REFLEXIÓN 88 Febrero 21 2008

Compendio de la D.S.I. N° 70 (III)

La misión que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social

Vamos a dedicar la reflexión de hoy a ampliar el tema sobre la misión de la Iglesia como Maestra. Es un asunto fundamental que merecería más profundidad y amplitud, pero por lo menos hagamos el intento de comprenderlo un poco mejor.


Recordemos que el capítulo que estamos estudiando trata sobre el lugar de la doctrina social en la misión de la Iglesia. Hemos visto que la doctrina social hace parte del ministerio de evangelización (Compendio de la D.S.I.66), que la doctrina social tiene el valor de un instrumento de evangelización (N° 67), como dice Juan Pablo II en la encíclica
Centesimus annus (N° 54). Se nos hizo claridad sobre la naturaleza de la doctrina social, cuando acudimos a la Constitución pastoral Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II, en el N° 42. Allí vimos que, en palabras textuales del Concilio: « La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina ».


Finalmente, en las dos reflexiones anteriores nos detuvimos a considerar, en el N°70 del Compendio, que
La Iglesia tiene el derecho de ser para el hombre maestra de la verdad de fe; no sólo de la verdad del dogma, (es decir no sólo maestra de la verdad revelada) sino que la Iglesia tiene también el derecho de ser maestra de la verdad moral que brota de la misma naturaleza humana y del Evangelio.[1] Esta afirmación vimos que se toma del Concilio Vaticano II, en la Declaración Dignitatis humanae, sobre la dignidad de la persona humana y de la Carta encíclica Veritatis splendor (El Esplendor de la verdad), de Juan Pablo II.


La ironía, arma preferida contra la Iglesia


Este asunto de la autoridad que tiene la Iglesia para enseñarnos es de especial importancia hoy. La semana pasada, después del programa radial, un sacerdote de mucha experiencia, que nos honra como radioescucha de Radio María, me llamó para comentarme que ahora a mucha gente no le importa la opinión de la Iglesia. Sin ser completamente pesimistas, podemos estar de acuerdo en que eso sucede hasta con muchos que se llaman católicos. Cuando la Iglesia se pronuncia sobre temas importantes no encuentra eco en los medios, ni en la prensa ni en las grandes cadenas radiales; con frecuencia se refieren a sus pronunciamientos con ironía, arma que manejan muy bien, y con frecuencia la malinterpretan, como sucedió en estos días con el tema sobre los novísimos, cuando Benedicto XVI dijo a los sacerdotes de Roma que hay temas fundamentales de la fe, que por desgracia raramente aparecen en la predicación. Se refería al juicio, el purgatorio, el infierno y el paraíso, temas fundamentales de la fe. Como nuestra fe es tan coherente, veremos en las palabras del Papa, que estas verdades tienen también relación con la D.S.I. Pongamos atención y nos daremos cuenta.

Ligereza de los medios de comunicación

Algunos periodistas presentaron la información como si el Papa actual estuviera en contradicción con Juan Pablo II e hicieron decir a Benedicto XVI que sí existe el infierno como lugar. Benedicto XVI ni mencionó el tema de si el infierno es un lugar. Y sí, más bien, describió el estado del pecador que se condena. Al director de noticias de Radio Caracol le oí decir que no se sabía a quién creerle, porque Juan Pablo II había dicho lo contrario de lo que ahora afirmaba Benedicto XVI. Para que nos demos cuenta cuán a la ligera, de qué modo inadecuado, -por decir lo menos, – manejan esos noticieros las noticias de la Iglesia, leamos las palabras de Benedicto XVI comentadas en estos días en todos los medios, sin ir a las fuentes, y que fueron respuesta a un sacerdote de la diócesis de Roma que, en reunión con su pastor, le comentó que en la preparación de los niños no se tratan algunas verdades de la fe; el Papa le respondió:[2]

Nos comprometemos por la tierra

Ha hablado usted con acierto sobre los temas fundamentales de la fe, que por desgracia raramente aparecen en nuestra predicación. En la Encíclica Spe salvi he querido precisamente hablar también del juicio final, del juicio en general, y en este contexto asimismo sobre purgatorio, infierno y paraíso. Pienso que todos nosotros estamos aún afectados por la objeción de los marxistas, según los cuales los cristianos sólo han hablado del más allá y han descuidado la tierra. Así, queremos demostrar que realmente nos comprometemos por la tierra y no somos personas que hablan de realidades lejanas, que no ayudan a la tierra. Pero aunque sea justo mostrar que los cristianos trabajan por la tierra – y todos nosotros estamos llamados a trabajar para que esta tierra sea realmente una ciudad para Dios y de Dios- no debemos olvidar la otra dimensión. Sin tenerla en cuenta, no trabajamos bien por la tierra. Mostrar esto ha sido para mi uno de los objetivos fundamentales al escribir la Encíclica. Cuando no se conoce el juicio de Dios, no se conoce la posibilidad del infierno, del fracaso radical y definitivo de la vida, (qué interesante descripción o definición del infierno: el fracaso radical y definitivo de la vida), no se conoce la posibilidad y la necesidad de la purificación. (Se refiere claro, al purgatorio: la necesidad de purificación). Volvamos a leer esas palabras: Cuando no se conoce el juicio de Dios, no se conoce la posibilidad del infierno, del fracaso radical y definitivo de la vida, no se conoce la posibilidad y la necesidad de la purificación.

El hombre ya no se conoce a sí mismo, al no conocer a Dios

Entonces el hombre no trabaja bien por la tierra dado que pierde al final los criterios, ya no se conoce a sí mismo, al no conocer a Dios, y destruye la tierra. Todas las grandes ideologías han prometido: tomaremos las cosas en nuestras manos, ya no descuidaremos la tierra, crearemos el mundo nuevo, justo, correcto, fraterno. En cambio han destruido el mundo. Lo vemos con el nazismo, lo vemos también con el consumismo, que han prometido construir el mundo tal como debería haber sido y sin embargo han destruido el mundo.

Nos deja pensando cada palabra del Papa. Por ejemplo eso de que el hombre ya no se conoce a sí mismo, al no conocer a Dios.

Sigamos leyendo un poco más del comentario de Benedicto XVI al sacerdote que lo interrogó sobre la necesidad de predicar sobre las verdades de los novísimos (el juicio, el purgatorio, el infierno y el paraíso, temas fundamentales de la fe).[3]

Justicia para todos, también para los muertos

Por ello usted tiene razón: debemos hablar de todo esto precisamente por responsabilidad hacia la tierra, hacia los hombres que viven hoy. Debemos hablar también y precisamente del pecado como posibilidad de destruirse a uno mismo y también otras partes de la tierra. En la Encíclica he intentado demostrar que precisamente el juicio final de Dios garantiza la justicia. Todos queremos un mundo justo. Pero no podemos reparar todas las destrucciones del pasado, a todas las personas injustamente atormentadas y asesinadas. Sólo Dios mismo puede crear la justicia, que debe ser justicia para todos, también para los muertos. Y como dice Adorno, un gran marxista, sólo la resurrección de la carne, – que él considera irreal, – podría crear justicia. Nosotros creemos en esta resurrección de la carne, en la que no todos serán iguales. Actualmente se suele pensar: qué – es el pecado, Dios es grande, nos conoce, así que el pecado no cuenta, al final Dios será bueno con todos. Es una bella esperanza. Pero existe la justicia y existe la verdadera culpa.

Repasemos algunas ideas claves de las palabras del Papa:

Debemos hablar del juicio, del purgatorio, del infierno y del paraíso, por responsabilidad hacia la tierra y hacia los hombres que la habitan.

Debemos hablar también del pecado que es una posibilidad de destruirse uno a sí mismo y de destruir la tierra.

El juicio final de Dios garantiza la justicia, porque en esta vida, aunque todos queramos un mundo justo, no podemos reparar todas las destrucciones del pasado, a todas las personas injustamente atormentadas y asesinadas.

Sólo Dios mismo puede crear la justicia, que debe ser justicia para todos, también para los muertos.

Nosotros creemos en la resurrección de la carne, en la que no todos serán iguales. Sabemos que cada uno recibirá según sus méritos, según sus obras… Finalmente,

Existe la justicia y existe la verdadera culpa.

Se oye con frecuencia el lamento: ¿por qué a los malos les va bien en esta vida? Hace poco, Monseñor Marulanda, secretario de la Conferencia Episcopal colombiana, respondió a los periodistas que le hicieron esa pregunta, que a veces a los malos le va bien en sus asuntos, porque la maldad no destruye la inteligencia; el Señor nos previno que los hijos de este mundo, son más astutos para sus cosas que los hijos de la luz.[4] Por ahora vivimos entre luz y sombras, pero al final, la luz se impondrá sobre las tinieblas…

Lo que dijo el Santo Padre sobre el purgatorio también es bueno leerlo:

Tal vez no son muchos los que se han destruido así, los insanables para siempre, los que carecen de elemento alguno sobre el que pueda apoyarse el amor de Dios

Quienes han destruido al hombre y la tierra no pueden sentarse de inmediato en la mesa de Dios junto a las víctimas. Dios crea justicia. Debemos tenerlo presente. Por ello me parecía importante escribir este texto también sobre el purgatorio, que para mí es una verdad tan obvia, tan evidente y también tan necesaria y consoladora, que no puede faltar. He intentado decir: tal vez no son muchos los que se han destruido así, los que son insanables para siempre, los que carecen de elemento alguno sobre el que pueda apoyarse el amor de Dios, los que no tienen en sí mismos una mínima capacidad de amar. Esto sería el infierno.

Volvamos sobre esa explicación de los que se condenan: nos dice el Papa que tal vez no son muchos los que se han destruido así, los que son insanables para siempre, los que carecen de elemento alguno sobre el que pueda apoyarse el amor de Dios, los que no tienen en sí mismos una mínima capacidad de amar. Eso sería el infierno.

El amor a los demás es el punto de apoyo de nuestra salvación

Son palabras tremendas, pero al mismo tiempo llenas de esperanza: si practicamos el amor, le ofrecemos a Dios donde apoyar su misericordia, para sanarnos de nuestras miserias. El amor a los demás es el punto de apoyo de nuestra salvación. Continuemos con las siguientes palabras de Benedicto XVI:

Por otra parte, son ciertamente pocos -o en cualquier caso no demasiados– los que son tan puros que pueden entrar inmediatamente en la comunión de Dios. Muchísimos de nosotros esperamos que haya algo sanable en nosotros, que haya una voluntad final de servir a Dios y de servir a los hombres, de vivir según Dios. Pero hay tantas y tantas heridas, tanta inmundicia. Tenemos necesidad de ser preparados, de ser purificados. Ésta es nuestra esperanza: incluso con tanta suciedad en nuestra alma, al final el Señor nos da la posibilidad, nos lava por fin con su bondad que viene de su cruz. Nos hace así capaces de existir eternamente para Él. Y de tal forma el paraíso es la esperanza, es la justicia por fin cumplida. Y nos da también los criterios para vivir, para que este tiempo sea de alguna forma paraíso, una primera luz del paraíso. Donde los hombres viven según estos criterios, aparece un poco de paraíso en el mundo, y esto es visible. Me parece también una demostración de la verdad de la fe, de la necesidad de seguir el camino de los mandamientos, de los que debemos hablar más. Estos son realmente indicadores del camino y nos muestran cómo vivir bien, cómo elegir la vida.

 

Promover y custodiar, en la unidad de la Iglesia, la fe y la vida moral

Volvamos a nuestro estudio del Compendio de la D.S.I. En la reflexión anterior, en la que tratamos sobre La Iglesia maestra de la verdad de fe; no sólo de la verdad revelada, sino también de la verdad moral, leímos algunas líneas de la declaración sobre la dignidad de la persona humana, tomadas del Concilio Vaticano II. Leamos lo que el Santo Padre Juan Pablo II, nos dejó en su encíclica El Esplendor de la verdad, sobre la Iglesia como Maestra de la Verdad. Los invito a leer toda la encíclica Veritatis splendor, cuando tengan la oportunidad. Ahora oigamos por lo menos algunos párrafos del N° 27. Fijémonos en lo que nos enseña Juan Pablo II sobre cómo es la Iglesia Maestra, cómo cumple con la misión que le encargó el Señor. Dice así:

Promover y custodiar, en la unidad de la Iglesia, la fe y la vida moral es la misión confiada por Jesús a los Apóstoles (cf. Mt 28, 19-20), la cual se continúa en el ministerio de sus sucesores.

De manera que la misión que Jesús confió a los Apóstoles y a sus sucesores fue la de Promover y custodiar, en la unidad de la Iglesia, la fe y la vida moral. Eso es evangelizar, ¿verdad? Cuando se da a conocer el Evangelio se promueven la fe y la moral. Y continúa el Papa Juan Pablo II:

Es cuanto se encuentra en la Tradición viva, mediante la cual —como afirma el concilio Vaticano II— «la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite A todas las edades lo que es y lo que cree.

Entonces, ¿cómo custodia y promueve la Iglesia la fe y la vida moral? Con su enseñanza, con su vida, con su culto, la Iglesia conserva y transmite lo que es y lo que cree. Es muy interesante este planteamiento. Podríamos decir que la Iglesia es Maestra con sus enseñanzas y con su testimonio. Testimonio que se manifiesta con palabras, sí, y sobre todo, con acción, con la vida, en el trato a los demás, pues en nuestras palabras y acciones se debe manifestar lo que somos y creemos los miembros de la Iglesia. ¡Por eso el ’antitestimonio’ hace tanto daño! Cuando nuestras palabras o nuestro comportamiento van en contravía de lo que el cristiano es y cree.

 

Cuando tomamos parte en el culto, estamos dando un testimonio personal y comunitario de nuestra fe en Jesucristo

Y nos dice Juan Pablo II que la Iglesia es Maestra en el culto, en la liturgia. Es que el culto, la liturgia, es una manifestación de la fe, es también un testimonio. Nos reunimos para el culto al Dios vivo; cuando tomamos parte en el culto, estamos dando un testimonio personal y comunitario de nuestra fe en Jesucristo, Dios y Hombre. El Cardenal Ratzinger en su libro Introducción al Espíritu de la Liturgia dice: La liturgia católica es siempre celebración de la Palabra hecha carne y de la Palabra resucitada.[5] Sigamos oyendo las palabras de Juan Pablo II en su encíclica El esplendor de la verdad:

Esta Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo»[6]. En el Espíritu, la Iglesia acoge y transmite la Escritura como testimonio de las maravillas que Dios ha hecho en la historia (cf. Lc 1, 49), confiesa la verdad del Verbo hecho carne con los labios de los Padres y de los doctores, practica sus preceptos y la caridad en la vida de los santos y de las santas y en el sacrificio de los mártires, celebra su esperanza en la liturgia. Mediante la Tradición los cristianos reciben «la voz viva del Evangelio»[7], como expresión fiel de la sabiduría y de la voluntad divina.

Dentro de la Tradición se desarrolla, con la asistencia del Espíritu Santo, la interpretación auténtica de la ley del Señor. El mismo Espíritu, que está en el origen de la Revelación, de los mandamientos y de las enseñanzas de Jesús, garantiza que sean custodiados santamente, expuestos fielmente y aplicados correctamente en el correr de los tiempos y las circunstancias.

Como personas de fe, que creemos en las palabras de Jesús, creemos en que el Espíritu Santo acompaña siempre a la Iglesia. Cuando la Iglesia ejerce su papel de Maestra, somos por lo menos arriesgados, en algo tan importante como la salvación, si preferimos nuestros propios caminos… Continuemos con las palabras de Juan Pablo II en El Esplendor de la verdad:

Además, como afirma de modo particular el Concilio, «el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo»[8].

Que, «el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo» son palabras de la Constitución dogmática Dei Verbum, La Palabra de Dios, del Concilio Vaticano II, N° 10. Sigue así Juan Pablo II:

De este modo, la Iglesia, con su vida y su enseñanza, se presenta como «columna y fundamento de la verdad» (1 Tm 3, 15), también de la verdad sobre el obrar moral. En efecto, «compete siempre y en todo lugar a la Iglesia proclamar los principios morales, incluso los referentes al orden social, así como dar su juicio sobre cualesquiera asuntos humanos, en la medida en que lo exijan los derechos fundamentales de la persona humana o la salvación de las almas»[9].

A quienes deseen profundizar en la misión de la Iglesia en cuanto a la enseñanza de las verdades, no sólo de fe, sino las que se refieren al comportamiento moral, los invito de nuevo, a leer toda la encíclica El Esplendor de la verdad, y en particular los números 28 y siguientes, que llevan como título Enseñar lo que es conforme a la sana doctrina (cf. Tt 2, 1).



 

[1] Cf Concilio Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae, 14. AAS 58 (1966) 940; Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor, 27. 64. 110: AAS 85 (1993) 1154-1155. 1183-1184. 1219-1220

[2]Tomado de la agencia Zenit, ZS08021405 – 14-02-2008
Permalink: http://www.zenit.org/article-26330?l=spanish

 

[3] Según el DRAE: novisimo: último en el orden de las cosas. Cada una de las cuatro últimas situaciones del hombre, que son muerte, juicio, infierno y gloria.

 

 

[4] Cf Lc 16, 8

 

[5] Joseph Ratzinger, Introducción al espíritu de la liturgia, San Pablo, IV, Cap. II, El Cuerpo y la liturgia, 7, La materia, Pg. 181

 

[6] Const. dogm. sobre la divina revelación Dei Verbum, 8.

[7] Const. dogm. sobre la divina revelación Dei Verbum, 8.

 

[8] Ibid., 10.

 

 

[9] Código de Derecho Canónico, can. 747 § 2.