Reflexión 214-Caritas in veritate, N° 41-42,

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Significado polivalente de la autoridad política

En la reflexión anterior  nos faltó considerar el último párrafo del N° 41 de Caridad en la verdad, Caritas in veritate, la encíclica social de Benedicto XVI que estamos estudiando. Leamos esta parte final del N° 41. Luego lo iremos comentando por partes.

También la autoridad política tiene un significado polivalente, que no se puede olvidar mientras  camina hacia la consecución de un nuevo orden económico-productivo, socialmente responsable y a medida del hombre. Al igual que se pretende cultivar una iniciativa empresarial diferenciada en el ámbito mundial, también se debe promover una autoridad política repartida y que ha de actuar en diversos planos. El mercado único de nuestros días no elimina el papel de los estados, más bien obliga a los gobiernos a una colaboración recíproca más estrecha. La sabiduría y la prudencia aconsejan no proclamar apresuradamente la desaparición del Estado. Con relación a la solución de la crisis actual, su papel parece destinado a crecer, recuperando muchas competencias. Hay naciones donde la construcción o reconstrucción del Estado sigue siendo un elemento clave para su desarrollo.

 La ayuda internacional, precisamente dentro de un proyecto inspirado en la solidaridad para solucionar los actuales problemas económicos, debería apoyar en primer lugar la consolidación de los sistemas constitucionales, jurídicos y administrativos en los países que todavía no gozan plenamente de estos bienes. Las ayudas económicas deberían ir acompañadas de aquellas medidas destinadas a reforzar las garantías propias de un Estado de derecho, un sistema de orden público y de prisiones respetuoso de los derechos humanos y a consolidar instituciones verdaderamente democráticas. No es necesario que el Estado tenga las mismas características en todos los sitios: el fortalecimiento de los sistemas constitucionales débiles puede ir acompañado perfectamente por el desarrollo de otras instancias políticas no estatales, de carácter cultural, social, territorial o religioso. Además, la articulación de la autoridad política en el ámbito local, nacional o internacional, es uno de los cauces privilegiados para poder orientar la globalización económica. Y también el modo de evitar que ésta mine de hecho los fundamentos de la democracia.

Orden económico a la medida del hombre

Este número se refiere específicamente a  la autoridad política, es decir, a los gobiernos. Señalemos algunos aspectos importantes: el Santo Padre trata de los gobiernos en cuanto a su papel de orientar al país hacia la consecución de un nuevo orden económico-productivo, socialmente responsable y a medida del hombre. Tengamos presente, como nos enseña la DSI, que el orden económico hacia el cual se oriente a una nación, debe ser a la medida del hombre. La medida del ser humano debe considerar todos sus aspectos, todas sus dimensiones: la material, la espiritual, la intelectual. Encaminar a una sociedad sólo hacia un orden económico material, es no hacer la tarea completa; no se consigue así el bien común. Por eso la DSI insiste en la necesidad de un desarrollo integral, es decir de todo el ser humano y de todos los seres humanos. De lo contrario no se consigue el bien común. Por ejemplo, en estos días decía un político, con razón, que no es suficiente que en el país haya crecimiento económico, si con ese crecimiento no mejora la calidad de vida de los pobres.

¿Qué significa que le quepa el país en la cabeza?

El ser humano debe ser el centro del desarrollo. Que el ser humano deba ser el centro del desarrollo parece una verdad de Perogrullo, pero en la práctica no se trata de una verdad clara y aceptada por todo el mundo, de la que no haya necesidad de hablar. Vemos que con frecuencia se busca el crecimiento económico que favorezca a algunos, se busca favorecer la economía por la economía, como si automáticamente ese crecimiento fluyera  en bien de todos y eso no siempre pasa. Con frecuencia algunas medidas económicas son buenas para los que ostentan el poder económico y van contra el bien de los que tienen menos. Y los gobiernos no pueden reducir su tarea a un solo aspecto de la vida. Debe actuar en los diversos planos, como dice Caridad en la verdad. Por eso, de manera gráfica suelen decir que a un gobernante le debe caber el país en la cabeza. Al que se dedique a un solo aspecto de la vida de la sociedad solo le cabe parte de ella en la cabeza.

Un ejemplo claro, de algo que los empresarios aceptan como bueno e inevitable, así sea bueno sólo para una parte, para ellos, es la flexibilización del trabajo. Para las empresas es muy favorable no tener que pagar parte de la seguridad social de sus trabajadores, disminuir su carga laboral y poder contratar sin obligaciones de tiempo de permanencia; pero el mundo entero está sufriendo las consecuencias del desempleo o del subempleo, que se traduce en  menor capacidad de compra de la gente y en consecuencia en menor desarrollo económico. Cuando se legisla, los legisladores deben tener en cuenta el alcance de la norma que pretenden aprobar, el alcance para todos, es decir el bien común, y no sólo si es beneficiosa para algunos, a costa de otros.

Nos enseña también este N° 41 de Caridad en la verdad, que el estado es necesario. No es bueno el anarquismo, la desaparición del estado y del poder. Alguien tiene que ordenar la vida social, orientar hacia donde conviene dirigir los esfuerzos, resolver con justicia y equidad  los litigios que siempre se presentan, considerando las debilidades de los seres humanos.

La construcción o reconstrucción del Estado

Cuando la organización de un estado falla, las consecuencias las sufre la gente. En esas situaciones puede hacer falta lo que la encíclica Caridad en la verdad llama  la construcción o reconstrucción del Estado. El Estado sigue siendo un elemento clave para su desarrollo. Situaciones de guerras, de revoluciones, de desastres naturales, pueden dejar a un país por reconstruir…Los padres de la patria que asuman esa tarea tienen que hacerlo con criterios que tengan en cuenta el bien común. Esos gobernantes se convierten en arquitectos de la ciudad del hombre, y deben tener en cuenta los planes de Dios.

La encíclica nos pide que pensemos también fuera de nuestro territorio. Hay países en condiciones más precarias que el nuestro. Nos habla de los países que no gozan de sistemas jurídicos y administrativos, donde no son respetados los derechos humanos… Aunque este último punto es general, porque en todos los países hay irrespetos a los derechos humanos y en eso hay que trabajar, pero hay países donde todavía hay terribles guerras tribales. En un mundo  globalizado, la solidaridad se debería sentir, y así como los países poderosos influyen en el comercio, porque es de su conveniencia, también tienen la oportunidad de influir en bien del pueblo. Creo que así se pueden entender las palabras de la encíclica:

La ayuda internacional, precisamente dentro de un proyecto inspirado en la solidaridad para solucionar los actuales problemas económicos, debería apoyar en primer lugar la consolidación de los sistemas constitucionales, jurídicos y administrativos en los países que todavía no gozan plenamente de estos bienes.

No se defiende un único sistema de gobierno

La DSI no defiende un único sistema de gobierno,  aunque sí presenta lo positivo de la democracia. Sin embargo, dentro de la democracia caben distintas clases de gobierno, según cada pueblo. Volvamos a leer las palabras de la encíclica a este respecto:

No es necesario que el Estado tenga las mismas características en todos los sitios: el fortalecimiento de los sistemas constitucionales débiles puede ir acompañado perfectamente por el desarrollo de otras instancias políticas no estatales, de carácter cultural, social, territorial o religioso.

Solidaridad interna y externa

Veíamos que el Santo Padre destaca la importancia del papel que los gobiernos deben desempeñar en la conducción de sus pueblos para  alcanzar el desarrollo. Ya en este número insinúa el papel internacional de los gobiernos, en un mundo globalizado. Si las crisis económicas y financieras son contagiosas, los gobiernos deben estar prestos a darse una mano. La solidaridad, virtud cristiana, es necesaria también entre países.

La encíclica ha constituido una importante contribución en la crisis financiera mundial. Esta crisis que no es otra cosa que la manifestación de las consecuencias de un mundo financiero manejado con codicia, sin respeto a la dignidad de los demás. Una crisis que reveló también la ineficacia de los organismos de los Estados en su obligación de vigilar de cerca la  administración de la economía y de las finanzas. Más adelante el Papa nos habla de la necesidad de reformar el organismo de las Naciones Unidas: es necesario que la ONU tenga las herramientas adecuadas para cumplir su papel con eficacia.

Es verdad que hay todavía enemigos de la intervención del Estado en la economía, porque piensan en el Estado, dueño absoluto, como en el comunismo que no dejaba campo a la iniciativa privada. Eso es un fracaso y hasta Cuba ha empezado a echar reversa. En ese país, sólo ahora empiezan a permitir pequeños negocios particulares. No es esa la clase de intervención estatal que defiende la DSI. Tengamos esto claro.

La ética en las actividades económicas y técnicas

Como vemos, las esferas económica y técnica son actividades humanas muy importantes y por ser humanas deben estar orientadas por el bien común, que es decir que se deben regir por la ética. Si su manejo tiene influencia en la comunidad humana, – para bien o para mal, – se requiere que tenga controles. Es lo que vemos también en nuestro país. Ahora que tenemos Procurador y Contralora que cumplen bien su oficio, han empezado a salir casos de corrupción que se habrían evitado a tiempo, si las autoridades encargadas de los controles hubieran ejercido adecuadamente sus cargos.

 Recordemos que la ética es la disciplina que regula las relaciones entre las personas. Si alguien maltrata a alguien en alguna forma, como puede suceder en los negocios, en las finanzas, en los servicios, se falta a la ética. Y eso sucedió en el origen de la crisis financiera y eso hacen los que manejan sus negocios guiados sólo por su propia ambición, pasando por encima de los derechos de los demás. En esta encíclica la Iglesia, a través de Benedicto XVI, dice al mundo de la economía que no pueden manejar ese campo divorciados de la ética. El individualismo ha llevado al mundo a pensar sólo alrededor del propio interés y eso nos lleva al desastre.

Las razones del Evangelio

Terminemos este comentario añadiendo que los creyentes tenemos más razones que sola la filosofía, para cuidar nuestra conducta: son las razones del Evangelio. Nosotros podríamos no hablar de globalización sino de vida de familia, bajo la guía del Creador. Como hemos visto, somos administradores de los bienes que Dios nos entregó. No somos dueños absolutos, tenemos derecho al uso, siempre y cuando conservemos esta hacienda maravillosa que es la tierra y la compartamos con el resto de la inmensa familia humana. La moral cristiana es más exigente que la ética filosófica, porque vemos al otro como imagen de Dios y como hermano. Si tratáramos a los demás con las normas del Evangelio sin duda el mundo sería distinto, no habría tanta tristeza ni injusticias.

El mundo del creyente es optimista

Los creyentes vemos el mundo de manera distinta a como lo ven los no creyentes. Nuestro mundo es optimista, es alegre, es el mundo según los planes de Dios. Sigamos ahora con el N° 42 de Caridad en la verdad. Dice así:

42. A veces se perciben actitudes fatalistas ante la globalización, como si las dinámicas que la producen procedieran de fuerzas anónimas e impersonales o de estructuras independientes de la voluntad humana[1]. A este respecto, es bueno recordar que la globalización ha de entenderse ciertamente como un proceso socioeconómico, pero no es ésta su única dimensión. Tras este proceso más visible hay realmente una humanidad cada vez más interrelacionada; hay personas y pueblos para los que el proceso debe ser de utilidad y desarrollo[2], gracias a que tanto los individuos como la colectividad asumen sus respectivas responsabilidades. La superación de las fronteras no es sólo un hecho material, sino también cultural, en sus causas y en sus efectos. Cuando se entiende la globalización de manera determinista, se pierden los criterios para valorarla y orientarla. Es una realidad humana y puede ser fruto de diversas corrientes culturales que han de ser sometidas a un discernimiento. La verdad de la globalización como proceso y su criterio ético fundamental vienen dados por la unidad de la familia humana y su crecimiento en el bien. Por tanto, hay que esforzarse incesantemente para favorecer una orientación cultural personalista y comunitaria, abierta a la trascendencia, del proceso de integración planetaria.

A pesar de algunos aspectos estructurales innegables, pero que no se deben absolutizar, «la globalización no es, a priori, ni buena ni mala. Será lo que la gente haga de ella»[3]. Debemos ser sus protagonistas, no las víctimas, procediendo razonablemente, guiados por la caridad y la verdad. Oponerse ciegamente a la globalización sería una actitud errónea, preconcebida, que acabaría por ignorar un proceso que tiene también aspectos positivos, con el riesgo de perder una gran ocasión para aprovechar las múltiples oportunidades de desarrollo que ofrece. El proceso de globalización, adecuadamente entendido y gestionado, ofrece la posibilidad de una gran redistribución de la riqueza a escala planetaria como nunca se ha visto antes; pero, si se gestiona mal, puede incrementar la pobreza y la desigualdad, contagiando además con una crisis a todo el mundo. Es necesario corregir las disfunciones, a veces graves, que causan nuevas divisiones entre los pueblos y en su interior, de modo que la redistribución de la riqueza no comporte una redistribución de la pobreza, e incluso la acentúe, como podría hacernos temer también una mala gestión de la situación actual. Durante mucho tiempo se ha pensado que los pueblos pobres deberían permanecer anclados en un estadio de desarrollo preestablecido o contentarse con la filantropía de los pueblos desarrollados. Pablo VI se pronunció contra esta mentalidad en la Populorum progressio. Los recursos materiales disponibles para sacar a estos pueblos de la miseria son hoy potencialmente mayores que antes, pero se han servido de ellos principalmente los países desarrollados, que han podido aprovechar mejor la liberalización de los movimientos de capitales y de trabajo. Por tanto, la difusión de ámbitos de bienestar en el mundo no debería ser obstaculizada con proyectos egoístas, proteccionistas o dictados por intereses particulares. En efecto, la participación de países emergentes o en vías de desarrollo permite hoy gestionar mejor la crisis. La transición que el proceso de globalización comporta, conlleva grandes dificultades y peligros, que sólo se podrán superar si se toma conciencia del espíritu antropológico y ético que en el fondo impulsa la globalización hacia metas de humanización solidaria. Desgraciadamente, este espíritu se ve con frecuencia marginado y entendido desde perspectivas ético-culturales de carácter individualista y utilitarista. La globalización es un fenómeno multidimensional y polivalente, que exige ser comprendido en la diversidad y en la unidad de todas sus dimensiones, incluida la teológica. Esto consentirá vivir y orientar la globalización de la humanidad en términos de relacionalidad, comunión y participación.


[1] Cf Congregación para la doctrina de la fe, Instr. Libertatis conscientia, sobre la libertad cristiana y la liberación (22 marzo 1987), 74

[2] Cf. Juan Pablo II, Entrevista al periódico “La Croix”, 20 de agosto de 1997.

[3] Juan Pablo II, Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales (27 de abril 2001) AAS 93 (2001) 598-601.