Reflexión 200, Enero 13, 2011, Caritas in veritate Cap. 3, N° 35-36

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Nuestra misión como cristianos: Reflexión al comenzar 2011

La liturgia del tiempo de Navidad nos da enseñanzas muy bellas sobre la misión del cristiano, que no es otra que continuar la que Jesús, Hijo de Dios, vino a cumplir al hacerse uno de nosotros. Jesús nació en la humildad y en la oscuridad de un pesebre, pero no para quedarse escondido. Él llegó como la luz del mundo y un día nos enseñará que no se enciende una luz para ocultarla, sino que se pone en lo alto para que ilumine a todos (Mt 5,15).

La llegada de Jesús la anunció el Padre a los pastores de los vecinos campos de Belén, que luego de encontrarlo corrieron a divulgar la buena noticia. Dice San Lucas que todos se maravillaban de lo que los pastores les contaban (Lc 2,18). También comunicó el Señor la buena noticia del nacimiento del Salvador a los pueblos lejanos: unos sabios de oriente, atentos a las señales del cielo, supieron leer la buena noticia en el lenguaje de las estrellas. En la fiesta de la Epifanía celebramos la Luz que se encendió para iluminar a todas las naciones de la tierra.

El domingo pasado, en la celebración del Bautismo de Jesús en el Jordán, la liturgia de la Iglesia nos muestra lo que podríamos llamar el lanzamiento al mundo de la misión de Jesús. El Padre lo proclama ante el mundo con las palabras Este es mi Hijo amado en quien me complazco” (Mt 3,17). Se cumplieron allí las palabras de Isaías en el Canto Primero del Siervo de Yahvé (Cap. 42):

 He aquí a mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido, al que escogí con gusto. He puesto mi Espíritu sobre él, y hará que la justicia llegue a las naciones. (…)Yo, Yahvé, te he llamado para cumplir mi justicia, te he formado y tomado de la mano, te he destinado para que unas a mi pueblo y seas luz para todas las naciones.

 

El lanzamiento al mundo de la misión de Jesús 

 En su libro Jesús de Nazaret, el Papa Ratzinger nos dice que con la descripción del descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en su bautismo, se anuncia que él es el Mesías, el Ungido esperado; que en aquella hora se  concedió formalmente a Jesús la dignidad de rey y  sacerdote para la historia y ante Israel. Desde aquel momento, Jesús queda investido de esa misión, dice. (Cf Jesús de Nazaret, 2, Las Tentaciones de Jesús).

Para reflexionar sobre nuestra misión como cristianos, es interesante considerar la manifestación de la Trinidad en el bautismo de Jesús: el Padre que presenta a su Hijo al mundo como el Mesías, el Hijo que dice a Juan Bautista que quiere ser bautizado para cumplir toda justicia –  y el Espíritu Santo que desciende sobre él. Según la interpretación judía de la palabra justicia en la época de Jesús, – justicia era la aceptación plena de la voluntad del hombre a la voluntad de Dios.[1] Jesús quería ser bautizado por Juan para cumplir toda justicia, es decir para cumplir la voluntad del Padre que lo había enviado.

Sin ningún mérito, fuimos elegidos, ungidos y enviados

¿Por qué tener en cuenta la aparición de la Trinidad cuando se presenta al mundo la misión de Jesús, al considerar nuestra misión como cristianos? Es suficiente que recordemos las palabras de Jesús cuando el Resucitado, Jesús el Hijo amado, el Ungido, enviado como Salvador, envía a sus discípulos a evangelizar al mundo: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mt 28, 19). Reconozcamos con humildad,  que por nuestro bautismo somos predilectos; sin ningún mérito, en nuestro caso, fuimos elegidos, ungidos, y enviados. Esa es la verdad y el profundo significado  de nuestras vidas como bautizados, como cristianos.

Nos envía pues, el Señor a ser testigos de lo que nos ha comunicado con la fe y de la experiencia de su amor que hemos vivido. Ser testigos, no sólo de palabra, sino con la vida. Recordemos que cuando Juan envió a sus discípulos a preguntar a Jesús si Él era el Mesías esperado, la respuesta del Señor fue: Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído… (Lc, 722). Testigos ante los demás con nuestras palabras y nuestras obras.

En la liturgia del próximo domingo, el segundo (A), del tiempo ordinario, San Juan Bautista afirma que él anuncia lo que ha visto: “Yo presencié cómo el Espíritu descendía del cielo como paloma y permanecía sobre él. Yo no lo conocía pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, es el que ha de bautizar con Espíritu Santo” (Cf Jn 1, 29-34). Para reafirmarse en lo que dijo, Juan añade que él lo vio y declara en calidad de testigo: Y yo lo he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios.

Para terminar esta consideración sobre nuestra misión de cristianos, recordemos que luego de su solemne proclamación como Mesías, antes de empezar su vida apostólica, Jesús se retiró al desierto a orar, a encontrarse con su Padre. En Getsemaní estará en profunda oración antes de someterse a la pasión y a la muerte y volverá a manifestar su entrega absoluta a la voluntad del Padre: (…) no sea como yo quiero, sino como quieras tú (Mt, 26.39).

Hacer lo que el Señor quiera debe ser nuestra decisión para este nuevo año. No lo que nosotros queramos sino lo que Él quiera. Para eso necesitamos estar unidos al Padre, para recibir de él la comprensión de su mensaje y la fuerza para perseverar en nuestra misión. Sin unión con el Señor nuestra labor será vacía, porque acabaremos haciendo nuestra voluntad y no la suya. Que Él nos acompañe siempre en esta labor que volvemos a tomar hoy.

Repasemos los N° 35 y 36 de Caritas in veritate 

En el N° 35 de Caridad en la verdad aprendimos lo que son las diversas clases de justicia que se deben cumplir en la vida, y que deben aplicarse también en los negocios: la justicia conmutativa, la justicia distributiva y la justicia social. Estudiamos ya la diferencia entre estas tres clases de justicia. Aprendimos que Justicia Conmutativa es la virtud mediante la cual nos inclinamos a dar a cada cual lo que le corresponde, respetando por ejemplo el derecho a la propiedad, cumpliendo las obligaciones de los contratos, devolviendo lo que se nos ha prestado, etc. El Santo Padre nos explica que en los negocios se entablan relaciones para intercambiar bienes y servicios y que esas relaciones se rigen por la justicia conmutativa, la que regula la relación de dar y recibir entre iguales.

Sobre la Justicia Distributiva aprendimos que, como su nombre lo indica, es la que obliga a la autoridad a distribuir equitativamente los bienes y las cargas entre sus subordinados. El Estado da trabajo y legisla sobre él; define las cargas de impuestos, da trabajo, legisla sobre salarios, sobre sistemas de salud, otorga contratos, maneja el presupuesto… En el aumento del salario mínimo a comienzos de cada año, por ejemplo, el gobierno debe cumplir con la justicia distributiva y por lo que veremos enseguida, con la justicia social.

Además de estar sometida la sociedad a las justicias conmutativa y distributiva, lo está también a la Justicia Social. 

La Justicia Social es más amplia que las justicias conmutativa y la distributiva. En los N° 52 y 53 de la encíclica Divini Redemptoris, encontramos la explicación de lo que es la Justicia Social según la DSI, cuando nos enseña Pío XI que mientras la Justicia conmutativa  regula las relaciones entre particulares, “lo propio de la justicia social (es) exigir a los individuos todo lo que es necesario para el bien común” (DR 52.)

 Ya en la encíclica Quadragesimo anno, a los 40 años de la encíclica Rerum novarum, Pío XI había incorporado el término justicia social a la DSI, cuando afirmó que la justicia social es un límite al que debe sujetarse la distribución de la riqueza en una sociedad, de modo tal que se reduzca la diferencia entre los ricos y los necesitados. En el N° 58 de Quadragesimo anno, luego de explicar  el principio regulador de la justa distribución de los bienes y de afirmar que en el aumento de los bienes y riquezas por causa del desarrollo económico-social debe quedar a salvo la común utilidad de todos, explica que se debe conservar inmune el bien común de toda la sociedad. (57) Dice Pío XI luego en el N° 58 de Quadragesimo anno:

(…) A cada cual debe dársele lo suyo en la distribución de los bienes, siendo necesario que la partición de los bienes creados(…) se ajuste a las normas del bien común o de la justicia social, pues cualquier persona sensata ve cuán gravísimo trastorno acarrea consigo esta enorme diferencia actual entre unos pocos cargados de fabulosas riquezas y la incontable multitud de los necesitados.

Como hemos visto, la DSI da una enorme importancia al bien común. En la justicia social el bien común es un elemento esencial. Ni los ricos ni los pobres pueden pretender que los bienes son sólo suyos, sin respetar los derechos de los demás. Debe primar el bien común de toda la sociedad.

Una labor no fácil del estado, es conciliar los bienes particulares de los grupos y el bien común general. Debe el estado interpretar el bien común, no necesariamente según los intereses de la mayoría sino  respetando a la vez el derecho de las minorías. Esto lo vemos en la práctica, cuando el gobierno fija por decreto el salario mínimo. Los sindicatos presentan a veces pretensiones demasiado altas y los patronos demasiado bajas.  

El salario, medio para acceder a los bienes

En la encíclica Laborem exercens (19) sobre el trabajo humano, Juan Pablo II trata el asunto del salario y nos hace comprender la importancia que tiene para el trabajador, como camino para acceder a los bienes que están destinados al uso de todos. Vale la pena que leamos algunas líneas de L.E.:

Hay que subrayar también que la justicia de un sistema socio-económico y, en todo caso, su justo funcionamiento / merecen en definitiva ser valorados según el modo como se remunera justamente el trabajo humano dentro de tal sistema. A este respecto volvemos de nuevo al primer principio de todo el ordenamiento ético-social: el principio del uso común de los bienes. En todo sistema que no tenga en cuenta las relaciones fundamentales existentes entre el capital y el trabajo, el salario, es decir, la remuneración del trabajo, sigue siendo una vía concreta, a través de la cual la gran mayoría de los hombres puede acceder a los bienes que están destinados al uso común: tanto los bienes de la naturaleza como los que son fruto de la producción. Los unos y los otros se hacen accesibles al hombre del trabajo gracias al salario que recibe como remuneración por su trabajo. De aquí que, precisamente el salario justo se convierta en todo caso en la verificación concreta de la justicia de todo el sistema socio-económico y, de todos modos, de su justo funcionamiento. No es esta la única verificación, pero es particularmente importante y es en cierto sentido la verificación clave.

¿Qué es el salario ético?

La Iglesia chilena en alguno de sus documentos habla de un salario ético, es decir de un salario que no se llama justo sólo porque ha sido acordado en un contrato entre patrono y trabajador, – eso no necesariamente lo convierte en salario justo, – sino  que salario ético sería el salario que no sólo se fija de acuerdo con la justicia conmutativa, por acuerdo entre las partes, sino que se fija de acuerdo con la justicia social, que tiene en cuenta, además de la clase de trabajo realizado, la dignidad de la persona humana que lo realiza. Cf Compendio DSI, 333).

No hay verdadero desarrollo sin crecimiento humano

 En esta época, el salario justo se debería considerar un tema fundamental en el desarrollo de las naciones. Pareciera que los dirigentes de la sociedad se preocuparan sólo por el crecimiento económico y no por el crecimiento humano de todos los ciudadanos. En todo el mundo, no sólo en Colombia, la informalización de los contratos de trabajo ha llevado a que el interés primordial sea la economía de las organizaciones, llámense empresas con o sin ánimo de lucro o entidades gubernamentales. Sólo preocupa la reducción de costos, así sea reduciendo al mismo tiempo las posibilidades de desarrollo de las personas. Difícilmente así será realidad lo que la DSI piensa sobre el trabajo. Como dice Juan Pablo II en Laborem exercens, en el N° 19, sobre la realidad del trabajo,

Aunque unido a la fatiga y al esfuerzo. El trabajo no deja de ser un bien, de modo que el hombre se desarrolla por el amor con que se entrega al trabajo.

La realidad hoy es que pretenden contratar con salarios que no   respetan su dignidad, inclusive a profesionales que han empleado años y esfuerzo intelectual y económico en su preparación.

Sin duda algunos pensarán que las empresas no pueden pagar mejores salarios si quieren progresar, que con salarios modestos o bajos se pueden aumentar los puestos de trabajo. El mundo va a tener que replantear sus objetivos, porque parece que hoy se buscara sólo el crecimiento económico y el lucro, aun a costa del deterioro de la calidad de vida de la mayoría. Eso hay que corregirlo.

Creatividad y generosidad de los economistas

No es tarea fácil encontrar una solución que conjugue los intereses de todos. Una mentalidad social del desarrollo exige creatividad y una actitud generosa. Como lo expresó Juan Pablo II en su mensaje para la jornada mundial de la paz del año 2000:

El esfuerzo de concebir y realizar proyectos económico-sociales capaces de favorecer una sociedad más justa y un mundo más humano representa un desafío difícil, pero también un deber estimulante, para todos los agentes económicos y para quienes se dedican a las ciencias económicas.[2]

¿De quién es la responsabilidad de construir el bien común?

Del Cardenal Van Thuan, vietnamita, que pagó con cárcel su fidelidad a la fe y guió sabiamente la preparación del Compendio de la DSI, son las siguientes ideas acerca del bien común:[3]

La responsabilidad del edificar el bien común compete, además de las personas particulares, también al estado, porque el bien común es la razón de ser de la autoridad política. El estado en efecto, debe garantizar cohesión, unidad y organización a la sociedad civil de la que es expresión, de modo que se pueda lograr el bien común, con la contribución de todos los ciudadanos. La persona concreta, la familia, los cuerpos intermedios no están en condiciones de alcanzar por sí mismos su pleno desarrollo, de ahí deriva la necesidad de las instituciones políticas, cuya finalidad es hacer accesibles a las personas los bienes necesarios, materiales, culturales, morales y espirituales, para gozar de una vida humana, el final de la vida social es el bien común históricamente realizable.
 Para asegurar el bien común, el gobierno de cada país tiene el deber específico de armonizar con justicia los diversos intereses sectoriales.

La correcta conciliación de los bienes particulares de grupos y de individuos es una de las funciones más delicadas del poder público. En un estado democrático, en el que las decisiones se toman ordinariamente por mayoría entre los representantes de la voluntad popular, aquellos a quienes compete la responsabilidad de gobierno están obligados a fomentar el bien común del país, no sólo según las orientaciones de la mayoría sino en la perspectiva del bien efectivo de todos los miembros de la comunidad civil incluidas las minorías.

Justicia social: bien común

Terminemos esta parte recordando que la justicia social se refiere a las obligaciones con la comunidad, con la sociedad, es decir se refiere a las obligaciones con el bien común, además de las obligaciones de que se ocupan la justicia conmutativa y la justicia distributiva.

Es común la observación de que algo no tiene doliente, cuando se menciona la destrucción de bienes públicos. Dolientes de los bienes públicos nos deberíamos sentir todos. Es nuestra obligación.

Como hemos podido observar a lo largo de nuestro estudio, quienes se dedican a la política, si de verdad sienten la vocación, deberían dedicar su esfuerzo, no a enriquecerse ellos sino a la consecución del bien común. La vocación del político supone una vocación al servicio, no a ser servido. La corrupción reinante en el mundo de la política y de los negocios nos dice lo lejos que estamos de, siquiera acercarnos a un desarrollo integral justo.

La sociedad no es en sí misma ni buena ni mala

La sociedad no es en sí misma ni buena ni mala. Las empresas no son en sí mismas ni buenas ni malas. El mercado no es en sí mismo bueno ni malo. El dinero no es en sí mismo ni bueno ni malo. Somos los seres humanos los que utilizamos bien o mal esos instrumentos que deberían ser todos al servicio del ser humano, de la sociedad.

Es nuestro comportamiento el que permitirá o no, que la sociedad sea justa y consiga, mediante la cohesión, la solidaridad y el espíritu de fraternidad, una vida humana y en paz.

La caridad, la ética en los negocios y la capacidad de darse son el camino del verdadero desarrollo

Terminemos con las siguientes palabras de Benedicto XVI en Caritas in veritate, Caridad en la verdad, en el N° 36, que nos recuerdan que la caridad, la ética en los negocios y la generosidad que se manifiesta en la capacidad de darse, es el camino del verdadero desarrollo:

          El gran desafío que tenemos, planteado por las dificultades del desarrollo en este tiempo de globalización y agravado por la crisis económico-financiera actual, es mostrar, tanto en el orden de las ideas como de los comportamientos, que no sólo no se pueden olvidar o debilitar los principios tradicionales de la ética social, como la trasparencia, la honestidad y la responsabilidad, sino que en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria. Esto es una exigencia del hombre en el momento actual, pero también de la razón económica misma. Una exigencia de la caridad y de la verdad al mismo tiempo.


[1] Cf Joseph Ratzinger, Jesús de Nazaret, 2, Las Tentaciones de Jesús

[2] Cf Compendio DSI, 333

[3] Tomado de la página del Cardenal en la WEB