Reflexión 225 Caritas in veritate N° 48, Septiembre 1, 2011

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El ser humano no es fruto del azar

Estamos estudiando el capítulo 4° de la encíclica Caritas in veritate, Caridad en la verdad, de Benedicto XVI. En el programa anterior comenzamos el N° 48, que  trata sobre nuestra responsabilidad con el medio ambiente. Nos enseña la encíclica que el ambiente natural, es decir la naturaleza,  es un don de Dios para todos y su uso representa para nosotros una responsabilidad con toda la humanidad. Cita en particular nuestra responsabilidad con los pobres y con las futuras generaciones.

Aprendimos que en la naturaleza, obra de Dios, podemos encontrar un orden que el Creador le imprimió y que en ese mismo orden natural podemos descubrir los principios sobre cómo manejar la naturaleza, cómo conservarla y utilizarla en beneficio del ser humano. La naturaleza es un don de Dios y debemos  utilizarla responsablemente para satisfacer las necesidades del género humano, respetando el equilibrio inherente a la naturaleza misma. 

Algo que no podemos pasar por alto al leer este N° 48, es que el ser humano no es fruto del azar, de la simple evolución de la naturaleza, sino que Dios intervino en su creación, hizo al ser humano a su imagen y semejanza, como nos lo enseña la Biblia; Dios lo creó superior a los demás seres,  a la persona humana la puso como centro de la naturaleza.

Para comprender el papel de la persona humana y las demás cosas creadas, nos puede ayudar el punto de partida de San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales, que comienza sus reflexiones con lo que llamó Principio y Fundamento; nos invita a reflexionar sobre nuestra posición frente a la naturaleza, cuando dice que “las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para el que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar de ellas (dellas) cuanto le ayudan para su fin, y tanto debe apartarse (quitarse) de ellas (dellas) cuanto para ello le impiden” (Ejercicios Espirituales, 23, 3s) .  

 Comprensión de la naturaleza con la luz de la fe

Si queremos ordenar nuestra vida según el fin para el que Dios nos creó, no podemos ignorar lo que las demás creaturas representan para nosotros y cómo debe ser nuestra relación con ellas.

Como creyentes, nuestro modo de entender la naturaleza está cargado del sentido que le da su comprensión con la luz de  la fe. Como el Papa lo advierte en este número 48, los creyentes no consideramos a la naturaleza como algo tabú, es decir algo intocable ni tampoco como algo que nos fue dado con el derecho de hacer con ella lo que queramos, aun abusando de ella. En nuestra visión cristiana de la naturaleza, la comprendemos como obra de Dios, la naturaleza está conformada por creaturas, obras de la mano amorosa de Dios, en el universo que es el jardín del Edén. La persona humana fue encargada de su custodia. Tiene libertad para vivir en este jardín, alimentarse de sus frutos, pero tiene límites. Es decir, el ser humano puede servirse de la naturaleza, pero tiene límites en su uso.

 

La ciencia del bien y del mal

 

Los límites que Dios puso al ser humano al encargarlo de la naturaleza que había creado se expresan metafóricamente  en Gen 2, 16: De cualquier ‘árbol del jardín puedes comer, más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio”. La Biblia de Jerusalén nos explica esas palabras; dice que la ciencia del bien y del mal se refiere a la facultad de decidir lo que es bueno o malo. Al usurpar  el ser humano el derecho a decidir lo que es bueno y lo que es malo, el hombre reniega de su estado de creatura, se independiza de Dios.

La figura de comer de la fruta prohibida expresa la rebeldía orgullosa contra Dios. ¿No es eso lo que la humanidad hace hoy? La rebeldía, por la cual se considera dueño absoluto de su voluntad, de hacer lo que quiera negándose a aceptar la voluntad de Dios. El hombre, por la carga del pecado original de soberbia, quiere hacer siempre lo que él quiere,  ignorando su condición de creatura y que Dios es el Señor, un Señor que lo ama, que tiene un plan para él, y que desea sólo su bien.

Hasta dónde llega la soberbia humana lo experimentamos con la posición de los que se creen dueños de la vida propia y de la vida de los demás. Cortes que pretenden obligar a que se acepte el aborto y la eutanasia; magistrados soberbios, que consideran que destruir la propia salud  con el uso de estupefacientes es un derecho de la persona y a eso lo llaman libre desarrollo de la personalidad. Es decir, conceden al ciudadano el derecho a decidir si progresan, si crecen  o limitan  su desarrollo o hasta si se autodestruyen. Deciden lo que es bueno o malo, independientemente de los planes de Dios. Se creen dueños absolutos.

 

El ser humano ideado por Dios

 

Y comprendamos que aceptar nuestro ser de creaturas, con límites, no nos disminuye; aceptar los planes de Dios para la humanidad es lo inteligente. Si Él es el inventor del ser humano, ¿pretendemos modificar su obra? ¿el modelo ideado solo por la mente humana, podrá ser superior al ideado por Dios, su inventor? 

Dentro de nuestros límites estamos dotados de tantas maravillas, rodeados de tantos bienes, todo dado por nuestro Padre, que sólo tenemos motivos de agradecer. No desprecia Dios la naturaleza humana; la ama tanto, que la tomó en su Hijo que se hizo uno de nosotros, igual en todo a nosotros, menos en el pecado (Heb 4,15).

Uso de la naturaleza respetando el equilibrio

 

La encíclica sintetiza maravillosamente estas enseñanzas sobre el uso de la naturaleza con estas palabras: El creyente reconoce en la naturaleza el maravilloso resultado de la intervención creadora de Dios, que el hombre puede utilizar responsablemente para satisfacer sus legítimas necesidades —materiales e inmateriales— respetando el equilibrio inherente a la creación misma.

Si aceptamos por la fe la intervención de Dios creador en la existencia de la naturaleza y del ser humano, nuestra relación con los demás seres creados y la aceptación de nuestra responsabilidad en su manejo, en su administración, tiene una perspectiva distinta, optimista y entusiasta para desempeñar nuestro papel de colaboradores de Dios en el desarrollo de su obra, que continúa; la creación continúa y nosotros somos los ayudantes del Creador. 

 

La naturaleza es expresión de un proyecto de amor y de verdad

 

Después de reflexionar sobre nuestros deberes con la naturaleza, con el medio ambiente, avancemos un paso más en el estudio del N° 48. Las primeras palabras del párrafo siguiente siguen por el mismo camino optimista y motivador:

La naturaleza es expresión de un proyecto de amor y de verdad. Ella nos precede y nos ha sido dada por Dios como ámbito de vida. Nos habla del Creador (cf. Rm 1,20) y de su amor a la humanidad. Está destinada a encontrar la «plenitud» en Cristo al final de los tiempos (cf. Ef 1,9-10; Col 1,19-20). También ella, por tanto, es una «vocación»[1]. La naturaleza está a nuestra disposición no como un «montón de desechos esparcidos al azar»,[2] sino como un don del Creador que ha diseñado sus estructuras intrínsecas para que el hombre descubra las orientaciones que se deben seguir para «guardarla y cultivarla» (cf. Gn 2,15). Pero se ha de subrayar que es contrario al verdadero desarrollo considerar la naturaleza como más importante que la persona humana misma. Esta postura conduce a actitudes neopaganas o de nuevo panteísmo: la salvación del hombre no puede venir únicamente de la naturaleza, entendida en sentido puramente naturalista. 

La naturaleza es expresión de un proyecto de amor y de verdad. Nos la dio Dios por casa, la queremos como nuestra casa; la naturaleza nos habla de Dios, su Creador y de su amor por la humanidad. Cita el Santo Padre a San Pablo, Rm 1,20: Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad (…) En la más sencilla flor, lo mismo que en lo más complejo del sistema nervioso del cerebro humano o en la magnitud del universo que se pierde en la profundidad del espacio aún por explorar, aparece el amor de Dios plasmado en un proyecto que continúa su desarrollo y nos encarga cuidar y hacer progresar.

 

El canto del Salmo 104

 

El salmista reconoce el amor de Dios en la naturaleza, de modo poético, en el Salmo 104. Leamos un fragmento. Los invito a meditarlo todo, e su casa.

01 Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! Estás vestido de esplendor y majestad

02 y te envuelves con un manto de luz. Tú extendiste el cielo como un toldo

03 y construiste tu mansión sobre las aguas. Las nubes te sirven de carruaje y avanzas en alas del viento.

04 Usas como mensajeros a los vientos, y a los relámpagos, como ministros.

05 Afirmaste la tierra sobre sus cimientos: ¡no se moverá jamás!

06 El océano la cubría como un manto, las aguas tapaban las montañas;

07 pero tú las amenazaste y huyeron, escaparon ante el fragor del trueno.

08 Subieron a las montañas, bajaron por los valles, hasta el lugar que les habías señalado:

09 les fijaste un límite que no pasarán, ya no volverán a cubrir la tierra.

10 Haces brotar fuentes en los valles, y corren sus aguas por las quebradas.

11 Allí beben los animales del campo, los asnos salvajes apagan su sed.

12 Las aves del cielo habitan junto a ellas y hacen oír su canto entre las ramas.

13 Desde lo alto riegas las montañas,  y la tierra se sacia con el fruto de tus obras.

14 Haces brotar la hierba para el ganado y las plantas que el hombre cultiva, para sacar de la tierra el pan

15 y el vino que alegra el corazón del hombre, para que él haga brillar su rostro con el aceite y el pan reconforte su corazón.

16 Se llenan de savia los árboles del Señor, los cedros del Líbano que él plantó;

17 allí ponen su nido los pájaros, la cigüeña tiene su casa en los abetos;

19 Hiciste la luna para medir el tiempo, señalaste al sol el momento de su ocaso;

 

 

Con sola su figura

      Vestidos los dejó de su hermosura

 

Los creyentes a lo largo del tiempo han visto siempre a la naturaleza como expresión del amor de Dios. El místico extraordinario que fue San Juan de la Cruz escribió una de las páginas más bellas sobre este tema en la quinta canción de su Cántico Espiritual. En esos versos, las criaturas dan testimonio de la grandeza de Dios que las creó y dejó en ellas el rastro de lo que Él es, de su grandeza, de su poder y sabiduría. Utiliza allí el santo una palabra no muy utilizada en nuestros países; la palabra soto. Según el diccionario, soto es un sitio que en las riberas o vegas está poblado de árboles o arbustos. Ahora entenderemos todo el verso. Pregunta el Santo a la naturaleza, si Dios, su amado, ha pasado por allí:

 

         ¡Oh bosques y espesuras,

      Plantadas por la mano del amado!

      ¡Oh prado de verduras,

      De flores esmaltado,

      Decid si por vosotros ha pasado!

 

Y las criaturas responden:

 

         Mil gracias derramando,

      Pasó por estos sotos con presura,

      Y yéndolos mirando,

      Con sola su figura

      Vestidos los dejó de su hermosura.

 

Nos imaginamos al Creador recorriendo la tierra vacía y a su paso la va dejando vestida de hermosura.

 

Amor con amor se paga

 

Otro místico extraordinario, San Ignacio de Loyola, termina sus Ejercicios Espirituales con una reflexión que llama Contemplación para alcanzar amor y es precisamente una contemplación  de los bienes recibidos de Dios, entre los cuales figuran la creación y la redención, además de los dones que en particular Dios nos ha dado. A través de la contemplación de la naturaleza, como lo hacía San Francisco de Asís, también San Ignacio nos enseña que podemos acercarnos a Dios, comprender su inmenso amor por nosotros, en la contemplación de la naturaleza, y nos hace poner los pies sobre la tierra y reflexionar sobre cuál debe ser la respuesta práctica nuestra a tanto amor.

En todas las meditaciones según el método de San Ignacio, al comenzar se hace una petición al Señor, de acuerdo con la materia que se va a meditar. En la Contemplación para alcanzar amor, nos sugiere San Ignacio que pidamos conocimiento interno de tanto bien recibido, para que al reconocerlo, podamos en todo amar y servir a su divina majestad. La correspondencia al amor de Dios, que San Ignacio propone es en todo amar y servir a su divina majestad.

San Ignacio es muy consecuente con lo que propone: nos lleva a meditar en el amor de Dios por nosotros, trayendo a la memoria los bienes que Dios, nuestro Amante, nos ha dado, y nos lleva a decidir cómo vamos a responder de modo congruente. Y puesto que el amor se debe poner más en obras que en palabras, nos propone como respuesta, amar y servir a Dios. En todo amar y servir a su divina majestad, en palabras de San Ignacio. Es darle de lo que tenemos y podemos: nuestro servicio…

 

Todo es de Dios

 

San Ignacio va lejos; de esta misma Contemplación para alcanzar amor hace parte esa oración que nos compromete a entregarlo todo, la libertad, la memoria, el entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer y que termina con el reconocimiento del origen de todos esos dones: Vos me lo disteis; a Vos, Señor, lo torno, todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta. (Ejercicios Espirituales, 234)

Quizás alguien piense que esta manera de aproximarnos al medio ambiente, a la ecología, es poco científico. Sí, es una reflexión espiritual, desde la fe, sobre el medio ambiente; es una reflexión sobre nuestra respuesta al cuidado de la naturaleza, el regalo de Dios a la humanidad. Los regalos de las personas que queremos, hechos con amor, los cuidamos, los conservamos. Utilicemos la ciencia para comprender la naturaleza y saber cuidarla, pero no hay mejor motivación que la que nace de la fe y el amor.



[1] Cf Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 6

[2] Heráclito de Éfeso (Éfeso 535 a.C. ca. — 475 a.C. ca.), Fragmento 22B124, en: H. Diels — W. Kranz,  Die Fragmente der Vorsokratiker, Weidmann, Berlín 19526.