Reflexión 46 Febrero 8 2007

En este blog se publican las reflexiones basadas en el estudio del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, presentadas originalmente en Radio María de Colombia.

A continuación encuentra la última reflexión publicada en este blog. Las anteriores las encuentra en la columna de la derecha. Con un clic entra en la que desee.

Compendio de la D.S.I. Nº 46-48

Trascendencia de la salvación y autonomía de las realidades terrenas

 

En la reflexión anterior terminamos la consideración sobre la libertad, que es uno de los temas que trata el Nº 45 del Compendio de la Doctrina Social. Recordemos que estamos estudiando el Capítulo I, que tiene como título El designio de Amor de Dios para la Humanidad; como quien dice: los amorosos planes de Dios para la humanidad.

Estamos estudiando los fundamentos de la Doctrina Social de la Iglesia. Los temas específicos que se desarrollan desde la segunda parte del libro se construyen sobre estos cimientos.

El tema que nos ocupa ahora es la Trascendencia de la salvación y la autonomía de las realidades terrenas. Comienza el Nº 45 afirmando que Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre en el cual y gracias al cual el mundo y el hombre alcanzan su auténtica y plena verdad. Vimos allí que el hombre y el mundo sólo se comprenden plenamente, considerados a la luz de los designios de Dios. En nuestra reflexión de esa parte del Nº 45, aprendimos que el hombre está llamado a la santidad y que se comprende en toda su dimensión, si se contempla a la luz de los designios de Dios, a la luz de Jesucristo, el Hijo de Dios que, con su encarnación, elevó la dignidad del género humano. El hombre no es menos, el hombre crece, es más, si se considera unido a Dios, como en realidad lo está.

Sigue así el Compendio:

Esta perspectiva  orienta hacia una visión correcta de las realidades terrenas y de su autonomía, como bien señaló la enseñanza del Concilio Vaticano II:

Para explicar lo que significa la autonomía de las realidades terrenas cita allí el Compendio el Nº 36 de la Constitución pastoral Gaudium et Spes y el Nº 7 del Decreto Apostolicam actuositatem, sobre el Apostolado de los Seglares. Las que siguen son palabras de la Constitución Gaudium et spes:

 

Las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores

« Si por autonomía de la realidad terrena se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía… y responde a la voluntad del Creador. Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte ».[1]

Para comprender este número sobre la autonomía de las realidades terrenas, es necesario continuar con el Nº 46 del Compendio. Así podemos comprender en su contexto lo que acabamos de leer. Es muy importante tener claridad sobre el alcance de la autonomía de lo terrenal, vista desde la perspectiva del hombre unido a Dios, su Creador de modo indefectible, pues como San Pablo explicó a los griegos en su discurso en el Areópago, en Dios vivimos, nos movemos y existimos. Por cierto nos vendría bien leer una vez más ese discurso de San Pablo que se encuentra en Hechos, en el capítulo 17, desde el v. 22 en adelante. Así podemos tener una visión correcta de las realidades terrenas. Continuemos, entonces, sin prisa:

En primer lugar, vimos ya que el hombre se comprende bien en lo que es, si se mira a la luz de los designios o planes de Dios. Como el Compendio menciona luego la autonomía de la realidad terrena, puede quedar la impresión de que existe una realidad terrena autónoma, que se rige de modo independiente, sin tener en cuenta los designios o planes de Dios, y ese no puede ser el caso. Por eso explica la Iglesia a continuación, con palabras del Concilio Vaticano II, en qué consiste esa autonomía de las realidades terrenas. Nos dice que es una autonomía legítima y que está de acuerdo con la voluntad del Creador, que las cosas creadas y la sociedad misma gocen de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco.

De manera que sí existe una autonomía legítima de lo terreno, de las cosas creadas y de la sociedad misma; una autonomía que consiste en que lo terreno tenga sus propias leyes y valores. El hombre tiene que descubrir, emplear y ordenar esas leyes y valores.

Y nos explica Iglesia esa afirmación. Nos dice que por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte ».

 

Las cosas al ser ideadas por Dios, fueron creadas con una coherencia interna

 

De modo que las cosas creadas, tienen su consistencia, su verdad y su bondad propias. Esto quiere decir que las cosas al ser ideadas por Dios, fueron creadas con una coherencia interna; que hay una razón para que estén constituidas como están. No existen como son por el azar; no fueron creadas como la unión de elementos disparatados que se unieron por casualidad. Tienen un orden interno propio. El papel del hombre frente a las leyes y valores de las cosas creadas lo señala el Concilio con las palabras: el hombre ha de descubrir(las), emplear(las) y ordenar(las) poco a poco. Podemos concluir utilizando las palabras del Compendio, que el hombre no tiene que inventar las leyes fundamentales para las cosas creadas, pues ya existen, están impresas en ellas. Las cosas creadas por Dios vienen con su propio diseño y en el caso de los seres humanos, llevan impresa, nada menos, que la imagen de quien los creó. El hombre tiene que descubrir y emplear esas leyes y esos valores que les son propios, respetando la metodología propia de cada ciencia o arte.

¿Será que hay conflicto entre Dios y sus criaturas y en particular entre Dios y el hombre? El Nº 46 del Compendio nos responde así a esta posible duda:

No existe conflictividad entre Dios y el hombre, sino una relación de amor en la que el mundo y los frutos de la acción del hombre en el mundo son objeto de un don recíproco entre el Padre y los hijos, y de los hijos entre sí, en Cristo Jesús: en Él, y gracias a Él, el mundo y el hombre alcanzan su significado auténtico y originario. En una visión universal del amor de Dios que alcanza todo cuanto existe, Dios mismo se nos ha revelado en Cristo como Padre y dador de vida, y el hombre como aquel que, en Cristo, lo recibe todo de Dios como don, con humildad y libertad, y todo verdaderamente lo posee como suyo, cuando sabe y vive todas las cosas como venidas de Dios, por Dios creadas y a Dios destinadas. A este propósito, el Concilio Vaticano II enseña: « Pero si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece ».[2]

Impresas en su misma naturaleza

 

Las leyes fundamentales de las cosas creadas vienen entonces ya impresas en su misma naturaleza. Tenemos que descubrir esas leyes, ordenarlas y emplearlas, claro está, respetando su diseño original, que tiene características propias, según de qué seres creados se trate. Las diversas ciencias y las artes, tienen su propia manera de ser que hay que respetar, y es papel del hombre hacerlas progresar, siguiendo el camino que les es propio.

El papel del hombre en el mundo creado nos lo aclara muy bien el Concilio Vaticano II en el Decreto “Apostolicam actuositatem”, sobre el apostolado de los seglares, en el Nº 7. Dice así:

Está en el plan de Dios sobre el mundo, que los hombres restauren concordemente el orden de las cosas temporales y lo perfeccionen sin cesar.

Todo lo que constituye el orden temporal, a saber, los bienes de la vida y de la familia, la cultura, la economía, las artes y profesiones, las instituciones de la comunidad política, las relaciones internacionales, y otras cosas semejantes, y su evolución y progreso, no solamente son subsidios para el último fin del hombre, sino que tienen un valor propio, que Dios les ha dado, considerados en sí mismos, o como partes del orden temporal: “Y vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno” (Gén., 1,31). Esta bondad natural de las cosas recibe una cierta dignidad especial de su relación con la persona humana, para cuyo servicio fueron creadas.

Creadas en servicio del hombre

 

Entresaquemos algunas ideas claves de ese párrafo que acabamos de leer, del decreto Apostolicam actuositatem, del Concilio Vaticano II, y que cita el Compendio:

Todo lo que constituye el orden temporal tiene un valor propio, que Dios le ha dado.

Todas esas cosas fueron creadas en servicio del hombre.

Por el hecho de haber sido creadas en servicio del hombre, la bondad natural de las cosas recibe cierta dignidad especial. Y menciona luego el libro, el papel de Jesucristo, al cual conduce toda la creación. De manera que en sí mismas las cosas tienen una dignidad por ser creadas por Dios; el haber sido destinadas para servicio del hombre les da mayor dignidad, y con la entrada del Hijo en el mundo, al encarnarse en Jesucristo, la creación se dignifica aún más.

Sigue así el Decreto sobre el apostolado de los seglares, para explicarnos nuestra misión frente a las realidades terrenas:

Plugo, por fin, a Dios el aunar todas las cosas, tanto naturales, como sobrenaturales, en Cristo Jesús “para que tenga El la primacía sobre todas las cosas” (Col., 1,18). No obstante, este destino no sólo no priva al orden temporal de su autonomía, de sus propios fines, leyes, ayudas e importancia para el bien de los hombres, sino que más bien lo perfecciona en su valor e importancia propia y, al mismo tiempo, lo equipara y lo integra a la vocación del hombre sobre la tierra.

Enseguida se nos ocurre que el mundo, parece no haber entendido su fin, los planes de Dios, porque no los ha tenido en cuenta en su desarrollo; parece más bien que el mundo estuviera desquiciado. Hasta la naturaleza, ahora que se habla todos los días de los desastres que pueden ocurrir por el calentamiento global. Veíamos hace un momento que todas las cosas fueron por Dios creadas y a Dios destinadas, y para el bien de los hombres. Esto nos dice el Concilio, a continuación, en el mismo documento sobre el apostolado de los seglares. Recordemos que este documento es el decreto Apostolicam actuositatem. En español se podría traducir como El dinamismo apostólico.

Nos dice allí el Concilio lo que ha pasado históricamente, en el manejo de las cosas creadas, de los bienes materiales, como consecuencia del pecado original: En el decurso de la historia, el uso de los bienes temporales ha sido desfigurado con graves defectos.

En el decurso de la historia, el uso de los bienes temporales ha sido desfigurado con graves defectos, porque los hombres, afectados por el pecado original, cayeron frecuentemente en muchos errores acerca del verdadero Dios, de la naturaleza, del hombre y de los principios de la ley moral, de donde se siguió la corrupción de las costumbres e instituciones humanas y la no rara conculcación de la persona del hombre. Incluso en nuestros días, no pocos, confiando más de lo debido, en los progresos de las ciencias naturales y de la técnica, caen como en una idolatría de los bienes materiales, haciéndose más bien siervos que señores de ellos.

 

Misión de toda la Iglesia en el ordenamiento de las cosas temporales:

Misión de los pastores, misión de los laicos

A continuación señala la misión de toda la Iglesia en el ordenamiento de las cosas temporales y especifica cuál es el papel de los pastores y cuál el de los laicos. Dice así:

Es obligación de toda la Iglesia el trabajar para que los hombres se vuelvan capaces de restablecer rectamente el orden de los bienes temporales y de ordenarlos hacia Dios por Jesucristo. A los pastores atañe el manifestar claramente los principios sobre el fin de la creación y el uso del mundo, y prestar los auxilios morales y espirituales para instaurar en Cristo el orden de las cosas temporales.

De manera que nuestros pastores cumplen con su deber, cuando nos enseñan los principios sobre el uso de la creación y del mundo y cuando nos prestan los auxilios morales y espirituales para instaurar en Cristo el orden temporal. Su papel es guiarnos, enseñarnos el camino, auxiliarnos espiritual y moralmente. Los enemigos de la Iglesia se molestan, si los pastores se manifiestan cuando los que manejan el orden temporal nos dirigen por un mal camino. Tienen que hacerlo nuestros pastores, es su misión. Más adelante, nos va a decir el Concilio que los laicos nos tenemos que guiar en nuestra misión, por la luz del Evangelio y por la mente de la Iglesia.

No es misión de los Pastores, en cambio, entrar directamente a manejar las realidades temporales. Por eso en estos días, la Santa Sede advirtió a un obispo paraguayo, que no debía presentarse como candidato a la presidencia de su país. El obispo insistió en presentarse, y la Santa Sede, con dolor, le suspendió el derecho de ejercer sus funciones de sacerdote y de obispo.[3] Hay otro caso interesante, con un final distinto:

El 28 de enero (2007) murió en un hospital de Washington, a la edad de 86 años, el Padre Roberto Drinan. El Padre Drinan fue uno de los pocos sacerdotes católicos elegido al Congreso, y reelegido cinco veces. Siempre asistía a la sesiones del Congreso con el traje talar. (Es decir, de sotana) “Nuestro Padre que está en el Congreso” era una alusión humorista que se oía en los corredores del Congreso. Drinan fue un miembro prominente del movimiento pacifista en los Estados Unidos, y cobró relieve nacional durante el proceso de destitución del Presidente Nixon. Antes de presentarse a las elecciones, el Padre Drinan fue Decano en la Facultad de Derecho de la Universidad jesuita de Boston, y después enseñó durante 26 años ética social en Georgetown (…) él siempre mantuvo que su actividad política era una extensión de su vocación jurídica y religiosa. Cuando en 1980 el Vaticano le conminó a que eligiera entre el sacerdocio y su vida política, Drinan respondió que para él era impensable renunciar al sacerdocio, y se retiró de la carrera política. Entre el sacerdocio y la política, el P. Drinan escogió el sacerdocio.

Y sobre nuestro papel como laicos qué dice el decreto Apostolicam actuositatem, que estamos citando. Estas son sus palabras:

 

Es obligación de los laicos la restauración del orden temporal

 

Es preciso, con todo, que los laicos tomen como obligación suya la restauración del orden temporal, y que, conducidos por la luz del Evangelio y por la mente de la Iglesia, y movidos por la caridad cristiana, obren directamente y en forma concreta en dicho orden; que cooperen unos ciudadanos con otros, con sus conocimientos especiales y su responsabilidad propia; y que busquen en todas partes y en todo la justicia del reino de Dios. Hay que establecer el orden temporal de forma que, observando íntegramente sus propias leyes, esté conforme con los últimos principios de la vida cristiana, adaptándose a las variadas circunstancias de lugares, tiempos y pueblos. Entre las obras de este apostolado  sobresale la acción social de los cristianos, que desea el Santo Concilio se extienda hoy a todo el ámbito temporal, incluso a la cultura.

De lo que acabamos de leer nos queda claro que los laicos tenemos como misión, obrar directamente y en forma concreta, en la restauración del orden temporal y en la búsqueda en todo de la justicia del reino de Dios.

Estos principios sobre la restauración del orden temporal, que nos enseña la Iglesia, tienen unos alcances enormes. Tenemos que buscar en todas partes y en todo, la justicia del reino de Dios. Nos dice que hay que establecer el orden temporal de forma que, observando íntegramente sus propias leyes, esté conforme con los últimos principios de la vida cristiana, adaptándose a las variadas circunstancias de lugares, tiempos y pueblos. El Compendio nos irá instruyendo sobre estos alcances; sin embargo, tengamos desde ahora presente, que cuando la iglesia defiende la familia, por ejemplo, y se opone al matrimonio entre homosexuales; cuando defiende la vida contra el aborto y la pena de muerte, cuando defiende la justicia social, esta siendo consecuente con lo que enseña sobre los designios de Dios para el hombre. No puede haber una contradicción interna entre lo que Dios ha impreso en la naturaleza y las leyes que el hombre aprueba. El hombre no se dignifica ni mejora, cambiando el diseño original…

 

El hombre no puede darse a un proyecto solamente humano

La persona humana trasciende el horizonte del mundo creado

Los números 47 y 48 del Compendio, que siguen a continuación, nos explican estas ideas en profundidad. Leámoslas y las comentamos después. Si no alcanzamos en esta reflexión lo haremos en las siguientes. Dice así el Nº 47:

La persona humana, en sí misma y en su vocación, trasciende el horizonte del universo creado, de la sociedad y de la historia: su fin último es Dios mismo,[4] que se ha revelado a los hombres para invitarlos y admitirlos a la comunión con Él:[5]« El hombre no puede darse a un proyecto solamente humano de la realidad, a un ideal abstracto, ni a falsas utopías. En cuanto persona, puede darse a otra persona o a otras personas y, por último, a Dios, que es el autor de su ser y el único que puede acoger plenamente su donación ».[6] Por ello « se aliena el hombre que rechaza trascenderse a sí mismo y vivir la experiencia de la autodonación y de la formación de una auténtica comunidad humana, orientada a su destino último que es Dios. Está alienada[7] una sociedad que, en sus formas de organización social, de producción y consumo, hace más difícil la realización de esta donación y la formación de esa solidaridad interhumana ».[8]

 

La persona humana no puede ser instrumentalizada

Todo hombre es libre de orientarse hacia su fin último

 

El Nº 48 continúa así:

La persona humana no puede y no debe ser instrumentalizada por las estructuras sociales, económicas y políticas, porque todo hombre posee la libertad de orientarse hacia su fin último. Por otra parte, toda realización cultural, social, económica y política, en la que se actúa históricamente la sociabilidad de la persona y su actividad transformadora del universo, debe considerarse siempre en su aspecto de realidad relativa y provisional, porque « la apariencia de este mundo pasa » (1 Co 7,31). Se trata de una relatividad escatológica, en el sentido de que el hombre y el mundo se dirigen hacia una meta, que es el cumplimiento de su destino en Dios; y de una relatividad teológica, en cuanto el don de Dios, a través del cual se cumplirá el destino definitivo de la humanidad y de la creación, supera infinitamente las posibilidades y las aspiraciones del hombre. Cualquier visión totalitaria de la sociedad y del Estado y cualquier ideología puramente intramundana del progreso son contrarias a la verdad integral de la persona humana y al designio de Dios sobre la historia.

Hasta aquí llega la presentación que hace el Compendio, de la Trascendencia de la salvación y la autonomía de las realidades terrenas. La parte que sigue tiene como título Designio de Dios y Misión de la Iglesia. Comencemos a dejar claros algunos de los puntos principales de nuestra reflexión de hoy. Es importante que nos quede muy claro lo esencial.

-Vimos que las realidades terrenas tienen su propias leyes y valores y por lo tanto gozan de autonomía.

Nos enseña la Iglesia que esa es una autonomía legítima y que está de acuerdo con la voluntad del Creador, que las cosas creadas y la sociedad misma gocen de propias leyes y valores.

-Nos dice también que el papel del hombre es descubrir, emplear y ordenar poco a poco, las realidades terrenas, respetando la metodología propia de cada ciencia o arte.

– Esas propias leyes y valores de las realidades terrenas, se basan en el designio divino con que fueron creadas.

-La autonomía de que gozan, entonces, las realidades terrenas, no puede estar en conflicto con los designios de Dios. El Vaticano II nos enseña que «si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios  y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece » (Gaudium et spes, 36)

-El conflicto en el manejo de las realidades terrenas por el hombre, cuando se aparta de los designios de Dios, tiene su origen en el pecado original, como leímos en las palabras del Concilio Vaticano II, en su decreto sobre el apostolado de los seglares. Volvamos a leer esas líneas: el uso de los bienes temporales ha sido desfigurado con graves defectos, -dice el Concilio,- porque los hombres, afectados por el pecado original, cayeron frecuentemente en muchos errores acerca del verdadero Dios, de la naturaleza, del hombre y de los principios de la ley moral.

En la reflexión 45 mencionamos al Abbé Pierre, el sacerdote francés, apóstol de los sin techo. En su pequeña obra “Dios mío…¿por qué?, se lamenta porque no se da una importancia mayor al tema del pecado original, al que él prefiere considerar como una “herida hereditaria[9] Comprendemos mejor el desorden con que los hombres manejamos el mundo, cuando tenemos en cuenta el pecado original y sus consecuencias.

– En esta situación del mundo, mal manejado por nosotros, nos dice el Concilio Vaticano II que tenemos una misión como Iglesia. Volvamos a leer unas líneas:

Es obligación de toda la Iglesia el trabajar para que los hombres se vuelvan capaces de restablecer rectamente el orden de los bienes temporales y de ordenarlos hacia Dios por Jesucristo.

Y     Sobre el papel de los laicos en el restablecimiento del orden temporal vimos un muy claro pronunciamiento del C   Concilio Vaticano II. Volvámoslo a leer:

Es preciso, con todo, que los laicos tomen como obligación suya la restauración del orden temporal, y que, conducidos por la luz del Evangelio y por la mente de la Iglesia, y movidos por la caridad cristiana, obren directamente y en forma concreta en dicho orden; que cooperen unos ciudadanos con otros, con sus conocimientos especiales y su responsabilidad propia; y que busquen en todas partes y en todo la justicia del reino de Dios. Hay que establecer el orden temporal de forma que, observando íntegramente sus propias leyes, esté conforme con los últimos principios de la vida cristiana, adaptándose a las variadas circunstancias de lugares, tiempos y pueblos. Entre las obras de este apostolado sobresale la acción social de los cristianos, que desea el Santo Concilio se extienda hoy a todo el ámbito temporal, incluso a la cultura.

Es preocupante la falta de coherencia de nosotros los católicos, y en particular de los que manejan la realidad temporal desde la justicia y la política. Dicen no pocos que son católicos, pero no tienen ningún inconveniente en votar a favor de normas contra el orden querido por Dios y por candidatos que promueven ese camino. No todo es malo, sin embargo. Hoy serán las exequias del senador Luis Guillermo Vélez. Así como nos pronunciamos sobre comportamientos equivocados de algunos políticos, debemos reconocer las buenas acciones. Me llamó la atención que uno de los colegas del doctor Luis Guillermo Vélez, quien fuera su compañero en la universidad y luego en el ejercicio de la vida pública,[10] dijo ayer en entrevista para una de las cadenas radiales, que le había llamado la atención que el doctor Vélez era una católico convencido y practicante. Por cierto, a pesar de pertenecer a la bancada del gobierno, lo pudimos oír en el senado cuestionar al Ministro de Hacienda sobre el manejo de la economía, por los malos resultados sociales.[11] Que el Señor lo haya recibido en la paz y el amor.

Dios mediante, en la próxima reflexión continuaremos con este tema sobre el ordenamiento de las realidades temporales, de acuerdo con los designios de Dios.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Const. Gaudium et Spes, 36 y Decreto Apostolicam actuositatem, 7

[2] Gaudum et Spes, 36

[3] Cfr Agencia de noticias Zenit, 2007-02-01: Suspendido «a divinis» el obispo paraguayo candidato político. En la columna de la derecha, en que está la lista de algunos enlaces importantes en nuestras reflexiones, se encuentra el enlace de Zenit, para consultar la noticia completa. El caso del jesuita estadounidense P. Drinam que sigue, está tomado de la página de internet de la la Curia generalicia de la Compañía de Jesús.

[4]  Catecismo de la Iglesia Católica, 2244

[5]  Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Dei Verbum, 2

[6]  Juan Pablo II, Centesimus annus, 41

[7] “alienar” = Producir alienación o la pérdida de la propia identidad. Alienación: Pérdida de la propia identidad de una persona cuando adopta una actitud distinta a la que en ella resultaría natural. Cfr http://forum.wordreference.com

[8] Juan Pablo II, locus cit.

[9]Cfr. 14, Frente a la ciencia: ¿cómo reflexionar mejor sobre el pecado original?, Pg.59

[10] El doctor Luis Guillermo Giraldo

[11]Cfr. Reflexión 39, del 23 de noviembre 2006

La siguiente es la foto del P. Drinan publicada en Newsweek y parte del artículo sobre su actividad de sacerdote y de político, con motivo de su muerte.

The Priest on the Hill

Father Robert Drinan waged war for peace, from the podium and the pulpit.

Father Robert Drinan

J. Scott Applewhite / AP

View related photos

 

“);

By Eleanor Clift

Newsweek

Updated: 6:01 p.m. CT Jan 29, 2007

Jan. 29, 2007 – On the same day that tens of thousands of people marched in Washington against the Iraq war, the country lost one of its most principled and dedicated antiwar voices. Rev. Robert F. Drinan, the first Roman Catholic priest to serve as a voting member of Congress, died in the nation’s capital at age 86.

Elected in Massachusetts in 1970 during the height of opposition to the Vietnam War, Father Drinan left his seat 10 years later out of deference to a papal order that said no clergy should hold public office. In perhaps his last public appearance, he celebrated mass on Jan. 3 for Nancy Pelosi at her alma mater, Trinity College, an all-women’s Catholic college.