Reflexión 265 octubre 31 2013 Quadragesimo anno (VI)

 


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La actividad económica y la Doctrina Social de la Iglesia

La semana pasada seguimos estudiando la encíclica Quadragesimo anno, Año cuadragésimo, con que el Papa Pío XI celebró los cuarenta años de publicación de la Rerum novarum, de León XIII.

En lo que hemos recorrido de Quadragesimo anno, además de ver en qué forma se ha ido desarrollando la DSI, con su discurrir también hemos podido aprender que la doctrina de la Iglesia, sobre materias que tienen que ver con la organización y el manejo de la sociedad, es muy sabia, que responde a las necesidades de la sociedad en cada momento de la historia y es siempre perfectamente coherente en sus planteamientos; que pone al servicio de la humanidad el legado moral y ético que recibió de la sabiduría de Jesucristo, y por eso puede y debe orientar a la sociedad por el camino que le conviene al logro del bien común.

Una vez terminamos ese rápido recorrido por el contenido de la primera parte de Quadragesimo anno, empezamos la segunda parte, que trata de asuntos tan importantes como la propiedad, el salario, la riqueza o sea el capital y el trabajo.

Trata pues  el Papa Pío XI de la actividad económica, que en gran manera marca el desarrollo de la sociedad y por eso es un tema esencial en la doctrina social católica. A la Iglesia le interesa el ser humano en todos sus aspectos y su progreso, pues su estancamiento o su retraso material influye de manera  innegable en el perfeccionamiento intelectual, de su salud e inclusive en el perfeccionamiento moral y espiritual de las personas. Una persona que vive en la miseria está expuesto a muchos peligros morales y dificultades en el orden espiritual, pues su situación no le permite mantener un nivel de vida verdaderamente humano y hacer frente a sus obligaciones familiares (Cf Mater et magistra 71).

Tenemos que releer ese maravilloso documento de Vaticano II, la constitución pastoral  Gaudium et spes, Gozo y esperanza, que afirma que la actividad económica se debe realizar según sus leyes propias, pero en el ámbito del orden moral y de los planes de Dios (GS 65) y que la Iglesia siempre estará atenta a “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren”

La economía y la política en la vida de la sociedad

 

Dedicamos también unos minutos en el programa pasado a comprender cuáles son los papeles de la economía y de la política en la vida de la sociedad, para que comprendamos mejor de qué nos habla y por qué interviene en estos asuntos la Iglesia. Resumamos lo que dijimos sobre eso en el programa pasado. Comenzamos por aclarara qué se entiende por política.

Cuando se habla de política se puede referir a dos aspectos del manejo de la sociedad: uno es el ejercicio del poder, que se respalda en una ideología. Así vemos que, de acuerdo con el pensamiento político de quien llegue a ejercer la autoridad,  ejercerá el poder de una manera o de otra diferente. Por eso hay gobernantes demócratas o gobernantes que tienden o de hecho ejercen su autoridad de modo absoluto, si tener en cuenta el parecer de la ciudadanía, hasta el extremo de la dictadura.

 

¿Tiene que ver el pensamiento político del gobernante con el modelo de sociedad que tratará de construir?

 

Veamos en qué consiste el segundo aspecto de la política.  La ideología del gobernante tratará de moldear la sociedad según su ideal de sociedad: como ya vimos su ideología marcará el carácter, el modo mismo de ejercer el poder. Pero hay más que eso; el gobernante marxista querrá convertir a la sociedad que gobierna en una sociedad según sus ideas políticas: el gobernante marxista orientará sus esfuerzos a moldear la sociedad según las teorías marxistas; el gobernante capitalista gobernará su sociedad según las ideas capitalistas y el resultado exitoso según él, será una sociedad capitalista.

Por eso el voto libre del ciudadano, si se realizan unas elecciones sin manipulaciones y con conocimiento de los votantes del modelo de sociedad que pretenden los candidatos, decidirá el porvenir suyo, el de su familia, el de toda la sociedad.

Infortunadamente el sistema democrático de elecciones no es perfecto; se vota sin que haya claridad sobre lo que en realidad piensan y harán con el poder los candidatos y muchos prometen una cosa y ejecutan otra. Este es un tema inagotable…

No se agotan los modelos en esos dos sistemas, el capitalista y el marxista, en cuanto al manejo de la autoridad; además de los modelos de autoridad marxista y capitalista veremos que hay otros como el fascista. Hay pues, distintas maneras de hacer realidad la organización de la comunidad, bajo la dirección de la autoridad política.

Terminamos el programa anterior con la afirmación de que la Iglesia tiene un legado moral y ético, que recibió de Jesucristo, y es su obligación hacérnoslo conocer, en beneficio de todos. Por eso debe hablar desde el punto de vista ético de temas económicos y políticos.

 

Límites de la autoridad política

 

Nos resta completar la explicación de la necesidad de una autoridad que ayude a la sociedad a conseguir el bien común, con alguna explicación sobre los límites de la autoridad, su legitimidad y sobre la  participación ciudadana en la configuración de esa autoridad.

Vayamos primero a los límites de la autoridad política (Cf Mifsud, Moral Social). En el N° 74 de Gaudium et spes, el Concilio Vaticano II nos orienta al respecto (Cf también León XIII, Immortale Dei). Primero nos recuerda que es propio de la naturaleza humana que nos reunamos en una comunidad política que necesita de una autoridad que la organice y dirija; añade que en cuanto al modo de hacerlo, la comunidad de los seres humanos es libre de escoger ese modo. Luego nos aclara sobre lo que se espera de la autoridad en cuanto al respeto a la ley moral. Dice:

Es, pues, evidente que la comunidad política y la autoridad pública se fundan en la naturaleza humana, y, por lo mismo, pertenecen al orden previsto por Dios, aun cuando la determinación del régimen político y la designación de los gobernantes se dejen a la libre designación de los ciudadanos.

Se sigue también que el ejercicio de la autoridad política, así en la comunidad en cuanto tal como en las instituciones representativas, debe realizarse siempre dentro de los límites del orden moral para procurar el bien común -concebido dinámicamente- según el orden jurídico legítimamente establecido o por establecer. Es entonces cuando los ciudadanos están obligados en conciencia a obedecer. De todo lo cual se deducen la responsabilidad, la dignidad y la importancia de los gobernantes.

Pero cuando la autoridad pública, rebasando su competencia, oprime a los ciudadanos, éstos no deben rehuir las exigencias objetivas del bien común; les es lícito, sin embargo, defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra el abuso de tal autoridad, guardando los límites que señala la ley natural y evangélica.

 

El fin no justifica los medios

De manera que el ser dueño del poder no autoriza al gobernante a salirse del orden moral para conseguir el bien común. No puede acudir al antiético el fin justifica los medios. Menciona el Concilio que se debe enmarcar la acción de la autoridad en el marco legal ya establecido o por establecer. Esto lo dice porque en la práctica hay naciones nuevas que empiezan por establecer su marco legal, constitucional. Es claro que no lo pueden establecer sin considerar el orden moral.

 

Y ¿de dónde viene la autoridad?

 

 Porque una sociedad bien ordenada y que produzca resultados de beneficio para su comunidad necesita gobernantes investidos de autoridad legítima, es decir conforme a las leyes; una autoridad que defienda las instituciones y dedique su esfuerzo, su actividad, no a lograr sus intereses particulares ni grupales, sino el bien común de esa comunidad o nación. Como ya vimos en oportunidad anterior, toda la autoridad de que están investidos los gobernantes legítimos viene de Dios. San Pablo, en Rm 13,1, dice “Porque no hay autoridad que no venga de Dios”.

Es interesante que San Juan Crisóstomo, ese gran predicador, interpreta el pensamiento de San Pablo que acabo de citar, y nos aclara que la afirmación de que no hay autoridad que no venga de Dios no quiere decir que todo el que ejerce la autoridad la haya recibido de Dios, sino que la autoridad en cuanto  autoridad, viene de Dios. Dice San Juan Crisóstomo:

¿Acaso todo gobernante ha sido establecido por Dios? No digo esto, no hablo de cada uno de los que mandan, sino de la autoridad misma. Porque el que existan las autoridades y haya gobernantes y súbditos, y todo suceda sin obedecer a un azar completamente fortuito, digo que es obra de la divina sabiduría…

Y el Papa Beato Juan XXIII completa por su parte la idea en su encíclica Pacem in terris, en los N° 46 y 52, donde afirma: Ahora bien, del hecho de que la Autoridad viene de Dios no debe en modo alguno deducirse que los hombres no tengan derecho a elegir a los gobernantes de la nación, establecer la forma de gobierno y determinar los procedimientos y los límites de la autoridad. De ahí que la doctrina que acabamos de exponer pueda conciliarse con cualquier clase de régimen auténticamente democrático.


Nos falta ver algo sobre la participación ciudadana en la elección de la autoridad. El tema de la autoridad es más amplio, porque también se podría decir algo sobre la necesidad de de la división de poderes. También Juan XXIII en Pacem in terris se refiere a la conveniencia de que el poder se ejerza separando las funciones de manera que se garantice al ciudadano el recto ejercicio de sus derechos y de sus deberes (Cf Pacem in terris 68 y 69). Esa separación de las funciones entre tres ramas del poder: el legislativo, el ejecutivo  y el judicial se observa desde que el pensador francés Montesquieu formuló esas teoría a fines del siglo XVII. Cuando esos poderes se ejercen de manera realmente independiente, hay más garantías para el ciudadano. Lo que sucede cuando esa separación de poderes no existe en la realidad sino que una de ellas domina a las otras, lo experimentamos en nuestra historia.

 

¿Cómo ve la Iglesia el sistema democrático?

 

Nos podríamos preguntar también si la doctrina social católica defiende la conveniencia del sistema democrático. En el centenario de la promulgación de la Rerum novarum, el Papa Beato Juan Pablo II nos responde a esa inquietud en la encíclica Centesimus annus, en el N° 46. Leamos lo que nos dice:

La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. Por esto mismo, no puede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el poder del Estado.

Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la «subjetividad» de la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad. Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental correspondientes a las formas políticas democráticas, y que cuantos están convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza no son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos. A este propósito, hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia (Esto explica la animadversión al Procurador actual, quien está convencido de conocer la verdad en el catolicismo que practica sin temor. Es interesante observar también que el argumento del actual alcalde de Bogotá (año 2013), para demandar al  Procurador ante la OEA, son sus públicas ideas católicas. Precisamente su rectitud se fundamenta en su ética y moral católicas. Eso es una garantía, no un obstáculo).

La Iglesia tampoco cierra los ojos ante el peligro del fanatismo o fundamentalismo de quienes, en nombre de una ideología con pretensiones de científica o religiosa, creen que pueden imponer a los demás hombres su concepción de la verdad y del bien. No es de esta índole la verdad cristiana. Al no ser ideológica, la fe cristiana no pretende encuadrar en un rígido esquema la cambiante realidad sociopolítica y reconoce que la vida del hombre se desarrolla en la historia en condiciones diversas y no perfectas. La Iglesia, por tanto, al ratificar constantemente la trascendente dignidad de la persona, utiliza como método propio el respeto de la libertad.

La libertad, no obstante, es valorizada en pleno solamente por la aceptación de la verdad. En un mundo sin verdad la libertad pierde su consistencia y el hombre queda expuesto a la violencia de las pasiones y a condicionamientos patentes o encubiertos. El cristiano vive la libertad y la sirve (cf. Jn 8, 31-32), proponiendo continuamente, en conformidad con la naturaleza misionera de su vocación, la verdad que ha conocido. En el diálogo con los demás hombres y estando atento a la parte de verdad que encuentra en la experiencia de vida y en la cultura las personas y de las naciones, el cristiano no renuncia a afirmar todo lo que le han dado a conocer su fe y el correcto ejercicio de su razón(Cf Redemptoris missio, II


Para no desviarnos del estudio de la DSI es suficiente lo que hemos refexionado sobre la autoridad para entender de qué nos habla el Magisterio de la Iglesia, Papa y obispos, cuando tocan el tema de la política en la exposición del derecho y el deber de la Iglesia, de orientar a la sociedad en la materia de la economía y la política.

En la encíclica Quadragesimo anno, de Pío XI en su segunda parte trata de los problemas que suscita en el orden social,  la injusta distribución de las riquezas. En la actividad económica se desarrolla una intensa relación entre particulares de la cual redunda un fruto, una ganancia. La encíclica Quadragesimo anno, igual que su antecesora Rerum novarum, prsentará la necesidad de un equilibrio capital-trabajo y no está de acuerdo con que uno u otro – el capital o el trabajo – pretendan acaparar toda la ganancia. Lo deseable es un justo reparto.

Por primera vez, en esta encíclica se habla de justicia social, que es la que debe regular una adecuada distribución (N° 57s). Terminemos hoy aquí  y en la próxima reflexión seguimos con este interesante tema de la distribución de la riqueza.