Reflexión 232 Caritas in veritate Cap.V

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Capítulo quinto: La Colaboración de la Familia Humana

La semana pasada terminamos el estudio del capítulo cuarto de Caritas in veritate, en español Caridad en la verdad, la encíclica social de Benedicto XVI. Vamos a empezar hoy el capítulo quinto. El título del capítulo quinto de Caritas in veritate es La Colaboración de la Familia Humana. Por el asunto que trata la encíclica, que es el desarrollo integral, es muy llamativo adentrarnos en el papel de la familia en el desarrollo del los pueblos. Ocupa este capítulo  del N° 53 al 67. Es un espacio considerable. Comencemos por presentar un resumen de este capítulo; así sabremos de qué se trata.

La soledad una de las pobrezas humanas más profundas

Comienza este capítulo con la presentación de una situación que se advierte cada vez más preocupante, y que  no es una amenaza, sino una realidad presente: nos dice Benedicto XVI que la soledad es una de las formas más profundas de pobreza que el ser humano puede experimentar;  y todos sabemos que la soledad se está convirtiendo en una característica de esta época, que de modo paradójico, se distingue por sus progresos en los medios de comunicación.

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 Añade la encíclica que el desarrollo se apoya en el reconocimiento de que la raza humana es una familia única, que trabaja en verdadera comunión.[1] Si el desarrollo presupone que la raza humana funcione como una familia, estamos lejos de conseguirlo.

Conectividad pero no comunicación

Es verdad que en nuestra época hay más facilidades para la comunicación de los seres humanos, sin que importen las enormes distancias que nos separen. Sin embargo, como decía en estos días alguien, hay mucha conectividad, pero no por eso hay mayor comunicación. Hay más medios para comunicarnos, gracias, especialmente al desarrollo de internet, pero no por eso el ser humano está mejor comunicado. Tenemos muchos vecinos, pero con frecuencia ni siquiera conocemos sus nombres. Hay comunicación física, pero incompleta: estamos conectados por teléfonos que nunca suenan. Sucede  que a veces falla el que transmite sus pensamientos, sus deseos, sus intereses; no sabe cómo hacerlo; otras veces falla el que recibe esos mensajes, porque no se abre para comprenderlos. También, con frecuencia, fallan los dos.

Una de las pobrezas humanas más profundas es la soledad; como ser espiritual, la criatura humana se define por sus relaciones interpersonales. Su identidad va madurando en la relación con los demás, si esa es relación es auténtica, sin mentiras, sin manipulaciones, sin segundas intenciones. En las relaciones interpersonales vividas con verdad, con franqueza,  utilizando una expresión muy común ahora, en las relaciones interpersonales transparentes, las personas crecen, desarrollan su potencial humano.

La comunidad familiar, cuando es real, de verdad comunidad, no esconde la identidad de los individuos, no camufla a las personas ni a las culturas, sino que más bien, respetando su diversidad, facilita las relaciones de sus integrantes de forma más sincera, más transparente.

Modelos de comunidad perfecta

Podemos decir que los individuos se desarrollan gracias a la inclusión de todos en esa red de relaciones de las personas y de los pueblos, que constituyen así una única familia humana. Esa familia humana hay que construirla en la solidaridad y basados en la justicia y la paz. Los mejores modelos de esa comunidad son, ante todo, la vida perfecta de la Trinidad, y a imitación suya, el amor sacramental de los esposos. Qué lejos están de construir una sociedad solidaria y justa, los que pretenden hacerlo con el uso de la lucha de clases, del odio que incita a la violencia y a la muerte.

 El cristianismo enseña que la capacidad de relacionarse con los demás es un elemento esencial del ser humano.

Otras religiones que promueven las relaciones entre las personas y los pueblos son importantes también para el desarrollo humano integral. Por el contrario, las religiones que dividen a la sociedad en grupos sociales rígidos y así la osifican, la vuelven inflexible, impiden su desarrollo.

Las personas que ostentan poder político necesitan utilizar el discernimiento, es decir la capacidad de distinguir en medio de situaciones confusas, si desean promover la emancipación, la liberación y la inclusión de todos en una verdadera comunidad humana universal.

La capacidad de relacionarse, elemento esencial del ser humano

De manera que, según la encíclica Caritas in veritate,  el cristianismo enseña que la capacidad de relacionarse con los demás es un elemento esencial del ser humano.

Nos enseña también que el cristianismo y las otras religiones  que promueven las relaciones entre las personas y los pueblos son importantes para el desarrollo humano integral y que por el contrario, las religiones que dividen a la sociedad en grupos sociales rígidos, la vuelven inflexible e impiden su desarrollo.

Y, ¿es suficiente que las religiones promuevan las relaciones entre las personas para contribuir al desarrollo? O ¿qué más se requiere? Es indispensable que Dios tenga un lugar en la esfera pública. Hoy no pocos le niegan ese lugar; se esconden tras la afirmación de que el país es un país laico, y para ellos eso significa un país sin Dios, cuando pretenden implantar leyes como el aborto. Se pretende eliminar a Dios de en medio, les estorba. Pretenden tomar decisiones que afectan a todo el país, sin tener en cuenta las bases que lo fundamentan desde los mismos comienzos de la república. Es verdad que en un campo así, en esa oscuridad, las religiones no pueden contribuir al desarrollo. Dios es de la esencia de la religión; las religiones no pueden dejar de ser lo que son.

La exclusión de la religión, por una parte, y el fundamentalismo religioso por otra, son obstáculos para el encuentro entre las personas y su colaboración para el progreso de la humanidad.

La razón necesita ser purificada por la fe y la fe por la razón

No se trata de prescindir tampoco de la razón. Así como la razón necesita siempre ser purificada por la fe, la religión necesita ser purificada por la razón. No puede haber un divorcio entre la fe y a razón.

Leamos las palabras mismas del Papa en los cuatro primeros números de la encíclica.

53. Una de las pobrezas más hondas que el hombre puede experimentar es la soledad. Ciertamente, también las otras pobrezas, incluidas las materiales, nacen del aislamiento, del no ser amados o de la dificultad de amar. Con frecuencia, son provocadas por el rechazo del amor de Dios, por una tragedia original de cerrazón del hombre en sí mismo, pensando ser autosuficiente, o bien un mero hecho insignificante y pasajero, un «extranjero» en un universo que se ha formado por casualidad. El hombre está alienado cuando vive solo o se aleja de la realidad, cuando renuncia a pensar y creer en un Fundamento[2]. Toda la humanidad está alienada cuando se entrega a proyectos exclusivamente humanos, a ideologías y utopías falsas[3].

Recordemos que alienarse es perder la propia identidad. Nos dice el Papa que el ser humano está alienado cuando vive solo,  aislándose de los demás, porque si renuncia a la capacidad de relacionarse con los demás, renuncia a un elemento esencial de su identidad como ser humano, como lo vimos antes.

 Hoy la humanidad aparece mucho más interactiva que antes: esa mayor vecindad debe transformarse en verdadera comunión. El desarrollo de los pueblos depende sobre todo de que se reconozcan como parte de una sola familia, que colabora con verdadera comunión y está integrada por seres que no viven simplemente uno junto al otro[4].

Pablo VI señalaba que «el mundo se encuentra en un lamentable vacío de ideas»[5]. La afirmación contiene una constatación, pero sobre todo una aspiración: es preciso un nuevo impulso del pensamiento para comprender mejor lo que implica ser una familia; la interacción entre los pueblos del planeta nos urge a dar ese impulso, para que la integración se desarrolle bajo el signo de la solidaridad[6] en vez del de la marginación. Dicho pensamiento obliga a una profundización crítica y valorativa de la categoría de la relación. Es un compromiso que no puede llevarse a cabo sólo con las ciencias sociales, dado que requiere la aportación de saberes como la metafísica y la teología, para captar con claridad la dignidad trascendente del hombre.

La criatura humana, en cuanto de naturaleza espiritual, se realiza en las relaciones interpersonales. Cuanto más las vive de manera auténtica, tanto más madura también en la propia identidad personal. El hombre se valoriza no aislándose  / sino poniéndose en relación con los otros y con Dios. Por tanto, la importancia de dichas relaciones es fundamental. Esto vale también para los pueblos. Consiguientemente, resulta muy útil para su desarrollo una visión metafísica de la relación entre las personas. A este respecto, la razón encuentra inspiración y orientación en la revelación cristiana, según la cual la comunidad de los hombres no absorbe en sí a la persona anulando su autonomía, como ocurre en las diversas formas del totalitarismo, sino que la valoriza más aún porque la relación entre persona y comunidad es la de un todo hacia otro todo[7]. De la misma manera que la comunidad familiar no anula en su seno a las personas que la componen, y la Iglesia misma valora plenamente la «criatura nueva» (Ga 6,15; 2 Co 5,17), que por el bautismo se inserta en su Cuerpo vivo, así también la unidad de la familia humana no anula de por sí a las personas, los pueblos o las culturas, sino que los hace más transparentes los unos con los otros, más unidos en su legítima diversidad.

¿Para qué una visión metafísica de la persona?

¿Qué quiere decir eso de que resulta muy útil para su desarrollo una visión metafísica de la relación entre las personas? Quiere decir que cuando tratamos obre la relación entre las personas, no nos quedemos en lo superficial, sino que caigamos en cuenta de que la relación entre dos personas no se reduce al gusto pasajero de palabras amables, sino a la conexión de personas que va más allá de palabras amables.

 Este es un tema muy atrayente para los amigos de la filosofía. Cuando se trate de la relación entre las personas, el Papa nos invita a tener una visión metafísica, es decir que vaya más allá de lo físico, de lo material de las personas. Para comprender a la persona humana y a la familia en toda su profundidad, necesitamos de la filosofía y de la teología. No es comparable la relación entre las personas, con la conexión entre dos aparatos, dos teléfonos, los computadores en red, por ejemplo. Ese tipo de conexión la entienden muy bien los ingenieros. Una auténtica relación entre seres humanos involucra no sólo la voz, el tacto, la vista. La auténtica relación humana es más rica que  una agradable conversación  alrededor de un vino o de un café; comunica a dos personas que piensan, que sienten, que aman y comparten lo que piensan, lo que sienten, que comparten lo que son. Una auténtica relación humana va más hondo que la piel.

Continuemos la lectura del N° 54 de Caritas in veritate, Caridad en la verdad

 El tema del desarrollo coincide con el de la inclusión relacional de todas las personas y de todos los pueblos en la única comunidad de la familia humana, que se construye en la solidaridad sobre la base de los valores fundamentales de la justicia y la paz. Esta perspectiva se ve iluminada de manera decisiva por la relación entre las Personas de la Trinidad en la única Sustancia divina. La Trinidad es absoluta unidad, en cuanto las tres Personas divinas son relacionalidad pura. La transparencia recíproca entre las Personas divinas es plena y el vínculo de una con otra total, porque constituyen una absoluta unidad y unicidad. Dios nos quiere también asociar a esa realidad de comunión: «para que sean uno, como nosotros somos uno» (Jn 17,22). La Iglesia es signo e instrumento de esta unidad[8]. También las relaciones entre los hombres a lo largo de la historia se han beneficiado de la referencia a este Modelo divino. En particular, a la luz del misterio revelado de la Trinidad, se comprende que la verdadera apertura no significa dispersión centrífuga, sino compenetración profunda. Esto se manifiesta también en las experiencias humanas comunes del amor y de la verdad. Como el amor sacramental une a los esposos espiritualmente en «una sola carne» (Gn 2,24; Mt 19,5; Ef 5,31), y de dos que eran hace de ellos una unidad relacional y real, de manera análoga la verdad une los espíritus entre sí y los hace pensar al unísono, atrayéndolos y uniéndolos en ella.

 


[1] Este resumen está basado en el trabajo del Center of Concern www.coc.org, traducido al español por el Instituto Social León XIII www.instituto-social-leonxiii.org

[2] Cf. Juan Pablo II, Carta Enc. Centesimus annus, 41

[3] Ibíd.

[4] Cf. Id., Carta Enc. Evangelium vitae, 20

[5] Carta Enc. Populorum progressio, 85

[6] Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1998, 3 ; Id., Discurso a los Miembros de la Fundación «Centesimus Annus» pro Pontífice (9 mayo 1998), 2: L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (22 mayo 1998), p. 6; Id., Discurso a las autoridades y al Cuerpo diplomático durante el encuentro en el «Wiener Hofburg» (20 junio 1998), 8: L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (26 junio 1998), p. 10; Id., Mensaje al Rector Magnífico de la Universidad Católica del Sagrado Corazón (5 mayo 2000), 6: L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (26 mayo 2000), p. 3.

[7] Según Santo Tomás «ratio partis contrariatur rationi personae» en III Sent d. 5, 3, 2; también: «Homo non ordinatur ad communitatem politicam secundum se totum et secundum omnia sua» en Summa  Theologiae, I-II, q. 21, a. 4., ad 3um.

[8] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 1.