Reflexión 226, Caritas in veritate N° 48 (3) Septiembre 8, 2011

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Vamos a continuar el estudio del N° 48 de la Encíclica Caridad en la verdad, Caritas in veritate, de Benedicto XVI.  Este número hace parte del capítulo 4°, que se titula Desarrollo de los Pueblos, Derechos y Deberes, Ambiente.

Lo que de Dios se ve en la naturaleza

 

Como vimos antes,  la naturaleza es expresión, manifestación de un proyecto de Dios, que es un proyecto de amor y de verdad; vimos que Dios nos dio  la naturaleza, la tierra por casa y la queremos como a nuestra casa. Decíamos que la naturaleza nos habla de Dios, su Creador, de su sabiduría, de su poder  y de su amor por la humanidad, y recordábamos las palabras de San Pablo, citadas en la encíclica, quien en su carta a los Romanos, 1,20, dice que (…) lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad (…)  

San Juan de la Cruz describe poéticamente la creación como el paso de Dios Creador por los campos y cómo con sola su mirada los dejó vestidos de su hermosura. Comentamos también, que San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales, nos lleva a meditar que el amor con amor se paga, y que al contemplar los seres creados, que son regalos de Dios, no podemos menos que corresponderle con nuestra entrega y servicio. Por eso nos invita a entregar al Señor nuestro ser completo: nuestra libertad,  nuestra memoria, nuestro entendimiento y toda nuestra voluntad y decimos al Señor que todo eso nos lo dio Él y a Él se lo entregamos, pues sólo con su amor y su gracia nos basta.

Esa es la reflexión que los creyentes hacemos al contemplar la naturaleza, el medio ambiente, sin necesidad de acudir a ritos paganos de veneración a creaturas que Dios creó para que nos ayuden a hacer el camino hacia la eternidad.  A continuación el Papa nos recuerda en Caridad en la verdad, que la naturaleza está destinada encontrar la «plenitud» en Cristo al final de los tiempos (Ef 1,9s; Col 1, 19s).

 

El trato a la naturaleza según la Iglesia

 

En el N° 463 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia se nos clarifica esta posición de la Iglesia sobre el trato a la naturaleza. Dice:

Una correcta concepción del medio ambiente, si por una parte no puede reducir utilitariamente la naturaleza a un mero objeto de manipulación y explotación, por otra parte, tampoco debe absolutizarla y colocarla, en dignidad, por encima de la misma persona humana. En este último caso, se llega a divinizar la naturaleza o la tierra, como puede fácilmente verse en algunos movimientos ecologistas que piden se otorgue un reconocimiento institucional internacionalmente garantizado a sus ideas.[1]

 

Vocación de la naturaleza

 

Volvamos a leer esa parte del N° 48 de la encíclica Caridad en la verdad que no alcanzamos a comentar en el programa anterior y comienza con la afirmación de la vocación de la naturaleza dice:

         También ella, por tanto, es una «vocación»[2]. La naturaleza está a nuestra disposición no como un «montón de desechos esparcidos al azar»,[3] sino como un don del Creador que ha diseñado sus estructuras intrínsecas para que el hombre descubra las orientaciones que se deben seguir para «guardarla y cultivarla» (cf. Gn 2,15). Pero se ha de subrayar que es contrario al verdadero desarrollo considerar la naturaleza como más importante que la persona humana misma. Esta postura conduce a actitudes neopaganas o de nuevo panteísmo: la salvación del hombre no puede venir únicamente de la naturaleza, entendida en sentido puramente naturalista. 

De modo que la vocación de la naturaleza, el fin para el que fue creada, es de un don para el ser humano, que debe guardarla y cultivarla. Es oportuno continuar unas líneas más. Después de afirmar que es contrario al desarrollo considerar a  la naturaleza más importante que la persona humana, continúa:

 

La naturaleza y su gramática para entenderla

 

Por otra parte, también es necesario refutar la posición contraria, que mira a su completa tecnificación, porque el ambiente natural no es sólo materia disponible a nuestro gusto, sino obra admirable del Creador y que lleva en sí una «gramática» que indica finalidad y criterios para un uso inteligente, no instrumental y arbitrario. Hoy, muchos perjuicios al desarrollo provienen en realidad de estas maneras de pensar distorsionadas. Reducir completamente la naturaleza a un conjunto de simples datos fácticos acaba siendo fuente de violencia para con el ambiente, provocando además conductas que no respetan la naturaleza del hombre mismo. Ésta, en cuanto se compone no sólo de materia sino también de espíritu, y  la cual es orientada a su vez por la libertad responsable, atenta a los dictámenes de la ley moral. Por tanto, los proyectos para un desarrollo humano integral no pueden ignorar a las generaciones sucesivas, sino que han de caracterizarse por la solidaridad y la justicia inter-gene-racional, teniendo en cuenta múltiples aspectos, como el ecológico, el jurídico, el económico, el político y el cultural. [4]

El párrafo anterior es muy importante porque nos clarifica la posición de la Iglesia frente  a la naturaleza, frente a la ecología. No podemos descuidar a la naturaleza, tenemos una responsabilidad seria en su conservación. La debemos tratar como un don de Dios; no como un montón de desechos, no como basura. Génesis 2,15, que cita el Papa, dice que Dios dejó al hombre en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase. Dejó al ser humano de jardinero. Cómo cuidar la naturaleza nos lo enseña la naturaleza misma, porque, como añade Benedicto XVI, en el interior de la naturaleza, en sus estructuras, es decir, en la distribución y orden con que están dispuestas todas las partes de estas obras maravillosas de Dios, podemos descubrir las orientaciones que se deben seguir para «guardarla(s) y cultivarla(s)» .

El conocimiento de la naturaleza es la contribución a que están llamados los científicos: los biólogos, cuando se trata de conocer las maravillas de los seres vivos, los físicos, los químicos, los botánicos, en fin, todos los que dedican su vida al estudio de la naturaleza.

Esos secretos que esconden las estructuras de los seres creados las entiende el campesino que aprende a manejar la agricultura por su observación; esos secretos los entendió bien en su estudio del ser humano, el científico Francis S. Collins, de quien ya hemos hablado; el que descifró el genoma humano, el código hereditario de la vida. El día del anuncio de ese descubrimiento, dice él, que se ofreció al mundo el escrito que contenía las instrucciones para la construcción del ser humano. El presidente Clinton, de los EE.UU., quien hizo el anuncio, dijo que ese día, se estaba conociendo el lenguaje en el cual Dios creó la vida (Today we are learning the language in which God created life). [5] 

 

La naturaleza nos enseña cómo tratarla

 

La encíclica advierte que cuando el ser humano descubre esos secretos de la estructura de la naturaleza debe utilizarlos según la finalidad para la que fueron creados, y no utilizarlos como instrumentos, para satisfacer su antojo. Los principios éticos para el manejo inteligente de la naturaleza se encuentran en su interior. Cuando se utiliza la naturaleza arbitrariamente, – hoy se hace así en algunos casos, – inclusive sin respeto por la naturaleza del mismo ser humano, – se hace violencia a la misma naturaleza. No porque algo sea posible hacerlo es siempre lícito. Hoy los avances de la ciencia hacen posible la manipulación de la naturaleza humana violentándola. Se ignora que la naturaleza humana está compuesta de materia y de espíritu, que Dios le imprimió un destino y que el uso de la libertad debe ser responsable y debe seguir los dictámenes de la ley moral. El ser humano no es sólo un conjunto de tejidos, aunque el espíritu que Dios le infunde no se descubra con el bisturí.

 

Si quieres promover la paz, protege la creación

 

Nadie puede comentar mejor la encíclica Caridad en la verdad, que el mismo Benedicto XVI. En su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz en 2010, el Santo Padre dijo: Si quieres promover la paz, protege la creación. Es muy oportuno dedicar hoy un rato a recordar ese mensaje; hagámoslo, será muy bien empleado el tiempo.

Comenzó el Papa recordándonos que, como enseña el Catecismo, en el N° 198, El respeto a lo que ha sido creado tiene gran importancia, puesto que «la creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios», y su salvaguardia se ha hecho hoy esencial para la convivencia pacífica de la humanidad. Luego continuó:

En efecto, aunque es cierto que, a causa de la crueldad del hombre con el hombre, hay muchas amenazas a la paz y al auténtico desarrollo humano integral – guerras, conflictos internacionales y regionales, atentados terroristas y violaciones de los derechos humanos–, no son menos preocupantes los peligros causados por el descuido, e incluso por el abuso que se hace de la tierra y de los bienes naturales que Dios nos ha dado. Por este motivo, es indispensable que la humanidad renueve y refuerce «esa alianza entre  ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos».[6] 

 

Responsabilidad con los pobres y las futuras generaciones

 

Y alude a sus enseñanzas de Caritas in veritate en el N° 48, que ahora estudiamos. Dice:

En la Encíclica Caritas in veritate he subrayado que el desarrollo humano integral está estrechamente relacionado con los deberes que se derivan de la relación del hombre con el entorno natural, considerado como un don de Dios para todos, cuyo uso comporta una responsabilidad común respecto a toda la humanidad, especialmente a los pobres y a las generaciones futuras. He señalado, además, que cuando se considera a la naturaleza, y al ser humano en primer lugar, simplemente como fruto del azar o del determinismo evolutivo, se corre el riesgo de que disminuya en las personas la conciencia de la responsabilidad.

 En cambio, valorar la creación como un don de Dios a la humanidad nos ayuda a comprender la vocación y el valor del hombre. En efecto, podemos proclamar llenos de asombro con el Salmista: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?» (Sal 8,4-5). Contemplar la belleza de la creación es un estímulo para reconocer el amor del Creador, ese amor que «mueve el sol y las demás estrellas» ( Dante Alighieri, Divina Comedia, Paraíso, XXXIII, 145).

Alude luego Benedicto XVI al pensamiento de Juan Pablo II y de Pablo VI sobre nuestra relación con el medio ambiente:

 Hace veinte años, al dedicar el Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz al tema Paz con Dios creador, paz con toda la creación, el Papa Juan Pablo II llamó la atención sobre la relación que nosotros, como criaturas de Dios, tenemos con el universo que nos circunda. «En nuestros días aumenta cada vez más la convicción –escribía– de que la paz mundial está amenazada, también […] por la falta del debido respeto a la naturaleza», añadiendo que la conciencia ecológica «no debe ser obstaculizada, sino más bien favorecida, de manera que se desarrolle y madure encontrando una adecuada expresión en programas e iniciativas concretas».[7] También otros Predecesores míos habían hecho referencia anteriormente a la relación entre el hombre y el medio ambiente. Pablo VI, por ejemplo, con ocasión del octogésimo aniversario de la Encíclica Rerum Novarum de León XIII, en 1971, señaló que «debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, [el hombre] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación». Y añadió también que, en este caso, «no sólo el ambiente físico constituye una amenaza permanente: contaminaciones y desechos, nuevas enfermedades, poder destructor absoluto; es el propio consorcio humano el que el hombre no domina ya, creando de esta manera para el mañana un ambiente que podría resultarle intolerable. Problema social de envergadura que incumbe a la familia humana toda entera».[8]

 

¿Hasta dónde modificar la naturaleza?

Los avances de las ciencias naturales hacen posible la injerencia de la mano del hombre para modificar las estructuras de los seres creados, no sólo por descuido en el manejo de desechos o en la explotación inconsiderada de la naturaleza, que puede tener consecuencias graves por la contaminación de los ríos y del aire, sino que se llega a producir modificaciones en vegetales y animales, algunas modificaciones buscadas para mejorar especies y en  bien de la humanidad, otras consecuencia de malos manejos; lo mismo puede suceder cuando se  buscan cambios en el mismo organismo humano.

 En el manejo de la naturaleza, el único límite que el ser humano tiene no es la posibilidad de hacer algo; la dimensión ética nunca se puede ignorar.

Ante la imposibilidad de agotar el tema de la ecología en este espacio, les sugiero estudiar el capítulo X del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que se titula Salvaguardar el Medio Ambiente, y tiene estos importantes apartes:

I-             Aspectos Bíblicos

II-           El Hombre y el Universo de las Cosas. Se refiere a las actitudes de los cristianos con respecto al uso de la tierra, y al desarrollo de la ciencia y de la técnica.

III-         La crisis en la relación entre el hombre y el medio ambiente

IV-        Una responsabilidad Común, a) El ambiente, un bien colectivo, b) El uso de las biotecnologías, c) Medio ambiente  y distribución de los bienes. Se trata fundamentalmente de impedir la injusticia de un acaparamiento de los recursos: la avidez, ya sea individual o colectiva es contraria al orden de la creación,[9] d) Nuevos estilos de vida requeridos.

 Habíamos citado ya apartes del mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz en 2010. Sobre la ética en el manejo de la naturaleza tuvo palabras importantes.

 



[1] Cf, por ejemplo, Consejo Pontificio de la Cultura-Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, Jesucristo, Portador del agua de la vida. Una reflexión cristiana sobre la “Nueva Era”, Librería  Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano, 2003, p.35

[2] Cf Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 6

[3] Heráclito de Éfeso (Éfeso 535 a.C. ca. — 475 a.C. ca.), Fragmento 22B124, en: H. Diels — W. Kranz,  Die Fragmente der Vorsokratiker, Weidmann, Berlín 19526.

[4] Cf Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 451-487

[5] Cf Francis S. Collins, The Language of God, a scientist presents evidence por bilief, Free Press a división of Simon & Schuster, Inc, 2006, Introcution, Pg. 2

[6] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2008, 7.

[7]Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 1.

 

[8]Carta ap. Octogesima adveniens, 21

[9] Cf Concilio Vaticano II, Gaudiumt spes, 69,  Pablo VI, Populorum progresio,22