Reflexión 31 Septiembre 28 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 40-41

 

La salvación integral de todos los hombres

 

Estamos estudiando el primer capítulo del Compendio de la D.S.I. Este capítulo nos enseña cuál es el designio o plan de Dios para la humanidad. Hemos dedicado ya las tres reflexiones anteriores al estudio del Nº 40, que amplía y profundiza el tema sobre la salvación cristiana. Hemos visto que el plan de Dios, desde el principio de la creación, ha sido la salvación para todos los hombres de todas las razas, de todos los pueblos y que su plan ha sido también la salvación, de todo el hombre, es decir, del hombre completo, integral. El plan divino sobre el hombre, desde su creación ha sido ofrecerle la posibilidad de gozar de su vida en la gloria. En esto consiste la salvación.

Y qué es eso de la salvación integral, lo hemos ido viendo también; se refiere a que Dios ofrece la salvación de todo el hombre: en todas sus dimensiones; como decía el Nº 38: en la dimensión personal, individual, sí, pero además,también en la dimensión social: Dios ofrece la salvación a los hombres que están relacionados entre sí, que conforman la sociedad, Dios ofrece la salvación de la sociedad, de la comunidad. Podemos adelantarnos y afirmar que el hombre se salva en la comunidad de la Iglesia. Y el Compendio añade otras dimensiones del hombre, en el mencionado Nº 38: las dimensiones espiritual y la corpórea, histórica y trascendente: el hombre entero, completo: en cuerpo y en espíritu, como ser terreno y destinado a la eternidad. Ahora bien la salvación universal e integral será una realidad completa, cuando llegue la plenitud de los tiempos. A esto le dedicamos un buen espacio en reflexiones anteriores.

Recordemos lo que dice el Nº 40:

La universalidad e integridad de la salvación ofrecida en Jesucristo, hacen inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con Dios y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta.

Luego de haber reflexionado sobre la salvación para todos los hombres y de todo el hombre, nos detuvimos a reflexionar sobre el tema de nuestra responsabilidad frente al prójimo. El Nº 40, que acabamos de leer, hace especial énfasis en el inseparable nexo entre la relación con Dios a la que estamos llamados, y nuestra responsabilidad con el prójimo, en cada situación histórica concreta. El amor a que estamos llamados es, entonces, un amor que implica asumir una responsabilidad. Tener una responsabilidad, ser responsable de algo, quiere decir que algún día vamos a tener que dar cuenta de, cómo cumplimos con esa responsabilidad.

 

También entre las obras de misericordia espirituales se debe contar el uso del don de la palabra

Nuestra responsabilidad con el prójimo no es sólo en cuanto a sus necesidades materiales. Claro que en esos casos se espera del cristiano una especial solidaridad: con el pobre, con el que sufre los rigores de la violencia, con el que carece de trabajo, de vestido, de techo, de salud. Sí, nos juzgarán el último día, por nuestra respuesta a las necesidades de nuestros hermanos. Pero hay más: no sólo debemos atender las necesidades materiales, también debemos ser solidarios con las obras de misericordia espirituales.

Como es tan común pensar que somos caritativos cuando damos algo material, de lo que hemos recibido, y nos tranquilizamos pensando que así cumplimos con la solidaridad, con el amor al prójimo, que es una de características del cristiano, es oportuno recordar que la solidaridad y el bien que debemos hacer a los demás se extiende también al uso de la palabra, que es un inestimable don de Dios al hombre, un regalo que no es material, pero uno de los dones más maravillosos.

Entre las obras de misericordia espirituales, incluye la Iglesia la de “dar consejo al que lo necesita”, por ejemplo. No hablamos del daño que tenemos que evitar hacer a los demás, con el mal uso de la palabra, porque la palabra puede hacer tanto bien, pero mal utilizada puede causar tanto mal. No nos hemos referido al mal uso de la palabra, cuando la utilizamos para herir a nuestros hermanos con la murmuración, con la calumnia, con la crítica, motivada muchas veces por la envidia, por el resentimiento; daño al prójimo que es tan difícil después, de curar…Sobre esos temas nos instruyen con más frecuencia.

Dado el poder ilimitado actual de la palabra a través de los medios de comunicación, es oportuno recordar que los comunicadores sociales católicos, tenemos una especial responsabilidad con los demás, en el uso de ese don divino de la palabra. Están haciendo tanto daño la prensa hablada y escrita, enemigas de la Iglesia… Y en Colombia son poderosos los medios dedicados a atacar a la Iglesia… Parece que algunos comunicadores no tuvieran otro tema.

Por eso dedicamos la reflexión 30.1 a la solidaridad del cristiano que tiene el privilegio del acceso a los medios de comunicación… Creo que eso fue suficiente. Terminemos recordando cuáles son las obras de misericordia espirituales, porque quizás conocemos más las corporales. Las tomo de un viejo catecismo que estudié cuando era niño.[1] Éstas son las obras de misericordia espirituales, que naturalmente están basadas en la Sagrada Escritura:[2]

Enseñar al que no sabe

Dar buen consejo al que lo ha menester

Corregir al que yerra

Perdonar las injurias

Consolar al triste

Sufrir con paciencia las adversidades y flaquezas de nuestros prójimos

Rogar a Dios por los vivos y los muertos

¿No creen ustedes que nos cuesta menos trabajo socorrer al necesitado con nuestra ayuda material, que por ejemplo, Enseñar al que no sabe, Dar buen consejo al que lo necesita, y sobre todo, Perdonar las injurias y sufrir con paciencia las adversidades y flaquezas de nuestros prójimos? Bueno, nuestra solidaridad con el prójimo tiene que llegar hasta allá.

Y para los comunicadores católicos: en la obra de misericordia espiritual enseñar al que no sabe, bien se puede incluir el informar bien al desinformado, y no desinformar o tergiversar la información, como pasa todos los días. El lunes pasado (25 de septiembre, 2006), escuché a Judith Sarmiento, en Caracol Radio, que el Papa tendría una reunión con los musulmanes “para – según le redactaron la noticia que ella leyó,- “enmendar la plana”. El locutor lee lo que le escriben los redactores de noticias. No tiene tiempo de corregir mientras lee al aire. Según esos comunicadores, el Papa tendría que enmendar la plana. ¿No serán más bien los medios de comunicación los que deben enmendar la plana?, porque fueron ellos los que propagaron la información mentirosa, de que el Papa había dicho algo que no había dicho; y en una clara muestra de su mala fe, interpretaron las palabras del Papa como quisieron y no como fueron.

Nos referimos al sonado caso del conferencia del Papa en la Universidad de Ratisbona. Hicieron decir a Benedicto XVI, lo que había dicho el emperador Bizantino Manuel II Paleólogo, en 1391. No se tomaron el trabajo de leer el discurso del Papa. Se contentaron con repetir como loros, lo que otros malintencionados decían. Si son informadores y no se informan bien, en las fuentes, ¿qué credibilidad tienen? ¿Cómo pueden así, enseñar al que no sabe, informar bien al desinformado?[3]

En la universal búsqueda humana de la verdad y de sentido de la vida, el hombre ha intuido, si bien de manera confusa y no sin errores, la responsabilidad con el prójimo

Después de explicarnos el Nº 40, el inseparable nexo entre la relación con Dios, a la que estamos llamados, y nuestra responsabilidad con el prójimo, este Nº 40 continúa diciendo que esto, que acaba de explicarnos, es algo que la universal búsqueda humana de la verdad y de sentido (de la vida) ha intuido, si bien de manera confusa y no sin errores;…

Cuando estudiamos el Nº 20, al comienzo del capítulo primero del Compendio, la Iglesia nos había hecho caer en la cuenta de que, en la búsqueda de Dios, el ser humano experimenta, por una parte que la existencia la ha recibido gratuitamente de ese Ser Superior, el Creador, y por otra, que él, criatura, no está solo; que él tiene que administrar responsablemente los dones que ha recibido, es decir,  su existencia y la naturaleza que lo rodea, compartiéndola con los demás. Podríamos leer con provecho una vez más el Nº 20 del Compendio de la D.S.I.[4] Igualmente el 23, nos recordaba cómo del Decálogo se deriva, no sólo la fidelidad al único Dios,  el Dios de la Alianza,  sino se derivan también los compromisos con los demás, en las relaciones sociales dentro del pueblo de la Alianza. La división de los mandamientos en las 2 tablas, nos habla de nuestras obligaciones con Dios, la primera, y con nuestros semejantes, los mandamientos de la segunda tabla. Como vemos, el Compendio nos va llevando de la mano, sin palabras ociosas, y va dejando sentados los cimientos de la Doctrina Social de la Iglesia.

Sigamos con nuestra reflexión sobre el Nº 40, que es una reafirmación del mismo pensamiento. Nos dice que el ser humano ha intuido, en la búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia, aunque de modo confuso y no sin errores, su responsabilidad con los demás; y añade que,  como nos lo había explicado cuando estudiamos el sentido de los 10 Mandamientos,  esta relación con Dios y con el prójimo, constituye el fundamento de la Alianza de Dios con Israel. Añade el Compendio en este Nº 40, que así lo atestiguan las tablas de la Ley y la predicación profética.

Lo que atestiguan las tablas de la Ley y la predicación profética

 

¿Recuerdan que el Señor, además de entregar el Decálogo a su Pueblo escogido, lo siguió instruyendo por medio de la predicación de los profetas? Recordemos a este propósito, que en el Nº 23, el Compendio nos explicó lo que se ha llamado el derecho del pobre, que eran las leyes que regulaban las relaciones sociales en el Pueblo de la Alianza. Recordemos frases del A.T. como: Si hay junto a ti algún pobre de entre tus hermanos… no endurecerás tu corazón ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano y le prestarás lo que necesite para remediar su indigencia. (Dt 15, 7s) O aquella norma de la hospitalidad que encontramos en el Levítico, 19, 33s: Al forastero que reside junto a vosotros, le miraréis como a uno de vuestro pueblo y lo amarás como a ti mismo; pues forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto.

 

La síntesis perfecta la hizo Jesucristo: “Escucha Israel”…

 

El Nº 40 sigue profundizando y ampliando estas ideas; nos dice que la enseñanza de Dios al Pueblo de Israel, sobre las relaciones de solidaridad con los demás, aparecen con claridad y en una síntesis perfecta en las enseñanzas de Jesucristo y ha sido confirmado definitivamente por el testimonio supremo del don de su vida, en obediencia a la voluntad del Padre y por amor a los hermanos. Al escriba que le pregunta: ¿cuál es el primero de todos los mandamientos?” (Mc 12,28), Jesús responde:

El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos (Mc 12, 29-31). Eran palabras del Compendio, en el Nº 40.

Realmente es imposible una mejor, más completa síntesis de la enseñanza sobre el amor a Dios, y la necesaria conexión con nuestra responsabilidad con el prójimo. Los dos mandamientos van juntos. Al fin y al cabo, la que acabamos de leer es una síntesis hecha por quien es la Palabra, la Verdad, el Señor Jesucristo. Nos enseña que no podemos cumplir uno de los 2 mandamientos y dejar el otro a un lado; amar a Dios y no a nuestro prójimo. Continúa luego así el Compendio en el último párrafo del Nº 40:

En el corazón de la persona humana se entrelazan indisolublemente la relación con Dios, reconocido como Creador y Padre, fuente y cumplimiento de la vida y de la salvación, y la apertura al amor concreto hacia el hombre, que debe ser tratado como otro yo, aun cuando sea un enemigo. (cf Mt 5, 43-44).

Recordamos sin duda esas cita de Mateo: en el capítulo 5. Leámosla desde el versículo 43:

Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.Pues yo os digo: amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿Qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos. ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.

El Señor nos pone alta la meta: nada menos que la perfección de la que nos da ejemplo el Padre celestial. En otras reflexiones hemos comentado a este propósito, la opinión del escriturista P. John McKenzie[5], según el cual sólo el cristiano es capaz de amar así. Es el amor de Dios por el hombre revelado en Cristo Jesús, dice el P. McKenzie, dirigido completamente al otro sin pedir ni esperar recompensa y sin poner límites a las exigencias que haga. Si el amor por el prójimo lleva al cristiano tan lejos como el amor por el hombre llevó a Jesús, el cristiano puede tener la seguridad de que es amor y no otra cosa lo que lo motiva.

Estamos terminando nuestra reflexión sobreNº 40, que nos explica cómo el ser humano está llamado a amar a Dios, su Creador y Padre y también a amar a sus semejantes, con quienes tiene una responsabilidad en cada situación histórica.

Las últimas 4 líneas del Nº 40 del Compendio de la D.S.I., dicen:

En la dimensión interior del hombre radica, en definitiva, el compromiso por la justicia y la solidaridad, para la edificación de una vida social, económica y política conforme al designio de Dios.

El compromiso por la justicia y la solidaridad, para la edificación de una vida social, económica y política conforme al designio de Dios, radica en la dimensión interior del hombre, en su espiritualidad, en la aceptación de su trascendencia, en su aceptación de los planes de Dios

 

La doctrina social no es cuestión de ciencias humanas: ni sociología, ni política.

Ahora podemos entender mejor, por qué el cristiano que desea colaborar en la construcción del Reino de Dios, en el establecimiento de la justicia social, no puede odiar a los demás: ni a los ricos, ni a los guerrilleros, aunque nos hagan mal, secuestren y asesinen. El Reino tenemos que establecerlo con la justicia, el perdón y el amor. Las armas NO pueden ser instrumentos usados en nombre del cristianismo, para establecer la justicia y la paz.

Si nuestros periodistas hubieran leído el tan mencionado discurso del Papa en la Universidad de Ratisbona, no hubieran encontrado sólo la cita que aprovecharon fuera de contexto, sino esta otra, también del mismo emperador Bizantino Manuel II, y que nos viene bien en este momento. Se refirió el Papa a la relación entre religión y violencia, como la expuso ese emperador a su interlocutor mahometano. Dijo Manuel II el Paleólogo, como también lo cita el Papa en su discurso, que la difusión de la fe mediante la violencia es algo irracional. La violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma, dijo ese emperador. Y estas palabras las cita el Papa entre comillas: “Dios no goza con la sangre; no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. Por lo tanto, quien quiera llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas”…Citaba el Papa al mismo emperador del siglo 14.

Suficiente sobre esto. El tema central de la conferencia del Papa era la fe y la razón. Era una invitación al diálogo entre la fe y la razón. Eso sobrepasa la intención de esta reflexión.[6]

Vamos ahora a pasar al Nº 41. Este número y los tres siguientes se dedican al tema: El discípulo de Cristo como nueva criatura. Hoy vamos a leer sólo el primer punto. Dice:

La vida personal y social así como el actuar humano en el mundo están siempre asechados por el pecado, pero Jesucristo, “padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo para seguir sus pasos y, además, abrió el camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido”.

A Jesucristo, con toda la razón del mundo, lo amamos con toda el alma

 

Hemos visto que desde el pecado original, el universo no es como el Creador lo quería, como Él lo diseñó. El hombre empañó en él la imagen y semejanza de Dios, como fue originalmente creado. Por eso nuestro actuar en el mundo, nuestra vida personal y social, están asechados por el pecado. Pero la situación del hombre no está perdida, porque la vida, pasión y resurrección de Jesús no fueron en vano. Cita aquí el Compendio una vez más la Constitución Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, en el Nº 22, donde se lee:

El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) (se refiere a Cristo nuestro Señor) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida,[7] ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. Y continúa el Concilio: El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre,[8] amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado.[9]

Cómo no vamos a amar a Jesucristo, que siendo Dios, bajó hasta nosotros, no en una visita fugaz, sino que se hizo uno de nosotros, nos amó y se entregó por nosotros hasta la muerte y una muerte cruel. Cuando leía estas palabras de la Gaudium et Spes, pensaba yo, que los que se atreven a faltar al respeto a Jesús, así sea sólo en una imagen suya, no saben cuánto nos ofenden a los cristianos. Porque a Jesucristo, con toda la razón del mundo lo amamos, con toda el alma.

Sigamos leyendo algo más de la Gaudium et Spes. Sigue así, en el mismo Nº 22:

Cordero inocente, con la entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida. En Él Dios nos reconcilió[10] consigo y con nosotros y nos liberó de la esclavitud del diablo y del pecado, por lo que cualquiera de nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gal 2,20).

Es tan importante este número de la Gaudium et Spes, que en la próxima reflexión vamos a continuar leyendo algo más. Los invito a que en su casa lean ustedes este Nº 22. Recordemos que se trata de la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo actual, uno de los documentos más importantes del Concilio Vaticano II.

Fijémonos en las palabras del Concilio, cuando dice que Él, Jesús, Dios, nos reconcilió[11] consigo y con nosotros. Creo que generalmente pensamos, sí, que el Señor Jesucristo nos reconcilió con Dios; el Concilio dice que también nos reconcilió con nosotros. No pensamos mucho en eso. Nuestra relación con el prójimo la ponemos en un lugar sin importancia, y como vamos viendo, es de la esencia del cristianismo. Para que comprendamos bien esto, pongámonos una pequeña tarea: leamos la 2ª Carta a los Corintios, capítulo 5º, vv. 18ss. Y también Colosenses 1, 20-22 Son unas pocas líneas para leer, despacio, meditándolas. Si Dios quiere, en la próxima reflexión días las comentaremos.


[1] José Deharbe, S.J., Catecismo de la Doctrina Cristiana, Herder, Friburgo de Brisgovia, 1899, Pg 85s

[2] Cfr Is 58,6ss; Hebr, 13, 1ss – Se puede ver también Tito, 2 1ss, Tim, 2,16s.; 2 Macabeos, 12, 42s Sobre la corrección fraterna Cfr. Mt 18, 15ss; St 5, 19s

[3] Entre los muchos sitios donde puede leerse el discurso de Ratisbona, véase la Nota 6 en esta misma reflexión y también: http://www.scriptor.org/2006/10/encuentro_con_l.html

[4] Entre los enlaces (Blogroll) de estas reflexiones, se encuentra el de la edición oficial del Compendio. Lo invito a echar una mirada allí.

[5] John L. Mckenzie, S.J., The Power and the Wisdom, An interpretation of the New Testament, The Bruce Publishing Company, Pg. 231. Lo que está en cursiva es traducción mía.

[6]Cfr Discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona, Zenit 13-09-2006, Código ZS06091325

[7] Para comprender en qué consiste la naturaleza humana de Cristo, Cfr. Catecismo Nº 467, El Concilio Vaticano cita en la Gaudium et Spes, 22, los Concilio II y III de Constantinopla y el de Calcedonia. Cfr. Reflexión 17 de agosto 17, 2006, “El mundo cambió cuando Dios se hizo parte de él”.

[8] El Concilio Vaticano cita el Constantinopolitano III: “ita et humana eius voluntas deificata non est perempta”(Denz. 291, que podemos traducir: “de esta manera su voluntad humana deificada no pereció (no fue destruida)

[9] Cf Hebr 4,15

[10] Cf 2 Cor, 5,18s; Col 1,20-22

[11]Cf 2 Cor, 5,18s; Col 1,20-22