Reflexión 22, jueves 13 de julio 2006

Familia y transmisión de la fe

En nuestra reflexión sobre la Doctrina Social como nos la enseña la Iglesia en el libro Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia nos vamos a referir hoy alV Encuentro Mundial de las Familias, que se celebró en Valencia, España, en julio 2006.

La primera urgencia para los creyentes en Cristo consiste en renovar la fe de los adultos para que sean capaces de comunicarla a las nuevas generaciones

El tema del encuentro de Valencia fue “Familia y comunidad cristiana: formación de la persona y transmisión de la fe”. Tenemos que ser muy conscientes de la grandeza del don de la fe que hemos recibido y de las implicaciones que para nuestra vida tiene el gozar, sin mérito de nuestra parte, de este regalo de Dios. Benedicto XVI había advertido en junio del año pasado, por qué para la Iglesia es tan importante el tema Familia y comunidad cristiana: formación de la persona y transmisión de la fe”.

Cuando pensamos en nuestra responsabilidad en la formación de nuestros hijos y en el encargo que Dios nos hizo, como padres de familia, de transmitirles la fe, nos sentimos a veces, sin fuerzas. Sin duda este es un sentimiento de muchos padres de familia. El ambiente es tan hostil a la fe, que en todas sus expresiones, el ambiente parece confabular para hacer estéril nuestro esfuerzo. Vivimos en un ambiente anticristiano, que domina todo el mundo, y por eso es tan importante el encuentro que presidió Benedicto XVI y que había sido convocado por Juan Pablo II.

En Roma, antes de su viaje a Valencia, en el rezo del Ángelus, el Santo Padre había explicado de nuevo, la razón de haber escogido ese tema de la transmisión de la fe en la familia. Dijo entonces: El tema del próximo Encuentro de Valencia es la transmisión de la fe en la familia. En este compromiso se inspira el lema de mi visita apostólica a esa ciudad: «¡Familia, vive y transmite la fe!». En tantas comunidades que hoy están secularizadas la primera urgencia para los creyentes en Cristo consiste precisamente en renovar la fe de los adultos para que sean capaces de comunicarla a las nuevas generaciones.

Por otra parte, el camino de iniciación cristiana de los niños y adolescentes puede convertirse en una oportunidad útil para que los padres se vuelvan a acercar a la Iglesia y profundicen cada vez más en la belleza y en la verdad del Evangelio.

Desde el punto de vista práctico, será imposible que la Doctrina Social de la Iglesia sea la que oriente a nuestra sociedad, si no hay fe en nuestras familias. La Doctrina Social de la Iglesia se fundamenta en Dios que nos creó a su imagen y semejanza y en la vida de amor de la Trinidad, que es el modelo de la relación que debe existir entre todos los hijos de Dios; entre todos, sin distinción, porque todos pertenecemos a la misma familia, la de Dios. Se requiere la fe para aceptar esta doctrina. Dediquemos este espacio para leer una parte de la homilía del Santo Padre Benedicto XVI, en la Eucaristía con que se clausuró el V Encuentro Mundial de las Familias.

La familia: comunidad de generaciones,garante de un patrimonio de tradiciones

El Papa se refirió a las lecturas que se acababan de escuchar, y que fueron tomadas del libro de Ester, en el capítulo 14 y de la 2ª Carta de San Pablo a Timoteo, en el capítulo 1º. Dijo así Benedicto XVI:

Los testimonios de Ester y Pablo, que hemos escuchado antes en las lecturas, muestran cómo la familia está llamada a colaborar en la transmisión de la fe. Ester confiesa: “Mi padre me ha contado que tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones” (14,5). (Fijémonos: Mi padre me ha contado…) Pablo sigue la tradición de sus antepasados judíos dando culto a Dios con conciencia pura. Alaba la fe sincera de Timoteo y le recuerda: “esa fe que tuvieron tu abuela Loide y tu madre Eunice, y que estoy seguro que tienes también tú” (2 Tm 1,5). (De nuevo, fijémonos: Esa fe que tuvieron tu abuela y tu madre…) En estos testimonios bíblicos la familia comprende no sólo a padres e hijos, sino también a los abuelos y antepasados. La familia se nos muestra así como una comunidad de generaciones y garante de un patrimonio de tradiciones.

Así empezó su homilía el Santo Padre. Desde niños nuestros hijos deben aprender de nuestros labios, que Dios nos creó, que Él es nuestro Padre. Nuestra familia se tiene que mostrar, como dice el Papa: como una comunidad de generaciones y garante de un patrimonio de tradiciones. El patrimonio más valioso de nuestras familias es la fe, es la tradición cristiana, según la cual debemos vivir. Y sigue así la catequesis del Santo Padre:

Ningún hombre se ha dado el ser a sí mismo ni ha adquirido por sí solo los conocimientos elementales para la vida. Todos hemos recibido de otros la vida y las verdades básicas para la misma, y estamos llamados a alcanzar la perfección en relación y comunión amorosa con los demás. La familia, fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, expresa esta dimensión relacional, filial y comunitaria, y es el ámbito donde el hombre puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral.

De manera que el concepto “familia” entraña muchas cosas: allí comprendemos que no nos hemos dado el ser a nosotros mismos, nos damos cuenta de que allí, con nuestros padres, hermanos, abuelos,  hemos adquirido en el seno de la familia, los conocimientos elementales para la vida y es allí donde estamos llamados a alcanzar la perfección (¿cómo?) en relación y comunión amorosa con los demás.

Las palabras con que concluye Benedicto XVI este rico párrafo, resume doctrina fundamental. Leamos de nuevo sus palabras:

La familia, fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, expresa esta dimensión relacional, filial y comunitaria, y es el ámbito donde el hombre puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral.

Entonces, ¿cuál es el ambiente en el que el hombre puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral? La respuesta es contundente, en La familia, fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer. Ese es el ambiente natural para que el hombre nazca, crezca y se desarrolle; un ambiente que respire amor y respeto. Recordemos que estamos llamados a vivir una relación como la de la Trinidad, que es una relación de amor. Y el Papa dice que la familia, fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, expresa precisamente ese ambiente de relación filial, de Padre, madre, hijos; una relación comunitaria. Hemos visto que la vida en sociedad, por ser la vida de relación entre los seres humanos, creados a imagen y semejanza de la Trinidad, encuentra el modelo perfecto de vida comunitaria, de vida solidaria, en la vida de Dios, que es Amor.

Con el don de la vida se recibe todo un patrimonio de experiencia

Sigamos escuchando las palabras de Benedicto XVI, que continuó su homilía en Valencia con una extraordinaria presentación del papel que los padres debemos desempeñar en la formación de nuestros hijos desde su infancia. Escuchemos sus palabras:

Cuando un niño nace, a través de la relación con sus padres empieza a formar parte de una tradición familiar, que tiene raíces aún más antiguas. Con el don de la vida recibe todo un patrimonio de experiencia. A este respecto, los padres tienen el derecho y el deber inalienable de transmitirlo a los hijos: educarlos en el descubrimiento de su identidad, iniciarlos en la vida social, en el ejercicio responsable de su libertad moral y de su capacidad de amar a través de la experiencia de ser amados y, sobre todo, en el encuentro con Dios. Los hijos crecen y maduran humanamente en la medida en que acogen con confianza ese patrimonio y esa educación que van asumiendo progresivamente. De este modo son capaces de elaborar una síntesis personal entre lo recibido y lo nuevo, y que cada uno y cada generación está llamado a realizar.

Tenemos que leer despacio y volver a leer las palabras del Papa, sobre lo que sucede al niño al nacer en el seno de nuestras familias. Los que somos conscientes del don de la fe, que nuestros padres y la tradición familiar nos entregaron al nacer, comprendemos bien las palabras del Papa. Y los que recibieron la gracia de la fe, a pesar de no haber nacido en un ambiente cristiano, pueden comprender también su misión bellísima, de construir un patrimonio cristiano en el seno de su familia. Volvamos sobre algunas de las frases de Benedicto XVI, que acabamos de leer:

Cuando un niño nace, a través de la relación con sus padres empieza a formar parte de una tradición familiar, que tiene raíces aún más antiguas. Con el don de la vida recibe todo un patrimonio de experiencia.

Sí, los que venimos de una familia tradicionalmente católica, debemos ser conscientes de que nos regalaron el más preciado don, el de la fe, el patrimonio más valioso. Por ese patrimonio no tuvimos que luchar; lo formaron nuestros antepasados, quienes a su vez lo recibieron de sus padres y abuelos. Hay un tesoro acumulado de experiencias cristianas en nuestra tradición familiar. No es pequeña nuestra responsabilidad de conservar y transmitir lo que recibimos.

Y qué debemos hacer con ese patrimonio recibido, nos explica el Santo Padre cuando dice: los padres tienen el derecho y el deber inalienable de transmitirlo a los hijos: educarlos en el descubrimiento de su identidad, iniciarlos en la vida social, en el ejercicio responsable de su libertad moral y de su capacidad de amar a través de la experiencia de ser amados y, sobre todo, en el encuentro con Dios.

Entonces, es un deber y un derecho nuestro; de los padres. Es un derecho inalienable, es decir un derecho y un deber que no podemos trasladar ni ceder a otros. Un derecho y un deber; una responsabilidad irrenunciable y difícil: educar a los hijos en el descubrimiento de su identidad. Eso quiere decir que desde niños les tenemos que ayudar a encontrarse a sí mismos, a descubrir que son hijos de Dios, que Dios es su Padre, que los ama desde la eternidad. Lo que significa haber sido criados a imagen y semejanza de Dios.

Lentamente, con palabras a su alcance, y sobre todo con nuestro comportamiento, van a aprender lo que implica ser cristianos “por la gracia de Dios”. Y van a descubrir su papel en la sociedad, como hombres, como mujeres. Dice el Papa que los padres tenemos que iniciar a los hijos en la vida social, en el trato a los demás, nuestros hermanos. En el respeto a los otros, como hermanos nuestros, con sus diferencias, porque todos tenemos en común el ser hijos de Dios, pero cada persona tiene su propia identidad. Tenemos que iniciarlos en la vida en sociedad, en una sociedad justa y solidaria. Tienen que vernos actuando siempre con justicia, y siendo caritativos y solidarios con nuestros hermanos más necesitados.

Iniciar a nuestros hijos en el ejercicio responsable de su libertad moral

Añade el Papa, que es nuestro deber de Padres iniciar a nuestros hijos en el ejercicio responsable de su libertad moral. No es fácil educar en la libertad, pero debemos ser conscientes de que Dios nos hizo libres. Nuestros hijos, desde pequeños, tienen que aprender de nosotros que tienen libertad de escoger y decidir, en las cosas que están a su alcance, pero que la libertad tiene límites. Y también nos recuerda el Papa, que como padres iniciamos a los hijos en el ejercicio de su capacidad de amar, y nos dice cuál es el modo de iniciarlos en el amor: a través de la experiencia de ser amados. Esa es la mejor escuela. Un niño que se siente amado por sus padres, por sus hermanos, se siente seguro para desarrollar las capacidades que Dios le ha dado, y superar las dificultades que necesariamente va a encontrar.

En resumen, Benedicto XVI dice que los padres tenemos, sobre todo, el derecho y el deber de iniciarlos en asuntos fundamentales: en el descubrimiento de su identidad, en la iniciación de su vida en sociedad, – es decir de relación con los demás, – en el ejercicio de su libertad, y en su capacidad de amar, a través de su encuentro con Dios. Qué bella y qué grande es nuestra responsabilidad con nuestros hijos: llevarlos de la mano a que se encuentren con Dios, con sus hermanos, con el mundo, en el buen uso de la libertad. Eso es educar en la fe. La fe es ante todo el don de encontrarnos con una Persona; no consiste en saber cosas…, doctrinas, ciencias…es encontrarnos con Él, nuestro Padre Dios que es Amor, y tratar de vivir como fuimos hechos: a su imagen y semejanza.

 

Elaborar una síntesis personal entre lo recibido y lo nuevo

Sigamos leyendo las palabras del Papa:

Los hijos crecen y maduran humanamente en la medida en que acogen con confianza ese patrimonio y esa educación que van asumiendo progresivamente. De este modo son capaces de elaborar una síntesis personal entre lo recibido y lo nuevo, y que cada uno y cada generación está llamado a realizar.

No dejemos pasar esas palabras: nuestros hijos tienen que llegar a ser capaces de elaborar una síntesis personal, entre lo recibido, – lo tradicional que nosotros les entreguemos -, y lo nuevo. No podemos esperar que sean una copia idéntica de nosotros. Sigue así Benedicto XVI:

En el origen de todo hombre y, por tanto, en toda paternidad y maternidad humana está presente Dios Creador. Por eso los esposos deben acoger al niño que les nace como hijo  no sólo suyo, sino también de Dios, que lo ama por sí mismo y lo llama a la filiación divina. Más aún: toda generación, toda paternidad y maternidad, toda familia tiene su principio en Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

En nuestro estudio de la Doctrina Social de la Iglesia hemos dedicado bastante tiempo a comprender, cómo estamos llamados a vivir una vida de amor, porque estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, y la vida de Dios, la manera de vivir Dios, es amando, porque Dios es Amor. No se trata de una metáfora, la vida de Dios es la relación de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

En la fiesta de la Santísima Trinidad, Benedicto XVI nos había recordado que, gracias a la revelación de la Trinidad: los creyentes pueden conocer, por así decirlo, la intimidad de Dios mismo, descubriendo que Él no es soledad infinita, sino comunión de luz y amor, vida donada y recibida en un eterno diálogo entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo – Amante, Amado y Amor, por recordar a San Agustín… Más adelante, en la misma homilía añadió el Papa: Todos los seres están ordenados según un dinamismo armónico que podemos analógicamente llamar «amor».Pero sólo en la persona humana, libre y racional, este dinamismo se hace espiritual, se convierte en amor responsable, como respuesta a Dios y al prójimo en un don sincero de sí. En este amor el ser humano encuentra su verdad y su felicidad. Entre las diversas analogías del inefable misterio de Dios Uno y Trino  que los creyentes tienen capacidad de entrever, desearía citar la de la familia. Ella está llamada a ser una comunidad de amor y de vida, en la cual las diversidades deben concurrir a formar una «parábola de comunión».

Recordemos que el Santo Padre en el comienzo de su homilía, citó las palabras de Esther, que dijo:Mi padre me ha contado que tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones” (14,5). Por eso,ahora el Santo Padre continúa así:

A Ester su padre le había trasmitido, con la memoria de sus antepasados y de su pueblo, la de un Dios del que todos proceden y al que todos están llamados a responder. La memoria de Dios Padre que ha elegido a su pueblo y que actúa en la historia para nuestra salvación. La memoria de este Padre ilumina la identidad más profunda de los hombres: de dónde venimos, quiénes somos y cuán grande es nuestra dignidad. Venimos ciertamente de nuestros padres y somos sus hijos, pero también venimos de Dios, que nos ha creado a su imagen y nos ha llamado a ser sus hijos. Por eso, en el origen de todo ser humano no existe el azar o la casualidad, sino un proyecto del amor de Dios. Es lo que nos ha revelado Jesucristo, verdadero Hijo de Dios y hombre perfecto. Él conocía de quién venía y de quién venimos todos: del amor de su Padre y Padre nuestro.

Las cosas esenciales que nuestros hijos deberían recibir de nosotros sus padres

Volvamos a ver algunas de las cosas esenciales, que nuestros hijos deberían recibir de nosotros sus padres: que procedemos de Dios, y que estamos llamados a responder a su amor; que pertenecemos a su Iglesia por elección suya, y cómo Dios actúa en la historia para nuestra salvación. La historia de salvación, que empieza con la creación; esa que es una historia de amor, como se nos narra en la Escritura; la que culmina con la Encarnación, la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, por nuestra salvación, por puro amor, no por merecimiento nuestro. Y volvamos a leer las últimas líneas del párrafo que comentamos:

La memoria de este Padre ilumina la identidad más profunda de los hombres: de dónde venimos, quiénes somos y cuán grande es nuestra dignidad. Venimos ciertamente de nuestros padres y somos sus hijos, pero también venimos de Dios, que nos ha creado a su imagen y nos ha llamado a ser sus hijos. Por eso, en el origen de todo ser humano no existe el azar o la casualidad, sino un proyecto del amor de Dios. Es lo que nos ha revelado Jesucristo, verdadero Hijo de Dios y hombre perfecto. Él conocía de quién venía y de quién venimos todos: del amor de su Padre y Padre nuestro.

En nuestras reflexiones del Compendio de la D.S.I. hemos visto cómo se repite la idea del designio, de los planes de Dios sobre el hombre y el mundo. Estas palabras de Benedicto XVI reafirman esas ideas: en el origen de todo ser humano no existe el azar o la casualidad, sino un proyecto del amor de Dios. Es lo que nos ha revelado Jesucristo, verdadero Hijo de Dios y hombre perfecto. No somos productos del azar, de la casualidad. En nuestro origen hay un designio, un proyecto de Dios, que brota de su Amor.

Sin duda nos preocupa a los padres encontrar que la fe que recibimos de nuestros antepasados no es vivida de igual manera por nuestros hijos o por los nietos. Es que la fe no se puede trasladar como una herencia material. Los descendientes pueden no apreciar o dilapidar la herencia material que reciban, pero quien entrega algo material: dinero, una casa, por ejemplo,puede sentir que entregó lo que tenía. Cuando tratamos de transmitir la fe, estamos tratando de entregar algo que no se puede ver ni tocar; ni la fe consistesimplemente en costumbres, ni en una manera de hacer las cosas, ni siquiera se trata de entregar conocimientos ni escritos… Oigamos la reflexión que nos hace el Papa:

La fe no es, pues, una mera herencia cultural, sino una acción continua de la gracia de Dios que llama y de la libertad humana que puede o no adherirse a esa llamada. Aunque nadie responde por otro, sin embargo los padres cristianos están llamados a dar un testimonio creíble de su fe y esperanza cristiana. Han de procurar que la llamada de Dios y la Buena Nueva de Cristo lleguen a sus hijos con la mayor claridad y autenticidad.

Aunque nadie responde por otro, sin embargo los padres cristianos están llamados a dar un testimonio creíble de su fe y esperanza cristiana

En la transmisión de la fe, que los padres tratamos de hacer realidad, hay varios elementos: es Dios quien comienza, pues la fe se inicia por la gracia de Dios que llama; además interviene la libertad humana, que puede responder o no, a esa llamada. Esto lo debemos tener claro. Nos afanamos cuando no encontramos respuesta en los hijos. Ellos fueron creados libres. Tenemos que pedir a Dios que los llame y con insistencia, que les mueva la voluntad, pero ellos pueden decir no. ¿Nuestro papel hasta dónde llega? ¿Qué nos dice el Papa? Sus palabras son muy importantes:

Aunque nadie responde por otro, sin embargo los padres cristianos están llamados a dar un testimonio creíble de su fe y esperanza cristiana. Han de procurar que la llamada de Dios y la Buena Nueva de Cristo lleguen a sus hijos con la mayor claridad y autenticidad.

Es muy importante que tengamos esto claro: no podemos responder por nuestros hijos, que son libres. Pero, nuestra vida tiene que ser un testimonio creíble de nuestra fe y esperanza cristiana. Si les hablamos de Dios y les decimos que somos creyentes, nuestra vida, en la práctica, debe reflejar la fe y la esperanza cristiana. Vivir la fe en nuestra conducta. ¿Que caemos y vamos a volver a caer? Sí, somos débiles, pero con la gracia de Dios podemos levantarnos. Tienen que ver nuestros hijos que luchamos por ser buenos. Quizás por eso, el Papa al testimonio creíble de la fe, añade el testimonio de nuestra esperanza, testimonio que también debemos dar. Nuestro testimonio de vida hará que, la llamada de Dios y la Buena Nueva de Cristo lleguen a nuestros hijos con la mayor claridad y autenticidad.

Al papel de los padres en la transmisión de la fe, se une el acompañamiento de la comunidad cristiana. El medio en que crece nuestra familia es muy importante. Sigamos escuchando las palabras del Papa que nos dice lo que pasa con el tiempo:

Con el pasar de los años, este don de Dios que los padres han contribuido a poner ante los ojos de los pequeños necesitará también ser cultivado con sabiduría y dulzura, haciendo crecer en ellos la capacidad de discernimiento. De este modo, con el testimonio constante del amor conyugal de los padres, vivido e impregnado de la fe, y con el acompañamiento entrañable de la comunidad cristiana, se favorecerá que los hijos hagan suyo el don mismo de la fe, descubran con ella el sentido profundo de la propia existencia y se sientan gozosos y agradecidos por ello.

¿Cómo transmitir la fe?

La familia cristiana transmite la fe cuando los padres enseñan a sus hijos a rezar y rezan con ellos (cf. Familiaris consortio, 60); cuando los acercan a los sacramentos y los van introduciendo en la vida de la Iglesia; cuando todos se reúnen para leer la Biblia, iluminando la vida familiar a la luz de la fe y alabando a Dios como Padre.

Cada día parece más difícil orar en familia, acercarse todos juntos a los sacramentos e introducir a los hijos en las prácticas de la Iglesia. Lo podemos hacer mientras están pequeños. La semilla queda y hay que sembrarla. Si ellos no oran, que nos vean orar a nosotros. Por ejemplo bendecir la mesa; que ellos vean que nosotros seguimos practicando nuestra religión, sin predicarles. Hablamos de Dios porque es un tema importante en nuestra vida. Comentamos las noticias positivas de la Iglesia, como algo importante para el país y para el mundo. Y ¿qué transmitir con nuestras palabras y nuestro comportamiento sobre la libertad? Leamos dos párrafos de la homilía del Papa en la clausura del encuentro mundial de las familias, sobre la que estamos reflexionando:

En la cultura actual se exalta muy a menudo la libertad del individuo concebido como sujeto autónomo, como si se hiciera él sólo y se bastara a sí mismo, al margen de su relación con los demás y ajeno a su responsabilidad ante ellos. Se intenta organizar la vida social sólo a partir de deseos subjetivos y mudables, sin referencia alguna a una verdad objetiva previa como son la dignidad de cada ser humano y sus deberes y derechos inalienables a cuyo servicio debe ponerse todo grupo social.

Esa es la cultura que tratan de meternos a la fuerza, por los medios de comunicación, los grupos agnósticos y los defensores del relativismo moral. Como si el hombre fuera dueño absoluto de sí mismo y del mundo. Hasta la ciudad tratan de organizarla ahora, a partir de los nuevos conceptos de la sociedad autónoma, independiente de Dios y de las necesidades auténticas de los demás. Sigue así el Papa:

La Iglesia no cesa de recordar que la verdadera libertad del ser humano proviene de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. Por ello, la educación cristiana es educación de la libertad y para la libertad. “Nosotros hacemos el bien no como esclavos, que no son libres de obrar de otra manera, sino que lo hacemos porque tenemos personalmente la responsabilidad con respecto al mundo; porque amamos la verdad y el bien, porque amamos a Dios mismo y, por tanto, también a sus criaturas. Ésta es la libertad verdadera, a la que el Espíritu Santo quiere llevarnos” (Homilía en la vigilia de Pentecostés, L’Osservatore Romano, edic. lengua española, 9-6-2006, p. 6).

Es una bellísima manera de presentar cómo concebimos la libertad los cristianos. ¿Por qué hacemos o dejamos de hacer algo? Nos dice el Papa: porque tenemos personalmente la responsabilidad con respecto al mundo; porque amamos la verdad y el bien, porque amamos a Dios mismo y, por tanto, también a sus criaturas. Ésta es la libertad verdadera, a la que el Espíritu Santo quiere llevarnos”. El modelo de libertad que tenemos para imitar nos lo presenta así Benedicto XVI:

Jesucristo es el hombre perfecto, ejemplo de libertad filial, que nos enseña a comunicar a los demás su mismo amor: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor” (Jn 15,9). A este respecto enseña el Concilio Vaticano II que “los esposos y padres cristianos, siguiendo su propio camino, deben apoyarse mutuamente en la gracia, con un amor fiel a lo largo de toda su vida, y educar en la enseñanza cristiana y en los valores evangélicos a sus hijos recibidos amorosamente de Dios. De esta manera ofrecen a todos el ejemplo de un amor incansable y generoso, construyen la fraternidad de amor y son testigos y colaboradores de la fecundidad de la Madre Iglesia  como símbolo y participación de aquel amor con el que Cristo amó a su esposa y se entregó por ella” (Lumen gentium, 41).

Terminemos con la invocación del Santo Padre a la Virgen María al terminar su homilía:

Volvamos por un momento a la primera lectura de esta Misa, tomada del libro de Ester. La Iglesia orante ha visto en esta humilde reina, que intercede con todo su ser por su pueblo que sufre, un prefiguración de María, que su Hijo nos ha dado a todos nosotros como Madre; una prefiguración de la Madre, que protege con su amor a la familia de Dios que peregrina en este mundo. María es la imagen ejemplar de todas las madres, de su gran misión como guardianas de la vida, de su misión de enseñar el arte de vivir, el arte de amar.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


 (1)  Discurso de Benedicto XVI al iniciar el Congreso Eclesial de la Diócesis de Roma sobre “Familia y comunidad cristiana: formación de la persona y transmisión de la fe”, martes 7 de junio 2005, Cfr www.acidigital.com