Reflexión 50 Jueves 8 de marzo 2007

En este blog encuentra una serie de reflexiones sobre la Doctrina Social que fueron transmitidos por Radio María de Colombia preparadas por Fernando Díaz del Castillo Z. Se sigue estrictamente el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, libro publicado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz; se puede afirmar que es la Doctrina Social oficial, de la Iglesia Católica. En la columna de la derecha encuentra usted todos los programas. Con un clic entra al que desee.

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Nº 48-49

Designio de Dios y Misión de la Iglesia

En esto vamos

 

Dedicamos los últimos programas al tema de la autonomía de las realidades terrenas, que se desarrolla del Nº 45 al 48, en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, nuestro libro guía. Vimos la importancia que para nuestra vida personal y para la sociedad tiene la correcta comprensión de la autonomía de las realidades terrenas. Hoy vamos a seguir con el Nº 48, que trata el tema de la instrumentalización de la persona humana, es decir del mal uso de las personas como medios, como instrumentos.

Un vistazo atrás para no perder el hilo

 

Antes de continuar demos un vistazo a lo anterior, para no perder el hilo conductor. Vimos que según la doctrina católica, las diversas ciencias y las artes  tienen sus propias leyes y valores que hay que respetar, y es papel del hombre hacerlas progresar, siguiendo siempre el camino que les es propio, es decir, respetando el diseño original del Creador. De modo que la autonomía de las realidades terrenas no significa una separación radical de las realidades terrenas de Dios su Creador. Las realidades terrenas llevan impreso por Dios un orden que hay que reconocer y respetar. Podríamos decir que tenemos impreso el plano con que fuimos hechos. Sería un error apartarnos de él.

Sin embargo, debemos entender que es perfectamente aceptable distinguir entre el orden natural y el sobrenatural, sin establecer una separación radical entre estos dos órdenes; y es lícito hacer la distinción entre el poder político y el espiritual. Esto es ser coherentes con «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. [1]

 

Si creo en una vida futura, no es razonable vivir como si sólo existiera la vida temporal

Decíamos que la persona humana en sí misma, como fue creada por Dios, y por su vocación, por su destino final, que es Dios mismo, la persona humana trasciende, está más allá del universo creado, de la sociedad y de la historia. No tiene el hombre como fin sólo una vida temporal, que se terminará del todo un día; sino que su destino es eterno y por eso, su vida en la sociedad terrena, en la historia, tiene que vivirla de manera consecuente con esas realidades. Eso es ser coherente. Si yo creo en una vida futura, no es razonable vivir como si sólo existiera la vida temporal, la terrena.

Como vimos, estas enseñanzas están conectadas también con la importancia de la ley natural, y leímos algunas líneas del discurso que pronunció Benedicto XVI el 12 de febrero de 2007 en la Pontificia Universidad Lateranense de Roma, sobre la ley natural, fuente de los derechos y deberes.[2]

En ese discurso el Santo Padre llamó a la ley natural único baluarte contra el arbitrio del poder y de la manipulación ideológica, en particular «en el actual momento histórico que vivimos». Se refería el Papa al progreso actual del mundo, gracias a la capacidad del hombre para descifrar las reglas y las estructuras de la materia; y al mismo tiempo nos puso en guardia frente a las amenazas de una destrucción del don de la vida, de la familia y de la naturaleza, debido a los métodos jurídicos y científicos que se emplean sin tener en cuenta la ética de la ley moral natural». Bien podemos nosotros entender a qué se refiere el Papa, porque en Colombia, como en otros países, somos testigos de la manipulación ideológica y el uso del poder para defender con aparentes argumentos jurídicos el aborto, la eutanasia, el matrimonio entre parejas del mismo sexo, la utilización de embriones con fines de investigación. Se pretende, de modo ilícito, que todo lo que es científicamente posible, es al mismo tiempo lícito, y eso no es verdad. La ley puede permitir algo posible de hacer, pero eso  no quiere decir que ese comportamiento, aunque esté permitido por la ley, sea lícito; puede ser inmoral.


La autonomía relativa de lo temporal

 

Aclaramos en los programas anteriores, que es importante diferenciar el movimiento laicista, – que es un movimiento anticristiano,  que quiere apartar al mundo de Dios, – de la toma de conciencia cristiana sobre la autonomía relativa de lo temporal, la cual que está de acuerdo con la enseñanza del Concilio Vaticano II, como leímos en la Gaudium et Spes[3]. Algunos se refieren a esta toma de conciencia legítima de la autonomía relativa de lo temporal, como a un proceso de «desclericalización». Como acabamos de decir, aceptar la autonomía relativa de lo temporal es ser coherentes con: «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

E l movimiento de laicización promueve la separación completa del mundo, de Dios su Creador

 

Otra cosa diferente es el movimiento de laicización, el de promover cada vez más la separación completa del mundo, de Dios su Creador, su Señor y Padre. Como lo han dicho voces autorizadas, y entre ellas nada menos que la de Juan Pablo II, estamos atravesando por Una crisis de la verdad sobre el hombre. Es un enorme daño el que se hace a la humanidad, pues los que quieren separar completamente al ser humano de lo trascendente, al reducirlo a sólo la materia, no le hacen un favor, al contrario, le hacen daño pues lo desfiguran de su diseño original. Quieren ellos un hombre disminuido, fabricado a la medida pequeña del hombre, a imagen y semejanza, no de Dios, sino del hombre caído.

En vez de considerar al hombre de modo integral, – materia y espíritu, – es decir, en vez de aceptar la conexión del hombre con Dios, al separarlo radicalmente de su Creador, lo empequeñecen, lo reducen a la sola materia corruptible.

Vimos otra cosa maravillosa: si queremos conocer de verdad al hombre, nos tenemos que acercar a Dios. Tenemos que conocer más a Dios. Cuando nos acercamos al conocimiento de Dios, nos adentramos también en el conocimiento del hombre, porque somos hechos a su imagen. Según esto, cuando el hombre se aparta de Dios, cuando se niega a Dios, se niega también la posibilidad de conocer plenamente al hombre.

 

Y ahora, sigamos adelante: el hombre instrumentalizado

 

Pasemos ahora al Nº 48 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Leámoslo. Dice así:

La persona humana no puede y no debe ser instrumentalizada por las estructuras sociales, económicas y políticas, porque todo hombre posee la libertad de orientarse hacia su fin último. Por otra parte, toda realización cultural, social, económica y política, en la que se actúa históricamente la sociabilidad de la persona y su actividad transformadora del universo, debe considerarse siempre en su aspecto de realidad relativa y provisional, porque « la apariencia de este mundo pasa » (1 Co 7,31).

¿Qué es eso de la instrumentalización del hombre? Vimos en los programas anteriores, que Juan Pablo II, en el Nº 41 de la encíclica Centesimus annus, trata el tema de la alienación del hombre en el marxismo y el capitalismo. Recordemos que alienarse es lo mismo que perder la propia identidad, perder la manera natural de ser. El marxismo utilizaba mucho esa palabra, -la alienación, -porque sostenía que sólo en una sociedad de tipo colectivista, estatizada, se podría erradicar la alienación. Juan Pablo II en esta encíclica Centesimus annus, demostró que el comunismo con su sociedad colectivizada, no sólo no erradicó la alienación, sino que más bien la incrementó. Bien sabemos que el hombre en esa sociedad comunista, era tratado inhumanamente. Además, demostró el Papa que en la sociedades occidentales de tipo capitalista, tampoco se ha erradicado la alienación; – para entender mejor el término, llamémosla “deshumanización”, – porque también en las sociedades capitalistas existen muchas formas de explotación de la persona humana. Se trata a las personas como medios, – es decir, se trata al hombre como un mero instrumento, -se pretende que sea la economía de mercados la única norma, sin considerar que la economía y los mercados deben servir al hombre y no a la inversa.

La Iglesia no propone modelos económicos

Y ¿cuál es la posición de la Iglesia en esta coyuntura? Juan Pablo II es claro: La Iglesia no tiene modelos económicos que proponer[4]; esa no es su misión, pero sí ofrece su orientación por medio de su doctrina social. La Iglesia reconoce la validez del mercado y de la empresa, pero orientados al bien común. La Iglesia proclama que la empresa no puede considerarse sólo como una sociedad de capitales, sino que debe entenderse también como una sociedad de personas.

Cómo entiende la Iglesia a la empresa, al trabajador y al trabajo, lo encontramos en el Nº 43 de la encíclica Centesimus annus (en la columna de la derecha encuentra el enlace a ese documento). Por nuestra cuenta podemos leer el texto completo, aquí entresaquemos algunos párrafos que nos orienten:

la Iglesia ofrece, como orientación ideal e indispensable, la propia doctrina social, la cual (…) reconoce la positividad del mercado y de la empresa, pero al mismo tiempo indica que éstos han de estar orientados hacia el bien común.

La doctrina social de la Iglesia reconoce también la legitimidad de los esfuerzos de los trabajadores por conseguir el pleno respeto de su dignidad y espacios más amplios de participación en la vida de la empresa, de manera que, aun trabajando juntamente con otros  y bajo la dirección de otros, puedan considerar en cierto sentido que «trabajan en algo propio», al ejercitar su inteligencia y libertad. – Las siguientesson textualmente palabras de Juan Pablo II:

La empresa no puede considerarse únicamente como una «sociedad de capitales»; es, al mismo tiempo, una «sociedad de personas», en la que entran a formar parte de manera diversa y con responsabilidades específicas los que aportan el capital necesario para su actividad y los que colaboran con su trabajo. Para conseguir estos fines, sigue siendo necesario todavía un gran movimiento asociativo de los trabajadores, cuyo objetivo es la liberación y la promoción integral de la persona. Vemos allí la clara posición de la Iglesia a favor de las asociaciones de trabajadores.

– El hombre se realiza a sí mismo por medio de su inteligencia y su libertad y, obrando así, asume como objeto e instrumento  las cosas del mundo, a la vez que se apropia de ellas. En este modo de actuar  se encuentra el fundamento del derecho a la iniciativa y a la propiedad individual. Mediante su trabajo el hombre se compromete no sólo en favor suyo, sino también en favor de los demás y con los demás:  cada uno colabora en el trabajo y en el bien de los otros. El hombre trabaja para cubrir las necesidades de su familia, de la comunidad de la que forma parte, de la nación y, en definitiva, de toda la humanidad

La obligación de ganar el pan con el sudor de la propia frente supone, al mismo tiempo, un derecho (el derecho al trabajo). Una sociedad en la que este derecho se niegue sistemáticamente y las medidas de política económica no permitan a los trabajadores alcanzar niveles satisfactorios de ocupación, no puede conseguir su legitimación ética ni la justa paz social. Así como la persona se realiza plenamente en la libre donación de sí misma, así también la propiedad se justifica moralmente cuando crea, en los debidos modos y circunstancias, oportunidades de trabajo y crecimiento humano para todos.

Eran palabras de Juan Pablo II. Leamos de nuevo unas líneas que deberían estar grabadas, y muy a la vista de todos, en el llamado Ministerio de Protección social y también en el Ministerio de Hacienda: Una sociedad en la que (…) las medidas de política económica no permitan a los trabajadores alcanzar niveles satisfactorios de ocupación, no puede conseguir su legitimación ética ni la justa paz social.

 

Una realidad relativa y provisional

Volvamos al Nº 48 del Compendio:

Nos dice que, toda realización cultural, social, económica y política, en la que se actúa históricamente la sociabilidad de la persona y su actividad transformadora del universo, debe considerarse siempre en su aspecto de realidad relativa y provisional, porque « la apariencia de este mundo pasa » (1 Co 7,31). Veamos qué significa esto.

Acabamos de leer que todas las acciones humanas, en lo cultural, en la vida económica, en la política, en la ciencia; todas esas obras humanas en que se trabaja en la transformación del universo tienen que considerarse como realidades provisionales, de valor relativo. ¿Por qué? Porque somos transitorios, porque este mundo pasa.

 

Una relatividad escatológica

Al decir que esas acciones del ser humano en la sociedad y en transformación del universo, son relativas y provisionales, no se despoja a nuestra acción de valor, sino que se le da el que realmente tiene. Qué quiere decir que nuestra acción tenga un valor relativo, lo explica enseguida el Compendio con estas palabras: Se trata de una relatividad escatológica, en el sentido de que el hombre y el mundo  se dirigen hacia una meta, que es el cumplimiento de su destino en Dios.  Hay personas que toman el término escatológico como algo trágico. No hay por qué; cuando se habla de la escatología, se trata de nuestro destino final que es Dios, se habla de estar en camino hacia la eterna felicidad. Estamos aquí de excursión, hay que caminar, trepar, hay que esforzarse para llegar a la cumbre de nuestro destino final. Cuando se habla de la relatividad de nuestras acciones en el mundo, se habla de algo importante, que hay que hacer en el camino, para llegar al destino final, aunque esas acciones no sean permanentes, no se extiendan por toda la eternidad. Eso no les quita la importancia que puedan tener. Son acciones importantes para la vida en la tierra y que siembran eternidad…

Una relatividad teológica

Se está hablando, nos dice también el Compendio, de una relatividad teológica, en cuanto el don de Dios, a través del cual se cumplirá el destino definitivo de la humanidad y de la creación, supera infinitamente las posibilidades y las aspiraciones del hombre. Cualquier visión totalitaria de la sociedad y del Estado y cualquier ideología puramente intramundana del progreso son contrarias a la verdad integral de la persona humana y al designio de Dios sobre la historia.

Es una afirmación muy interesante, esta de la relatividad teológica de nuestras acciones. Veíamos en otra reflexión, hablando sobre las virtudes teologales, – fe, esperanza y caridad, – que se llaman teologales, porque se refieren a Dios, y es Dios el que las hace posibles, el que nos da la gracia de creer, esperar y amar.[5] Podemos guiarnos por esa explicación, para comprender qué quiere decir esto de la relatividad teológica de nuestras acciones, de la cual habla el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia.

Acabamos de ver que el valor de nuestras acciones es de una relatividad escatológica, porque son acciones pasajeras, pero orientadas a la eternidad, al destino final que es Dios, y se trata de una relatividad teológica, también por su relación con Dios; como dice el Compendio: en cuanto el don de Dios, a través del cual se cumplirá el destino definitivo de la humanidad y de la creación, supera infinitamente las posibilidades y las aspiraciones del hombre. Nuestras acciones si se relacionan con Dios, crecen, se vuelven más valiosas, con su ayuda superan las aspiraciones puramente humanas.

Y leamos de nuevo las líneas finales del Nº 48: Cualquier visión totalitaria de la sociedad y del Estado y cualquier ideología puramente intramundana del progreso son contrarias a la verdad integral de la persona humana y al designio de Dios sobre la historia.

Las naciones que se han gobernado y se gobiernan con sistemas totalitarios, han sido y son víctimas del despotismo, del irrespeto a la libertad, a la dignidad de la persona humana. Los gobiernos que se orientan por una visión puramente intramundana, materialista, que niega la trascendencia, desfiguran la verdad sobre el hombre, y se empeñan en impedir que los designios de Dios sobre el hombre y su mundo, se hagan realidad. ¡Qué daño hacen y se hacen a sí mismos!

 

IV Designio de Dios y Misión de la Iglesia

Vamos a comenzar ahora un tema grande, nuevo, con el cual termina el primer capítulo del Compendio de la D.S.I. El título es Designio de Dios y Misión de la Iglesia, y los subtítulos son muy sugestivos de la riqueza que entrañan. Son éstos: a) La Iglesia, signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana, b) Iglesia, reino de Dios y renovación de las relaciones sociales, c) Cielos nuevos y tierra nueva, y finalmente, un tema que no podía faltar: d) María y su fiat al designio de amor de Dios.

Veamos entonces cuál es la misión de la Iglesia en el designio, en los planes de Dios sobre el hombre. Leamos el Nº 49, que es bellísimo. Tenemos allí en pocas palabras, una descripción magnífica de lo que es la Iglesia y de su misión. Utiliza el Compendio las palabras del Vaticano II en dos constituciones: la Constitución Pastoral Gaudium et spes, y la Constitución dogmática Lumen gentium. Dice así:

a) La Iglesia, signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana

49 La Iglesia, comunidad de los que son convocados por Jesucristo Resucitado y lo siguen, es «signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana »[6] La Iglesia « es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano ».[7] Su misión es anunciar y comunicar la salvación realizada en Jesucristo, que Él llama « Reino de Dios » (Mc 1,15), es decir la comunión con Dios y entre los hombres. El fin de la salvación, el Reino de Dios, incluye a todos los hombres y se realizará plenamente más allá de la historia, en Dios. La Iglesia ha recibido « la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino». Hasta allí el Nº 49 Compendio. Vayamos entonces por partes:

La Iglesia, comunidad de los que son convocados por Jesucristo Resucitado y lo siguen, es «signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana».

Estas palabras del Compendio están tomadas de Nº 76 de la Constitución pastoral Gaudium et spes, que en el capítulo IV, trata sobre la Vida en la Comunidad Política. En el Nº 74 había explicado cuál es la naturaleza y el fin de la comunidad política. Es oportuno que leamos esa parte; es muy clara y nos ayuda a comprender el papel de la Iglesia, a diferencia del papel de la comunidad política, de la comunidad civil (También el enlace a esta Constitución lo encuentra en la columna de la derecha). Dice así:

Los hombres, las familias y los diversos grupos que constituyen la comunidad civil son conscientes de su propia insuficiencia para lograr una vida plenamente humana y perciben la necesidad de una comunidad más amplia, en la cual todos conjuguen a diario sus energías en orden a una mejor procuración del bien común. Por ello forman comunidad política según tipos institucionales varios. La comunidad política nace, pues, para buscar el bien común, en el que encuentra su justificación plena y su sentido y del que deriva su legitimidad primigenia y propia. El bien común  abarca el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección (La cursiva es nuestra).

De manera que la razón por la cual existe la comunidad política, es la necesidad de unión de las personas, de las familias, para poder lograr el bien común. Y nos describe el bien común, como el conjunto de condiciones de vida social, con las cuales los miembros de la comunidad pueden lograr su perfección. Luego la Constitución pastoral Gaudium et spes, explica que como una comunidad política está formada por muchas y diferentes personas, se pueden ofrecer diversos pareceres sobre las soluciones más convenientes, para las situaciones que se presenten, por lo cual es indispensable una autoridad que dirija la acción de todos hacia el bien común no mecánica o despóticamente, sino obrando principalmente como una fuerza moral, que se basa en la libertad y en el sentido de responsabilidad de cada uno.

De allí concluye la Gaudium et spes, que Es, pues, evidente que la comunidad política y la autoridad pública se fundan en la naturaleza humana, y, por lo mismo, pertenecen al orden previsto por Dios, aun cuando la determinación del régimen político y la designación de los gobernantes se dejen a la libre designación de los ciudadanos.

En resumen, las personas y las familias forman la comunidad política o comunidad civil, con el fin de lograr mejor el bien común; de manera que la necesidad de la unión para un logro común, es el origen de la comunidad política. Ahora bien, es natural que en la comunidad se presenten diferentes puntos de vista sobre cómo solucionar las situaciones que se presenten, de manera que se hace indispensable una autoridad, un gobierno, que dirija la acción de todos, y lo haga, no de manera despótica, sino como una fuerza moral, con base en la libertad y el sentido de responsabilidad de todos.

 

¿Hasta dónde llega la autoridad de los gobernantes?

 

Como podemos ver, la democracia, responde mejor a esa descripción de la autoridad, en la comunidad civil; pero la Iglesia no aboga por un sistema de gobierno específico. Sí dice claramente que se necesita una autoridad que dirija la acción de todos hacia el bien común no mecánica o despóticamente, sino obrando principalmente como una fuerza moral, que se basa en la libertad y en el sentido de responsabilidad de cada uno.

Sobre esa autoridad nos enseña la Iglesia algunos puntos muy importantes. Tengámoslos presentes, porque debemos saber hasta donde llega la autoridad de los gobernantes. Continúa así la Constitución Gaudium et spes:

Síguese también que el ejercicio de la autoridad política, así en la comunidad en cuanto tal como en las instituciones representativas, debe realizarse siempre dentro de los límites del orden moral para procurar el bien común -concebido dinámicamente- según el orden jurídico legítimamente establecido o por establecer. Es entonces cuando los ciudadanos están obligados en conciencia a obedecer. De todo lo cual se deducen la responsabilidad, la dignidad y la importancia de los gobernantes.

De manera que las autoridades deben ejercer su autoridad política dentro de los límites del orden moral, para procurar el bien común. Y añade que Es entonces cuando los ciudadanos están obligados en conciencia a obedecer. Según esto, se entiende que no estamos obligados a obedecer, si nos ordenan algo fuera de los límites del orden moral para procurar el bien común.

 

“Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios”.

 

En los comienzos de la Iglesia, los Apóstoles nos dieron ejemplo de hablar claro, en situaciones en que la autoridad ordena algo por fuera de los límites del orden moral. Recordemos el episodio, cuando les prohibieron predicar en nombre de Jesús, que nos trae el capítulo 4º de Hechos, cuando Pedro y Juan respondieron al Sanedrín: “Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios”. Y las historias de los mártires están llenas de respuestas valientes, cuando prefirieron perder la vida antes que doblegarse a leyes impías. También en el difícil momento que vivimos, hay médicos valientes, jueces valerosos, cristianos valientes que ponen en juego su trabajo, antes que acatar órdenes por fuera del orden moral.

«L’Osservatore Romano», el diario de la Santa Sede, en su edición del 4 de marzo pasado, (2007) alabó como gesto ejemplar, la renuncia de un médico italiano, como consejero del Colegio de Médicos, para manifestar su oposición a la decisión de sus colegas, de no emprender medidas disciplinares contra el doctor Mario Riccio, el anestesiólogo que el 20 de diciembre, desconectó el respirador mecánico que permitía vivir a Piergiorgio Welby, un enfermo que había pedido que se acabara con su vida.[8] El Dr. Stefano Ojetti, en su carta de renuncia califica la muerte de Welbi como una «triste y oscura página de historia de nuestra medicina» (También en este blog encuentra el enlace a L’Osservatore Romano).

Fernando Díaz del Castillo Z.

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[1] Cfr. Entrevista de Zenit a Mariano Fazio, Rector de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, el 18 de enero, 2007, sobre la secularización, y nuestro comentario en la Reflexión 48 del 22 de febrero de 2007.

[2] Noticia y texto publicados por la agencia Zenit, en internet, el 16 de febrero, 2007

[3] Gaudium et spes, 36

[4]Juan Pablo II, Centesimus annus, 43

[5]Carlo María Martini, Cardenal Arzobispo de Milán, “Las Virtudes del Cristiano que Vigila, EDICEP C.B.

[6]Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 76

[7]Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, 1

[8] Cfr. ZENIT, Fecha publicación: 2007-03-04