Reflexión 47 Febrero 15 2007

Usted encuentra en este ’blog’ una serie de reflexiones sobre la Doctrina Social de la Iglesia, en el orden y según la numeración del Compendio preparado por la Santa Sede. Todas las reflexiones, desde la primera se  encuentran en la columna de la derecha; con un clic entra a la que desee.

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Nº 45-48

 

En la reflexión anterior seguimos estudiando el Capítulo I del Compendio de la D.S.I., que tiene como título El designio de Amor de Dios para la Humanidad, es decir los planes amorosos de Dios para la humanidad.

Se refirió nuestro estudio pasado a la Trascendencia de la salvación y la autonomía de las realidades terrenas. Veamos de qué se trata. Nos había explicado la Iglesia que el ser humano se comprende en toda su dimensión, si secontempla a la luz de los designios de Dios y a la luz de Jesucristo, el Hijo de Dios que asumió en Él la naturaleza humana, elevando así de manera inmensa, la dignidad del género humano. El hombre no se puede comprender en toda su grandeza, sin tener en cuenta su relación con Dios, sin tener en cuenta a Jesucristo. Los planes o designios de Dios no se pueden ignorar cuando se quiere comprender al ser humano; como no se pueden ignorar  los diseños los planos del arqiitecto si se estudia un edificio.

Continuó luego el Compendio un tema nuevo, que es el nos ocupa ahora: el de la autonomía de las realidades terrenas. Esto lo encontramos en los números 45 a 48. Después de estudiar la dignidad del hombre, contemplado desde los planes de Dios; el paso siguiente es volvernos a las realidades terrenas, obras de Dios, y reflexionar sobre su autonomía.

 

¿Las realidades terrenas no dependen para nada de Dios?

 

¿Estas realidades son autónomas?, – es decir – ¿no dependen de nadie? Es un punto muy importante, porque hoy se tratan muchos asuntos fundamentales, con la pretensión de que Dios no tiene nada que ver en ellos. Por ejemplo, cuando tratan sobre el aborto, dicen: este es un asunto de salud pública, no le meta moral. O en temas económicos, pretenden manejarlos como si los mercados mandaran sin ninguna limitación. Veamos entonces esto de la autonomía de las realidades terrenas.

Según la Iglesia el hombre y el mundo se comprenden, si se contemplan a la luz de los planes amorosos de Dios y de la Encarnación del Hijo en la humanidad. El Compendio sigue así, en el mismo Nº 45 que estudiamos ya:

Esta perspectiva orienta hacia una visión correcta de las realidades terrenas y de su autonomía, como bien señaló la enseñanza del Concilio Vaticano II.

¿Hay entonces una autonomía de lo terreno frente a Dios? Para explicarnos lo que significa la autonomía de las realidades terrenas, el Compendio cita el Nº 36 de la Constitución pastoral Gaudium et Spes y el Nº 7 del Decreto Apostolicam actuositatem, sobre el Apostolado de los Seglares. Recordemos las palabras de la Constitución Gaudium et spes, que dice:

« Si por autonomía de la realidad terrena se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía… y responde a la voluntad del Creador. Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte ».[1]

Es muy importante que comprendamos en qué consiste la autonomía de lo terrenal, -que la Iglesia reconoce como legítima – de manera que repasemos lo que alcanzamos a estudiar en la reflexión anterior.

Partamos de un hecho: al hablar de la autonomía de lo terrenal, no podemos cerrar los ojos e ignorar a Dios; la autonomía de lo terrenal la tenemos que ver necesariamente, desde la perspectiva del hombre unido a Dios, su Creador, de modo indefectible, pues como San Pablo explicó a los griegos en su discurso en el Areópago, en Dios vivimos, nos movemos y existimos. Recordemos ese famoso discurso de San Pablo, cuando les fue a predicar a los griegos al Dios desconocido que ellos buscaban, y que encontramos en Hechos, en el capítulo 17, desde el v. 22 en adelante.

La autonomía de lo terreno no se puede entender en el sentido de que se rija de modo independiente, sin tener en cuenta su relación con el Creador. Ese no puede ser el caso. La Iglesia, con palabras del Concilio Vaticano II, nos enseña en qué consiste esa autonomía de las realidades terrenas. Afirma que es una autonomía legítima y que está de acuerdo con la voluntad del Creador, que las cosas creadas y la sociedad misma gocen de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco.

La autonomía legítima de lo terreno

No se niega que exista una autonomía; sí existe una autonomía legítima de lo terreno, de las cosas creadas y de la sociedad misma; una autonomía que consiste en que lo terreno tenga sus propias leyes y valores. El papel del hombre es descubrir, emplear y ordenar esas leyes y valores. El hombre no tiene que inventar esas leyes, pues ya existen. Lo que tiene que hacer es descubrirlas, emplearlas, ordenarlas.

Y nos explica Ia Iglesia esa afirmación, en el Nº 36 de la Gaudium et spes, que acabamos de leer. Nos dice que por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar  con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte ».

Las cosas creadas tienen, entonces, su consistencia, su verdad y su bondad propias. Esto quiere decir que las cosas, al ser ideadas por Dios, fueron creadas con una coherencia interna; que hay una razón para que estén constituidas como están. No existen como son por el azar; no fueron creadas como la unión de elementos disparatados, que se unieron por casualidad. Tienen un orden interno propio con que el Creador las diseñó.

 

El papel del hombre frente a las leyes y valores de las cosas creadas

 

El papel del hombre frente a las leyes y valores de las cosas creadas lo señala el Concilio al decir que: el hombre ha de descubrir(las), emplear(las) y ordenar(las) poco a poco. Las cosas creadas por Dios vienen con su propio diseño y en el caso de los seres humanos, llevan impresa, nada menos, que la imagen de quien los creó. El hombre tiene que descubrir y emplear esas leyes y esos valores que les son propios, respetando la metodología propia de cada ciencia o arte. El hombre obra mal, si quiere inventar leyes en contra de las que lleva impresas lo creado. ¿Cómo cambiar el diseño del mejor diseñador posible?

Y ¿por qué hay conflicto entre Dios y sus criaturas, entre Dios y el hombre? Porque hoy, cada vez más, se defienden leyes abiertamente opuestas a los designios de Dios. Basta ver cómo se imponen leyes a favor del aborto y de la eutanasia o cómo se quiere utilizar embriones humanos, seres humanos vivos, como si fueran material desechable de laboratorio. Se pretende dar al hombre un poder que no puede tener, sobre la vida y la muerte.

No debería existir ese conflicto, porque lo que Dios ha impreso en la creación es en bien del hombre. Las expresiones de Dios en su relación con el hombre son manifestaciones de amor. Por eso en el Nº 46 dice el Compendio:

No existe conflictividad entre Dios y el hombre, sino una relación de amor en la que el mundo y los frutos de la acción del hombre en el mundo son objeto de un don recíproco entre el Padre y los hijos, y de los hijos entre sí, en Cristo Jesús: en Él, y gracias a Él, el mundo y el hombre alcanzan su significado auténtico y originario. En una visión universal del amor de Dios que alcanza todo cuanto existe, Dios mismo se nos ha revelado en Cristo como Padre y dador de vida, y el hombre como aquel que, en Cristo, lo recibe todo de Dios como don, con humildad y libertad, y todo verdaderamente lo posee como suyo, cuando sabe y vive todas las cosas como venidas de Dios, por Dios creadas y a Dios destinadas.

Así entendemos los creyentes la relación de Dios, nuestro Padre, con sus criaturas. En estos días, una oyente de este programa de Radio María, que ha vivido ya más de 80 años, bien vividos, y que la semana pasada tuvo que pasar unos días en una cínica, comentaba que se había puesto a reflexionar, cómo su corazón no ha dejado de latir en todos estos largos años y sus pulmones no han dejado de respirar ni un día, y que esto no se podría entender sino porque Dios está actuando en ella. Sí, como dijo San Pablo: en Dios vivimos, nos movemos y existimos.

 

La criatura sin el Creador desparece

 

Para los creyentes esto es muy sencillo; como nos enseñó el Concilio Vaticano en el mismo Nº 36 de la Gaudium et spes, que hemos citado, «si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece».

Las leyes fundamentales de las cosas creadas vienen ya impresas en su misma naturaleza. Tenemos que descubrir esas leyes, ordenarlas y emplearlas, respetando, claro está, su diseño original, que tiene características propias, según de qué seres creados se trate. Las diversas ciencias y las artes, tienen su propia manera de ser que hay que respetar, y es papel del hombre hacerlas progresar, siguiendo el camino que les es propio.

Es bueno repasar en qué consiste el papel del hombre en el mundo creado, como nos lo enseña el Concilio Vaticano II en el Decreto “Apostolicam actuositatem”, sobre el apostolado de los seglares, en el Nº 7. Recordémoslo:

Está en el plan de Dios sobre el mundo, que los hombres restauren concordemente el orden de las cosas temporales y lo perfeccionen sin cesar.

Todo lo que constituye el orden temporal, a saber, los bienes de la vida y de la familia, la cultura, la economía, las artes y profesiones, las instituciones de la comunidad política, las relaciones internacionales, y otras cosas semejantes, y su evolución y progreso, no solamente son subsidios para el último fin del hombre, sino que tienen un valor propio, que Dios les ha dado, considerados en sí mismos, o como partes del orden temporal: “Y vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno” (Gén., 1,31). Esta bondad natural de las cosas recibe una cierta dignidad especial de su relación con la persona humana, para cuyo servicio fueron creadas.

Dignidad de las cosas creadas

 

Ese es el punto de vista de la Iglesia sobre las cosas creadas. Existen para el bien del hombre, deben ayudar al hombre para la consecución de su fin último, tienen un valor propio que Dios les ha dado, o porque Dios las creó o porque son parte del orden temporal, que en todo su conjunto tiene los mismos fines. De modo que la economía, los mercados, las artes, la comunidad política, son parte del orden temporal que debe ayudar al hombre a conseguir el fin para el cual fue creado. Las cosas creadas tienen una dignidad especial por su relación con la persona humana, por existir para su servicio.

A veces se presenta a nuestra fe como si fuera enemiga del progreso. Es un enorme desenfoque, porque se desconoce la fe. ¿Quién reconoce mayor dignidad al orden temporal, que la fe cristiana? Volvamos a leer algunas de las palabras que acabamos de citar del decreto sobre el apostolado de los seglares:

Todo lo que constituye el orden temporal, a saber, los bienes de la vida y de la familia, la cultura, la economía, las artes y profesiones, las instituciones de la comunidad política, las relaciones internacionales, y otras cosas semejantes, y su evolución y progreso, no solamente son subsidios para el último fin del hombre, sino que tienen un valor propio, que Dios les ha dado, considerados en sí mismos, o como partes del orden temporal

De manera que por haber sido destinado para servicio del hombre, todo lo que constituye el orden temporal tiene una bondad natural, goza de mayor dignidad por su relación con la persona humana, y más todavía: la creación se dignificó de manera aún mayor, con la entrada del Hijo de Dios en el mundo, al encarnarse en Jesucristo y convertirse en uno de nosotros.

De modo que en sí mismo el orden material tiene una bondad natural. ¿De dónde resulta el desorden, entonces? No de las cosas en sí mismas, sino del uso que hacemos de ellas. Por eso frente a lo terreno, los creyentes tenemos una misión que cumplir. Ni la economía ni las técnicas de mercadeo son malas en sí. Se convierten en dañinas, si en vez de estar al servicio del hombre, se pone más bien el hombre al servicio de la economía y de los mercados.

El mundo parece no haber entendido los planes de Dios, pues hoy no los tiene en cuenta en su desarrollo; parece que el mundo siguiera planes distintos a los de Creador. Lo sentimos más ahora, cuando se habla con insistencia, de los desastres que pueden ocurrir por el calentamiento global, y cuando se reconoce que la pobreza sigue aumentando en el mundo, a pesar del crecimiento de la economía.

¿Cuál debe ser nuestra posición y nuestra acción como creyentes, frente a las realidades terrenas, que como hemos visto fueron por Dios creadas y a Dios destinadas, y para el bien de los hombres. El Concilio, en el documento sobre el apostolado de los seglares, el decreto Apostolicam actuositatem (7),- que se podría traducir como El dinamismo apostólico, nos explica el papel de los laicos frente a las realidades temporales. Volvamos a leer algo de este documento tan importante, y que poco conocemos. Empieza por ubicar las realidades terrenas frente al hombre y la primacía de Jesucristo sobre ellas. Dice así:

Plugo, por fin, a Dios el aunar todas las cosas, tanto naturales, como sobrenaturales, en Cristo Jesús “para que tenga El la primacía sobre todas las cosas” (Col., 1,18). No obstante, este destino no sólo no priva al orden temporal de su autonomía, de sus propios fines, leyes, ayudas e importancia para el bien de los hombres, sino que más bien lo perfecciona en su valor e importancia propia y, al mismo tiempo, lo equipara y lo integra a la vocación del hombre sobre la tierra.

 

Integración de las cosas creadas y la vocación del hombre

 

De manera que las cosas creadas las debemos considerar integradas con la vocación del hombre; pero históricamente lo que ha ocurrido no es precisamente eso. Parecieran divorciados el hombre y las realidades terrenas. ¿Cuál es la explicación? Nos dice el Concilio Vaticano II, que el mal manejo de las realidades temporales ha estado históricamente marcado por nuestro comportamiento, contaminado por el pecado original. Estas son sus palabras:

 

En el decurso de la historia, el uso de los bienes temporales ha sido desfigurado con graves defectos, porque los hombres, afectados por el pecado original, cayeron frecuentemente en muchos errores acerca del verdadero Dios, de la naturaleza, del hombre y de los principios de la ley moral, de donde se siguió la corrupción de las costumbres e instituciones humanas y la no rara conculcación de la persona del hombre. Incluso en nuestros días, no pocos, confiando más de lo debido, en los progresos de las ciencias naturales y de la técnica, caen como en una idolatría de los bienes materiales, haciéndose más bien siervos que señores de ellos.

Y ante esta situación, ¿cuál es la misión de toda la Iglesia, en el ordenamiento de las cosas temporales? Porque si las cosas temporales no están en orden, sin duda frente a esta situación tenemos en la Iglesia una responsabilidad. Esto dice el Concilio Vaticano II, en el mismo decreto sobre el apostolado de los seglares:

Es obligación de toda la Iglesia el trabajar para que los hombres se vuelvan capaces de restablecer rectamente el orden de los bienes temporales y de ordenarlos hacia Dios por Jesucristo. A los pastores atañe el manifestar claramente los principios sobre el fin de la creación y el uso del mundo, y prestar los auxilios morales y espirituales para instaurar en Cristo el orden de las cosas temporales.

Y la Iglesia se manifiesta públicamente, claramente; lo hace el Papa de modo permanente y lo hacen los obispos, pero no se escucha su voz.

 

Guiarnos en nuestra misión por la luz del Evangelio y por la mente de la Iglesia

Muchos ignoran la voz de la Iglesia y otros tratan de callarla. Y es su papel guiarnos, enseñarnos el camino, auxiliarnos espiritual y moralmente. La prensa laicizante y los enemigos de la Iglesia se molestan, si los pastores se pronuncian, cuando los que manejan el orden temporal van por un mal camino; pero nuestros pastores tienen que hacerlo, esa es su misión. Nosotros, los laicos, como nos dice también el Concilio, tenemos que guiarnos en nuestra misión por la luz del Evangelio y por la mente de la Iglesia. La mente de la Iglesia y la luz del Evangelio nos llegan por medio de nuestros pastores.

Veíamos en la reflexión pasada, que no es misión de los Pastores, en cambio, entrar directamente a manejar las realidades temporales. Ese es el campo de los laicos. Sobre este punto no es necesario insistir.

Al concluir en Bogotá la Octogésima Segunda Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, los señores Obispos dijeron: “los Obispos unimos nuestras voces en un solo llamado: ¡Reconciliación!, con Dios, con nosotros mismos, con los demás y con la creación.” En esa dirección va ese mensaje que desde sus palabras iniciales, tiene un profundo sentido de misión. [2]Así empieza ese documento:

Proclamar con nuestra vida su mensaje de salvación

 

Los Obispos de la Iglesia Católica en Colombia, reunidos en la Octogésima Segunda Asamblea Plenaria, para tratar el tema de la “Acción Misionera de la Iglesia”, nos dirigimos a todos los colombianos para expresarles que habiendo recibido la Palabra de Dios que nos presenta a Jesucristo como el Misionero del Padre, Él nos envía al mundo para proclamar con nuestra vida su mensaje de salvación. Tengamos en cuenta estas palabras: Proclamar con nuestra vida…, no sólo con nuestra palabra.

Recordemos que cuando se habla de las realidades temporales, no se piensa sólo en la naturaleza, la tierra, los animales, las plantas. El decreto sobre el apostolado de los seglares enumera así las realidades temporales:

Todo lo que constituye el orden temporal, a saber, los bienes de la vida y de la familia, la cultura, la economía, las artes y profesiones, las instituciones de la comunidad política, las relaciones internacionales, y otras cosas semejantes,…

A todo ese orden temporal en Colombia, se refirieron los señores obispos en su mensaje. Leamos algunos párrafos. Sobre la violencia y sobre la paz, dijeron:

Desde la reconciliación como propósito y principio, leemos y acompañamos el caminar del pueblo colombiano, para que las víctimas, los victimarios y la sociedad en general conozcan la experiencia profunda del perdón, de manera que se instaure un escenario de paz que denote más que la simple ausencia de guerra, la“plenitud de vida”, vida digna y en abundancia para todos (Juan 10,10).

Si queremos paz, tenemos que estar preparados para el perdón, para la reconciliación. Y los obispos hablan aquí de la mentira, una de las causas de todo conflicto:

La mentira es una de las causas de todo conflicto y principal obstáculo a cualquier esfuerzo de negociación política.- Dicen – Es necesario adentrarnos en el camino de la verdad para re-dignificar a las víctimas, actores centrales de la reconciliación y poseedoras privilegiadas de la gracia del perdón, que sólo puede y debe nacer en ellas si queremos romper el ciclo del rencor, del resentimiento y de la venganza que en ocasiones se convierten en una carga imposible de llevar.

Nos dicen que son las víctimas las que poseen la gracia del perdón. Sólo si hay perdón se puede romper ese ciclo que se conforma con el rencor, con el resentimiento y el deseo de venganza.

El resentimiento nos hace daño a nosotros, pues nos amargamos la vida

 

No traslademos estas palabras sólo al problema de la violencia de la guerrilla y el narcotráfico. A eso somos muy dados. Los problemas los vemos sólo fuera de nosotros, lejos, donde no nos incomoden personalmente. ¿No necesitamos quizás nosotros también perdonar, romper el ciclo del resentimiento, del rencor? Hace tanto daño el resentimiento en la familia, en el trabajo, en el círculo de nuestras amistades… Nos hace daño a nosotros mismos, porque nos amargamos la vida, y hacemos daño a los otros, amargándoles la vida… El remedio es el perdón, la reconciliación. Se necesita humildad de las dos partes. Ser coherentes con la petición del Padre nuestro que decimos todos los días: Perdónanos, como nosotros perdonamos…

Refiriéndose a la violencia en nuestro país, los señores Obispos explican cuál debe ser la actitud y el comportamiento de los victimarios, para que haya perdón de las víctimas. Dicen:

Verdad para cerrar las heridas provocadas por la violencia, de manera que exista en quienes han causado daño, un reconocimiento sincero del pecado cometido al atentar contra la vida y la libertad de otros hermanos, como paso necesario para el encuentro con la paz.

En estos tiempos en los que unos y otros se acusan por la denominada“para-política”y por su pasado violento, nosotros los Obispos pedimos a todos la calma, y sin dejar de buscar y decir la verdad, los llamamos a atender también otros problemas que afectan a Colombia. Los intereses proselitistas por encima de los del país confunden a la opinión y conducen al caos.

Todos los estamentos necesitan conversión

 

Sin temor, con valentía, nuestros pastores ponen el dedo en la llaga: todos los estamentos necesitan conversión; pues dicen:

Escuchamos un lamento en nuestras comunidades: Las instituciones, el Legislativo, el Ejecutivo, la Administración de Justicia, la Corte Constitucional, las Fuerzas Armadas y los Organismos de control, evidencian una grave crisis. Porque estamos con la institucionalidad, todo ello nos duele y preocupa. Animamos los esfuerzos que se adelantan por develar los hechos que han restado legitimidad a las instituciones del Estado y por diseñar e implementar los correctivos pertinentes.

Y este párrafo que sigue, pone a las claras la solapada persecución a las ideas del cristianismo:

Exigimos verdad también para clarificar los signos de una sistemática persecución desde diversos sectores, grupos y personas hacia los valores que la Iglesia defiende, que nacen del Evangelio y tienen sustento en el respeto por la vida, la dignidad humana y la familia.

Se refirieron los obispos al papel de los medios de comunicación en esta crisis. Yo hubiera querido más claridad en esas palabras, porque sin duda alguna, desde los medios, sobre todo desde algunos, se desarrolla una sistemática persecución de los valores del Evangelio. A ese respecto esta es la paternal invitación del episcopado:

 

Obrar con honestidad y equidad

 

Llamamos a los medios de comunicación para que aporten a la construcción de una sociedad que se precie de la verdad. Ello requiere obrar con honestidad y equidad. Seguiremos nuestro compromiso de valorar a los comunicadores como portadores de noticias que construyan una nueva patria y los acompañaremos para que utilicen los medios con sentido humano como valor central. Los invitamos a aportarle al país debates serenos, sin encender hogueras.

El documento del episcopado no entra en detalles, pero el P. Héctor de los Ríos López, nos informaba el martes pasado en el noticiero de Radio María, que Monseñor Luis Augusto Castro, presidente de la Conferencia Episcopal, en declaraciones en el Valle del Cauca,fue muy claro al señalar la persecución a la Iglesia desde los medios de comunicación, y nombró en particular a los medios que han sido adquiridos por empresas extranjeras. Sabemos bien cuáles son. Dijo que esa era una posición que nos venía de fuera, que no era colombiana. Qué triste que los comunicadores colombianos, sin duda por conservar sus puestos, se presten para esa persecución a las ideas católicas, desde los medios donde trabajan.

Continuemos con otros apartes del mensaje de la Conferencia Episcopal. Tocaron también el tema de la educación. Sobre él dijeron:

Reconocemos los esfuerzos gubernamentales por ampliar la cobertura en la educación. Sin embargo, las dinámicas globalizadoras imponen superiores niveles de calidad.Animamos la educación para la conciencia y la paz en la familia, en la escuela y en los diversos espacios de la Iglesia y la sociedad.

 

Establecer condiciones de justicia, sabiendo que el horizonte está en la caridad

No podemos esperar completa reconciliación y paz sin tener en cuenta la justicia y la caridad. A este respecto los obispos se dirigieron al gobierno, a los gremios, a todos los colombianos, incluyendo a la guerrilla y a las llamadas autodefensas o paramilitares. Todos esos grupos son parte de la realidad de nuestra patria. Estas son las palabras de los señores obispos:

El llamado a la reconciliación comprende a su vez un esfuerzo nacional por establecer condiciones de justicia, sabiendo que el horizonte está en la caridad.

Las cifras revelan un crecimiento de la economía, sin embargo constatamos con dolor que se agudiza la pobreza. Llamamos a la banca, a la industria y a los gremios, a que no olviden que la economía debe estar al servicio del hombre, y orientada a la solución de los problemas del desempleo, a la erradicación del hambre y a la satisfacción de las necesidades del pueblo. Llamamos a todos en el país a no olvidar a los campesinos, que no encuentran suficientes alicientes para permanecer en el campo, y a los desplazados, que no encuentran ni razones ni condiciones para volver a sus tierras.

El conflicto armado, cuyas causas no son enfrentadas en su integralidad, sigue golpeando a amplios sectores de la población; sus actores amenazan a la institucionalidad y extorsionan a la sociedad.

Los Obispos en Colombia sentimos que pesa sobre nuestra conciencia la destrucción de los hermanos que injustamente permanecen privados de su libertad, sometidos al secuestro. No acallaremos nuestra voz, ni cejaremos en nuestros esfuerzos hasta tanto el Gobierno Nacional y las FARC – EP posibiliten a través de un acuerdo humanitario la libertad de todos ellos.

Abogaremos por otros acuerdos humanitarios que conduzcan a la erradicación en Colombia del secuestro extorsivo, de las minas antipersonas, de la agresión de la sociedad civil, del desplazamiento.

Estamos dispuestos a acompañar todos los procesos que conduzcan a la construcción de una Colombia reconciliada y en paz. Exhortamos a las FARC a facilitar espacios para la negociación y para el diálogo. Expresamos nuestra voz de ánimo al proceso que se adelanta entre el Gobierno Nacional y el ELN e invitamos a los desmovilizados de los grupos de autodefensa a proseguir con valentía y transparencia el proceso iniciado, siendo coherentes con el compromiso de aportar a la verdad, a la justicia y a la reparación. Denunciamos con preocupación y rechazamos la configuración de grupos armados emergentes (Ese documento se suscribió el año 2007).

Mas adelante continúan:

Mantendremos un compromiso de apoyo irrestricto a las víctimas y las acompañaremos en la defensa de sus derechos a la reparación y a la memoria, pero animando a la grandeza del perdón.

Los señores obispos comprometieron a toda la Iglesia, incluyendo a los laicos, a hacer sentir nuestra voz profética de la verdad del Evangelio, con estas palabras:

La Iglesia, laicos, religiosos, sacerdotes y obispos, reconociendo nuestras limitaciones y falencias, nos comprometemos a hacer sentir nuestra voz profética que denuncia la mentira y la corrupción y que anuncia la verdad, que no es otra cosa que la defensa de la vida, desde la concepción hasta la muerte natural, la dignidad de las personas, la igualdad de oportunidades  y la honestidad  para construir entre todos un país en el que todos quepamos y en el que no haya marginados.

La Iglesia seguirá anunciando un mensaje de esperanza y convoca a un acuerdo nacional por la paz y la reconciliación y a que cada uno dé su aporte para implementar un proyecto de nación en el que todos tengamos un espacio digno y unas posibilidades de realización como ciudadanos y como hijos de Dios.

Termina el mensaje episcopal con una instancia a la oración para pedir fortaleza y sabiduría y la intercesión de la Santísima Virgen:

Elevamos nuestra plegaria a Dios para que envíe su espíritu  y habite en el corazón de cada colombiano  dándonos la fortaleza y la sabiduría  para discernir los signos de vida y de muerte  y tomar las decisiones para la construcción de una sociedad justa.

Que María Santísima, Reina y madre de Colombiaterceda por nosotros ante su Hijo, rico en misericordia y Señor de la Paz.

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Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1]Const. Gaudium et Spes, 36 y Decreto Apostolicam actuositatem, 7

[2] EL COMPROMISO DE LA IGLESIA ANTE LOS DESAFÍOS DE LA REALIDAD NACIONAL, mensaje firmado por Luis Augusto Castro Quiroga, Arzobispo de Tunja, Presidente de la Conferencia Episcopal,9de febrerode 2007