Reflexión 215, Caritas in veritate N° 42, Junio 2,2011

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En la globalización, partícipes del poder creador de Dios

Hoy vamos a estudiar el N° 42 de Caridad en la verdad, la encíclica social de Benedicto XVI. Es el último número del capítulo tercero.

Continuamente oímos mencionar la globalización y es que se trata un hecho palpable, no de una teoría. Vivimos en un mundo globalizado, en un mundo que, por los avances en las comunicaciones y en los sistemas de transporte, se volvió un mundo pequeño; por eso hablan de la aldea global. Eso tiene muchas implicaciones: podemos hablar con nuestros familiares y amigos que están lejos, así sea al otro lado del mar, en cualquier momento. Y los podemos ver, en la pantalla del computador. Les podemos escribir y nuestra correspondencia no tiene que viajar en un vehículo terrestre ni en avión ni en buque, sino que de modo casi instantáneo se transmite a un satélite y desde allí lo toma un computador y nuestro corresponsal lo lee y si desea lo imprime. De eso y de mucho más es capaz el ingenio humano que, por ser hecho a imagen de Dios participa, aunque sea de modo limitado, de su inteligencia y de su poder creador.

Las comunicaciones y el transporte moderno acercan a las personas y a los pueblos y les hacen posible compartir sus recursos de todo orden. No siempre lo hacen, pero es posible.  La encíclica Caridad en la verdad nos ofrece una guía invaluable para encontrar respuestas a las preguntas de índole social y económica que los gobernantes, los políticos, los economistas se deben hacer sobre cómo administrar esta inmensa aldea global.

Como hemos visto antes, Dios quiere un mundo desarrollado, quiere que el ser humano progrese y que, perfeccionándose con el uso de la multiplicidad de recursos, que su amor puso a nuestra disposición en la tierra y perfeccionando así nuestro mundo,la persona humana camine hacia la perfección definitiva, cuando viva en la eternidad la vida de Dios. Por eso cada uno de nosotros es un colaborador de Dios Creador, cuando utiliza sus habilidades en beneficio de los demás. Es un desperdicio utilizar nuestros recursos sólo en beneficio nuestro. Entre todos formamos una cadena sin fin; lo que hacemos bien o mal redunda en bien o en mal de nuestra aldea global, en bien o en mal de nuestra sociedad.

¿Qué nos dice Benedicto XVI sobre la globalización?

¿Qué es esa realidad que vivimos actualmente y en la cual actuamos para bien o para mal? Los economistas y los políticos suelen ver la globalización, como ven la economía, como un asunto sólo técnico en el que no tiene nada que decir la religión. El Papa les ha hecho caer en la cuenta de que el manejo de la economía y de la política se realiza mediante acciones humanas y por lo tanto la ética tiene mucho qué decir. La ética es la disciplina que nos orienta sobre el bien o el mal de nuestras acciones. La economía no es algo abstracto, que se refiera sólo al manejo eficiente de los recursos y al progreso material. Se trata de algo con implicaciones esencialmente morales. Que el manejo de los recursos sea acertado, no sólo depende de conocimientos técnicos de sus administradores, sino de la orientación de esos administradores en beneficio o en perjuicio de los seres humanos. Un administrador, y todos lo somos en alguna medida, no sólo debe ser honesto, sino justo y más aún, debe actuar con caridad y verdad.

La globalización ha de entenderse ciertamente como un proceso socioeconómico, pero no es ésta su única dimensión 

Leamos el N° 42 de Caridad en la verdad, Caritas in veritate, por partes y lo vamos comentando enseguida:

A veces se perciben actitudes fatalistas ante la globalización, como si las dinámicas que la producen procedieran de fuerzas anónimas e impersonales o de estructuras independientes de la voluntad humana[1]. A este respecto, es bueno recordar que la globalización ha de entenderse ciertamente como un proceso socioeconómico, pero no es ésta su única dimensión. Tras este proceso más visible hay realmente una humanidad cada vez más interrelacionada; hay personas y pueblos para los que el proceso debe ser de utilidad y desarrollo[2], gracias a que tanto los individuos como la colectividad asumen sus respectivas responsabilidades.

La globalización no es producto de la fatalidad, de fuerzas desconocidas; es producto de la  actividad humana, libre, de sus actividades en búsqueda del desarrollo. De manera que los seres humanos, autores de la globalización, la pueden orientar, la pueden dirigir.

 Sucede que generalmente, cuando se habla de la globalización, se piensa sobre ella, únicamente como si se tratara de un proceso socioeconómico, como si las fuerzas que intervienen fueran sólo las económicas y las relaciones sociales, las que conformamos todos los seres humanos por nuestro trabajo, nuestras amistades, nuestro parentesco, los negocios, en fin por la vida.

El Papa nos llama la atención: la globalización no sólo tiene una dimensión material; no sólo tiene que ver con el desarrollo económico, con el dinero, porque la globalización es producto del ingenio humano y el ser humano no es sólo material, es también intelectual y espiritual. Si pretendemos que la globalización se utilice para conseguir un desarrollo integral para todos, ese desarrollo tiene que considerar a las personas humanas completas, no sólo en su cuerpo sino en todo su ser. No se trata solo de un desarrollo biológico de la persona, sino también de un desarrollo intelectual, psicológico y espiritual. Si las personas se desarrollan sólo en su cuerpo, sabemos bien la clase de individuos que tendríamos. No hace falta describirlos con sus dimensiones físicas y su fuerza. Cómo sería su pensamiento, su capacidad de razonar, de discernir, de relacionarse con los demás. Si se busca en la gente un desarrollo físico e intelectual pero se omite el desarrollo espiritual y el psicológico, tenemos ejemplos de personas que no respetan a los demás, que utilizan sus capacidades y recursos sólo para ellos y llega a producir desastres como el holocausto y el terrorismo.

La ciudad de Dios sin barreras

Si consideramos la globalización como una oportunidad de desarrollo, debemos verla como un regalo más a la humanidad que tiene una vocación  y por lo tanto un deber de trabajar por su desarrollo, por su perfección, en camino hacia la patria perfecta, un día.

En el N° 7 de Caridad en la verdad, Benedicto XVI nos dice que la acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada en la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad universal de Dios  hacia la cual avanza la historia de la familia humana. En una sociedad en vías de globalización, el bien común y el esfuerzo por él, han de abarcar necesariamente a toda la familia humana, es decir a la comunidad de los pueblos y naciones[3], dando así forma de unidad y de paz a la ciudad del hombre, y haciéndola en cierta medida una anticipación que prefigura la ciudad de Dios sin barreras.

Entendemos ya cómo debemos entender los creyentes, el fenómeno de la globalización. Si se maneja no sólo como un fenómeno económico y de comunicaciones, sino como la realización paulatina de la ciudad de Dios, una ciudad universal que se debe desarrollar según los planes del Creador, una ciudad de hermanos, que caminamos juntos cumpliendo con nuestra misión de perfeccionar la tierra y así caminar hacia la vida perfecta y sin fin en la eternidad; si entendemos y manejamos así la globalización, la vida será distinta, en paz, en justicia, en verdad y en amor, en verdadero desarrollo.

La superación de las fronteras y la cultura

Entre los aspectos que hacen posible la globalización, el cultural ocupa un lugar muy importante. Al respecto nos enseña Benedicto XVI en Caridad en la verdad:

La superación de las fronteras no es sólo un hecho material, sino también cultural, en sus causas y en sus efectos. Cuando se entiende la globalización de manera determinista, se pierden los criterios para valorarla y orientarla. Es una realidad humana y puede ser fruto de diversas corrientes culturales que han de ser sometidas a un discernimiento. La verdad de la globalización como proceso y su criterio ético fundamental vienen dados por la unidad de la familia humana y su crecimiento en el bien. Por tanto, hay que esforzarse incesantemente para favorecer una orientación cultural personalista y comunitaria, abierta a la trascendencia, del proceso de integración planetaria.

La globalización no ha sido posible solamente por la transformación de las comunicaciones y de los medios de transporte. Sin duda eso la  ha facilitado enormemente. Entre las causas de la globalización nos dice el Papa que debemos también tener cuenta que las culturas han hecho posible superar las fronteras. Es interesante esta observación, porque podría uno pensar que la actitud defensiva por encerrarse en la propia cultura puede ser más bien una talanquera para la globalización. Todo depende de cómo se enfrente la globalización; si la vemos como un daño, como algo que sucede a pesar nuestro o si la aceptamos como una oportunidad de crecimiento, de hacer realidad la unidad de la familia humana, que queremos como una comunidad, la del Creador y Padre nuestro. Entonces veremos a los demás, no como un peligro sino como alguien de nuestra gran familia, con quienes podemos compartir lo que tenemos de herencia cultural y de quienes podemos recibir valores que nos enriquecen.

La globalización no es, a priori, ni buena ni mala. Será lo que la gente haga de ella 

Si continuamos la lectura del N° 42 de Caridad en la verdad, encontramos enseguida una presentación de la globalización de claridad meridiana. No necesita explicación. Dice:

A pesar de algunos aspectos estructurales innegables, pero que no se deben absolutizar, «la globalización no es, a priori, ni buena ni mala. Será lo que la gente haga de ella»[4]. Debemos ser sus protagonistas, no las víctimas, procediendo razonablemente, guiados por la caridad y la verdad. Oponerse ciegamente a la globalización sería una actitud errónea, preconcebida, que acabaría por ignorar un proceso que tiene también aspectos positivos, con el riesgo de perder una gran ocasión para aprovechar las múltiples oportunidades de desarrollo que ofrece. El proceso de globalización, adecuadamente entendido y gestionado, ofrece la posibilidad de una gran redistribución de la riqueza a escala planetaria como nunca se ha visto antes; pero, si se gestiona mal, puede incrementar la pobreza y la desigualdad, contagiando además con una crisis a todo el mundo. Es necesario corregir las disfunciones, a veces graves, que causan nuevas divisiones entre los pueblos y en su interior, de modo que la redistribución de la riqueza no comporte una redistribución de la pobreza, e incluso la acentúe, como podría hacernos temer también una mala gestión de la situación actual. Durante mucho tiempo se ha pensado que los pueblos pobres deberían permanecer anclados en un estadio de desarrollo preestablecido o contentarse con la filantropía de los pueblos desarrollados. Pablo VI se pronunció contra esta mentalidad en la Populorum progressio.

Quisiera resaltar estas palabras del Papa:   Debemos ser sus protagonistas, no las víctimas, procediendo razonablemente, guiados por la caridad y la verdad. Oponerse ciegamente a la globalización sería una actitud errónea, preconcebida, que acabaría por ignorar un proceso que tiene también aspectos positivos, con el riesgo de perder una gran ocasión para aprovechar las múltiples oportunidades de desarrollo que ofrece.

¿Cómo evitar las fallas de la globalización?

A continuación Benedicto XVI anota las fallas que ha tenido la globalización y cómo se debería orientar:

Los recursos materiales disponibles para sacar a estos pueblos de la miseria son hoy potencialmente mayores que antes, pero se han servido de ellos principalmente los países desarrollados, que han podido aprovechar mejor la liberalización de los movimientos de capitales y de trabajo. Por tanto, la difusión de ámbitos de bienestar en el mundo no debería ser obstaculizada con proyectos egoístas, proteccionistas o dictados por intereses particulares.

Cando los países olvidan que son parte de la aldea global y de manera egoísta se dedican sólo a su parcela, a sus intereses, el bienestar general encuentra obstáculos y el desarrollo se hace posible sólo para algunos, precisamente para los países que han alcanzado ya un mayor desarrollo. Los países emergentes, los que surgen de abajo, si se tienen en cuenta, pueden ayudar a manejar mejor la crisis mundial. Sigue así la encíclica Caridad en la verdad:

 En efecto, la participación de países emergentes o en vías de desarrollo permite hoy gestionar mejor la crisis. La transición que el proceso de globalización comporta, conlleva grandes dificultades y peligros, que sólo se podrán superar si se toma conciencia del espíritu antropológico y ético que en el fondo impulsa la globalización hacia metas de humanización solidaria. Desgraciadamente, este espíritu se ve con frecuencia marginado y entendido desde perspectivas ético-culturales de carácter individualista y utilitarista. La globalización es un fenómeno multidimensional y polivalente, que exige ser comprendido en la diversidad y en la unidad de todas sus dimensiones, incluida la teológica. Esto consentirá vivir y orientar la globalización de la humanidad en términos de relacionalidad, comunión y participación.

Cómo obrar para que la globalización sea un beneficio

Inyectar cristianismo a la globalización

El mundo no acaba de superar la crisis económica, y parecería extraño, pero nuestros países no fueron protagonistas en la crisis y parece ser que en Europa y los EE.UU. se ha sentido esa crisis con mayor rigor. Quizás entonces el Papa tiene razón cuando dice que la participación de países emergentes o en vías de desarrollo permite hoy gestionar mejor la crisis. Nos enseña también Benedicto XVI que el proceso de globalización comporta grandes dificultades y peligros, que sólo se podrán superar si se toma conciencia del espíritu antropológico y ético que en el fondo impulsa la globalización hacia metas de humanización solidaria. La manera de orientar la globalización para que con ella se consiga una humanización solidaria del mundo, es que nos tratemos como miembros de una gran familia humana, es tomar conciencia de que, con una visión cristiana del ser humano, – eso es la antropología cristiana, – nos despeguemos de esa actitud individualista en que cada uno busca sólo lo que es bueno para él y se vea, más bien, sienta y actúe, como un miembro más de la comunidad que tiene como principio y valor de su vida la comunión y participación. No es otra cosa que inyectar de cristianismo a la globalización.

Así terminamos el capítulo 3° de Caridad en la verdad, la encíclica de Benedicto XVI. Dios mediante, dentro de una semana continuaremos con el estudio del capítulo 4° que  lleva por título Desarrollo de los pueblos, Derechos y Deberes, Ambiente.

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50 años de la Mater et magistra, del Beato Juan XXIII

Estamos conmemorando el 50° aniversario de la encíclica Mater et Magistra, del beato Juan XXIII. En Roma se celebró con este motivo, un congreso internacional. Benedicto XVI pronunció un discurso a los participantes y fueron muy interesantes sus observaciones sobre los puntos doctrinales que se relacionan entre Mater et magistra, la Iglesia Madre y Maestra, la encíclica de Juan XXIII y su encíclica Caridad en la verdad. Como hemos visto en estas charlas, la DSI guarda una perfecta coherencia a lo largo del tiempo, a medida que la Iglesia va respondiendo a las necesidades de la humanidad. El final de su discurso es una exhortación a una nueva evangelización de lo social. La podemos tomar como dirigida a nosotros también:

En un mundo, no pocas veces replegado sobre sí mismo, sin esperanza, la Iglesia espera que vosotros seáis levadura, sembradores incansables del pensamiento verdadero y responsable y de generosa proyección social, sostenidos por el amor pleno de verdad que habita en Jesucristo, el Verbo de Dios hecho hombre

Que el Señor nos ayude a ser levadura, sembradores incansables de la verdad del Evangelio.


[1] Cf. Congregación para la doctrina de la fe, Instr. Libertatis conscientia, sobre la libertad cristiana y la liberación, 74

[2] Cf Juan Pablo II, Entrevista al periódico “La Croix”, 20 de agosto de 1997.

[3] Cf Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963), AAS 55 (1963) 268-270

[4] Juan Pablo II, Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales (27 abril 2001): AAS 93 (2001), 598-601