Reflexión 300 San Juan XXIII Doctrina Social Nov. 2014

Lo necesario para que los campesinos vivan una vida digna

 

Vamos a continuar el estudio de la encíclica Mater et m, Madre y maestra, del papa San Juan XXIII. Vimos en los programas anteriores que San Juan XXIII, en sus enseñanzas sobre las relaciones entre los distintos sectores de la economía dedica un espacio a la agricultura como sector deprimido. Afirma el papa Juan XXIII que hay que buscar (…) los medios más adecuados para que el nivel de vida de la población agrícola se distancie lo menos posible del nivel de vida de los ciudadanos que obtienen sus ingresos trabajando en los otros sectores de la economía.

Dice también M et m que hay que hacer algo para que los campesinos se persuadan de que también en el campo pueden consolidar y perfeccionar su propia personalidad mediante su trabajo y que pueden mirar tranquilamente el porvenir.

Eso será posible, si los campesinos cuentan con medios para educarse, para capacitarse en las técnicas modernas, que también las hay aplicables a la agricultura; si gozan de atención conveniente para la salud, si cuentan con vías de comunicación que les permitan sacar sus productos a otras regiones. En fin, que tengan servicios públicos adecuados. Hay todavía mucho que hacer en el campo colombiano, para seguir con la doctrina social expuesta ya en 1961 en M et m. En el caso colombiano hay que un requisito más para poder vivir una vida digna en el campo; es necesario acabar la violencia, que ha obligado a tantos campesinos a buscar la paz lejos de sus propiedades.

Y dice Juan XXIII: Cuando en los medios agrícolas faltan estos servicios, necesarios hoy para alcanzar un nivel de vida digno, el desarrollo económico y el progreso social vienen a ser en aquéllos o totalmente nulos o excesivamente lentos, lo que origina como consecuencia la imposibilidad de frenar el éxodo rural y la dificultad de controlar numéricamente la población que huye del campo.

Vimos también que el papa San Juan XXIII propone en M et m integrar el campo a la economía general del país, de manera que pueda gozar de los mismos beneficios de la industria y del comercio en cuanto a tecnología, servicios y productos necesarios para la agricultura y la ganadería. En respuesta, el campo podrá ofrecer excelentes productos propios de su esfuerzo. Además la estabilidad de precios será una contribución más al desarrollo ordenado de la economía.

Después de tratar sobre las dificultades del campesino que se deben solucionar por medio de acciones decididas del estado, el papa Juan XXIII dice que es también absolutamente imprescindible una cuidadosa política económica en materia agrícola por parte de las autoridades públicas, política económica que ha de atender la Imposición fiscal, el crédito, los seguros sociales, los precios, la promoción de industrias complementarias y, por último, el perfeccionamiento de la estructura de la empresa agrícola.

Sobre la carga en impuestos, M et m aboga por un sistema tributario justo y equitativo que se adapte a la capacidad económica de los ciudadanos. En el caso de los agricultores dice Juan XXIII que se tenga presente que los ingresos económicos que consigue el agricultor llevan más tiempo y tienen mayores riesgos que los ingresos de los industriales y comerciantes. Comentábamos que el agricultor debe esperar hasta el momento de la cosecha y que no tiene ningún control en factores como el clima.

Dice San Juan XXIII: Se precisa, por tanto, por razones de bien común, establecer una particular política crediticia para la agricultura y crear además instituciones de crédito que aseguren a los agricultores los capitales a un tipo de interés moderado

Tiene muy en cuenta el santo padre, que el campesino obtiene los ingresos para el mantenimiento de sus familias, y como generalmente la empresa agrícola está conformada por familias campesinas; dice San Juan XXIII en M et m: La firmeza y la estabilidad de la empresa familiar dependen (…) de que puedan obtenerse de ella ingresos suficientes para mantener un decoroso nivel de vida en la respectiva familia.

 

Las desigualdades entre los pueblos

Las naciones ricas están obligadas en justicia a ayudar a las naciones menos desarrolladas

 

Vamos a continuar ahora con la última sección de la tercera parte de la encíclica M et m, que trata sobre las desigualdades entre los pueblos, entre las naciones y sobre cómo reducir el desequilibrio entre los pueblos con mayor acceso a los recursos disponibles y los que con dificultad pueden conseguirlos.

Si en alguna época se puede hablar de la comunidad de los pueblos, debería ser en nuestra época, cuando las facilidades de transporte internacional y de las comunicaciones nos debería hacer sentir más solidarios, más comunidad. Hoy no hay países que puedan progresar independientemente de las suerte de los demás. Los pueblos dependen en lo económico unos de otros.

El P. Ildefonso Camacho en el libro, Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, libro que he citado muchas veces, afirma que La comunidad de los pueblos es un concepto ético-jurídico que se ha ido configurando gracias al derecho internacional público. Si entiendo bien esa afirmación, eso quiere decir que la igualdad entre los pueblos no es solo un concepto ético, es decir, de la moral de cada quien, sino que esa igualdad entre los pueblos es una exigencia de normas internacionales que se debe hacer efectiva. No basta que estén escritas en la ONU y demás organismos internacionales.

En los foros mundiales se habla de colaboración, de la comunidad de las naciones, pero en la práctica vemos que las naciones de la tierra están lejos de ser una auténtica comunidad. Se habla de colaboración, de solidaridad de las naciones más avanzadas, pero eso me suena a colaboración de buena voluntad y no a una comunidad de naciones que reconoce un bien común universal por el que es un deber trabajar todos los pueblos. Se reúnen los jefes de estado de las naciones más poderosas de la tierra y lo único que queda de esas reuniones es declaraciones de buena intención que reconocen los problemas del mundo, pero nada concreto para solucionarlos. Lo único concreto parece ser la fotografía en que aparecen sonrientes los jefes de estado presentes en la reunión.

Este tema lo tratará San Juan XXIII más extensamente en su otra magistral encíclica, la llamada Pacem in terris, Paz en la tierra; sin embargo en M et m deja claro un fundamento clave: que las naciones ricas están obligadas en justicia a ayudar a las naciones menos desarrolladas. El concepto de bien común universal es importante en esta doctrina.

Empecemos por leer el número 157 de M et m:

Pero el problema tal vez mayor de nuestros días es el que atañe a las relaciones que deben darse entre las naciones económicamente desarrolladas y los países que están aún en vías de desarrollo económico: las primeras gozan de una vida cómoda; los segundos, en cambio, padecen durísima escasez. La solidaridad social que hoy día agrupa a todos los hombres en una única y sola familia impone a las naciones que disfrutan de abundante riqueza económica la obligación de no permanecer indiferentes ante los países cuyos miembros, oprimidos por innumerables dificultades interiores, se ven extenuados por la miseria y el hambre y no disfrutan, como es debido, de los derechos fundamentales del hombre. Esta obligación se ve aumentada por el hecho de que, dada la interdependencia progresiva que actualmente sienten los pueblos, no es ya posible que reine entre ellos una paz duradera y fecunda si las diferencias económicas y sociales entre ellos resultan excesivas.

Leamos de nuevo el último párrafo. Unas líneas antes el papa dice que la solidaridad social impone a las naciones más ricas la obligación de no permanecer indiferentes con los países extenuados por la miseria y el hambre. Y leamos de nuevo el último párrafo: Esta obligación se ve aumentada por el hecho de que, dada la interdependencia progresiva que actualmente sienten los pueblos, no es ya posible que reine entre ellos una paz duradera y fecunda si las diferencias económicas y sociales entre ellos resultan excesivas.

Nos habla el papa de obligación y no de una solidaridad de buena voluntad.

 

Los católicos debemos dar ejemplo de solidaridad

 

En las enseñanzas de San Juan XXIII sobre la obligatoriedad de los países ricos de ayudar a los países pobres, hay un mensaje para los católicos. Oigamos lo que nos dice San Juan XXIII en el número 159 de M et m:

Como es evidente, el grave deber, que la Iglesia siempre ha proclamado, de ayudar a los que sufren la indigencia y la miseria, lo han de sentir de modo muy principal los católicos, por ser miembros del Cuerpo místico de Cristo. «En esto —proclama Juan el apóstol— hemos conocido la caridad de Dios, en que dio El su vida por nosotros, y así nosotros debemos estar prontos a dar la vida por nuestros hermanos. Quien tiene bienes de este mundo y viendo a su hermano en necesidad le cierra las entrañas, ¿cómo es posible que habite en él la caridad de Dios?» (1Jn 3, 16-17).

¿Es la comunidad de las naciones una comunidad?

 

Cuando nos han pedido ayuda para otros pueblos como en el caso de Haití y en otras calamidades públicas, como ha sucedido en una ocasión con nuestros hermanos del Perú o con países de África, no están apelando solo a nuestro buen corazón sino a una obligación con nuestros hermanos que sufren. Y los católicos debemos dar ejemplo.

La comunidad de las naciones, término muy utilizado en la diplomacia internacional, parece quedarse en teorías. Cuando San Juan XXIII escribió la Mater et magistra, Madre y maestra, entre los países más poderosos se desarrollaba la carrera armamentista. Esa carrera para adelantarse a los demás en la fabricación de las armas más poderosas, naturalmente, llevaba a los países enfrascados en esa contienda, a desviar recursos que en otras circunstancias se hubieran podido utilizar en el desarrollo industrial y comercial que beneficiara también a los países más pobres.

Recordemos que en la época en que Juan XXIII escribió la Mater et m, el mundo sufría con la posibilidad de una nueva guerra mundial. Cuatro años después de la bomba atómica utilizada por los Estados Unidos en el Japón, en 1945, también la Unión Soviética se hizo a sus propias armas nucleares en 1949, y en 1953, a los nueves meses de anunciar los EE.UU. que poseía la la bomba de hidrógeno, hizo el mismo anuncio la Unión Soviética.

Los dos bloques del mundo, liderados por los EE.UU. y por la Unión Soviética sabían bien que utilizar armas nucleares sería una decisión suicida, porque el otro haría lo mismo. Sin embargo el saber que el enemigo poseía las mismas armas, disuadía al otro de empezar una guerra total.

La confrontación entre los bloques occidental y oriental era ideológica y se sirvieron del arma atómica, sin usarla, para intimidar al enemigo. Esto facilitó la terminación de conflictos como los de Corea, en el cual estuvo seriamente comprometida China e intervinieron fuerzas de la ONU, y Vietnam, con gran despliegue de las fuerzas norteamericanas para detener el comunismo.

No se trataba solo de procurar una supremacía en las armas, como si se tratara de una competencia deportiva; se trataba de una lucha entre la ideología comunista, desplegada en el mundo por la Unión Soviética, contra la ideología capitalista, representada por los EE.UU. y sus aliados.

Llegó a tales extremos la lucha ideológica, que se dice que Mao dio a entender alguna vez al líder comunista italiano, Togliatti, que en la guerra contra el capitalismo y su derrota total, desaparecerían los países capitalistas pero quedarían trescientos millones de chinos, que bastarían para la continuidad de la raza humana (Cf Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, Pg. 233, Nota 2). Esa era la actitud del líder comunista chino Mao, para precipitar el fin del capitalismo y la supremacía del comunismo. A Mao pues, no parecía importarle borrar del mapa a países enteros, con tal de que triunfara el comunismo. Como es claro, se trataba de una lucha ideológica que involucraba el interés del dominio económico del mundo por los dos bandos: dominio marxista o dominio capitalista.

Se puede alguien preguntar por qué desviarnos del estudio de la DSI, y recordar la historia del mundo en esa época. Lo hago porque considero importante considerar las circunstancias en que la Iglesia vivía y cómo sin inmiscuirse en la política de los estados, no temía proclamar la doctrina del evangelio que no es ni marxista ni capitalista.

Finalmente, recordemos que en esa época de la década del 70, desaparecidos los partidos fascistas, como el   nacionalsocialismo o nazismo alemán y el fascista italiano, encontraron la posibilidad de entrar en la escena política los laicos católicos en los partidos socialdemócratas, especialmente en Alemania y en Italia, con los nombres de Democracia Cristiana. Esos partidos podían reclamar al tiempo su testimonio antifascista y sus programas sociales no socialistas.

 

No es suficiente que la economía de un país crezca, si ese crecimiento solo favorece a algunos.

 

En el N° 168, M et m advierte que para evitar errores del pasado, hay que esforzarse para que el desarrollo económico y el progreso social avancen simultáneamente. Este proceso, a su vez, debe efectuarse de manera similar en los diferentes sectores de la agricultura, la industria y los servicios de toda clase.

Como hemos visto en varias ocasiones, las DSI distingue claramente que el desarrollo económico o crecimiento económico debe ir acompañado simultáneamente del desarrollo social. No es suficiente que la economía de un país crezca, si ese crecimiento solo favorece a algunos.

Otro punto importante, tiene que ver con el avance científico, que hace parte también del desarrollo económico. Esos avances eran evidentes en los países más adelantados. Hoy en el mundo se olvida que los progresos de la ciencia no pueden ir contra la moral. En estos días se presenta en el congreso colombiano un proyecto de ley para favorecer la fecundación in vitro. Concebir bebés en tubos de ensayo. Oigamos lo que en 1961 ya decía Juan XXIII en el N° 175 y siguientes:

No hay duda de que, si en una nación los progresos de la ciencia, de la técnica, de la economía y de la prosperidad de los ciudadanos avanzan a la par, se da un paso gigantesco en cuanto se refiere a la cultura y a la civilización humana. Mas todos deben estar convencidos de que estos bienes no son los bienes supremos, sino solamente medios instrumentales para alcanzar estos últimos.

Por esta razón, observamos con dolorosa amargura la completa indiferencia a la verdadera jerarquía de valores mostrada por tantas personas en los países económicamente desarrollados. Los valores espirituales se ignoran, se olvidan o se niegan, mientras se apetecen ardientemente el progreso científico, técnico y económico, y sobrestiman de tal manera el bienestar material, que lo consideran, por lo común, como el supremo bien de su vida. Esta desordenada apreciación acarrea como consecuencia que la ayuda prestada a los pueblos subdesarrollados no esté exenta de perniciosos peligros, ya que en los ciudadanos de estos países, por efecto de una antigua tradición, tiene vigencia general todavía e influjo práctico en la conducta la conciencia de los bienes fundamentales en que se basa la moral humana.

Por consiguiente, quienes intentan destruir, de la manera que sea, la integridad del sentido moral de estos pueblos, realizan, sin duda, una obra inmoral. Por el contrario, este sentido moral, además de ser honrado dignamente, debe cultivarse y perfeccionarse porque constituye el fundamento de la verdadera civilización.

En otros programas de Radio María nos han explicado la campaña a favor del aborto, que se desarrolla con un abundante presupuesto internacional. El papa Francisco, el 15 noviembre pasado (2014), recibió a seis mil quinientos doctores miembros de la Asociación de Médicos Católicos Italianos con motivo del setenta aniversario de su fundación y, en el discurso que les dirigió, recordó que ”los logros de la ciencia y la medicina pueden contribuir a la mejora de la vida humana en la medida en que no se alejen de la raíz ética de estas disciplinas” (Cf noticias del Vaticano).

Más adelante continuó:

”El pensamiento dominante propone a veces una “falsa compasión”: la que cree que favorecer el aborto ayuda a la mujer, que la eutanasia es un acto de dignidad, que una conquista científica es ”producir” un hijo considerado como un derecho en lugar de aceptarlo como un don; o utilizar vidas humanas como conejillos de indias, para salvar presumiblemente otras. La compasión evangélica en cambio, es la que acompaña en tiempos de necesidad, o sea la del Buen Samaritano, que “ve”, “tiene compasión”, se acerca y da ayuda concreta. Vuestra misión como médicos -concluyó el Pontífice- os pone en contacto diario con muchas formas de sufrimiento. Os animo a haceros cargo como “buenos samaritanos”, cuidando especialmente de los ancianos, de los enfermos y de los discapacitados. La fidelidad al Evangelio de la vida y el respeto por ella como un regalo de Dios a veces requiere decisiones valientes que, en circunstancias particulares pueden llegar a la objeción de conciencia. Y a tantas consecuencias sociales que esa fidelidad comporta. Estamos viviendo una época de experimentación con la vida…Pero es una mala experimentación… Jugar con la vida…. es un pecado contra el Creador: contra Dios Creador, che creó las cosas como son”.