Reflexión 146 – Caritas in veritate (IV)

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El lenguaje de Caritas in veritate

 

Hicimos en la reflexión 144, una aproximación a la encíclica social de Benedicto XVI Caritas in veritate, Caridad en la verdad; reflexionamos sobre algunas ideas generales que nos ayudaran a comprender la orientación de la encíclica; nos referimos en particular al significado de caridad y de verdad en el N.T. y al objetivo del documento, según el mismo Santo Padre.

 

Vamos a continuar ahora el estudio de la encíclica. Consideraremos cada una de las partes de este documento de Benedicto XVI y leeremos algunos segmentos del texto, cuando sea necesario para su mejor comprensión. Espero que después de estudiarla de esta manera podamos aprovechar mejor la lectura de la encíclica completa. Entre los enlaces de este blog encuentran el texto completo.

 

Esta encíclica ha sido recibida con mucha expectativa y entusiasmo, aunque, como es un documento denso en ideas filosóficas y teológicas, no será fácil comprenderla bien a quienes  manejen sólo los lenguajes seculares de disciplinas como la economía o la política.

 

Caritas in veritate nos enseña la doctrina social según el Evangelio

 

Si estamos interesados en comprender la encíclica Caritas in veritate no deberíamos ocuparnos de ella, tratando sólo de obtener una comprensión intelectual; necesitamos una actitud que nos ayude a penetrar en el sentido evangélico de la D.S.I. De este modo la D.S. dejará una marca en nuestra vida y en nuestra forma de pensar. Si deja una marca en nuestra vida y en nuestra forma de pensar, estaremos en el camino del cambio interior, y podremos cumplir con el mandato de ser luz.

 

¿Qué tiene que ver el mandato de ser luz con la doctrina social? En  Mt. 5,16, el Señor nos exhorta a que seamos luz. Ser luz no es saber muchas cosas para nuestro propio uso, no es tener un bombillo intelectual encendido en nuestro cerebro, para satisfacción personal. Eso sería encender la luz y meterla en un cajón o ponerla debajo de un cubo. Nos exhorta allí, el Evangelio, a que nuestra luz brille delante de los hombres, es decir que, si recibimos la luz, si comprendemos la doctrina, obremos delante de los demás de acuerdo con ella, y así  seamos una invitación a que los demás glorifiquen también con su vida al Padre que está en los cielos.

 

El fin de estudiar el Evangelio no puede ser que nos gloriemos de saber mucho ni de obrar bien, porque nada bueno tenemos que no sea obra  de Dios, sino que al ver la luz, es decir al ver nuestras buenas obras, los demás glorifiquen al Padre. Lo importante no es dominar los contenidos de las encíclicas sociales, saber mucha teoría, sino vivirla.

 

Como fruto del estudio de la encíclica Caritas in veritate, que nos enseña la doctrina social según el Evangelio, debemos llegar a convertirnos en discípulos misioneros que anuncian el Reino de Dios para la transformación de la realidad de nuestros pueblos.

 

 

En el contexto de Populorum Progressio

 

 

El Santo Padre presenta su encíclica para conmemorar los 40 años de la Populorum progressio que Pablo VI ofreció al mundo en 1967. Caritas in veritate salió sólo este año 2009 porque la crisis económica mundial demoró un poco su publicación: era necesario tener en cuenta las nuevas circunstancias en el contenido del documento. La Iglesia, como hemos visto, tiene que ofrecer respuestas desde la fe, a las necesidades cambiantes de la sociedad.

 

Recordar el contexto histórico nos ayudará a comprender la encíclica; volvamos nuestro pensamiento al momento en que Pablo VI enriqueció a la D.S.I. con su encíclica Populorum progressio, sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos.[1]

 

Ya en el Concilio Vaticano II se manifestó explícitamente la preocupación de la Iglesia por el sufrimiento de los pueblos menos desarrollados económicamente, situación que iba en progresivo deterioro. Aunque el Concilio no alcanzó a tratar en detalle la doctrina de la Iglesia sobre el desarrollo integral y solidario, sin embargo en el capítulo III de la segunda parte de Gaudium et spes se trata sobre la vida económica y social, y el Concilio llama la atención sobre, cómo se presenta en el mundo un aumento de las desigualdades sociales, en vez de una disminución (63).

 

Es necesaria una reforma de las estructuras y un cambio de mentalidad y de los hábitos de la vida

 

Dice la Constitución pastoral Gaudium et spes, – sobre la Iglesia en el mundo actual, – que frente a los desequilibrios entre pueblos que viven, unos en la opulencia y otros que permanecen en una situación indigna de la persona humana, es necesaria una reforma de las estructuras y un cambio de mentalidad y de los hábitos de la vida. Habla entonces el Concilio de un desarrollo económico al servicio y bajo el control del hombre, y no un desarrollo económico al servicio y bajo el control de unas cuantas personas o de algunos grupos (65). La Gaudium et spes clama que deben desaparecer las enormes desigualdades sociales (66).

 

Presencia de Juan XXIII en la Doctrina Social

 

La constitución Gaudium et spes fue promulgada por Pablo VI el 7 de diciembre de 1965, es decir año y medio después de la muerte de Juan XXIII. Imposible no hacer mención de Juan XXIII en este momento.

 

El tan amado Papa Beato Juan XXIII, que se ganó la simpatía de todo el mundo, de la gente común y de los poderosos del mundo, y cuya imagen siempre sonriente recordamos, – aparecía con sus brazos extendidos para abrazar al mundo, como dijo Juan Pablo II en la homilía, el día de su beatificación, – ese gran Pontífice, dejó como herencia nada menos que el Concilio Vaticano II, una página fresca en la historia de la Iglesia: los cristianos fuimos llamados a proclamar el Evangelio con renovado vigor y con una mayor atención a los signos de los tiempos. 

 

Juan XXIII había abierto una nueva era de esperanza para el cristianismo y para toda la humanidad.[2] Había gobernado a la Iglesia menos de 5 años (desde el 28 de octubre de 1958  hasta el 3 de junio de 1963), pero su herencia fue enorme. Entre el legado social de Juan XXIII debemos tener en cuenta nada menos que el Concilio y las encíclicas Pacem in terris (Paz en la tierra) y Mater et Magistra, la que empieza con las palabras Madre y Maestra de los pueblos, la Iglesia católica, a la cual llama columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3,15)

 

Pablo VI: el Papa brillante, espiritual y humilde

 

 

No era sencilla la tarea que debía asumir el nuevo Papa, Pablo VI, elegido el 21 de junio de 1963, después de Juan XXIII. En su primer mensaje al mundo, Pablo VI, con decisión se comprometió a continuar la obra de Juan XXIII, y a fe que lo hizo. Terminó con éxito la obra inmensa del Concilio Vaticano II y sólo eso sería suficiente para dejar su huella en la historia de la Iglesia. A la imagen de Pablo VI le hizo daño una prensa poco amable y tuvo el impacto de quienes querían compararlo con la personalidad de Juan XXIII. Algo parecido a lo que sucede hoy con Benedicto XVI y su antecesor Juan Pablo II.

 

Los que conocieron de cerca a Pablo VI, lo describen como un hombre intelectualmente brillante, profundamente espiritual, humilde, reservado y amable. Un hombre de “infinita cortesía”.

 

En el campo social, Pablo VI no sólo dejó como legado su profundo pensamiento, en las dos magistrales encíclicas sociales Populorum progressio (1967), Octogesima adveniens (1971) y su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, sino que debemos recordar que fue el primer Papa en dirigirse a las Naciones Unidas, con un bien recibido discurso, en 1965. Su deseo de continuar el diálogo abierto con el mundo, como lo inició Juan XXIII, llevó a Pablo VI a visitar los 5 continentes.[3]

 

Esta somera semblanza de Pablo VI, merecedor de mucho más,  nos ayuda a comprender el ambiente cuando se publicó la Populorum progressio, la gran encíclica social. Pablo VI había ya comprobado su amor por la causa de los menos favorecidos cuando fue arzobispo de Milán. Él tomó posesión de esa sede arzobispal el 5 de enero de 1955 y muy pronto se ganó el título de “arzobispo de los trabajadores”. El nuevo arzobispo revitalizó la arquidiócesis, predicó el mensaje social del Evangelio, trabajó para reconquistar a la clase trabajadora, promovió la educación católica de todos los niveles y apoyó a la prensa católica. El impacto en Milán fue tan grande que atrajo la atención mundial. El Cardenal Giovanni Battista Montini, como era el nombre de Pablo VI, respondió con entusiasmo a la convocatoria al Concilio Vaticano II por Juan XXIII y fue nombrado miembro de la Comisión  Preparatoria  Central y de la Comisión Técnica Organizacional.

 

 

La tarea social de Pablo VI

 

 

Pablo VI asumió como tarea social, a la cual consagraría su vida, la  comenzada por el Vaticano II. En la Constitución Pastoral Gaudium et spes, alcanzó el Concilio a  por lo menos plantear con claridad la injusticia social en el mundo, y la necesidad de una respuesta doctrinal de la Iglesia, al desafío de un mundo dividido por la participación inequitativa del desarrollo económico.

 

En 1967 no se vislumbraba solución a esa injusticia; al contrario, se agravaba, a pesar de intentos fallidos como los que proponía el comunismo o insuficientes como las experiencias de apoyo a los pueblos menos desarrollados, que el presidente Kennedy intentó con la Alianza para el progreso para América Latina y el Cuerpo de Paz.

 

Se basaban esos experimentos en una corriente económica, que sostenía que los pueblos menos desarrollados podrían alcanzar su crecimiento con sólo activar los factores que podían iniciar el despegue. Como el empujón a un carro varado para que arranque…[4]

 

Esa teoría impulsó programas como la Alianza por el progreso. Pensaban entonces que, con esa cooperación, los pueblos continuarían su carrera en dirección ascendente; pero a los pocos años se vio que las diferencias entre los pueblos ricos y los pobres aumentaban, no disminuían. Los autores de esos intentos de mejorar la situación de injusticia, con ayudas y buena voluntad,  quizás ni siquiera conocieron la observación del Concilio Vaticano II en la Constitución Gaudium et spes, en el sentido de que era necesaria una reforma de las estructuras y un cambio de mentalidad y de los hábitos de la vida.  La asistencia técnica no era suficiente, si no iba acompañada del cambio de las estructuras injustas y el cambio de mentalidad. Esos cambios los seguimos echando de menos. A mi manera de ver, es allí donde se comprueba que sin el cambio del corazón, que los creyentes llamamos conversión, no se podrá lograr que reine la justicia.

 

 

En la década de los años 60

 

 

En los años 60, esa era la situación de los pueblos, que la Iglesia, por su misión, debía atender de modo preferente. Las causas de que las diferencias entre los pueblos ricos y los pobres fueran cada vez mayores, las enfocaban y se siguen enfocando, desde el punto técnico, no desde la necesidad del cambio de mentalidad y de los hábitos de vida, que  eran entonces y son ahora,  los hábitos del consumismo.

 

 No había globalización económica, en ese tiempo, pero ya las economías eran cada vez más interdependientes y eso implica competencia. Los países del tercer mundo no estaban preparados para competir con los grandes. Sin la industrialización de los países del tercer mundo, como la que ya habían logrado los países poderosos, los países menos desarrollados tendían a empobrecerse cada vez más, frente a esos países grandes a los que sólo les podían ofrecer materias primas. Las materias primas que vendían las volverían a comprar  luego,  a un costo mucho mayor, porque las recibirían transformadas en productos manufacturados en los países industrializados. El mayor valor que obtenían esas materias primas en su transformación quedaba en poder de los países ricos.

 

Un agravante ocurría y ocurre ahora: los precios de las materias primas no crecen o crecen mucho menos que los de los productos terminados, quizás con excepción del precio fluctuante del petróleo, mientras que los precios de las manufacturas están en constante alza: ello significa que los países tercermundistas cada vez tienen que entregar mayores cantidades de su riqueza real  para obtener una misma cantidad de bienes a cambio.

 

El valor de un “jeep” frente a un saco de café

 

Esta situación la explicó en las Naciones Unidas, cuando era presidente, Carlos Lleras Restrepo, con un ejemplo. Según él, en 1954 el precio de un “jeep” de importación era, (en Colombia), de 1.367 dólares, es decir el equivalente a 14 sacos de café colombiano; en 1969 dicho vehículo valía ya 2.264 dólares, o sea menos del doble, pero dicho precio equivalía ahora a 43 sacos de café (más del triple).[5]

 

A esta situación de inferioridad de los países no industrializados, frente a las grandes potencias industrializadas, hay que agregar el trato de que son objeto, de parte de las entidades financieras que, aparentemente, invierten en beneficio de los países pobres para contribuir a su industrialización, pero en realidad, más que considerar las necesidades reales de los pueblos que dicen beneficiar, lo que buscan es una alta rentabilidad  en beneficio propio.

 

Una nueva Populorum progressio

 

 

Ustedes me dirán que eso sigue sucediendo y tienen toda la razón. Por eso hacía falta una Populorum progressio actualizada, que no es otra que Caritas in veritate.

 

Para continuar nuestra preparación para una mejor comprensión de Caritas in veritate empecemos a recordar el contenido de su antecesora Populorum progressio, hasta donde alcancemos hoy y continuaremos en la próxima entrega, Dios mediante.

 

Tengamos presente que la Populorum progressio está en la misma línea de la Gaudium et spes. La encíclica de Pablo VI profundiza lo que en la Constitución del Vaticano II se alcanzó a esbozar sobre el desarrollo integral y solidario. Además la encíclica descenderá a lo práctico. No basta desarrollar en teoría, la doctrina; hay que concretarla en lo práctico. Por eso la Populorum progressio dice en el N° 1:

 

El desarrollo de los pueblos y muy especialmente el de aquellos que se esfuerzan por escapar del hambre, de la miseria, de las enfermedades endémicas, de la ignorancia; que buscan una más amplia participación en los frutos de la civilización, una valoración más activa de sus cualidades humanas; que se orientan con decisión hacia el pleno desarrollo, es observado por la Iglesia con atención. Apenas terminado el segundo Concilio Vaticano, una renovada toma de conciencia de las exigencias del mensaje evangélico obliga a la Iglesia a ponerse al servicio de los hombres, para ayudarles a captar todas las dimensiones de este grave problema y convencerlos de la urgencia de una acción solidaria en este cambio decisivo de la historia de la humanidad.

 

Con este objetivo en mente, Pablo VI trata de sensibilizar al mundo frente a un problema social concreto y de convencerlo de la necesidad de una acción solidaria. En el N° 5 dice: dirigimos a todos este llamamiento solemne para una acción concreta a favor del desarrollo solidario de la humanidad.

 

 

Tres palabras resumen la orientación de Populorum progressio

 

 

Podemos decir que las tres palabras que resumen la orientación de Populorum progressio son: urgencia, acción, solidaridad. Las tres con referencia a un desarrollo económico integral y solidario. Recordémoslas a ver si Caritas in veritate las repite, en alguna forma.

 

Hay otra novedad en Populorum progressio, el Papa no aparece neutral ante la situación social del mundo, como quizás se podría pensar de los documentos sociales de sus antecesores, que pueden aparecer como árbitros neutrales ante los problemas de la sociedad industrial. Los tiempos han cambiado, el Evangelio refrescó a la Iglesia. En Populorum progressio hay una clara opción en defensa de los pueblos más atrasados de la tierra que convierten al Papa en su vocero y defensor. No es extraño que de allí en adelante la Iglesia repita, como lo repitió en Puebla y Santo Domingo y lo hizo de nuevo en Aparecida, su opción preferencial por los pobres.[6]

 

Cuando se habla de solidaridad en la Iglesia, se refiere al desarrollo solidario. La encíclica se divide claramente en dos partes, de acuerdo con las dos dimensiones del auténtico desarrollo: integral y solidario. Las dos dimensiones deben ir juntas. Por eso en los números 43-44, Pablo VI dice que el desarrollo integral del hombre no puede darse sin el desarrollo solidario de la humanidad.

 

El desarrollo integral se refiere al desarrollo humano, que debe darse en la persona humana completa, no sólo en lo material, y el desarrollo solidario se refiere al esfuerzo conjunto de toda la humanidad para garantizar el desarrollo a través de las relaciones (económicas y sociales) entre los pueblos, esfuerzo (…) donde la principal responsabilidad corresponde a los pueblos más favorecidos.[7]

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

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[1] Me guiaré por el libro citado varias veces, del P. Ildefonso Camacho, S.J., Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, San Pablo, Pgs. 369ss)

[2] Cf Homilía de Juan Pablo II en la beatificación de Juan XXIII, el domingo 3 de septiembre de 2000

[3] Los principales datos sobre Pablo VI están tomados de su biografía en WEB del Vaticano.

[4] Esa teoría de las etapas del desarrollo era defendida por W. Rostov en Etapas del crecimiento económico, traducción al español en Fondo de Cultura Económica, México 1961.

[5] Tomado de Ildefonso Camacho, Doctrina social de la Iglesdia, una aproximación histórica, 3° ed., San Pablo, Pg. 372. Véase allí nota 7.

[6] Cf Aparecida 128, 397, 398, 399, Sto. Domingo 50, Puebla 382, 707, 733, 769, 1134, 1267

[7] Cf Ildefonso Camacho, opus cit., Pg 375