Reflexión 78 Noviembre 15 2007

Compendio de la D.S.I. N° 64

El mundo del ser humano elevado al nivel sobrenatural

 

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La sociedad que soñamos. No existe ningún proyecto político de alcances semejantes

 

 

Estamos estudiando el capítulo 2° del Compendio de la D.S.I., que trata sobre la Misión de la Iglesia y la Doctrina Social. En la reflexión anterior terminamos de estudiar el N° 62 que completamos con la lectura del N° 63. Vimos que los cristianos, como miembros de la Iglesia por el bautismo, tenemos la misión de fecundar y fermentar la sociedad con el Evangelio; de hacer crecer en nuestra sociedad el Reino de Dios. Se trata de una maravillosa contribución del cristianismo a la sociedad. Si conseguimos que en nuestra sociedad se desarrolle el Reino de Dios, se irá transformando en la sociedad con la cual todos soñamos: una sociedad en la cual nos tratamos todos no sólo con respeto y con justicia, sino con amor de verdad; con el auténtico amor que Jesucristo instituyó como su mandamiento nuevo, como el mandamiento más importante. Regidos por el amor, nuestra sociedad haría realidad el proyecto de Dios, el Reino de justicia, de amor y de paz. No existe ningún proyecto político de alcances semejantes.

Reflexionamos antes sobre nuestra misión, nuestro papel en esa, -llamémosla aventura del Reino, –  a la que Dios nos llama. Vimos que la Conferencia de Aparecida, inspirada por el Espíritu Santo, que la guió en sus deliberaciones, nos manda a misionar, a llevar los valores del Evangelio. Nos dice que es nuestra hora de gracia.[1]

La Iglesia estrictamente fiel a su misión

 

Continuemos ahora con el N° 64, en el capítulo 2° del Compendio. Leámoslo primero completo y luego lo vamos estudiando por partes. La reflexión de la primera frase nos orientará ya para comprender mejor los dos párrafos siguientes. Leamos todo el N° 64 que dice así:

La Iglesia, con su doctrina social, no sólo no se aleja de la propia misión, sino que es estrictamente fiel a ella. La redención realizada por Cristo y confiada a la misión salvífica de la Iglesia es ciertamente de orden sobrenatural. Esta dimensión no es expresión limitativa, sino integral de la salvación.[2] Lo sobrenatural no debe ser concebido como una entidad o un espacio que comienza donde termina lo natural, sino como la elevación de éste, de tal manera que nada del orden de la creación y de lo humano es extraño o queda excluido del orden sobrenatural y teologal de la fe y de la gracia, sino más bien es en él reconocido, asumido y elevado.

 

« En Jesucristo, el mundo visible, creado por Dios para el hombre (cf. Gn 1,26-30) —el mundo que, entrando el pecado, está sujeto a la vanidad (Rm 8,20; cf. ibíd., 8,19-22)—, adquiere nuevamente el vínculo original con la misma fuente divina de la Sabiduría y del Amor. En efecto, “tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo (Jn 3,16)”. Así como en el hombre-Adán este vínculo quedó roto, así en el Hombre-Cristo ha quedado unido de nuevo (cf. Rm 5,12-21) ».[3]

 

Veamos ahora este N° 64 por partes, despacio; empieza con esta afirmación

 

La Iglesia, con su doctrina social, no sólo no se aleja de la propia misión, sino que es estrictamente fiel a ella.

 

Como el grano de polvo, como la gota de rocío

 

Como hemos visto, la Doctrina Social es parte de nuestra fe; se basa en la Sagrada Escritura, Palabra de Dios. El Magisterio de la Iglesia, pone a nuestro alcance la Palabra de Dios. Cuando la Iglesia propone al mundo una Doctrina Social, no hace sino cumplir con su misión, de decirnos cómo quiere Dios que sean las relaciones entre los hombres y con la naturaleza creada; cómo es el proyecto que Dios, en su infinito amor, diseñó para nosotros. Proyecto que se nos reveló en la Sagrada Escritura; proyecto que el hombre dañó al sublevarse contra su Hacedor, cuando en su soberbia pretendió ser como Él. La obra de arcilla, se quiso poner a la altura del Alfarero que la sacó de la nada y la fabricó.

 

La reacción de Dios habría podido ser borrar su proyecto, destruir con sus manos todopoderosas la obra rebelde, si Él obrara como lo hacemos nosotros con los demás.

 

¿Cómo ama Dios a sus criaturas Dios, que es inclinado a perdonar, – lo canta bellamente el Libro de la Sabiduría en el capítulo 11? Por cierto algunos de estos versículos se leen en la Eucaristía del Domingo XXI del Tiempo Ordinario. Recordémoslos:

 

21 Pues el actuar con inmenso poder siempre está en tu mano.
¿Quién podrá resistir la fuerza de tu brazo?

        22 El mundo entero es delante de ti
como un grano de polvo que apenas inclina la balanza,
como una gota de rocío matinal  que cae sobre la tierra.

       23 Tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes,
y disimulas los pecados de los hombres
para que se arrepientan.

     24 Tú amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces ,
porque, si algo odiases, no lo hubieras creado.

    25 ¿Cómo podría subsistir una cosa que no hubieras querido?
¿Cómo se conservaría si no la hubieras llamado?

    26 Pero tú eres indulgente con todos,
porque todo es tuyo, Señor que amas la vida

 

La distancia infinita entre Dios y el hombre nos la enseña bellamente el libro de la Sabiduría, como acabamos de leeer. Nos dice que somos como un grano de polvo que apenas inclina la balanza, como una gota de rocío matinal que cae sobre la tierra. Tan diminuto es el ser humano como un grano de polvo, que apenas inclina la balanza.

 

Dios, nuestro Creador, que ama la vida, se la comunicó al hombre. ¿De dónde puede reclamar el hombre la vida? ¿Es que él se la dio a sí mismo? Al regalo de la existencia, el hombre respondió pretendiendo ser como Dios, igual a Él.

 

Eso no pasó sólo en el principio, todavía hoy el hombre pretende lo mismo: no respeta la vida de los demás (asesina sin importarle la edad ni el estado de las personas, hasta el punto de ni siquiera respetar al ser más débil, el no nacido) y va ganando terreno la insistencia en ser dueño de la propia vida, otorgando a otros la licencia de acabar con ella por medio de la eutanasia. De allí, a defender el derecho a cualquier suicidio no hay un paso muy largo y para allá van los que la promueven. Lo saben bien.


La reacción de Dios

 

Después de la rebelión de la criatura, la respuesta de Dios ¿cómo fue? ¿cómo es? Dios, lento a la cólera, pronto a perdonarnos, obró con infinito amor. Sigue obrando con infinito amor. Él, en su amor y sabiduría infinitos se ideó el modo de rehacer el proyecto; el Hijo de Dios, hecho hombre, vino a reconstruir el proyecto del Padre. Vino a salvar al hombre; a tender el puente entre la divinidad y la humanidad. El hombre había renunciado por el pecado a su destino eterno con Dios, a participar de su vida en la eternidad. El hombre caído fue redimido por el Hijo de Dios que se encarnó, se hizo hombre, murió y resucitó. Nos redimió, nos rescató del pecado y nos volvió a abrir el camino hacia la vida divina a la que estamos llamados, que es la salvación. Lo que significa la Encarnación del Hijo de Dios para el hombre es maravilloso. Sobre esto hemos reflexionado varias veces y no importa repetirlo. Es ahondar en las maravillas del amor de Dios; en lo que significa para nosotros Jesucristo.

 

En la reflexión pasada decíamos que, por la Encarnación, Dios puso la divinidad al alcance de la humanidad, en el encuentro con Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. En Jesucristo se unen esos dos extremos, la humanidad y la divinidad; el diminuto grano de polvo, con la grandeza del Creador. Dios se puso a nuestro alcance. La humanidad fue elevada, al hacerse el Hijo de Dios uno de los suyos, uno como nosotros, pues se hizo Carne de la misma carne nuestra, nacido de mujer. Y, hay todavía más: como nos enseña San Pablo en Colosenses 1,18-20, toda la creación, no sólo el ser humano, recibió los beneficios de la redención.

 

19- pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, 20- y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra  y en los cielos.

Según los comentaristas de la Biblia de Jerusalén, Para Pablo, la Encarnación, coronada por la Resurrección, ha puesto a la naturaleza humana de Cristo no sólo a la cabeza del género humano, sino también de todo el universo creado, asociado en la salvación, como lo había estado en el pecado.[5] Las otras citas de San Pablo, al pie de esta página,  profundizan la doctrina sobre la redención de todo el universo.

 

Volvamos al N° 64 que estamos estudiando. Leamos de nuevo la primera frase: La Iglesia, con su doctrina social, no sólo no se aleja de la propia misión, sino que es estrictamente fiel a ella. Y continuemos con la siguiente: La redención realizada por Cristo y confiada a la misión salvífica de la Iglesia es ciertamente de orden sobrenatural.

 

Una misión sobrenatural para seres terrenales

 

No se trata de una misión terrenal, de una misión política ni económica, la encomendada a la Iglesia; tiene que ver con la redención y la salvación; es del orden divino. Esta primera afirmación es muy importante, si tenemos en cuenta que, como hemos visto, la doctrina social de la Iglesia es parte de nuestra fe, no es una doctrina filosófica, no es sociología ni ciencia política. Tiene que ver con las relaciones entre los hombres y con el universo, de acuerdo con el proyecto concebido por Dios. A la Iglesia, nos dice esta frase del N° 64 del Compendio, le fue confiada la misión de la redención realizada por Cristo. Tiene entonces la misión de comunicar a los hombres la redención. Una misión de orden sobrenatural.

 

Pero, oigamos lo que sigue en este mismo N° 64, porque no podemos creer que si la misión de la Iglesia es de orden sobrenatural, la Iglesia se debe limitar a actuar sólo en lo celestial, pues dice:

 

Esta dimensión no es expresión limitativa, sino integral de la salvación. Lo sobrenatural no debe ser concebido como una entidad o un espacio que comienza donde termina lo natural, sino como la elevación de éste,  (de lo natural)  de tal manera que nada del orden de la creación y de lo humano es extraño o queda excluido del orden sobrenatural y teologal de la fe y de la gracia, sino más bien es en él reconocido, asumido y elevado.

 

Esto nos pone a pensar. Estamos en un espacio de alturas sobrenaturales. La misión de la Iglesia tiene una dimensión sobrenatural porque maneja, distribuye, los medios que Jesucristo nos dejó para nuestra salvación: nos comunica la gracia por los sacramentos, nos comunica la Palabra. Y comunica estos medios a seres humanos que viven en el mundo terrenal, unidos a la materia; que,  somos trascendentes, destinados a una vida eterna, no somos sólo materia, aunque por ahora dependemos también de la materia: necesitamos el aire, el agua, el alimento; nos afecta el clima, las medidas económicas y políticas que toman los gobiernos y las organizaciones civiles. No se puede separar de manera tajante, en el hombre, lo sobrenatural de lo natural. Es necesario considerar al hombre íntegro, completo, espíritu y materia. Por eso nos explica la Iglesia, como acabamos de leer, que Lo sobrenatural no debe ser concebido como una entidad o un espacio que comienza donde termina lo natural  sino como la elevación de éste…

 

Un Hermano que es Dios

 

Ahora podemos comprender mejor lo que la Encarnación hizo a la humanidad cuando el Hijo de Dios se hizo uno de nosotros; lo que significa para nosotros, seres humanos, tener un Hermano que es Dios y es hombre; que se mezcló con nosotros, que tiene una naturaleza humana como la nuestra, que por eso pudo sufrir en su cuerpo el hambre, la sed, el maltrato físico y la muerte. Que psicológicamente sufrió el abandono de sus amigos, la traición, la tentación (no el pecado), y como es Dios, nos redimió con su muerte en la cruz y resucitó… Y esa resurrección nos señala el camino de nuestra esperanza pues como Él, también nosotros un día resucitaremos…

 

Meditar sobre esta verdad trasciende lo puramente emotivo, lo puramente sensible, pero no puede dejar de tocar nuestra sensibilidad. Si amamos a nuestra familia, a nuestros hermanos de sangre, ¿cómo no amar a nuestro Hermano Mayor, el que nos amó de modo radical, hasta el extremo?

 

La verdad completa sobre lo humano de Jesús

 

Hay corrientes de pensamiento hoy, que insisten en la humanidad de Jesucristo, porque con frecuencia se nos olvida lo cerca que está de nosotros; pero todo extremo es peligroso y se puede llegar a deformar la verdad. La verdad completa es Jesús Dios y Hombre. Jesús despojado de su carácter divino, de su unión con el Padre, – no olvidemos que es su Hijo Unigénito, – Jesús despojado de su carácter divino es irreal e inexplicable. Como dice Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, en su libro “Jesús de Nazaret”, el verdadero centro de la personalidad de Jesús, es su unión con el Padre. “Sin esta comunión no se puede entender nada y partiendo de ella  Él se nos hace presente también hoy.”[6]

 

Sobre el lado humano de Jesús, quizás se escribe menos, es verdad, pero también se escribe. Lo han hecho los teólogos, los biógrafos, los literatos. Me llamó la atención, en el libro Jesús de Nazaret, de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, su reflexión sobre las Tentaciones de Cristo, antes de comenzar la vida pública. Dice Ratzinger, que después del bautismo en el Jordán, “la primera disposición del Espíritu lo lleva al desierto «para ser tentado por el diablo» (Mt 4,1). Nos llama la atención también hacia el hecho de que las tentaciones fueron precedidas por el recogimiento, por la oración. Jesús se preparó para su misión con la oración. El demonio tentó a Jesús con desviaciones de su misión, desviaciones que le presentó precisamente con la apariencia de que fueran parte del cumplimiento de la misión (como las tentaciones de soberbia, del misionero, del predicador, con la apariencia de que lo que hace es para cumplir mejor con su misión). Jesús estaba preparado.

 

A propósito de lo humano de Jesucristo, dice Benedicto XVI en su libro, que Jesús se sometió a la tentación, porque quiso descender a los peligros que amenazan al hombre, porque sólo así se puede levantar al hombre que ha caído. Jesús tiene que entrar en el drama de la existencia humana –esto forma parte del núcleo de su misión -, recorrerla hasta el fondo, para encontrar así a «la oveja descarriada», cargarla sobre sus hombros y devolverla al redil.[7]

 

Y Ratzinger continúa la reflexión sobre lo humano de Jesús, diciéndonos que El descenso de Jesús «a los infiernos» del que habla el Credo (el Símbolo de los Apóstoles) no sólo se realiza en su muerte y tras su muerte, sino que siempre fue parte de su camino: debe recoger toda la historia desde sus comienzos –desde «Adán»-, recorrerla y sufrirla hasta el fondo, para poder transformarla.

 

No sólo venció Jesús las tentaciones en el desierto; recordemos la lucha en Getsemaní y sin duda en la Cruz, cuando se sintió abandonado del Padre.

 

Y nos recuerda Benedicto XVI en su libro el sentido de la Carta a los Hebreos, que destaca con insistencia que la misión de Jesús, su solidaridad con todos nosotros (…) implica también exponerse a los peligros y amenazas que comporta el ser hombre. Cita a este propósito Ratzinger a Hb 4,15, que nos dice: No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo  exactamente como nosotros, menos en el pecado.

 

¿Por qué se hizo bautizar Jesús?

 

Es muy esclarecedora también la explicación de Ratzinger sobre el bautismo en el Jordán. ¿Por qué se hizo bautizar Jesús? Jesús no necesitaba el bautismo de Juan. El Bautista predicaba la conversión; un cambio en el pensar y en el actuar y su bautismo representaba una purificación de la suciedad del pasado. ¿Por qué Jesús llegó a bautizarse como los pecadores? A partir de la cruz y de la resurrección se comprendió por qué: Jesús había cargado con la culpa de toda la humanidad; entró con ella en el Jordán. Inicia su vida pública tomando el puesto de los pecadores.[8] Jesús apareció en el Jordán como un hombre más, y el Padre lo confirmó como su Hijo, es decir como Dios. Estas palabras de Ratzinger, en el mismo libro Jesús de Nazaret nos lo explica:

 

El significado pleno del bautismo de Jesús, que comporta cumplir «toda justicia», se manifiesta sólo en la cruz: el bautismo es la aceptación de la muerte por los pecados de la humanidad, y la voz del cielo –«Este es mi Hijo amado» (Mc 3,17) – es una referencia anticipada de la resurrección[9].

 

Quizás alguien pueda pensar que nos desviamos de nuestro estudio de la Doctrina Social de la Iglesia; pero es que sin Jesucristo no se entiende nada; no se entiende la Doctrina, no se entiende el mundo. Con Él todo es claro, y de manera particular la Doctrina Social. Al fin y al cabo Él es la LUZ. Por eso Aparecida nos dice que, para cumplir con nuestra labor de discípulos-misioneros tenemos que empezar por encontrarnos con Jesucristo. Y si se produce ese encuentro, habrá luz en nuestro entendimiento y fuego en nuestro corazón. Cuando logramos acercarnos, siquiera un poquito, a lo insondable que es la persona de Jesucristo, se nos acaban las dudas, se nos abre toda la esperanza, en medio de la lucha. En cambio, si nos quitan al verdadero Jesús, quedamos en la oscuridad.

 

Era la noche…

 

Ese escritor francés que he mencionado otras veces, Fracois Mauriac, en su Vida de Jesús, recordando la escena de los Discípulos en el camino de Emaús dice:

 

¿Quién de nosotros no ha caminado por aquella carretera, en una noche cuando todo parecía perdido? Cristo había muerto en nosotros. Nos lo quitaron: el mundo, los filósofos, los sabios, o nuestra propia pasión. Ya no había ningún Jesús para nosotros en la tierra. Caminábamos por una senda y alguien caminaba a nuestro lado. Estábamos solos y no estábamos solos. Era la noche… [10]

Y recuerda Mauriac, cómo la presencia de Jesús resucitado, en el ambiente de desesperanza que vivieron sus discípulos, les devolvió la fe, esa presencia que más tarde parecía al acecho de su perseguidor Pablo, al que conquistó para siempre; presencia que sigue hoy y seguirá hasta la consumación de los tiempos. El mundo sin Jesucristo no tiene explicación. Con Él,todo es Luz y Vida.

 

Para terminar nuestra reflexión volvamos entonces al N° 64 sobre el cual estamos reflexionando.

La Iglesia, con su doctrina social, no sólo no se aleja de la propia misión, sino que es estrictamente fiel a ella. La redención realizada por Cristo y confiada a la misión salvífica de la Iglesia es ciertamente de orden sobrenatural.

 

Ya tenemos claro que la misión de la Iglesia, de comunicarnos la redención realizada por Jesucristo, es una misión sobrenatural. Y entendimos también que eso no quiere decir, que la Iglesia se deba limitar a actuar en lo estrictamente sobrenatural, como dice luego el N° 64, que ya leímos. Volvamos a leer: Esta dimensión no es expresión limitativa, sino integral de la salvación. Es decir que, esta dimensión sobrenatural no limita la acción de la Iglesia a lo sobrenatural sino que integra lo humano y lo divino del ser humano; así eleva lo humano; por eso no se hace un favor a la dignidad del ser humano cuando se desconoce su carácter de criatura elevada al orden sobrenatural y se pretende que viva como si fuera solo materia.

 

Lo sobrenatural no debe ser concebido como una entidad o un espacio que comienza donde termina lo natural, sino como la elevación de éste, (de lo natural) de tal manera que nada del orden de la creación y de lo humano es extraño o queda excluido del orden sobrenatural y teologal de la fe y de la gracia, sino más bien es en él reconocido, asumido y elevado.

 

Nada que sea humano es extraño a la Iglesia. Lo hemos visto varias veces ya. Es necesario elevar la economía, la política y todo lo que atañe al hombre, para que la vida del hombre sea más humana, según el proyecto de Dios. Por el pecado la humanidad se apartó de los planes de Dios. El Hijo vino a rehacerlos, a reconstruirlos. La ley del Amor hasta el extremo, fue el camino que el Señor nos enseñó.

 

Para terminar, volvamos a leer la última parte del N° 64, que leímos al comienzo, y que es una cita de la encíclica Redemptor hominis de Juan Pablo II y ahora podemos comprender mejor:

 

« En Jesucristo, el mundo visible, creado por Dios para el hombre (cf. Gn 1,26-30) —el mundo que, entrando el pecado, está sujeto a la vanidad (Rm 8,20; cf. ibíd., 8,19-22)—, adquiere nuevamente el vínculo original  con la misma fuente divina de la Sabiduría y del Amor. En efecto, “tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo (Jn 3,16)”. Así como en el hombre-Adán este vínculo quedó roto, así en el Hombre-Cristo  ha quedado unido de nuevo (cf. Rm 5,12-21) »

Seguiremos en la próxima reflexión.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

ESCRÍBANOS A: reflexionesdsi@gmail.com


[1]Cfr Conclusión del documento de Aparecida: El Espíritu de Dios fue conduciéndonos, suave pero firmemente, hacia la meta.En el N° 548 nos advierten los obispos: No podemos desaprovechar esta hora de gracia.

[2] Cf Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 9.30: AAS 68 (1976) 10-11. 25-26; Juan Pablo II, Discurso a la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla (28 de enero de 1979), III/4-7: AAS 71 (1979) 199-204; Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscienta, 63-64.80: AAS 79 (1987) 581-582. 590-591.

[3] Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis, 8: AAS 71 (1979) 270

[4] Col 1, 18-20 : 18 El es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia: El es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo,  pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos.

[5] La Biblia de Jerusalén cita además, en este comentario: Rm 8, 19-22; 1 Co 3 22s; 15 20-28; Ef 1,10;Flp 2, 10s; 3, 21; Hb 2, 5-8

[6] Joseph Ratzinger- Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Pg 10

[7] Ibidem, Pg 50s

[8] Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Pg 40

[9] Ibidem,

[10] Francois Mauriac, Obras Completas, Vida de Jesús, José Janés Editor, Barcelona, 1954, Pg. 192s