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Al abrir este “blog” encuentra la reflexión más reciente, que es el contenido del último programa de esta serie, transmitido por Radio María de Colombia y preparado por Fernando Díaz del Castillo Z. En la columna de la derecha están las Reflexiones anteriores que siguen la numeración del libro “Compendio de la D.S.I.” Con un clic usted elige.
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¿Somos libres en nuestras decisiones?
En el programa anterior continuamos el estudio de la encíclica Libertas prestantissimum, de León XIII, sobre la libertad, que terminaré hoy. En esa encíclica León XIII nos explica cuál es la esencia de la libertad, en qué consiste. Porque se habla mucho de libertad pero no siempre se comprende lo que es este don de la naturaleza con que nacemos los seres humanos. Veíamos que para ser libres es necesario gozar de la razón, atributo que nos regaló Dios a los seres humanos y del que carecen los animales. La razón nos permite distinguir entre el bien y el mal y con esa claridad, la voluntad puede elegir.
Esta comprensión filosófica de la libertad es la que explica cómo tomamos nuestras decisiones: si obráramos racionalmente, siempre escogeríamos el bien y no el mal, pero el ser humano tiene debilidades por su misma naturaleza que no es perfecta y por la carga del pecado original. Por eso hay crímenes que no tienen justificación racional y conductas diarias que se apartan del bien. Necesitamos de la gracia de Dios para mantenernos firmes en el buen camino. Por eso también hay leyes injustas que se expiden contrariando a la razón, cuando por el contrario, las leyes deberían señalar el camino recto para que el ciudadano obre correctamente, de acuerdo con la razón suprema y eterna que es la autoridad de Dios.
La razón del ser humano no es perfecta, no es pura y está obnubilada, interfieren en su raciocinio, tanto el peso del pecado original y por eso no sigue el bien sino lo que le agrada, como intervienen también principios filosóficos que se basan en el naturalismo, es decir el materialismo, o el racionalismo. La sociedad no siempre está regida por personas creyentes, sino por personas que no quieren saber de Dios. Eso pasa con el liberalismo llamado librepensador, que aplica al terreno moral y a la política los principios del naturalismo y del racionalismo. Para ellos es la razón humana la soberana, no aceptan una autoridad venida de lo alto, su filosofía de la vida es de absoluta independencia de Dios. No siempre las leyes que ellos hacen aprobar son justas ni siguen la orientación de Dios.
¿Por qué la Iglesia es tolerante?
Mencionamos al liberalismo librepensador, porque que hay diversas clases de liberalismo, unas radicales, que se rigen por las ideas librepensadoras de atender a la razón humana antes que a Dios, otras formas mitigadas que aceptan a Dios, limitando esa aceptación al contenido de la ley natural y otras formas que tienen la aceptación de la autoridad divina plena. Como se supone que los partidos políticos tienen una base filosófica, unos principios, depende de esa base filosófica y sus principios, que los sitúa frente a Dios, el que los haga aceptables o no frente a la doctrina de la Iglesia, que es la del evangelio.
En el desarrollo de la DSI se ve claramente que la Iglesia ha ido respondiendo a los tiempos con la doctrina del evangelio, sin renunciar a sus principios inmodificables pero sí adaptándose a las exigencias de su misión evangelizadora. El mundo que vivió León XIII y las necesidades espirituales que surgían entonces no eran las que la Iglesia vive desde el siglo XX. En este sentido de la respuesta de la Iglesia al mundo moderno, el documento clave es la constitución pastoral Gaudium et spes, Gozo y esperanza, del Concilio Vaticano II.
No olvidemos que hay que distinguir las épocas para comprender el desarrollo de la DSI. Era necesario que en el siglo XIX, León XIII clarificara, como lo hizo, cuáles eran las concepciones cristianas y cuáles las laicas, de la sociedad y del estado, y de lo que debemos entender por libertad. En cuanto a la política, el estado y la Iglesia se mueven en ámbitos distintos; de allí que dependiendo de los países, a la Iglesia se le hayan reconocido plenos derechos o derechos restringidos. Lo que la Iglesia no puede aceptar es que le impidan cumplir con la misión para la que fue fundada y seguirá luchando porque la sociedad siga los planes de Dios.
En el N° 6 de Immortale Dei León XIII expone clarísimamente su pensamiento sobre la separación Iglesia-Estado.
A lo largo del tiempo la Iglesia ha asumido una, quizás mayor tolerancia, en ciertas decisiones de los estados con las que no puede estar plenamente de acuerdo, por ejemplo con la libertad de cultos que nuestra constitución dejó consignada, cuando añadió que Todas las confesiones religiosas e iglesias son igualmente libres ante la ley. Ante la ley son iguales, pero, ¿de veras lo son, incluyendo algunas de las que se podría dudar si de veras son confesiones religiosas o más bien negocios con fachada de iglesias? En la práctica, todas se defienden con la Constitución.
¿Es la religión católica la de la nación?
En Colombia las cosas no eran así antes de la Constitución del 91. La constitución anterior afirmaba que la religión católica es la de la nación, con estas palabras de su artículo 38: “La Religión Católica, Apostólica, Romana, es la de la Nación; los poderes públicos la protegerán y harán que sea respetada como esencial elemento del orden social (…)”.
Y en cuanto a la educación, el artículo 41 de la Constitución anterior regulaba que “La educación pública será organizada y dirigida en concordancia con la Religión Católica.”…
Se puede uno preguntar cómo tomar esos cambios. En el N° 23 de Libertas prestantissimum, la encíclica sobre la libertad humana, el papa León XIII explica por qué la Iglesia tolera cambios como el del artículo que 40 estableció: “Es permitido el ejercicio de todos los cultos que no sean contrarios a la moral cristiana ni a las leyes. Los actos contrarios a la moral cristiana o subversivos del orden público, que se ejecuten con ocasión o pretexto del ejercicio de un culto, quedan sometidos al derecho común”.
Era clara la preferencia por la religión católica, porque se consideraba la de la nación; lo cual cambió con la constitución del 91. La pregunta puede ser, ¿por qué la Iglesia toleró esos cambios, si se considera la religión verdadera? El papa León XIII lo explica en el N° 23 de Libertas prestantissimum: esta tolerancia es conveniente por el bien público. La tolerancia no supone aprobación, se trata de “un postulado propio de la prudencia política”. No tiene nada que ver con la tolerancia sin límites que concede el liberalismo filosófico extremo por el que coloca en un mismo plano de igualdad jurídica la verdad y la virtud con el error y el vicio,” afirma Libertas prestantissimum en el mismo N° 23.
Leamos parte de ese número 23 de la encíclica, que es un elogio de la Iglesia por su tolerancia maternal:
…la Iglesia se hace cargo maternalmente del grave peso de las debilidades humanas. No ignora la Iglesia la trayectoria que describe la historia espiritual y política de nuestros tiempos. Por esta causa, aun concediendo derechos sola y exclusivamente a la verdad y a la virtud no se opone la Iglesia, sin embargo, a la tolerancia por parte de los poderes públicos de algunas situaciones contrarias a la verdad y a la justicia para evitar un mal mayor o para adquirir o conservar un mayor bien. Dios mismo, en su providencia, aun siendo infinitamente bueno y todopoderoso, permite, sin embargo, la existencia de algunos males en el mundo, en parte para que no se impidan mayores bienes y en parte para que no se sigan mayores males. Justo es imitar en el gobierno político al que gobierna el mundo. Más aún: no pudiendo la autoridad humana impedir todos los males, debe «permitir y dejar impunes muchas cosas que son, sin embargo, castigadas justamente por la divina Providencia»
Lo inquietante de los partidos políticos
Al papa León XIII le inquietaba sobre todo, el modo como el liberalismo filosófico extremo concebía y organizaba la sociedad, de acuerdo con su orientación filosófica. El papa descubre detrás de esa concepción de la sociedad, una concepción del ser humano, es decir, una antropología, y una comprensión de la libertad, fundadas en el naturalismo y el racionalismo que en últimas se originan en la reforma protestante. Allí se originan las divergencias que fueron cada vez más numerosas y profundas. Este pensamiento ya lo había expresado León XIII en la otra encíclica, Immortale Dei, que ya comentamos en refexiones anteriores.
De manera que el papa descubre detrás de la ideas del liberalismo filosófico extremo, una antropología, es decir una concepción del ser humano, fundadas en el naturalismo y el racionalismo. Recordemos que el naturalismo rechaza lo sobrenatural; para esa corriente filosófica solo existe lo físico, la naturaleza que puede estudiar la ciencia. El racionalismo es el sistema que sitúa por encima del todo el papel de la razón humana en la búsqueda de la verdad y llega a negar la revelación, de manera que se llega a rechazar cualquier creencia religiosa.
Hasta dónde se debe extender la tolerancia en la organización de la sociedad, nos lo explica León XIII en el mismo N° 23, pues tolerancia no significa aprobación sin más. Leamos:
Tolerancia no significa aprobación
Pero en tales circunstancias, si por causa del bien común, y únicamente por ella, puede y aun debe la ley humana tolerar el mal, no puede, sin embargo, ni debe jamás aprobarlo ni quererlo en sí mismo. Porque siendo el mal por su misma esencia privación de un bien, es contrario al bien común, el cual el legislador debe buscar y debe defender en la medida de todas sus posibilidades. También en este punto la ley humana debe proponerse la imitación de Dios, quien al permitir la existencia del mal en el mundo, «ni quiere que se haga el mal ni quiere que no se haga; lo que quiere es permitir que se haga, y esto es bueno». Sentencia del Doctor Angélico, que encierra en pocas palabras toda la doctrina sobre la tolerancia del mal. Pero hay que reconocer, si queremos mantenernos dentro de la verdad, que cuanto mayor es el mal que a la fuerza debe ser tolerado en un Estado, tanto mayor es la distancia que separa a este Estado del mejor régimen político. De la misma manera, al ser la tolerancia del mal un postulado propio de la prudencia política, debe quedar estrictamente circunscrita a los límites requeridos por la razón de esa tolerancia, esto es, el bien público. Por este motivo, si la tolerancia daña al bien público o causa al Estado mayores males, la consecuencia es su ilicitud, porque en tales circunstancias la tolerancia deja de ser un bien. Y si por las condiciones particulares en que se encuentra la Iglesia permite ésta algunas de las libertades modernas, lo hace no porque las prefiera en sí mismas, sino porque juzga conveniente su tolerancia; y una vez que la situación haya mejorado, la Iglesia usará su libertad, y con la persuasión, las exhortaciones y la oración procurará, como debe, cumplir la misión que Dios le ha encomendado de procurar la salvación eterna de los hombres.
Pareciera que estas enseñanzas no se tuvieran muy en cuenta en nuestros días, de parte de algunos políticos. Es importante tener presente que los no creyentes sí trabajan por la organización de la sociedad como ellos la conciben, de acuerdo con su filosofía. Esto debemos tenerlo presente cuando elegimos a los legisladores.
Podemos darnos cuenta de la importancia de que los católicos que tengan vocación a la política, intervengan en ella. En un régimen democrático las leyes tienen que ser aprobadas en el Congreso, y allí, si los parlamentarios se rigen por principios, o por la ley de bancadas, lo hacen de acuerdo con la filosofía de su partido. Parece que a algunos católicos eso se les olvidara y pensaran que en política ellos no tienen armas para defender la verdad. Sí las tienen en su inteligencia y en sus conocimientos. Algunos personajes de nuestra vida nacional así lo demuestran a pesar de un medio hostil.
No podemos terminar este estudio sobre la vida política y la DSI sin sintetizar el pensamiento de León XIII sobre las diversas clases de liberalismo.
El capítulo V de la encíclica Libertas prestantissimum, lo titula el papa:
V. JUICIO CRÍTICO SOBRE LAS DISTINTAS
FORMAS DE LIBERALISMO
24. Para mayor claridad, recapitularemos brevemente la exposición hecha y deduciremos las consecuencias prácticas. El núcleo esencial es el siguiente: es absolutamente necesario que el hombre quede todo entero bajo la dependencia efectiva y constante de Dios. Por consiguiente, es totalmente inconcebible una libertad humana que no esté sumisa a Dios y sujeta a su voluntad. Negar a Dios este dominio supremo o negarse a aceptarlo no es libertad, sino abuso de la libertad y rebelión contra Dios. Es ésta precisamente la disposición de espíritu que origina y constituye el mal fundamental del liberalismo. Sin embargo, son varias las formas que éste presenta, porque la voluntad puede separarse de la obediencia debida a Dios o de la obediencia debida a los que participan de la autoridad divina, de muchas formas y en grados muy diversos.
25. La perversión mayor de la libertad, que constituye al mismo tiempo la especie peor de liberalismo, consiste en rechazar por completo la suprema autoridad de Dios y rehusarle toda obediencia, tanto en la vida pública como en la vida privada y doméstica. Todo lo que Nos hemos expuesto hasta aquí se refiere a esta especie de liberalismo.
26. La segunda clase es el sistema de aquellos liberales que, por una parte, reconocen la necesidad de someterse a Dios, creador, señor del mundo y gobernador providente de la naturaleza; pero, por otra parte, rechazan audazmente las normas de dogma y de moral que, superando la naturaleza, son comunicadas por el mismo Dios, o pretenden por lo menos que no hay razón alguna para tenerlas en cuenta sobre todo en la vida política del Estado.
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27. Dos opiniones específicamente distintas caben dentro de este error genérico. Muchos pretenden la separación total y absoluta entre la Iglesia y el Estado, de tal forma que todo el ordenamiento jurídico, las instituciones, las costumbres, las leyes, los cargos del Estado, la educación de la juventud, queden al margen de la Iglesia, como si ésta no existiera. Conceden a los ciudadanos, todo lo más, la facultad, si quieren, de ejercitar la religión en privado.
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28. Otros admiten la existencia de la Iglesia —negarla sería imposible—, pero le niegan la naturaleza y los derechos propios de una sociedad perfecta y afirman que la Iglesia carece del poder legislativo, judicial y coactivo, y que sólo le corresponde la función exhortativa, persuasiva y rectora respecto de los que espontánea y voluntariamente se le sujetan. Esta teoría falsea la naturaleza de esta sociedad divina, debilita y restringe su autoridad, su magisterio; en una palabra: toda su eficacia, exagerando al mismo tiempo de tal manera la influencia y el poder del Estado, que la Iglesia de Dios queda sometida a la jurisdicción y al poder del Estado como si fuera una mera asociación civil. Los argumentos usados por los apologistas, que Nos hemos recordado singularmente en la encíclica Immortale Dei, son más que suficientes para demostrar el error de esta teoría. La apologética demuestra que por voluntad de Dios la Iglesia posee todos los caracteres y todos los derechos propios de una sociedad legítima, suprema y totalmente perfecta.
29. Por último, son muchos los que no aprueban la separación entre la Iglesia y el Estado, pero juzgan que la Iglesia debe amoldarse a los tiempos, cediendo y acomodándose a las exigencias de la moderna prudencia en la administración pública del Estado. Esta opinión es recta si se refiere a una condescendencia razonable que pueda conciliarse con la verdad y con la justicia; es decir, que la Iglesia, con la esperanza comprobada de un bien muy notable, se muestre indulgente y conceda a las circunstancias lo que puede concederles sin violar la santidad de su misión. Pero la cosa cambia por completo cuando se trata de prácticas y doctrinas introducidas contra todo derecho por la decadencia de la moral y por la aberración intelectual de los espíritus. Ningún período histórico puede vivir sin religión, sin verdad, sin justicia. Y como estas supremas realidades sagradas han sido encomendadas por el mismo Dios a la tutela de la Iglesia, nada hay tan contrario a la Iglesia como pretender de ella que tolere con disimulo el error y la injusticia o favorezca con su connivencia lo que perjudica a la religión.
Fernando Díaz del Castillo Z.
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