Reflexión 282 Pío XII Doctrina Social marzo 27 2014

El orden interno de los Estados como Dios lo quiere

 

Continuamos el estudio de los aspectos de la DSI expuestos por el papa Pío XII en sus mensajes en tiempos de la segunda guerra mundial. Hace una semana recorrimos el mensaje de Pío XII en la navidad de 1942, que tuvo como tema central los Fundamentos del orden interno de los Estados. Vimos que esos fundamentos, en palabras de Pío XII, son la dignidad de la persona humana, la defensa de la unidad social y de la familia, la dignidad del trabajo, la restauración del orden jurídico y la concepción cristiana del Estado.

Es interesante observar que uno de los fundamentos del orden interno de los estados, como lo expuso Pío XII, es un orden jurídico que esté de acuerdo con la concepción cristiana del Estado. La Iglesia no pretende que se instaure un estado confesional, porque se debe respetar la libertad de todos los ciudadanos que en una democracia tienen derecho a acceder al gobierno y no solo los cristianos. Las consecuencias de los estados confesionales modernos las vemos hoy en los países gobernados por el islamismo; en algunos de ellos no se respetan los derechos de los no pertenecientes a esa religión y se  restringe su libertad religiosa.

El pensamiento expuesto por Pío XII, que nos enseña que uno de los fundamentos del orden interno de los estados es un orden jurídico que esté de acuerdo con la concepción cristiana del estado, se ha seguido desarrollando por sucesores suyos y por el Concilio Vaticano II.

En Colombia la Constitución de 1991 no reconoce a la religión católica como la religión del Estado. La Iglesia no pretende que se le reconozca su papel como el de la religión del Estado, sino que defiende su derecho de ser una Iglesia libre en un estado libre. ( Cf Cardenal Ratziger, en el libro La sal de la tierra,  Iglesia, Estado y Sociedad, Pg 258ss). Sin embargo, esa posición jurídica no exime a los católicos que intervienen en cargos del estado, de tomar decisiones que ordenen la sociedad al verdadero bien del hombre, como dice Christifideles laici, el documento de Juan Pablo II sobre los laicos católicos (N° 14), o como dice el documento del Concilio Vaticano II Lumen gentium, Luz de los pueblos, en el número 36: A la conciencia bien formada del seglar toca lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena.

 

¿Cuál debe ser el papel de los católicos en cargos de manejo del Estado?

 

¿Cuándo tienen la oportunidad de colaborar los laicos en que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena, sino cuando son legisladores o magistrados? Los fieles no están eximidos de las obligaciones de su fe. Tenemos que ser siempre coherentes. Cuando fieles católicos llegan a cargos de legisladores o de magistrados de las altas cortes, cargos en los cuales sus decisiones tienen peso en la ordenación de la nación, no pueden sacudirse de su obligación de bautizados, de aportar para que se ordene la sociedad según el bien del hombre.

La constitución Gaudium et spes, Gozo y esperanza, sobre la Iglesia en el mundo moderno, en el N° 43 expone ampliamente cuál es el papel del cristiano en la sociedad y tiene esta frase muy clara citada antes: A la conciencia bien formada del seglar toca lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena. Y más adelante dice: Los laicos, que desempeñan parte activa en toda la vida de la Iglesia, no solamente están obligados a cristianizar el mundo, sino que además su vocación se extiende a ser testigos de Cristo en todo momento en medio de la sociedad humana.

En este programa he insistido en la obligación que tienen los católicos que ocupan cargos públicos, de cumplir con esas obligaciones de ser testigos. A veces tendrán que sufrir incomprensiones, y como en el caso del Procurador, persecuciones de los políticos y de su prensa. No les podemos pedir que defiendan sus argumentos con doctrina moral católica, pero sí con la ética, con las leyes, con la Constitución. Aun así,  cuando no les dé miedo presentarse en su vida como creyentes, los atacan no por los argumentos en que se basen sino por ser creyentes. Creo que es un ejemplo el Procurador. Él, por ejemplo no defiende la familia, ni la vida de los no nacidos, con  argumentos de la moral ni de la teología, sino con los argumentos de nuestra Constitución. Por su parte, no faltan los enemigos de la fe que confunden a sus colegas magistrados y a algunos católicos, y se las ingenian para ir construyendo interpretaciones nuevas que faciliten sus ataques a la fe cristiana.  Ya había dicho el Señor que los hijos amigos de la oscuridad son más astutos que los hijos de la luz.

 

Cada uno decide según su conciencia…

 

Quizás alguien diga que ese es un asunto de conciencia, que cada uno decide según lo dicte su conciencia. Sí, la conciencia ocupa un lugar predominante en nuestras decisiones. ¿La tenemos bien formada? Porque lo que nuestra conciencia dicte no es necesariamente lo que nos parezca mejor según nuestro interés particular.

Es el papel de la conciencia bien formada de sus ciudadanos, sobre lo que descansa la calidad de la vida social y civil, la calidad de la democracia, del bien común. Benedicto XVI afirmó que Si la conciencia, según el pensamiento moderno más en boga, se reduce al ámbito de lo subjetivo, al que se relegan la religión y la moral, la crisis de occidente no tiene remedio. En cambio, si la conciencia vuelve a descubrirse como lugar de escucha de la verdad y del bien, lugar de la responsabilidad ante Dios y los hermanos en humanidad, que es la fuerza contra cualquier dictadura, entonces hay esperanza de futuro (A representantes de la sociedad civil del los mundos político, académico, cultural y empresarial, cuerpo diplomático y líderes religiosos en Zagreb, capital de Croacia, el 4 de junio de 2011). 

¿Dónde encontrar los planes de Dios para la sociedad?

 

Volvamos a Pío XII, quien en su mensaje en la Navidad de 1942 había alertado sobre los fundamentos del orden interno de los estados y señaló como uno de esos fundamentos, la concepción cristiana del Estado. Eso quiere decir, un Estado que se conciba, cuyas leyes orienten a la sociedad, según los planes de Dios. ¿Y dónde se encuentran los planes de Dios para la sociedad, si no en su Palabra, en la Sagrada Escritura y muy en particular en el Evangelio. Los fieles católicos encontramos allí, en la Palabra, el diseño que Dios tiene de la vida, de la familia, de la sociedad. Esa es la sociedad por la que debemos trabajar, porque ninguna otra, concebida por solo la inteligencia humana, puede ser mejor. Y si tenemos dudas, acudamos al Magisterio, que Jesucristo le encomendó esa tarea. Nuestra Constitución y nuestras leyes no están escritas todavía contra el plan de Dios, pero las quieren modificar, precisamente tratando de abrir el camino a la sociedad sin Dios. ¿Elegimos a esa clase de personas? Tenemos una grave responsabilidad.

Los cristianos podemos estar tranquilos cuando defendemos la sociedad querida por Dios, porque esa manera de pensar es constructiva. No buscamos muerte sino vida, no buscamos disolución de la familia sino su consolidación, no tenemos como arma el insulto y mucho menos la muerte, sino que esgrimimos el amor y la verdad. Profesamos una fe libre, basada en la verdad y en el derecho.

Soy consciente de que vivimos en un mundo raro, en el que no son las leyes divinas ni humanas las que mandan, sino la opinión de los que dominan los medios. Si se quiere presentar el lado positivo de la Iglesia, lo hacen sobre el estilo amable y sencillo del Papa y no sobre las verdades que predica. Si quieren atacar la fe, publican en grandes titulares y con gran cubrimiento las caídas de servidores eclesiásticos que nunca parecen suficientemente sancionados, aunque la Iglesia lo haga con severidad. A la fe la tratan de intolerante.

Tenemos que vivir alerta, porque lo de la tiranía de los medios es verdad y esa tiranía nos domestica. Invade todos los ámbitos, la publicidad es la paga de decir lo que los políticos quieren que divulguen y que callen lo que no les conviene que salga a la luz.

 

La familia, el trabajo, el uso de los bienes materiales

 

Regresemos a la doctrina expuesta por Pío XII. Lo mismo que a la doctrina sobre asuntos tan importantes como la familia, el trabajo, el uso de los bienes materiales, Pío XII abrió la puerta a temas como los fundamentos del orden del estado, que sus sucesores han seguido ampliando y profundizando.

Pasemos ahora a otro mensaje de Pío XII; el del 24 de diciembre de 1943. Ese mensaje cambió de estilo; utilizó el Papa más bien un estilo de homilía y lo dirigió al mundo entero que continuaba en guerra. Se dirigió en particular a los desilusionados y a los que permanecían fieles. Era un año difícil; aunque Italia había capitulado, Mussolini había sido depuesto y detenido, su amigo Hitler se valió de uno de sus ingeniosos ayudantes para liberarlo y lo transportó desde Italia, primero a Viena y luego a Alemania. La abadía de Montecasino fue destruida. Los Aliados habían comenzado por Sicilia la invasión de Italia y una toma sangrienta de Roma se vislumbraba como posible.

Infortunadamente solo pude conseguir este mensaje de la Navidad de 1943, en lengua italiana, de modo que no puedo ofrecerles el texto. Resumiré en mis palabras algunos de los pensamientos de Pío XII. Como lo dije fue éste un mensaje  a los pueblos del mundo entero. Se dirige a los desilusionados, que  han tenido la falaz ilusión y penosa desilusión cuando han confiado en una felicidad que se apaga en esta vida y han cerrado la vía a toda esperanza. Exhorta a que encontremos el camino al pesebre y hacia aquella consolación que hace sobreabundar del gozo que brota de la fe en toda tribulación.

Pío XII vio cómo, en medio de la guerra se multiplicaba el comercio, crecía la economía y deseaba que eso superara el espacio y el tiempo y llegara a todos. Dice que no quiere imaginarse que eso termine en una indigna humillación de la persona humana ni en una triste y  pavorosa indigencia de una parte, mientras aparezca una soberbia y provocadora opulencia  de otra, efecto infortunado, afirmó, que ha conducido a la inmensa tragedia del día de hoy.

Pide que la potencia de la ciencia y de la economía se presenten al pesebre del Hijo de Dios. ¿Qué cosa dirá el Niño, dice el Papa, nacido y adorado por María, por José, los pastores y los ángeles?  Sin duda la pobreza en el establo de Belén es una condición escogida por Él y no pretendió ninguna condena de la vida económica en aquello que es necesario para el progreso y el perfeccionamiento físico y natural del ser humano.  Pero esa pobreza que el Señor y Creador del mundo ha libremente querido, la que lo acompañará al taller de Nazaret y durante todo el tiempo de su vida pública, significa y manifiesta la superioridad de esa pobreza, frente a las cosas materiales; indicando así con poderosa eficacia el ordenamiento esencial de los bienes terrenos a la vida del espíritu y a una más alta perfección cultural, moral y religiosa, necesarias al hombre.

Espera Pío XII que no nos convirtamos en esclavos de las riquezas materiales; que nos sirvamos de ellas para los fines superiores del ser humano y que no hagamos de las riquezas un fin en sí mismas.

 

La ciencia que rechaza la necesidad de Dios

 

 Nos previene luego Pío XII que no confiemos la felicidad y el bienestar a una clase de ciencia y de cultura que rechace el reconocimiento del Creador del universo. Es una profética advertencia. Hoy los nuevos descubrimientos de la astronomía, en vez de invitar a muchos a elevar los ojos a Dios, se envalentonan diciendo que lo que no se ha descubierto aún, algún día la ciencia lo encontraré. Creen que Dios no les hace falta.

Pero semejante ciencia no puede ofrecer la felicidad, dijo Pío XII. La apostasía del Verbo divino, por el cual fueron hechas todas las cosas, ha conducido al ser humano a la apostasía del espíritu, lo cual hace difícil alcanzar ideales altamente intelectuales y morales.

De ese modo la ciencia apostata de la vida espiritual, mientras se envanece de haber conquistado la plena libertad y autonomía, renegando de Dios, se ve hoy castigada con una servidumbre humillante, convirtiéndola en esclava y como automática ejecutora de órdenes que no tienen en cuenta el derecho a la verdad ni a la persona humana.

Esa ciencia no retornará a la dignidad primitiva sin con un regreso al Verbo eterno, fuente de sabiduría tan penosamente abandonada y olvidada.

Se dirige Pío XII luego a los desolados y sin esperanza, aquellos que habían fijado su objetivo en el trabajo. La guerra, no cabe duda, había truncado a muchos su ideal de vida. A la mayoría la guerra les había impedido el trabajo, con el cual podían llevar una vida cómoda ellos y sus familias, y otros se había visto obligados a postergar la consideración de la vida religiosa. La guerra los separó de su amada actividad en el trabajo que era el precio que pagaban por su sostenimiento. Tuvieron que enfrentar un vacío de miedo.

Pío XII pensó en todos los que sufrieron los horrores de la guerra. Los que no hemos tenido esa prueba no nos imaginamos esos detalles del sufrimiento. Sí, las heridas y la muerte, pero además los vivos tuvieron que dejar a sus familias, abandonar su trabajo, atrasar sus proyectos, al final, si regresaron vivos y sin graves discapacidades, volver a comenzar. El Padre común pensó en todos ellos.

Piensa el Papa en la Sagrada Familia Trabajadora. El Hijo de Dios nos dice, escogió el medio a donde llegó. El Papa nombra a María, Virgen y Madre de familia trabajadora, José, el padre de familia trabajador, los pastores de su grey, los sabios llegados de oriente; y dice: trabajadores de las manos, de la vigilia y del pensamiento, que se inclinaron y adoraron al Hijo de Dios, quien con su consciente y amable silencio, más fuerte que la palabra, despliega todo el sentido y la virtud del trabajo. Es verdad, cuánto dice el silencio del Niño de Belén. El trabajo del Verbo fue inmenso, alcanzable solo por el poder omnipotente de Dios.

Y dice Pío XII: Levantad y tened la frente alta, trabajadores. Mirad al Hijo de Dios, que con su Eterno Padre creó y ordenó el universo, se ha hecho hombre, igual a nosotros en todo menos en el pecado, ha crecido en edad, entró en la gran comunidad del trabajo, y así comenzó su misión salvadora, viviendo su vida terrena. Él, Redentor del género humano, que con su gracia penetró nuestro ser y nuestro actuar, eleva y ennoblece el trabajo, todo trabajo: el alto y el humilde, el grande y el pequeño, el suave y el pesado, el material y el intelectual, añade un valor meritorio y sobrenatural delante de Dios, uniendo así toda la variedad de trabajos humanos en una única glorificación del Padre del cielo.

Son maravillosas las palabras de Pío XII que tan pocas oportunidades tenemos de leerlas y menos de escucharlas. Vamos a dejar aquí hoy. Quisiera que pensaron en alguno de los bellos pensamientos de Pío XII que hemos traído hoy y ayúdennos a reflexionar sobre ellos que sin duda nos ayudarán a crecer espiritualmente a todos.

Quiero mencionarles una vez más el programa ¿Sí vale la pena creer?, que se transmite los domingos a las 9:30 a.m. Dura solo media hora y quisiera alcanzar a los católicos vacilantes también y a los no creyentes. El próximo programa será el noveno. Los anteriores, todos, los pueden escuchar en el blog donde se encuentran los textos del programa sobre la DSI. Estos programas de los jueves, los encuentran escritos; los del domingo el audio. Los pueden escuchar. Les recuerdo la dirección en internet: www.reflexionesdsi.org