Reflexión 211- ¡PASCUA 2011!


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Invitación a la alegría

 

Esta reflexión en la semana de Pascua, la vamos a dedicar al significado de ese maravilloso día para nuestras vidas, el Domingo en que resucitó Jesucristo. Porque en medio de la oscuridad que ha significado el invierno en nuestro país; en la desolación en que envuelven al mundo las guerras, en Colombia y en todas partes; a pesar de la pobreza y el hambre de tantos hermanos nuestros, los cristianos invitamos a la alegría.  Nuestra misión es llevar el contagio de la alegría, pero ¿cómo estar alegres si nos rodea la tristeza?

 

Vamos a reflexionar sobre la Pascua en medio del dolor, sobre su alegría, a pesar de tantas tristezas

Parecería un contrasentido invitar a la alegría en medio de la tristeza, si no fuéramos personas de fe. Personas de fe son las que han encontrado a Jesucristo; eso es tener fe y cuando se ha encontrado a Jesucristo, el sentido de toda la vida cambia. Las madres y esposas que lloran la desaparición de sus esposos y de sus hijos, encuentran consuelo en medio de su desolación, cuando Jesús se hace presente en medio. El día de Pascua, María Magdalena y luego Pedro y Juan salieron hacia la tumba de Jesús, cuando  el día estaba todavía oscuro y había oscuridad en su corazón. Nos dice el Evangelio de Juan, que él se asomó a la tumba y al verla vacía, creyó. Encontró de nuevo a Jesús precisamente porque su cuerpo no estaba allí. Le vio sentido al sepulcro vacío. Y María, en la bella escena del jardín, en medio de su tristeza oye la voz de Jesús que la llama por su nombre y la vida resplandece con la presencia de Jesús resucitado allí en medio, el Jesús a quien antes lloraba. También la fe de la Pascua nos ofrece la posibilidad de transformar nuestra vida.

A veces, en medio de nuestra ofuscación por los problemas y los sufrimientos, no nos damos cuenta de que Jesús resucitado camina a nuestro lado. Los discípulos de Emaús no se dieron cuenta de que su corazón ardía cuando el misterioso compañero de camino les explicaba las Escrituras. Cuando al partir el pan reconocieron que era Jesús el que estaba con ellos, el día dejó de oscurecer y de llegar la noche y corrieron a participar su alegría. La presencia de Jesús cambia la visión de la vida.

 

La presencia de Jesús cambia la visión de la vida

 

En nuestro estudio de la DSI hemos comprendido que es necesaria la conversión, que tenemos todos que mirar el mundo con la mirada del Evangelio, para que sea posible un mundo de justicia, de equidad, de fraternidad. Esa a esa conversión, a ese cambio, al que nos invita el Resucitado.

La audiencia del miércoles de la semana de Pascua la dedicó el Santo Padre a este tema. Comenzó el Papa por recordarnos que

“Cristo resucitado de entre los muertos  es el  fundamento de nuestra fe, que se irradia en toda la liturgia de la Iglesia, dándole contenido y significado. (…) La resurrección de Cristo es la puerta a una nueva vida que ya no está sometida a la caducidad del tiempo, una vida inmersa en la eternidad de Dios. En la resurrección de Jesús comienza una nueva condición de los seres humanos, que ilumina y transforma nuestro camino cotidiano y abre un futuro cualitativamente nuevo y diferente para toda la humanidad”.

SEAMOS PERSONAS NUEVAS EN UN MUNDO NUEVO

 

Nos dice entonces que la resurrección de Jesús es la puerta, es el inicio de una nueva condición de los seres humanos, que abre un futuro cualitativamente diferente para toda la humanidad. Una vida de calidad diferente para toda la humanidad. Para explicarnos en qué consiste esa nueva vida, el Santo Padre cita a San Pablo:

“En la Epístola a los Colosenses, San Pablo dice: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; sentid las cosas de arriba, no las de la tierra”. Pero el apóstol, subrayó Benedicto XVI, “está lejos de invitar a los cristianos, a cada uno de nosotros, a evadirse del mundo en el que Dios nos ha puesto. Es cierto que somos ciudadanos de otra “ciudad”, donde está nuestra verdadera patria, pero el camino hacia esa meta debemos recorrerlo todos los días en esta tierra. Al participar desde ahora en la vida de Cristo resucitado, debemos vivir como hombres nuevos en este mundo, en el corazón de la ciudad terrenal”.

 

De manera que la invitación que nos hace el Señor no es a sacar el cuerpo, a evadir

 

“Este es el camino -prosiguió el Santo Padre-, para transformarnos no solamente nosotros, sino para transformar al mundo, para dar a la ciudad un nuevo rostro que favorezca el desarrollo del hombre y de la sociedad, según la lógica de la solidaridad, la bondad, el respeto profundo por la dignidad propia de cada uno. (…) La Pascua aporta la novedad de un pasaje profundo y total de una vida sujeta a la esclavitud del pecado a una vida de libertad, inspirada por el amor, la fuerza que derriba todas las barreras y construye una nueva armonía en nuestro corazón y en la relación con los demás y con las cosas”.

La lógica de la solidaridad y la bondad y el respeto a la dignidad humana

La fe cristiana, la que nos enseña Jesús muerto por nosotros y verdaderamente resucitado, no nos invita a una contemplación pasiva, sino a vivir la transformación al que San Pablo llama el hombre nuevo, capaces de comunicar al mundo ese nuevo rostro que conduzca al desarrollo del ser humano y de la sociedad según la que el Papa llama la lógica de la solidaridad y la bondad y el respeto por la dignidad propia y de los demás. La celebración de la resurrección de Jesucristo tiene que contagiarnos en forma de una experiencia viva que no se queda que en palabras. Oigamos las palabras siguientes de Benedicto XVI en la misma catequesis de su audiencia el día miércoles 26 de abril, 2011:

Todo cristiano, así como toda comunidad, “si vive la experiencia de este pasaje de la Resurrección, no puede por menos que ser fermento nuevo en el mundo, entregándose sin reservas a las causas más urgentes y justas, como lo demuestran los testimonios de los santos en todas las edades y en todas partes. También son muchas las expectativas de nuestro tiempo: los cristianos, creyendo firmemente que la resurrección de Cristo ha renovado al hombre sin separarlo del mundo en el que construye su historia, tenemos que ser los testigos luminosos de este camino nuevo de Pascua”.

 

Con estas palabras terminó el Santo Padre sus enseñanzas en la audiencia-general:

“La Pascua es, por lo tanto, un don que hay que acoger cada vez más profundamente en la fe, para obrar en cualquier situación, con la gracia de Cristo, según la lógica de Dios, la lógica del amor”. (AG/ VIS 20110427 (510))

¿Qué es la Pascua cristiana?

 

Parece decirnos el Papa que llevemos siempre la Pascua con nosotros, que ella nos acompañe y nos guíe para obrar en cualquier situación. ¿De qué nos habla Benedicto XVI? ¿Qué es la Pascua? Es la vivencia permanente de la presencia de Jesucristo resucitado entre nosotros. Está, ante todo, en la Eucaristía. Esa lamparita que arde delante de todos los sagrarios católicos del mundo nos recuerda que Él está presente.

Por eso podemos aceptar con alegría, que Jesús verdaderamente resucitó en cuerpo y alma es nuestra  más firme esperanza y consuelo en medio de la oscuridad y la tristeza. Nos llena de gozo que en la Iglesia, el sucesor de Pedro cumpla con el encargo que el Señor le dio en Lucas 22,32, cuando le anunció que en su debilidad lo negaría. A pesar de esa debilidad, Pedro, y en él sus sucesores recibieron la misión de confirmarnos en la fe: …tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos.

Cómo negar lo que es un hecho: la Resurrección de Jesús

Pablo VI en un discurso a los participantes en el Simposio sobre el misterio de la resurrección de Cristo, el sábado 4 de abril de 1970, reconocía, que entonces, y a lo largo de la historia, como sucede también ahora, también entre los cristianos, hay quienes se dejan arrastrar por la tentación de vaciar todas las riquezas y la importancia de lo que, ante todo es un hecho: la Resurrección del Salvador. Dijo Pablo VI:

También en nuestros días (…) vemos cómo esta tendencia manifiesta sus últimas consecuencias dramáticas, llegándose a negar, incluso entre los fieles que se dicen cristianos, el valor histórico de los testimonios inspirados o, más recientemente, interpretando de forma puramente mítica, espiritual o moral, la Resurrección física de Jesús. ¿Cómo no nos ha de doler profundamente el efecto destructor que estas discusiones deletéreas tienen para tantos fieles? Pero proclamamos con toda energía que estos hechos no nos dan miedo porque, hoy como ayer, el testimonio “de los Once y de sus compañeros” es capaz, con la gracia del Espíritu Santo, de suscitar la verdadera fe: “El Señor en verdad ha resucitado y se ha aparecido a Simón” (Lc 24, 34-35).

Malabarismos para concluir con que la Resurrección sí, pero no…

Entre nosotros, no se suele negar la Resurrección, sino que la explican de modo que satisfaga a los no creyentes y que no implique la resurrección física del Señor. Para algunos es suficiente que Jesús después de su muerte haya pasado al Padre y por sus méritos haya conseguido para la humanidad la reconciliación con el Padre. Qué pasó con el cuerpo de Jesús que fue sepultado, no les parece importante. Pero como veremos, ante un hecho, como fue la resurrección, según testigos de primera mano, como se lee en los Evangelios, no es necesario hacer los malabarismos de palabras que estos modernos filósofos-teólogos tienen que hacer para concluir que sí, pero no…

Más adelante veremos lo que nos enseña Benedicto XVI sobre la Resurrección. Sus palabras me parecen muy iluminadoras. Antes sigamos con el pensamiento de Pablo VI en el simposio sobre la resurrección. La base y razón fundamental de la predicación de los apóstoles fue que Jesús verdaderamente resucitó. Y su testimonio nos cuenta que el Jesús que tuvieron el privilegio de ver después de la resurrección tenía características distintas a las que le conocieron antes: el Resucitado tenía las llagas que invitó a Tomás a tocar, comió con ellos, inclusive les preparó el desayuno en esa bella escena a orillas del Mar de Galilea (Jn, 21). Pero…, oigamos a Pablo VI, que cita a Romano Guardini. Benedicto XVI tomará este mismo argumento como veremos:

 

Cristo resucitado es distinto de cómo era antes de la Pascua y distinto del resto de los hombres

 

Como notaba con finura y delicadeza el añorado Romano Guardini en una profunda meditación, los relatos evangélicos subrayan «a menudo y con fuerza que Cristo resucitado es distinto de cómo era antes de la Pascua y distinto del resto de los hombres. En las narraciones su naturaleza tiene algo de extraño. Su cercanía conmueve profundamente, llena de estupor. Mientras que antes “iba” y “venía” ahora se dice que “aparece”, de “repente”, junto a los peregrinos, que “desaparece” (cf Mc 16,9-14; Lc 24, 31-36). Las barreras corporales no existen ya para Él. No está limitado a las fronteras del espacio y tiempo. Se mueve con una libertad nueva, desconocida en la tierra…pero al mismo tiempo se afirma claramente que es Jesús de Nazaret, en carne y hueso, tal como vivió antes con los suyos, no un fantasma… ». Sí, «el Señor se ha transformado. Vive de forma distinta a como vivía antes. Su existencia presente nos resulta incomprensible. Y, sin embargo, es corporal, contiene a Jesús todo entero (…) e incluso, a través de sus llagas, contiene toda su vida vivida, la suerte que sufrió, su pasión y muerte.» Por tanto, no se trata solamente de una supervivencia gloriosa de su yo. Nos encontramos en presencia de una realidad profunda y compleja, de una vida nueva, plenamente humana: «La penetración, la transformación de toda la vida, incluido el cuerpo, por la presencia del Espíritu (…)  Se realiza en nosotros ese cambio que llamamos fe y que, en vez de concebir a Cristo en función del mundo, hace pensar en el mundo y en todas las cosas en función de Cristo (…) La Resurrección desarrolla un germen que Él siempre llevó en sí». Diremos de nuevo con Romano Guardini – continúa Pablo VI, – sí, «necesitamos la resurrección y la transfiguración para comprender realmente lo que es el cuerpo humano… En realidad, sólo el cristianismo se ha atrevido a situar el cuerpo en las profundidades más ocultas de Dios» (R.Guardini, El Señor, t.2).

Las palabras de Pablo VI que acabamos de leer son esclarecedoras. Aunque la resurrección es un misterio que con fe acogemos, nos ayuda comprender en alguna forma, adaptada a nuestro limitado entendimiento, que es razonable creer  los testimonios de los Apóstoles como aparecen en la Escritura y lo que la Tradición garantiza con las enseñanzas de la Iglesia, que, como afirma Pablo VI, fomenta el estudio científico al mismo tiempo que sigue proclamando la fe de los Apóstoles.

 

El Credo del Pueblo de Dios

 

El encuentro con Jesucristo Resucitado es el que ha dado fortaleza a los mártires para ser testigos de su fe hasta con su propia vida, desde el primer martirio, el de Esteban, hasta los sacrificados en nuestro tiempo. El 30 de junio de 1968, en el Año de la fe, así proclamado por Pablo VI para conmemorar los 19 siglos del martirio de los apóstoles Pedro y Pablo, en Roma, El Papa Pablo VI clausuró la solemne liturgia con la lectura de lo que se llama desde entonces, el Credo del Pueblo de Dios. Así explica el Papa esta fórmula:

Juzgamos (…) que debemos cumplir el mandato confiado por Cristo a Pedro, de quien, aunque muy inferior en méritos, somos sucesor; a saber: que confirmemos en la fe a los hermanos (cf Lc 22,32). Por lo cual, aunque somos conscientes de nuestra pequeñez, con aquella fuerza de ánimo que tomamos del mandato que nos ha sido entregado, vamos a hacer una profesión de fe y a pronunciar una fórmula que comienza con la palabra creo, la cual, aunque no haya que llamarla verdadera y propiamente definición dogmática, sin embargo repite sustancialmente, con algunas explicaciones postuladas por las condiciones espirituales de nuestra época, la fórmula nicena (la llamada en el Catecismo,Credo de Nicea-Constantinopla): es decir, la fórmula de la tradición inmortal de la santa Iglesia de Dios.

En los artículos que se refieren a Jesucristo, después de confesar: Creemos en nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios…etc, sobre la vida de Jesús, su vida de predicación del reino y sobre su pasión, muerte y resurrección, dice:

El mismo habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad. Anunció y fundó el reino de Dios, manifestándonos en sí mismo al Padre. Nos dio su mandamiento nuevo de que nos amáramos los unos a los otros como él nos amó. Nos enseñó el amino de las bienaventuranzas evangélicas, a saber: ser pobres de espíritu y mansos, tolerar los dolores con paciencia, tener sed de justicia, ser misericordiosos, limpios de corazón, pacíficos, padecer persecución por la justicia. Padeció bajo el poder de Poncio Pilato; Cordero de Dios, que lleva los pecados del mundo, murió por nosotros clavado a la cruz, trayéndonos la salvación con la sangre de la redención. Fue sepultado, y resucitó por su propio poder al tercer día, elevándonos por su resurrección a la participación de la vida divina, que es la gracia. Subió al cielo, de donde ha de venir de nuevo, entonces con gloria, para juzgar a los vivos y a los muertos, a cada uno según los propios méritos: los que hayan respondido al amor y a la piedad de Dios irán a la vida eterna, pero los que los hayan rechazado hasta el final serán destinados al fuego que nunca cesará. Y su reino no tendrá fin.

Jesús de Nazaret, de Ratzinger

 

En el segundo volumen de su obra Jesús de Nazaret, Benedicto XVI explica largamente sus conclusiones sobre la resurrección de Jesucristo. Es el capítulo 9° que se extiende desde la página 281 hasta  la 321 y tiene los siguientes subtítulos: 1. Qué sucede en la resurrección de Jesús. Dice allí el Papa Ratzinger que San Pablo resalta que si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación carece de sentido y vuestra fe lo mismo…San Pablo resalta con estas palabras de manera tajante la importancia que tiene la fe en la resurrección de Jesucristo para el mensaje cristiano en su conjunto. La fe cristiana se mantiene o cae con la verdad del testimonio de que Cristo ha resucitado de entre los muertos. Afirma el Papa que en su investigación sobre la figura de Jesús la resurrección es el punto decisivo. Afirma:

Que Jesús sólo haya existido o que, en cambio, exista también ahora depende de la resurrección. En el «si» o el «no» a esta cuestión no está en juego un acontecimiento más entre otros, sino la figura de Jesús como tal.

En el N° 2, Ratzinger examina los dos tipos diferentes de testimonios de la resurrección. A uno lo llama testimonio en forma de confesión y tradición y al otro testimonio en forma de narración. En forma de confesión se conserva en una fórmula corta lo que se quiere conservar como núcleo del acontecimiento. Por ejemplo, a los dos discípulos de Emaús, los saludan los otros con el anuncio, que es una confesión: Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón (lc 24,34).

En el N° 3, el Papa trata sobre la muerte de Jesús, que no fue una casualidad, sino que entra en el contexto de la historia de salvación, de la historia de Dios y su pueblo.

 

¿Es compatible la resurrección con la presencia del cuerpo en el sepulcro?

 

El N° 4 se refiere a la importancia del sepulcro vacío. Algunos no le dan importancia, porque afirman que el sepulcro vacío no prueba la resurrección. Es verdad, dice Ratzinger. De hecho María Magdalena al encontrar el sepulcro vacío pregunta dónde han puesto a Jesús.  Pero hay que hacerse la otra pregunta: ¿Es compatible la resurrección con la presencia del cuerpo en el sepulcro? ¿Si los apóstoles hubieran encontrado el cuerpo en el sepulcro habrían proclamado que el señor Resucitó?

Trata luego el Papa sobre el Tercer Día. El Papa explica lo que quiere decir el tercer día, porque a algunos las cuentas no les salen. Ratzinger opina que el tercer día se refiere al primer encuentro con el Señor Resucitado, que es nuestro domingo.

Trata después sobre la calidad de los testigos de la resurrección, y destaca el papel de Pedro. Pasa enseguida al tema de la narración. Antes había explicado el testimonio en forma de confesión.  Trata en su libro el Papa sobre las Apariciones de Jesús a Pablo, en su conversión y las otras variadas apariciones a sus discípulos.

Finalmente, el Papa dedica la última parte en forma de resumen, a: La naturaleza de la Resurrección y su significación histórica.

Ojalá puedan conseguir este libro sólido, maravilloso, que nos ayuda a conocer, amar a Jesucristo y a profundizar nuestra fe en Él.

La síntesis del pensamiento de Benedicto XVI sobre la Resurrección

 

Viernes, 22 abr (RV).- Benedicto XVI respondió a siete preguntas formuladas por personas de distintos países y sobre distintos argumentos en un programa de la televisión pública italiana RAI. Con el título “A su imagen. Especial Viernes Santo” la emisión de esta histórica intervención de un Pontífice en RAIUNO comenzó a las dos y diez y las siete preguntas abarcaron temas como el sufrimiento y la muerte, el dolor y la incertidumbre y situaciones de conflicto bélico. Hubo dos preguntas sobre la muerte y resurrección de Jesús.

¿Qué significa “Descendió a los infiernos?

 

P: Santo Padre, la próxima pregunta es sobre el tema de la muerte y la resurrección de Jesús y llega desde Italia. Se la leo: “Santidad: ¿Que hizo Jesús en el lapso de tiempo entre la muerte y la resurrección? Y, ya que en el Credo se dice que Jesús después de la muerte descendió a los infiernos: ¿Podemos pensar que es algo que nos pasará también a nosotros, después de la muerte, antes de ascender al Cielo?

R: En primer lugar, este descenso del alma de Jesús no debe imaginarse como un viaje geográfico, local, de un continente a otro. Es un viaje del alma. Hay que tener en cuenta que siempre el alma de Jesús siempre toca al Padre, está siempre en contacto con el Padre, pero al mismo tiempo, este alma humana se extiende hasta los últimos confines del ser humano. En este sentido baja a las profundidades, va hacia los perdidos, se dirige a todos aquellos que no han alcanzado la meta de sus vidas, y trasciende así los continentes del pasado. Esta palabra del descenso del Señor a los infiernos significa, sobre todo, que Jesús alcanza también el pasado, que la eficacia de la redención no comienza en el año cero o en el año treinta, sino que llega al pasado, abarca el pasado, a todas las personas de todos los tiempos. Dicen los Padres, con una imagen muy hermosa, que Jesús toma de la mano a Adán y Eva, es decir a la humanidad, y la encamina hacia adelante, hacia las alturas. Y así crea el acceso a Dios, porque el hombre, por sí mismo, no puede elevarse a la altura de Dios. Jesús mismo, siendo un hombre, tomando de las mano al hombre, abre el acceso. ¿Qué acceso? La realidad que llamamos cielo. Así, este descenso a los infiernos, es decir, en las profundidades del ser humano, en las profundidades del pasado de la humanidad, es una parte esencial de la misión de Jesús, de su misión de Redentor y no se aplica a nosotros. Nuestra vida es diferente, el Señor ya nos ha redimido y nos presentamos al Juez, después de nuestra muerte, bajo la mirada de Jesús, y esta mirada en parte será purificadora: creo que todos nosotros, en mayor o menor medida, necesitaremos ser purificados. La mirada de Jesús nos purifica y además nos hace capaces de vivir con Dios, de vivir con los santos, sobre todo de vivir en comunión con nuestros seres queridos que nos han precedido.

 

¿Cómo era el Cuerpo Resucitado de Jesús?

 

P: También la siguiente pregunta es sobre el tema de la resurrección y viene de Italia: “Santidad, cuando las mujeres llegan al sepulcro, el domingo después de la muerte de Jesús, no reconocen al Maestro, lo confunden con otro. Lo mismo les pasa a los Apóstoles: Jesús tiene que enseñarles las heridas, partir el pan para que le reconozcan precisamente por sus gestos. El suyo es un cuerpo real de carne y hueso, pero también un cuerpo glorioso. El hecho de que su cuerpo resucitado no tenga las mismas características que antes, ¿qué significa? ¿Y qué significa, exactamente, “cuerpo glorioso? ¿Y la resurrección, será también así para nosotros? “

R: Naturalmente, no podemos definir el cuerpo glorioso porqué está más allá de nuestra experiencia. Sólo podemos interpretar algunos de los signos que Jesús nos dio para entender, al menos un poco, hacia dónde apunta esta realidad. El primer signo: el sepulcro está vacío. Es decir, Jesús no abandonó su cuerpo a la corrupción, nos ha enseñado que también la materia está destinada a la eternidad, que resucitó realmente, que no ha quedado perdido. Jesús asumió también la materia, por lo que la materia está también destinada a la eternidad. Pero asumió esta materia en una nueva forma de vida, este es el segundo punto: Jesús no muere más, es decir: está más allá de las leyes de la biología, de la física, porque los sometidos a ellas mueren. Por lo tanto hay una condición nueva, diversa, que no conocemos, pero que se revela en lo sucedido a Jesús, y esa es la gran promesa para todos nosotros de que hay un mundo nuevo, una nueva vida, hacia la que estamos encaminados. Y, estando ya en esa condición, para Jesús es posible que los otros lo toquen, puede dar la mano a sus amigos y comer con ellos, pero, sin embargo está más allá de las condiciones de la vida biológica, como la que nosotros vivimos. Y sabemos que, por una parte, es un hombre real, no un fantasma, vive una vida real, pero es una vida nueva que ya no está sujeta a la muerte y esa es nuestra gran promesa. Es importante entender esto, al menos por lo que se pueda, con el ejemplo de la Eucaristía: en la Eucaristía, el Señor nos da su cuerpo glorioso, no nos da carne para comer en sentido biológico; se nos da Él mismo; lo nuevo que es Él , entra en nuestro ser hombres y mujeres, en el nuestro, en mi ser persona, como persona y llega a nosotros con su ser, de modo que podemos dejarnos penetrar por su presencia, transformarnos en su presencia. Es un punto importante, porque así ya estamos en contacto con esta nueva vida, este nuevo tipo de vida, ya que Él ha entrado en mí, y yo he salido de mí y me extiendo hacia una nueva dimensión de vida. Pienso que este aspecto de la promesa, de la realidad que Él se entrega a mí y me hace salir de mí mismo, me eleva, sea la cuestión más importante: no se trata de descifrar cosas que no podemos entender sino de encaminarnos hacia la novedad que comienza, siempre, de nuevo, en la Eucaristía.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

reflexionesdsi@gmail.com