunión con Dios y con nuestros hermanos.

El ser humano está confiado por Cristo al cuidado y a la responsabilidad de la Iglesia

Sigamos ahora con el primer párrafo del N° 81 del Compendio de la D.S.I. Nos explica allí, que, el ser humano está confiado por Cristo al cuidado y a la responsabilidad de la Iglesia. La D.S. es un esfuerzo de toda la Iglesia para cumplir con la misión de cuidar de la persona humana. Dice:

Con su doctrina social, la Iglesia se preocupa de la vida humana en la sociedad, con la conciencia (de) que de la calidad de la vida social, es decir, de las relaciones de justicia y de amor que la forman, depende en modo decisivo la tutela y la promoción de las personas que constituyen cada una de las comunidades. En la sociedad, en efecto, están en juego la dignidad y los derechos de la persona y la paz en las relaciones entre las personas y entre las comunidades. Estos bienes deben ser logrados y garantizados por la comunidad social.

Esto nos explica por qué la Iglesia promueve la calidad de vida de todos y en particular de los pobres. Es que para la Iglesia Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.[3] La calidad de vida social depende de las relaciones de justicia y de amor. La pobreza que domina hoy en el mundo es una señal de que la instauración del Reino de Dios requiere mucho trabajo. No hay comunión entre los hombres, ni siquiera en las familias, como lo vemos por la violencia intrafamiliar, y eso es señal de que tampoco la comunión con Dios reina en el mundo.

Si no hay justicia, el amor se convierte en sólo palabras. En la sociedad están en juego la dignidad, los derechos de las personas y la paz. La D.S.I. nos orienta sobre cómo lograr esos bienes, indispensables en la comunidad social. La dignidad y los derechos de las personas no se pueden garantizar si no hay justicia.

Por lo que hemos meditado hoy, para que de verdad estemos en comunión con el Señor, para que permanezcamos con él, tenemos que vivir como vivió Él. Él vivió y murió sirviendo. En el Reino que el cristianismo tiene como misión instaurar, uno de los valores más importantes es el servicio. No puede haber comunión con nuestros hermanos, sin espíritu de servicio.

Miembros activos de la Generación S

Terminamos el programa anterior con una invitación a los jóvenes a servir, a preguntarse cuál es su misión en la vida, cuál es la huella que quieren dejar a su paso. Los jóvenes cristianos de hoy pertenecen a la Generación S, la del servicio. Hay muchos, que con santo orgullo pueden decir que son miembros activos de la Generación S.

Las palabras del N° 81 del Compendio, que estamos estudiando, nos señalan la tarea que tenemos por delante; nos dice que En la sociedad, (…) están en juego la dignidad y los derechos de la persona y la paz en las relaciones entre las personas y entre las comunidades. Estos bienes deben ser logrados y garantizados por la comunidad social.

¿Con quién nos debemos alinear?

Cuando veamos que están en juego la dignidad y los derechos de las personas, sabemos cuál tiene que ser nuestra posición, si queremos colaborar en el establecimiento del Reino de Dios. Cuando esté en juego la paz entre las personas y entre las comunidades, sabemos también con quién nos debemos alinear, para lograr el bien de la paz; no puede ser con quienes despojan de sus tierras a los campesinos, con quienes utilizan como arma la violencia, con quienes siembran minas y destrozan las personas, con quienes patrocinan leyes injustas o son injustos con sus trabajadores, con quienes siembran cizaña entre las familias y los grupos.

El N° 81 del Compendio de la D.S.I. nos enseña que el Señor encomendó a la Iglesia la misión de anunciar y comunicar la salvación, que consiste en la comunión con Dios y con nuestros hermanos. En lo referente a la comunión con los demás, la misión de comunicar la salvación implica luchar por la justicia, defender y promover la calidad de la vida social, es decir, de las relaciones de justicia y de amor, pues de esto depende en modo decisivo, la protección y la promoción de las personas.

¿Qué anuncia la Iglesia?

Nos enseña la Iglesia que En esta perspectiva, – la de promover la comunión entre todos, –la doctrina social realiza una tarea de anuncio y de denuncia. Veamos en qué consiste la tarea de anuncio y de denuncia. Continúa el N° 81 con estas palabras, en que nos explica primero cuál es el anuncio:

Ante todo, el anuncio de lo que la Iglesia posee como propio: « una visión global del hombre y de la humanidad »,[4] no sólo en el nivel teórico, sino práctico. La doctrina social, en efecto, no ofrece solamente significados, valores y criterios de juicio, sino también las normas y las directrices de acción que de ellos derivan.[5] Con esta doctrina, la Iglesia no persigue fines de estructuración y organización de la sociedad, sino de exigencia, dirección y formación de las conciencias.

Algo que la Iglesia posee como propio

De manera que el anuncio es, ante todo, de algo que la Iglesia posee como propio: una visión global de la persona humana. ¿Qué es eso de la visión global de la persona humana? El Papa Pablo VI en la encíclica Populorum progressio, en el N° 13, nos dice que la Iglesia, que no se identifica con la comunidad política, quiere ayudar al desarrollo pleno de los pueblos, ofreciéndoles lo que es patrimonio exclusivo de ella: una visión completa del hombre y de la humanidad.[6] Visión global, es lo mismo, entonces, en este contexto, que visión completa. Es un texto importante. Leamos algunas líneas del N° 13 de la Populorum progressio, donde se refiere a la Iglesia y el mundo:

13. (…) La presente situación del mundo exige una acción de conjunto, que tenga como punto de partida una clara visión de todos los aspectos económicos, sociales, culturales y espirituales. Con la experiencia que tiene de la humanidad, la Iglesia, sin pretender de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados «sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu Paráclito, la obra misma de Cristo quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido»(Lc 7,22). Fundada para establecer desde acá abajo el Reino de los cielos y no para conquistar un poder terrenal, afirma claramente que los dos campos son distintos, de la misma manera que son soberanos los dos poderes, el eclesiástico y el civil, cada uno en su terreno.[7] Pero, viviendo en la historia, ella debe «escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio»[8]. Tomando parte en las mejores aspiraciones de los hombres y sufriendo al no verlas satisfechas, desea ayudarles a conseguir su pleno desarrollo y esto precisamente porque ella les propone lo que ella posee como propio: una visión global del hombre y de la humanidad.

El gran aporte de la encíclica Populorum progressio

Dicen algunos comentaristas, que el gran aporte de la encíclica Populorum progressio, fue la presentación de la concepción cristiana del desarrollo, que según la D.S.I. debe ser integral; no se puede concebir sólo como un desarrollo económico, porque el ser humano, considerado de modo integral, tiene necesidades que no son sólo materiales, sino que pueden ser además, necesidades intelectuales, morales y espirituales. La persona o la sociedad que buscaran sólo su desarrollo económico, que buscaran sólo tener más, estarían orientados hacia el tener y no hacia el ser. La persona y la sociedad son más valiosas, no porque tengan más, sino porque sean más, y son los valores morales, espirituales, intelectuales, los que dan el verdadero valor a la personas. Este tema lo tratamos ya en octubre de 2008. Quien quiera repasarlo lo encuentra en este ’blog’ en la Reflexión 113.

La Iglesia anuncia el valor del hombre, concebido de modo integral

La Iglesia, entonces, anuncia el valor del hombre, concebido de modo integral, con todas sus dimensiones, no sólo la dimensión material. Este concepto de la persona humana, que fundamenta su dignidad en haber sido creada por Dios a su imagen y semejanza, está indisolublemente unido al ser humano, considerado lo mismo individualmente que como miembro de la sociedad. Por eso la Populorum progressio, en el N° 14, dice de modo tajante que El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico, que Para ser auténtico debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre. Menciona Pablo VI allí el pensamiento del P. Lebret con estas palabras:

Con gran exactitud ha subrayado un eminente experto: «Nosotros no aceptamos la separación de la economía de lo humano, el desarrollo de las civilizaciones en que está inscrito. Lo que cuenta para nosotros es el hombre, cada hombre, cada agrupación de hombres, hasta la Humanidad entera»[9].

Entonces, estamos viendo que el Señor encomendó a la Iglesia luchar por la justicia, defender y promover la calidad de la vida social, es decir, de las relaciones de justicia y de amor que la forman, porque de ella depende en modo decisivo la tutela y la promoción de las personas. Veíamos hace un momento que En esta perspectiva, la doctrina social realiza una tarea de anuncio y de denuncia.

Acabamos de ver en qué consiste la tarea del anuncio; la Iglesia anuncia

«una visión global (integral, completa) del hombre y de la humanidad », y añade la Iglesia que esa visión del hombre no la anuncia sólo en el nivel teórico, sino práctico. La doctrina social, en efecto, no ofrece solamente significados, valores y criterios de juicio, sino también las normas y las directrices de acción que de ellos derivan.

Principios, valores y criterios para VER y JUZGAR y directrices para ACTUAR

Esto es importante para no quedarnos en filosofías o teorías. Es verdad que la D.S.I. nos ofrece principios, valores y criterios de juicio para que veamos y juzguemos de acuerdo con ellos, pero la D.S. sigue con el ACTUAR, después de VER y JUZGAR, pues nos ofrece también normas y directrices de acción, en coherencia con sus principios, valores y criterios de juicio. Y termina esta parte del N° 81 del Compendio de la D.S.I. con esta aclaración:

Con esta doctrina, la Iglesia no persigue fines de estructuración y organización de la sociedad, sino de exigencia, dirección y formación de las conciencias.

Hemos visto que la Iglesia no se confunde con la comunidad política. La Iglesia no pretende por eso, estructurar u organizar la sociedad; como quien dice, no pretende gobernar. Eso toca a la comunidad política. Lo que la Iglesia entiende como misión suya, es orientar, formar las conciencias. Como vamos a ver, la misión de la Iglesia no es sólo anunciar, también denunciar es misión suya. Será éste, tema de la próxima reflexión.


[1] Cf Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 53: AAS 83 (1991) 859

[2] Jn 13, 5; 12-17

[3] Gaudium et spes, 1

[4] Pablo VI, Populorum progressio, 13: AAS 59 (1967) 264

[5] Cf Pablo VI, Carta apostólica Octogesima adveniens, 4; Juan Pablo II, Enc. Sollicitudo rei socialis, 41; Catecismo de la Iglesia Católica, 2423; Congregación para la Doctrina de la Fe, Instructio Libertatis conscientia, 72

[6] Síntesis del N° 13 de la encíclica Populorum progressio, tomada de 11 Grandes Mensajes, 2 BAC Minor

[7] Gaudium et spes, N° 3 & 2

[8] Cf encíclica Immortale Dei, 1 nov. 1885: Acta Leonis XIII, t.5, (1885) p.127

[9] L.J. Lebret, O.P., Dynamique concréte du developpment, París, Économie et Humanisme, Les Éditions Ouvrières, 1961, p. 28