Reflexión 58 Mayo 17 2007

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 55

El cristiano frente a los bienes materiales

 

 

Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María de Colombia. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. También puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

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El instrumento más potente de cambio

Vamos a terminar nuestra reflexión sobre el N° 55 del Compendio de la D.S.I. que empezamos en la reflexión anterior. Concluye así el tema de la transformación de las relaciones sociales:

La transformación del mundo se presenta también como una instancia fundamental de nuestro tiempo. A esta exigencia, la doctrina social de la Iglesia quiere ofrecer las respuestas  que los signos de los tiempos reclaman, indicando ante todo en el amor recíproco entre los hombres, bajo la mirada de Dios, el instrumento más potente de cambio, a nivel personal y social. El amor recíproco, en efecto, en la participación del amor infinito de Dios, es el auténtico fin, histórico y trascendente, de la humanidad. Por tanto,«aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, (es decir el progreso temporal) en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios».

De acuerdo con estas palabras, para la transformación del mundo, que se presenta (…) como una instancia fundamental de nuestro tiempo, la Iglesia presenta el amor recíproco entre los hombres, bajo la mirada de Dios, como el instrumento más potente de cambio, a nivel personal y social.

Es una manera de decir que para la transformación del mundo, el instrumento más potente de cambio es el amor. Eso nos dice la Iglesia y realmente el amor lo puede cambiar todo.

El crecimiento temporal interesa al reino de Dios

Dice también el Compendio en ese mismo N° 55, que el amor recíproco, es decir, el amor cristiano de unos a otros, es el auténtico fin, histórico y trascendente de la humanidad. Es una afirmación que no podemos pasar por alto; que existimos aquí en la tierra y un día, en la eternidad, para amar. Dice la Iglesia que el amor cristiano de unos a otros, es el auténtico fin, histórico y trascendente de la humanidad.

En esto nos detuvimos lo suficiente en las reflexiones anteriores. Observemos ahora las últimas palabras, que dicen: que hay que distinguir entre progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, pero que el crecimiento temporal interesa en gran medida al reino de Dios, en cuanto puede ayudar a ordenar mejor la sociedad humana. Es interesante esa afirmación: el progreso de lo temporal interesa también al reino de Dios, porque puede ayudar a ordenar mejor la sociedad. Quizás podríamos decir, que interesa al reino de Dios cuando, si, ayuda a orenar mejor a la sociedad. Cuando el progreso material no contribuye a ordenar mejor…, cuando sólo favorece a algunos, cuando es inequitativo, injusto,  no interesa al reino de Dios.

 

Ni socialismo marxista ni fascismo ni capitalismo

 

 

Vimos en la reflexión anterior, que en este tema cita el Compendio la encíclica Quadragesimo anno, y nos detuvimos a recordar el contexto en que el Papa Pío XI publicó esta encíclica, a los 40 años de la Rerum novarum, de León XIII. Cuando Pío XI publicó su encíclica Quadragesimo anno, en 1931, vivía el mundo un momento crítico, en que para responder a la situación social de injusticia que se agudizó con la llamada revolución industrial, las fuerzas políticas habían reaccionado básicamente con tres respuestas: con el socialismo marxista, con el fascismo y con el capitalismo liberal. Sin embargo, el fracaso de esos sistemas fue demostrando que ninguno de ellos tenía la respuesta acertada. Los pueblos en los que ensayaron el socialismo marxista o comunismo, y el fascismo, especialmente como se practicó en el nazismo en Alemania, fueron víctimas de un totalitarismo cruel e inhumano. Afortunadamente para la humanidad los dos sistemas, que resultaron peores que los males que pretendían remediar, se acabaron. El capitalismo, que es el sistema todavía vigente hoy, tampoco ha sido la solución, porque la economía crece pero no disminuye la pobreza que sigue siendo, en palabras de Juan Pablo II, un escándalo.[1] La transformación del mundo en lo social sigue siendo una prioridad que se sigue aplazando, a costa de los más débiles.

Por cierto Benedicto XVI en su discurso de inauguración de la V Conferencia del Episcopado, en Aparecida, dijo a este respecto:

 

Tanto el capitalismo como el marxismo prometieron encontrar el camino para la creación de estructuras justas y afirmaron que éstas, una vez establecidas, funcionarían por sí mismas; afirmaron que no sólo no habría necesidad de una precedente moralidad individual, sino que ellas fomentarían la moralidad común. Y esta promesa ideológica se ha demostrado que es falsa. Los hechos lo ponen de manifiesto. El sistema marxista, donde ha gobernado, no sólo ha dejado la triste herencia de destrucciones económicas y ecológicas, sino también una dolorosa destrucción del espíritu. Y lo mismo vemos también en occidente, donde crece constantemente la distancia entre pobres y ricos y se produce una inquietante degradación de la dignidad personal con la droga, el alcohol y los sutiles espejismos de felicidad.[2]

Necesidad de un cambio de estructuras

Volviendo al texto del N° 55 del Compendio, podemos entender por qué el progreso temporal tiene una relación con el reino de Cristo: no se puede entender que el Reino de Cristo prevalezca en el mundo, si no es en una sociedad ordenada y por lo tanto justa. En el Reino de Dios tiene que prevalecer la Ley del Amor, y ¿cómo se podría afirmar con verdad que vivimos en una sociedad cristiana, si esa sociedad es injusta, si la mayoría de sus habitantes viven en pobreza?

 

Pío XI, dedicó la parte central de su encíclica Quadragesimo anno a la restauración social y la reforma de las instituciones.[3] El Papa plantea allí, que la transformación de la sociedad exige la reforma de las instituciones, es decir del Estado mismo, de las asociaciones, del sistema económico, y demuestra que ni el socialismo ni el capitalismo han realizado esa transformación (QA 110-126). La razón la encuentra Pío XI en que la situación crítica del mundo tiene sus raíces más profundas en el egoísmo y el deterioro de las costumbres (QA 97), y por eso es necesaria una reforma basada en las virtudes cristianas de la moderación y la caridad (QA 136,137).[4]

Como vemos, lo que la Quadragesimo anno plantea no es simplemente una reforma de la sociedad de acuerdo con teorías políticas, sociológicas o económicas, sino la transformación del orden social de acuerdo con la ley evangélica. A la religión la quieren desterrar de los Estados, pero sin la visión del Evangelio, con sólo teorías económicas no se logra la transformación de la sociedad en una sociedad justa y en la que se ame y se dé prioridad a las necesidades de los más pobres. El propio provecho es la prioridad que orienta la actividad económica y política cuando falta el amor cristiano.

 

 

Las estructuras justas son una condición sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad

 

Es importante leer el discurso de Benedicto XVI en la inauguración de la V Conferencia del Episcopado en Aparecida, en el N° 4, donde trata sobre los problemas sociales y políticos. Allí trata sobre la necesidad de cambiar las estructuras que crean injusticia. Afirma: (…) las estructuras justas son una condición sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad. Más adelante, en el mismo N° 4 afirma que las estructuras justas no nacen ni funcionan sin un consenso moral de la sociedad sobre los valores fundamentales y sobre la necesidad de vivir estos valores con las necesarias renuncias, incluso contra el interés personal. El párrafo siguiente del discurso de Benedicto XVI es igualmente importante:

 

Donde Dios está ausente – el Dios del rostro humano de Jesucristo – estos valores no se muestran con toda su fuerza, ni se produce un consenso sobre ellos. No quiero decir que los no creyentes no puedan vivir una moralidad elevada y ejemplar; digo solamente que una sociedad en la que Dios está ausente no encuentra el consenso necesario sobre los valores morales y la fuerza para vivir según la pauta de estos valores, aun contra los propios intereses.

 

Este tema de la necesidad del cambio de estructuras, del cual ya habló Pío XI en la Quadragesimo anno, es mencionado nuevamente en este momento por Benedicto XVI. Dice claramente, en el mismo N° 4 de su discurso de inauguración de Aparecida, que en este necesario cambio de estructuras el trabajo político no es competencia inmediata de la Iglesia. Explica el Papa que Si la Iglesia comenzara a transformarse directamente en sujeto político, no haría más por los pobres y por la justicia, sino que haría menos, porque perdería su independencia y su autoridad moral identificándose con una única vía política y con posiciones parciales opinables.

 

 

El trabajo político no es competencia inmediata de la Iglesia

 

 

El papel de la Iglesia lo describe claramente el Papa unas líneas más adelante:

Sólo siendo independiente puede enseñar (la Iglesia) los grandes criterios y los valores inderogables, orientar las conciencias y ofrecer una opción de vida que va más allá del ámbito político. Formar las conciencias, ser abogada de la justicia y de la verdad, educar en las virtudes individuales y políticas, es la vocación fundamental de la Iglesia en este sector. Las palabras que siguen las debemos tener muy presentes los laicos: Y los laicos católicos deben ser concientes de su responsabilidad en la vida pública; deben estar presentes en la formación de los consensos necesarios y en la oposición contra las injusticias.

 

¿Dónde están los políticos católicos?

 

 

El Cardenal Rodríguez Maradiaga, Arzobispo de Tegucigalpa, en entrevista anterior a la V Conferencia, se refirió a este tema con palabras que reflejan el mismo pensamiento del Papa (la Agencia Zenit publicó esta entrevista el 10 de mayo):

Otro de los desafíos que tiene la Iglesia en Latinoamérica, según el cardenal, es el de la evangelización de la política. «La Iglesia no se debe meter en política. Al contrario, la Iglesia debe evangelizar a los políticos y el mundo de la política»

 

«¿Por qué será –se pregunta el Cardenal Rodríguez Maradiaga que muchos católicos cuando entran en la política se olvidan de Cristo y del Evangelio y se acercan más al Príncipe de Maquiavelo?». «Porque no hay esa raíz y se piensa que lo espiritual es algo privatizado, se quiere privatizar la fe y la misma práctica religiosa y eso es un error porque la fe cristiana básicamente es comunitaria y si nos olvidamos del bien común y de la Iglesia como comunidad, estamos transmitiendo un mensaje equivocado».

Las palabras del Papa, en la misma alocución, sobre el papel de los laicos en la política fueron también como un reproche:

 

Por tratarse de un Continente de bautizados, conviene colmar la notable ausencia, en el ámbito político, comunicativo y universitario, de voces e iniciativas de líderes católicos de fuerte personalidad y de vocación abnegada, que sean coherentes con sus convicciones éticas y religiosas. Los movimientos eclesiales tienen aquí un amplio campo para recordar a los laicos su responsabilidad y su misión de llevar la luz del Evangelio a la vida pública, cultural, económica y política.

 

 

Vivir el Evangelio. No sólo pensar con el Evangelio

 

 

Este regreso a vivir de acuerdo con el Evangelio, que plantea el Papa Pío XI, no es una invitación a un moralismo inoperante; vivir el Evangelio, como tanto insistimos, es vivir, es actuar, no es sólo pensar de acuerdo con el Evangelio. Hay políticos que citan el Evangelio y dicen que piensan con Él, pero no actúan como el Evangelio lo pide. Propone la encíclica Quadragesimo anno, como la manera concreta de vivir de acuerdo con el Evangelio, la práctica de la moderación cristiana y de la caridad. Hemos tratado ampliamente sobre el amor cristiano; veamos ahora a qué se refiere la moderación cristiana, y cómo podemos practicarla.

Veamos dos enfoques de la moderación. La práctica de la moderación se puede entender desde el punto de vista del cristiano que no quiere apartarse del Evangelio, pero tampoco busca la perfección ni se quiere exigir demasiado. Esa sería una moderación como la que alababa el poeta latino, Horacio, claro pagano él. La moderación que él llamaba ’aurea mediocritas’, y que se podría traducir como la “moderación dorada”, y que ese poeta presenta como la moderación del navegante que sale al mar, pero “no se adentra en alta mar por miedo a las tormentas ni tampoco se aproxima demasiado a las costas” para alejarse de los peligros que pueda encontrar allí, en los arrecifes. [5]

 

Si la moderación cristiana no es la temerosa “aurea mediocritas”

entoces ¿qué es?

 

Juan Pablo II, a diferencia del poeta Horacio, con visión cristiana, nos invitó a remar mar adentro; no a no arriesgarnos, no a quedarnos cerca de la orilla. Desde el comienzo de su pontificado nos invitó a no tener miedo. Al inicio de su carta apostólica «Novo millennio ineunte», al terminar el Jubileo del año 2000,Juan Pablo II citó las palabras Duc in altum, Remad mar adentro, las palabras con que animó Jesús a sus primeros discípulos a echar las redes en una noche oscura e improductiva para la pesca » (Lc 5, 4-7). Juan Pablo II repitió esa misma invitación en el lema que escogió más tarde para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones del 17 de abril de 2005. Por su parte, Benedicto XVI,en la oración por la V Conferencia General del Episcopado de Latinoamérica nos invita a decir al Señor que queremos remar mar adentro. De modo que la moderación cristiana a que nos llama Pío XI en su encíclica Quadragesimo anno y a la que nos sigue invitando la Iglesia no es la temerosa ’aurea mediocritas’ del poeta latino.

Esa “aurea mediocritas” si se aplicara a la vida cristiana, sería la moderación del que, en la práctica del Evangelio en su vida, prefiere volar bajo, quizás para que, en caso de una caída, el golpe sea más suave. Porque, como el mismo poeta Horacio dice:

 

Al pino muy alto el viento lo sacude más;
la torre elevada se derrumba con estruendo;
el rayo alcanza las cumbres más altas de las montañas.

Entonces, la moderación así entendida es la del que desea ser un buen cristiano, pero no se siente con fuerza para contarse entre los que se quieren distinguir de manera especial. Ese bajo perfil en la vida cristiana, cuando se decide no esforzarse demasiado para buscar la santidad a la que estamos llamados todos, sería en realidad un perfil mediocre. Es la opción del que trata de hacer lo necesario para salvarse, pero sin exigirse mucho; del que no busca lo que más lo acerque al fin para el que fue creado; le parece suficiente buscar la salvación, pero siguiendo la que llaman ley del menor esfuerzo. Siente que eso de “toma tu cruz y sígueme” no va con él. Esa manera de ver el camino de la salvación puede ser peligrosa. Es una actitud parecida a la del estudiante que se contenta con pasar el examen raspando

Recordemos que de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia (Compendio55) El amor recíproco, el amor al prójimo – es el auténtico fin, histórico y trascendente, de la humanidad. Eso quiere decir que fuimos criados para amar a Dios y al prójimo. De modo que si en el amor seguimos sólo la moderación, habiendo sido criados para el amor, amaremos al prójimo sin demasiado entusiasmo, sin demasiado esfuerzo ni sacrificio, no le haremos daño, pero tampoco nos distinguiremos por nuestra caridad.

 

Moderación cristiana: justo equilibrio entre medios y fin

 

No es esa la moderación cristiana de la que habla Pío XI en la encíclica Quadragesimo anno, como la virtud necesaria para, junto con la práctica de la caridad, reformar la sociedad de acuerdo con el Evangelio. El significado de la moderación cristiana es muy distinto. Hagamos un esfuerzo para comprenderla bien: con la práctica de la moderación cristiana  se trata de establecer un justo equilibrio entre los medios y los fines, subordinando todo lo creado al único fin último, que es Dios. La moderación cristiana busca que tratemos los bienes materiales y económicos como medios y no como fines. No se trata pues, de vivir mediocremente el Evangelio. Es una cuestión de tratar como fin último sólo a Dios y lo demás como medio que nos ayude a lograr nuestro fin último.

 

Tratan los bienes materiales como fines, los que buscan la riqueza como si fuera su objetivo supremo. Porque hay personas que tratan los bienes creados, especialmente el dinero, como su fin supremo, por eso se habla del dios de la riqueza. Orientan todos los esfuerzos de su vida a conseguir dinero. Puede haber otros bienes, no materiales, a los que nos apeguemos demasiado, como si fueran fines. Pero enfoquemos ahora nuestra reflexión a los bienes materiales.

 

Si entendemos bien la moderación cristiana, comprendemos que la Iglesia no prohíbe que se trate de conseguir o aumentar los bienes materiales. Nos dice que lo malo está en aferrarse a ellos como a un bien supremo. ¡Porque, hace tanto daño el dios dinero, cuando se convierte en el fin!

 

Mirar el mundo con ojos cristianos

 

La descripción que de la situación de la sociedad en 1931 hace Pío XI en la Quadragesimo anno se acerca a la de nuestra sociedad de comienzos del siglo XXI. Oigamos las palabras de Pío XI, quien en el N° 130 de esta encíclica describe la situación de su tiempo así:

 

Los ánimos de todos (…) se dejan impresionar exclusivamente por las perturbaciones, por los desastres y por las ruinas temporales. Y ¿qué es todo eso, si miramos las cosas con los ojos cristianos, como debe ser, comparado con la ruina de las almas? Y, sin embargo, puede afirmarse sin temeridad que son tales en la actualidad las condiciones de la vida social y económica, que crean a muchos hombres las mayores dificultades para preocuparse de lo único necesario, esto es, de la salvación eterna.

 

Más adelante, en el N° 131 continúa:

Pues ¿qué les aprovecharía a los hombres hacerse capaces (…), de conquistar aun el mundo entero si con ello padecen daño de su alma? (cf. Mt 15,26) ¿De qué sirve enseñarles los seguros principios de la economía, si por una sórdida y desenfrenada codicia se dejan arrastrar de tal manera por la pasión de sus riquezas, que, oyendo los mandatos del Señor, hacen todo lo contrario? (cf. Jue 2, 17)[6]

 

Y analiza así Pío XI las causas del mal, en el N° 132:

 

Raíz y origen de esta descristianización del orden social y económico, así como de la apostasía de gran parte de los trabajadores que de ella se deriva, son las desordenadas pasiones del alma, triste consecuencia del pecado original, el cual ha perturbado de tal manera la admirable armonía de las facultades, que el hombre, fácilmente arrastrado por los perversos instintos, se siente vehementemente incitado a preferir los bienes de este mundo a los celestiales y permanentes.

 

De aquí esa sed insaciable de riquezas y de bienes temporales, que en todos los tiempos inclinó a los hombres a quebrantar las leyes de Dios y a conculcar los derechos del prójimo, pero que por medio de la actual organización de la economía tiende lazos mucho más numerosos a la fragilidad humana.

Como la inestabilidad de la economía y, sobre todo, su complejidad exigen, de quienes se consagran a ella, una máxima y constante tensión de ánimo, en algunos se han embotado de tal modo los estímulos de la conciencia, que han llegado a tener la persuasión de que les es lícito no sólo sus ganancias como quiera que sea, sino también defender unas riquezas ganadas con tanto empeño y trabajo, contra los reveses de la fortuna, sin reparar en medios.

 

También en la época en que nos ha tocado vivir vemos todos los días cómo se ama la riqueza, el dinero, como bien supremo y por conseguirlo, en nuestra sociedad se sacrifican todos los valores. Además se trata de conseguirlo de manera fácil, de la manera más fácil posible. Si algo produce dinero se aprueba y se busca. Como productos de esa visión equivocada de la vida tenemos el narcotráfico y la corrupción. Se apropian los bienes públicos de manera descarada, como si no fueran de nadie. Y productos o subproductos terribles son el asesinato y el secuestro. Los medios de comunicación han caído también en la idolatría del dinero, pues se inclinan ante él ofreciéndole su tiempo, sus habilidades y su tecnología para arrastrar a la sociedad a vivir una vida frívola, sin valores y sin Dios, a cambio de dinero. Se supone que todos los negocios son buenos, si con ellos se consigue dinero.

El tratar los medios como si fueran fines desencadena una cascada de desórdenes. Repitamos el significado de la moderación cristiana. Con la práctica de la moderación cristiana se trata de establecer un justo equilibrio entre los medios y los fines, subordinando todo lo creado al único fin último, que es Dios. Cuando se orienta la vida toda a obtener los bienes materiales y se hace a un lado a Dios, nuestro fin último, se pone en grave riesgo lo único importante: la salvación.

 

Principio y Fundamento para Ordenar la Propia Vida

 

San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, es un maestro incomparable en este tema de los medios y los fines, y lo trata porque los Ejercicios están precisamente ideados para ordenar la propia vida, y los bienes creados, mal manejados, nos desordenan la vida. Veamos qué dice San Ignacio.

 

El N° 23 de los Ejercicios Espirituales tiene como título: Principio y Fundamento; no es una meditación propiamente; lo que presenta allí San Ignacio es un presupuesto, un fundamento que no es necesario discutir, algo que es evidente y necesario. Si queremos orientar nuestra vida, si queremos tomar decisiones importantes, este principio tenemos que tenerlo presente para no equivocarnos. Si queremos construir nuestra vida, tenemos que hundir sus cimientos en esta verdad. ¿Cuál ese principio y fundamento? [7] San Ignacio lo plantea en estas 5 partes:

 

1. Comienza por definir el fin general del hombre, que es criado –dice San Ignacio«para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima». Esta es la premisa fundamental, sustancial: fuimos criados para Dios.

 

2. En segundo lugar nos presenta el fin de las demás realidades creadas, con estas palabras: «las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado.» Nos presenta así la relación fin/medios. Dios el fin, las cosas criadas son medios para llegar a Dios, nuestro fin último.

 

3. La tercera parte nos presenta una consecuencia lógica: si el fin último del hombre es Dios y las cosas criadas son medios para alcanzar nuestro fin último, dice San Ignacio:«De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, quanto para ello le impiden.»En español de nuestro tiempo, quiere decir que el hombre debe usar las criaturas tanto cuanto le sirven para llegar a Dios, que es su último fin, y debe alejarse de ellas cuando le son o le ponen un obstáculo para alcanzar su fin.

 

4. La cuarta parte es muy interesante; nos plantea la necesidad de la libertad interior, con estas palabras: «Por lo qual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás.» El sentido de la indiferencia, (hacernos indiferentes a las cosas criadas, dice San Ignacio), como lo entiende el autor de los Ejercicios, no es que no nos importen las cosas, sino el de tener la libertad interior de no apegarnos, no sólo a lo que es pecaminoso, pues eso está considerado en el trato que debemos dar a las criaturas si nos alejan del último fin, sino que ni siquiera nos debemos apegar a bienes como vivir una vida larga o corta, a la salud, a la riqueza, al honor. En realidad, es una vida de perfección la que nos plantea.

No sólo lo suficiente, sino lo MÁS

 

5. El quinto punto nos invita a llegar aún más lejos, pues termina con estas palabras:«solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados.» La moderación de que hemos hablado no llega tan lejos. La moderación nos diría que, para conseguir nuestro último fin, es suficiente poner de nuestra parte el esfuerzo que se necesite para lograrlo con seguridad, sin arriesgarnos a no alcanzarlo, pero no más allá. San Ignacio plantea al cristiano una opción más radical: si te quieres distinguir, si te quieres acercar más a Cristo, si lo quieres servir de manera especial, prepárate para hacer oblaciones de mayor estima y momento, como lo dice en una meditación sobre la vocación.[8] Esa expresión: MÁS, MAYOR, que es muy distinta a la simple “moderación”, la dejó San Ignacio impresa en el lema que se presenta en la abreviatura A.M.D.G., que quiere decir Ad Maiorem Dei gloriam. San Ignacio insistía en que en todas nuestras acciones buscáramos la Mayor Gloria de Dios; nos invita a que en nuestras decisiones nos decidamos por la opción que conduzca a la Mayor Gloria de Dios.

 

Ese sería el ideal; si no nos sentimos con fuerzas para eso, que por lo menos sigamos en nuestra vida la moderación cristiana, según la cual, establecemos en nuestras acciones un justo equilibrio entre los medios y los fines, subordinando todo lo creado al único fin último, que es Dios. Por lo menos adoptemos como plan de vida la moderación, que nos impedirá convertir los medios en fines, desviándonos del camino a Dios, nuestro destino final. Pero si nos queremos distinguir en el servicio a nuestro Señor, entonces estemos listos para ir más lejos, a lo que sea la mayor gloria de Dios.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1]Juan Pablo II, mensaje para la Cuaresma, 1998

[2] Benedicto XVI, en la sesión inaugural de la V Conferencia del Episcopado de América Latina, N° 4, Los problemas sociales y políticos.

[3] Cf. Ildefonso Camacho, Doctrina Social de la Iglesia, una aproximación histórica, 3a edición, San Pablo, Pgs. 134ss

[4] Cfr. P. Ildefonso Camacho en su citado libro, Pg. 144ss, donde, sobre el significado de “moderación”, explica en la nota 38, Pg. 145 que traduce “moderatio” por “moderación” y no por “templanza”, como la versión oficial, porque le parece más adecuado para referirse a una actitud que debe inspirar todos los comportamientos económicos.

[5] Cfr. en www.lafabulaciencia.com la oda deHoracio y una traducción libre, de la cual copio un fragmento en latín, lo mismo que algunos versos de la traducción.

Rectius vives, Licini, neque altum– semper urgendo neque, dum procellas
cautus horrescis, nimium premendo — litus iniquum.

Vivirás mejor, Licinio, si no te adentras
siempre en alta mar ni, por miedo a las tormentas,
te aproximas demasiado a la costa.

[6] La Cita completa de Jueces 2,17 dice: Pero los israelitas no escuchaban a sus jueces, sino que se prostituían, yendo detrás de otros dioses y postrándose delante de ellos. Se desviaban muy pronto del camino seguido por sus padres, que habían obedecido los mandamientos del Señor. Ellos, en cambio, no hacían lo mismo.

[7] Esta explicación la tomo de: Carlo M. Martini, S.J., Ordenar la Propia Vida, Meditaciones con los Ejercicios de San Ignacio, Nercea, S.A. de Ediciones, Pgs. 27ss

[8]Cfr. N° 97 y 98 , El llamamiento del Rey temporal: los que más se querrán affectar y señalar en todo servicio de su rey eterno y Señor vniversal, no solamente offrescerán sus personas al trabajo, mas aun haciendo contra su propia sensualidad y contra su amor carnal y mundano, harán oblaciones de mayor estima y mayor momento, diciendo:
Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación, con vuestro favor y ayuda, delante vuestra infinita bondad, y delante vuestra Madre gloriosa, y de todos los sanctos y sanctas de la corte celestial, que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como spiritual, queriéndome vuestra sanctísima majestad elegir y rescibir en tal vida y estado.