Reflexión 216-Caritas in veritate Nº43, Junio 9, 2011

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Desarrollo de los pueblos, derechos y deberes, ambiente

Vamos a empezar el estudio del capítulo 4º  de la encíclica Caridad en la verdad, Caritas in veritate, de Benedicto XVI. Este capítulo lleva por título Desarrollo de los pueblos, derechos y deberes, ambiente.[1]

Antes de leer el texto mismo, veamos de qué se trata. En este número, Benedicto XVI nos llama la atención sobre cómo los derechos y los deberes van juntos. Se habla mucho de derechos y poco de deberes. Los deberes señalan los límites que tienen los derechos, de manera que nuestros derechos no nos dan licencia abierta para hacer todo lo que queramos, tienen sus límites. Veremos cómo los deberes a su vez refuerzan los derechos, al asumir su defensa y promoverlos.

La solidaridad humana impone deberes

El Nº 43 nos dice además, que la solidaridad humana impone deberes. A veces, personas de los países opulentos, los países  muy desarrollados materialmente, y también algunos en nuestros países menos desarrollados, defienden con énfasis su derecho a tener o gastar su dinero en ciertas cosas superfluas, sin caer en cuenta de que mientras ellos gastan en cosas completamente innecesarias, mucha gente de otros pueblos carece aun de lo indispensable. ¿Han visto fotos de ciertos palacios en los países petroleros del medio oriente, por ejemplo? Sin llegar a tan monumentales extravagancias, es muy común escuchar, aquí en nuestro país, a gente que afirma: yo puedo hacer con mis cosas, con mi dinero lo que quiera. No es tan cierto eso…Tenemos libertad en el uso de nuestras cosas, pero no tenemos una libertad ilimitada.

Al defender nuestros derechos no podemos ignorar a las demás personas con quienes nos relacionamos

Esas actitudes, de ignorar derechos fundamentales de otros, mientras se defiende el derecho a gozar de lo baladí, convierten los derechos más bien, en una manera de justificar la satisfacción de deseos triviales, banales, como si los derechos no se debieran fundar en principios éticos. Es decir que, al defender nuestros derechos, no podemos ignorar a las demás personas con quienes nos relacionamos. No debemos reivindicar nuestros derechos por encima de los derechos fundamentales de los demás.

Veamos un ejemplo: la imposibilidad, para un gran número de  personas, de hacer efectivos sus derechos, – de verdad fundamentales, – como son el acceso al alimento y al agua, supone que por solidaridad, deben tener un límite ciertos derechos que reclaman en los países desarrollados, y que pueden ser, como acabamos de ver, apenas la manera de justificar la satisfacción de deseos sin importancia. Si uno se priva de algo innecesario para que otros puedan alimentarse o acceder a agua potable, de verdad vale la pena.

Los derechos se fundamentan en la naturaleza humana, no en la voluntad de legisladores

Algo esencial de tener en cuenta: los derechos se fundamentan en la naturaleza humana, no en leyes o en constituciones hechas por políticos y juristas que se basan en ideologías e intereses que hoy están en boga y mañana son sustituidos por otros. Hoy, basados en la Constitución, se defienden libertades de conductas que hasta hace poco parecían imposibles de pensar, como el crimen del aborto, que algunos piensan tener el derecho de practicar.

Cuando se olvida que los derechos se deben fundamentar en la naturaleza humana, todo se vuelve posible. Y es que, todos los días vemos que las constituciones no sólo son escritas  de acuerdo con ideologías que no siempre se fundan en la naturaleza humana, sino que luego son interpretadas de acuerdo con los intereses de los juristas que en el momento tienen mayoría y asumen funciones de legisladores. Es su voluntad la que se vuelve fundamento de los derechos. Eso lo defienden los promotores de lo que llaman el nuevo constitucionalismo. Esos “sabios”,  en instituciones como nuestra Corte Constitucional, no se limitan a interpretar lo que dice la Constitución, sino que la amplían y terminan asumiendo funciones de asambleas constitucionales permanentes que dirigen el destino de la sociedad según su pensamiento político.

Vamos a las palabras de Benedicto XVI. Esto dice la primera parte del Nº 43:

«La solidaridad universal, que es un hecho y un beneficio para todos, es también un deber»[2]

(Leamos de nuevo esa afirmación: «La solidaridad universal, que es un hecho y un beneficio para todos, es también un deber». Son palabras tomadas de Pablo VI en Populorum progressio, en el Nº 17. Allí Pablo VI habla bellamente del desarrollo de la familia humana, que empieza en el desarrollo individual de cada persona, pero como integrante de la familia completa que es la sociedad. Es que si viéramos, si viviéramos nuestra pertenencia a la humanidad como la pertenencia a nuestra familia, los demás tendrían para nosotros un significado en el que no cabría la indiferencia. Seríamos solidarios siempre. Uno no es indiferente ante las necesidades y sufrimientos de los hermanos). Sigamos con el texto de la encíclica en el Nº 43:

En la actualidad, muchos pretenden pensar que no deben nada a nadie, si no es a sí mismos. Piensan que sólo son titulares de derechos y con frecuencia les cuesta madurar en su responsabilidad respecto al desarrollo integral propio y ajeno. Por ello, es importante urgir una nueva reflexión sobre los deberes que los derechos presuponen, y sin los cuales éstos se convierten en algo arbitrario[3]. Hoy se da una profunda contradicción. Mientras, por un lado, se reivindican presuntos derechos, de carácter arbitrario y superfluo, con la pretensión de que las estructuras públicas los reconozcan y promuevan, por otro, hay derechos elementales y fundamentales que se ignoran y violan en gran parte de la humanidad[4].

El Bien Común Universal

Benedicto XVI tiene en cuenta aquí que Juan XXIII, en su encíclica Pacem in terris, Paz en la tierra, se había adelantado a su tiempo, pues ante un mundo que se hacía cada vez más interdependiente y global (…), ya en 1963 sugirió que el concepto de bien común debía formularse con una perspectiva mundial. Para ser correcto, debía referirse al concepto de « bien común universal » (Pacem in terris, IV: l.c., 292). Sigamos con la lectura de la encìclica Caridad en la verdad, en el Nº 43:

y al vicio, (se defiende el derecho a la trasgresión y al vicio) en las sociedades opulentas, y la carencia de comida, agua potable, instrucción básica o cuidados sanitarios elementales en

La exacerbación de los derechos conduce al olvido de los deberes

Se aprecia con frecuencia una relación entre la reivindicación del derecho a lo superfluo, e incluso a la transgresión ciertas regiones del mundo subdesarrollado y también en la periferia de las grandes ciudades. Dicha relación consiste en que los derechos individuales, desvinculados de un conjunto de deberes que les dé un sentido profundo, se desquician y dan lugar a una espiral de exigencias prácticamente ilimitada y carente de criterios. La exacerbación de los derechos conduce al olvido de los deberes. Los deberes delimitan los derechos porque remiten a un marco antropológico y ético en cuya verdad se insertan también los derechos y así dejan de ser arbitrarios.

(Que los derechos nos remiten a un marco antropológico quiere decir que los derechos nos hacen caer en la cuenta de que los derechos se originan en la naturaleza humana, que los derechos se pueden reclamar si tienen fundamento en la naturaleza del ser humano, – y que nos remitan a un marco ético, significa que los derechos que se reclaman se deben guiar por normas sobre lo que es correcto o no en el comportamiento humano. De manera que cuando se reclama un derecho hay que examinar si ese pretendido derecho está de acuerdo con la naturaleza humana y con la ética). Sigue Benedicto XVI:

Por este motivo, los deberes refuerzan los derechos y reclaman que se los defienda y promueva como un compromiso al servicio del bien. En cambio, si los derechos del hombre se fundamentan sólo en las deliberaciones de una asamblea de ciudadanos, pueden ser cambiados en cualquier momento y, consiguientemente, se relaja en la conciencia común el deber de respetarlos y tratar de conseguirlos. Los gobiernos y los organismos internacionales pueden olvidar entonces la objetividad y la cualidad de «no disponibles» de los derechos. Cuando esto sucede, se pone en peligro el verdadero desarrollo de los pueblos[5].

Comportamientos como éstos comprometen la autoridad moral de los organismos internacionales, sobre todo a los ojos de los países más necesitados de desarrollo. En efecto, éstos exigen que la comunidad internacional asuma como un deber ayudarles a ser «artífices de su destino»[6], es decir, a que asuman a su vez deberes. Compartir los deberes recíprocos moviliza mucho más que la mera reivindicación de derechos.

Los Derechos Humanos se fundan en la naturaleza humana y no en la autoridad de la ONU

De nuevo aquí Benedicto XVI acude a las enseñanzas del Beato Juan Pablo II en su mensaje en la Jornada Mundial de la Paz en 2007, en donde fija un criterio muy importante sobre el valor de la declaración de los Derechos del Hombre por la ONU, que se deben basar en la naturaleza humana y no en la autoridad de la Organización de las Naciones Unidas. Estas palabras nos aclaran  también el valor de los derechos fudamentales aprobados en nuestra Constitución, que se deben basar en la naturaleza humana y no en los criterios cambiantes de los constituyentes o de los magistrados de la Corte. Dice allí Juan Pablo II sobre la Declaración de los derechos humanos por la ONU:

Se considera dicha Declaración como una forma de compromiso moral asumido por la humanidad entera. Esto manifiesta una profunda verdad sobre todo si se entienden los derechos descritos en la Declaración no simplemente como fundados en la decisión de la asamblea que los ha aprobado, sino en la naturaleza misma del hombre y en su dignidad inalienable de persona creada por Dios. Por tanto, es importante que los Organismos internacionales no pierdan de vista el fundamento natural de los derechos del hombre. Eso los pondría a salvo del riesgo, por desgracia siempre al acecho, de ir cayendo hacia una interpretación meramente positivista de los mismos. Si esto ocurriera, los Organismos internacionales perderían la autoridad necesaria para desempeñar el papel de defensores de los derechos fundamentales de la persona y de los pueblos, que es la justificación principal de su propia existencia y actuación.

Hacer demasiado énfasis en los derechos se puede convertir en un permanente reclamo de derechos a satisfacer los gustos, en países materialmente desarrollados, aun a costa de los derechos fundamentals en países no desarrollados. Ya comprendimos que la imposibilidad de acceder a derechos fundamentals como al agua y a la alimentación, implica la solidaridad del mundo desarrollado, aun con la generosa  renuncia a derechos dudosos, en materias que no son necesarias. Finalmente, vimos que los derechos se fundamentan en la naturaleza humana y no en que los conceda o no la autoridad humana.

Desarrollo según la fe

Cuando se habla de desarrollo, – si se hace teniendo en cuenta la fe católica, – tenemos que tener en cuenta dos elementos esenciales: que se trata del desarrollo del ser humano, en el mundo. El ser humano es creado a imagen y semejanza de Dios; no es solo material y no se puede pretender su desarrollo solamente material. Se buscaría entonces un desarrollo recortado, incompleto, de solo una parte, del ser humano. En segundo lugar, se trata del desarrollo de la persona humana en este mundo que Dios nos dio para que lo administremos para todos, que lo hacemos crecer y mejorar para bien de todos. No es el mundo la  hacienda de propiedad únicamente de los países más avanzados.

Para comprender las enseñanzas sociales de la Iglesia, hay temas fundamentales que debemos tener en cuenta, y el primero es el enfoque de fe. Sin Dios de por medio, no puede haber desarrollo integral de los pueblos.

La doctora María Teresa Compte Grau, profesora en el Instituto Social León XIII, en España,  escribió un interesante estudio sobre humanism cristiano, que nos puede ayuda a comprender esta  profunda encíclica Caridad en la verdad, de Benedicto XVI en este punto del desarrollo integral (Cf www.instituto-social-leonxiii.org).

Antropología Cristiana y la del no creyente

El Concilio Vaticano II afirmó que la Iglesia es experta en humanidad. A la Iglesia le interesa todo lo que tiene que ver con la persona humana.  Cuando se considera al ser humano, hay posiciones encontradas: la del antropólogo cristiano y en contraste, la del centrado únicamente en el ser humano independiente, que se considera dueño absoluto de sí mismo. Entienden estos científicos al ser humano como si no tuviera nada que ver con su Creador. Y desafortunadamente vivimos un mundo que camina progresivamente hacia esa independencia, dando la espalda a Dios. No comprenden que es precisamente el ser creados a imagen y semejanza de Dios, nuestro más alto título de nobleza. Este ateísmo que se defiende sin pudor, niega toda depedencia de la persona humana respecto de Dios. Ya nos lo había prevenido el Concilio Vaticano II, en Gaudium et spes, en el Nº 20.[7]

Por su parte, Benedicto XVI, en el Nº 29 de Caridad en la verdad, trata este punto del ateísmo práctico muy claramente. Aunque ya esto lo estudiamos en su momento, será de gran ayuda terminar hoy con la lectura de parte de sus palabras:

la promoción programada de la indiferencia religiosa o del ateísmo práctico por parte de muchos países contrasta con las necesidades del desarrollo de los pueblos, sustrayéndoles bienes espirituales y humanos. Dios es el garante del verdadero desarrollo del hombre en cuanto, habiéndolo creado a su imagen, funda también su dignidad trascendente y alimenta su anhelo constitutivo de «ser más». El ser humano no es un átomo perdido en un universo casual[8], sino una criatura de Dios, a quien Él ha querido dar un alma inmortal y al que ha amado desde siempre. Si el hombre fuera fruto sólo del azar o la necesidad, o si tuviera que reducir sus aspiraciones al horizonte angosto de las situaciones en que vive, si todo fuera únicamente historia y cultura, y el hombre no tuviera una naturaleza destinada a transcenderse en una vida sobrenatural, podría hablarse de incremento o de evolución, pero no de desarrollo. Cuando el Estado promueve, enseña, o incluso impone formas de ateísmo práctico, priva a sus ciudadanos de la fuerza moral y espiritual indispensable para comprometerse en el desarrollo humano integral y les impide avanzar con renovado dinamismo en su compromiso en favor de una respuesta humana más generosa al amor divino[9]. Y también se da el caso de que países económicamente desarrollados o emergentes exporten a los países pobres, en el contexto de sus relaciones culturales, comerciales y políticas, esta visión restringida de la persona y su destino. Éste es el daño que el «superdesarrollo»[10] produce al desarrollo auténtico, cuando va acompañado por el «subdesarrollo moral»[11].

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[1] Para muchos de estos comentarios me baso entre otros documentos, en la guía de discusión de la encíclica preparada por Faith and Justice, editor@faithdoingjustice.com.au y   el resumen de la misma encíclica publicado en español por el Instituto Social León XIII, http:/www.instituto-social-leonxiii.org  y  que ellos traducen del inglés de Précis of the Encyclical Letter Caritas in veritate, Center of Concern www.coc.org

[2] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 17

[3] Cf Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2003, 5

[4] Cf ibidem

[5] Cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2007, 13

[6] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 65

[7]  En su columa en El Tiempo (martes 7 de junio, 2011, Pg. 31)), titulada La eutanasia, Sergio Muñoz Bata escribió: Respecto al derecho de las personas a disponer de su propia vida existe un desacuerdo fundamental aun entre las más altas autoridades religiosas. Para el papa Benedicto XVI, “el aborto y la eutanasia son pecados tan graves que la Iglesia no admite la diversidad de opiniones entre los católicos, que sí tolera cuando se discute, por ejemplo, si se justifica moralmente matar en una guerra o en el caso de la pena de muerte”. (Aunque el autor menciona esa afirmación entre comillas, no cita a nadie y la otra “alta” autoridad religiosa que cita, contraria a la católica, es únicamente la del Lamai Lama…Termina su columna con esta frase: Nadie tiene el derecho de decirme lo que yo debo hacer con mi persona.

[8] Cf Homilía durante la Santa Misa e la explanada de “Isling” de Ratisbona (12 sept. 2006) L’Osservatore Romano, 22 de septiembre 2006, Pg 9s

[9] Deus caritas est, 1

[10] Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 28

[11] Pablo VI, Populorum progressio,19