Reflexión 152 – Caritas in veritate (X)

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No hay mejoría en las diferencias ricos-pobres

Hemos venido recorriendo la encíclica Sollicitudo rei socialis (La preocupación social de la Iglesia), con la cual Juan Pablo II celebró el vigésimo aniversario de la encíclica Populorum progressio, de Pablo VI. Ahora, cuando Benedicto XVI nos ofrece su encíclica social Caritas in veritate (Caridad en la verdad), en el cuadrágesimo aniversario de la misma encíclica de Pablo VI sobre el desarrollo de los pueblos, recorrer la Sollicitudo rei socialis nos ayudará a comprender mejor lo que, acerca del desarrollo integral, ha pasado en el mundo en estos 20 y luego 40 años. Es de esperar que así podremos entender mejor la nueva encíclica de Benedicto XVI y el pensamiento de la Iglesia sobre el desarrollo.

Juan Pablo II siguió en su encíclica Sollicitudo rei socialis el método VER-JUZGAR-ACTUAR. Ya estudiamos el primer paso, VER, que consiste en describir la realidad. Es una presentación objetiva, un retrato de la realidad. ¿Cuál es el panorama que, sobre el desarrollo, describe Juan Pablo II? La primera observación que nos presenta el Papa es que, la diferencia entre pueblos ricos y pueblos pobres no ha mejorado, sino que se ha agravado en los 20 años siguientes a la encíclica de Pablo VI.

 

Interdependencia: lo que sucede a algunos afecta a los demás

En el estudio de la realidad, Juan Pablo II encuentra que un hecho que se debe analizar, es la interdependencia existente, la dependencia entre los pueblos. Los países no se pueden encerrar en sí mismos; los nuevos sistemas de transporte y de comunicaciones no lo permiten; más bien los acerca y les facilita estar en permanente contacto. Consecuencia de la interdependencia de las naciones es que, lo que sucede a algunos afecta a los demás y por eso el desarrollo o es de todos o no es de ninguno; consecuencia de la interdependencia es también, que la solidaridad se hace indispensable. Veremos que Benedicto XVI en Caritas in veritate (La caridad en la verdad), afirma que la solidaridad consiste en primer lugar en que todos se sientan responsables de todos; de manera que la responsabilidad no se puede descargar toda en el Estado ni en otros países, ni solo en los organismos internacionales. Esa carga hay que repartirla entre todos.

Otro hecho muy claro presentado por Juan Pablo II, es que el desarrollo integral de todos y para todos, no se ha conseguido ni bajo el marxismo ni bajo el capitalismo liberal, y cabe por eso la pregunta, si no se ha llegado ya al límite de lo que pueden ofrecer los sistemas económicos capitalista y socialista, y si por lo tanto, es necesaria una transformación desde los fundamentos mismos de esas teorías. Los teóricos de la economía y de la política tendrían que pensar en otros caminos, ante el fracaso del capitalismo y del marxismo.

El tercer punto que Juan Pablo II plantea en su presentación de la realidad, a los 20 años de la publicación de Populorum progressio, es la necesidad de analizar las causas políticas de las diferencias entre pueblos ricos y pobres. Hasta entonces, la política internacional se caracterizaba por el conflicto entre los bloques Oriente-Occidente. Oriente compuesto por países con gobiernos marxistas-leninistas y occidente, más heterogéneo, agrupaba a los países opuestos al marxismo leninismo, no pocos de ellos de culturas más acordes con el pensamiento judeo cristiano o para los que, por razones geográficas o económicas, era más ventajoso alinearse con el bloque occidental. Como vimos en ninguno de los dos bloques tuvo éxito la lucha contra la pobreza. El marxismo leninismo colapsó. Tampoco mejoró de modo apreciable la situación de pobreza en los regímenes capitalistas. Hasta aquí llegamos en VER la realidad. El decorado cambia ahora.[1]

Hay mayor conciencia de la propia dignidad y de los derechos humanos

 

Recordemos antes de continuar con el segundo paso: JUZGAR, que en el N° 26, todavía en el paso VER, la encíclica señala los aspectos positivos de la situación. Nos dice que No todo es malo. Entre los aspectos buenos señala Juan Pablo II la mayor conciencia de la gente de su propia dignidad y la preocupación por el respeto de los derechos humanos. Esta preocupación no se refiere sólo al respeto a las personas como individuos, sino también al respeto de las naciones y de los pueblos, con el patrimonio de su propia identidad cultural.

Ya habíamos mencionado la conciencia cada vez mayor de la interdependencia, que implica la aceptación de que las naciones tienen un destino común y que el bien al que todos aspiramos / sólo se consigue con el esfuerzo de todos.

 

La paz no se reduce a una ausencia de guerra

 

Juan Pablo II encuentra además, como señal positiva, la inquietud por el respeto por la vida, a pesar de las tentaciones por destruirla con el aborto y la eutanasia. Junto con la preocupación por el respeto de la vida, el Papa señala la preocupación por la paz, de la cual se entiende que es indivisible: o es de todos o no es de nadie. Y añade: Una paz que exige, cada vez más, el respeto de la justicia y, por consiguiente la distribución equitativa de los frutos del verdadero desarrollo. Sin duda Juan Pablo se refería a las palabras de Pablo VI en el N° 76 de Populorum progressio, donde dice que: El desarrollo es el nuevo nombre de la paz. Leamos ese N° 76:

Las diferencias económicas, sociales y culturales demasiado grandes entre los pueblos, provocan tensiones y discordias, y ponen la paz en peligro. Como Nos dijimos a los Padres Conciliares a la vuelta de nuestro viaje de paz a la ONU, «la condición de los pueblos en vía de desarrollo debe ser el objeto de nuestra consideración, o mejor aún, nuestra caridad con los pobres que hay en el mundo —y estos son legiones infinitas— debe ser más atenta, más activa, más generosa».[2] Combatir la miseria y luchar contra la injusticia, es promover, a la par que el mayor bienestar, el progreso humano y espiritual de todos, y por consiguiente el bien común de la humanidad. La paz no se reduce a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas. La paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres.[3]

Los recursos disponibles son limitados

Otro aspecto positivo de la época, señalado por Juan Pablo II, es la conciencia de que los recursos disponibles son limitados, de la necesidad de respetar la integridad y los ritmos de la naturaleza y tenerlos en cuenta en la programación del desarrollo.

Vamos ahora a dar el siguiente paso: JUZGAR. Juan Pablo II expondrá los elementos en los que basará su juicio de la realidad que en ese momento vivía el mundo. Hay que determinar qué se entiende por auténtico desarrollo, el desarrollo ideal que se debería buscar, y por lo tanto, definir el marco en el cual se va a juzgar la situación de desarrollo del mundo. En la 5ª parte de la encíclica se presentará el veredicto sobre la situación mundial, en relación con el desarrollo auténtico: veremos qué tan cerca o qué tan lejos de él se encuentra.

El punto de partida de Juan Pablo II para el juicio sobre la realidad en su encíclica es la preocupación moral que en el mundo va surgiendo sobre el tema del desarrollo. En el N° 26 de Sollicitudo rei socialis, en el cual señala el Papa los aspectos positivos de la situación,- como vimos hace un momento,- comenta que los valores positivos mencionados revelan una nueva preocupación moral, sobre todo en orden a los grandes problemas humanos, como son el desarrollo y la paz. Esa realidad, dice Juan Pablo II, lo mueve a reflexionar sobre la verdadera naturaleza del desarrollo de los pueblos, de acuerdo con la encíclica Popularum progressio.

El desarrollo desde las dimensiones ética y teológica

 

De manera que es el aspecto moral el que mueve al Papa a abordar el tema del desarrollo. Y lo abordará en la dimensión ética, no en el aspecto técnico. Así expresa Juan Pablo su pensamiento, en el N° 41:

La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer al problema del subdesarrollo en cuanto tal, como ya afirmó el Papa Pablo VI, en su Encíclica.

[4] En efecto, no propone sistemas o programas económicos y políticos, ni manifiesta preferencias por unos o por otros, con tal de que la dignidad del hombre sea debidamente respetada y promovida, y ella goce del espacio necesario para ejercer su ministerio en el mundo. Pero la Iglesia es «experta en humanidad»,[5] y esto la mueve a extender necesariamente su misión religiosa a los diversos campos en que los hombres y mujeres desarrollan sus actividades, en busca de la felicidad, aunque siempre relativa, que es posible en este mundo, de acuerdo con su dignidad de personas.


Siguiendo a mis predecesores, he de repetir que el desarrollo para que sea auténtico, es decir, conforme a la dignidad del hombre y de los pueblos, no puede ser reducido solamente a un problema «técnico». Si se le reduce a esto, se le despoja de su verdadero contenido y se traiciona al hombre y a los pueblos, a cuyo servicio debe ponerse.

Por esto la Iglesia tiene una palabra que decir, tanto hoy como hace veinte años, así como en el futuro, sobre la naturaleza, condiciones, exigencias y finalidades del verdadero desarrollo y sobre los obstáculos que se oponen a él. Al hacerlo así, cumple su misión evangelizadora, ya que da su primera contribución a la solución del problema urgente del desarrollo cuando proclama la verdad sobre Cristo, sobre sí misma y sobre el hombre, aplicándola a una situación concreta.[6]

A este fin la Iglesia utiliza como instrumento su doctrina social. En la difícil coyuntura actual, para favorecer tanto el planteamiento correcto de los problemas / como sus mejores soluciones, podrá ayudar mucho un conocimiento más exacto y una difusión más amplia del «conjunto de principios de reflexión, de criterios de juicio y de directrices de acción» propuestos por su enseñanza.[7]

Se observará así inmediatamente, que las cuestiones que afrontamos son ante todo morales; y que ni el análisis del problema del desarrollo como tal, ni los medios para superar las presentes dificultades pueden prescindir de esta dimensión esencial.

La doctrina social de la Iglesia no es, pues, una «tercera vía» entre el capitalismo liberal y el colectivismo marxista, y ni siquiera una posible alternativa a otras soluciones menos contrapuestas radicalmente, sino que tiene una categoría propia.

Examinar la conformidad o diferencia de la realidad con lo que el Evangelio enseña

Cuál esa categoría propia de la Iglesia lo explica el Papa enseguida. Es muy importante que la tengamos en cuenta. Dice en el mismo N° 41:

Su objetivo principal es interpretar esas realidades, examinando su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cristiana. Por tanto, no pertenece al ámbito de la ideología, sino al de la teología y especialmente de la teología moral.

De manera que el juicio de la realidad lo hará Juan Pablo II no sólo desde la dimensión ética, racional, sino también desde la perspectiva religiosa, teológica, pues la Iglesia debe cumplir con su misión evangelizadora – añade el Papa que, al hacerlo así, (juzgar la realidad no sólo desde la dimensión ética, sino también desde la perspectiva religiosa, del Evangelio,) la Iglesia cumple su misión evangelizadora, y da su primera contribución a la solución del problema urgente del desarrollo / cuando proclama la verdad sobre Cristo, sobre sí misma y sobre el hombre

En el N° 28 de Sollicitudo rei socialis ofrece Juan Pablo II una crítica a la concepción de carácter puramente económico o “economicista” del desarrollo, que lo pone como una mera acumulación de bienes y servicios, como si en eso pudiera consistir la felicidad humana. [8]

Nos dice el Papa que ese enfoque es parcial, pues no tiene en cuenta a la totalidad del ser humano. Oigamos las palabras de Juan Pablo II:

(…) hoy se comprende mejor que la mera acumulación de bienes y servicios, incluso en favor de una mayoría, no basta para proporcionar la felicidad humana. Ni, por consiguiente, la disponibilidad de múltiples beneficios reales, aportados en los tiempos recientes por la ciencia y la técnica, incluida la informática, traen consigo la liberación de cualquier forma de esclavitud. Al contrario, la experiencia de los últimos años demuestra que si toda esta considerable masa de recursos y potencialidades, puestas a disposición del hombre, no es regida por un objetivo moral y por una orientación que vaya dirigida al verdadero bien del género humano, se vuelve fácilmente contra él para oprimirlo.

Nos dijo el Papa que un desarrollo concebido simplemente como la acumulación de bienes y servicios es un enfoque parcial, pues no considera al ser humano en su totalidad. La mera acumulación de bienes materiales no conduce a la felicidad.

En este punto quisiera hacer otra consideración. Así como es incorrecta la actitud de veneración de los bienes materiales como único objetivo de la vida, tampoco es buena la actitud que se observa a veces en algunos, y que pareciera herencia de la lucha de clases, propia del comunismo. Piensan algunos que el tener bienes es malo, que el que tiene bienes es malo. Se discrimina como malo al que tiene algunos bienes. Es una actitud de resentimiento, como si todo el que tiene más que uno fuera el culpable de nuestra posición de menos afortunados. Es importante enterarse de lo que Juan Pablo II dice en Sollicitudo rei socialis sobre el tener.

La necesidad de “tener” para poder “ser”

Del libro Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, del P. Ildefonso Camacho, de la facultad de teología de Granada, España tomo el siguiente párrafo:

Juan Pablo II huye de una contraposición simplista y excluyente entre “ser y tener”. Reconoce la necesidad de “tener”, de poseer ciertos bienes materiales. Y se felicita de que la sociedad moderna pueda disponer, en términos generales, de tantos recursos materiales. Pero deplora la mala distribución de los mismos, y sus cosecuencias tanto sobre los que tienen poco como sobre los que tienen mucho. Para poder “ser”, para estar en condiciones de alcanzar cierta plenitud personal, es preciso disponer de un nivel mínimo de medios materiales: la tragedia de los pueblos subdesarrollados reside en que carecen de este mínimo idispensable. Pero la abundancia del “tener” y el ansia insaciable de acumular acaban por converirse también en obstáculo insuperable para el “ser”: esa es en cambio, la tragedia de los pueblos superdesarrollados.[9]

En las siguientes palabras de Juan Pablo II, en el N° 28 de Sollicitudo rei socialis, encontramos la explicación de cuándo el tener se convierte en un mal:

El mal no consiste en el « tener » como tal, sino en el poseer que no respeta la calidad y la ordenada jerarquía de los bienes que se tienen. Calidad y jerarquía que derivan de la subordinación de los bienes y de su disponibilidad al «ser» del hombre y a su verdadera vocación.

(…) están aquéllos —los pocos que poseen mucho— que no llegan verdaderamente a «ser», porque, por una inversión de la jerarquía de los valores, se encuentran impedidos por el culto del «tener»; y están los otros —los muchos que poseen poco o nada— los cuales no consiguen realizar su vocación humana fundamental al carecer de los bienes indispensables.

El “ser” de la persona tiene que ver con las aspiraciones más hondas de la persona, con el fin para el cual existe

Veamos la diferencia entre el tener y el ser, como Juan Pablo II los presenta. El tener se identifica con los bienes materiales, con los valores económicos; de manera que los bienes materiales tienen sólo el valor de instrumentos, no de fines. De ahí que los bienes materiales sean necesarios, pero son insuficientes. No basta tener bienes materiales, para alcanzar la felicidad, la plenitud a la que aspira el ser humano. El ser de la persona tiene que ver con las aspiraciones más hondas, con el fin para el cual existe. El ser de la persona, su vocación, tiene que ver con su dignidad y sus derechos personales, sociales, económicos y políticos, por lo tanto tiene también que ver con su libertad.

Vamos a dejar aquí por hoy. Si Dios quiere, continuaremos la semana entrante estudiando, ya desde la perspectiva religiosa o teológica, en qué consiste el auténtico desarrollo de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, y por lo tanto también, en qué consiste el auténtico desarrollo de los pueblos.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cf Ildefonso Camacho, S.J., opus cit.

[2] AAS 57 (1965) 896

[3] Juan XXIII, Pacem in terris, (11 de abril 1963): AAS 55, 301

[4] Populorum progressio, 87

[5] Ibidem 13

[6] Cf discurso de apertura de la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano (28 denero de 1979): AAS 71 (1979) 71, Pg. 189-196, PUEBLA, Pg 17.

[7] Congregación para la Doctrina de la Fe, instrucción sobre libertad cristiana y liberación . Libertatis conscientia (14 de mayo 1971) 4: AAS 63 (1971) p 403s.

[8] Cf Ildefonso Camacho, opus cit., Pag. 509

[9] Cf Ildefonso Camacho, S.J., opus cit., Pg. 509