Refexión 228 Caritas in veritate N° 50,51

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¿Por qué es  la caridad es la vía
maestra de la DSI?

 

Estamos estudiando la encíclica social de Benedicto XVI llamada Caridad en la verdad, Caritas in veritate, dedicada al Desarrollo Integral de los Pueblos y publicada un poco después de conmemorar los cuarenta años de la encíclica Populorum progressioEl Desarrollo de los pueblos, del Papa Pablo VI.

La encíclica Caritas in veritate, de Benedicto XVI, tiene como centro la caridad y la verdad, como lo indica su nombre, porque, como dice el Papa, al comienzo de la encíclica, en el N° 2, La caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia. Guiados por la caridad viviremos la D.S.I. Todas las responsabilidades y compromisos trazados por esta doctrina provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt. 22, 36-40). Luego afirma el Santo Padre que la caridad da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el prójimo, y añade que la caridad no es sólo el principio de las micro-relaciones, es decir de las relaciones entre amigos, en el grupo familiar, el pequeño grupo, el de los vecinos, los compañeros de
trabajo,
sino también las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas. Para la Iglesia – aleccionada por el Evangelio-, la caridad es todo, porque, como enseña San Juan (cf 1 Jn 4,8.16) y como él (Benedicto XVI) lo ha recordado en su primera Carta encíclica Dios es caridad (Deus caritas est):   todo proviene de la caridad de Dios, todo adquiere forma por ella, y a ella tiende todo. La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza.

Nuestra vida cristiana tiene que estar informada de la caridad o se puede quedar sólo en palabras. La caridad da verdadera sustancia a nuestra relación personal con Dios y con el prójimo.

 

De la caridad se desprenden los principios

 

Es importante tener esto presente a lo largo de nuestro estudio de la DSI, para no desenfocarnos. La caridad en la verdad es el principio sobre el que gira la doctrina social de la Iglesia, como insiste el Papa, y de este principio se desprenden los criterios que nos orientan en nuestro comportamiento. El Papa recuerda que hay en particular dos criterios que es necesario seguir en el compromiso para el desarrollo de la sociedad, en un mundo en vías de globalización; esos dos criterios son la justicia y el bien común.

 

No estudiamos aquí ni sociología ni política

 

A medida que hemos avanzado en el estudio de Caridad en la verdad hemos podido ver que todas las orientaciones sociales de la Iglesia, en este caso, bajo la dirección de Benedicto XVI, se basan en el Evangelio, en la caridad y en la verdad. No perdamos esto de visita: lo que estudiamos no es sociología ni política, es la doctrina de la Iglesia sobre la sociedad, con base en el Evangelio. No aprendemos aquí lo que una corriente política u otra pretende en su idea de sociedad. La sociedad que el Evangelio quiere construyamos se basa en la caridad y en la verdad, enmarcada en la justicia y el bien común. Los idearios políticos no son así de claros. Es que nuestro ideario se funda en Jesucristo, la Palabra de Dios, en Dios que es Amor, Verdad y Vida.

Se supone que los políticos también quieren el bien común, infortunadamente cuando  prescinden de Dios, acaban por luchar por su bien personal  o grupal, por encima del bien común. Eso es caldo de cultivo para el desvío doctrinal y aun para la corrupción.

 

El compromiso inspirado por el amor tiene más fuerza que el compromiso
político

El Papa observa que el compromiso por el bien común, inspirado por la caridad, tiene un valor, una fuerza, superior al compromiso meramente político (N° 7). Desafortunadamente, no pocos políticos que se llaman católicos, en su comportamiento ponen el compromiso político por encima del  compromiso por el bien común. Su fervor político de grupo marca mayor temperatura que el fervor de su caridad, de su adhesión a la doctrina del Evangelio.

Ojalá los políticos católicos, asumiendo su misión como laicos, tuvieran presente que la acción de la persona humana sobre la tierra, cuando está inspirada y alimentada por la caridad, contribuye a la edificación de la ciudad de Dios hacia la cual avanza la historia de la familia humana, como lo dice Benedicto XVI en el N° 7 de Caridad en la verdad. Esa es nuestra misión: ser obreros en la construcción de la Ciudad de Dios.

 

No importa si parecemos invisibles

 

No importa que nuestro trabajo no lo vean o no lo reconozcan  los hombres. Las madres de familia son experimentadas en que su trabajo no se vea, no se reconozca; pero qué importante es esa labor callada. Ayer me llegó uno de esos correos por internet, que son muy oportunos. Cuenta en él, una ama de casa, que se dio cuenta de que en su familia, con frecuencia ni siquiera le respondían cuando hablaba, como si fuera invisible. Eso la hizo reflexionar y recordó de un obrero que trabajaba en la construcción de una catedral y hacía con mucho cuidado una figura que iría en la parte alta del techo, donde apenas se vería. Alguien se acercó y le preguntó por qué dedicaba tanto tiempo y cuidado a una figura que no sería  casi visible. El obrero respondió: Porque la hago para Dios y Él sí la ve. Puede ser que los seres humanos no vean nuestro trabajo, pero a Dios no se le pasa nada.

Nos dedicamos ahora al capítulo cuarto, de la encíclica Caridad en la verdad, de Benedicto XVI, que lleva por título Desarrollo de los Pueblos, Derechos y Deberes, Ambiente. 

 

¿Cómo sería el mundo si se atendiera al Evangelio?

Después de considerar en el programa anterior lo que Benedicto XVI nos enseña sobre el uso de los recursos energéticos, comprendemos mejor que el mundo sería mejor si atendiera al Evangelio; que si vivimos de acuerdo con la ética, con la justicia, en el amor que el Señor nos enseña, viviremos en un mundo de paz, sin los sobresaltos en el presente y las angustias frente a las incertidumbres del futuro.

 Nuestra responsabilidad
como católicos en la ecología

 

Hoy vamos a continuar con este tema tan importante sobre el uso de los bienes que Dios nos ha encargado en materia energética. En los números 51 y 52 el Santo Padre nos pone a reflexionar sobre nuestra responsabilidad como católicos y lo que eso implica
en nuestro modo de vivir. Tengamos siempre presente que como creyentes las responsabilidades en relación con la ecología son más exigentes, si queremos ser coherentes, es decir si queremos ser creyentes de verdad y no sólo de palabra. Es que la vida de fe lo abarca todo, no sólo los momentos de oración.

Nuestra vida en la fe es una vida optimista, no predica la guerra, sino la solidaridad, la justicia, el espíritu de trabajo, el amor. Volvamos a leer algunas de las palabras de Benedicto XVI: el Papa ve al ser humano  capaz de gobernar responsablemente la naturaleza para custodiarla, hacerla productiva y cultivarla también con métodos nuevos y tecnologías avanzadas, de modo que pueda acoger y alimentar dignamente a la población que la habita. Nos dice que En nuestra tierra hay lugar para todos: en ella toda la familia humana debe encontrar los recursos necesarios para vivir dignamente, con la ayuda de la naturaleza misma, don de Dios a sus hijos, con el tesón del propio trabajo y de la propia inventiva.

 No nos sentemos sólo a rezar y esperar

Nos advierte el Santo Padre que tenemos los recursos en la tierra, pero que se necesita el tesón del propio trabajo y de la propia inventiva. Popularmente se dice: A Dios rogando y con el mazo dando. Hay que poner de nuestra parte, no nos sentemos sólo a rezar y esperar. Hay que hacer lo que se debe hacer y nos habla el Papa del trabajo y de la propia inventiva. En Colombia se habla del rebusque: bien entendido quiere decir que no nos debemos contentar con hacer lo fácil y lo primero que se nos ocurra; se necesita el esfuerzo y para eso nos sirve de gran compañía la oración: pedir al Señor que nos ilumine qué más podemos hacer y hacerlo.

 ¿Cómo queremos
que nuestros descendientes encuentren el jardín que estuvo a nuestro cuidado?

 

Las palabras de  Benedicto XVI nos deben repicar en los oídos todos los días, cuando manejamos los desperdicios, cuando utilizamos el agua, cuando administramos lo que tenemos a cargo: debemos considerar un deber muy grave el dejar la tierra a las nuevas generaciones en un estado en el que puedan habitarla dignamente y seguir cultivándola. Y sigue así en el último párrafo del N° 50, donde dice:

Eso comporta «el compromiso de decidir juntos después de haber ponderado responsablemente la vía que se debe seguir, con el objetivo de fortalecer esa alianza entre ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos»[1]. Es de desear que la comunidad internacional y cada gobierno sepan contrarrestar eficazmente los modos de utilizar el ambiente que le sean nocivos. Y también las autoridades competentes han de hacer los esfuerzos necesarios para que los costes económicos y sociales que se derivan del uso de los recursos ambientales comunes se reconozcan de manera transparente y sean sufragados totalmente por aquellos que se benefician, y no por otros o por las futuras generaciones. La protección del entorno, de los recursos y del clima requiere que todos los responsables
internacionales actúen conjuntamente y demuestren prontitud para obrar de buena fe, en el respeto de la ley y la solidaridad con las regiones más débiles del planeta[2]. Una de las mayores tareas de la economía es precisamente el uso más eficaz de los recursos, no el abuso, teniendo siempre presente que el concepto de eficiencia no es axiológicamente neutral.

 

El concepto de eficiencia y la axiología

 

 El concepto de eficiencia no es axiológicamente neutral. ¿De qué se trata la eficiencia y qué quiere decir que ese concepto de eficiencia no es axiológicamente neutral? Se dice de alguien que es muy eficiente cuando hace las cosas de manera ordenada y
rápida. No siempre una persona eficiente consigue lo que se pretende. Precisamente la diferencia entre una persona eficiente y una persona eficaz, consiste en que la eficaz  consigue lo que se pretende. A veces de la carrera del eficiente solo queda el cansancio. El eficiente que no es eficaz hace rápidamente las cosas, pero a medias. Si hace lo que se debe hacer, de manera  ordenada y con rapidez, esa persona es eficiente y eficaz.

 

La tarea de la economía no es el abuso de los recursos

 

El Papa se refiere a la tarea de la economía, que es, dice, el uso más eficaz de los recursos, no el abuso, porque el concepto de eficiencia no siempre es axiológicamente neutral, es decir, no siempre la eficiencia es valiosa. El manejo de la economía no debe ser sólo eficiente; por ejemplo, el presupuesto del país se puede preparar a tiempo, según todas las reglas técnicas, pero su
distribución puede ser equivocada, puede dejar grandes lagunas en sectores prioritarios, puede ser injusta.  De la misma manera, una de las más importantes tareas de la economía es que el uso de los recursos sea eficaz, que no se abuse en su distribución, que sea justo y se atienda lo importante.

 

El trato al medio ambiente nos pide un cambio de conducta

 

El N° 51 de Caritas in veritate nos enseña que el modo como el ser humano trata el medio ambiente influye en la
manera como se trata a sí mismo y viceversa. ¿Qué implicaciones tiene esto?   
En primer lugar, implica una disposición al cambio y este cambio supone que se revisen y si es necesario, se adopten nuevos estilos de vida. A eso nos referimos también, cuando hablamos de la necesidad de conversión. El Papa nos dice que en este caso, el cambio de vida pide que cuando vayamos a decidir si consumimos algo, en qué vamos a ahorrar o donde vamos a invertir, tengamos presente, la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con los demás para un crecimiento común, es decir un crecimiento de todos. Se nos pide
que vivamos de verdad según la fe y no nos dejemos arrastrar por el deseo del consumo, por el hedonismo, como si el placer fuera el fin de nuestra vida, sin tener en cuenta los daños que a los demás pueda ocasionar nuestro comportamiento. Vamos a ahondar en esto.

Caritas in veritate cita la encíclica Centesimus annus, de Juan Pablo II, en el N° 36, que nos da una maravillosa lección sobre el cambio de estilo de vida al que nos insta Benedicto XVI, en este mundo que se caracteriza por el consumismo. Nos aclara que es lícito pretender una vida más satisfactoria, de mejor calidad, pero nos advierte de los peligros en esta época. Nos habla también de las responsabilidades de los productores, de los medios de comunicación y de las autoridades, en la educación de los
consumidores. Leamos el N° 36 de
Centesimus annus, que es la mejor explicación también del pensamiento de Caritas in veritate:

 

Derecho
legítimo a aspirar a mejor calidad de vida

(…) En las precedentes fases de desarrollo, el hombre ha vivido siempre condicionado bajo el peso de la necesidad. Las cosas
necesarias eran pocas, ya fijadas de alguna manera por las estructuras objetivas de su constitución corpórea, y la actividad económica estaba orientada a satisfacerlas. Está claro, sin embargo, que hoy el problema no es sólo ofrecer una cantidad de bienes suficientes, sino el de responder a un demanda de calidad: calidad de la mercancía que se produce y se consume;
calidad de los servicios que se disfrutan; calidad del ambiente y de la vida en general.

La demanda de una existencia cualitativamente más satisfactoria y más rica es algo en sí legítimo; sin embargo hay que poner de relieve las nuevas responsabilidades y peligros anejos a esta fase histórica. En el mundo, donde surgen y se delimitan nuevas necesidades, se da siempre una concepción más o menos adecuada del hombre y de su verdadero bien.

¿De dónde nace el consumismo?

 

A través de las opciones de producción y de consumo se pone de manifiesto una determinada cultura, como concepción global de la vida. De ahí nace el fenómeno del consumismo. Al descubrir nuevas necesidades y nuevas modalidades para su satisfacción, es necesario dejarse guiar por una imagen integral del hombre, que respete todas las dimensiones de su ser y que subordine las materiales e instintivas a las interiores y espirituales. Por el contrario, al dirigirse directamente a sus instintos, prescindiendo en uno u otro modo de su realidad personal, consciente y libre, se pueden crear hábitos de consumo y estilos de vida objetivamente ilícitos y con frecuencia incluso perjudiciales para su salud física y espiritual. El sistema económico no posee
en sí mismo criterios que permitan distinguir correctamente las nuevas y más elevadas formas de satisfacción de las nuevas necesidades humanas, que son un obstáculo para la formación de una personalidad madura. Es, pues, necesaria y
urgente una gran obra educativa y cultural, que comprenda la educación de los consumidores para un uso responsable de su capacidad de elección, la formación de un profundo sentido de responsabilidad en los productores y sobre todo en
los profesionales de los medios de comunicación social, además de la necesaria intervención de las autoridades públicas.

 

¿Llenar el vacío espiritual con el consumo?

 

Un ejemplo llamativo de consumismo, contrario a la salud y a la dignidad del hombre y que ciertamente no es fácil controlar, es el de la droga. Su difusión es índice de una grave disfunción del sistema social, que supone una visión materialista y, en cierto sentido, destructiva de las necesidades humanas. De este modo la capacidad innovadora de la economía libre termina por realizarse de manera unilateral e inadecuada. La droga, así como la pornografía y otras formas de consumismo, al explotar la fragilidad de los débiles, pretenden llenar el vacío espiritual que se ha venido a crear. No es malo el deseo de vivir mejor, pero es
equivocado el estilo de vida que se presume como mejor, cuando está orientado a tener y no a ser, y que quiere tener más no para ser más, sino para consumir la existencia en un goce que se propone como fin en sí mismo [3]. Por esto, es necesario esforzarse por implantar estilos de vida, a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un crecimiento común sean los elementos que determinen las opciones del consumo,
de los ahorros y de las inversiones. A este respecto, no puedo limitarme a recordar el deber de la caridad, esto es, el deber de ayudar con lo propio «superfluo» y, a veces, incluso con lo propio «necesario», para dar al pobre lo indispensable para vivir. Me refiero al hecho de que también la opción de invertir en un lugar y no en otro, en un sector productivo en vez de otro, es
siempre una opción moral y cultural. Dadas ciertas condiciones económicas y de estabilidad política absolutamente imprescindibles, la decisión de invertir, esto es, de ofrecer a un pueblo la ocasión de dar valor al propio trabajo, está
asimismo determinada por una actitud de querer ayudar y por la confianza en la Providencia, lo cual muestra las cualidades humanas de quien decide.

La ciudad de Dios en construcción

 

 Sin duda es muy alta la calidad de vida espiritual que nos pide la Iglesia siguiendo al Evangelio. Y sin duda también, muchos se conforman con ella y hacen que el mundo sea más justo, más agradable para vivir, una ciudad de Dios en construcción, una comunidad de personas que están dispuestas a ayudar, a darse a los demás. ¡Qué bello sería vivir en un mundo en el que se viviera el Evangelio! Tenemos una tarea que cumplir, cada uno. Necesitamos la ayuda de la gracia, porque solos no somos capaces, ni
remotamente.


[1] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2008, 7

[2] Cf Discurso a los miembros de la Asamblea General de las Naciones Unidas (18 de abril 2008).

[3] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 35; Pablo VI, Enc. Populorum progressio, 19: l. c., 266 s.