Reflexión 36 Jueves 2 de noviembre 2006

Es éste un blog de estudio de la Doctrina Social de la Iglesia, que presenta en forma de reflexiones el libro “Compendio de la D.S.I.”. En la columna de la derecha encuentra todas las publicadas. Con un clic abre la que desee.

 

Compendio de la D.S.I. Nº 42

 

El discípulo de Cristo como nueva criatura

 

Estamos reflexionando sobre la tercera parte del capítulo 1º del Compendio de la D.S.I. que se titula: El Designio del Amor de Dios para la Humanidad. En la reflexión anterior continuamos el estudio del Nº 42, que sigue tratando el tema: El discípulo de Cristo como nueva criatura, y lo aplica a nuestras relaciones con los demás. Nos explica la Iglesia en este número, el cambio interior que necesitamos en nosotros mismos para que nuestras relaciones con los demás sean como deben ser las del seguidor de Cristo, y trata también sobre el cambio que se requiere en las instituciones y en las condiciones de vida cuando esas condiciones no permiten una vida digna e inducen al pecado. Leamos de nuevo el Nº 42 del Compendio de la D.S.I. Dicen así:

Es preciso entonces apelar a las capacidades espirituales y morales de la persona y a la exigencia permanente de su conversión interior  para obtener cambios sociales que estén realmente a su servicio (Se refiere al servicio a la sociedad). La prioridad reconocida a la conversión del corazón no elimina en modo alguno, sino al contrario, impone la obligación de introducir en las instituciones y condiciones de vida, cuando inducen al pecado, las mejoras convenientes para que aquéllas se conformen a las normas de la justicia y favorezcan el bien en lugar de oponerse a él.”

 

Necesidad del cambio, no sólo de las personas como individuos, sino también de las instituciones y condiciones de vida cuando inducen al pecado

 

Repasemos algunos puntos especialmente importantes:

Se plantea la necesidad del cambio, no sólo de las personas como individuos, sino también de las instituciones y condiciones de vida cuando inducen al pecado. Porque es claro que las instituciones y las condiciones de vida pueden ser tales, que induzcan al pecado. La pobreza extrema, por ejemplo, puede inducir al pecado. Por tratar de salir de esa situación extrema algunas personas llegan a caer en lo ilegal y en el delito. Y algunas instituciones pueden ser injustas de tal manera que lleven a tentar a la gente a buscarse justicia por su propia mano. Pueden inducir, es decir mover al pecado.

A este propósito, hablando sobre la interdependencia entre la persona humana y la sociedad, la Constitución Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II, dice en el Nº 25: (…) si la persona humana, en lo tocante al cumplimiento de su vocación, incluida la religiosa, recibe mucho de esta vida en sociedad, no se puede, sin embargo, negar que las circunstancias sociales en que vive y en que está como inmersa desde su infancia, con frecuencia la apartan del bien y la inducen al mal. (…) cuando la realidad social se ve viciada por las consecuencias del pecado, el hombre, inclinado ya al mal desde su nacimiento, encuentra nuevos estímulos para el pecado, los cuales sólo pueden vencerse con denodado esfuerzo ayudado por la gracia.

De manera que las circunstancias pueden estimular al pecado de tal manera, que se necesita un esfuerzo grande y la ayuda de la gracia, para no caer.

No es suficiente el cambio interior

 

Nos dice en este Nº 42 la Iglesia, que no es suficiente intentar el cambio interior, trabajar por conformar nuestra vida personal con la de Cristo, si nos encerramos en nosotros mismos y nos dedicamos a trabajar sólo por nuestra conversión individual, sin efectos en nuestro entorno. Si nuestra conversión es genuina se tiene que manifestar en nuestra relación con los demás, que tiene que ser en primer lugar una relación de caridad y de justicia.

Pienso que no hay disculpa para no tratar de mejorar nuestras relaciones con los demás, ni siquiera cuando nuestras actividades nos reducen el círculo de nuestros contactos sociales. También nuestro vínculo con otros puede ser intangible, como podría ser el vínculo espiritual por medio de la oración, en el caso de las personas consagradas a la vida contemplativa. No es indispensable el contacto de persona a persona, en esos casos.

Pero cuando la acción sea posible no la podemos omitir. Si de nosotros depende que alguna institución se conforme o no a la justicia y a la equidad; si de nosotros depende el que las condiciones de vida de alguien induzcan o no al pecado, no podemos quedar satisfechos con vivir privadamente una vida espiritual intensa, nosotros solos. Dependiendo de nuestro estado y de nuestras posibilidades, no es suficiente la conversión sin que actuemos. Especial responsabilidad cabe a las personas que trabajan en empresas o con el Estado, cuando de ellas dependen las políticas que se refieren a la justicia social, como son las condiciones laborales. Si de nosotros depende, en el ámbito de trabajo donde nos movamos, nos deberíamos oponer a toda clase de maltrato y de injusticia. A veces se despide a las personas con demasiada facilidad, por ejemplo, o se permite a algunos jefes que se excedan en el uso de su poder.

 

En algunos dirigentes políticos es clara su deficiente formación en la fe

 

Nuestra conversión individual la podemos conseguir con esfuerzo, siempre ayudados por la gracia. Se complica la situación cuando se trata de conseguir el cambio de las instituciones, porque allí entran en juego muchas voluntades. No es fácil que cambie la plana mayor de una empresa, cuando los que la dirigen sólo piensan en sus intereses económicos.

Tampoco es fácil cambiar a los políticos: parlamentarios, magistrados, al ejecutivo: presidente, ministros y otros altos funcionarios que tienen a su cargo la marcha de la nación. Porque no es suficiente que tengan voluntad política para inducir y realizar el cambio dando prioridad a la justicia social, como se requiere. En algunos altos dirigentes de la política, que hasta se llaman católicos, aparece claro en sus intervenciones que carecen de suficiente formación en la fe. Ni qué hablar de los que son claramente hostiles a toda manifestación religiosa. Antes de voluntad política, necesitan estos personajes orientación cristiana; a muchos les falta una sólida formación religiosa.

(Reviso estas notas en abril de 2012 y me llama la atención que la Corte Constitucional llamó la atención al Procurador General de la Nación y a los jueces que, según la Corte,  en sus decisiones citan una motivación religiosa. Es un asunto grave, porque el Procurador ha sido siempre muy cuidadoso en no mezclar su fe en Dios con las motivaciones de sus prinunciamientos, basados en la ética natural. Se trata de una verdadera persecución de algunos Magistrados de la Corte Constitucional, secundada por algunos medios de comunicación, porque conocen de la fe íntegra del Procurador y se sentirían más cómodos con un Procurador no creyente o uno débil).

¿Cómo cambiariar entonces las estructuras de injusticia? La Iglesia, que es Madre, y confía en la capacidad de conversión del ser humano, en el Nº 42 del Compendio que estamos estudiando, nos dice que hay que apelar a las capacidades espirituales y morales de la persona y a la exigencia permanente de su conversión interior para obtener cambios sociales que estén realmente al servicio de la sociedad. Tenemos que trabajar por esa conversión con los medios a nuestro alcance, comenzando por la oración.

 

Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso

 

Comentábamos la semana pasada, que los parlamentarios y gobernantes cristianos son primero individuos, responsables de hacer vida la fe que recibieron; de ayudar a la construcción del Reino de Dios, que es un reino de justicia y de amor. Sobre la vocación de los laicos recordamos algunos apartes de la exhortación apostólica “Christifideles laici” de Juan Pablo II. Es conveniente repetir algunos párrafos. En el Nº 3, refiriéndose a la llegada, que se acercaba entonces, al tercer milenio,[1] dice el Santo Padre:

Nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y culturales, reclaman hoy, con fuerza muy particular, la acción de los fieles laicos. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso.

Es bueno insistir en la importancia y urgencia de esa frase de Juan Pablo II que los laicos deberíamos tener presente siempre. Esta es la frase: Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso. Eran palabras de Juan Pablo II.

El Papa enumera y comenta algunas, entre la diversidad de situaciones y problemas que hoy existen en el mundo, y que además están caracterizadas por la creciente aceleración del cambio. Se detiene el Papa Juan Pablo en algunas de las tendencias preocupantes, como el secularismo; se detiene en la necesidad de lo religioso, en la dignidad de la persona humana que es despreciada o en el otro extremo, también exaltada. Enumera algunas de las formas como el ser humano es tratado como un mero instrumento, y lo convierten así en esclavo del más fuerte. Y dice:

…«el más fuerte» puede asumir diversos nombres: ideología, política, poder económico, sistemas políticos inhumanos, tecnocracia científica, avasallamiento por parte de los medios de comunicación. De nuevo nos encontramos frente a una multitud de personas, hermanos y hermanas nuestras, cuyos derechos fundamentales son violados, también como consecuencia de la excesiva tolerancia y hasta de la patente injusticia de ciertas leyes civiles: el derecho a la vida y a la integridad física, el derecho a la casa y al trabajo, el derecho a la familia y a la procreación responsable, el derecho a la participación en la vida pública y política, el derecho a la libertad de conciencia y de profesión religiosa.

 

Es por lo menos sospechoso que se defienda toda clase de libertades, pero se coarte la objeción de conciencia

 

Decíamos la semana pasada que nuestra patria no está exenta de las violaciones nombradas por Juan Pablo II, y en algunas cosas en vez de avanzar retrocedemos o avanzamos poco, como sucede con el derecho al trabajo, a la vivienda digna, a la educación. Y no se puede dejar de mencionar que, ¿cómo hablar de una Colombia defensora de la libertad, cuando ahora escuchamos declaraciones del Procurador (Maya Villazón) y de algunos Magistrados de la Corte Constitucional y otros funcionarios públicos, que atacan el derecho a la libertad de conciencia? ¿No es por lo menos sospechoso que se defienda toda clase de libertades, pero se coarte la objeción de conciencia? ¿Quién lo hubiera creído?, pero ahora hay que organizar foros para defender la objeción de conciencia, reconocida en la Constitución. Parece increíble, pero es que dependiendo del tema, se acomodan las interpretaciones…

Es bueno que repitamos también la denuncia que Juan Pablo II hace en Christifideles laici, de las violaciones de la dignidad de la persona humana:

¿Quién puede contar los niños que no han nacido porque han sido matados en el seno de sus madres, dice el Papa,  los niños abandonados y maltratados por sus mismos padres, los niños que crecen sin afecto ni educación? En algunos países, poblaciones enteras se encuentran desprovistas de casa y de trabajo; les faltan los medios más indispensables para llevar una vida digna del ser humano; y algunas carecen hasta de lo necesario para la subsistencia. Tremendos recintos de pobreza y de miserita, física y moral a la vez, se han vuelto anodinos (i.e. no nos preocupan) y como normales en la periferia de las grandes ciudades, mientras afligen mortalmente a enteros grupos humanos.

Recordamos en l a reflexión anterior, que ante el pesimismo que nos puede agobiar el panorama actual, el Papa, hombre de profunda fe en Dios y en el hombre, ve sin embargo signos de esperanza, pues añade: Una beneficiosa corriente atraviesa y penetra ya todos los pueblos de la tierra, cada vez más conscientes de la dignidad del hombre: éste no es una «cosa»o un «objeto»del cual servirse; sino que es siempre un «sujeto», dotado de consciencia y de libertad, llamado a vivir responsablemente en la sociedad y en la historia, ordenado a valores espirituales y religiosos.

 

Es papel de la Iglesia llevar a Jesucristo, que es la noticia

 

¿Qué papel puede desempeñar la Iglesia en el cambio que el mundo requiere con urgencia? Su papel, como lo dice enseguida Juan Pablo II, tiene como misión llevar a Jesucristo que es la «noticia» nueva y portadora de alegría. Y los laicos no podemos limitarnos a escuchar y esperar que la jerarquía actúe. Nos inclinamos a la crítica y se nos pasa por alto nuestra propia responsabilidad. Por eso es bueno volver a escuchar lo que nos dice Juan Pablo II en estas palabras:

En este anuncio y en este testimonio  los fieles laicos tienen un puesto original e irreemplazable:  por medio de ellos la Iglesia de Cristo está presente en los más variados sectores del mundo, como signo y fuente de esperanza y amor.

 

La tarea de los laicos en que no nos pueden reemplazar ni los obispos ni los sacerdotes

 

No dejemos que estas palabras se las lleve el viento. Nos dice el Papa que tenemos una tarea en la que no nos pueden reemplazar los obispos ni los sacerdotes (Acabamos de oír que tenemos un puesto original e irreemplazable). Es bueno que meditemos sobre esa trascendental tarea que se nos encarga y tenemos que examinar si de verdad la cumplimos: la tarea es nada menos que estar presentes como signos y fuentes de esperanza y amor. ¡Qué examen de conciencia el que nos tenemos que hacer! ¿Es que podemos considerar que en el medio donde nos desenvolvemos, en la familia, en el trabajo, en el estudio, en nuestra vida social, somos signo y fuente de esperanza y amor? Es una responsabilidad muy exigente: ser signos y fuentesde esperanza y amor. Es la misión del cristiano: llevar a Cristo.

Aunque ya esa tarea sería suficiente, para no quedarnos sólo en generalidades y en bellos pensamientos y palabras, comenzamos a enumerar sólo algunas de las tareas que Juan Pablo II dice que son de los laicos. La primera tarea que nombra Juan Pablo es general, pero colosal. Oigamos:

…los fieles laicos están llamados de modo particular para dar de nuevo a la entera creación todo su valor originario, dice. Hemos repetido muchas veces que el laico tiene que trabajar en el desarrollo del Reino en la tierra. De manera que no nos podemos cruzar de brazos esperando la segunda venida del Señor. Tenemos trabajo que hacer. Todo lo que encierra esa sola frase de Juan Pablo II: dar de nuevo a la entera creación todo su valor originario. Es decir volver la creación al diseño original…

Es una tarea tan enorme, que para eso se realizó la Encarnación del Hijo de Dios: para reconciliar al hombre y a toda la creación con el Creador y con ella misma, para que se dirijan armónicamente a Cristo y se restablezca el equilibrio roto por el pecado.[2] Y poniendo esta idea al alcance de nuestra comprensión nos dice el Papa en su encíclica Laborem exercens sobre el trabajo humano, que mediante nuestro trabajo, no sólo nos tenemos que ganar nuestro pan cotidiano, sino que debemos contribuir al continuo progreso de las ciencias y de la técnica y, sobre todo, a la incesante elevación cultural y moral de la sociedad.

Tenemos que utilizar para la extensión del Reino y para elevar la cultura y la moral de la sociedad las herramientas que la inteligencia humana desarrolla: la tecnología de la información y las comunicaciones, el mercadeo, la publicidad, las ciencias exactas, la biología, todas las ciencias y las técnicas son instrumentos buenos o malos, según el uso que se haga de ellas. Si las ignoramos, dejamos de aprovecharlas para el bien.

 

Llamados a ordenar lo creado al verdadero bien del hombre

 

El cristiano está llamado a colaborar en la construcción del Reino, ordenando la sociedad humana con una visión que sólo da la fe. En palabras de Juan Pablo II en Christifideles laici (Nº 14), estamos llamados a ordenar lo creado al verdadero bien del hombre. Las siguientes palabras de Juan Pablo II exaltan de modo maravilloso y hasta agobiante, la labor que puede desarrollar el laico. Dice: cuando los fieles laicos obran así (es decir ordenando lo creado al verdadero bien del hombre), participan en el ejercicio de aquel poder, con el que Jesucristo Resucitado atrae a sí todas las cosas y las somete, junto consigo mismo, al Padre, de manera que Dios sea todo en todos (cf Jn,12,32;1Cor 15,28).

El mundo, según Christifideles laici, es el ámbito y el medio de la vocación cristiana de los fieles laicos. Allí, dice el documento, estamos llamados por Dios para contribuir, desde dentro a modo de fermento, a la santificación del mundo mediante el ejercicio de sus propias tareas, guiados por el espíritu evangélico, y así manifiestan a Cristo ante los demás, principalmente con el testimonio de su vida y con el fulgor de su fe, esperanza y caridad.(…) Dios les manifiesta su designio en su situación intramundana, y les comunica la particular vocación de buscar el reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios.[3]

¿Qué es ordenar las realidades temporales según Dios, sino encauzar nuestro mundo según los planes de Dios? Para que eso sea realidad tenemos que empezar por encauzar nuestra propia vida según los designios de Dios. Por eso nuestra actitud tiene que ser siempre de apertura a la voluntad del Señor. ¿Señor, qué quieres que haga?, Señor, esto que estoy haciendo es lo que quieres o me estoy buscando a mí mismo, engañándome a mí mismo con la idea de que lo hago por seguir tus planes?

No dejemos de meditar en esas palabras comprometedoras, que nos recuerdan que debemos ser fermento; que tenemos que manifestar a Cristo con el testimonio de nuestra vida, con el fulgor de nuestra fe, esperanza y caridad… Se siente uno tan pequeño, cuando nos dicen que debemos dar testimonio con el fulgor de nuestra fe, esperanza y caridad…, pero una vez más, recordemos que no estamos solos, que está la fuerza del Espíritu Santo a nuestro alcance…,  sin olvidar que se requiere nuestro esfuerzo también.

Estamos estudiando el Nº 42, donde nos dice la Iglesia que una renovación real de las relaciones con las demás personas y los cambios sociales necesarios, requieren un cambio interior de las personas y en las instituciones y condiciones de vida. Estamos reflexionando sobre el papel de los laicos en estos cambios.

 

La santidad consiste en seguir a Jesucristo

 

En la última parte de la reflexión anterior, alcanzamos a mencionar que esta doctrina nos indica que estamos llamados a la santidad; no a una santidad de aureola, para tratar de figurar entre los privilegiados o en el santoral, sino que estamos llamados a una vida de seguimiento de Cristo, que eso es una vida de santidad.

Juan Pablo II nos recuerda en la exhortación Christifideles laici (16), que, en sus palabras textuales: El Concilio Vaticano II ha pronunciado palabras altamente luminosas sobre la vocación universal a la santidad. Se puede decir que precisamente esta llamada ha sido la consigna fundamental confiada a todos los hijos e hijas de la Iglesia, por un Concilio convocado para la renovación evangélica de la vida cristiana. Y añade el Papa que Esta consigna no es una simple exhortación moral, sino una insuprimible exigencia del misterio de la Iglesia (…) y podemos decir, como lo añade a continuación, que contamos con el eficaz auxilio del Espíritu Santo, pues El espíritu que santificó la naturaleza humana de Jesús en el seno virginal de María (cf. Lc 1,35), es el mismo Espíritu que vive y obra en la Iglesia, con el fin de comunicarle la santidad del Hijo de Dios hecho hombre.

Eran palabras de Juan Pablo II. ¿Nos habíamos imaginado lo grandioso de la dignidad del bautizado?

El 1 de noviembre celebramos la festividad de todos los santos. Voy a citar alguna frases de las palabras del capuchino predicador de la Casa Pontificia, el P. Raniero Cantalamessa, en la liturgia de la solemnidad de Todos los Santos. Dijo:

Los santos que la liturgia celebra en esta solemnidad no son sólo aquellos canonizados por la Iglesia y que se mencionan en nuestros calendarios. Son todos los salvados que forman la Jerusalén celeste (…) Es por lo tanto la ocasión ideal para reflexionar en la «llamada universal de todos los cristianos a la santidad».

Y continuó el P. Cantalamessa: Lo primero que hay que hacer cuando se habla de santidad, es liberar esta palabra del miedo que inspira, debido a ciertas representaciones equivocadas que nos hemos hecho de ella. La santidad puede comportar fenómenos extraordinarios, pero no se identifica con ellos. Si todos están llamados a la santidad es porque, entendida adecuadamente, está al alcance de todos, forma parte de la normalidad de la vida cristiana.

De manera que en la normalidad de la vida cristiana estamos llamados a la santidad. No se requieren acciones extraordinarias, pero nos da miedo la santidad porque eso sí, seguir a Jesús supone renuncia, supone conversión, cambio interior…

La santidad se resume en la caridad

 

Más adelante sigue el predicador pontificio: La santidad no reside en las manos, sino en el corazón; no se decide fuera, sino dentro del hombre, y se resume en la caridad.

Luego de mencionar el papel de la fe y de los sacramentos, medios fundamentales en la santificación, menciona la necesidad del esfuerzo personal y las buenas obras, y cómo no se toman el esfuerzo personal y las buenas obras como medios diferentes de la santidad, sino como el único medio para manifestar la fe, traduciéndola en acto. De manera que las buenas obras son sencillamente manifestaciones de la fe. Y terminó su catequesis el P. Cantalamessa con estas palabras:

«No hay sino una tristeza: la de no ser santos», decía León Bloy, y tenía razón la Madre Teresa cuando, a un periodista que le preguntó a quemarropa qué se sentía al ser aclamada santa por todo el mundo, le respondió: «La santidad no es un lujo, es una necesidad».

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

 


[1] Christifideles laici fue promulgada por Juan Pablo II el 30 de diciembre de 1988, en la Fiesta de la Sagrada Familia

[2] Cfr Reflexiones 25 y 26, del 17 y 24 de agosto, 2006; Pastor Gutiérrez, S.J. Comentario a Colosenses, BAC 211, Pgs. 828ss

[3] Cf Lumen Gentium 38