Reflexión 234 Caritas in veritate, Cap. V Dios en el Estado

Diciembre 15, 2011

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Cómo saber si una cultura o una religión contribuyen al bien común

 En nuestro estudio de la DSI habíamos avanzado en el capítulo quinto de Caritas in veritate, Caridad en la verdad, la encíclica de Benedicto XVI. Vamos a continuar en el que será el último programa de este año. El próximo, el 22 de diciembre, si Dios quiere, lo dedicaremos a reflexionar sobre el sentido de la Navidad.

Leamos el N° 56 de Caritas in veritate. Recordemos que el Santo Padre afirma que el desarrollo necesita el aporte de las religiones y de las culturas de los diversos pueblos; manifiesta así respeto por las otras religiones y por otras culturas distintas de las nuestras y defiende también la libertad religiosa. Al mismo tiempo el Papa advierte que es necesario un adecuado discernimiento, porque  La libertad religiosa no significa indiferentismo religioso y no comporta que todas las religiones sean iguales. El Papa invita a diferenciar entre la contribución de las culturas y de las religiones en la construcción de la comunidad social en el respeto del bien común. Nos dice que criterios para ese discernimiento, además del respeto al bien común, son además la caridad y la verdad. De manera que para saber si una cultura o una religión contribuye al desarrollo de la sociedad, nos podemos preguntar si esa cultura o esa religión respetan el bien común y si practican la caridad y la verdad. Religiones o culturas que hacen de la segregación, de la violencia, de la mentira, del individualismo, sus normas de vida, no aportan al desarrollo de los pueblos, de la sociedad.

Derecho de los creyentes a defender sus verdades

En el mismo número 56 de Caridad en la verdad nos enseña el papel de la religión en la vida pública. Leamos con atención esas palabras de Benedicto XVI. Hoy hay una confusión sobre el derecho de los creyentes a defender sus posiciones en asuntos como la familia, el aborto y la eutanasia, y esgrimen como gran argumento a su favor, que Colombia es un estado laico. Como enseguida leeremos, negar a los creyentes el derecho a profesar públicamente su religión y a trabajar para que las verdades de la fe inspiren también la vida pública, tiene consecuencias negativas sobre el verdadero desarrollo. Dos posiciones son  dañinas para la sociedad: por una parte, la exclusión de la religión, que es la exclusión de Dios, y por otra el fundamentalismo religioso, porque ambas posiciones dividen; en palabras del Papa, impiden el encuentro entre las personas y su colaboración para el progreso de la humanidad.

Ordenar lo creado al verdadero bien del hombre: misión del católico laico

Si se negara a los laicos creyentes el derecho a trabajar en la política porque las verdades de la fe inspiren la vida pública se les negaría el derecho a cumplir con su misión de “ordenar lo creado al verdadero bien del hombre”, como nos enseña Juan Pablo II en el N° 14 de la exhortación apostólica Christifideles laici, sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo. Como lo enseña el Concilio Vaticano II en el N° 43 de la Constitución Gaudium et spes: A la conciencia bien formada del seglar toca lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena. De ese deber no todos los congresistas se acuerdan cuando aprueban o niegan las leyes que rigen la república. Algunos sí tuvieron hace poco la valentía en el congreso de defender la vida desde el momento de la concepción, aunque fueran tachados de retrógrados. Hoy no defender la vida de los bebés es lo destacable en los medios no creyentes.

La Regla de Oro

Nos podemos preguntar si la sociedad sería mejor sin Dios, sin el respeto a las normas morales de los 10 mandamientos. Si es mejor que el ser humano se crea dueño absoluto de sí, que cree sus normas de vida según sus conveniencias particulares y que su relación con los demás, en vez de guiarse por la regla de oro que Jesucristo enseñó, se guíen  por el gusto o el interés individual de cada uno. La regla de oro la encontramos en Mt 7,6 y dice: …cuanto quieran ustedes que les hagan los hombres, háganselo ustedes a ellosEsa regla del Evangelio se ha convertido en una norma universal de conducta, aunque según las culturas la formulen de diversas maneras; una muy común se formula de modo negativo: No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti. Esa manera de entender la regla de oro abarca solo el no hacer daño a otros. El Evangelio es positivo, invita a actuar, no sólo a no hacer daño sino a hacer el bien: trata a los demás como quieres que te traten a ti.

Leamos las palabras textuales del Papa en el N° 56 de Caridad en la verdad:

La negación del derecho a profesar públicamente la propia religión y a trabajar para que las verdades de la fe inspiren también la vida pública, tiene consecuencias negativas sobre el verdadero desarrollo. La exclusión de la religión del ámbito público, así como, el fundamentalismo religioso por otro lado, impiden el encuentro entre las personas y su colaboración para el progreso de la humanidad. La vida pública se empobrece de motivaciones y la política adquiere un aspecto opresor y agresivo. Se corre el riesgo de que no se respeten los derechos humanos, bien porque se les priva de su fundamento trascendente, bien porque no se reconoce la libertad personal. En el laicismo y en el fundamentalismo se pierde la posibilidad de un diálogo fecundo y de una provechosa colaboración entre la razón y la fe religiosa. La razón necesita siempre ser purificada por la fe, y esto vale también para la razón política, que no debe creerse omnipotente. A su vez, la religión tiene siempre necesidad de ser purificada por la razón para mostrar su auténtico rostro humano. La ruptura de este diálogo comporta un coste muy gravoso para el desarrollo de la humanidad.

El sufrimiento como una oportunidad

Vienen muy al caso estas reflexiones: sin Dios, La vida pública se empobrece de motivaciones y la política adquiere un aspecto opresor y agresivo. ¿No es mucho más rica la fuente de motivaciones para actuar a favor del bien común, cuando se fundamenta uno en el mayor mandamiento, el del amor, que cuando se acude a motivos puramente humanos? Cuando se funda el trabajo por los demás, por la comunidad, por los pobres, en las enseñanzas de la Palabra, la motivación inspira a esos héroes, que llamamos santos. Los religiosos mercedarios, fundados por San Pedro Nolasco en el siglo XIII, tenían como misión la misericordia para con los cristianos cautivos en manos de los musulmanes. Muchos de los miembros de la orden canjearon sus vidas por la de presos y esclavos.  En nuestra época, La Beata Madre Teresa de Calcuta cuidaba a los leprosos con un amor que es incapaz de inspirar una buena paga en dinero terrenal. Fundadas en el amor que inspira la fe, las madres reciben a sus hijos que nacen con alguna incapacidad, como un gran regalo para sus vidas. Mientras el no creyente piensa que quitarse la vida para evitar el sufrimiento es una buena opción para irse de una fiesta aburrida,[1] el creyente ve el sufrimiento como una oportunidad de merecer y se conforta en el dolor redentor de Jesucristo.

La política que excluye a Dios se vuelve agresiva

Hace poco volví al centro de Bogotá y me entristeció e indignó ver el frente de una iglesia católica muy querida, muy respetada en Colombia, la iglesia de la Veracruz, llena de letreros pintados en la pared y en la puerta, letreros que son blasfemias, es decir insultos a Dios. Esa es nuestra patria hoy. Este templo de la Veracruz, en Bogotá, fue declarada Panteón Nacional, porque allí fueron sepultados varios mártires de la patria, en la persecución del llamado Pacificador Morillo, en la guerra de la independencia.

Sí, la política adquiere un aspecto agresivo, si de ella se excluye a Dios; y adquiere un aspecto opresor: tras la fachada de defender la libertad, se defiende lo infendible y con el argumento de la libertad de expresión se ataca lo más sagrado. Cuando se piensa y se actúa en esa forma, el ser humano está confundido, alienado, ha perdido la brújula de su vida; como antes nos había dicho el Papa en esta misma encíclica Caridad en la verdad, El hombre está alienado cuando vive solo o se aleja de la realidad, cuando renuncia a pensar y creer en un Fundamento[2]. Toda la humanidad está alienada cuando se entrega a proyectos exclusivamente humanos, a ideologías y utopías falsas.

Siguiendo con su enseñanza, el Papa afirma que

En el laicismo y en el fundamentalismo se pierde la posibilidad de un diálogo fecundo y de una provechosa colaboración entre la razón y la fe religiosa. La razón necesita siempre ser purificada por la fe, y esto vale también para la razón política, que no debe creerse omnipotente. A su vez, la religión tiene siempre necesidad de ser purificada por la razón para mostrar su auténtico rostro humano. La ruptura de este diálogo comporta un coste muy gravoso para el desarrollo de la humanidad.

Laicismo según la Gran Logia Nacional de Colombia

El laicismo se cierra al diálogo cuando niega del todo, el derecho de la persona de fe a opinar en política de acuerdo con sus creencias. La Gran Logia Nacional de Colombia, con sede en Barranquilla, en defensa de la que llama la utopía laica afirma que aspira por

Una sociedad donde el hombre sea el criterio último… La utopía laica Es la convicción de que todo se decide aquí y ahora. Porque no existe el “más allá” …y el sueño de eternidad forjado por las culturas antiguas y las religiones de aquí y de otras partes no es más que un señuelo, solo nos resta aceptar el duelo de los dioses… y asumir el absurdo de la vida limitada desesperadamente a estas pocas decenas de años que separan el nacimiento de la muerte, límites absolutos de nuestro fin… [3]

Es fácil comprender que los políticos y magistrados miembros de la masonería, que lleguen a cargos que deciden el futuro del país, traten de seguir esos criterios, basados en que no existe el más allá, que la eternidad es solo un señuelo, es decir un invento para atraer incautos, que los límites absolutos de la existencia del hombre son las pocas decenas de años que podamos vivir en la tierra, y se sentirán fortalecidos en sus decisiones políticas porque según su criterio: todo se decide aquí y ahora. Si se refirieran a que su vida eterna se decide aquí y ahora, según sus obras, estaría bien, pero se refieren a que no existe el más allá.

Maneras de entender y vivir la laicidad

Como hoy se esgrime con frecuencia el argumento de que Colombia es un estado laico desde la Constitución del 91, es importante comprender lo que es la laicidad y si hay diferencia entre ese término y el otro de laicismo.

Nadie mejor que Benedicto XVI nos puede dar una lección sobre este asunto. Voy a leer algunos párrafos de su discurso a juristas católicos el 9 de diciembre de 2006:

En el mundo de hoy la laicidad se entiende de varias maneras: no existe una sola laicidad, sino diversas, o, mejor dicho, existen múltiples maneras de entender y vivir la laicidad, maneras a veces opuestas e incluso contradictorias entre sí.

Basándose en estas múltiples maneras de concebir la laicidad, se habla hoy de pensamiento laico, de moral laica, de ciencia laica, de política laica. En efecto, en la base de esta concepción hay una visión a-religiosa de la vida, del pensamiento y de la moral, es decir, una visión en la que no hay lugar para Dios, para un Misterio que trascienda la pura razón, para una ley moral de valor absoluto, vigente en todo tiempo y en toda situación. Solamente dándose cuenta de esto se puede medir el peso de los problemas que entraña un término como laicidad, que parece haberse convertido en el emblema fundamental de la posmodernidad, en especial de la democracia moderna.

Por tanto, todos los creyentes, y de modo especial los creyentes en Cristo, tienen el deber de contribuir a elaborar un concepto de laicidad que, por una parte, reconozca a Dios y a su ley moral, a Cristo y a su Iglesia, el lugar que les corresponde en la vida humana, individual y social, y que, por otra, afirme y respete “la legítima autonomía de las realidades terrenas”, entendiendo con esta expresión -como afirma el concilio Vaticano II- que “las cosas creadas y las sociedades mismas gozan de leyes y valores propios que el hombre ha de descubrir, aplicar y ordenar paulatinamente” (Gaudium–et–spes,–36).

Legitimidad de la autonomía de las realidades terrenas


Esta autonomía es una “exigencia legítima, que no sólo reclaman los hombres de nuestro tiempo, sino que está también de acuerdo con la voluntad del Creador, pues, por la condición misma de la creación, todas las cosas están dotadas de firmeza, verdad y bondad propias y de un orden y leyes propias, que el hombre debe respetar reconociendo los métodos propios de cada ciencia o arte” (ib.). Por el contrario, si con la expresión “autonomía de las realidades terrenas” se quisiera entender que “las cosas creadas no dependen de Dios y que el hombre puede utilizarlas sin referirlas al Creador”, entonces la falsedad de esta opinión sería evidente para quien cree en Dios y en su presencia trascendente–en—el—mundo—creado-(cf.–ib.).

La sana laicidad: autonomía de la esfera eclesiástica pero no del orden moral


Esta afirmación conciliar constituye la base doctrinal de la “sana laicidad”, la cual implica que las realidades terrenas ciertamente gozan de una autonomía efectiva de la esfera eclesiástica, pero no del orden moral. Por tanto, a la Iglesia no compete indicar cuál ordenamiento político y social se debe preferir, sino que es el pueblo quien debe decidir libremente los modos mejores y más adecuados de organizar la vida política. Toda intervención directa de la Iglesia en este–campo—sería—una—injerencia–indebida.

El Estado frente a la religión


Por otra parte, la “sana laicidad” implica que el Estado no considere la religión como un simple sentimiento individual, que se podría confinar al ámbito privado. Al contrario, la religión, al estar organizada también en estructuras visibles, como sucede con la Iglesia, se ha de reconocer como presencia comunitaria pública. Esto supone, además, que a cada confesión religiosa (con tal de que no esté en contraste con el orden moral y no sea peligrosa para el orden público) se le garantice el libre ejercicio de las actividades de culto -espirituales, culturales, educativas y caritativas de la comunidad de los–creyentes.

Laicismo, degeneración de la laicidad

A la luz de estas consideraciones, ciertamente no es expresión de laicidad, sino su degeneración en laicismo, la hostilidad contra cualquier forma de relevancia política y cultural de la religión; en particular, contra la presencia de todo símbolo religioso en las instituciones–públicas.

Legitimidad de la Iglesia de pronunciarse sobre problemas morales

Tampoco es signo de sana laicidad negar a la comunidad cristiana, y a quienes la representan legítimamente, el derecho de pronunciarse sobre los problemas morales que hoy interpelan la conciencia de todos los seres humanos, en particular de los legisladores y de los juristas. En efecto, no se trata de injerencia indebida de la Iglesia en la actividad legislativa, propia y exclusiva del Estado, sino de la afirmación y de la defensa de los grandes valores que dan sentido a la vida de la persona y salvaguardan su dignidad. Estos valores, antes de ser cristianos, son humanos; por eso ante ellos no puede quedar indiferente y silenciosa la Iglesia, que tiene el deber de proclamar con firmeza—la—verdad—sobre—el—hombre—y—sobre—su–destino.

Queridos juristas, vivimos en un período histórico admirable por los progresos que la humanidad ha realizado en muchos campos del derecho, de la cultura, de la comunicación, de la ciencia y de la tecnología. Pero en este mismo tiempo algunos intentan excluir a Dios de todos los ámbitos de la vida, presentándolo como antagonista del hombre. A los cristianos nos corresponde mostrar que Dios, en cambio, es amor y quiere el bien y la felicidad de todos los hombres. Tenemos el deber de hacer comprender que la ley moral que nos ha dado, y que se nos manifiesta con la voz de la conciencia, no tiene como finalidad oprimirnos, sino librarnos del mal y hacernos felices. Se trata de mostrar que sin Dios el hombre está perdido y que excluir la religión de la vida social, en particular la marginación del cristianismo, socava las bases mismas de la convivencia humana, pues antes de ser de orden social y político, estas bases son de orden moral.

[Traducción distribuida por la Santa Sede © Copyright 2006 – Libreria Editrice Vaticana] ZS06121711



[1] Felipe Zuleta, en entrevista en el programa “A vivir que son dos días”, en Caracol radio.

[2] Cf. Juan Pablo II, Carta Enc. Centesimus annus, 41

[3] Cf http://glndc.tripod.com/id16.html Muy respetable Gran Logia Nacional de Colombia con sede en Barranquilla, El Laicismo, tomado del Instituto Laico de Estudios Contemporáneos, Chile