Reflexión 298 San Juan XXIII Doctrina Social Noviembre 6 2014

Repaso: sindicatos, propiedad privada, seguridad social

 

Continuemos nuestro estudio de la encíclica Mater et magistra, Madre y maestra, del papa San Juan XXIII, una de las encíclicas que enriquece la DSI. En el programa anterior recordamos el apoyo del santo padre a los sindicatos, como voz de los trabajadores frente a los empresarios y todos los órdenes de la comunidad política que dirigen los destinos de los países.

También vimos que al encontrar San Juan XXIII muchos cambios en la sociedad, que invitaban a profundizar en la doctrina sobre el derecho de propiedad. Se pregunta el papa Juan XXIII en Mater et magistra si, en ese momento había dejado de ser válido, o había perdido importancia, el principio de orden económico y social enseñado y defendido por sus predecesores, que establece que los hombres tienen un derecho natural a la propiedad privada de bienes, incluidos los de producción. Algunos de los cambios que llamaron la atención de Juan XXIII fueron la mayor importancia que se daba al trabajo, a las profesiones y los oficios, por encima de la posesión de un capital y los beneficios que todos los ciudadanos empezaban a tener en mayor medida que antes, a la seguridad social.

El papa Juan XXIII responde en M et M, en el N° 109, que esa duda carece en absoluto de fundamento, pues el derecho de propiedad sigue vigente porque es un derecho natural y añade que sería vano conceder al ciudadano el derecho de actuar libremente en el campo económico si no se le reconociera también la facultad de poseer las cosas necesarias para ejercer ese derecho.

Cita también el papa Juan XXIII la mala experiencia padecida en los regímenes políticos en los que no se reconoce a los ciudadanos el derecho de propiedad; en esos países se viola o se suprime totalmente el ejercicio de la libertad humana aun en las cosas más fundamentales.

 

Administradores, no dueños absolutos

Deja claramente sentado San Juan XXIII en M et M que el hecho de mantener la doctrina católica sobre la propiedad privada no significa que seamos dueños absolutos, y que podamos ignorar a los demás, que no tienen acceso a los bienes, o que podamos desconocer el bien común.

Juan XXIII cita las palabras de su antecesor Pío XII quien afirmó: «Al defender la Iglesia el principio de la propiedad privada, persigue un alto fin ético-social. No pretende sostener pura y simplemente el actual estado de cosas, como si viera en él la expresión de la voluntad divina; ni proteger por principio al rico y al plutócrata contra el pobre e indigente. Todo lo contrario: La Iglesia mira sobre todo a lograr que la institución de la propiedad privada sea lo que debe ser, de acuerdo con los designios de la divina Sabiduría y con lo dispuesto por la naturaleza». Es decir, la propiedad privada debe asegurar los derechos que la libertad concede a la persona humana y, al mismo tiempo, prestar su necesaria colaboración para restablecer el recto orden de la sociedad.

Juan XXIII añade que aprovechando las oportunidades del desarrollo de las naciones se debe procurar con toda energía, que se extienda a todas las clases sociales el ejercicio del derecho de propiedad. Y citando una vez más a Pío XII afirma que la dignidad de la persona humana «exige necesariamente, como fundamento natural para vivir, el derecho al uso de los bienes de la tierra, al cual corresponde la obligación fundamental de otorgar una propiedad privada, en cuanto sea posible, a todos» y, por otra parte, la nobleza intrínseca del trabajo exige, además de otras cosas, la conservación y el perfeccionamiento de un orden social que haga posible una propiedad segura, aunque sea modesta, a todas las clases del pueblo.

También Juan XXIII dejó clara la doctrina social católica sobre el derecho que el estado y demás instituciones públicas tienen de poseer bienes, de modo especial cuanto estos «llevan consigo tal poder económico, que no es posible dejarlo en manos de personas privadas sin peligro del bien común. Y pone bien claro que de todos modos se debe excluir el peligro de que la propiedad privada se reduzca en exceso o lo que sería todavía peor, que se suprima del todo.

 

Entregar los bienes del estado a personas competentes y honradas  para su administración

 

Recordemos el N° 118 de M et M, que afirma: que las empresas económicas del Estado o de las instituciones públicas deben ser confiadas a aquellos ciudadanos que sobresalgan por su competencia técnica y su probada honradez y que cumplan con suma fidelidad sus deberes con el país. Enseguida dice que la labor de administración de esas propiedades el estado debe estar sometida a un asiduo y cuidadoso control y que se debe evitar que en el seno de la administración del propio Estado el poder económico quede en manos de unos pocos, lo cual sería totalmente contrario al bien supremo de la nación.

En resumen, las tres exigencias de la propiedad privada, según la encíclica M et M son: la necesidad de conseguir que a la propiedad privada tengan acceso todos los ciudadanos; que la propiedad privada y la propiedad pública son compatibles, como consecuencia del bien común. La tercera, que se encuentra en los números 119 a 121, es la función social de la propiedad, como aplicación del destino universal de los bienes.

 

Tampoco somos dueños absolutos de los bienes intelectuales o espirituales

 

Pero nuestros predecesores han enseñado también de modo constante el principio de que al derecho de propiedad privada le es intrínsecamente inherente una función social. En realidad, dentro del plan de Dios Creador, todos los bienes de la tierra están destinados, en primer lugar, al decoroso sustento de todos los hombres, como sabiamente enseña nuestro predecesor de feliz memoria León XIII en la encíclica Rerum novarum: «Los que han recibido de Dios mayor abundancia de bienes, ya sean corporales o externos, ya internos y espirituales, los han recibido para que con ellos atiendan a su propia perfección y, al mismo tiempo, como ministros de la divina Providencia, al provecho de los demás. “Por lo tanto, el que tenga aliento, cuide de no callar; el que abunde en bienes, cuide de no ser demasiado duro en el ejercicio de la misericordia; quien posee un oficio de qué vivir, afánese por compartir su uso y utilidad con el prójimo”».

Me parece digna de destacar la insistencia de la DSI, en que no somos dueños absolutos de los bienes que poseemos. Somos solo administradores. Habían sido claras las palabras de Pío XII y lo son las de León XIII que en el N° 119 cita Juan XXIII: dentro del plan de Dios Creador, todos los bienes de la tierra están destinados, en primer lugar, al decoroso sustento de todos los hombres. Me parece que, en teoría, todos aceptamos que el dueño de todos los bienes es Dios, pero cuando se actúa sobre los bienes que cada uno posee, es muy común escuchar frases como “es mi plata y hago con ella lo que quiera”. Como lo he repetido más de una vez, no podemos desperdiciar nuestros bienes mientras tengamos hermanos en la miseria.

Es interesante que León XIII no se refiere solo a los bienes materiales, como el dinero, cuando enseña que somos solo administradores de esos bienes, sino también a los bienes que llama internos y los bienes espirituales. Los bienes internos supongo que son los intelectuales y las habilidades, lo cual es perfectamente coherente con la exigencia de las obras de misericordia como enseñar al que no sabe y como nuestra obligación de bautizados, de ser discípulos evangelizadores. Cualquier bien, sea material, intelectual o espiritual, no nos ha sido dado por Dios solo para nuestro bien particular. Esos bienes tienen que estar también al servicio de los demás. Aquella parábola de los talentos, aquellas palabras del Señor en que nos advierte que al que mucho se la ha dado mucho se le pedirá, nos deben invitar a examinarnos si damos lo suficiente de lo que se nos ha dado.

Cumplen con ese deber los poseedores de bienes como la educación y dedican su vida a la enseñanza. Cuántos hay ya pensionados. Hay ahora una bella fundación privada que organiza la educación en los sectores más abandonados del país y lleva allá profesionales jóvenes que dedican un año a enseñar, después de haber sido entrenados. Porque son profesionales de diversas carreras y no tienen experiencia en la enseñanza.

 

 M et M  trata sobre la función social de la propiedad

 

Continuemos ahora con la lectura del el N° 120 de Mater et magistra, que trata sobre la función social de la propiedad:Aunque, en nuestro tiempo, tanto el Estado como las instituciones públicas han extendido y siguen extendiendo el campo de su intervención, no se debe concluir en modo alguno que ha desaparecido, como algunos erróneamente opinan, la función social de la propiedad privada, ya que esta función toma su fuerza del propio derecho de propiedad.

Añádase a esto el hecho complementario de que hay siempre una amplia gama de situaciones angustiosas, de necesidades ocultas y al mismo tiempo graves, a las cuales no llegan las múltiples formas de la acción del Estado, y para cuyo remedio se halla ésta totalmente incapacitada; por lo cual, siempre quedará abierto un vasto campo para el ejercicio de la misericordia y de la caridad cristiana por parte de los particulares. Por último, es evidente que para el fomento y estímulo de los valores del espíritu resulta más fecunda la iniciativa de los particulares o de los grupos privados que la acción de los poderes públicos.

En el N° 121 de M et M nos recuerda precisamente que la función social de la propiedad está arraigada en el Evangelio. Leamos:

  1. Es ésta ocasión oportuna para recordar, finalmente, cómo la autoridad del sagrado Evangelio sanciona, sin duda, el derecho de propiedad privada de los bienes, pero, al mismo tiempo, presenta, con frecuencia, a Jesucristo ordenando a los ricos que cambien en bienes espirituales los bienes materiales que poseen y los den a los necesitados: «No alleguéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los corroen y donde los ladrones horadan y roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre corroen y donde los ladrones no horadan ni roban» (Mt 6, 19-20). Y el Divino Maestro declara que considera como hecha o negada a sí mismo la caridad hecha o negada a los necesitados: «Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40).

El Concilio Vaticano II avanzará aún más en la doctrina social de la Iglesia, lo mismo que los pontífices que desde entonces han gobernado a la Iglesia. Estamos ahora estudiando estas encíclicas que fueron abriendo el camino y reafirmando la DSI. Han quedado muy firmes, principios como la prioridad de la persona, las exigencias inherentes a la propiedad privada y ya Pío XII había fijado como fundamento de esas exigencia de la sociedad privada, el destino universal de los bienes. Es decir, que Dios no creó la tierra solo para unos pocos.

A propósito de las exigencias inherentes a la propiedad, creo oportuno recordar que en Colombia, la Constitución del 91, en el artículo 58, afirma que la propiedad es “una función social que implica obligaciones”. Recuerdo que en la constituyente se discutió si la redacción debería ser “la propiedad tiene una función social” y no como finalmente quedó: es una función social. Yo estoy de acuerdo con los que opinan que esa frase, es una función social, es gramaticalmente incorrecta.

El abogado nariñense, Vicente Pérez Silva, escribió hace años, en el 2002, una columna en el diario El Tiempo, que tituló “Constitución y gramática” en esa columna cita al conocido experto en economía y hacienda pública, el doctor Esteban Jaramillo, quien en la conferencia La gramática y la economía dijo:

La propiedad puede tener, desempeñar, cumplir o ejercer una función social, pero no es por sí misma una función social. La función es el ejercicio de un órgano, la acción y ejercicio de un empleo, facultad u oficio. La propiedad es un derecho individual que tiene y debe tener fines sociales…

La afirmación del doctor Esteban Jaramillo, de que La propiedad es un derecho individual que tiene y debe tener fines sociales, concuerda con la afirmación de Mater et magistra cuando dice que la propiedad privada tiene exigencias inherentes, es decir, que quien posea bienes, tiene obligaciones con los demás, tiene su propiedad una función social.

Quizás algunos piensen que quita fuerza a la doctrina católica sobre la función social de la propiedad, el presentar la obligación de compartir los bienes con los demás, como un ejercicio de la misericordia y la caridad cristianas. Eso lo dice M et M en el N° 120, pero por qué no se puede ejercitar al tiempo, una obligación inherente a la propiedad y una obra de misericordia. Me parece que eso depende de la actitud e intención de quien comparte sus bienes.

Relación entre los distintos sectores de la economía

 

Pasamos ahora a estudiar la tercera parte de la encíclica Mater et magistra. Los títulos que componen esta sección son: Relación entre los distintos sectores de la economía, Relación entre zonas de desigual desarrollo dentro del mismo país, Relación entre países de desigual desarrollo económico, Incremento demográfico y desarrollo económico y Colaboración en el plano mundial. Vamos pues a acometer unos temas largos: desde el N° 122 al 211. Creo que de todos modos es mejor ir despacio, a fondo, en cuanto podamos, para que nos queden bases firmes de la DSI.

San Juan XXIII dedica una parte importante de Mater et magistra a la agricultura, como sector deprimido. Algunos pensaron en su momento que se refería la encíclica sobre todo a la depresión del sector agrícola en los países industrializados, pero si observamos lo que suceden hoy en el campo colombiano, las palabras de Juan XXIII parecerían proféticas.

Vayamos directamente a los N° 122 y 123 de M et m:

  1. El desarrollo histórico de la época actual demuestra, con evidencia cada vez mayor, que los preceptos de la justicia y de la equidad no deben regular solamente las relaciones entre los trabajadores y los empresarios, sino además las que median entre los distintos sectores de la economía, entre las zonas de diverso nivel de riqueza en el interior de cada nación y, dentro del plano mundial, entre los países que se encuentran en diferente grado de desarrollo económico y social.

  2. La agricultura sector deprimido

Y empieza luego la encíclica M et m con cada sector de la economía. Empieza con La agricultura, sector deprimido:

  1. Comenzaremos exponiendo algunos puntos sobre la agricultura. Advertimos, ante todo, que la población rural, en cifras absolutas, no parece haber disminuido. Sin embargo, indudablemente son muchos los campesinos que abandonan el campo para dirigirse a poblaciones mayores e incluso centros urbanos. Este éxodo rural, por verificarse en casi todos los países y adquirir a veces proporciones multitudinarias, crea problemas de difícil solución por lo que toca a nivel de vida digno de los ciudadanos.

Recordemos que Juan XXIII escribía esta encíclica en 1961. Si pensamos en nuestro país, Colombia era todavía un país agrícola. Hoy dicen que Colombia tiene “vocación agrícola”, pero no parece estar siguiendo esa vocación, por diversas razones. Una muestra de ese cambio de rumbo es el éxodo rural del que habla el papa. En Colombia, la violencia ha llenado las ciudades grandes de campesinos que debieron abandonar sus parcelas para salvar su vida y las de sus familias. Las ciudades encaran problemas de vivienda y servicios muy difíciles de solucionar, y qué decir de la falta de trabajo para personas no preparadas para la vida urbana, y cómo el campo se queda sin las personas que lo quieren y sin las manos que lo entienden y saben cultivarlo…

En el N° 124 continúa M et m:

  1. A la vista de todos está el hecho de que, a medida que progresa la economía, disminuye la mano de obra dedicada a la agricultura, mientras crece el porcentaje de la consagrada a la industria y al sector de los servicios. Juzgamos, sin embargo, que el éxodo de la población agrícola hacia otros sectores de la producción se debe frecuentemente a motivos derivados del propio desarrollo económico. Pero en el inmensa mayoría de los casos responde a una serie de estímulos, entre los que han de contarse como principales el ansia de huir de un ambiente estrecho sin perspectivas de vida más cómoda; el prurito de novedades y aventuras de que tan poseída está nuestra época; el afán por un rápido enriquecimiento; la ilusión de vivir con mayor libertad, gozando de los medios y facilidades que brindan las poblaciones más populosas y los centros urbanos. Pero también es indudable que el éxodo del campo se debe al hecho de que el sector agrícola es, en casi todas partes, un sector deprimido, tanto por lo que toca al índice de productividad del trabajo como por lo que respecta al nivel de vida de las poblaciones rurales.

Me parece que M et M retrata nuestra situación. No creo que la mayoría de nuestros campesinos encuentren un buen trabajo en la industria, porque la industria está deprimida también en nuestro país. China, la India, Corea, llenan los estantes colombianos con sus productos. Resultan más económicos. ¿En qué trabajan nuestros campesinos emigrados a las ciudades? En el comercio, en la construcción, ¿en qué más?

 

Soluciones para los problemas de la agricultura

Veamos las soluciones que propone Juan XXIII, a ver si serían hoy convenientes para nuestro país:

  1. Por ello, ante un problema de tanta importancia que afecta a casi todos los países, es necesario investigar, primeramente, los procedimientos más idóneos para reducir las enormes diferencias que en materia de productividad se registran entre el sector agrícola y los sectores de la industrial y de los servicios; hay que buscar, en segundo término, los medios más adecuados para que el nivel de vida de la población agrícola se distancie lo menos posible del nivel de vida de los ciudadanos que obtienen sus ingresos trabajando en los otros sectores aludidos; hay que realizar, por último, los esfuerzos indispensables para que los agricultores no padezcan un complejo de inferioridad frente a los demás grupos sociales, antes, por el contrario, vivan persuadidos de que también dentro del ambiente rural pueden no solamente consolidar y perfeccionar su propia personalidad mediante el trabajo del campo, sino además mirar tranquilamente el porvenir.