Reflexión 196 – Caritas in veritate N° 34-A, Charla 33

Diciembre 2 de 2010

DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA, “Caritas in veritate” Cap. 3°

 

Gratuidad, término desconocido en la economía

La semana pasada comenzamos a estudiar el capítulo tercero de Caritas in veritate. Este nuevo capítulo trata sobre la fraternidad, el desarrollo económico y sociedad civil, y se extiende del N° 34 al 43. Aparece aquí un término nuevo para los economistas puros: el término gratuidad. Eso es algo novedoso para el tema de la economía.Lo que generalmente se oye en ese campo es la expresión “a uno no le regalan nada”, y también: “aquí nada es gratis”, “esto es un negocio”. La encíclica nos insta a lo contrario, a dar, que es algo perfectamente coherente con nuestra procedencia como creaturas hechas a imagen de Dios que es Amor y amor es darse.

 

Como elemento muy importante de la solución para el desarrollo humano integral, Benedicto XVI se sale del camino sólo técnico de los economistas, que la experiencia muestra que no ha sido suficiente y, desde el Evangelio, plantea la necesidad de la generosa donación personal. La gratuidad no es extraña al ser humano, pues que está hecho para el don, está llamado al ser por la palabra de Dios que es Amor.

 

Recordemos el profundo pensamiento de Benedicto XVI, en la encíclica Caritas in veritate, Caridad  en la verdad en el N° 34: “La unidad de la raza humana, una comunión que trasciende cualquier barrera, es llamada al ser por la palabra de Dios que es Amor”.

Cuando se confunden la felicidad y la salvación con la prosperidad material y la vida social

Entonces, si estamos hechos por el Amor, para el amor, si el amor, que es darse, es connatural a la naturaleza humana que viene de Dios, ¿por qué actuamos con egoísmo? ¿Cuándo se nos olvidó que estamos hechos para el don? La respuesta nos la ofrece la Iglesia cuando nos recuerda que estamos heridos por el pecado original. Podemos afirmar también que la naturaleza humana por ser finita, por ser creada, quiere ser independiente, es rebelde. A ese propósito, Ratzinger en su libro “Dios y el mundo” después de afirmar que el lastre del pecado original lleva al ser humano a querer apartarse de Dios, también por su naturaleza de ser finito, ser creado, tiende a ser independiente de quien lo creó.

 “La fe cristiana está convencida de que hay una perturbación en la creación. La existencia humana no es como salió realmente de las manos del Creador. Está lastrada (sobrecargada) con un factor que, además de la tendencia (…) hacia Dios, también dicta otra, la de apartarsse de Dios. En este sentido , el ser humano se siente desgarrado entre la adaptación original a la creación y su legado histórico.

Esta posibilidad, ya existente en la esencia de lo finito, de lo creado, se ha conformado en el curso de la historia. Por una parte el ser humano ha sido creado para el amor. Está aquí para perderse a sí mismo, para darse. Pero también le es propio negarse, querer ser solamente él mismo. Esta tendencia se acrecienta hasta el punto de que por un lado – puede amar a Dios, pero también enfadarse con él y decir: ´En realidad me gustaría ser independiente, ser únicamente yo mismo.´ (Pg. 72)

La solución para sanar esa herida también la encontramos en la Iglesia, aministradora de la gracia por los sacramentos. La caridad, el amor, que recibimos de Dios, debería tener la fuerza suficiente para unir a los hombres, para fundar la comunidad sin barreras y convertirse en una comunidad universal, nos dice Benedicto XVI en el N° 34, pero añade que aunque la comunidad humana puede ser organizada por nosotros mismos, nunca podrá serlo sólo con nuestras propias fuerzas; se necesita la gracia. La Iglesia es la encargada por Jesucristo de dispensar la gracia por medio de los sacramentos.

Nos recuerda el Papa que la experiencia del don, de algo que se nos da o entregamos gratuitamente, la vivimos de diversa manera en nuestra vida. Cuando los seres humanos, aturdidos a causa de la herida del pecado original, se sienten autosuficientes, pueden confundir la felicidad y la salvación con la prosperidad material y la vida social. Pero el desarrollo económico, político y social, para que sea de verdad un desarrollo humano, tiene que incluir la gratuidad, el don y la expresión de la fraternidad. La economía sola, como técnica producto de la sabiduría humana, ha llevado al hombre a abusar de esos instrumentos inclusive de manera destructiva. Ha llegado ahora el momento de profundizar en las causas de las crisis de pobreza, porque las soluciones de los técnicos son solo parciales y temporales, coyunturales: alcanzan para algunos solamente: los menos necesitados y sólo por un tiempo.

La soberbia es destructiva y hay mucha soberbia en muchos economistas que pretenden independizar a la economía de la ética. A eso se refiere Benedicto XVI en el N° 34. Las consecuencias las está viviendo el mundo ahora, especialmente los países materialmente más avanzados.

¿Cuándo se nos olvidó que estamos hechos para el don?

 

Volvamos a leer la primera parte del N° 34 de Caritas in veritate.

La caridad en la verdad pone al hombre ante la sorprendente experiencia del don. La gratuidad está en su vida de muchas maneras, aunque frecuentemente pasa desapercibida debido a una visión de la existencia que antepone a todo la productividad y la utilidad. El ser humano está hecho para el don, el cual manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente. A veces, el hombre moderno tiene la errónea convicción de ser el único autor de sí mismo, de su vida y de la sociedad. Es una presunción fruto de la cerrazón egoísta en sí mismo, que procede —por decirlo con una expresión creyente— del pecado de los orígenes. La sabiduría de la Iglesia ha invitado siempre a no olvidar la realidad del pecado original, ni siquiera en la interpretación de los fenómenos sociales y en la construcción de la sociedad: «Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres». Hace tiempo que la economía forma parte del conjunto de los ámbitos en que se manifiestan los efectos perniciosos del pecado. Nuestros días nos ofrecen una prueba evidente.

¿Qué nos enseña el N° 34 de Caritas in veritate?

En resumen, nos enseña que el don, la entrega gratuita, es una experiencia clave en nuestras vidas, que revela nuestra dimensión trascendente, desprendida, generosa, no amarrada a lo terreno. El pensamiento de las personas que se sienten autores y dueños de sí mismos es producto del egoísmo cuya fuente es el pecado original. Somos auténticos, de acuerdo con nuestro diseño divino, cuando somos generosos, cuando no nos domina el egoísmo y somos capaces de darnos.

Citando el Catecismo de la Iglesia Católica (407), nos recuerda Benedicto XVI que «Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres».Es decir que las consecuencias del pecado original alcanzan a contaminar las estructuras sociales, incluyendo la economía. Pareciera por eso, que ahora en la economía no hubiera lugar para la ética. En nuestro tiempo se trata de mantener a la economía lejos de la moral. Defienden que el manejo de la economía es algo técnico en que no tiene cabida la ética. Son campos independientes. Es un recurso que utilizan ahora también en otros temas como el aborto. Sus defensores defienden que se trata de un tema de salud pública y no de moral. Lo mismo podrían decir de la corrupción que corroe la política y la justicia. Hay mucha autodestrucción en las actitudes que tratan de separar al ser humano de su Creador.

Perder el sentido de lo trascendente es perder el sentido de Dios

 

Juan Souto Coelho, del Instituto social León XIII, de España afirma:

Caritas in veritate es la encíclica escrita para un mundo que, por un lado, tiende a prescindir, ocultar y negar la presencia de Dios en la vida, en el devenir de la historia y en el corazón del hombre; por otro lado, afirma poder alcanzar el máximo nivel de desarrollo posible confiando únicamente en sus propias fuerzas, su técnica, su inteligencia y su capacidad de altruismo. Es el pecado original del que está herida la humanidad. El verdadero desarrollo también exige plantear cómo recomponer las relaciones entre la creatura y su Creador, entre los medios y los fines.[1]

Más adelante, en el N° 78 de Caritas in veritate, Benedicto XVI afirma que Sin Dios el hombre no sabe a dónde ir ni tampoco logra entender quién es. Esta reflexión, escrita para el tiempo de Adviento, que es de modo muy especial el tiempo de la esperanza, nos invita a profundizar en el significado de la virtud de la esperanza. Perder el sentido de Dios es perder la esperanza cristiana. Esta época nuestra, que se caracteriza por querer aislarse de Dios, no es precisamente una época optimista ni de esperanza.

Esa situación agrava el estado de depresión de muchos, en nuestro tiempo, porque la pérdida del sentido de lo trascendente implica la pérdida de la esperanza cristiana, que es un recurso social poderoso para  el desarrollo humano integral personal y de la sociedad. Si se cree que el máximo del desarrollo humano sólo llega hasta la tumba, porque allí o en el crematorio se convierte en polvo y no hay más allá, se pierde la perspectiva de la plenitud que la persona humana puede alcanzar en su encuentro definitivo con Dios. Esos dones claves de que trata Caritas in veritate: la esperanza, la verdad y el amor, son regalos que recibimos de Dios, y son un aporte a la construcción de una comunidad universal solidaria, mientras camina a su fin, sin fin, cuando vivirá la vida de Dios. No olvidemos que acá construimos el Reino de Dios.

La gratuidad en la Escritura y en Juan Pablo II

 

En su mensaje para la Cuaresma del año 2002, Juan Pablo II tomó las palabras del Señor en Mt 10, 8,“Gratis lo recibisteis; dadlo gratis”. Dijo allí Juan Pablo II:

(…) meditando sobre el don de gracia inconmensurable que es la Redención, nos damos cuenta de que todo ha sido dado por amorosa iniciativa divina. Precisamente para meditar sobre este aspecto del misterio salvífico, he elegido como tema del Mensaje cuaresmal de este año las palabras del Señor: “Gratis lo recibisteis; dadlo gratis”(Mt 10, 8).   ¡Sí! Gratis hemos recibido. ¿Acaso no está toda nuestra existencia marcada por la benevolencia de Dios? Es un don el florecer de la vida y su prodigioso desarrollo. Precisamente por ser un don, la existencia no puede ser considerada una posesión o una propiedad privada, por más que las posibilidades que hoy tenemos de mejorar la calidad de vida podrían hacernos pensar que el hombre es su “dueño”. Efectivamente, las conquistas de la medicina y la biotecnología pueden en ocasiones inducir al hombre a creerse creador de sí mismo y a caer en la tentación de manipular “el árbol de la vida” (Gn 3, 24).

En ese mensaje de Cuaresma, Juan Pablo II aplicaba las palabras de Jesús sobre el principio de la gratuidad como un ejercicio del amor cristiano que debe actuar especialmente en el tiempo que nos prepara para conmemorar la Pasión, muerte y resurrección del Señor, manifestación de la generosidad de Dios hasta el extremo. El cristiano debe cumplir de igual forma siempre, el mandamiento nuevo. Ahora, en Caritas in veritate, Benedicto XVI nos enseña que ese principio de la gratuidad lo debemos aplicar siempre y también en la vida económica. Es un llamamiento a los que tienen más, a que empleen lo que gratis recibieron, no sólo para aumentarlo en su propio beneficio, sino para participar el amor de Dios a los demás. No hay contradicción entre los dos Pontífices, es más bien un llamado a la coherencia: la caridad no se debe practicar sólo a veces, no sólo en Cuaresma, sino siempre.

No es suficiente sentir compasión; hay que actuar

 

Cuando vemos en los noticieros los estragos del invierno inclemente y podemos en alguna forma, así sea desde lejos, compartir el sufrimiento de nuestros hermanos que ni siquiera tienen un colchón para dormir ni ropa seca, no podemos simplemente sentir pena por ellos. Los cristianos estamos obligados a ser solidarios, a hacer actuante nuestro amor por los que sufren. Algo podemos dar todos. Los que tienen más deben compartir más. Un grupo empresarial entregó a la presidencia de la república un cheque por $ 2.050 millones de pesos. El presidente de una de las empresas de ese grupo apareció en la TV entregando esa donación. No está mal que eso se haga, porque si se trata de competencia en generosidad, en esa forma se hace público el buen ejemplo. Nosotros, cumplamos con el Evangelio: que no se entere tu mano izquierda de lo que hace tu mano derecha. Eso sí, hagámoslo con alegría, sintamos el gozo de amar, porque Dios ama al que da con alegría (2 Cor 9,7).

 

Hay tanta miseria por todas partes que, podemos sentirnos impotentes y nos quedamos sólo sintiendo pesar frente al TV. Nos estremece también la miseria de Haití. Después del devastador terremoto, con las edificaciones todavía en el suelo y a causa de la falta de condiciones de higiene, reciben la visita mortífera del cólera. No podemos gozar de lo que tenemos, sin compartir lo que esté a nuestro alcance.

El amor cristiano es generoso y esa generosidad debe llegar a quien más lo necesita. Juan Pablo II en el mensaje de Cuaresma del año 2002 dijo también, sobre el espíritu que anima el amor cristiano:

El mundo valora las relaciones con los otros en función del interés y el provecho propio, dando lugar a una visión egocéntrica de la existencia, en la que demasiado a menudo no queda lugar para los pobres y los débiles. Por el contrario, toda persona, incluso la menos dotada, ha de ser acogida y amada por sí misma, más allá de sus cualidades y defectos. Más aún, cuanto mayor es la dificultad en que se encuentra, más ha de ser objeto de nuestro amor concreto. Éste es el amor del que la Iglesia da testimonio a través de innumerables instituciones, haciéndose cargo de enfermos, marginados, pobres y oprimidos. De este modo, los cristianos se convierten en apóstoles de esperanza y constructores de la civilización del amor.

No sólo se evangeliza a través de la palabra

 

Esto nos enseña el mensaje de Cuaresma de Juan Pablo II:

Es muy significativo que Jesús pronuncie las palabras: “Gratis lo recibisteis; dadlo gratis”, precisamente antes de enviar a los apóstoles a difundir el Evangelio de la salvación, el primero y principal don que Él ha dado a la humanidad. Él quiere que su Reino, ya cercano (cf. Mt 10, 5ss), se propague mediante gestos de amor gratuito por parte de sus discípulos. Así hicieron los apóstoles en el comienzo del cristianismo, y quienes los encontraban, los reconocían como portadores de un mensaje más grande de ellos mismos. Como entonces, también hoy el bien realizado por los creyentes se convierte en un signo y, con frecuencia, en una invitación a creer. También cuando el cristiano se hace cargo de las necesidades del prójimo, como en el caso del buen samaritano, nunca se trata de una ayuda meramente material. Es también anuncio del Reino, que comunica el pleno sentido de la vida, de la esperanza, del amor.

Lo que falta a los planes de desarrollo en el mundo

El asunto de ayudar a los necesitados dando con alegría ¿qué conexión tiene con la gratuidad de que nos habla Benedicto XVI? El don, el dar sin esperar recompensa, sin intención de obtener una ganancia, es lo que falta a los planes de desarrollo en el mundo. Por eso han fallado los planes de erradicar la pobreza, de poner la salud y la educación al alcance de todos. Por eso el desarrollo humano integral no avanza lo necesario. Hay salud de calidad para quienes pueden pagarla, y se convierte en un lucrativo negocio para quienes la administran. Hay educación de calidad para quienes tienen a su alcance el valor de la matrícula de buenos colegios. A los demás se les proporciona el contentillo de un medio tiempo.

No nos engañemos; o al desarrollo se le inyecta espíritu cristiano o no se logrará nunca. El desarrollo, más que los valores de la bolsa o de los Bancos, necesita los valores cristianos.

Al separarse de Dios, nuestra sociedad renuncia a los valores cristianos y se aferra a valores engañosos que prometen felicidad inmediata si se aprovecha el momento presente; nos invitan a no tener en cuenta las consecuencias de nuestros actos, a gozar del presente y olvidar el mañana. Las consecuencias llegan aunque uno cierre los ojos. Lo viven ahora los países ricos: dicen que el sueño americano se transformó en la ilusión americana. Dan razón a las palabras que Calderón de la Barca pone a Segismundo al final del acto segundo de su obra “La vida es sueño”. Recordemos esas palabras:

estamos

            en mundo tan singular,

            que el vivir sólo es soñar;

            y la experiencia me enseña

            que el hombre que vive, sueña

            lo que es, hasta despertar.

            ¿Qué es la vida?  Un frenesí.

            ¿Qué es la vida?Una ilusión,

             una sombra, una ficción,

             y el mayor bien es pequeño;

             que toda la vida es sueño,

             y los sueños, sueños son.

 

¿De qué valores hablamos, cuando decimos que es necesario inyectar valores cristianos al desarrollo?

 

Empecemos por aclarar que no pretendemos condenar como malo el lucro. Ya leímos las palabras de Benedicto XVI en Caritas in veritate, en el N° 21, cuando aclara los criterios para que la ganancia que se busca sea útil a la sociedad: La ganancia es útil dice,si, como medio, se orienta a un fin que le dé un sentido, tanto en el modo de adquirirla como de utilizarla. El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza.

El valor del bien común

 

Un valor que debemos cultivar es entonces el del bien común, el bien de la sociedad, por encima del bien individual. La caridad no es individualista. Para que las ganancias se califiquen como útiles, el Papa fija dos criterios: que sean bien obtenidas, no con engaños, no con daño a otros. Los dineros calificados de “mal habidos”, no son aceptables. Y el segundo criterio para una mala calificación del lucro o ganancias es si no tienen como fin último el bien común. Algo que debería hacer pensar a los economistas y a los banqueros y por su puesto a los agiotistas.

Jim Wallis, el autor del libro Rediscovering VALUES, Descubriendo VALORES,[2] cuyo subtítulo en español es Una brújula moral para la nueva economía, comenta sobre las palabras del Papa que el lucro especulativo, que busca sólo una ganancia a corto plazo no ayuda a producir un sistema social fuerte que es factor esencial del desarrollo. Benedicto XVI en el mismo N° 21 de Caritas in veritate, como Pablo VI en Populorum progressio, propone la necesidad de un desarrollo que produzca un crecimiento real que se extienda a todos y que sea sostenible. Lo que vemos ahora es un desarrollo que llega a los más fuertes y tan débil que el mundo entró en crisis a pesar del crecimiento de algunos.

El lugar del mercado

 

El objetivo de estas consideraciones no es destruir el mercado, sino entender cuál su lugar apropiado. No es prescindir del comercio sino ponerle valores como cimientos. La siguiente reflexión de Jim Wallis es interesante desde el punto de vista concreto y práctico: Porque un Banco ofrezca crédito, eso no quiere decir que siempre lo debe conceder. Si el cliente no tiene cómo responder, se le hace un daño mayor concediéndole un crédito. Eso pasó en los EE.UU. en la crisis de las hipotecas. Los bancos indujeron a sus clientes a embarcarse en préstamos impagables, para que sus ejecutivos ganaran enormes sumas como bonificaciones.

Porque los consumidores reciban ofertas de créditos, eso no significa que siempre los deban aceptar. En estos días los Bancos en Colombia ofrecen segundas tarjetas de crédito; en Navidad anuncian tres meses de plazo para empezar a pagar las compras y créditos preaprobados. No seamos ingenuos, los Bancos nunca pierden. Tengamos también presente que aunque tengamos con qué pagar algo no siempre lo debemos comprar. El mercado nos llena de publicidad para que compremos lo que no necesitamos.

Reflexionemos, como nos invita Jim Wallis después de leer a Benedicto XVI, sobre la diferencia entre el deseo y la necesidad, entre el poder y el deber hacer algo y para discernir sobre estos debemos fijarnos prioridades.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1]Cf www.instituto-social.leonxiii.org

[2] Jim Wallis, “Rediscovering VALUES On Wall Street, Main Street, and your Street”, Howard Books, A Division of Simon & Shuster, New York, 2010