Reflexión 167 – Caritas in veritate (5)

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Marco teológico de Caritas in veritate

 

Antes de continuar con la segunda parte de la introducción de la encíclica – Caridad en la verdad, Caritas in veritate,- repasemos sus puntos principales. Tengamos presente que en su introducción encontramos los fundamentos teológicos de la encíclica o si se prefiere, el marco teológico básico:

 

1.   “La caridad en la verdad es la principal fuerza propulsora para el verdadero desarrollo de cada persona y de toda la humanidad”.  Según Benedicto XVI, la principal fuerza que impulsa al verdadero desarrollo de cada persona y de toda la humanidad es el amor, la caridad. No cualquier amor, sino un amor de verdad, no de palabras: Caridad en la verdad. Este es el pensamiento principal; de él se desprenden las siguientes consideraciones:

 

A.  No se trata de un amor cualquiera, sino de uno que mueve a las personas a comprometerse con la justicia y la paz. Se trata de un amor activo, que es capaz de comprometerse. Eso es un amor en la verdad.

 

B.  Este amor tiene su origen en Dios, que es Amor Eterno, Verdad absoluta. No se trata de un amor humano, que hasta se podría considerar como una característica de nuestra personalidad. Se trata de un amor cristiano que se origina en Dios, que es Amor, que nos comunica Dios.

 

Dios tiene un plan de desarrollo integral y global

 

 

Un siguiente punto se refiere al plan que Dios tiene para cada uno de los seres humanos y por consiguiente para el mundo. Se puede resumir en las siguientes ideas:

 

C.  Dios tiene un plan para cada persona; en él encontramos nuestra propia verdad y nuestro bien. De manera que si seguimos el plan de Dios para nosotros, conseguimos nuestra verdad y nuestro bien; nos realizarnos plenamente como personas; es el plan de desarrollo diseñado por Dios. Dios quiere un desarrollo integral: de todo el hombre, en todas sus dimensiones, y de todos los hombres, de toda la sociedad: un desarrollo integral y global. Se trata de un desarrollo fundado en la caridad y en la verdad.  

 

C.  Nos puede ayudar a comprender las implicaciones de esta verdad, la semejanza con la obra de un gran ingeniero, de un gran arquitecto o un genial escultor. Si ellos crean el diseño de una gran obra y lo entregan para que lo realicen otras personas, el éxito en la ejecución de esa obra estará en que los constructores sigan fielmente el diseño original. Si en vez de seguir ese diseño, esos planos, se apartan y siguen su propio capricho, lo que pudo ser una bellísima obra puede convertirse en un trabajo final, por lo menos, mediocre.

 

El origen de la crisis económica mundial

 

 

De esta reflexión nos surge la consideración de que el origen de la crisis económica y financiera por la que pasa el mundo, está en que la humanidad se quiere salir del proyecto de Dios para la sociedad y hacer un proyecto nuevo, impulsado por la codicia de tener cada vez más, y por el egoísmo frente a las necesidades de los demás. Ese mundo, regido por la codicia no es el del plan divino. Las entidades financieras parecen seguir su propio plan y les resultó no sólo mediocre, funesto.

 

Otra consideración es que, si en el plan que Dios ha diseñado para nosotros, encontramos nuestra propia verdad, es decir la realización plena de lo que podemos llegar a ser, – en otras palabras nuestro pleno desarrollo, en todas las dimensiones – estamos llamados a buscar cuál es ese plan y seguirlo, y si nos damos cuenta de que vamos equivocados, debemos corregir a tiempo el camino.

 

 

Nuestra vocación es al amor

 

 

Y, ¿en que consiste nuestra vocación? ¿A qué nos llama Dios? La llamada que nos hace Dios es a amar de verdad,  amar en la verdad.

 

Y, ¿cómo podemos encontrar una guía para no equivocarnos en nuestra respuesta a la llamada que nos hace Dios a la verdad y al amor, para no tomar el camino equivocado? La respuesta la encontramos en Jesucristo, que es el camino, que es la verdad y que amó hasta el extremo.

 

           En Jesús, que con su vida dio testimonio de la caridad y de la verdad, encontramos el ejemplo y la fuerza para responder a la llamada  al amor y a la verdad. Jesucristo es la revelación de Dios, el rostro humano de Dios, y nuestro modelo de vida. A través de Él nos ha dado Dios el modelo de una vida humana plena en este mundo y encaminada a su  destino eterno.[1] Esa es nuestra vocación. Las siguientes líneas de la encíclica resumen el papel de Jesucristo en nuestra vocación:

 

La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad.

 

Escuchar las palabras de Jesus  y ver sus obras

 

 

Seguir la llamada al amor como nos lo enseña Jesucristo con su vida, requiere su fuerza, es decir su gracia, y también nuestra disposición a responder. Es muy revelador encontrar en el Evangelio cómo fue el testimonio de su vida terrenal, de la que nos habla Benedicto XVI.  Recordémoslo:

 

Jesús decía a sus discípulos que miraran más allá de las palabras, el testimonio de su vida. Cuando le preguntaron: Si tú eres el Mesías dínoslo claramente, Él respondió: Yo se lo he dicho y ustedes no me creen. Las obras que yo hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí. (Jn 10, 24s).

 

Recordemos también que, cuando desde la cárcel, el Bautista le mandó a hacer una pregunta parecida, también Jesús se refirió a sus obras. Leámoslo en el capítulo 11 de Mt.

 

2. Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: 3 “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”.

4. Jesús les respondió: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: 5. los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres.

 

Nos conviene observar que según el Evangelio, lo que a Juan Bautista llamó especialmente la atención fueron las obras de Jesús; no nos dice el evangelista que Juan se hubiera maravillado de las palabras de Jesús, que, claro eran pura sabiduría y anunciaban la Buena Noticia a los pobres,  sino que cuando oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo…le mandó a preguntar si Él era el Mesías anunciado por los profetas. Jesús nos hizo notar claramente que en su vida había coherencia entre sus palabras y sus obras; su respuesta a los discípulos del Bautista fue: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven”… Las palabras se oyen, las obras se ven.

 

Mientras estudiamos la Caridad en la verdad, nos viene bien en esta cuaresma, reflexionar sobre nuestra vida cristiana, llena de regalos del amor de Dios. Jesús quiere que nos detengamos y miremos para adentro, a nuestro corazón y que examinemos si por nuestra vida, – no sólo por nuestras palabras, – nos pueden reconocer como seguidores suyos. Y es que, si Dios nos ama, debemos pagar el amor con amor y el amor va más allá de las palabras. Cuando decimos que Dios nos ama sabemos muy bien a qué nos referimos: no es que Él simplemente lo diga de palabra, sino que lo ha demostrado desde el momento en que nos dio el ser a su imagen. Nuestra existencia está, todos los días, llena de pruebas del amor de Dios. ¿Cuál debe ser nuestra respuesta?

 

En esta cuaresma, mirar hacia adentro, reflexionar sobre la justicia

 

Nuestra vivencia de la DSI tiene que ser perfectamente coherente con el momento que vivimos. En cuaresma  insistimos en la oración, en la penitencia y la limosna, como preparación a la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor y allí caben muy bien los temas de la justicia, de la verdad y del amor.

 

En el  mensaje de Benedicto XVI con motivo de la cuaresma, podemos ver  que nuestra fe no está formada, como una “colcha de retazos”, de creencias incoherentes, cuando nos propone que hagamos en este tiempo una revisión sincera de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas; y nos pone a reflexionar sobre la justicia.

 

Además del pan  y más que el pan, el ser humano necesita a Dios

 

Nos enseña el Santo Padre, que la justicia no consiste solamente en dar a cada cual lo suyo, – a cada cual lo que le corresponde, – si por dar a cada cual lo suyo, – lo que le corresponde, – se entiende solamente distribuir equitativamente los bienes terrenales; porque no es sólo eso lo que el ser humano necesita; además del pan  y más que el pan, –dice Benedicto XVI, – necesita a Dios… Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle. [2]

 

Nos dice el Papa que para que reine la justicia no es suficiente con eliminar las causas que impiden su puesta en práctica. La injusticia, fruto del mal, dice el Papa, tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. Se refiere el Papa a las consecuencias del pecado original que vuelven frágil al hombre y lo limitan en su capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Nos recuerda el Santo Padre que el ser humano es abierto por naturaleza a  compartir, pero siente dentro de sí una fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos, consecuencia del pecado original.

 

Necesitamos una liberación del corazón y encontrarnos con Jesucristo

 

 

Se pregunta Benedicto XVI ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor? La respuesta, – me parece, – es que necesitamos una profunda conversión, un cambio, porque dice que para entrar en la justicia, es necesario un “éxodo” más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón…  De manera que nosotros, como Moisés y el Pueblo de Israel, tenemos la oportunidad de aceptar las pruebas durante nuestro éxodo, a medida que hacemos nuestro camino hacia el Padre; nuestra condición es de peregrinos; somos peregrinos.

 

Estas reflexiones nos confirman que para salir, no sólo de la actual crisis económica, sino para poder construir un mundo de justicia, de amor y de verdad, – es decir, el Reino de Dios, – es necesario el encuentro con Jesucristo, con el Evangelio, y adoptar el estilo de vida que nos enseña con su propia vida. Por eso la evangelización es indispensable. Con la evangelización se pone a las personas en presencia del Evangelio y se provoca así el encuentro con Jesucristo.[3] Sabemos ya que la fe es el encuentro con la persona de Jesucristo.

 

Si se entra más a fondo en las causas de la crisis mundial, nos podemos dar cuenta de que se esconde allí una crisis de principios y valores que se origina en las personas y afecta, no a un mundo compuesto sólo por edificios y maquinarias, sino al mundo de los seres humanos. Son personas humanas las que causan y las que sufren la crisis económica. Las causas de la crisis están en las personas que manejan la economía y los mercados. Si las personas no cambiamos, no serán suficientes las medidas técnicas que se adopten.

 

 

Un libre mercado sin codicia

 

 

Como en el Paraíso el hombre pretendió salirse del proyecto de Dios y crear el suyo para manejarlo él, y ese proyecto basado en la soberbia resultó autodestructivo, también ahora de modo semejante, el origen de la crisis mundial está en que la humanidad se quiere salir del proyecto de Dios y hacer uno nuevo, impulsado por la codicia de tener cada vez más, y por el egoísmo que lo enceguece frente a las necesidades de los demás. Los teóricos de la economía no parecen estar dispuestos a buscar un nuevo modelo, distinto del fracasado del comunismo y del poco exitoso del capitalismo y el libre mercado. Quizás funcionaría un prooyecto basado en esos mismos principios técnicos del libre mercado, si le introdujera una fuerte dosis de humanismo cristiano. Un libre mercado sin codicia…

 

 

Breve resumen del N° 2 de Caritas in veritate[4]

 

Este número nos enseña que:

 

La caridad es el corazón de la DSI (“en torno al principio caridad en la verdad gira toda la DSI”). Esto significa que

a.   Toda la responsabilidad de nuestras relaciones personales y sociales fluye de la caridad, del amor.

b.    Dios es Amor; el Amor es el más grande regalo que nos ha hecho Dios.

c.   La Caridad/el Amor deben dar dirección a la responsabilidad moral en todas las áreas.

d.     Nuestra Caridad/Amor hace creíble nuestra verdad en un contexto social y cultural en el que se relativiza la verdad. Ahora cada quien quiere construir su propia verdad. Aquella frase del Evangelio: Por sus frutos los conoceréis, va muy bien con esta idea de Caridad en la verdad: la verdad, la fe que decimos profesar la hace creíble nuestra caridad, nuestro amor.

 

Leamos el texto mismo del N° 2 de Caridad en la verdad:

2.     La caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia. Todas las responsabilidades y compromisos trazados por esta doctrina provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt 22,36-40). Ella da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el prójimo; no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas. Para la Iglesia —aleccionada por el Evangelio—, la caridad es todo porque, como enseña San Juan (cf. 1 Jn 4,8.16) y como he recordado en mi primera Carta encíclica «Dios es caridad» (Deus caritas est): todo proviene de la caridad de Dios, todo adquiere forma por ella, y a ella tiende todo. La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza.

El amor cristiano da verdadera sustancia a nuestra relación con Dios y con el prójimo

Podemos decir  que en torno a la caridad gira toda la vida cristiana. Nos lo enseñó San Pablo: sin caridad no somos nada. Todas las responsabilidades y compromisos cristianos que asumamos tienen que fundarse en el amor, o de lo contrario sus frutos serán vanos. Es muy interesante observar que, según Benedicto XVI, el amor cristiano no es una virtud para practicar de vez en cuando, en circunstancias especiales; el amor cristiano es el que da verdadera sustancia a nuestra relación con Dios y con el prójimo.

El amor es el principio, la norma, la guía, en las verdaderas relaciones personales, en nuestra relación con los amigos, en los lazos que nos unen con nuestra familia, con los pequeños grupos del trabajo, de la vida en comunidad y también en las grandes relaciones con la comunidad grande de nuestro país, en las relaciones internacionales, en las relaciones sociales, políticas y económicas.

Si las personas, individualmente o reunidas en la pequeña o en la gran sociedad de las naciones tuviéramos al amor cristiano como ley de leyes, como principio soberano, las pequeñas o grandes dificultades que se presenten en las familias y en la gran sociedad, se arreglarían en el ambiente cálido del amor cristiano, que estaría por encima del egoísmo y la ambición.

 Terminemos hoy con la última frase del N° 2 de Caritas in veritate que acabamos de leer: La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

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reflexionesdsi@gmail.com

 

 


[1] Cf. P. Adolfo Nicolás, superior general de la Compañía de Jesús, quien en Limerick, Irlanda dijo el 10 de septiembre de 2009: We understand the person as created in the image of Jesus Christ. He is God’s revelation and the model of human living. We are gifted through Him  with an everlasting destiny. (Web)

[2] www.vatican.va, Benedicto XVI, 08 de febrero, 2010

[3] Veáse A. Decourtray, ¿Qué es Evangelizar?  Evangelización y Catequesis, CELAM-CLAF, Marova, Madrid- 1968, Pgs 23-36.–WEB

[4] Cfr  resumen elaborado por “Center of Concern”, www.coc.org, traducido al español y publicado por el Instituto Social León XIII, http://www.instituto-social-leonxiii.org