Reflexión 235 Significado de la Navidad para los católicos

Diciembre 22, 2011

 

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El escrito de hoy es diferente. Nos dice el porqué de la importancia y del gozo de la celebración de la Navidad.

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¿Por qué tanta alegría?

Vamos a dedicar este rato a reflexionar sobre el sentido que esta fecha tiene para los católicos.

En esta época todo parece conspirar contra el silencio, contra la reflexión y es difícil reflexionar en medio del bullicio. Por eso entrar a una capilla, donde la lamparita encendida nos indica que ahí está el Señor, es tan tranquilizador, tan tonificador. Él está allí, a todos escucha, y no hay que pedir cita previa para pasar un rato con Él. A veces pasa largos ratos solo, siempre listo para recibir a quien entre a visitarlo, a decirle que lo ama, a agradecerle tantas cosas por las que tenemos que decirle gracias, a contarle las angustias que Él solo comprende o para atender a alguien que entra simplemente a estar en silencio haciéndole compañía. Como la anécdota de Juan, que entraba a la iglesia, se arrodillaba ante el sagrario y no le decía nada al Señor, y a la pregunta de qué hacía allí, respondía: “Yo lo miro y Él me mira.”  Es que el corazón puede ver lo que los ojos no pueden ver.

¿Y, a quién se refiere Juan, quién es Él? Naturalmente, Jesús. Él está realmente presente en cada sagrario del mundo. Es un inmenso beneficio que tenemos y del que a veces podemos pasar inconscientes. Escuchaba hace poco el testimonio de una persona que buscó por años a Dios. No conocía nuestra fe y empezó a recorrer templos y sus cultos, pero en ninguno encontraba lo que su corazón buscaba. Un día entró a un templo católico y tan pronto vio lo que entonces llamó el “santuario”, sintió la presencia de Dios y no pudo menos de exclamar: “Aquí es, Él está aquí.” Explicaba que entonces no tenía ni idea de lo que era el sagrario, el tabernáculo, pero sintió con fuerza la presencia de Dios. En cada entrada nuestra a visitar al Señor hagamos un profundo acto de fe: Señor, creo que Tú estás aquí realmente presente.

 

 El  día en que Dios puso su tienda en medio de nosotros

 

 

¿Tiene esa reflexión algo que ver con la Navidad? Sí, veamos por qué. ¿Qué es lo que mueve a los católicos a celebrar con tanto entusiasmo la Navidad?  Para nosotros es claro: ¿No se celebra acaso la irrupción de Dios en el mundo? Antes de que el Verbo se hiciera carne, antes de hacerse un ser humano como nosotros, Dios se había manifestado de muchas maneras; nos había hablado por interpuestas personas; fue el conductor firme del pueblo de Israel, desde el momento en que llamó a Abraham. Dios se comunicó por la boca de los profetas; se había hecho presente por sus actos maravillosos desde la creación; pero Dios no se había venido a  vivir en medio de nosotros. Cuando María dio el sí al Ángel, el Verbo se hizo carne y puso su tienda en medio de nosotros.

El día en que el Ángel anunció a María que el Hijo de Dios se haría hombre en su seno, comenzó la maravillosa historia que cambió el mundo. Que el Señor nos ayude a encontrar un espacio para escuchar en nuestro interior el mensaje en que Dios nos comunica su voluntad. Atentos digamos: habla Señor, que tu siervo escucha. Es nuestra anunciación.

 

 Dios vino para quedarse

 

¿Cómo no llenarnos de ese sentimiento casi de estupor, de felicidad desbordante, para celebrar el acontecimiento maravilloso de la venida de Dios entre los hombres, y no solo de visita, sino para quedarse hasta el fin del mundo, en medio de nuestras miserias y de los altibajos humanos de prosperidad y pobreza, de paz y de guerra. La Navidad y la Eucaristía son misterios distintos, pero son acciones de Dios, en una cadena de eslabones de gracias derramadas sobre la humanidad. Lo que pasó hace más de dos mil años parece distante, pero Dios es ayer, hoy y siempre el mismo. Y la Eucaristía lo hace realmente presente, todos los días, en todos los sagrarios del mundo.

 En la audiencia general del 21 de diciembre 2011, Benedicto XVI habló de de esta verdad como él sabe hacerlo. Oigamos sus palabras:

 “Con la liturgia de  Navidad la Iglesia nos introduce en el gran misterio de la Encarnación. La Navidad  no es simplemente el aniversario del nacimiento de Jesús: es celebrar un Misterio que ha marcado y sigue marcando la historia del hombre; Dios vino a habitar entre nosotros, se hizo uno de nosotros.


(…) En la misa del Gallo contestaremos al salmo responsorial con las palabras: ‘Hoy ha nacido para nosotros el Salvador’. (…)
Indicando que Jesús nace ‘hoy’, la liturgia (…) pone de relieve que este nacimiento atañe a toda la historia y la impregna. (…) Ciertamente,  la redención de la humanidad acaeció en un momento claro e identificable de la historia, con Jesús de Nazaret. Pero Jesús es el Hijo de Dios que (…) se hizo hombre. El Eterno ha entrado en los límites del espacio y del tiempo para hacer posible que ‘hoy’ nos encontremos con Él. (…) Cuando repetimos en las celebraciones litúrgicas: ‘Hoy ha nacido para nosotros el Salvador”, no estamos usando una expresión convencional: significa que  Dios nos ofrece ‘hoy’, ahora (…)  la posibilidad de reconocerlo y acogerlo, como hicieron los pastores de Belén, para que nazca en nuestra vida y la renueve”.

 

 Dios quiso recorrer con nosotros el camino de la vida

 

 Cuando pensamos en que Dios no tiene ni principio ni fin, nos queda claro lo que significa que Jesús, Dios y Hombre haga presente a Dios entre nuestros límites de espacio y tiempo, es decir, en un lugar, en un año concreto de la historia humana. Dios quiso, como oiremos en palabras de del Papa: recorrer con nosotros el camino de la vida”. Y el Papa relacionó en su catequesis, a la Navidad con la Pascua; de las dos fiestas afirmó que son fiestas de la redención. Esta fueron sus palabras:

“Pascua la celebra como  victoria sobre el pecado y la muerte: marca el momento final, cuando la gloria del Hombre-Dios resplandece como la luz del día. Navidad la celebra como la entrada de Dios en la historia, haciéndose hombre para reconducir el hombre a Dios. Indica el punto de partida cuando se entrevé la luz del alba”.
(…)

 “En Navidad encontramos la ternura y el amor de Dios que se inclina sobre nuestras limitaciones, nuestras debilidades, nuestros pecados y se rebaja a nuestro nivel. Vivamos con alegría la Navidad que se acerca (…) Sobre todo, vivamos este misterio en la Eucaristía, verdadero eje de la Navidad.

En ella se hace realmente presente Jesús, Pan bajado del cielo y Cordero–sacrificado para nuestra salvación. Os deseo a todos, y a vuestras–familias,–que celebréis una Navidad realmente cristiana, de modo que las felicitaciones de ese día sean una manifestación de la alegría de saber que Dios está cerca de nosotros y quiere recorrer con nosotros el camino de la vida”.

 

 Tradición del pesebre

 

 Tenemos la bella tradición el pesebre. ¿Qué sentido tiene el pesebre? En estos días una prestigiosa periodista[1] hizo un programa radial sobre la celebración de la Navidad en distintas religiones y culturas. Su intención fue interesante, aunque no su actitud frente a la celebración católica. Le pareció risible dirigirse a Dios con las palabras, Benignísimo Dios de infinita caridad, como lo hacemos en la tradicional Novena de Navidad. Por lo visto no sabe ella que, con Dios hablamos de diversas maneras, según el momento y la persona que se dirige a Él. Hay momentos solemnes y entonces nos ayudan las palabras del Rey David en los salmos, que nos enseñan palabras igual de alabanza que de petición de perdón o de agradecimiento. Y hay momentos de intimidad en que cada cual habla como le dicte el corazón.

A ese programa sobre la Navidad la periodista invitó a alguien del judaísmo, a otro de una denominación protestante y a dos niños católicos. Me llamó la atención que el protestante dijo que ellos no hacían pesebre, porque no adoran las imágenes. Es impresionante cómo tienen de ideas falsas sobre la fe católica. Nosotros no hacemos el pesebre porque adoremos las imágenes. Jamás las adoramos. Reconocemos a un solo Dios, a él solo adoramos. Lo que sucede es que los católicos, desde el siglo primero comprendieron que los sentidos con que Dios nos dotó son instrumentos para comunicarnos con Él. La vista, por ejemplo, nos lleva a Él cuando contemplamos las maravillas de la creación. Y aprendieron los cristianos desde muy temprano, que los símbolos conducen a lo que representan. Durante las persecuciones de los emperadores romanos, los cristianos inventaron la figura del pez, para indicar que donde habían pintado uno, era un lugar de reunión. No adoraban a un pez pintado por ellos, no. Pez en griego se escribe con las mismas letras de Jesús, Dios, Salvador. El pez representaba a Jesucristo, Dios, Salvador.

 

Los vitrales de las catedrales góticas

 

 En la Edad Media, los maravillosos vitrales que todavía hoy se admiran en las catedrales europeas, eran un catecismo en imágenes. Las maravillas de la fe están allí representadas. Ni para qué mencionar las obras de los pintores como Miguel Ángel, con la representación de la creación del hombre: el Creador que extiende su mano, su dedo índice toca el dedo índice de la creatura a la que comunica la vida. O la imagen del Creador que parece flotar en el aire y extiende sus brazos en el gesto de separar las aguas de la tierra. Es inolvidable la imagen de la Virgen María con el cuerpo inerme de su hijo Jesús, la llamada la Pietá, la Piedad, en la escultura tallada por Miguel Ángel. Vale la pena también recordar los maravillosos rostros de Jesús, obras del pintor Rembrandt, quien tomó siempre al mismo modelo, un judío, para pintar los muchos rostros de Jesús que nos dejó de legado. Yo me pregunto: ¿es que los libros en los que enseñan religión a los niños protestantes no tienen imágenes? ¿No serían de gran ayuda? Dicen que una imagen vale más que mil palabras.

 

 

La historia del pesebre de San Francisco

 

 Es interesante conocer la historia del pesebre, que es la representación de la escena del Nacimiento de Jesús en un pesebre, en los campos de Belén, porque María y José no pudieron encontrar quién los recibiera para pasar la noche. El pesebre no es invento moderno; originalmente lo ideó San Francisco de Asís el año 1223. ¿Cómo fue eso? Oigamos cómo lo relata San Buenaventura (LM 10,7):

Tres años antes de su muerte se dispuso Francisco a celebrar en la comarca de Greccio, con la mayor solemnidad posible, la memoria del nacimiento del niño Jesús, a fin de excitar la devoción de los fieles.

Mas para que dicha celebración no pudiera ser tachada de extraña novedad, pidió antes licencia al sumo pontífice; y, habiéndola obtenido, hizo preparar un pesebre con el heno correspondiente y mandó traer al lugar un buey y un asno.

Son convocados los hermanos, llega la gente, el bosque resuena de voces, y aquella noche bendita, esmaltada profusamente de claras luces y con sonoros conciertos de voces de alabanza, se convierte en esplendorosa y solemne.

El varón de Dios estaba lleno de piedad ante el pesebre, con los ojos arrasados en lágrimas y el corazón inundado de gozo. Se celebra sobre el mismo pesebre la misa solemne, en la que Francisco, levita de Cristo, (San Francisco era diácono) canta el santo evangelio. Predica después al pueblo allí presente sobre el nacimiento del Rey pobre, y cuando quiere nombrarlo -transido de ternura y amor-, lo llama «Niño de Bethlehem».

Todo esto lo presenció un caballero virtuoso y amante de la verdad: el señor Juan de Greccio, quien por su amor a Cristo había abandonado la milicia terrena y profesaba al varón de Dios una entrañable amistad. Aseguró este caballero haber visto dormido en el pesebre a un niño extraordinariamente hermoso, al que, estrechando entre sus brazos el bienaventurado padre Francisco, parecía querer despertarlo del sueño.

Dicha visión del devoto caballero es digna de crédito no sólo por la santidad del testigo, sino también porque ha sido comprobada y confirmada su veracidad por los milagros que siguieron. Porque el ejemplo de Francisco, contemplado por las gentes del mundo, es como un despertador de los corazones dormidos en la fe de Cristo, y el heno del pesebre, guardado por el pueblo, se convirtió en milagrosa medicina para los animales enfermos y en revulsivo eficaz para alejar otras clases de pestes. Así, el Señor glorificaba en todo a su siervo y con evidentes y admirables prodigios demostraba la eficacia de su santa oración.

Para eso armamos el pesebre en nuestros templos y hogares: para despertar en la fe de Cristo, los corazones dormidos. Es una alegría que los católicos consideremos como bueno lo hecho por Dios y lo utilicemos para darlo a Él a conocer, para comunicarnos con Él en la oración.

 

 El centro del templo católico frente al centro del templo protestante

 

¿Han visto un templo protestante? El centro de su lugar de culto es lo que nosotros llamamos el ambón, un lugar prominente, desde donde se predica la Palabra. La Palabra es el centro de su vida religiosa, como es también fundamental la Biblia para los católicos. La diferencia en cuanto a lugar de culto es que para nosotros los católicos, el centro es el altar del sacrificio. La Eucaristía se basa en la Sagrada Escritura, y se realiza allí en el altar. Allí Jesucristo llega, allí el sacerdote celebra en su nombre. Por la imposición de las manos del obispo en el sacramento del orden, el sacerdote tiene el poder de convertir el pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor y de hacernos posible el privilegio de comer de su cuerpo y de su sangre, bajo la forma de pan y vino. No comemos solo un pan en recuerdo de la Última Cena.   

 La situación es digna de tener en cuenta. Para los protestantes el ser humano parece que fuera solo o principalmente intelecto. Por eso se va al culto a escuchar al pastor que da su interpretación de la Escritura. Sus palabras tratan de encender su entusiasmo. El éxito del culto se apoya sobre todo en el orador. Los cantos completan su liturgia. Y tienen muy buenos compositores por tradición, desde las obras maravillosas de Juan Sebastián Bach. También los católicos tenemos clásicos como Mozart,  Beethoven, Vivaldi. Sin embargo, si a un rito protestante le quitaran la música, quedaría demasiado descarnado.

  Los templos católicos y nuestra liturgia se dirigen al ser humano con todos sus sentidos, por eso la belleza de sus imágenes y decoración, con sus flores, con la música, y si es una Eucaristía solemne, aun con el olor del incienso. No somos solo intelecto, no solo somos racionales. También tenemos afectos y los sentidos los podemos consagrar al noble papel de  elevarnos  a Dios. Nosotros no vamos al templo solo a escuchar un sermón y a cantar: vamos a adorar a Dios, a rendirle culto, vamos a orar. La oración por excelencia es la Eucaristía y en ella la oración que nos enseñó Jesucristo: el Padre nuestro, y los salmos que Dios inspiró a David. Vamos a escuchar la Palabra, y la que escuchamos en nuestra parroquia es la misma parte de la Sagrada Escritura que escuchan en la Eucaristía en los países de Europa o de África, porque nuestra Iglesia es Una y Católica, es decir universal. Creemos lo mismo aquí y en los confines de la tierra.

 

  ¿Fue una locura de Dios?

 

Volvamos a la consideración del significado de la Navidad para los católicos. Sin duda, la Navidad significa para nosotros el comienzo de la visita personal de Dios, que puso su tienda entre nosotros; es el comienzo de la manifestación del amor sin límites de Dios por nosotros. Es que solo a Dios se le podía ocurrir amar hasta el extremo de hacerse uno como sus creaturas, y solo Él pudo realizar el milagro de hacerse un ser humano, compartiendo nuestras limitaciones humanas, menos el pecado, y sin perder sus virtudes divinas. Si nosotros nos alegramos de recibir la visita de un amigo querido, de un pariente que vive lejos, cómo no trasportarnos de felicidad con la visita de Dios que vino para quedarse. Así lo sintió Isabel, cuando su prima María, que llevaba en su seno a Jesús fue a visitarla:

 (…) “en cuanto oyó Isabel el saludo de María,  saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz dijo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y de dónde a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?”

 La fe católica se basa en la Palabra de Dios, en el Evangelio de Jesucristo; la fe es el encuentro con la persona de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida. Por eso, porque seguimos el camino que Jesús nos enseñó, nuestra fe es activa. En el juicio final nos va a examinar si dimos de comer al hambriento, si dimos de vestir al desnudo, si visitamos a los enfermos y a los presos.

 

 Donde hay un necesitado allí está Cristo mismo

 

 Siguiendo las enseñanzas del Maestro, Benedicto XVI, como preparación a la Navidad fue a visitar a los detenidos en una cárcel romana. Algunas de las bellísimas palabras del Papa fueron:

 Donde  hay un hambriento, un extranjero, un enfermo, un encarcelado, allí está Cristo mismo, que espera nuestra visita y nuestra ayuda (…) La Iglesia siempre ha enumerado, entre las obras de misericordia corporal, la visita a los encarcelados.  Y ésta, para ser completa, requiere una plena capacidad de acogida del detenido, ‘haciéndole espacio en el propio tiempo, en la propia casa en las propias amistades, en las propias leyes, en las propias ciudades’ (…)  El mismo unigénito Hijo de Dios, el Señor Jesús, estuvo en la cárcel, fue sometido a un juicio ante un tribunal y sufrió la  feroz condena de la pena capital”.

(…) “La justicia humana y la divina son muy diversas. Ciertamente, los hombres no son capaces de aplicar la justicia divina, pero al menos tienen que intentar (…) recoger el espíritu profundo que la anima, para que también ilumine la justicia humana, para evitar como lamentablemente sucede no pocas veces que el detenido se convierta en un excluido. En efecto Dios (…) proclama la justicia con fuerza, pero al mismo tiempo, cura las heridas con el bálsamo de la misericordia”.

“Justicia y misericordia, justicia y caridad, puntos cardinales de la doctrina social de la Iglesia, son dos realidades diferentes sólo para nosotros, los seres humanos, que distinguimos atentamente un acto justo de un acto de amor (…) Pero para Dios no es así: en Él justicia y caridad coinciden; no hay una acción justa que no sea también un  acto de misericordia y de perdón y, al mismo tiempo, no hay ninguna acción misericordiosa que no sea perfectamente justa”.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

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[1] Judith Sarmiento por Caracol Radio