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¿Son distintos los deberes del ciudadano cristiano en nuestros días?
En la reflexión anterior empezamos a estudiar los deberes del ciudadano cristiano, como los expone el Papa León XIII en su encíclica Sapientae christianae, De la sabiduría cristiana. Hoy continuaremos nuestro estudio de esta importante encíclica, después de hacer un repaso de lo esencial de la presentación pasada.
León XIII debió orientar a la Iglesia en una sociedad que se organizaba desde la política, como corresponde, pero lo hacían algunos gobiernos con criterios diferentes a los de la doctrina católica. En esa situación, los católicos que por su misión personal, incursionaban en la política, se encontraban en situaciones en las que debían tomar partido entre ser fieles a Dios o a la orientación de los gobernantes del momento. También ahora, en nuestro medio, los políticos que toman parte en el gobierno, bien sea desde el poder ejecutivo o como magistrados de las altas Cortes o parlamentarios en el Congreso, antes de tomar algunas decisiones se deben hacer la pregunta: ¿obedezco la doctrina de la Iglesia sobre el aborto o la eutanasia o sigo la orientación que sugiere u ordena la política?, cuando ésta defiende políticas de muerte.
Hay una enseñanza clara de León XIII y es que los cristianos tenemos que actuar; no podemos resignarnos a ser observadores, meros espectadores, cuando está en juego el bien frente al mal, cuando se decide si la sociedad se organiza rechazando la presencia de los planes de Dios en ella.
Debemos partir de una premisa, según nos dice León XIII en la encíclica Sapientiae christianae: solo volviendo a los principios de la sabiduría cristiana, se puede salvar la sociedad.
Hoy, como en tiempos de León XIII, nos encontramos en una situación en la que, para algunos, la Iglesia no tiene lugar en la organización de la sociedad. Como un acto de benevolencia, se acepta que la Iglesia puede ayudar a calmar los ánimos en los conflictos, pero nada más. La Iglesia en Colombia es respetuosa, no pretende intervenir, por ejemplo en los diálogos de paz, si no es llamada. Sí sigue defendiendo su derecho de predicar el evangelio y no se lo pueden impedir.
León XIII sienta un principio muy importante sobre los fines para los cuales se crea la sociedad. No basta sostener que la sociedad se crea para, con los aportes de todos, buscar el bien común; en la encíclica sobre la sabiduría cristiana Sapientiae christianae, el Papa León XIII nos enseña que la sociedad se forma para que en ella y por su medio, la persona humana encuentre los recursos adecuados para su propia perfección. Podemos ver que recursos para que el ser humano pueda conseguir su perfección son, por ejemplo, la educación, lo es también el trabajo, es la libertad; la DSI desarrolla en otros documentos su doctrina sobre estos recursos. Por citar solo un documento, por ejemplo la encíclica de Juan Pablo II sobre el trabajo, Laborem exercens. Hace poco estudiamos Libertas prestantissimum, sobre la excelencia de la libertad, de León XIII.
En Sapientiae christianae, León XIII presenta las consecuencias para la sociedad, si sus conductores se desvían del fin para el cual se funda, haciendo a Dios a un lado, y si no son solícitos en el respeto y la defensa de la ley moral. Este Papa León XIII afirma que los conductores de una sociedad a la que alejan de Dios, se apartan de modo deplorable del camino recto y de los mandatos de la naturaleza y que esa sociedad es solo una engañosa imitación o apariencia de sociedad.
¿Debo obedecer a una ley injusta antes que a Dios?
Presenta también en Sapientiae christianae una respuesta del evangelio, a la pregunta que políticos católicos de todos los tiempos, en algún momento se pueden formular: ¿debo obedecer a la autoridad humana o a lo que Dios ordena, en asuntos como la eutanasia, el aborto, la constitución de la familia?
León XIII cita en Sapientiae christianae dos situaciones de las que Jesús advirtió; en Mateo 6, 24, dice el Señor: “Nadie puede servir a dos señores”. La lección es que si al cristiano se le presenta una situación en la que deba elegir si sirve a Dios o a una ideología, tiene que escoger partido, no puede ser neutral, y como es obvio, debe escoger obedecer a la autoridad divina. Y es que la fe es exigente, no podemos ser medias tintas; León XIII va lejos, nos dice que en una necesidad extrema de defensa de la fe, el cristiano debe estar preparado para sufrirlo todo, hasta la misma muerte, antes que abandonar la causa de Dios o de la Iglesia. Son palabras de León XIII en Sapientiae christianae.
La segunda situación que nos presenta León XIII se refiere a las primeras experiencias de los apóstoles en la propagación del evangelio, cuando, como refieren los Hechos en 4,18, Pedro y otros apóstoles respondieron a las autoridades que les prohibían que hablasen o enseñasen en el nombre de Jesús. Pedro y Juan les contestaron: “Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios”. En otra ocasión respondieron al Sanedrín con palabras casi idénticas: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos, 5,29)
Para defender la fe hay que conocer la doctrina cristiana
Para poder defender la fe es necesario conocer bien la doctrina. Eso nos advierte León XIII en Sapientiae christianae, donde enseña que por las condiciones de la época, cada creyente, en medida de su capacidad e inteligencia deba estudiar en profundidad la doctrina cristiana…y aquellas materias que se cruzan con la religión y están dentro del ámbito de la razón. Los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI nos instruyeron sobre la fe y la razón. Estamos en una época en que los intelectuales no creyentes son muy aceptados en la sociedad y tienen audiencia numerosa en libros, medios de comunicación y en la academia. Los católicos no podemos quedarnos en la mediocridad intelectual.
El deber de defender la fe públicamente
Otro punto importante de la encíclica Sapientiae christianae, de León XIII, es que es deber del cristiano, no solo estudiar en profundidad la doctrina, para conservarla y acrecentarla, sino que es deber suyo defenderla públicamente. Comentábamos que para conservar y acrecentar la fe, junto con el estudio, es indispensable la oración, pedir la fe. Los apóstoles pidieron al Señor: “Señor auméntanos la fe”. Y el padre del muchacho endemoniado, rogó al Señor: ¡Creo, Señor, pero ayuda a mi poca fe (Mc 9,24). Deberían ser nuestras jaculatorias permanentes…
Educación cívica cristiana
Sobre los deberes del cristiano como ciudadano, el Papa León XIII trata en su encíclica Sapientiae christianae de varios deberes del ciudadano amante de su patria, y del ciudadano como cristiano. Alcanzamos en la reflexión pasada a citar a León XIII cuando nos enseña nuestro deber de amar a la patria; el Papa nos habla del amor que debemos, tanto a la patria terrena como a la patria celestial. Recordemos el argumento de León XIII para enseñarnos cómo se conjugan estos dos amores. Dice que al abrazar el ser humano la fe cristiana, por el mismo acto se constituye en súbdito de la Iglesia, como engendrado por ella, se hace miembro de esta sociedad que él llama amplísima y santísima sociedad, cuya cabeza visible, es en razón de su oficio y con potestad suprema, el Romano Pontífice.
Añade el Papa, que si por ley natural estamos obligados a amar especialmente y defender a la sociedad en que nacimos, de manera que todo buen ciudadano está dispuesto a arrostrar aun la misma muerte por su patria, deber es, y mucho más apremiante en los cristianos, hallarse en igual disposición de ánimo con la Iglesia. Pocas líneas adelante concluye: se ha de amar a la patria donde recibimos esta vida mortal, pero más entrañable amor debemos a la Iglesia, de la cual recibimos la vida del alma, que ha de durar eternamente; por lo tanto, es muy justo anteponer a los bienes del cuerpo los del espíritu, y frente a nuestros deberes para con los hombres son incomparablemente más sagrados los que tenemos para con Dios.
Antes nos enseñaban cívica; por lo que oigo, ahora no se enseña cívica en los colegios. Bien, esta clase de cívica es también parte de la doctrina cristiana y me parece que no la tenemos tan clara siempre. Nos viene bien tenerla presente, porque a veces se habla con ligereza y poco respeto de la Iglesia y eso es manifestar poco respeto por nuestra madre en el espíritu.
El párrafo que vamos a leer, también de Sapientiae christianae, completa la idea:
Impiedad es, por agradar a los hombres dejar el servicio de Dios; ilícito quebrantar las leyes de Jesucristo por obedecer a los magistrados, o bajo color de conservar un derecho civil, infringir los derechos de la Iglesia…: “Conviene obedecer a Dios antes que a los hombres” ; y lo que en otro tiempo San Pedro y los demás Apóstoles respondían a los magistrados cuando les mandaban cosas ilícitas, eso mismo en igualdad de circunstancias se ha de responder sin vacilar. No hay, así en la paz como en la guerra, quien aventaje al cristiano consciente de sus deberes; pero debe arrostrar y preferir todo, aun la misma muerte, antes que abandonar, como un desertor, la causa de Dios y la Iglesia.
Cuando la resistencia es un deber y la obediencia un crimen
Y lo que sigue a continuación no se tiene siempre hoy en cuenta por quienes detectan los poderes de estado. Oigamos:
Sagrado es, por cierto, para los cristianos el nombre del poder público, en el cual, aun cuando sea indigno el que lo ejerce, reconocen cierta imagen y representación de la majestad divina; justa es y obligatoria la reverencia a las leyes, no por la fuerza o amenazas, sino por la persuasión de que se cumple con un deber, “porque el Señor no nos ha dado espíritu de temor” (2 Tim 1, 7) ; pero si las leyes de los Estados están en abierta oposición al derecho divino, si con ellas se ofende a la Iglesia o si contradice a los deberes religiosos, o violan la autoridad de Jesucristo en el Pontífice supremo, entonces la resistencia es un deber, la obediencia es un crimen, que por otra parte envuelve una ofensa a la misma sociedad, pues pecar contra la religión es delinquir también contra el Estado.
Y si se acusa de rebelión a quien rehúsa obedecer una ley injusta, opina León XIII en la misma encíclica Sapientiae christianae, que se apartan de la voluntad de la autoridad únicamente en aquellos preceptos para los cuales no tienen autoridad alguna, porque las leyes hechas con ofensa de Dios son injustas, y cualquier otra cosa podrán ser menos leyes.
Algunas de estas enseñanzas de León XIII pueden parecer extrañas en el mundo actual y me parece que, más bien, son tan aplicables hoy como eran en siglo XIX cuando fueron promulgadas. Es que la incredulidad, el racionalismo y el materialismo han asumido desde entonces, posiciones de mando en los estados de los que pareciera tienen el control. Es que se ha venido haciendo realidad esta advertencia de León XIII, también en Sapientiae christianae:
Desde el poder se combate la fe con astucia
Ambicionan y por todos los medios posibles procuran apoderarse de los cargos públicos y tomar las riendas en el gobierno de los Estados, para poder así más fácilmente, según tales principios, arreglar las leyes y educar a los pueblos. Y así vemos la gran frecuencia con que o claramente se declara la guerra a la religión católica, o se la combate con astucia; mientras conceden amplias facultades para propagar toda clase de errores y se ponen fortísimas trabas a la pública profesión de las verdades religiosas.
La cobardía de los buenos fomenta la audacia de los malos
Luego León XIII se refiere a los deberes de los creyentes frente a los enemigos de la Iglesia. Se refiere a la defensa de la verdad y afirma:
Ceder el puesto al enemigo, o callar cuando de todas partes se levanta incesante clamoreo para oprimir a la verdad, propio es, o de hombre cobarde o de quien duda estar en posesión de las verdades que profesa. Lo uno y lo otro es vergonzoso e injurioso a Dios; lo uno y lo otro, contrario a la salvación del individuo y de la sociedad: ello aprovecha únicamente a los enemigos del nombre cristiano, porque la cobardía de los buenos fomenta la audacia de los malos.
Esa última frase se ha vuelto inmortal: la cobardía de los buenos fomenta la audacia de los malos. Remata su argumento León XIII con una frase de Jesucristo semejante a la que usó Juan Pablo II en el inicio de su pontificado: “No tengáis miedo. Confiad: yo he vencido al mundo”.
Propagar el evangelio, deber de todos
Entre los deberes del ciudadano cristiano que presenta León XIII en Sapientiae christianae, además del amor a la patria, tanto la terrena como la patria celestial, la defensa de la fe frente a los enemigos de la Iglesia y el conocimiento de la doctrina, tiene especial importancia el deber de propagar el evangelio.
León XIII es muy claro dice:
Lo primero que ese deber nos impone es profesar abierta y constantemente la doctrina católica y propagarla, cada uno según sus fuerzas. Porque, como repetidas veces se ha dicho, y con muchísima verdad, nada daña tanto a la doctrina cristiana como el no ser conocida; pues, siendo bien entendida, basta ella sola para rechazar todos los errores, y si se propone a un entendimiento sincero y libre de falsos prejuicios, la razón dicta el deber de adherirse a ella. Ahora bien: la virtud de la fe es un gran don de la gracia y bondad divina; pero las cosas a que se ha de dar fe no se conocen de otro modo que oyéndolas.
Los sumos pontífices, especialmente desde el Concilio Vaticano II han insistido en el papel, también de los laicos, en la evangeliación. El Papa Francisco insistió a los jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud, que la Iglesia necesita a los jóvenes, los necesita el Papa y se refirió a las palabras del Señor en Lc 28, 16ss. En el próximo programa seguiré con este tema; hoy terminemos con estas palabras de Francisco a los jóvenes:
En estos días aquí en Río, han podido experimentar la belleza de encontrar a Jesús y de encontrarlo juntos, han sentido la alegría de la fe. Pero la experiencia de este encuentro no puede quedar encerrada en su vida o en el pequeño grupo de la parroquia, del movimiento o de su comunidad. Sería como quitarle el oxígeno a una llama que arde. La fe es una llama que se hace más viva cuanto más se comparte, se transmite, para que todos conozcan, amen y profesen a Jesucristo, que es el Señor de la vida y de la historia (cf. Rm 10,9).
Pero ¡cuidado! Jesús no ha dicho: si quieren, si tienen tiempo vayan, sino que dijo: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». Compartir la experiencia de la fe, dar testimonio de la fe, anunciar el evangelio es el mandato que el Señor confía a toda la Iglesia, también a ti; es un mandato que no nace de la voluntad de dominio, de la voluntadde poder, sino de la fuerza del amor, del hecho que Jesús ha venido antes a nosotros y nos ha dado, no nos dioalgo de sí, sinose nos dio todo él, élha dado su vida para salvarnos y mostrarnos el amor y la misericordia de Dios. Jesús no nos trata como a esclavos, sino como apersonas libres, amigos, hermanos; y no sólo nos envía, sino que nos acompaña, está siempre a nuestro lado en esta misión de amor.
¿Adónde nos envía Jesús? No hay fronteras, no hay límites: nos envía a todos. El evangelio no es para algunos sino para todos.