Doctrina social de León XIII a Juan XXIII
Hace una semana continuamos el estudio de la encíclica Mater et magistra, Madre y maestra, de San Juan XXIII. Vimos el resumen que el papa hace del desarrollo de la doctrina social en sus antecesores León XIII, Pío XI y Pío XII. Por su parte, San Juan XXIII, ampliando la doctrina de Pío XII sobre la función social de la propiedad, nos enseñó la diferencia entre el derecho de propiedad, un derecho que, como nos enseñó Pío XII, se funda en el derecho natural y el derecho al uso de los bienes materiales. La DSI defiende el derecho a la propiedad privada sin que ese derecho se convierta en un obstáculo para que los bienes creados por Dios para provecho de todos los hombres lleguen con equidad a todos, de acuerdo con los principios de la justicia y la caridad.
Decíamos que sin que eso signifique autorizar las confiscaciones que se suelen practicar en los países comunistas, para que los bienes creados lleguen con equidad a todos, son perfectamente legítimos los impuestos, pues se supone que gracias a ellos los gobiernos pueden hacer llegar a todos los beneficios de educación, salud, cultura, infraestructura. El problema es cuando la corrupción no permite el buen uso de los dineros públicos. Pero ese es otro problema. También comprendemos que la expropiación administrativa que permite la ley, cuando se decreta por el bien común, por ejemplo por la necesidad de construir una carretera, una vía pública y cuando se cumple con el pago de una indemnización justa, esa clase de expropiación no va contra el derecho de propiedad, porque no somos dueños absolutos.
Al estudiar estos documentos de los sumos pontífices, es interesante observar que en la DSI se defiende el derecho a emigrar y la necesidad de la solidaridad para recibir de buen grado a las familias inmigrantes. Entre nosotros esto es perfectamente aplicable y es necesario que tengamos claro, en la recepción de las familias desplazadas por causas de la violencia o por la penuria en algunas áreas del país, ocasionada por la violencia o también por los fenómenos naturales como las inundaciones y por las sequías, en otras ocasiones. No siempre esos desplazados son bien recibidos. Esa no es una actitud cristiana.
Los cambios después de la segunda guerra
Entramos luego a la tercera parte de Mater et magistra en que San Juan XXIII se refiere a los cambios que se han producido en el mundo por los avances científicos, técnicos y económicos que pueden convertirse en oportunidades para el desarrollo de los pueblos.
Se refiere el papa Juan XXIII también, a los avances en el campo social como el desarrollo de los seguros sociales, los progresos en la educación, la mejora en la calidad de vida, las mejores oportunidades de trabajo y de educación.
Las series de la TV serias, bien hechas, nos hacen recordar a los de más edad y pueden ayudar a todos a comprender, cómo era la vida antes de y durante la segunda guerra mundial en cuanto a vivienda, la atención pública de la salud, la educación, las vías de comunicación. Y cómo era la separación de las clases sociales, especialmente en esos países donde un tradicional respeto por la nobleza discriminaba de manera que hoy nos parece hasta ridícula, a los más ricos de los trabajadores que hoy llamaríamos de a pie. Series interesantes como las inglesas Downton Abbie o la que describe la situación de los trabajadores en el astillero donde se construyó el Titanic en Belfast, Irlanda del Norte, serie que tiene el título de Titanic, sangre y acero nos ayudan a entender mejor la vida en esos años y los avances de que gozamos hoy día en muchos campos.
El papa San Juan XXIII señala luego de recordar los avances del mundo, cómo a pesar de lo positivo de esos avances, se acentúan cada vez más los desequilibrios entre la agricultura y la industria, las diversas zonas de cada país y entre los países de distinto desarrollo económico en el plano mundial.
También Mater et magistra habla de las innovaciones en el campo político; se refirió al acceso de todos a los cargos públicos, a la intervención de los gobiernos en el campo de la economía, a los cambios en los países afroasiáticos que pasaron del régimen colonial a gobernarse a sí mismos; la mejora en las relaciones internacionales con la creación de organismos mundiales que fueron creados para atender las necesidades de todas las naciones en asuntos como la economía, y en los campos social, cultural, científico y político.
Se refiere luego San Juan XXIII en Mater et magistra, a que juzga necesario escribir esa nueva encíclica para subrayar y aclarar en mayor detalle la doctrina de sus antecesores y para exponer con claridad el pensamiento de la Iglesia sobre los nuevos y más importantes problemas del momento. San Juan XXIII atiende pues, como orientador del mundo en la doctrina social católica, la realidad de su tiempo que es la base de su reflexión doctrinal y pastoral. Se ve que la Iglesia, con la orientación de los sumos pontífices, se pone siempre a tono con la cambiante realidad de la vida en sociedad.
Situación de Europa que supera las dificultades de la guerra
Como en otras oportunidades en la presentación de la DSI, voy a seguir ahora como guía el libro Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, del P. Ildefonso Camacho.
Entramos ahora a estudiar la segunda parte de Mater et magistra, que trata sobre todo de la situación de los países industrializados, una vez superadas las dificultades de la guerra y de la posguerra. Es innegable que superadas esas dificultades con programas como el Plan Marshall para la rehabilitación de Europa, se entró en un período de creciente bienestar.
Se conoce con el nombre de Plan Marshall el programa de reconstrucción de Europa, por el nombre del secretario de estado de los EE.UU., el general George Marshall, quien lo anunció en un discurso en la universidad de Harvard en junio de 1947.
La Unión Soviética y sus países satélites se negaron a recibir esa ayuda porque juzgaron que el plan era una estrategia norteamericana a favor del imperialismo. Se calcula que la ayuda de los Estados Unidos fue de 13.000 millones de dólares y esa ayuda fue esencial para la recuperación económica de los países democráticos de Europa Occidental.
Eric Hobsbawm, un historiador marxista muy respetado, tiene un párrafo en la Pg 262 de su libro Historia del Siglo XX, que les voy a leer, porque describe cómo veía él el estado de la economía mundial en la época que él llama en su libro Los años dorados, y que es la época mencionada en Mater et magistra. Con ese comentario de un historiador marxista entendemos mejor por qué Juan XXIII le dio importancia al momento que vivía entonces la economía mundial. Avances que se produjeron sobre todo en los países industrializados, los de mayor influencia en la economía mundial y quizás por eso parecía que los avances eran globales, en todo el mundo, aunque la realidad fuera distinta en los países de menor desarrollo económico. Dice Hobsbawm:
Una mirada marxista a los “años dorados” de los países industrializados
Resulta evidente que la edad de oro correspondió básicamente a los países capitalistas desarrollados, que, a lo largo de esas décadas, representaban alrededor de tres cuartas partes de la producción mundial y más del 😯 por 100 de la exportación de productos elaborados. Otra razón por la que se tardó tanto en reconocer lo limitado de su alcance fue que en los años cincuenta el crecimiento económico parecía ser de ámbito mundial con independencia de los regímenes económicos. De hecho, en un principio pareció como si la parte socialista recién expandida del mundo llevara la delantera. El índice de crecimiento de la URSS en los años cincuenta era más alto que el de cualquier país occidental, y las economías de la Europa oriental crecieron casi con la misma rapidez, más de prisa en países hasta entonces atrasados, más despacio en los ya total o parcialmente industrializados. La Alemania Oriental comunista, sin embargo, quedó muy por detrás de la Alemania Federal, no comunista.
Añade unas líneas después, una anotación interesante, dice: Pese a todo, la edad de oro fue un fenómeno de ámbito mundial, aunque la generalización de la opulencia quedara lejos del alcance de la mayoría de la población mundial: los habitantes de países para cuya pobreza y atraso los especialistas de la ONU intentaban encontrar eufemismos diplomáticos.
De manera que los especialistas de la ONU camuflaban las diferencias en el desarrollo, sobre las que el papa San Juan XXIII llama la atención en Mater et Magistra, como lo acabamos de señalar. Señala el papa, luego de recordar los avances del mundo, cómo a pesar de lo positivo de esos avances, se acentúan cada vez más los desequilibrios entre la agricultura y la industria, las diversas zonas de cada país y entre los países de distinto desarrollo económico en el plano mundial.
Hobsbawum describe así el crecimiento de la economía mundial después de los años cincuenta, en la Pg 264 de Historia del Siglo XX:
La economía después de los años cincuenta
La economía mundial crecía, pues, a un ritmo explosivo. Al llegar los años sesenta, era evidente que nunca había existido algo semejante. La producción mundial de manufacturas se cuadruplicó entre principios de los cincuenta y principios de los setenta, y, algo todavía más impresionante, el comercio mundial de productos elaborados se multiplicó por diez. Como hemos visto, la producción agrícola mundial también se disparó, aunque sin tanta espectacularidad, no tanto (como acostumbraba a suceder hasta entonces) gracias al cultivo de nuevas tierras, sino más bien gracias al aumento de la productividad. El rendimiento de los cereales por hectárea casi se duplicó entre 1950-1952 y 1980-1982, y se duplicó con creces en América del Norte, Europa Occidental y Extremo Oriente.
Como vemos, la comprensión de las encíclicas sociales nos exige que tengamos en cuenta el momento histórico en que se presentan, pues la doctrina social va respondiendo a las necesidades nuevas, aplicando a las nuevas circunstancias los principios de la verdad perenne del evangelio.
La economía en época de prosperidad manejada con criterios de la DSI
San Juan XXIII en su encíclica Mater et magistra nos enseña lo que debe ser la economía en beneficio de todos, en una situación de gran desarrollo como el que hemos visto que el mundo se encontraba, sobre todo el mundo industrializado y los enormes avances también en la agricultura, gracias en particular al aumento de la productividad.
Supongo que ese aumento de la productividad se debió a que la industria, que había estado dedicada a la producción de armas, podía ahora dedicarse a la fabricación de maquinaria agrícola más eficiente y el progreso de la química ofreció nuevos fertilizantes. Así entenderíamos más fácilmente por qué en nuestros territorios no se multiplicó la producción agrícola como en Norteamérica y Europa. En nuestras laderas en los Andes el uso del tractor se reduce y nuestros campesinos no tienen la capacidad económica para utilizar los medios que en las grandes extensiones planas de esos otros países son posibles. Aun hoy, uno de los obstáculos que encuentran los campesinos para que su trabajo se recompense de acuerdo con los costos que deben pagar, es que los fertilizantes son muy costosos, lo mismo que el transporte a los mercados y los precios de sus productos en esos mercados no compensan los gastos para producirlos y transportarlos.
La iniciativa privada y el principio de subsidiaridad