Reflexión 269 diciembre 5-2013 Quadragesimo anno (X)

 

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Restauración del orden social y reforma de las instituciones

 

Continuamos en el  estudio de la encíclica social Quadragesimo anno, Año cuadragésimo, del Papa Pío XI. Después de haber estudiado la doctrina que expone Pío XI sobre la propiedad, continuamos con los criterios para establecer un salario justo y la necesidad de un salario familiar. Si no han leído la reflexión anterior o quieren repasar lo que la Quadragesimo anno nos enseña sobre el salario justo, pueden leerlo en el blog www.reflexionesdsi.org Allí pueden encontrar todas las reflexiones anteriores sobre la DSI.

 

Hoy vamos a tratar sobre la restauración del orden social y la reforma de las instituciones, que ocupa la parte central de la encíclica Quadragesimo anno.

 

Precisamente el título de la encíclica dice que su finalidad, además de recordar los grandes bienes que se siguieron a la encíclica de León XIII Rerum novarum, para la Iglesia y para toda la sociedad humana, la finalidad de esta nueva encíclica es descubrir la raíz del desorden social reinante en su época y mostrar cómo el único camino de restauración salvadora es la reforma cristiana de las costumbres.

 

 En las dos primeras partes de la encíclica, el Papa se refiere a las relaciones entre las personas particulares: el derecho de propiedad, su carácter individual y su carácter social, la relación capital-trabajo, el salario que se debe reconocer al trabajador y los problemas que se derivan del proceso de distribución. Aunque pudiera parecer que hasta ahora solo se trató sobre las relaciones entre particulares, sin embargo vimos que se trató de la dimensión social de la economía, de su manejo, que no puede ser solo para favorecer al capital ni se puede manejar la economía solo con criterios técnicos, porque las relaciones entre los seres humanos necesariamente tienen un alcance moral.

 

Ahora la encíclica Quadragesimo anno responde a una pregunta que queda implícita después de la exposición anterior: ¿será posible poner en práctica esas orientaciones de la DSI, con el orden social vigente entonces? Nos podríamos preguntar si esa pregunta no flota todavía hoy en el aire…¿será posible poner en práctica la DSI en el mundo de hoy, sin una conversión del pensamiento a la doctrina del Evangelio? Pio XI dedica la parte central de Quadragesimoanno, a responder a ese interrogante y lo hace proponiendo un nuevo orden, con el nombre de restauración del orden social y la necesaria reforma de las costumbres.

 

El Papa Pío XI propone que la primera institución cuya reforma  habría que considerar es el Estado. Y es que había existido antes  del cambio que trajo consigo la industrialización, una manera distinta de relacionarse los miembros de la sociedad, antes regida por asociaciones y corporaciones. La llegada de la industrialización cambió esas relaciones, – que eran antes, más de grupos, de los gremios de oficios – a unas relaciones regidas por individuos. Eso cambió también el modelo de competencia y del mercado; del modelo de buscar un bien común, – el de las asociaciones por oficios,- un beneficio que redundaba en las personas que conformaban esas asociaciones y en sus familias, se pasó a la búsqueda del enriquecimiento de individuos, que eran los que proporcionaban el capital, los capitalistas de la sociedad. De allí surge la crítica al individualismo, muy propio del capitalismo liberal.

 

El remedio que propuso el socialismo

El principio de subsidiaridad


 

Las políticas del socialismo, de abolir la propiedad privada, se  presentaron como un modo supuestamente eficaz para combatir el individualismo, es decir el capitalismo y reemplazarlo por el colectivismo, pues la propiedad pasaría de ser individual a ser colectiva, a ser del Estado. Pío XI nos muestra en Quadragesimo anno, que ni el capitalismo ni el socialismo han sido la solución adecuada de las dificultades que se  han presentado en la sociedad.

 

De ese régimen antiguo que el Papa menciona, – de relaciones entre gremios de oficios, – no dice que sea el modelo al que hay regresar, porque si respondía a las necesidades de otra época, no es el que se necesitaba en las nuevas circunstancias.

 

El Papa Pío Pío XI en la encíclica Quadragesimo anno, Año cuadragésimo, trae primero a juicio el modelo social, económico y político del capitalismo liberal, el que deterioró el orden social anterior del que reconoce que aunque no era perfecto ni completo en todos sus puntos, dadas las circunstancias y necesidades de la época, estaba de algún modo conforme con la recta razón (QA 97).

 

En este punto, Pío XI considera que, al desaparecer las asociaciones que  reunían a los individuos según sus oficios, en el nuevo sistema capitalista liberal, los individuos, – sin duda se refiere a los trabajadores, – quedaban “casi solos” frente al Estado y frente a los otros individuos, los que tenían el poder del capital. La encíclica menciona entonces el principio de subsidiaridad, que es parte de los principios de la DSI. Entendamos en qué consiste el principio de subsidiaridad. Leamos los N° 79 y 80 de Quadragesimo anno:

 

80. Conviene, por tanto, que la suprema autoridad del Estado permita resolver a las asociaciones inferiores aquellos asuntos y cuidados de menor importancia, en los cuales, por lo demás perdería mucho tiempo, con lo cual logrará realizar más libre, más firme y más eficazmente todo aquello que es de su exclusiva competencia, en cuanto que sólo él puede realizar, dirigiendo, vigilando, urgiendo y castigando, según el caso requiera y la necesidad exija.

Por lo tanto, tengan muy presente los gobernantes que, mientras más vigorosamente reine, salvado este principio de función “subsidiaria”, el orden jerárquico entre las diversas asociaciones, tanto más firme será no sólo la autoridad, sino también la eficiencia social, y tanto más feliz y próspero el estado de la nación.

 De manera que el papel del Estado no es absorber a las pequeñas comunidades, a los que llama los cuerpos inferiores de la sociedad, sino ayudarles a que realicen su labor. Podemos tomar como ejemplo el papel de las Juntas de Acción Comunal. Hay acciones que puede tomar esas juntas de vecinos en beneficio de   su comunidad sin que la autoridad superior de la localidad o del municipio se interponga. Esas autoridades deben ayudar a cumplir sus tareas a las asociaciones locales, no quitarles esa responsabilidad y asumirlas directamente. Si la autoridad dedica tiempo a lo que entidades locales pueden hacer, acaban enredándose y omitiendo lo verdaderamente importante y que es su principal deber. Es lo que sucede en las organizaciones cuando  los jefes que no saben delegar quieren, como dice el hablar popular, “repicar y andar en la procesión”. Eso puede suceder especialmente en las empresas familiares, cuando se nombra una Junta Directiva de personas que no pertenecen a la familia pero dispuestas a doblegarse siempre a la voluntad del dueño. Las organizaciones en las que sucede eso, se deterioran.

En la educación de los hijos, la responsabilidad de los padres de familia no la puede asumir el Estado como pretenden los Estados totalitarios. Ayudar económicamente a los padres para que puedan cumplir con sus obligaciones está bien, pero no pretender asumir la orientación de los hijos según la ideología de los gobernantes.

El corporativismo

La encíclica QA (Quadragesimo anno), da especial importancia a las asociaciones que se mueven en el medio socioeconómico. La encíclica RN (Rerum novarum) había puesto énfasis en el apoyo a los sindicatos que habían surgido como respuesta a los abusos contra los trabajadores. Ahora la Quadragesimo anno se pronuncia a favor de otro modelo, el corportivo. Este modelo corporativo tuvo importancia, favorecido por los llamados católicos sociales. En el tiempo que transcurrió entre las dos guerras mundiales, en Austria, por ejemplo, la Constitución de 1934 se basaba en el modelo corporativo.

En diversos países se intentó llevar el modelo corporativo a la política y en Colombia se hizo también un intento en la frustrada Constituyente de 1952 o 53. Recuerdo que se proponía entonces un Congreso que estuviera elegido por representantes de los gremios, no de los partidos políticos. Es decir, que los parlamentarios fueran representantes de los padres de familia, de los maestros, de los agricultores y así de los demás. Infortunadamente, lo que nos parecería interesante experimentar en esta época, cuando nuestro parlamento está tan desprestigiado, no pasó esa prueba y se desprestigió también después en otros países por  los extremismos a que llegó la versión fascista del experimento corporativo (Cf Ildefonso Camacho, Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, San Pablo, Pg 136s).

La razón por la que se propuso el sistema corporativo en vez del de los sindicatos fue que éstos habían acentuado el enfrentamiento entre patronos y trabajadores, entre las clases sociales, influenciados por el comunismo que promovía la lucha de clases. Pío XI no niega que existan las clase sociales, pero su interés no era enfrentar esas clases sociales sino buscar la armonía y colaboración entre ellas. 

Quadragesimo anno en los N° 83 y 84 dice:

            83. Efectivamente, aun cuando el trabajo, como claramente expone nuestro predecesor en su encíclica (cf. Rerum novarum, 16), no es una vil mercancía, sino que es necesario reconocer la dignidad humana del trabajador y, por lo tanto, no puede venderse ni comprarse al modo de una mercancía cualquiera, lo cierto es que, en la actual situación de cosas, la contratación y locación de la mano de obra, en lo que llaman mercado del trabajo, divide a los hombres en dos bandos o ejércitos, que con su rivalidad convierten dicho mercado como en un campo de batalla en que esos dos ejércitos se atacan rudamente.

Nadie dejará de comprender que es de la mayor urgencia poner remedio a un mal que está llevando a la ruina a toda la sociedad humana. La curación total no llegará, sin embargo, sino cuando, eliminada esa lucha, los miembros del cuerpo social reciban la adecuada organización, es decir, cuando se constituyan unos “órdenes” (grupos por oficios o profesiones) en que los hombres se encuadren no conforme a la categoría que se les asigna en el mercado del trabajo, sino en conformidad con la función social que cada uno desempeña.

Pues se hallan vinculados por la vecindad de lugar constituyen municipios, así ha ocurrido que cuantos se ocupan en un mismo oficio o profesión —sea ésta económica o de otra índole— constituyeran ciertos colegios o corporaciones, hasta el punto de que tales agrupaciones, regidas por un derecho propio, llegaran a ser consideradas por muchos, si no como esenciales, sí, al menos, como connaturales a la sociedad civil.

84. Ahora bien, siendo el orden, como egregiamente enseña Santo Tomás (cf Santo Tomás, Contra Genes III 71; Sum. Theol. I q.65 a.2), una unidad que surge de la conveniente disposición de muchas cosas, el verdadero y genuino orden social postula que los distintos miembros de la sociedad se unan entre sí por algún vínculo fuerte.

Y ese vínculo se encuentra ya tanto en los mismos bienes por producir o en los servicios por prestar, en cuya aportación trabajan de común acuerdo patronos y obreros de un mismo “ramo”, cuanto en ese bien común a que debe colaborar en amigable unión, cada cual dentro de su propio campo, los diferentes “ramos”. Unión que será tanto más fuerte y eficaz cuanto con mayor exactitud tratan, así los individuos como los “ramos” mismos, de ejercer su profesión y de distinguirse en ella.

85. De donde se deduce fácilmente que es primerísima misión de estos colegios velar por los intereses comunes de todo el “ramo”, entre los cuales destaca el de cada oficio por contribuir en la mayor medida posible al bien común de toda la sociedad.

En cambio, en los negocios relativos al especial cuidado y tutela de los peculiares intereses de los patronos y de los obreros, si se presentara el caso, unos y otros podrán deliberar o resolver por separado, según convenga.

Entendamos que ese término “órdenes” y “colegios” que menciona la encíclica, se refiere a los grupos por profesiones u oficios.  De acuerdo con esta idea, los patronos y los trabajadores se agruparían en colegios o corporaciones, independientes en su funcionamiento, pero no enfrentados sino dispuestos a trabajar en armonía. Es un modelo en teoría muy bueno porque se hace a un lado la lucha de clases, patrocinada por los dos sistemas preponderantes, el capitalismo y el comunismo. El nuevo sistema se basa en un principio, no de rivalidad sino de trabajo armónico entre las  clase sociales, que parecía muy adecuado ante la crisis del capitalismo y el rechazo al sistema socialista comunista.

Se trata de pasar de un criterio puramente económico de organización de la sociedad a otro social, en el que las dos partes que forman el sistema de producción, es decir los patronos, dueños del capital y los trabajadores con sus oficios o profesiones, – los unos y los otros, – ponen  su parte, de acuerdo con su capacidades, para conseguir el objetivo de la organización que los agrupa. Esa sería la interesante reforma propuesta por Quadragesimo anno.


Otra institución, además del Estado, que dice Pío XI requería reforma era el sistema competitivo del mercado. Aquí el capitalismo liberal se gana una nueva llamada de atención por su patrocinio del individualismo, dueño de la idea todavía vigente hoy,  de la libre concurrencia de los competidores, que sería el único principio que regularía la vida económica. Sobre esto ya habíamos hablado antes, como crítica a la posición de un Estado que se limita a observar, a vigilar, que espera que el mercado solo se autorregule. En estos días escuchaba a alguien que en un programa radial afirmaba que el precio de la vivienda en Bogotá está demasiado elevado y esperaba que la libre competencia se encargara de equilibrar los precios y llevarlos a su precio justo. En otra ocasión notamos que el Estado considera que no debe intervenir en la libertad de los bancos para limitar el cobro alto de intereses y por los servicios que prestan.

La DSI propone que se busquen principios más elevados que regulen la actividad económica y no solo el interés por el lucro, como sucede hoy. La Iglesia propone como principios los que emanan de la justicia social y la caridad. La justicia social encauzaría toda la actividad económica y la caridad social sería el alma su alma.

Terminemos por hoy, comentando que el término justicia social fue nuevo en su significado cuando se publicó Quadragesimo anno, aunque se usara en esa época, pero sin precisar su significado estricto. Dice el P. Ildefonso Camacho en el libro que he citado varias veces:

             La justicia social (…) pretende el establecimiento de un orden jurídico y social, frente al proyecto social del liberalismo, que garantice una equitativa distribución de la renta producida: esta forma de justicia es distinta de la conmutativa, puesto que esta última se limita a regular las relaciones individuales, pero no contempla los fenómenos de la vida socioeconómica. El término justicia social refleja por consiguiente, una visión de la realidad más acorde con los resultados de las ciencias sociales tal como se vienen desarrollando en la época moderna.

En la próxim reflexión volveremos sobre este asunto.