Reflexión 45 Jueves 1 de febrero 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 45: La libertad

Usted encentra aquí la última reflexión publicada; en la columna azul, a la derecha encuentra las demás reflexiones en el orden de numeración del Compendio de la Doctrina Social. Con un clic entra a la que usted desee.


Después del llamamiento a la santidad, ahora el don de la libertad

 

En la reflexión pasada terminamos el estudio de la primera parte del Nº 45 del Compendio de la D.S.I., la repasamos y ampliamos, en lo correspondiente al llamamiento de todos los cristianos a la santidad. Nos faltó estudiar la parte que nos habla de la libertad, cuando dice que, cuanto más se contempla lo humano a la luz del designio de Dios, y se vive en comunión con Él, tanto más se potencia y libera en su identidad  y en la misma libertad que le es propia.

Las limitaciones físicas pueden impedir el movimiento físico, pero no la libertad

El hombre se potencia en su identidad, es decir que el ser humano se incrementa, crece y es más libre, si se contempla a la luz de los planes de Dios. El hombre crece, no disminuye por creer en Dios y entrar en comunicación con Él y seguir sus pasos. Quizás por eso vemos a los santos como unos gigantes. ¡Qué pequeñita, físicamente, era la Madre Teresa de Calcuta!, ¡qué débil Juan Pablo II en su enfermedad!, pero el mundo los contempla como gigantes, capaces de reconocimiento y admiración universal.

Sin duda los santos no sólo son grandes por las obras que realizan, sino que son más libres, en la libertad propia del ser humano como Dios lo creó. ¿Quién puede dudar de la libertad que sentía la Madre Teresa, de la libertad de Juan Pablo II, a pesar de sus limitaciones físicas? Las limitaciones físicas no quitan la libertad; impiden el movimiento físico, pero no la libertad. A los seres humanos comunes y corrientes, aunque tengamos salud, nos atan muchas cosas. Nuestro amor propio, nuestra soberbia, nuestra vanidad nos atan a la tierra, nos apegan a lo que satisface nuestra soberbia, nuestro gusto y nuestro amor propio y por eso somos menos libres.

Detengámonos un poco en estos pensamientos. A veces la gente se siente más poderosa, más dueña del mundo, más libre, si se lleva por delante las normas, los reglamentos, las leyes. Quisiéramos sentir que nadie nos manda. Hay quienes se expresan así: “A mí no me manda nadie”. En nuestros países somos especialistas en burlar las normas, en inventar el modo de esquivar la ley. Se dictan leyes, pero no se cumplen. Dicen que “Hecha la ley, hecha la trampa”.

 

No es lo mismo ser independiente que ser libre

 

Nos parece que si nadie nos controla, somos más libres. ¿Dónde está el origen de esa actitud que nos lleva por igual, a algunos a faltar a la obediencia en la pequeña orden de algún superior a quien se ignora o a incumplir una norma de un reglamento de trabajo o a lo establecido en un estatuto o a infringir una norma de tránsito o a obrar contra una ley, y hasta llevarnos por delante los mandamientos de la Ley de Dios? El origen, en todos esos casos, la raíz de esta mal entendida libertad, es la misma de la desobediencia de los primeros padres en el paraíso: la soberbia del padre de la mentira con su “seréis como Dios”.

Las consecuencias de esa libertad mal entendida las conocemos bien. Seguramente todos recordamos alguna representación, algún cuadro en que aparecen Adán y Eva saliendo expulsados del paraíso. Es interesante pensar en lo que sucede cuando nos da por borrar los límites que señalan el Creadoren el paraíso, o la autoridad en la tierra. Quisiéramos no tener límites, poseerlo todo y ser omnipotentes, como Dios… ¿Y qué encuentra esa pretendida libertad? No el jardín del Edén, que desde dentro podría parecer demasiado pequeño, para lo que podríamos hacer sin cortapisas, sino un mundo de dificultades que nosotros mismos nos creamos. Un mundo, inmenso, quizás, pero desordenado, a lo mejor desierto o lleno de abrojos…

Cuando en la vida ordinaria nos llevamos por delante la norma, no nos sentimos como Dios, pero sí por encima de la autoridad que promulga la norma. Nos sentimos libres de ataduras. Quisiéramos ser absolutamente independientes, pero nos amarramos como esclavos de nuestra soberbia o de nuestra vanidad, y nos volvemos más dependientes de lo externo, de lo que ya necesariamente somos. Nos hacemos daño, porque entonces, la felicidad no depende ya de nuestra vida interior, sino de otros o de otras cosas. Ahondemos en esto un poco más.

No es lo mismo ser independiente que ser libre. Aunque no nos guste, no podemos ser completamente independientes. Para vivir dependemos de otros, que manejan el mundo fuera de nosotros. Es lo normal: existen autoridades, porque no somos dueños del mundo; cada persona no puede organizar la vida de los demás a su antojo. Dependemos de otros para el alimento: del que siembra, cosecha, lleva los alimentos al mercado y por una cadena de personas de las que también dependemos, nos llega finalmente a la mesa. Dependemos de otros, de modo parecido, para el vestido, de otros dependemos en nuestra salud, en nuestra educación. Dependemos de otros en nuestra vida espiritual. Sin sacerdotes no hay Eucaristía, sin obispo no hay sacerdotes. Pero por esa dependencia de otros no dejamos de ser interiormente libres. Deberíamos dar gracias a Dios porque hay otros que nos hacen posible vivir sin tener que hacerlo todo nosotros solos. Deberíamos dar gracias a Dios porque nos ayudan otros a hacer las cosas, a crecer como personas. Menos mal que no tenemos que hacerlo todo, porque el mundo que nos rodea sería aún más imperfecto; no tenemos el poder de Dios para hacerlo todo bien, nosotros solos.

Y algo muy interesante sucede en este mundo de relaciones, de dependencia. Veamos, para que se nos aclare aún mejor eso de que podemos depender de otros, sin perder la libertad. Dependemos de otros en muchas actividades que, o no nos corresponden, o pueden otras personas ejecutar mejor que nosotros. Con la edad, por ejemplo, nos cuesta aceptar dejar de hacer ciertas cosas que hacíamos muy bien, pero que ahora nos exigen un esfuerzo mayor del que la salud nos permite. Con el tiempo que pasa, necesariamente vamos siendo más dependientes de otros, pero seguimos siendo libres.

De manera que en ciertas actividades dependemos de otros. Así, aunque a veces nos cueste aceptarlo, las cosas se hacen mejor, porque nuestras capacidades, como seres humanos que somos, son limitadas. Es conveniente, sin embargo, tener presente en esta consideración, que si otros manejan ciertas actividades y situaciones que debemos vivir, nuestra reacción frente a esas situaciones, frente a la acción de otros, sí la manejamos nosotros.

Es decir que nuestras reacciones frente a lo que encontramos en nuestra vida diaria, no las manejan los demás; nuestras reacciones las manejamos nosotros, con libertad. Por ejemplo, frente al semáforo en rojo que nos indica que debemos detenernos, somos libres de, como personas civilizadas, detenernos y luego continuar cuando el semáforo esté en verde, o podemos reaccionar enfureciéndonos, podemos perder el control y cometer una infracción que nos puede acarrear una multa. Dependemos de la norma, pero nuestra reacción es independiente. [1] Somos libres de atenernos a lo que ordena la norma o de obrar contra ella, de comportarnos bien o comportarnos mal.

Los ejemplos son infinitos: podemos pasar por encima de una norma o libremente acatarla, cumplirla. Y no por eso dejamos de ser libres. Más bien al acatarla, contribuimos a que el mundo que nos rodea sea más apto para vivir en comunidad. Si cumpliéramos las normas, en nuestros países habría más orden, menos corrupción. Los responsables de los bienes públicos no los manejarían como propiedad privada, sino ateniéndose a las normas.

De manera que por el hecho de ser libres, no somos completamente autónomos, ni podemos hacer lo que deseemos, sin considerar a los demás, sus derechos y los derechos de la comunidad. Podemos ser libres y al mismo tiempo dependientes. Las limitaciones que nos impone el simple hecho de ser humanos, y de ser miembros de una comunidad, no menoscaban nuestra dignidad ni nuestra libertad.

Dios nos hizo libres porque nos dio la facultad de elegir. Y para estar en capacidad de elegir, se necesita estar en capacidad de razonar. Un animal no puede razonar, aunque pueda correr por el campo, pastar o quedarse echado en la hierba. La capacidad de razonar, supone que uno está en condiciones de reflexionar, de considerar las distintas opciones, de valorarlas y decidir. Sin esa capacidad de elegir, como es el caso del animal, se realizan las cosas simplemente por deseo, por capricho, por instinto. No se trata en ese caso de un acto humano.

A veces hacemos cosas con la mente obnubilada por la situación que nos rodea, por la enfermedad o también por la pasión. En esos casos, si se llega hasta perder la capacidad de razonar, no se obra con completa libertad.

 

El pensamiento del Abbé Pierre

Antes de oír la voz de Juan Pablo II sobre la libertad, voy a leer unas líneas del pensamiento del Abbé Pierre, ese sacerdote francés que falleció el lunes 22 de enero a los 94 años. Fue el Padre Pierre apóstol de los pobres, en particular de los sin techo. Fue uno de las personas más amadas en Francia. Reflexionando sobre la redención que nos mereció Jesucristo, el Abbé Pierre decía que Cristo vino a liberarnos de nosotros mismos. Decía que el ser humano tiende a rechazar su dependencia de la autoridad divina. Quiere ser su propio amo. Hablando sobre el pecado original y sus consecuencias estas son sus reflexiones:

Queriendo bastarse a sí mismo, el hombre se esconde del Padre y se convierte en rehén de sí mismo. Está libre de toda dependencia en relación al Padre, pero de este modo se convierte en cautivo de sí mismo. Es prisionero del egoísmo, de sus pasiones, de sus pulsiones. Al no querer seguir siendo el servidor del Eterno, el hombre se ha convertido en esclavo de sí mismo.

Cuando el ser humano es a la vez verdugo y víctima, es rescate y es rehén

Más adelante  el Padre Pierre se refiere a la esclavitud a la que se someten, por ejemplo los drogadictos, a quienes conocía bien por su trabajo con ellos. Dice del drogadicto, que es a la vez su propio verdugo y su víctima. Es quien paga el rescate y es el rehén. Partiendo de esta observación – continúa – me dije que en cualquier ser humano ocurría exactamente lo mismo. Desconectados de nuestra verdadera fuente divina, nos hemos convertido en verdugos de nosotros mismos. Somos esclavos de nuestros deseos desordenados, de nuestro egoísmo.[2] Hasta allí las palabras del Abbé Pierre.

De manera que cuando nos quitamos los límites puestos por Dios, nos limitamos más. Cuando renunciamos a servir, porque queremos que los demás nos sirvan, acabamos de esclavos de nosotros mismos y de las circunstancias.

 

La verdad os hará libres

 

En los programas anteriores leímos algunas frases de Juan Pablo II, con ocasión del V Encuentro Mundial de la Juventud. Y allí, claro, como se dirigía a los jóvenes, les habló también de la libertad. Leamos algunos párrafos. Dijo Juan Pablo II:

Prerrogativa de los hijos de Dios es, (luego), la libertad: también ésta es parte de su herencia. Aquí se toca un tema al cual vosotros, jóvenes, sois particularmente sensibles, ya que se trata de un don inmenso que el Creador ha puesto en nuestras manos. Pero es un don que se debe usar bien. ¡Cuántas formas falsas de libertad conducen a la esclavitud!

Recordó luego el Papa las palabras del Señor: ‘Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres’ (Jn 8, 32). Y aclaró que: Estas palabras encierran una exigencia fundamental y al mismo tiempo una advertencia: la exigencia de una relación honesta con respecto a la verdad, como condición de una auténtica libertad; y la advertencia, además, de que se evite cualquier libertad aparente, cualquier libertad superficial y unilateral, cualquier libertad que no profundiza en toda la verdad sobre el hombre y sobre el mundo. También hoy, después de dos mil años, Cristo aparece a nosotros como Aquel que trae al hombre la libertad basada sobre la verdad…” (n. 12). Hasta allí Juan Pablo II.

 

La verdad tiene un sentido personal, pues Jesucristo es la verdad

De manera que una auténtica libertad exige como condición, una relación honesta con respecto a la verdad.La verdad os hará libres”, dijo el Señor. Sin duda todos los predicadores, y naturalmente todos los escrituristas, tienen palabras autorizadas para comentar estas palabras del Evangelio de Juan, 8, 31-32: Si os mantenéis fieles a mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres. La interpretación del P. Juan Leal en sus comentarios al Evangelio de San Juan, nos aclara mucho el sentido de la verdad que nos hará libres.[3]

Sobre las palabras: Si os mantenéis fieles a mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos nos explica, que ser verdaderamente discípulos de Cristo, implica más que simplemente una adhesión racional a una doctrina; se trata de una adhesión vital, una unión a la Persona de Cristo. Y aún más; el conocimiento de la verdad, implica también amor a la verdad, y la verdad tiene un sentido personal, pues Cristo es la verdad, como le explica a Tomás en Juan 14,6: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Esta explicación sobre la verdad, que tiene un sentido personal, – Cristo es la verdad – está de acuerdo con la explicación de Benedicto XVI sobre el encuentro con Dios por la fe. No se trata de un encuentro con una doctrina sino con una persona. Vivir la doctrina es vivir el modo de vida que Jesús enseñó con su palabra y su acción. Vivir de acuerdo con la verdad, es vivir de acuerdo con Cristo y ese modo de vida es el que nos hace libres.

La explicación sobre lo que significa ser discípulos de Cristo, que no puede ser simplemente una aceptación intelectual de su doctrina, sino vivir de acuerdo con ella, tiene especial importancia cuando nos acercamos a la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Recordemos que su tema será Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida“. Evangelizar no puede ser solamente llevar doctrina, tenemos que llevar vida, que eso es llevar a Jesucristo. Será muy interesante el desarrollo de este tema en la Conferencia del CELAM en el Brasil.

Volviendo a las palabras de Juan Pablo II sobre la libertad, un gran error puede acarrear la defensa de una libertad que es sólo una libertad aparente, superficial, porque es una libertad que, como hemos visto, mal utilizada, no nos hace más libres sino que nos esclaviza.

 

Una libertad superficial y unilateral

Se refirió también Juan Pablo II en el mensaje a los jóvenes, a una libertad superficial y unilateral. Algo es unilateral cuando se refiere o se circunscribe solamente a una parte o a un aspecto de algo.[4] El Papa se refiere a una libertad superficial y unilateral. Explica así su pensamiento sobre una libertad unilateral: una libertad que no profundiza en toda la verdad sobre el hombre y sobre el mundo. Hay muchos que defienden la libertad absoluta del hombre, considerándolo sólo como un ser transitorio, sin trascendencia, como si no llevara en sí la impronta de Dios, que lo creó a su imagen y semejanza; que tiene impreso su designio.

El hombre no es un ser creado sólo para vivir unos años en la tierra y desaparecer del todo…A veces se elogia una libertad unilateral, es decir para el hombre considerado de modo incompleto, sólo desde el punto de vista de criatura terrenal, sin vínculo con Dios, con sus designios, y por lo tanto con la vida trascendente.

Habló Juan Pablo II de una verdad superficial, porque no profundiza en toda la verdad sobre el hombre y el mundo. Y se refirió a una libertad unilateral, porque sólo considera al hombre terrenal, sin vínculo con Dios. Sabemos que al hombre y al mundo no se los puede separar de Dios, su Creador. Eso es considerar a un ser recortado de toda la potencialidad de que es capaz según los planes de Dios. Es considerar al hombre de un modo unilateral. Hemos visto que tratar de reducir al hombre y a su mundo a la vida terrena, ignorando los planes de Dios, es disminuirlos, es hacerles daño, es destruirlos.

Y veamos ejemplos. Los defensores del aborto, por ejemplo, mencionan el derecho de la mujer sobre su cuerpo. Basados en ese argumento, le dan la libertad de destruir una vida. ¿La mujer es más, es mejor cuando destruye una vida? Y en este comienzo de año tuvimos un muy mal ejemplo. Según El periódico El Tiempo, en su edición virtual, el Ministro de Protección Social se puso públicamente de ejemplo, sobre una libertad mal entendida que él utilizó, de mutilarse por medio de la vasectomía, que se hizo practicar, como medio de control natal. La noticia dice textualmente que escogió la vasectomía como método de planificación para dar ejemplo a las familias colombianas.[5]Ejemplo de libertad para mutilarse. Libertad para ser menos, para dañarse.

No sé cómo puede continuar en el cargo de Ministro de Protección Social después de tamaña equivocación. Si su intención no era dar ese público mal ejemplo, debería haber rectificado la noticia.

En su Encíclica Humanae vitae, en el número 14, el Papa Pablo VI reiteró la enseñanza de la Iglesia, que condena la esterilización directa, tanto perpetua como temporal. Precisamente la esterilización de la que se ufana el Ministro.[6]

 

Los laicos tenemos como misión ordenar lo terreno según los planes de Dios

 

Los católicos tenemos especial responsabilidad con la sociedad, por el ejemplo que damos con nuestro comportamiento; mayor responsabilidad todavía, tienen los católicos que desempeñan cargos públicos. Los laicos tenemos como misión, ordenar lo terreno según los planes de Dios. El Ministro debe sentirse católico porque en la revista Cromos del 31 de enero de 2007 le preguntan: ¿Quién lo protege a usted? Y el Ministro responde: La Virgen. [7]Por lo menos, su posición frente al aborto y la esterilización nos da pie para dudar de su calidad de católico practicante.[8] ¿Seguir su ejemplo? (En ese momento el ministro de salud era el doctor Diego Palacio).

Somos libres, pero nuestra libertad tiene límites. Límites son, por ejemplo los que han señalado los designios de Dios sobre el hombre. Las leyes grabadas por Dios en nuestra naturaleza, de que hablaba el Papa. No nos podemos apartar lícitamente de los planes de Dios sobre el hombre y el mundo.

Siguiendo con las palabras de Juan Pablo II sobre la libertad, añadió: la libertad exterior -aun siendo tan preciosa- por sí sola no basta. En sus raíces debe estar siempre la libertad interior, propia de los hijos de Dios que viven según el Espíritu (cf. Ga 5, 16), (…)

Ved, pues, cuán grande y comprometedora es la herencia de los hijos de Dios, a la cual sois llamados. Acogedla con gratitud y responsabilidad. ¡No la malgastéis! Tened el coraje de vivirla cada día de modo coherente y anunciadla a los demás. Así el mundo llegará a ser, cada vez más, la gran familia de los hijos de Dios.

 

La valentía de ser coherentes para vivir la herencia de hijos de Dios y anunciarla a los demás

Cómo nos hace de falta la valentía de ser coherentes, de la que hablaba Juan Pablo II, para vivir la herencia de hijos de Dios y anunciarla a los demás. Ser coherentes amando la verdad, no solo como la amaban los griegos, por su conformidad con la realidad; ellos amaban la verdad sólo con la razón. El amor cristiano por la verdad es diferente, porque entiende que la verdad es Jesucristo. Vimos que Jesús mismo nos enseñó, que para ser de veras sus discípulos, no es suficiente aceptar con la razón su doctrina, es necesario vivirla, andar su camino, vivir su vida. Eso es vivir la verdad que nos hace libres. Y aquí de nuevo, deberíamos conectar a la verdad con el amor, porque Dios es la Verdad y Dios también es Amor.

Dediquemos unas líneas a ese personaje de la Iglesia, el francés Abbé Pierre, que murió el lunes 22 de enero de 2007. Tuvo tres nombres, el Abbé Pierre. El nombre de pila de este sacerdote admirable era Henri Grouès. Después de repartir sus bienes entre obras de caridad y de renunciar a su herencia, ingresó a la comunidad de los Capuchinos, en la cual tomó el nombre de Hermano Philippe. Por problemas de salud se retiró de la comunidad y fue ordenado sacerdote diocesano. Durante la 2ª Guerra Mundial participó en la resistencia contra los nazis. Allí cambió su nombre por el de Abbé Pierre, que es el nombre con el que fue conocido en todo el mundo. Terminada la guerra se dedicó a trabajar por los sin techo. Convirtió la casa en que vivía en un albergue para jóvenes sin hogar.

 

Una razón para vivir

 

Un día lo llamaron para que atendiera a un hombre que pretendía suicidarse. El Abbé Pierre contaba que, como no tenía qué dar a aquel hombre, se le ocurrió invitarlo a que fuera con él para que le ayudara a construir viviendas para las familias que no tenían donde vivir. Fue éste señor, George, el suicida frustrado, el primer Compañero del que sería el Movimiento de Emaús, que se extiende ahora por 50 países. En Colombia hace presencia en Buenaventura y en Pereira. George encontró, gracias al Abbé Pierre, no con qué vivir, sino una razón para vivir: trabajar por los pobres sin techo.

Se necesitaría un espacio largo para hablar del Padre Piérre. Para terminar recordemos que él y sus compañeros inventaron el reciclaje de modo organizado, con el nombre de los Traperos de Emaús. Se pusieron ellos como norma “Jamás aceptaremos que nuestra subsistencia dependa de otra cosa que no sea nuestro trabajo.”[9]

El 4 de ocubre de 2005, el Padre Pierre, escribió una Carta a Dios, que empezaba: Padre: Os amo más que a nada.

Como dijimos, el P. Pierre murió a los 94 años. Por eso, en su Carta a Dios decía: Sí, sois mi amor. No soportaría vivir tanto tiempo si no fuera por esta certeza mía: morir, créase o no, es Reencuentro. Os amo más que a nada.

Las últimas palabras de su carta fueron: Padre, hace tanto tiempo que espero vivir en vuestra PRESENCIA total, que es, no lo he dudado nunca, a pesar de todo, AMOR.[10]

Confiando en la misericordia del Señor, eso será nuestro reencuentro con Dios: un encuentro con el amor.

                                 

Fernando Díaz del Castillo Z.

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[1]Cfr. Víctor E. Frankl, El Hombre Doliente, Herder, 1987, IV el Problema de la Voluntad Libre, Pg. 173: Lo que subrayamos es el hecho de que el hombre como ser espiritual no sólo se contrapone al mundo –tanto el exterior como el interior-, sino que toma postura frente a él, adopta un «comportamiento» y este comportarse es libre. El hombre toma postura en cada instante de su existencia tanto ante el entorno natural y social, el medio ambiente externo, como ante el mundo interno psicofísico, el medio ambiente interno. En la Pg. 255 véase el pensamiento de Frankl sobre la libertad de adoptar una actitud en casos de extrema dependencia, como la de los campos de concentración. Él fue víctima de un campo de concentración nazi.

[2] Abbé Pierre, con la colaboración de Fréderic Lenoir, “Dios mío…¿por qué?, Ediciones B, 16: Jesús, el salvador de la humanidad.

[3] La Sagrada Escritura, Texto y Comentario, Nuevo Testamento, I, Evangelios, BAC 207

[4] Cfr Real Academia de la Lengua Española, Diccionario de la Lengua Española, 22ª edición

[5]La edición virtual de El Tiempo dice: Enero 10 de 2007 – 9:13 pm: Ministro de Protección Social se practicó la vasectomía. Y añade que lo hizo para dar ejemplo a las familias colombianas.

[6]Dice la encíclica en el Nº 14: Vías ilícitas para la regulación de los nacimientos

(…) debemos una vez más declarar que hay que excluir absolutamente, como vía lícita para la regulación de los nacimientos, la interrupción directa del proceso generador ya iniciado, y sobre todo el aborto directamente querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas (14). Hay que excluir igualmente, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer (15)

[7] El Ministro de Protección Social es en esta fecha, el señor Diego Palacio Betancourt. Cfr. www.cromos.com.co/cromos/Secciones/Articulo.aspx?idn=1433

[8]Al terminar la encíclica Humane vitae, el Papa Pablo VI exhortó así, en particular a los esposos:

Venerables hermanos, amadísimos hijos y todos vosotros, hombres de buena voluntad: (…) Es grande la obra de educación, de progreso y de amor a la cual os llamamos, (…) Obra grande de verdad, estamos convencidos de ello, tanto para el mundo como para la Iglesia, ya que el hombre no puede hallar la verdadera felicidad, a la que aspira con todo su ser, más que en el respeto de las leyes grabadas por Dios en su naturaleza y que debe observar con inteligencia y amor.

[9]Información obtenida en www.emmaus-international.org y enwww.traperoseamus.cl/abbe.htm

[10]Abbé Pierre, Dios mío… ¿por qué?, Epílogo, Carta a Dios, Pgs 99ss