Reflexión 119 Naturaleza de la Doctrina Social (IV)

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Y entonces ¿qué es la Doctrina Social de la Iglesia?

Y ¿qué no es?

En la reflexión anterior volvimos al estudio del Compendio de la D.S.I., luego de dedicar varios programas al estudio del desarrollo económico, visto desde la perspectiva del pensamiento cristiano. Regresamos ahora a nuestro estudio de la naturaleza de la Doctrina Social; es decir a comprender qué es la doctrina social de la Iglesia.

Hemos visto que la Doctrina Social de la Iglesia es un conocimiento iluminado por la fe; que es, por lo tanto de naturaleza teológica. La D.S.I. no es ciencia política, ni economía, ni sociología, no es una ideología – la ideología presupone un pensamiento político, la Doctrina Social de la Iglesia no. Es sin embargo importante aclarar que, como el interés de la Iglesia es la persona humana, entra en diálogo con las diversas áreas del conocimiento que se ocupan del ser humano. Por esto se vale de los aportes significativos que hacen la filosofía y otras ciencias humanas, para acertar cuando interviene en defensa de la persona humana en los distintos contextos sociales, económicos y políticos. En esta forma la Iglesia pretende conocer mejor y de manera integral la verdad sobre el hombre. Esto lo vimos en el N° 76 de nuestro libro guía, el Compendio de la D.S.I. Si desea repasar vea las Reflexiones 106-107.

Una vez aclarado lo que no es la D.S.I. y comprendiendo que lo que tratamos de entender aquí es doctrina católica, que se trata de un conocimiento iluminado por la fe, continuemos.

Y ¿qué es la teología moral?

Juan Pablo II nos aclaró que la D.S.I. pertenece al campo de la teología moral, porque la teología moral es el área de la teología que estudia y enseña cómo debemos vivir, de acuerdo con los designios de Dios; la teología moral es una reflexión sistemática sobre la conducta cristiana, a partir de la Sagrada Escritura.[1] Es muy importante que tengamos presente que, en la D.S.I. tratamos de entender cuáles son los planes de Dios sobre el hombre, cómo quiere el Señor que vivamos en sociedad, en comunidad. Tratamos de entender y seguir los planes de Dios, no los de grupos políticos.

Esta manera de ver el mundo adquiere especial importancia en las circunstancias difíciles, violentas, injustas en que nos ha tocado vivir, en Colombia y en general en el mundo, circunstancias que están lejos del Reino de justicia, de amor y de paz que el Hijo de Dios vino a implantar.

¿Nos sentimos protagonistas, responsables, por acción o por omisión, de la tragedia colombiana?

El P. Francisco de Roux, quien tiene un largo recorrido en el programa por la paz en el Magdalena Medio, hace una descarnada descripción de la situación que todos lamentamos en Colombia, dirigiéndose a sus hermanos jesuitas, cuando, hace poco, asumió el cargo de superior de esa comunidad en Colombia.[2] Las siguientes son palabras suyas:

Este país que sigue siendo una de las crisis humanitarias más graves del planeta. (…) la comunidad internacional, (…) no acaba de entender por qué dejamos pasar durante décadas masacres, secuestros, fosas comunes, coerciones y extorsiones en  impunidades innumerables,  nosotros seguimos siendo hoy los  primeros productores, casi el  monopolio mundial, de la cocaína que envenena el mundo; base de la mafia del narcotráfico que ha penetrado con una moral de  mentira y  corrupción a la política y a las instituciones, y confundido a la juventud y al campesinado.  Nosotros somos los habitantes de un territorio que con Sudán y el Congo tiene los mayores  desplazamientos forzados  internos en el planeta.  Pobladores de la zona de los secuestros más largos y de los campos de  mayor densidad / de minas antipersonales. Nosotros somos los protagonistas, responsables, por acción o por omisión, de esta tragedia.

Mi sentir  es que la  crisis humanitaria de Colombia se produce porque, a pesar de los esfuerzos de personas extraordinarias, entre los cuales se destacan compañeros jesuitas, de ayer y de hoy;  la inmensa mayoría de los sectores dirigentes de este país no se ha atrevido a enfrentar la realidad;  y falta un liderazgo espiritual, ético e intelectual que se coloque con decisión en la frontera donde esta sociedad se sigue haciendo pedazos.  Donde se ha perdido y se sigue perdiendo la grandeza del ser humano por el que Jesús entregó la vida.

La frontera donde la sociedad se sigue haciendo pedazos

Más adelante el P. de Roux explica a qué frontera de la sociedad se refiere; esa frontera donde la sociedad se sigue haciendo pedazos. Benedicto XVI en palabras dirigidas a los jesuitas, cuando se reunieron de todo el mundo para nombrar al nuevo Superior General, les dijo que, como los había instado Pablo VI, debían ir a las fronteras de riesgo a donde otros no se atreven a ir. Esas palabras nos las podemos apropiar, si queremos ser discípulos misioneros, como nos pide Aparecida. Cada uno, según sus posibilidades tiene que estar dispuesto a ir a las fronteras, allí donde la fe ya no llega o está en condiciones de debilidad. A veces tenemos que entrar en nuestras propias fronteras interiores. Las palabras que siguen explican a qué se refiere el P. de Roux:

Al hablar de la frontera  no me refiero a los límites físicos. La frontera tiene un significado mucho más profundo. La frontera está donde el mensaje del Reino no puede pasar porque no se comprende su significado;  o donde el mensaje se  entiende pero no se acepta su contenido y sus valores; la frontera está donde la lucha por la dignidad humana enfrenta la exclusión y la violación de todos los derechos y donde el cinismo escapa de todos los deberes.  Las fronteras están en las ciudades y en los campos, en la política y las instituciones, en las culturas y los imaginarios colectivos, en  la academia y en los terrenos de la pastoral, en la ciencia y en la acción.

Las fronteras son  escenarios de incertidumbre en los que pocos se atreven; análogos a la selva y a  los humedales y pantanos que nadie atraviesa; semejantes a  los territorios controlados por la guerrilla o por los paramilitares, a donde solo se entra con permiso y  donde se siente la presión de los ocupantes. Las fronteras son las barreras que dividen, análogas  al muro de Berlín,  a la muralla de los Estados Unidos contra  México, o la pared de Israel para excluir a los palestinos.

Cuando nosotros ponemos fronteras al actuar de Dios

En el examen personal sabemos que la frontera está dentro de nosotros mismos en los límites que ponemos al actuar de Dios. Está en los problemas que no nos atrevemos a encarar en nuestras comunidades e instituciones porque huimos del dolor de las conversaciones difíciles, liberadoras.  Está en el miedo de avanzar hacia quienes ponen obstáculos a nuestro evangelizar.  A pesar (de) que sabemos que la frontera solo cambia si ponemos en medio de  ella nuestra tienda de campaña.

Yo quisiera quedarme especialmente con esta frase: sabemos que la frontera está dentro de nosotros mismos en los límites que ponemos al actuar de Dios. Es una frase muy Ignaciana. San Ignacio decía que no sabíamos cuánto seríamos capaces de hacer, si dejáramos obrar en nosotros a la gracia de Dios. Es claro que no podemos hacer nada sin la gracia de Dios, pero muchas veces ponemos fronteras, límites a la gracia; no la dejamos obrar. El Señor está siempre a la puerta y llama[3] y nosotros no lo dejamos entrar.

Volvamos a nuestra reflexión sobre la naturaleza de la D.S.I. Hemos recordado que, como nos enseñó Juan Pablo II, la D.S. es un conocimiento iluminado por la fe; que es, por lo tanto de naturaleza teológica y que pertenece al campo de la teología moral, que es una reflexión sistemática sobre la conducta cristiana, a partir de la Sagrada Escritura. Una reflexión sistemática, es decir que la teología moral se ajusta a un sistema, a un método. No es una reflexión desordenada, según lo que a cada uno se le ocurra. Se parte de la Sagrada Escritura.

La Doctrina Social y la Palabra

La Palabra de Dios en la vida y la misión de la Iglesia”

El fundamento de la doctrina social, es pues, la Revelación bíblica y con ella, la Tradición de la Iglesia. Puesto que se trata de conocer cómo quiere Dios que funcionen la sociedad y el mundo, el contenido de la D.S.I. se tiene que basar ante todo, en su Palabra, que es el medio que Dios nos ha dado para conocer sus proyectos para la humanidad.

El Sínodo de los obispos, que se celebró hace pocos días en Roma, nos dejó un bellísimo documento que nos explica La Palabra de Dios en la vida y la misión de la Iglesia”. Como afirman los obispos en ese documento, la Palabra divina se encuentra en la raíz de la historia humana. Como en la Palabra encontramos los planes de Dios para el ser humano, planes que tenemos que ayudar a realizar, la D.S.I. se tiene que basar en la Sagrada Escritura.

En el documento del Sínodo nos enseñan que, la Palabra de Dios (…) penetra en la trama de la historia con su tejido de situaciones y acontecimientos. Nos enseñan que hay una presencia divina en las situaciones humanas que, mediante la acción del Señor de la historia, se insertan en un plan más elevado de salvación, para que «todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tm 2,4).

Encender pequeñas luces, no lamentarnos de la oscuridad

La fe nos pide que aprendamos a ver la presencia divina en las situaciones que nos toca vivir. Eso es aprender a ver los signos de los tiempos, que son signos de la presencia de Dios. Así, con una mirada de fe, aprenderemos a VER y a JUZGAR las situaciones, y con la ayuda de la gracia de Dios podremos ACTUAR como Él lo espera de nosotros. Lamentarnos de la situación no es ACTUAR. No es ACTUAR lamentarnos de la oscuridad, sino encender luces, así sean pequeñas las luces que nosotros estemos en capacidad de encender.

Lo que acabamos de ver está en plena consonancia con las enseñanzas de Juan Pablo II, cuando nos explicó los objetivos de la Doctrina Social de la Iglesia, en la encíclica Sollicitudo rei socialis, en el N° 41. Dice allí el Santo Padre, que el objetivo de la D.S.:

es interpretar las realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional, a la luz de la fe y de la tradición eclesial… examinando su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cristiana.

La Doctrina Social orientadora de la conducta cristiana

De manera que la D.S. es orientadora de la conducta cristiana: su objetivo es ver la realidad en que vivimos y la manera como respondemos con nuestro comportamiento; juzgar si la realidad y nuestro comportamiento concuerdan o están lejos del ideal evangélico y con la ayuda de la gracia corregir el camino.

En pocas palabras, la D.S.I. tiene el carácter de aplicación de la Palabra de Dios a la vida de los hombres, de la sociedad, de las realidades terrenas.

La Palabra de Dios no es sólo el Libro

Al hablar de la Sagrada Escritura como fundamento de la D.S., es oportuno mencionar las enseñanzas del pasado Sínodo de los obispos; nos enseñan en el documento final, que la Palabra de Dios no es sólo el Libro, no la encontramos solo en las palabras escritas, que se encuentran en la Biblia. El Sínodo sobre La Palabra, nos explica el papel de la Tradición para comprender la Palabra de Dios.

En el N° 3 de su documento final, nos dice el Sínodo que Las Sagradas Escrituras son el “testimonio” en forma escrita de la Palabra divina, pero que nuestra fe no tiene en el centro sólo un libro, sino una historia de salvación y, como veremos, una persona, Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne, hombre, historia. Precisamente porque el horizonte de la Palabra divina abraza y se extiende más allá de la Escritura, es necesaria la constante presencia del Espíritu Santo que «guía hasta la verdad completa»[4] a quien lee la Biblia. Es ésta la gran Tradición, presencia eficaz del “Espíritu de verdad” en la Iglesia, guardián de las Sagradas Escrituras, auténticamente interpretadas por el Magisterio eclesial. Con la Tradición se llega a la comprensión, la interpretación, la comunicación y el testimonio de la Palabra de Dios. El propio san Pablo, cuando proclamó el primer Credo cristiano, reconocerá que “transmitió” lo que él «a su vez recibió» de la Tradición .[5]

La Doctrina Social de la Iglesia tiene su propia interpretación de la persona humana y de los acontecimientos

Vimos también en nuestro estudio de la naturaleza de la D.S.I., que esta doctrina tiene su propia visión del hombre y del mundo; no toma esta visión, de la que puedan ofrecer las ideologías. Acabamos en las reflexiones anteriores, de ver, por ejemplo, la interpretación de la D.S.I. sobre el desarrollo económico. No es una interpretación técnica, sino desde la fe, desde el pensamiento cristiano sobre lo que debe ser la economía: un medio para promover al hombre y no un fin en sí misma. Esa interpretación se basa en la verdad que hemos recibido sobre el hombre y su mundo. La antropología cristiana, es decir la comprensión cristiana del ser humano, se basa en lo que sobre él nos ha comunicado la Palabra de Dios.

El Sínodo de los obispos sobre la Palabra nos complementa estas ideas. Como leímos hace un momento, nuestra fe no tiene en el centro sólo un libro, sino una historia de salvación y, (…) una persona, Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne, hombre, historia.

No podemos comprender al ser humano sin tener en cuenta a Jesucristo, el Hijo de Dios que se hizo carne, igual en todo a nosotros, menos en el pecado. Jesús, el hijo del hombre, el Hijo de Dios. Hombre perfecto, igual a nosotros en todo menos en el pecado. Hijo de Dios que se encarnó para que el ser humano pudiera en Él conocer al Padre; Jesús, rostro humano de Dios.

Jesucristo, la Palabra que asume el rostro de Dios

Bellamente nos explica el Sínodo esta idea sobre Jesucristo, Hijo de Dios, la Palabra hecha carne, la Palabra que asume un rostro, el rostro humano de Jesucristo. Dice en el N° 4 de su documento final:

La Palabra eterna y divina entra en el espacio y en el tiempo y asume un rostro y una identidad humana, tan es así que es posible acercarse a ella directamente pidiendo, como hizo aquel grupo de griegos presentes en Jerusalén: «Queremos ver a Jesús» (Jn 12, 20-21).

Las palabras sin un rostro no son perfectas, porque no cumplen plenamente el encuentro, como recordaba Job, cuando llegó al final de su dramático itinerario de búsqueda: «Sólo de oídas te conocía, pero ahora te han visto mis ojos» (42, 5).

Sigamos leyendo algo más del documento del Sínodo sobre la Palabra, que es la Biblia y es también la Tradición. Ese documento es pan fresco, recién salido del horno. Continúa así el N° 4:

Cristo es «la Palabra que está junto a Dios y es Dios», es «imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación» (Col 1, 15); pero también es Jesús de Nazaret, que camina por las calles de una provincia marginal del imperio romano, que habla una lengua local, que presenta los rasgos de un pueblo, el judío, y de su cultura.

El Jesucristo real es, por tanto, carne frágil y mortal, es historia y humanidad, pero también es gloria, divinidad, misterio: Aquel que nos ha revelado el Dios que nadie ha visto jamás (cf. Jn 1, 18). El Hijo de Dios sigue siendo el mismo aun en ese cadáver depositado en el sepulcro y la resurrección es su testimonio vivo y eficaz

¿De dónde ha elaborado la Iglesia su propia antropología?

De Dios, a través de su Palabra, ha recibido la Iglesia su comprensión del hombre y del mundo. De esa verdad, recibida de Dios, la Iglesia ha elaborado su propia antropología, es decir, su comprensión de la realidad del ser humano. Nosotros no podemos comprender a la persona humana por fuera de la concepción cristiana, con su doble dimensión: terrena y celestial, material y espiritual, temporal y eterna. Nuestra comprensión de la persona humana en su doble dimensión exige de nosotros un compromiso único y coherente. Nos comprometemos con la persona humana como un ser con necesidades materiales y espirituales; con ambas.

El amor, columna que sostiene a la Iglesia

Como no se puede entender una doctrina social católica que no esté embebida, penetrada por la caridad, el mandamiento del amor, veamos lo que el Sínodo nos enseña sobre el amor fraterno, del que dice es una de las columnas que sostienen a la Iglesia. Estas son las palabras del documento final del Sínodo, en el N° 10:

Como recordaba Jesús, para convertirse en sus hermanos o hermanas se necesita ser «los hermanos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8, 21). La escucha auténtica es obedecer y actuar, es hacer florecer en la vida la justicia y el amor, es ofrecer tanto en la existencia como en la sociedad un testimonio en la línea del llamado de los profetas que constantemente unía la Palabra de Dios y la vida, la fe y la rectitud, el culto y el compromiso social. Esto es lo que repetía continuamente Jesús, a partir de la célebre admonición en el Sermón de la montaña: «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! Entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7, 21). En esta frase parece resonar la Palabra divina propuesta por Isaías: «Este pueblo se me acerca con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí» (29, 13). Estas advertencias son también para las iglesias que no son fieles a la escucha obediente de la Palabra de Dios.

Por ello, ésta debe ser visible y legible ya en el rostro mismo y en las manos del creyente, como lo sugirió san Gregorio Magno que veía en san Benito, y en los otros grandes hombres de Dios, los testimonios de la comunión con Dios y sus hermanos, con la Palabra de Dios hecha vida. El hombre justo y fiel no sólo “explica” las Escrituras, sino que las “despliega” frente a todos como realidad viva y practicada.

LOS CAMINOS DE LA PALABRA: LA MISIÓN

Hace un momento mencionábamos las fronteras de la fe a donde nos llama nuestra misión como cristianos. Leamos finalmente la introducción a la parte IV del documento del Sínodo, que titula precisamente: LOS CAMINOS DE LA PALABRA: LA MISIÓN. Dice así:

«Porque de Sión saldrá la Ley y de Jerusalén la palabra del Señor» (Is 2,3). La Palabra de Dios personificada “sale” de su casa, del templo, y se encamina a lo largo de los caminos del mundo para encontrar la gran peregrinación que los pueblos de la tierra han emprendido en la búsqueda de la verdad, de la justicia y de la paz.

Existe, en efecto, también en la moderna ciudad secularizada, en sus plazas, y en sus calles – donde parecen reinar la incredulidad y la indiferencia, donde el mal parece prevalecer sobre el bien, creando la impresión de la victoria de Babilonia sobre Jerusalén – un deseo escondido, una esperanza germinal, una conmoción de esperanza. Como se lee en el libro del profeta Amós, «vienen días – dice Dios, el Señor – en los cuales enviaré hambre a la tierra. No de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Dios» (8, 11). A esta hambre quiere responder la misión evangelizadora de la Iglesia.


Asimismo Cristo resucitado lanza el llamado a los apóstoles, titubeantes para salir de las fronteras de su horizonte protegido: «Por tanto, id a todas las naciones, haced discípulos […] y enseñadles a obedecer todo lo que os he mandado» (Mt 28, 19-20).

La Biblia está llena de llamadas a “no callar”, a “gritar con fuerza”, a “anunciar la Palabra en el momento oportuno e importuno” a ser guardianes que rompen el silencio de la indiferencia. Los caminos que se abren frente a nosotros, hoy, no son únicamente los que recorrió san Pablo o los primeros evangelizadores y, detrás de ellos, todos los misioneros fueron al encuentro de la gente en tierras lejanas.

Hay sacerdotes, religiosos y laicos de todos los países en tierras lejanas llevando el Evangelio. Siguieron la llamada de una vocación especial. Han respondido a la voluntad del Señor que quiere que todos los seres humanos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad[6].

Ojalá haya muchos jóvenes que sientan esa llamada. Otros han ido, no más allá de las fronteras físicas de su propia patria, pero sí a las fronteras de la fe, a los territorios donde algunos, por defender la justicia, han ofrendado su vida.Empecemos por borrar los límites que ponemos a la gracia en nosotros mismos y dejémonos guiar por ella. Que el Señor nos diga lo que quiere que hagamos.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cf Gerald O’Collins, S.J. y Edgard G. Farrugia, S.J.; Diccionario abreviado de teología, Ed.Verbo, Divino, bajo la palabra Moral (teología)

[2] Palabras tomadas del Editorial “Ir a las Fronteras”, del P. de Roux, en septiembre 2008, en la página de la Compañía de Jesús de Colombia, en Internet.

[3] Ap 3,20  – -San Alberto Hurtado, en un escrito llamado “Medios divinos y medios humanos”, que se puede consultar en internet, tiene esta afirmación: ( El verdadero cristiano) Sabe que Dios está dispuesto a obrar mucho más de lo que lo hace, pero está encadenado por la inercia de los hombres que deberían colaborar con El. Como San Ignacio, piensa “que hay muy pocas personas, si es que hay algunas, que comprendan perfectamente cuánto estorbamos a Dios cuando El quiere obrar en nosotros y todo lo que haría en nuestro favor si no lo estorbáramos”.

[4] Jn 16,13

[5] “Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras” Esas verdades las recibió Pablo oralmente, pues el N.T. no se había escrito aún.

[6] Palabras tomadas de la oración colecta de la misa por la evangelización de los pueblos.