Los católicos no podemos ser solo espectadores sino actores en la sociedad
La semana pasada terminamos de estudiar la encíclica Libertas prestantissimum, del papa León XIII, sobre la libertad. Hoy vamos a comentar una última encíclica del mismo León XIII antes de seguir con la encíclica Quadragesimo anno, Año cuadragésimo, del papa Pío XI, escrita en el aniversario cuarenta de la Rerum novarum. La encíclica de León XIII, que comentaremos enseguida, lleva por nombre Sapientiae christianae, De la sabiduría cristiana, y trata sobre los deberes del ciudadano cristiano.
Me apoyaré en algunos pasajes, en el libro Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, del jesuita español P. Ildefonso Camacho.
Después de haber estudiado en las encíclicas anteriores, Immortale Dei, y Libertas prestantissimun, el papel de la Iglesia en sus relaciones con el estado, es de perfecta lógica, estudiar el papel de los laicos católicos en esas relaciones Iglesia-Estado, porque los laicos somos Iglesia y tenemos una misión que cumplir en la vida social y por lo tanto en la política. De manera que necesariamente hay que estudiar el papel de los laicos católicos en la política. Veremos qué nos enseña León XIII. Es este un tema que lo vuelven a tocar otros pontífices, habrá que estudiar en otra oportunidad lo que Juan Pablo II nos dejó en su exhortación apostólica Christifideles laici, Los laicos católicos, y en otros documentos.
Como siempre, con León XIII, la Iglesia se pone al día con su doctrina social, según lo piden las necesidades de la sociedad en esa época. A León XIII le correspondió orientar a la Iglesia en una sociedad que se organizaba según criterios diferentes a los de la doctrina católica y los católicos se encontraban ante una situación que en oportunidades los obligaba a tomar partido entre ser fieles a Dios o a la orientación de los gobernantes del momento. En cierto sentido eso también sucede ahora en nuestro medio. El político en el congreso y en las cortes se deberá preguntar en algunas oportunidades, para tomar sus decisiones: ¿Sigo la doctrina católica o la orientación que sugiere u ordena la política?
Algo muy claro nos deja León XIII: los cristianos tienen que actuar; no se pueden hacer a un lado y resignarse simplemente a comentar, a mostrar su desacuerdo en reuniones de amigos o en medio de su familia. El papel del cristiano no puede pasar de ser actor a ser espectador, en un escenario en que se juegan el bien y el mal, en el que se decide organizar la sociedad rechazando la presencia de Dios en ella, pudiendo intervenir los católicos para que la vida social se ordene según los planes de Dios.
Las palabras con que comienza esta encíclica de León XIII, Sapientae christianae, De la sabiduría cristiana, nos muestran que solo volviendo a los principios de la sabiduría cristiana se puede salvar la sociedad. La encíclica tiene dos partes principales: en la primera sobre la defensa de la fe frente al rechazo de la religión y la segunda,sobre la relaciones Iglesia-Estado. Finalmente sigue una conclusión y las exhortaciones finales.
El P Camacho comenta así la primera parte de la encíclica Sapientae christianae: “Tal como se presenta la situación en la primera parte, habría que decir que la fe ha perdido la razón de ser ante el avance de la ciencia: en la naturaleza está el origen y la norma de la verdad; basta con su instancia; ya no es necesaria la revelación ni, consiguientemente la Iglesia, la cual ha perdido su puesto entre las instituciones civiles.”
¿La Iglesia no tiene papel en la sociedad de hoy?
Esa situación nos parece conocida hoy también. Cuando se escucha a algunos políticos y periodistas de hoy, parece que volviéramos al siglo XIX; ¿no es eso mismo lo que repiten hoy, con leves cambios de matiz? También hoy para algunos, la Iglesia no tiene lugar en la organización de la sociedad. A veces les parece que la Iglesia puede desempeñar algún papel para calmar los ánimos en los conflictos, pero como árbitro de la verdad no le encuentran lugar, porque no aceptan que exista la verdad, sino la que acepte cada uno. En la defensa de la vida, por ejemplo, no aceptan los argumentos de la Iglesia porque ellos, los que ahora se llaman agnósticos o algunos abiertamente, ateos, rechazan los argumentos en que pueda aparecer Dios. ¿Y cuál debe ser la posición de los católicos en situaciones así? Desde el año 1890 nos lo recuerda León XIII.
Ya desde el principio, la encíclica Sapientiae christianae, nos habla sobre los fines para los cuales se crea la sociedad, de una manera como no siempre se presenta ahora, cuando generalmente se piensa de una manera simplificada, que el fin de la sociedad es, entre todos buscar el bien común. La pregunta que nos podríamos hacer enseguida, es ¿y cuál se considera que es el bien común?
León XIII nos presenta ese bien común teniendo en cuenta en él a Dios; dice que no se forma la sociedad para que el ser humano encuentre en ella su último fin, sino para que en la sociedad y por su medio encuentre la persona humanalos recursos adecuados para conseguir su propia perfección. Por lo tanto, afirma el Papa, que si un gobierno encamina la administración pública solo a lograr ventajas externas, materiales, a conseguir la prosperidad y la cultura para sus ciudadanos, haciendo a Dios a un lado, y no es solícito en el respeto y la defensa de la ley moral, se aparta de modo deplorable del camino recto y de los mandatos de la naturaleza. Afirma León XIII que una sociedad así, no se debe tener por sociedad o por una comunidad de seres humanos, pues son solo como una engañosa imitación o apariencia de sociedad.
Se refiere luego León XIII a cómo estaba desapareciendo en su tiempo el respeto y la estima de los preceptos cristianos. Yo me atrevo a preguntar: ¿No se repite o se prolonga esta situación en nuestro tiempo? La forma como hoy se ridiculiza públicamente a la Iglesia por su defensa de la vida y de la institución de la familia, se puede comparar con la situación en tiempos de León XIII, de la que afirma: “Una sorprendente prueba de la disminución y del debilitamiento de la fe cristiana se ve en los insultos contra la Iglesia Católica, abierta y públicamente, insultos que ciertamente no se habrían tolerado en una época en que se estimaba la religión.
Deberes ante la fe amenazada
En Sapientae christianae, De la sabiduría cristiana, el papa León XIII nos dice lo que se espera de los creyentes en defensa de la fe amenazada. Nos había observado que el conflicto en que puede estar un ciudadano, ante la disyuntiva de si obedecer una ley humana o a lo que Dios ordena, nos remite al evangelio, cuando Jesús nos enseña que “Nadie puede servir a dos señores”, en Mat 6,24. Esta reflexión nos advierte que en un caso así, en que hay que escoger entre la autoridad humana y la divina, hay que escoger a uno de los dos, hay que tomar partido, no se puede ser neutral. Entonces, qué debe escoger el creyente; es obvio que tiene que escoger a Dios y en una necesidad extrema de defensa de la fe, el cristiano debe estar preparado para sufrirlo todo, hasta la misma muerte, antes que abandonar la causa de Dios o de la Iglesia. Son palabras de León XIII en Sapientiae christianae. Y el Evangelio es claro al respecto, nos recuerda León XIII la respuesta de Pedro y otros apóstoles a las autoridades que los conminaban a obedecer un mandato injusto: en Hechos 4,18 y 5,29: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.
Esta enseñanza sigue siendo actual. Hemos oído muchas veces a ciertas autoridades de la justicia, pretender que los médicos practiquen el aborto porque deben obedecer a la Corte Constitucional. Lo mismo hoy, cuando se pretende obligar a notarios y jueces que presencien “matrimonios” entre personas del mismo sexo.
Añade León XIII que las órdenes que sean adversas al honor debido a Dios y que por lo tanto sobrepasan el ámbito de la justicia, deben considerarse cualquier cosa, menos leyes. Y añade esta frase tajante: “si leyes humanas contienen órdenes judiciales contrarias a la ley eterna de Dios, es correcto no obedecerles” (Sapientiae christianae).
Deber de estudiar en profundidad la doctrina
El papa León XIII aborda en su encíclica Sapientiae christianae un asunto que tiene tanta vigencia hoy, como la tuvo en su tiempo. Se refiere el Papa a la obligación del creyente de conservar y hacer crecer su fe por el conocimiento de la doctrina. Dice el Papa: “Para salvaguardar esta virtud de la fe en su integridad, declaramos que es muy provechoso y de acuerdo con lo que pide la época, que cada uno, en medida de su capacidad e inteligencia, deba estudiar en profundidad la doctrina cristiana, y llenar su mente de un conocimiento tan perfecto como sea posible en aquellas materias que se cruzan con la religión y están dentro del ámbito de la razón.
El Papa nos pide esto, en la medida de las posibilidades de cada uno. Me preocupa que hoy se ve este interés por mejorar en el conocimiento de la doctrina, solo en algunos medios, no es algo generalizado y hay personas que no consideran necesario este estudio o no encuentran cuándo ni dónde hacerlo.
Pero la ciencia ha progresado tanto que muchos de nuestros fieles están desamparados para ir a ese mismo paso en el conocimiento de la doctrina. Creo que esto lo causan distintas situaciones. Algunas personas no tienen realmente tiempo. El trabajo los copa. Otros no tienen interés; se rebuscan el tiempo para el gimnasio, pero estudiar es demasiado duro para añadirlo a la jornada. Otra causa es la falta de vocaciones sacerdotales y religiosas, y como no hay suficientes misioneros, tampoco aparecen discípulos dispuestos a aprender. Añádase que la carga de trabajo de muchos párrocos no les permite dedicar tiempo a prepararse ni a atender grupos interesados en estudiar la doctrina; tampoco hay suficientes religiosos ni religiosas que puedan darles una mano.
León XIII nos instruye en Sapientiae christianae, que es deber del cristiano, no solo conservar y acrecentar su fe, que es el primer deber, sino que es deber suyo también defenderla públicamente. Y para saber defender nuestra fe, necesitamos conocerla bien. Qué importante es dedicarle tiempo a estudiarla. La Radio María nos da una oportunidad de hacerlo.
Me parece que algunas personas tienen más necesidad de profundizar en su fe, por su profesión, por el medio en donde se desenvuelven, porque corren mayor peligro de encontrarse intelectualmente desarmados ante las incursiones contra la fe de sus colegas y amigos. La obligación de defender la fe no desaparece, sino que se hace más evidente la necesidad de estudiarla y pedirla en la oración. Como los apóstoles que pidieron al Señor: “Señor auméntanos la fe” Lc 17,5s.
El santo padre León XIII afirma que por la descristianización de la sociedad, una increíble multitud de seres humanos tienen el peligro de no alcanzar la salvación y dice que naciones enteras no pueden permanecer ya incólumes, pues cuando declinan las instituciones cristianas y la moralidad, los mismos fundamentos de la sociedad desaparecen con ellas.
¿Y cuáles son los deberes del cristiano, como ciudadano, para defender a la sociedad en este momento de peligro? nos podemos preguntar hoy nosotros. León XIII respondió a los cristianos de todos los tiempos en su encíclica Sapientiae christianae, De la sabiduría cristiana, y presenta por partes los deberes del ciudadano cristiano: el deber de amor a la patria, tanto la terrena como la patria celestial, los deberes frente a los enemigos de la Iglesia, el deber de propagar el evangelio, la necesidad de la unidad y la disciplina de los creyentes en esta lucha, la Iglesia y los partidos políticos, el deber de la caridad, los derechos de los padres. Habría que dedicar demasiados programas para tratar todos estos temas. En lo que queda de esta reflexióny en las próximas, vamos a tomar solo los que se refieren más directamente a las obligaciones del católico en la parte política de organización de la sociedad.
Deberes del cristiano con la patria y la sociedad
Empecemos por los deberes de los cristianos con la patria y con la Iglesia. Es muy importante que refresquemos estas enseñanzas en una época en que se tiene poco conocimiento de lo que es la Iglesia y nuestros deberes con ella. Basta leer lo que nos dice León XIII en Sapientiae christianae: empieza con el amor a la patria:
No puede dudarse de que en la vida práctica son mayores en número y gravedad los deberes de los cristianos que los de quienes, o tienen de la religión católica ideas falsas, o la desconocen por completo. Cuando, redimido el linaje humano, Jesucristo mandó a los Apóstoles predicar el Evangelio a toda criatura, impuso también a todos los hombres la obligación de aprender y creer lo que les enseñasen; y al cumplimiento de este deber va estrechamente unida la salvación eterna. “El que creyere y fuere bautizado será salvo, pero el que no creyere se condenará” (Mc 16,16). Pero al abrazar el hombre, como es deber suyo, la fe cristiana, por el mismo acto se constituye en súbdito de la Iglesia, como engendrado por ella, y se hace miembro de aquella amplísima y santísima sociedad, cuyo régimen, bajo su cabeza visible, Jesucristo, pertenece, por deber de oficio y con potestad suprema, al Romano Pontífice.
Ahora bien: si por ley natural estamos obligados a amar especialmente y defender la sociedad en que nacimos, de tal manera que todo buen ciudadano esté pronto a arrostrar aun la misma muerte por su patria, deber es, y mucho más apremiante en los cristianos, hallarse en igual disposición de ánimo para con la Iglesia. Porque la Iglesia es la ciudad santa del Dios vivo, fundada por Dios, y por El mismo establecida, la cual, aunque peregrina sobre la tierra, llama a todos los hombres, y los instruye y los guía a la felicidad eterna allá en el cielo. Por consiguiente, se ha de amar la patria donde recibimos esta vida mortal, pero más entrañable amor debemos a la Iglesia, de la cual recibimos la vida del alma, que ha de durar eternamente; por lo tanto, es muy justo anteponer a los bienes del cuerpo los del espíritu, y frente a nuestros deberes para con los hombres son incomparablemente más sagrados los que tenemos para con Dios.