Reflexión 12 Jueves 27 de abril, 2006

Compendio de la D.S.I. (Nº 26-29)

Vamos a continuar el estudio de los números 26 y 27, que comenzamos en la reflexión anterior y que tienen como título: Principio de la creación y acción gratuita de Dios.

La verdadera solución de los problemas sociales no puede prescindir de Dios

La doctrina de la Iglesia, – en nuestro caso en lo que toca a lo social, – debe necesariamente tener firmes bases teológicas, en la Sagrada Escritura y en la Tradición. Como se trata de doctrina sobre el ser humano en su relación con los demás, hay que considerar al hombre de manera integral, y no como si el ser humano fuera sólo un organismo biológico y social. Hay que considerar al ser humano como es: como un ser social sí, pero no sólo por su relación con los demás seres humanos, sino además, como una persona necesariamente en relación con Dios, su Creador. Por eso es indispensable tener en cuenta los planes, los designios de Dios sobre el hombre.

Prescindir de Dios en la solución de los problemas de la convivencia humana, sería algo así, como si en la solución de problemas de una red de computadores, se pretendiera ignorar el diseño de los fabricantes y se pretendiera hacerlos funcionar sin conexión a la fuente de electricidad. Por eso este inicio del Compendio empieza por sentar muy firmes bases teológicas y de la Sagrada Escritura.

Llos problemas de la convivencia humana, – que son un asunto que toca directamente la doctrina social, – no se resuelven teniendo en cuenta solamente las dimensiones biológica y psicológica del hombre; que hay que tener en cuenta también la dimensión divina, la trascendente. Nunca serán suficientes, en la solución de los problemas sociales, sólo la fisiología ni la química ni tampoco bastan la filosofía ni la sociología ni la economía ni bastan todas ellas sumadas, para encontrar soluciones completas, integrales, a los problemas de la convivencia humana.

Por eso han fracasado las soluciones marxistas y capitalistas: han pretendido implantar soluciones prescindiendo de Dios y de sus planes. Y ¿qué sucede entonces? pues que en vez de buscar cómo estrechar la relación y el buen trato entre los hombres, se buscan soluciones que favorecen sólo a unos, aun a costa de otros. Se presenta el problema como una lucha entre dos grupos, alineados en dos campos en que se compite, a ver quién gana, quién se queda con la mejor porción. La ley que manda en esas relaciones sin Dios, es el egoísmo, es el interés individual. La ley cristiana es, por el contrario, la Ley de Amor es la que llama a compartir, a la solidaridad, no sólo a dar, sino a darse. Si seguimos el Evangelio, consideramos que los demás son nuestros hermanos, porque todos somos hijos del mismo Padre, que nos creó a su imagen y semejanza.

¿Qué razones invocan los que desconocen a Dios, para que el hombre ceda de sus intereses individuales en favor de los demás? Solamente la razón de fuerza que quiera imponer el gobernante de turno. Las ideologías pasan con los hombres que las formulan. Las razones que se fundamentan en la roca del Evangelio no pasarán jamás.

Este es un asunto definitivo, que toca también a la política, entendida como la ciencia del gobierno de las naciones. Si los gobernantes no son creyentes, buscarán dar a su sociedad una orientación que prescinda de Dios. Ya habíamos observado que la orientación que se imprima a una sociedad, depende en gran parte, de las respuestas que se den a interrogantes como el lugar del hombre en la creación y en la sociedad. Si Dios está ausente de la relación entre los hombres, esa sociedad será muy distinta a la sociedad que se oriente con base en los planes de Dios. Eso se está viendo en el mundo, en los países donde se eligen gobernantes no creyentes. Se están formando sociedades sin Dios, en donde el centro del interés es cada uno, sus intereses y deseos, con todas las implicaciones que esto tiene en la educación de la juventud, en la clara intención de disolver la familia, de favorecer una libertad egoísta y sin límites y de imponer la cultura de la muerte.

Creer en Dios debería cambiar nuestra visión de la vida

Es necesario tener en cuenta estos pensamientos para que comprendamos la Doctrina Social de la Iglesia. En la reflexión anterior comenzamos a estudiar los Nº 26 y 27 del Compendio, que nos invitan a reflexionar sobre el don gratuito de la creación. Recordábamos que en el primer artículo del Credo, confesamos que Creemos en Dios. El Catecismo (199) nos dice que esta primera afirmación de nuestra profesión de fe es la fundamental. Todos los artículos del Credo hablan de Dios, y cuando hablan del hombre o del mundo, lo hacen por su relación con Dios. Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra; así comienza el Símbolo de Nicea Constantinopla, y Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, decimos en el Símbolo de los Apóstoles.[1]

Creer en Dios, es una gracia que hemos recibido. ¡Hay tantos que no gozan de este regalo! Decíamos que algunos nos envidian a los que tenemos este don de la fe, porque se dan cuenta de que nosotros sentimos la seguridad que nos da un Padre amoroso, que es refugio y fortaleza, un amigo que es consuelo y compañía, alguien que nos ama y nunca falla ni puede fallar. Es muy triste la situación de los que ni siquiera alcanzan a comprenderlo lo que significa este don inapreciable de la fe, pues viven en la oscuridad y se han acostumbrado a ella. No saben lo que es la luz, viven en el vacío y están como anestesiados en él.

Si nosotros fuéramos consecuentes, creer en Dios debería cambiar radicalmente nuestra vida: a todo lo que vivimos, si tenemos fe, tendríamos que encontrarle un sentido, muy distinto del que viven el agnóstico o el ateo. No siempre es así. Con frecuencia, en nuestra vida práctica no somos capaces de confesar en público lo que en teoría decimos que creemos, y todavía peor, no lo traducimos en actos de vida. En la vida real, Dios no nos es tan familiar como debería serlo.

El Dios en quien creemos es el Dios, Padre, Creador de todas las cosas. La creencia de Israel en Dios, como aparece en el Génesis y en los profetas, no es sólo la expresión de una idea teórica, sin implicaciones para la vida práctica. La explicación de este hecho de la creación y su significado la encontramos, y muy profunda, en el Compendio. Nos dice que el hombre comprende, -así aparece en la Sagrada Escritura,- que Dios le dio el ser a él, y a todo lo que existe; le dio el ser gratuitamente y por su misericordia. Por ser el hombre y la mujer creados a imagen y semejanza de Dios, tienen como vocación, por una parte ser signos visibles e instrumentos de la eficaz gratuidad de Dios, y por otra, el hombre tiene la misión de ser cultivador y guardián de los bienes de la creación. ¿No les parece que tenemos un Dios grande y misericordioso, y que nuestra vocación de ser signos visibles suyos, y de ser guardianes de la creación, tiene implicaciones enormes en nuestra vida?

Ese es el Dios en quien creemos; nuestra fe no es el descubrimiento de una filosofía, ni de una fórmula matemática ni la ahesión a unas ideas etéreas; Dios no es como las musas de los griegos, en palabras irrespetuosas del expresidente de la Corte Constitucional colombiana  Carlos Gaviria Díaz sobre el Espíritu Santo, en su respuesta sobre Dios, en entrevista que comentamos en el programa anterior. El Dios en quien creemos nosotros los cristianos, es una Persona que ama tanto que es Amor, que ama tanto, que no sólo crea al hombre y se pone en comunicación directa con él para compartir con él su obra[2], la creación, sino que llega al extremo de hacerse también hombre, encarnado en Jesucristo. Y Jesucristo no sólo es una persona maravillosa, sino que es Dios, como lo confesó Tomás, y lo escuchamos en su profesión de fe, en el Evangelio: “Señor mío y Dios mío”. Todos los días deberíamos repetir esa plegaría por nosotros, por nuestros hijos y por nuestros amigos: “Señor mío y Dios mío”, Señor, creo en ti, aumenta mi fe. Y dado el ambiente adverso contra la fe, en que nos ha tocado vivir,deberíamos pedir también:”Señor, conserva y aumenta mi fe”.

Al negarse a reconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la subordinación a su fin último, y su ordenación por lo que toca a su propia persona y a las relaciones con los demás y con el resto de la creación

Sigamos ahora con el Nº 27 del Compendio.  En palabras del Cardenal Ratzinger, La existencia humana no es ahora como salió realmente de las manos del Creador…hay una perturbación en la creación… [3] Esa perturbación se debe al pecado original. La Iglesia ha dicho siempre –son palabras también del Cardenal Ratzinger, – que la alteración que supone el pecado original influye (también) en la creación. La creación ya no refleja la pura voluntad de Dios, el conjunto está, en cierto modo, deformado. [4] En la Constitución Gaudium et Spes, en el Nº 13, el Concilio Vaticano II nos explica las consecuencias del pecado original. Vamos a leer esos dos párrafos y luego completamos con las palabras del Compendio. Dice así el Concilio. Estemos atentos, a ver qué tiene que ver la situación de rebeldía contra Dios, por el pecado original, con la Doctrina Social de la Iglesia.

Creado por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, por instigación del demonio, en el propio exordio de la historia, abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios. Conocieron a Dios, pero no lo glorificaron como a Dios. Oscurecieron su estúpido corazón y prefirieron servir a la criatura, no al Creador. – Estas últimas palabras las toma el Concilio de la Carta de San Pablo a Los Romanos. Es muy oportuno leerlas, porque nos muestra la Escritura lo que sucede a la sabiduría humana, cuando la soberbia la enceguece. En 1,20ss de su Carta a los Romanos, dice el Apóstol: Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables; porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció: Jactándose de sabios se volvieron estúpidos…

Ahora continuemos con la doctrina de la Gaudium et Spes: Lo que la Revelación Divina nos dice coincide con la experiencia. Dice el Concilio: El hombre, en efecto, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener origen en su santo Creador. Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la debida subordinación a su fin último, y también toda su ordenación tanto por lo que toca a su propia persona como a las relaciones con los demás y con el resto de la creación. Volvamos a leer esta última parte, porque nos explica el origen de las malas relaciones entre los hombres…y con la naturaleza creada,

De manera que la inclinación nuestra a buscar nuestro propio interés, aun a costa del mal que hagamos al prójimo, tiene su explicación en el pecado original. Por eso, es necesaria la conversión interior, para que reine la justicia social. Oigamos estas últimas líneas de la Gaudium et Spes: Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Hasta allí el Concilio.

Esta situación no nos puede desanimar. Comprendiendo dónde está el origen del mal, de la injusticia, sabemos ya dónde está el remedio: el mal no se remedia con otro mal como es la lucha armada: si queremos atacar el mal de manera eficaz, hay que hacerlo en su origen, que es de orden espiritual. El mismo Concilio, unas líneas adelante, nos dice dónde podemos poner nuestra esperanza de vencer este mal, y es en el hecho de que, el Señor vino en persona para vigorizar al hombre, renovándolo interiormente. Por eso es indispensable llevar a todos a Jesucristo, a su Palabra, que enseña el camino de la paz, de la verdad y de la vida, que nos enseña que debemos amar a los demás como a nosotros mismos, y no a nosotros mismos por encima de los demás.

Para terminar nuestra reflexión de este punto, lo mejor es leer el Nº27 del Compendio, que nos explica claramente esta doctrina. Dice así:

La narración del pecado de los orígenes (cf Gn 3,1-24), (…) describe la tentación permanente y, al mismo tiempo, la situación de desorden en que la humanidad se encuentra tras la caída de nuestros primeros padres. Desobedecer a Dios significa apartarse de su mirada de amor y querer administrar por cuenta propia la existencia y el actuar en el mundo.

Es lo que hemos meditado antes: sobre el mal que nos hacemos a nosotros mismos si nos apartamos del designio de Dios y queremos vivir no de acuerdo con los planes de Dios sino según los nuestros… Sigue el Compendio: La ruptura de la relación de comunión con Dios provoca la ruptura de la unidad interior de la persona humana, de la relación de comunión entre el hombre y la mujer y de la relación armoniosa entre los hombres y las demás criaturas.

Tenemos que llevar esta reflexión a la vida diaria, no dejarla sólo en la teoría. Si alguna vez nuestro comportamiento origina división, si mete ruido en las relaciones en la familia, o en el grupo apostólico o de trabajo en que nos movamos, tenemos que estar muy atentos a ver el origen de ese ruido. Dios no crea discordias. Y en cuanto a la violencia física, que con frecuencia llega hasta el horrendo crimen del asesinato,- la eliminación del otro, – no puede ser el camino querido por Dios para resolver la injusticia social.

Leamos las últimas líneas del Nº 27 del Compendio: En esta ruptura originaria (el pecado original) se debe buscar la raíz más profunda de todos los males que acechan a las relaciones sociales entre las personas humanas, de todas las situaciones que en la vida económica y política atentan contra la dignidad de la persona, contra la justicia y contra la solidaridad.

Terminamos así los Nº 26 y 27, que tratan sobre el Principio de la creación y la acción gratuita de Dios.Todo esto es parte del primer capítulo del Compendio de la D.S.I. que se titula El Designio de Amor de Dios para la Humanidad. Vimos la primera parte sobre La Acción Liberadora de Dios en la Historia de Israel.Esta fue la primera piedra de los cimientos que estamos poniendo en nuestro estudio, para sobre ellos ir descubriendo la estructura de la doctrina social.

Empezamos por comprender que la historia de la humanidad está indisolublemente ligada a Dios, su Creador, que se fue dando a conocer progresivamente al hombre, a través de Israel, el Pueblo que escogió para entrar en nuestra historia, haciendo de ella una historia de salvación. La relación de Dios con el hombre fue haciéndose tan cercana, que no se contentó con hablarle, con mostrarle el camino para hacer realidad sus designios, por medio del Decálogo, y con sus mensajes a través de sus enviados, sino que en una acción que sólo cabe en la mente creadora de Dios, se hizo hombre y vivió entre nosotros, haciendo así visible la imagen de Dios invisible.

Reflexionamos sobre la cercanía gratuita de Dios, y sobre su acción generosa en la creación; y acabamos de ver lo que sucede a la humanidad, como consecuencia de su ruptura con Dios, por el pecado original: se provoca la ruptura interior de la persona humana. Estamos internamente rotos: por eso nuestra intención de hacer el bien va por un lado y nuestra acción, que hace el mal, va por otro. Vivimos una contradicción interior. Y la ruptura con Dios provocó, además de nuestra ruptura interior, la ruptura de la relación armónica entre los hombres y entre el hombre y las demás criaturas.

Es tan trágica esta ruptura de las relaciones armónicas entre los hombres, que, refiriéndonos sólo a nuestro tiempo, en el siglo XX hubo 2 guerras mundiales, además de innumerables guerras entre pueblos vecinos y guerras internas. Y deberíamos ser guardianes de la creación, pero el hombre la destruye, así conozca el desastre que le espera con la tala de los bosques, con la contaminación del agua y del medio ambiente.

En Jesucristo se cumple el acontecimiento decisivode la historia de Dios con los hombres

Después de haber reflexionado sobre la acción de Dios a través del Pueblo de Israel, es decir como la encontramos en la Sagrada Escritura, en el Antiguo Testamento, en la segunda parte del primer capítulo, el Compendio nos ofrece la visión de la historia de salvación, desde Jesucristo. Por eso esta parte del capítulo tiene como título: Jesucristo, cumplimiento del Designio de amor del Padre.

Ya nos habíamos adelantado un poco en este tema, ahora veremos más detenidamente cómo En Jesucristo se cumple el acontecimiento decisivode la historia de Dios con los hombres. Esto lo encontramos en los números 28 a 33 del Compendio de la D.S.I.

El Nº 28 es muy claro. Lo vamos a leer despacio, sin comentarios, pues con las reflexiones anteriores, estamos ya preparados para entenderlo bien. Dice así:

La benevolencia y la misericordia, que inspiran el actuar de Dios y ofrecen su clave de interpretación, se vuelven tan cercanas al hombre que asumen los rasgos del hombre Jesús, el Verbo hecho carne. En la narración de Lucas, Jesús describe su ministerio mesiánico con las palabras de Isaías que reclaman el significado profético del jubileo:

El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. (Lc 4,18-19; c.f Is 61,1-2).

Y sigue el Compendio:Jesús se sitúa, pues, en la línea del cumplimiento, no sólo porque lleva a cabo lo que había sido prometido y era esperado por Israel, sino también, en un sentido más profundo, porque en Él se cumple el evento decisivo de la historia de Dios con los hombres. Jesús, en efecto, proclama: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9). Expresado con otras palabras, Jesús manifiesta tangiblemente y de modo definitivo quién es Dios y cómo se comporta con los hombres.

Con toda razón nos dice el Cardenal Ratzinger,- ahora Benedicto XVI,-  que a la pregunta “¿Cómo es Dios?” podríamos contestar diciendo que uno se puede imaginar a Dios, tal como lo conocemos a través de Jesucristo. [5]

Sigamos ahora con el Nº 29, que comienza con estas palabras: El amor que anima el ministerio de Jesús entre los hombres es el que el Hijo experimenta en la unión íntima con el Padre.

Tengamos presente este pensamiento, que se repite de diversas maneras: la relación de Jesús con nosotros los hombres, está animada con el mismo amor que alimenta la relación del Hijo, la segunda persona de la Trinidad, con Dios Padre. En las palabras del Compendio, que acabamos de leer: El amor que anima el ministerio de Jesús entre los hombres es el que el Hijo experimenta en la unión íntima con el Padre. Por eso en la vida del cristiano es tan importante su relación de amor con los demás. Lo que sigue eneste Nº 29 nos aclara aún más esta idea. Lo podemos leer despacio, y no requiere explicación. Leámoslo:

El Nuevo Testamento nos permite penetrar en la experiencia que Jesús mismo vive y comunica del amor de Dios su Padre –Abbá [6] y, por tanto, en el corazón mismo de la vida divina. Jesús anuncia la misericordia liberadora de Dios en relación con aquellos que encuentra en su camino, comenzando por los pobres, los marginados, los pecadores, e invita a seguirlo porque Él es el primero que, de modo totalmente único, obedece al designio de amor de Dios como su enviado en el mundo.

De modo que el Evangelio no es otra cosa que la transmisión, la comunicación, de parte de Jesús, de su propia experiencia del amor del Padre. Lo que comunica es por eso amor,- su relación con el Padre es una relación de amor, – porque Dios es Amor. Eso es lo que nos comunica con su Palabra, que es vida, con la Eucaristía y los demás sacramentos.

Sigamos leyendo en el Nº 29, que es muy profundo. Continúa así: La conciencia que Jesús tiene de ser el Hijo, expresa precisamente esta experiencia originaria. El Hijo ha recibido todo, y gratuitamente, del Padre: “Todo lo que tiene el Padre es mío” (Jn 16, 15); Él, a su vez,- (Jesús)- tiene la misión de hacer partícipes de este don y de esta relación filial a todos los hombres: “No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.” (Jn 15,15).

El último párrafo del Nº 29 del Compendio es igualmente profundo y bello. Leámoslo:

Reconocer el amor del Padre significa para Jesús inspirar su acción en la misma gratuidad y misericordia de Dios, generadoras de vida nueva, y convertirse así, con su misma existencia, en ejemplo y modelo para sus discípulos. Éstos están llamados a vivir como Él y, después de su Pascua de muerte y resurrección, a vivir en Él y de Él, gracias al don sobreabundante del Espíritu Santo, el Consolador que interioriza en los corazones el estilo de vida de Cristo mismo.

Vemos que el Compendio de la D.S.I. no es libro para leer de corrido. Es para meditarlo e ir sacando conclusiones para nuestra propia vida. Los últimos renglones que acabamos de leer, nos indican el camino: así como Jesús inspiró su acción en la misma gratuidad y misericordia de Dios, generadoras de vida nueva, y se convirtieron así, en su misma existencia en ejemplo y modelo para sus discípulos, también nosotros estamos llamados a vivir como Él y, después de su Pascua de muerte y resurrección, a vivir en Él y de Él, gracias al don sobreabundante del Espíritu Santo, el Consolador que interioriza en los corazones el estilo de vida de Cristo mismo.

Esa es nuestra vocación de cristianos. ¿Difícil? sí, muy difícil para las solas fuerzas humanas, pero Jesucristo nos dejó los sacramentos, nos dejó al Espíritu Santo, que se nos da por medio de la Iglesia. Nos enseñó a orar, para que, cuando sintamos que nuestra carne es débil, aunque creamos que nuestro espíritu está presto, acudamos a la oración.


 [1] El Símbolo de Nicea Constantinopla es fruto de los dos primeros Concilios ecuménicos (años 321 y 328) y el de los Apóstoles es el antiguo símbolo bautismal de la Iglesia de Roma, la que fue sede de San Pedro. Cfr. Catecismo 194-196

[2]   Dios y el Mundo, Pg. 73

[3]  Ibidem, Pg. 43

[4] Ibidem Pg. 75

[5]  Obra citada: Dios y el Mundo, Pg. 17

[6]  La palabra Abbá era y sigue siendo la expresión cariñosa con que el hijo se dirige al padre. Algo como “papacito”, “papito” en español, y en ingles, “Daddy”