Reflexión 10, Dios ama al que da con alegría

Jueves 6 de abril de 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 23

Vivir el Decálogo significa libertad, el derecho del pobre, la labor de Caritas

La semana pasada estudiamos los números 23 y 24 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia que es nuestro libro de texto. Es una obra densa, llena de doctrina, y lo que hacemos en este programa es explicarlo, basándonos, ante todo, en los documentos que el mismo Compendio utiliza como fundamento. Los números 23 y 24 nos explican que los 10 Mandamientos, son el camino para hacer realidadlos planes que el Creador se propuso con nosotros. ¿Cómo así? Pues, como sabemos, Dios nos creó a imagen suya, pero esa imagen se puede desvanecer y borrar, porque el Creador nos hizo libres; el ser humano, puede comportarse de manera distinta a como una imagen de Dios debería. A veces se comenta sobre alguien, que es igualito a su papá, en su modo de hacer las cosas; o al revés, se puede decir de alguien que no se parece en nada al papá… Eso puede pasar con la imagen que somos de Dios… Nuestros rasgos de hijos de Dios se pueden conservar o no…

Es que como hemos visto en nuestro estudio, y lo explica el Cardenal Ratzinger, – hoy Benedicto XVI, – por el pecado original hay una perturbación en la creación. La existencia humana no es como salió realmente de las manos del Creador. Además de tender hacia Dios, hay en nosotros en nuestra naturaleza humana finita, imperfecta, existe una tendencia a apartarnos de Dios. Sentimos una contradicción interna en nosotros; queremos guardar nuestra imagen original, pero al mismo tiempo hacemos las cosas como si quisiéramos romperla.[1] Bueno, Dios nos dejó una ayuda, que nos dice cuál debe ser el camino que debemos tomar, para seguir siendo libres como Él nos hizo. Esa ayuda es el Decálogo. Recordemos nuestra reflexión anterior.

Esto quiere decir que si viviéramos de acuerdo con el Decálogo, seríamos de verdad libres. No estaríamos sometidos a nuestras malas inclinaciones: no habría infidelidades nuestras, ni tendríamos tampoco que temer de parte de los demás: ni asesinatos, ni robos, ni mentiras. También vimos que los mandamientos de la segunda tabla, es decir desde el 4º hasta el 10° mandamiento, señalan el alcance social de Decálogo. Es decir, el compromiso del Pueblo Escogido con sus semejantes. Podemos decir que los 7 mandamientos de la segunda tabla son los mandamientos sociales. Y recordamos, que como Jesús nos enseñó, los 10 Mandamientos se sintetizan en 2: Amar a Dios y amar al prójimo como a nosotros mismos, de manera que el Decálogo se puede condensar en una palabra: Amar.

 

El Derecho del Pobre

 

Encontramos además que, según la Escritura, Dios fue educando a su pueblo, siendo más específico en cuanto al camino que debía seguir, de manera que le enseñó que las relaciones sociales se debían regular, no sólo por el Decálogo, sino además por las normas que siguió enseñándole por medio de sus enviados, en particular a través de los profetas[2]. Así surgió lo que ha sido llamado el “derecho del pobre”, como leímos en Deuteronomio 15,7s. Volvamos a leer estos dos versículos: Si hay junto a ti algún pobre de entre tus hermanos…no endurecerás tu corazón ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu manoy le prestarás lo que necesite para remediar su indigencia. Y la Ley cobijaba también al forastero, como se lee en Lv 19,33s: Cuando un forastero resida junto a ti, en vuestra tierra, no lo molestéis. Al forastero que reside junto a vosotros, lo miraréis como a uno de vuestro pueblo y lo amarás como a ti mismo; pues forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto. Yo Yahvéh, vuestro Dios.

El Nº 23 del Compendio de la D.S.I., que estudiamos en la reflexión anterior, nos explica que Dios no quería que las realidades maravillosas de su amor, como se manifestaron en la liberación de Israel de la esclavitud, en la promesa de una nueva tierra, en la Alianza del Sinaí y la entrega del Decálogo, quedaran sólo para el recuerdo, como una bonita historia para transmitir a las futuras generaciones; ni quería que se redujeran a sólo teorías o leyes escritas, sino que se debían concretar en el modo de vivir de la sociedad israelita, practicando la justicia y la solidaridad.

Esta herencia la recibimos en el nuevo Pueblo de Dios. Por eso los derechos del pobre han sido una permanente preocupación de la Iglesia. Tienen, como vemos, sus raíces en la Sagrada Escritura. Dios se reveló como defensor de los pobres; por eso la Ley protegía a los pobres y a los desamparados del país, como leímos en los libros del Deuteronomio y el Levítico.

Los profetas y el Evangelio, defensores de los pobres

 

Los profetas fueron muy claros en su defensa de los pobres. En la Biblia encontramos multitud de discursos de los profetas, en los que denunciaban las injusticias que oprimían y empobrecían a los desamparados. Recordemos como ejemplo al profeta Amós, quien dice en 8,4-7: Escuchad esto los que pisoteáis al pobre y queréis suprimir a los humildes de la tierra, diciendo: ¿Cuándo pasará el novilunio para poder vender el grano y el sábado para dar salida al trigo, achicando la medida y aumentando el peso, falsificando balanzas de fraude, comprando por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias, para vender hasta las ahechaduras[3] del grano? Lo ha jurado Yahvéh por el orgullo de Jacob: “Jamás he de olvidar todas sus obras”.[4] [5]

El Evangelio está lleno de ejemplos del amor misericordioso de Jesús por lo pobres. En la descripción del Juicio[6], Jesús fue categórico; nos dijo que en el Juicio Final la manera como hayamos tratado a los pobres, a los desposeídos, a los hambrientos, será definitiva en nuestro destino final, pues nos dirá: “cuanto hicisteis a estos hermanos míos, más pequeños, a mí me lo hicisteis”…”Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis…”. Y además dirá el Señor otras palabras terribles: “cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo lo dejasteis de hacer”. Apartaos de mi, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer…”

La Iglesia comprendió desde el comienzo, que su acción por los pobres tiene que ser prioritaria, y que el compartir los bienes con los necesitados, tiene que ser característica del cristiano. Recordemos la imagen que de las primeras comunidades cristianas, nos guardan los Hechos de los Apóstoles; nos describen comunidades regidas por el amor: Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno[7].

San Pablo y la ayuda a los necesitados

 

En la segunda carta a los Corintios, en los capítulos 8º y 9º, encontramos la doctrina cristiana sobre la ayuda a los necesitados, como San Pablo la explicó a esas comunidades, recién nacidas a la fe. Recordemos que la comunidad de Jerusalén pasaba entonces por momentos difíciles de pobreza y San Pablo organizó una colecta en su favor. Alaba el Apóstol el desprendimiento de los Macedonios, quienes por lo visto fueron especialmente generosos a pesar de su propia pobreza, porque de ellos dice en esa carta: “probados por muchas tribulaciones, su rebosante alegría y su extrema pobreza han desbordado en tesoros de generosidad[8] San Pablo organizó una verdadera campaña, por lo que se lee a comienzos del capítulo 9º de la segunda carta a los Corintios: y los argumentos con que los animó a la generosidad nos deben inspirar también a nosotros. Leamos algunos versículos de este capítulo 9: (…)”El que siembra escasamente, escasamente cosecha; y el que siembra a manos llenas, a manos llenas cosecha. Cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues Dios ama al que da con alegría.[9]

 

El cuidado de los pobres esencial en la cultura cristiana

 

Como hoy se habla tanto de cultura, entendiendo por cultura los rasgos característicos de las costumbres de un pueblo o de una comunidad, podemos decir que la cultura de amor y defensa del pobre, es una cultura bíblica y parte esencial de la cultura cristiana. Es una cultura recibida en las normas ordenadas por Dios al Pueblo Escogido, reafirmada por Jesús en el Evangelio, predicada por los apóstoles y transmitida por toda la tradición y el magisterio de la Iglesia, desde los primeros años. Hace unos días oí, creo que fue en el noticiero de Radio Vaticano, que una dificultad que las organizaciones caritativas de la Iglesia han encontrado en el Oriente Medio, para ayudar a las familias azotadas por la violencia y el terrorismo, es que en el islamismo no existe esta cultura cristiana de ayudar al pobre. Es herencia cristiana, la caridad, como Jesucristo nos la enseñó, y herencia del Pueblo Judío que la recibió primeramente en el Decálogo.

¿Qué decían los Padres de la Iglesia?

 

Es importante recordar algo sobre los Padres de la Iglesia y su defensa de los pobres, desde los primeros siglos del cristianismo. Los Padres de la Iglesia descollaron por su sabiduría y su conocimiento de la Sagrada Escritura, y en consecuencia, también por haber sido defensores de los pobres y de los oprimidos. Y defensores no sólo de palabra, sino que fueron promotores de instituciones asistenciales, y llevaron a la práctica el Evangelio y la caridad que aprendieron de la primitiva Iglesia, la que aparece en los Hechos de los Apóstoles. Los Padres promovieron la creación de hospitales, de orfanatos, de hospederías para recibir a los peregrinos, y enseñaron un humanismo fundado en Cristo. Respondía así la Iglesia a las necesidades, en cuya solución la sociedad civil era insuficiente.[10]

Como ejemplos de la preocupación de los Padres de la Iglesia por los desamparados y los oprimidos, preocupación que expresaban en su predicación, leamos las palabras de algunos de ellos.

A San Cipriano, quien nació hacia el año 200, y murió mártir el año 257, le preocupaba la presencia de los pobres en la comunidad cristiana, y como solución insistía en la exigencia de la limosna, para que se alcanzara una condición de igualdad entre ricos y pobres. San Cipriano organizó la atención a los enfermos, en la peste que en su época azotó al imperio romano.

San Basilio Magno, nacido hacia el año 330, y San Gregorio Nazianceno, contemporáneo de San Basilio, consideraban en sus homilías que la condición social del pobre no es voluntad de Dios, sino fruto del pecado.

Decían estos santos Padres, que el pobre es pobre por la injusticia, por la maldad, por el egoísmo, por la ambición del hombre que quiere tener siempre más. San Basilio exhortaba a los pobres a que también ellos fueran generosos entre ellos mismos. La experiencia nos dice que los pobres son muy generosos; con frecuencia son más generosos que muchas personas pudientes. Hay ejemplos de pobres que socorren a sus hermanos con una generosidad sin límites.

Los laicos no siempre somos justos con la Iglesia como organización, porque, aunque Iglesia somos todos los bautizados, sin embargo se habla de la Iglesia como si se tratara de algo con lo que no tuviéramos que ver. Critican algunos a la Iglesia porque, dicen, no hace nada por mejorar la situación de injusticia del mundo. No es justa esa apreciación.

La Iglesia no ha logrado cambiar la situación de injusticia, es verdad. Pero no porque no haga nada al respecto. Su papel es enseñarnos el camino, lo que el Evangelio nos dice, y cuántos documentos hay de la Iglesia, documentos que son evangelización, desde los primeros siglos del cristianismo hasta nuestros días. Pero si nos ponemos la mano en el pecho, tenemos que reconocer que no conocemos bien la doctrina de la Iglesia. Sería interesante una encuesta entre los políticos católicos, sobre sus conocimientos de la Doctrina Social de la Iglesia. Yo creo que la mayoría no aprobaría la asignatura. Y es que hay una gran limitante en la difusión de la doctrina, porque a los medios de comunicación que dominan el mundo no les interesa divulgar las enseñanzas de la Iglesia. Pero la Iglesia no sólo predica, lo cual es misión suya, la Iglesia misma practica las obras demisericordia y de qué manera. A cuántos hambrientos ha calmado el hambre la caridad de los fieles católicos, a cuantos desnudos ha vestido el amor de las instituciones de la Iglesia, y a cuántos ancianos acogen los hogares fundados y sostenidos con enorme esfuerzo por comunidades religiosas. Sería interminable la enumeración de las obras de caridad de la Iglesia.

En nuestros días, la Iglesia sigue atendiendo a los pobres a través de las parroquias, de las comunidades religiosas, de los Bancos de Alimentos y de las asociaciones de laicos. Socorre a los inmigrantes, a los desplazados, a los ancianos, practicando así las obras de misericordia.[11]

 

La labor de Cáritas

 

Y la Iglesia no reduce su empeño a estas obras de misericordia, indispensables en un mundo donde tantos hermanos padecen hambre y pobreza extrema. Tiene la Iglesia una organización internacional, que además de atender a los pobres en sus necesidades materiales, trabaja por la justicia. Por ejemplo, Caritas Colombiana, así se llama esta organización, (a propósito no es caritas, sino Cáritas, palabra latina que quiere decir Caridad) -, bueno, Cáritas Colombiana, en unión de las Cáritas de la Región de América Latina y El Caribe, con los miembros del Catholic Relief Services (CRS), que es la Cáritas de la Iglesia en los EE.UU., las Cáritas europeas de Francia, España y del Consejo Episcopal Latinomericano (CELAM), participaron activamente en el Foro Social Mundial, que se realizó este año 2006 en la capital venezolana, por considerarlo un espacio propicio para la reflexión conjunta, para el debate democrático de ideas, la formulación de propuestas y la planificación de acciones orientadas a la globalización de la solidaridad. “Queremos hacer oír nuestra voz y la propuesta de que otro mundo es posible desde el Evangelio, en un espacio donde diversas organizaciones plantean ese otro mundo posible”, anunciaba Cáritas Colombiana.

El propósito de Cáritas, en ese foro celebrado en Venezuela, era sensibilizar sobre la crisis humanitaria que hay en Colombia, y sobre la necesidad de buscar una solución negociada y justa para el conflicto armado colombiano. Esa campaña está cumpliendo ya una primera fase, y en septiembre se lanzó la fase dos que se centrará, sobre todo, en el tema humanitario. Particularmente, en las situaciones de las poblaciones desplazadas, y en la urgencia de que esa crisis humanitaria, que es la tercera más importante del mundo, después de la de Sudán y El Congo, sea conocida también, como la primera crisis humanitaria del hemisferio occidental.

Desde mediados de los años 90, la Iglesia Católica ha sido uno de los actores más importantes de la búsqueda de la paz en Colombia, y en junio de 2004, el Santo Padre, Juan Pablo II, llamó a la Iglesia colombiana a trabajar con prioridad por la paz y la reconciliación. Para la Iglesia en Colombia, el desplazamiento es un problema de humanidad, un estado de emergencia social, tragedia nacional e indiferencia general.

La Conferencia Episcopal de Colombia, desde el secretariado Nacional de Pastoral Social, y su sección de Movilidad Humana, en asocio con la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento, presentó al país el primer informe de avance, sobre la crisis humanitaria y el desplazamiento. Ese primer resultado fu publicado y lanzado en el marco de la Asamblea Plenaria del Episcopado, para reafirmar el compromiso y la preocupación que la Iglesia mantiene permanentemente por esta situación.

El compromiso y muchos esfuerzos de la Conferencia Episcopal, se dirigen a mitigar las necesidades fundamentales de la población que atiende, y que por lo general no están satisfechas. Para ello se realiza cada año en todo el país, la Campaña de Comunicación Cristiana de Bienes, que es un compromiso y mandato evangélico que debe llevarnos a dar un nuevo impulso a esta colecta, porque el hecho de que la situación sea muy difícil, no puede frenarnos el ímpetu de hacer todos los esfuerzos posibles, para recobrar la Humanidad en nuestro país. Así piensan nuestros obispos.

El lema de la Campaña de Comunicación Cristiana debienes es: Compartir con Alegría, para ayudar a las víctimas de desastres naturales, de la violencia o del desplazamiento forzado. Recordemos que, como San Pablo decía en su colecta por los pobres de Jerusalén, Dios ama al que da con alegría. La Campaña se realiza desde 1982 y es coordinada por el Secretariado Nacional de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal de Colombia. En época de cuaresma, desde el miércoles de ceniza hasta el domingo de Resurrección, nos invitan a ser generosos en esta colecta en todo el país.

¿Qué se hace con el dinero de esta colecta? Un punto muy importante es que con ella se contribuye a la formación de la conciencia solidaria. Además, esta colecta permite enfrentar con mayor humanidad y eficiencia, la situación de los hombres, mujeres, niños y ancianos que viven diariamente situaciones de pobreza y marginación.

También ese dinero ayuda a mantener el fondo nacional de emergencias, que está activo durante todo el año. Este fondo se alimenta de los aportes que son manifestación de nuestra solidaridad y se destina a atender las innumerables víctimas que año tras año dejan en nuestro país los desastres naturales, las víctimas de la guerra y del desplazamiento forzado.

El 80% de la colecta se destina a programas de atención en cada una de las Diócesis: comedores infantiles, ollas comunitarias, programas de capacitación para el trabajo y formación de empresas familiares, proyectos de trabajo asociado, vivienda y bancos de alimentos.

El 20% restante entra al Fondo Nacional de Emergencias, para atender situaciones imprevistas causadas por fenómenos naturales como inundaciones, terremotos, avalanchas o por acciones violentas del hombre, como es el desplazamiento forzoso.

Así vive la Iglesia la predilección del Evangelio por los pobres. Y es que la doctrina que hemos recibido desde la Biblia, no se puede quedar en teoría, hay que volverla vida. Oficialmente, la Iglesia responde por nosotros, hasta donde nuestro desprendimiento lo permite. Lo que se alcance a hacer depende de nuestra generosidad.

Para soluciones de fondo hace falta también la acción directa de los políticos y los empresarios. Infortunadamente hay muchos políticos y empresarios cristianos, que son católicos de bautizo y entierro, porque no viven su fe en la vida diaria. Si siguieran la doctrina social de la Iglesia, no habría tantos pobres ni tanta corrupción; no se aprobarían leyes injustas, ni se cerrarían puestos de trabajo, para obtener mayores ganancias, a costa del sufrimiento de tantas familias.

En los comienzos de la Iglesia, la predicación insistía en particular, en reconocer el origen común de todos los hombres, hijos del mismo Padre, y el deber de los ricos, no sólo de compartir con el pobre, sino de cambiar la condición de pobreza del pobre. Este punto es muy importante; no se puede reducir la acción, a aliviar una situación de pobreza de modo temporal, sino que tiene que haber un esfuerzo por cambiar la situación misma de pobreza.

A las dificultades de siempre, se suma otra, y es la globalización, porque lo que se haga en un solo país, se desvanece frente a las políticas económicas generales, que se preocupan solo del crecimiento económico, aunque solo favorezca a los que más tienen y siga aumentando la pobreza. Las leyes del mercado mandan, porque el hombre no les pone límites. Y habría que ponerles límites universales; no sé soluciona nada con sólo límites en un país, que pronto quedaría aislado y por lo mismo en situación desventajosa. Los pobres serían de nuevo los perdedores.

Volviendo a los Padres de la Iglesia, el P. Mifsud, en su ya citado libro Moral Social, dice que el pensamiento social de los Padres se puede resumir en esta afirmación audaz: la riqueza pertenece a los pobres, ya que el poseedor de la riqueza es tan solo un administrador que tiene el deber de compartir con el necesitado. Es decir que el derecho de los pobres pone un límite a la propiedad.

 


[1] Cfr. Reflexión 8, de marzo 23, 2006 y Ratzinger, Dios y el Mundo, Pg. 43

[2] Según algunas tradiciones judías, la Torá contiene 613 preceptos o mandamientos, aunque a los no judíos obligarían sólo los 10 mandamientos entregados a Moisés.

[3] Ahechaduras, son los residuos que quedan después de cribar y aventar el trigo y la cebada. La cascarilla.

[4] Tony Mifsud, S.J., Moral Social, CELAM, Bogotá, 1998, Pg. 157

[5]  Me llamó mucho la atención el siguiente recuerdo del historiador Eric Hosbawm, judío, exmilitante del partido comunista,en “Años Interesantes Una vida en el siglo XX”, Pg. 10, cuando estudiaba en King’s College. Dice: Irónicamente, el deán de la capilla del King´s College me hizo leer un fragmento del libro de Amós, lo más parecido a un discurso de militancia bolchevique en el Antiguo Testamento. Lástima, no cita el pasaje de Amós.

[6] Cfr. Mt 25, 31,46

[7] Hechos, 2 44s

[8] 2 Cor, 8,2

[9] Cita allí San Pablo Proverbios 22,8, según la traducción de los LXX

[10] Cfr. Doctrina Social de la Iglesia, manual abreviado BAC, 2002, Pg 19

[11] La información que sigue la he tomado de la página de internet del secretariado de Pastoral Social de la C.E.C.