Reflexión 120 – Diciembre 04 de 2008

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La Doctrina Social de la Iglesia en diálogo con todas áreas del conocimiento

Repasemos lo que hemos avanzado en el estudio de la naturaleza de la Doctrina Social, en que estamos ahora empeñados, para que comprendamos bien qué es la doctrina social de la Iglesia

Hemos visto que la Doctrina Social de la Iglesia es un conocimiento iluminado por la fe; que es, por lo tanto, de naturaleza teológica; es decir que no debemos confundir la D.S.I. con la ciencia política, ni con la economía, ni con la sociología. Esas ciencias pueden ser auxiliares, ayudas para comprender mejor a la persona humana y a la sociedad en que vive. No se basa tampoco la D.S.I. en ninguna ideología – la ideología presupone un pensamiento político, la Doctrina Social de la Iglesia no.

Como el interés de la Iglesia es la persona, entra en diálogo con las diversas áreas del conocimiento que se ocupan del ser humano. Como ciencias auxiliares, en la D.S.I., disciplinas como la economía, la sociología, la psicología y otras ciencias humanas, pueden ayudar a comprender mejor al ser humano y las realidades donde la sociedad se desenvuelve. Esas disciplinas que tratan sobre el hombre y la sociedad, en el plano natural, nos pueden ayudar a VER mejor la situación y a formar un juicio objetivo sobre ella.

Esa es la razón por la cual, además del conocimiento que nos proporciona la fe sobre el ser humano y la sociedad, – y de allí hay que partir, – también la D.S. se vale de los aportes significativos que hacen las ciencias humanas, para acertar cuando interviene en defensa de la persona humana en los distintos contextos sociales, económicos y políticos. De esta manera la Iglesia pretende conocer mejor y de manera integral la verdad sobre el hombre. Esto lo vimos en el N° 76 de nuestro libro guía, el Compendio de la D.S.I.

¿Qué estudia la ética?

Recordemos que Juan Pablo II nos aclaró que la D.S.I. pertenece al campo de la teología moral. Pertenece a esa área de la teología, porque es la que estudia y enseña cómo debemos vivir, de acuerdo con los designios de Dios; la teología moral es una reflexión sistemática sobre la conducta cristiana, a partir de la Sagrada Escritura. La ética, que es una rama de la filosofía, estudia por su parte, los principios que nos pueden ayudar a distinguir entre el bien y el mal, en un plano puramente natural, es decir no tiene en cuenta lo que nos pueda enseñar la Sagrada Escritura.

Que la teología moral es una reflexión sistemática, quiere decir que sigue un método, un sistema. No es una reflexión caprichosa, de algunos aspectos solamente de la conducta cristiana. Es muy importante que tengamos presente que, en la D.S.I., tratamos de entender cuáles son los planes de Dios sobre el hombre, cómo quiere el Señor que vivamos en sociedad, que nos comportemos en comunidad. Tratamos de entender y seguir los planes de Dios, no los de filósofos, partidos o grupos políticos.

Esta reflexión sobre lo que es y lo que no es la D.S.I. nos da fundamentos seguros para no confundirnos, por ejemplo cuando se menciona la teología de la liberación.

Vayamos al N° 76 del Compendio de la D.S.I. Esta parte del libro lleva por título En diálogo cordial con todos los saberes. Dice así el N° 76:

La doctrina social de la Iglesia se sirve de todas las aportaciones cognoscitivas, provenientes de cualquier saber, y tiene una importante dimensión interdisciplinar: « Para encarnar cada vez mejor, en contextos sociales, económicos y políticos distintos, y continuamente cambiantes, la única verdad sobre el hombre, esta doctrina entra en diálogo con las diversas disciplinas que se ocupan del hombre, [e] incorpora sus aportaciones ». La doctrina social se vale de las contribuciones de significado de la filosofía / e igualmente de las aportaciones descriptivas de las ciencias humanas. Hasta allí el N° 76.

Encarnar la verdad única sobre el hombre

Es interesante la frase del Compendio de la D.S.I. cuando dice que la D.S. católica se vale de los aportes de otras disciplinas para encarnar cada vez mejor, en contextos sociales económicos y políticos distintos, y continuamente cambiantes, la única verdad sobre el hombre.

La verdad sobre el hombre es una, pero para que no se quede en algo etéreo, abstracto, y no se entienda sólo como si se tratara de disquisiciones teóricas filosóficas o teológicas, esa única verdad sobre el hombre hay que encarnarla en la realidad que vivimos que es continuamente cambiante. A encarnarla, – a aterrizarla podemos decir, – a ver la verdad sobre la persona humana de manera integral, nos puede ayudar la unión de las ciencias humanas y lo que conocemos por la fe. Y no hay dificultad para integrar los dos conocimientos el que sobre el hombre tenemos por la fe y el que nos dan las ciencias humanas. No hay contradicción entre los dos conocimientos porque, nada más humano ni más racional que el Evangelio.

Una doctrina abierta al cambio sin cambiar los principios no negociables

Las orientaciones que nos da la Iglesia en lo social, son congruentes con la característica de la D.S.I., de estar siempre en desarrollo, abierta a este mundo en permanente cambio. Esta es una característica de la doctrina social católica: no es una doctrina cerrada, terminada. La Iglesia debe tener en cuenta los muy diversos contextos o situaciones en que se encuentra la humanidad, dependiendo de los países, de sus gobiernos, de su cultura, de su historia. No puede la Iglesia cambiar los principios no negociables; eso no lo hace, – pero así como tiene que utilizar la firmeza para defender los principios, también, cuando interviene, tiene que hacer gala de la prudencia y la discreción, teniendo en cuenta las circunstancias y el bien común. Permanentemente la Iglesia tiene que orientarnos sobre circunstancias nuevas.

Para acertar, la Iglesia debe ser abierta a las ciencias humanas y conocerlas. Con su doctrina social la Iglesia no ofrece soluciones económicas técnicas, ni soluciones médicas, pero tiene que conocer de economía, de política y de biología, para responder de modo acertado a las inquietudes de la humanidad en materia económica, política y médica.

Experta en humanidad

La Iglesia, como lo han repetido sus pastores tiene que ser experta en humanidad. En ese campo no puede fallar. Los cristianos tenemos que ser expertos en humanidad. En eso no podemos fallar. ¡Y cómo fallamos! Por ejemplo, cuando se trata de de la conducta de los demás con nosotros, pedimos que sean tolerantes, pero no toleramos las fallas de los demás. Castigamos, a veces con fiereza. Cuando nos sentimos ofendidos, se nos olvida el ejemplo del Dios compasivo y misericordioso. Esperamos que Dios nos perdone, pero no estamos siempre dispuestos a perdonar. Jesucristo, que es Dios y Hombre es nuestro ejemplo de humanidad.

Naturaleza y límites de la Doctrina Social de la Iglesia

Antes de ver un caso práctico sobre nuestra intolerancia, volvamos a leer unas líneas de la conferencia del P. Sergio Bernal, que ya leímos en otro programa, porque nos resumen muy bien el tema de la naturaleza y límites de la Doctrina Social de la Iglesia. Dice el P. Bernal:

Para comprender plenamente la naturaleza de la DSI hay que decir (…), que no se trata de un discurso filosófico, con lo cual no se quiere decir que carezca de elementos propios de la filosofía. Tampoco es simple teología, sino, como hemos visto, el fruto de una reflexión sobre la realidad, a la luz de la Palabra, para ayudar a los cristianos a comprender esa misma realidad y a transformarla buscando siempre una mayor conformidad con los valores evangélicos. Hoy día se insiste en que la Iglesia no debe considerar el mensaje social del Evangelio como una teoría, sino como un fundamento, un estímulo para la acción. (CA 57)[1]

Frente a las víctimas de las “pirámides” un ejemplo de intolerancia y falta de compasión

Vamos a un ejemplo práctico de nuestra falta de tolerancia, con lo cual vemos que, en la práctica, se nos olvida VER la realidad, JUZGARLA y ACTUAR según el Evangelio. Con frecuencia nos quedamos en la teoría.

Por los medios de comunicación, nos hemos enterado de la honda crisis en que están sumidas, especialmente personas de las clases socioeconómicas media y baja, por haber entregado sus ahorros a personas inescrupulosas, que las engañaron con promesas de multiplicar su dinero. No vamos aquí a analizar ni a juzgar las razones por las cuales invirtieron mal su dinero. Seguramente fue por razones diversas, según la situación de cada uno. Tampoco nos vamos a detener a examinar la responsabilidad de las autoridades departamentales, distritales y nacionales, que dejaron que esa enfermedad se propagara en la forma en que hemos visto sucedió. Las numerosas manifestaciones y la aglomeración en las colas que se han formado desde la madrugada, con la esperanza de recuperar por lo menos una parte de su inversión, explican por sí solas que se trataba de un negocio que no permanecía oculto.

Con la mano en el corazón, no en los códigos

En otro contexto todos esos elementos hay que examinarlos y definir responsabilidades; no aquí. En otros programas se pueden tratar con suficiente solvencia, aspectos morales y legales sobre el comportamiento de los que participaron, en una forma u otra, en esa fracasada aventura. Ahora los invito a que nos pongamos la mano en el corazón, no en los códigos ni en las leyes humanas. Traigamos a la memoria una reflexión que presentamos no hace mucho, en otro programa. Recordemos la escena del Juicio Final, en Mt y la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro en Lc.[2]

En la escena del Juicio Final aparece muy clara la compasión como puerta de entrada en el Reino. Hemos oído o leído muchas veces esta parte del la Escritura, pero las reflexiones sobre las enseñanzas del Evangelio son inagotables. Recordemos los vv. 34-36, del capítulo 25 de Mateo:

(…) ‘Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme’.

El mensaje es claro: la puerta de entrada en el Reino es la compasión: recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer…

Recibid la herencia del Reino porque tuve hambre, y me disteis de comer… No dice: recibe la herencia preparada para ti desde la eternidad, porque fuiste un estricto observante, o porque fuiste un juez acertado en tus fallos, sino porque me diste de comer cuando tuve hambre, porque me vestiste, porque me visitaste cuando estaba enfermo, me diste de beber cuando tenía sed…

“Estuve enfermo en prisión y me visitaste”.

Un oyente del programa por radio comentaba que se piensa sólo en los que sufren de hambre y sede materiales, pero no, por ejemplo en la soledad que sufren hoy muchos. Es verdad; el Señor no sólo tiene en cuenta a quien extiende la mano para aliviar una necesidad material, sino también a quien tiende o no la mano para ofrecer amor cristiano, compañía, consuelo.

Vayamos también al pasaje del hombre rico y Lázaro, en Lc 16, 19-31. Recordemos que en esa historia, Jesús nos habla simplemente de un hombre rico; no nos dice nada el Evangelio sobre la vida del hombre rico, cómo obtuvo sus riquezas, por ejemplo; ni se alude a cómo era su vida espiritual; sólo nos dice que era rico. No nos dice si era un buen o un mal judío; si iba a la sinagoga el sábado o no, si rezaba o no. Si observaba la Ley o no. En su lugar, Jesús solamente describe a sus oyentes la imagen de un hombre rico:

Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. (Lc 16,19)

Nos preguntamos ¿por qué Lucas no nos dice nada sobre la vida del hombre rico, o sobre su vida espiritual?, ¿por qué sólo nos dice que era rico? Quizás porque el mensaje que nos quería transmitir, era que lo más importante a los ojos de Dios en el momento en que nos tome cuentas, es si en nuestra vida fallamos en la compasión. Ese era el mensaje. Ese hombre rico había fallado en lo que a los ojos de Dios es lo principal: la compasión.

Si seguimos la descripción que hace Lucas de Lázaro, el Evangelista nos cuenta que se trataba de un hombre pobre. Aquí el Señor en su parábola tampoco nos dice nada de este hombre, fuera de que era un hombre pobre. Describe a sus oyentes esta imagen de pobreza:

Y uno pobre, -dice Lucas, – llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico… (Lc 16, 20-21)

El Evangelista no se detiene a decirnos cómo llegó Lázaro a ese estado lamentable de pobreza. No es importante, si a lo mejor se bebió todo su dinero, o lo perdió en el juego, o quizás, como el hijo pródigo, lo malgastó en los vicios. En nuestro tiempo, ahora, diríamos: si quedó pobre porque se dejó engañar y malgastó su dinero en las “pirámides”.

Para Dios no hay diferencia entre el pobre que merece ayuda y el que no la merece

Después de escuchar esta parábola, ¿diremos entonces sobre las víctimas del engaño de las pirámides, que ese es su problema, y de todos generalizaremos que están pagando por ambiciosos o por querer ganar dinero sin trabajar? ¿Por qué Lucas no se detiene a explicarnos cómo llegó Lázaro a un estado tan lamentable de pobreza? Quizás, porque, para lo que se pretendía enseñar, eso no tenía importancia. Según Lucas, para Dios, no hay diferencia entre el pobre que merece ayuda y el que no la merece.

Esta parábola tiene que ver con un hijo de Dios necesitado y otro hijo de Dios, que podría haber extendido su mano para ayudar en esa necesidad y no lo hizo. Y por eso, no hubo lugar para él en el Reino de Dios. Cómo llegó el pobre a ese estado de necesidad era aquí, irrelevante.

En estos días mucha gente pobre está en necesidad porque el dinero que había ahorrado se lo llevaron unos vivos, de esos que viven a costa de los demás. ¿El haberse dejado engañar es razón por la que no merecen ayuda? O al contrario, como los engañaron ¿sí merecen ayuda? No exactamente. No porque fueron engañados, sino porque están en necesidad. Algunos han clamado por radio, que esas personas que invirtieron en las pirámides o negocios similares no merecen ayuda del estado, porque bastante les advirtieron que no creyeran en esas promesas, que de eso tan bueno no dan tanto. Si hilamos delgado, con ese criterio tampoco ayudaríamos a los que padecen por las inundaciones o viven en viviendas construidas en laderas, que se sabía eran un riesgo en el caso de una avalancha. Para ayudar a quien lo necesita no tenemos que indagar primero si está en necesidad por su negligencia o insensatez.

La parábola del hombre rico y el pobre Lázaro tiene que ver con un hijo de Dios necesitado y otro hijo de Dios que podría haber extendido su mano para ayudar en esa necesidad, y no lo hizo. Y por eso, no hubo lugar para él en el Reino de Dios. Cómo llegó el pobre a ese estado de necesidad era irrelevante.

La Doctrina Scocial: aplicación de la Palabra de Dios a las realidades terrenas

Volvamos a nuestra reflexión sobre la naturaleza de la D.S.I. En pocas palabras, podemos concluir que la D.S.I. tiene el carácter de aplicación de la Palabra de Dios / a la vida de los hombres, de la sociedad, de las realidades terrenas.

Como el papel de la Sagrada Escritura es fundamental para comprender la D.S., mencionamos hace una semana algunas de las enseñanzas del pasado Sínodo de los obispos / sobre la Palabra. Nos enseña el Sínodo que la Palabra de Dios no es sólo el Libro. Lo que Dios nos ha dado a conocer no lo encontramos solo en las palabras escritas, que se encuentran en la Biblia. El Sínodo nos explica el papel de la Tradición para comprender la Palabra de Dios. Repasemos estas ideas.

En el N° 3 de su documento final, nos dice el Sínodo que Las Sagradas Escrituras son el “testimonio” en forma escrita de la Palabra divina, pero que

nuestra fe no tiene en el centro sólo un libro, sino una historia de salvación y, como veremos, una persona, Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne, hombre, historia. Precisamente porque el horizonte de la Palabra divina abraza y se extiende más allá de la Escritura, es necesaria la constante presencia del Espíritu Santo que «guía hasta la verdad completa»[3] a quien lee la Biblia. Es ésta la gran Tradición, presencia eficaz del “Espíritu de verdad” en la Iglesia, guardián de las Sagradas Escrituras, auténticamente interpretadas por el Magisterio eclesial. Con la Tradición se llega a la comprensión, la interpretación, la comunicación y el testimonio de la Palabra de Dios. El propio san Pablo, cuando proclamó el primer Credo cristiano, reconocerá que “transmitió” lo que él «a su vez recibió» de la Tradición (1 Cor 15, 3-5).[4] Lo que recibió San Pablo sobre la Buen Nueva lo escuchó, no lo leyó, porque en ese momento todavía no se había escrito el N.T.

De manera que en nuestro estudio de la naturaleza de la D.S.I., hemos ido comprendiendo que la D.S. católica ofrece su propia visión del hombre y del mundo; no toma esta visión de la que puedan ofrecer las ideologías, sino que nos transmite su reflexión sobre el hombre y la sociedad, partiendo de lo que Dios nos ha dado a conocer por medio de la Palabra, y ayudándose de los aportes de las ciencias humanas. Partiendo de esa visión, la doctrina social de la Iglesia orienta nuestra conducta.

La antropología cristiana se basa en lo que, sobre el ser humano nos ha comunicado la Palabra de Dios

Repitamos una vez más que, por ejemplo, en el caso del manejo de la economía, los objetivos de la D.S.I. no son conseguir que la economía se maneje muy bien desde el punto de vista técnico. La Iglesia no pretende ser experta en economía ni en política pero sí en humanidad. La economía la ve la Iglesia partiendo del pensamiento cristiano: la economía debe ser un medio para promover al hombre y no un fin en sí misma. Esa interpretación se basa en la verdad que hemos recibido sobre el hombre y su mundo. La antropología cristiana, es decir la comprensión cristiana del ser humano, se basa en lo que sobre él nos ha comunicado la Palabra de Dios.

Por eso la encarnación del Hijo de Dios es tan importante, es definitiva, es la contribución más grande de Dios, para que conozcamos al ser humano en su verdadera dimensión.

Hemos visto que no podemos comprender al ser humano sin tener en cuenta a Jesucristo, el Hijo de Dios que se hizo carne, igual en todo a nosotros, menos en el pecado. Jesús, el hijo del hombre, el Hijo de Dios. Hombre perfecto, Hijo de Dios que se encarnó para que el ser humano pudiera en Él conocer al Padre; Jesús, rostro humano de Dios y rostro divino del hombre. Este misterio de la trascendencia de la persona humana, es decir que no es un ser solo material y transitorio, temporal, que un día, cuando muera, desaparecerá del todo, no lo comprenden los que no tienen fe. Y en consecuencia, tratan a la persona humana como si su dimensión fuera transitoria, con un horizonte estrecho, limitado por lo material y terreno.

No nos cansemos de agradecer al Señor el don de la fe que nos dio de manera gratuita, sin merecimiento nuestro. Gracias a la fe que hemos recibido comprendemos al hombre y a la sociedad de otra manera a como los entienden los que no tienen fe. Ellos ven y viven un mundo con un horizonte limitado y por eso sin esperanza, con la creencia de que son sólo materia que un día se habrá de descomponer y desaparecer. Esto nos compromete a ser consecuentes con lo que creemos, a seguir el camino que nos ha indicado la Palabra del Señor, a vivirla y no sólo predicarla.

Una vez más digamos que de Dios, a través de su Palabra, ha recibido la Iglesia su comprensión del hombre y del mundo.

Llamadas a “no callar”, a “gritar con fuerza”

Terminemos leyendo otra vez la invitación del Sínodo de los obispos a vivir la Palabra, de la cual nos dice que

debe ser visible y legible ya en el rostro mismo y en las manos del creyente, como lo sugirió san Gregorio Magno que veía en san Benito, y en los otros grandes hombres de Dios, los testimonios de la comunión con Dios y sus hermanos, con la Palabra de Dios hecha vida. El hombre justo y fiel no sólo “explica” las Escrituras, sino que las “despliega” frente a todos como realidad viva y practicada.

Más adelante el documento del Sínodo describe el medio en que nos ha tocado vivir la Palabra:

Existe, en efecto, también en la moderna ciudad secularizada, en sus plazas, y en sus calles – donde parecen reinar la incredulidad y la indiferencia, donde el mal parece prevalecer sobre el bien, creando la impresión de la victoria de Babilonia sobre Jerusalén – un deseo escondido, una esperanza germinal, una conmoción de esperanza. Como se lee en el libro del profeta Amós, «vienen días – dice Dios, el Señor – en los cuales enviaré hambre a la tierra. No de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Dios» (8, 11). A esta hambre quiere responder la misión evangelizadora de la Iglesia.


Asimismo Cristo resucitado lanza el llamado a los apóstoles, titubeantes para salir de las fronteras de su horizonte protegido: «Por tanto, id a todas las naciones, haced discípulos […] y enseñadles a obedecer todo lo que os he mandado» (Mt 28, 19-20).

La Biblia está llena de llamadas a “no callar”, a “gritar con fuerza”, a “anunciar la Palabra en el momento oportuno e importuno” a ser guardianes que rompen el silencio de la indiferencia. Hasta aquí las palabras del documento del Sínodo de los obispos sobre la Palabra.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Memorias, Curso de Doctrina Social de la Iglesia, Seminario Mayor de Bogotá, julio 8 al 12 de 1991, Visión de conjunto de la Doctrina Social de la Iglesia por Sergio Bernal, S.J., Pgsw 6ss

[2] Véase la Reflexión del 26 de junio, 2008

[3] Cf Jn 16, 13

[4] “Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras” Esas verdades las recibió Pablo oralmente, pes el N.T. no se había escrito aún.