La concepción cristiana del estado
En el programa anterior estudiamos las enseñanzas del papa León XIII en la encíclica Immortale Dei sobre la constitución cristiana del estado, en la que el santo padre presenta las dos concepciones del estado: la cristiana y la que estaba en boga y se imponía en su tiempo, y que llamaban un “derecho nuevo”, porque presentaba una concepción nueva del estado. Esta nueva idea sobre el estado presentaba un obstáculo serio a la labor de la Iglesia en el mundo, porque le atribuía un papel muy limitante para la evangelización, que es su razón de existir.
Este es un asunto que tiene que ver con la DSI, porque se trata de la organización de la sociedad influida fuertemente por la idea que se tenga de lo que es el estado y de las funciones que le corresponden. Por eso la política se trata en la DSI.
La concepción del estado, que se abrió camino especialmente desde la revolución francesa, tenía como fundamento la filosofía de la libertad absoluta que no aceptaba ninguna autoridad que la reglamentara sino a su propia razón.
Como ya vimos, en las consecuencias prácticas de la concepción del estado que desde el siglo XIX llaman el estado liberal, se aprecian claras diferencias con la doctrina católica, desde la comprensión misma de la comunidad formada por seres humanos, porque según la doctrina católica, estamos ordenados naturalmente a asociarnos con nuestros semejantes. Las razones nos las da León XIII con estas palabras en el N° 2 de Immortale Dei:
El hombre no puede procurarse en la soledad todo aquello que la necesidad y la utilidad de la vida corporal exigen, como tampoco lo conducente a la perfección de su espíritu. Por esto la providencia de Dios ha dispuesto que el hombre nazca inclinado a la unión y asociación con sus semejantes, tanto doméstica como civil, la cual es la única que puede proporcionarle la perfecta suficiencia para la vida.
Una persona desprevenida que lea esas palabras de León XIII, las encontrará perfectamente lógicas; la experiencia nos muestra todos los días que necesitamos de los demás, que la única manera de progresar es uniéndonos, es algo que brota de la manera de ser los seres humanos, necesitamos vivir juntos. Y si observamos en l naturaleza, hasta los animales se juntan en manadas para ayudarse. A diferencia de esa concepción cristiana de la sociedad, el derecho nuevo sostiene que los seres humanos de asocian en una comunidad política, no porque tengan necesidad de hacerlo, sino por un acuerdo libre entre voluntades que se concreta por lo que llamaron “contrato social”. Son consecuencias de la concepción de la libertad absoluta.
Esa concepción de la que he venido hablando como de algo del pasado, realmente sigue vigente entre muchos políticos que se guían por la filosofía de la libertad absoluta. Por eso ahora en no pocas situaciones, esas personas defienden posiciones contrarias a la doctrina católica; arguyen, por ejemplo, que defienden el aborto en defensa de la libertad de la mujer con su propio cuerpo. El martes 16 de julio, el columnista de El Tiempo Sergio Muñoz Bata, en un artículo sobre la posición de los republicanos en cuanto a varias situaciones en los EE.UU. (Pg. 19) utiliza ese conocido lenguaje equívoco a propósito del aborto, cuando afirma que los republicanos no atiende a la mayoría de mujeres porque… siguen “legislando” las “dolorosas decisiones que las mujeres tienen que hacer con su cuerpo y con su espíritu”. Parece a él no preocuparle el derecho a la vida de la criatura que llevan en su seno las mujeres embarazadas, vida que es independiente, no la misma vida de la madre y que tiene sus propios derechos. Sin embargo, el señor Muñoz Bata parece dejar un resquicio para las consecuencias dolorosas que el aborto suscita en la psicología y en el espíritu de la mujer abortista, al utilizar la expresión “las dolorosas decisiones que las mujeres tienen que hacer con su cuerpo y con su espíritu”.
Argumentos con que defienden el aborto y la eutanasia
Origen y necesidad de la autoridad
Esas mismas personas que defienden el aborto basados en su filosofía de la libertad absoluta defienden la eutanasia, en consonancia con esa misma filosofía de la absoluta libertad, porque apoyan la eutanasia basados en la autonomía de la persona para disponer de su vida.
Por lo que hemos expuesto se comprende que la forma como se conciba el estado en cuanto a su origen y a sus funciones, tiene serias consecuencias en la vida diaria de la sociedad. Recordemos que esa concepción del estado, del que depende su organización y su funcionamiento, tiene también consecuencias en la interpretación de la función de la autoridad en la sociedad. Veamos lo que opinan los librepensadores sobre el origen de la autoridad a diferencia de la doctrina católica presentada por León XIII:
León XIII nos enseña en la Immortale Dei, que “Para el cristiano la autoridad es necesaria a la sociedad y proviene de Dios, que es el verdadero Señor de todas las cosas”. Por su parte,según el llamado “derecho nuevo”, la autoridad no se funda en Dios sino en la voluntad del pueblo que transmite una delegación para mandar. Ahora entendemos por qué en la Constitución del 91 se cambió su preámbulo que reconocía la suprema autoridad de Dios y empezaba con las palabras: En nombre de Dios, suprema autoridad. La constitución del 91 dice en el artículo 3 de su preámbulo: La soberanía reside exclusivamente en el pueblo, del cual emana el poder público. El pueblo la ejerce en forma directa o por medio de sus representantes, en los términos que la Constitución establece.
La mención de Dios de la Constitución del 86 se cambia en la del 91 por la afirmación de que el poder soberano tiene su origen en el pueblo de Colombia, y el reconocimiento del poder de Dios lo cambia por un tibio: “invoca la protección de Dios” y concluye que, en ejercicio del poder soberano del pueblo, la Asamblea Nacional Constituyente sanciona y promulga la nueva Constitución política.
La encíclica Immortale Dei afirma la necesidad de la autoridad que surge y se deriva de la misma naturaleza y por lo tanto de Dios, autor de la naturaleza. Leamos en los números 2 y 10:
… ninguna sociedad puede conservarse sin un jefe supremo que mueva a todos y cada uno con un mismo impulso eficaz, encaminado al bien común. Por consiguiente, es necesaria en toda sociedad humana una autoridad que la dirija. Autoridad que, como la misma sociedad, surge y deriva de la Naturaleza, y, por tanto, del mismo Dios, que es su autor. De donde se sigue que el poder público, en sí mismo considerado, no proviene sino de Dios. Sólo Dios es el verdadero y supremo Señor de las cosas. Todo lo existente ha de someterse y obedecer necesariamente a Dios. Hasta tal punto, que todos los que tienen el derecho de mandar, de ningún otro reciben este derecho si no es de Dios, Príncipe supremo de todos. «No hay autoridad sino pos Dios» (Rom 13,1).
Es suficiente el anterior repaso y ampliación de nuestra reflexión anterior. Continuemos con la Immortale Dei.
Relación Iglesia-Estado
Era inevitable que la encíclica como consecuencia lógica, tocara lo referente a la relación entre la Iglesia y el estado, después de tratar sobre la diferencia entre la concepción del cristianismo y la de la filosofía de la libertad absoluta sobre el estado y sobre la autoridad. Y es también lógico, que esas concepciones distintas tuvieran efectos en el manejo de la sociedad y de instituciones como la educación. Si repasamos la historia de Colombia encontramos hechos interesantes: el presidente José Hilario López trajo protestantes para reemplazar a los maestros católicos en las escuelas públicas, fue él quien desterró al arzobispo de Bogotá, Monseñor Mosquera. Observemos qué filosofía tenían los presidentes que expulsaron a los jesuitas, que confiscaron los bienes de la Iglesia, que laicizaron las escuelas. Es que la filosofía que defiende la libertad absoluta se manifiesta en la vida y organización de la sociedad.
La Iglesia debe cumplir con la misión universal que Jesucristo le encomendó y según las palabras del Señor: “Vayan y hagan discípulos entre todos los pueblos… y enséñenles todo lo que yo les he mandado.”Esa misión se debe cumplir entre todos los pueblos y es normal que para cumplirla, la Iglesia deba entablar relaciones con los estados y desde el principio encontró que habría de encontrar oposición, inclusive sangrienta, como fue el caso del imperio romano.
A lo largo de la historia se han presentado diversas reacciones ante la presencia del cristianismo y la Iglesia ha ido adaptando sus métodos de evangelización. La relación de la Iglesia con el imperio chino, por ejemplo en una época de aislamiento total del mundo occidental de esa inmensa nación, se logró por el acercamiento con sus costumbres y a través de las matemáticas y de la astronomía. Es conocida la labor del padre Ricci, jesuita italiano. Su intensa labor en China supuso el mayor intercambio cultural entre Europa y China hasta aquel momento. Gracias a Ricci, los conocimientos técnicos, matemáticos y cartográficos de Europa entraron en China, y fue él quien fundó las primeras comunidades católicas en el país (Wikipedia).
Con esos métodos el P. Ricci logró dar a conocer el evangelio de manera que penetró profundamente en el pueblo chino y ha logrado mantenerse a pesar de las persecuciones de distinta clase de dictaduras, que han utilizado para atacarla, desde la cárcel en tiempos del comunismo maoísta, hasta el intento de dividir a la Iglesia con una jerarquía de obispos cismáticos aprobados por el gobierno, y contra una iglesia auténtica, fiel, que tiene que actuar en la clandestinidad.
Como vemos la posición de la Iglesia sobre esta relación Iglesia-Estado ha estaba condicionada por el pasado, por sus experiencias con distintos gobiernos; ha debido reaccionar frente a actitudes muy hostiles a la Iglesia, unas, y otras benevolentes, a medida que el evangelio fue transformando a esos pueblos.
Kunyu Wanguo Quantu, Mapa del mundo elaborado por Giulio Aleni, basado en el precedente de Matteo Ricci en China.
Sin la libertad religiosa, que la Iglesia ha defendido siempre, no le sería posible cumplir la misión universal que Jesús le encomendó. No siempre la ha conseguido, y aun ahora, en pleno siglo XXI, hay regiones extensas donde se procura entorpecer y en algunos lugares impedir, que el evangelio se predique. En Europa, que llegó a ser cristiana, hoy en algunos países se impide el uso público del crucifijo.
La Iglesia tiene una misión divina, porque Jesucristo se la encomendó, y como institución divina y humana está al mismo tiempo compuesta por seres humanos imperfectos encargados de esa misión, y aunque ayudados por la gracia, cargamos con las imperfecciones, herencia del pecado original; por eso la Iglesia ha tenido imperfecciones que debe corregir para ser fiel. Por esta razón, en su camino de construcción del reino, la Iglesia ha experimentado la conducción de personas admirables y también de personajes que llegaron a las altas dignidades eclesiásticas, con frecuencia no por sus virtudes sino por las influencias políticas del estado que se inmiscuyó en el gobierno de la Iglesia.
Como nos damos cuenta, de la historia de la Iglesia no conocemos lo suficiente. Es muy importante que recordemos que todavía en el tiempo de ese gran pontífice León XIII, el obispo de Roma cargaba sobre sus hombros no solo la dignidad de cabeza de la Iglesia católica sino la de jefe del estado vaticano con un territorio amplio, que le cedió el emperador Constantino después de su conversión. Esa herencia terrena solo terminó en tiempos modernos, cuando el 11 de febrero de 1929, el secretario de estado cardenal Pietro Gasparri en representación del papa Pío XI, y Benito Mussolini en representación del rey de Italia Víctor Manuel III, firmaron el Tratado de Letrán. Por ese tratado a la Santa Sede le fue reconocida una extensión de 44 hectáreas con la categoría de estado soberano y así, con la anexión definitiva del resto del territorio italiano al reino de Italia terminó la unificación de ese reino y terminó la soberanía civil del papa sobre ese territorio.
Firma del Tratado de Letrán (tomada de Wikipedia)
La Iglesia no ha pretendido usurpar su puesto a las autoridades públicas sino una sincera concordia en que cada cual debe cumplir con las funciones que le corresponden. No siempre ha tenido éxito este deseo de concordia, sobre todo en épocas en que los poderes eclesiásticos y civiles entraban en conflictos políticos. Cuando el papa fungía como soberano civil de los Estados Pontificios, entraba a veces en conflictos con los demás soberanos de Europa.
El papa Bonifacio VIII, en la edad media, quien gobernó a la Iglesia entre 1204 y 1303 puede servirnos de ejemplo de algunas intervenciones en la política de los estados. Así como consiguió que solucionaran sus diferencias el rey de Aragón y el rey de Sicilia, no tuvo suerte con el rey de Francia Felipe IV el Hermoso. Algunos historiadores consideran un fracaso su pontificado desde el punto de vista de relaciones con los soberanos de Europa.
Sin embargo desde el punto de vista doctrinal, su bula Unam sanctam nos muestra un pontífice centrado en la verdad. Leamos unas líneas que se refieren a las relaciones de la Iglesia y el Estado ya en la Edad Media:
Dios ha repartido … el gobierno del género humano entre dos poderes: el poder eclesiástico y el poder civil. El poder eclesiástico, puesto al frente de los intereses divinos. El poder civil, encargado de los intereses humanos. Ambas potestades son soberanas en su género.
Es importante tener presente el reconocimiento de que la autoridad viene de Dios, como lo expone León XIII, tiene como consecuencia la obediencia debida a esa autoridad pero no se matricula la Iglesia en una forma particular de gobierno; cualquier forma de gobierno es lícita con tal de que la autoridad se ejerza a favor del bien común. Dice así en el N° 2 de Immortale Dei:
Por otra parte, el derecho de mandar no está necesariamente vinculado a una u otra forma de gobierno. La elección de una u otra forma política es posible y lícita, con tal que esta forma garantice eficazmente el bien común y la utilidad de todos. Pero en toda forma de gobierno los jefes del Estado deben poner totalmente la mirada en Dios, supremo gobernador del universo, y tomarlo como modelo y norma en el gobierno del Estado.
Según el pensamiento cristiano, el modelo del gobernante debe ser Dios, y leamos la advertencia a los malos gobernantes a continuación:
Por tanto, el poder debe ser justo, no despótico, sino paterno, porque el poder justísimo que Dios tiene sobre los hombres está unido a su bondad de Padre. Pero, además, el poder ha de ejercitarse en provecho de los ciudadanos, porque la única razón legitimadora del poder es precisamente asegurar el bienestar público. No se puede permitir en modo alguno que la autoridad civil sirva al interés de uno o de pocos, porque está constituida para el bien común de la totalidad social. Si las autoridades degeneran en un gobierno injusto, si incurren en abusos de poder o en el pecado de soberbia y si no miran por los intereses del pueblo, sepan que deberán dar estrecha cuenta a Dios. Y esta cuenta será tanto más rigurosa cuanto más sagrado haya sido el cargo o más alta la dignidad que hayan poseído.