Reflexión 20 jueves 22 de junio 2006

Compendio de la D.S.I. Repaso y Nº 37-38

Es la Doctrina Social oficial de la Iglesia

 

Estamos estudiando la primera parte del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, el libro preparado por encargo de Juan Pablo II, que contiene la Doctrina Social Católica. Ésta la podemos considerar como la doctrina “oficial”, pues en este libro se presenta de manera estructurada, resumida, la doctrina social que enseña la Iglesia y tiene sus fundamentos en la Sagrada Escritura y la Tradición, y ha sido expuesta por los Sumos Pontífices, por el Episcopado y los Concilios, como respuesta a las difíciles situaciones por las que ha ido pasando la humanidad, en diversas épocas.[1]

Como es una materia densa y profunda, demos una mirada de repaso a nuestras últimas reflexiones, para que sigamos con más facilidad, la presentación de la cadena de maravillas del amor de Dios que nos ofrece el Compendio de la D.S.I.

Una mirada hacia atrás para no perder el camino

Los Planes de Dios y su realización en Jesucristo

 

La primera parte que estamos ahora estudiando, lleva por título El Designio de Amor de Dios para la Humanidad. Nos llevó el Compendio a reflexionar primero, sobre La acción liberadora de Dios en la Historia de Israel; consideramos allí cómo Dios se fue acercando gradualmente a la humanidad, de manera gratuita, y por iniciativa suya. Y vimos cómo la creación fue una acción gratuita de Dios. Y recordamos que su manifestación al Pueblo de Israel comenzó con la vocación de Abraham, que nos cuenta la Biblia en el capítulo 12 del Génesis: Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré, le dijo el Señor a Abraham. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Y continuamos también reflexionando sobre la Alianza de Dios con su pueblo.

Luego nos detuvimos a reflexionar sobre: Jesucristo, cumplimiento del designio del amor del Padre. Nos llevó allí la Iglesia a meditar cómo En Jesucristo se cumple el acontecimiento decisivo de la historia de Dios con los hombres, pues al encarnarse en la Persona de Jesucristo, se acerca Dios tanto a nosotros, que se hizo hombre, igual a nosotros en todo, menos en el pecado.[2]

Consideramos allí en la Encarnación de Dios en la Persona de Jesucristo, la maravilla de la revelación del misterio trinitario, que antes de la venida de Jesucristo, apenas se vislumbraba; fue Jesucristo, el Hijo de Dios, quien nos permitió dar una mirada a la vida íntima de Dios, y conocer, como nos explicó bellamente Benedicto XVI, algo inesperado: que Dios no es soledad, que Dios es un acontecimiento de Amor.

 

Dios es un acontecimiento de Amor

Dios, Uno y Trino, es el fundamento de la unidad del género humano

 

Como dice el Compendio de la D.S.I. en el Nº 31: El Rostro de Dios, revelado progresivamente en la historia de salvación, resplandece plenamente en el Rostro de Jesucristo Crucificado y Resucitado.Él nos enseñó que Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintos y realmente uno, porque las Tres Personas divinas son comunión infinita de amor. Esa parte del Compendio, del Nº 30 al 33, lleva por título La revelación del amor trinitario, y fue la última parte sobre la cual meditamos en la reflexión anterior.

Esa sección termina con la explicación sobre cómo el hecho de ser creados a imagen y semejanza de Dios trino y uno, tiene implicaciones muy importantes en nuestra vida; en particular sobre la relación que debe reinar entre nosotros, los seres humanos, criaturas de Dios. Porque el hecho de ser creados a imagen y semejanza de Dios, Uno y Trino, es el fundamento de la unidad del género humano. Eso explica la tendencia natural del ser humano a la integración. Somos muchos y diversos, pero por el amor deberíamos ser uno en el espíritu, en el amor. Estamos llamados a vivir una vida como la de Dios: una vida de amor, y solidaridad. Veíamos que la vida social a la que estamos llamados es un reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres personas. No olvidemos que estamos llamados a esa vida de armonía, de amor, y que el desorden existente no debería ser lo natural, es consecuencia del pecado original.

 

La vocación de la persona humana al amor

 

Esa profunda reflexión sobre las implicaciones de la vida trinitaria, de la vida de Dios, en nuestra propia vida, se continuó en la tercera parte de este primer capítulo, bajo el título: La persona humana en el designio del amor de Dios, que comprende del Nº 34 al 49. En palabras del Compendio de la D.S.I.: La revelación en Cristo del misterio de Dios como Amor trinitario está unida a la revelación de la vocación de la persona humana al amor y que esta revelación ilumina la dignidad y la libertad personal del hombre y de la mujer y la intrínseca sociabilidad humana en toda su profundidad. De modo que al revelarnos el misterio de Dios, que es Trino y al mismo tiempo Uno en el amor, se nos revela también la vocación de la persona humana al amor; se nos revela que la sociabilidad del hombre, es propia de su naturaleza, por ser creado a imagen y semejanza de Dios.

Lo que esto significa lo vimos en la reflexión anterior; es importante que lo comprendamos bien. Repitamos lo esencial. Como nos enseña el Concilio Vaticano II, en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, en el Nº 12, (…) Dios no creó al hombre en solitario. Desde el principio los hizo hombre y mujer (Gen 1,27). Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de personas humanas. El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades  sin relacionarse con los demás.

 

El hombre no puede realizarse plenamente, no puede desplegar completamente sus cualidades,si no tiene en cuenta en su vida la relación con los demás

 

Decíamos que es clave la última frase del Concilio, que acabamos de leer, la que dice: El hombre es (…), por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás. Esta afirmación la debemos conectar con la enseñanza del Compendio en el Nº 35, que vimos antes y dice:

La persona humana ha sido creada por Dios, amada y salvada en Jesucristo, y se realiza entretejiendo múltiples relaciones de amor, de justicia y de solidaridad con las demás personas, mientras va desarrollando su multiforme actividad en el mundo.

Nos enseña la Iglesia que el hombre no puede realizarse plenamente, es decir, no puede desplegar completamente sus cualidades, sus capacidades, si no tiene en cuenta en su vida la relación con los demás. Mientras trabajamos, mientras desempeñamos el oficio que sea, en la vida, encontraremos satisfacción, si lo hacemos entretejiendo relaciones de amor, de justicia, de solidaridad. En palabras sencillas, esto significa que nos desarrollamos plenamente como personas, sólo si tenemos buenas relaciones con los demás, si los tratamos bien, con amor.

Algunos se sienten satisfechos abusando de los otros, aprovechándose de ellos, siendo “los vivos”, que es lo mismo que ser “los pícaros”. En el fondo, esas personas se tienen que sentir mal, porque el egoísta y el malvado pueden engañar a otros, pero no se pueden engañar a ellos mismos. Sin duda la conciencia les grita desde el interior y además, la maldad no hace feliza nadie. Por naturaleza el hombre es un ser social, no un asocial[3] y menos un antisocial. Como ser creado a imagen y semejanza de Dios, el hombre está llamado a amar a los demás. Eso debería ser lo natural en nosotros.

 

Los fundamentos de la antropología cristiana nos permiten comprender al ser humano desde el punto de vista cristiano

Terminamos la reflexión del programa pasado con el Nº 37, que nos dice que El libro del Génesis nos propone algunos fundamentos de la antropología cristiana. Para terminar el repaso citemos los fundamentos que señala el Compendio. Recordemos que la antropología cristiana considera al hombre desde el punto de vista cristiano, de manera que nos permite comprender al ser humano desde el punto de vista de la fe. El Compendio de la D.S.I. nos está explicando al hombre, no desde el punto de vista físico ni biológico ni social, sino con la visión que nos proporcionan hechos de fe, como es por ejemplo, nuestra creación gratuita por el amor de Dios. El primer fundamento señalado por el Compendio, es la inalienable dignidad de la persona humana, que tiene su raíz y su garantía en el designio creador de Dios. Como hemos meditado varias veces, nuestra dignidad se fundamenta en que somos obra de las manos de Dios. Nuestro diseñador fue el Creador de las maravillas todas del universo, quien creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza nos creó libres y con capacidad de relacionarnos, de amarnos, y más todavía, con capacidad de relacionarnos con Él y de participar de su vida divina.

Sobre el significado de inalienable, aplicado a la dignidad de la persona humana, decíamos que, es inalienable algo que no se puede enajenar, es decir, algo cuyo dominio o propiedad, cuyos derechos, no se pueden traspasar a otro. Nos ayuda a entender el término inalienable, en el caso de la dignidad de la persona humana, ver algunas aplicaciones prácticas. Que nuestra dignidad es inalienable, quiere decir que nadie puede apropiarse los derechos de nuestra dignidad. Por ejemplo la vida, la libertad, son derechos inherentes a la dignidad de la persona humana; esos son derechos que no nos pueden quitar; de ahí que la trata de blancas, la violación carnal, el secuestro, la esclavitud, y naturalmente el asesinato, sean crímenes horrendos. Nadie tiene derecho a pasar por encima de nuestra dignidad. De igual manera, ningún legislador puede dictar leyes contra la dignidad de la persona humana. Si lo hace va más allá del derecho del legislador a dictar normas. El legislador no se puede atribuir derechos que no tiene. La dignidad de la persona humana es intocable.

La dignidad de la persona humana no se funda en leyes dictadas por los hombres

 

Recordemos entonces que la dignidad de la persona humana no se funda en leyes dictadas por los hombres. La dignidad del ser humano es connatural con él, por el hecho de ser una criatura hecha a imagen de Dios. Y no se basa sólo en el hecho de ser una obra de las manos creadoras de Dios, pues todo el universo es obra de sus manos, también los animales y las plantas, sino en que, además, la persona humana fue diseñada a imagen y semejanza de Dios. El modelo que Dios tomó para su obra predilecta, el ser humano, fue Él mismo, perfección infinita, y entre los dones que nos dio, sobresalen la inteligencia, la libertad, la capacidad de relacionarnos con los demás, de amar, y algo grandioso: la capacidad de entablar una especial relación con Él, de participar de su vida por la gracia, y un día, poder ir a gozar de la dicha eterna con él en el cielo.

Reflexionábamos que la maravilla de poder participar de la vida divina en el cielo, no se puede describir con palabras humanas; la Escritura no nos descubre en detalle cómo será la vida en la eternidad, sólo dice de ella, que será algo nunca visto ni oído: Ni ojo vio, ni oído oyó. Será una vida de plenitud, más allá del espacio y del tiempo, (…) una vida de plenitud que Dios preparó para los que le aman, en palabras de San Pablo a los Corintios en su primera carta, 2,9. Por su parte el Catecismo, en el Nº 1720 cita a San Agustín que, hablando del cielo, dice: Allí descansaremos y veremos; veremos y nos amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí lo que acontecerá al fin sin fin. ¿Y qué otro fin tenemos, sino llegar al Reino que no tendrá fin. Y en el Nº 1721 añade el Catecismo:

Porque Dios nos ha puesto en el mundo para conocerlo, servirle y amarlo, y así ir al cielo. La bienaventuranza nos hace participar de la naturaleza divina y de la Vida eterna. Con ella, el hombre entra en la gloria de Cristo y en gozo de la vida trinitaria.[4]

Citábamos el Catecismo en el Nº 1027, que nos explica que a Dios no lo podemos ver tal cual es aquí en la tierra, sino cuando Él mismo abra su Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le dé capacidad para ello. Y Dios, un día nos abrirá su Misterio, hasta donde alcanza nuestra limitación. Recordábamos las palabras de San Juan en su primera carta, capítulo 3, versículo 2, donde dice que veremos a Dios tal cual es, y las palabras de San Pablo en la Primera Carta a los Corintios, capítulo 13, v. 12 quien nos explica que Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces,  en la eternidad, veremos cara a cara. El Apocalipsis, a su vez,en el capítulo 22, v. 4 dice también, que los siervos de Dios verán su rostro. Todo este cúmulo de maravillas de las que el hombre es capaz, por el amor de Dios, constituye su dignidad.

Entonces, el primer fundamento que nos explica la inalienable dignidad de la persona humana, tiene su raíz y su garantía en el designio creador de Dios. En el hecho de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios: libres e inteligentes y con capacidad de amar y de relacionarnos con Él y participar de su vida, por la gracia recibida en el bautismo, – aquí en la tierra, – y un día, viviendo con Él en la eternidad.

El Compendio propone luego como segundo fundamento, que debemos tener en cuenta, para comprender al ser humano, desde la perspectiva cristiana, la sociabilidad, y nos dice que su prototipo es la relación originaria entre el hombre y la mujer, cuya unión “es la expresión primera de la comunión de personas humanas”.

A este propósito citamos la semana pasada, las palabras de Benedicto XVI, en la fiesta de la Santísima Trinidad, que venían perfectamente al caso, pues nos explican que:

Todos los seres están ordenados según un dinamismo armónico / que podemos analógicamente / llamar «amor». – Se refiere el Papa a la armonía en todo el universo. –Pero sólo en la persona humana, libre y racional, este dinamismo se hace espiritual, se convierte en amor responsable, como respuesta a Dios y al prójimo / en un don sincero de sí. En este amor el ser humano encuentra su verdad y su felicidad. Entre las diversas analogías del inefable misterio de Dios Uno y Trino / que los creyentes tienen capacidad de entrever, Benedicto XVI citó a la familia, que está llamada a ser una comunidad de amor y de vida, en la cual las diversidades deben concurrir a formar una «parábola de comunión».

No pasemos por alto esta explicación: Entre todos los seres del universo se da una armonía, la cual por analogía con la relación a la que estamos llamados los seres humanos, se puede llamar amor, pero entre los seres humanos, esa armonía se eleva a una categoría espiritual, que es el amor responsable.

Podemos decir, entonces, también, que la ruptura del hombre con sus hermanos, consecuencia del pecado original, equivale, analógicamente, a los desastres naturales. El ser humano, por ser libre, debería corregir esas desviaciones y vivir en armonía.

El último fundamento de la antropología cristiana, que presenta el Compendio en el Nº 37 es el significado del actuar humano en el mundo, que está ligado al descubrimiento y al respeto de las leyes de la naturaleza / que Dios ha impreso en el universo creado, para que la humanidad lo habite y lo custodie según su proyecto. Esta visión de la persona humana, de la sociedad y de la historia / hunde sus raíces en Dios y está iluminada por la realización de su designio de salvación. Eran las últimas líneas del Nº 37, que venimos comentando.

 

Dios ha impreso en el universo creado unas leyes que expresan cuál es el proyecto divino

 

Terminemos el repaso, recordando que Dios ha impreso en el universo creado unas leyes que expresan cuál es el proyecto divino. El ser humano va descubriendo el proyecto de Dios, el cual debe respetar. El Creador entregó al hombre el universo para que lo habite y lo custodie, no para que lo destruya. Como hemos considerado otras veces, somos administradores, no dueños absolutos de la tierra, que debemos conservar y compartir con los demás.

Como vimos en la reflexión anterior, sobre la ley natural nos instruye el Compendio más adelante, cuando trata sobre la Persona humana y sus derechos. Nos adelanta ahora, que Dios ha impreso en la naturaleza unas leyes que indican cómo quiere Él que se maneje, cómo se administre, la creación. No nos podemos creer tan inteligentes que modifiquemos su diseño, pero somos tan rebeldes que nos empeñamos en seguir nuestro propio camino. Algunos creen mejor ese camino.

El Compendio de la D.S.I. trata más adelante sobre el respeto debido a los planes de Dios con la naturaleza, en el capítulo X de la segunda parte, que tiene como título Salvaguardar el medio ambiente y ocupa del número 451 al 487. Nos falta bastante camino para llegar allá.

Así termina nuestra reflexión sobre el tema de El amor trinitario, origen y meta de la persona humana. Ahora daremos por lo menos inicio, a un nuevo tema: La salvación cristiana: para todos los hombres y de todo el hombre. El Compendio nos explica aquí el designio, es decir el plan de Dios para la persona humana. Ya vimos que nuestro origen y nuestra meta es el Amor trinitario; ahora la Iglesia nos va a explicar que en los planes de Dios, la salvación cristiana es para todos los hombres y de todo el hombre. Para todos,  no para un grupo exclusivo; y es para todo el hombre, es decir, para el hombre integral, completo. Esta sección ocupa los Nº 38, 39 y 40.

 

La salvación es iniciativa del Padre, se ofrece en Jesucristo y se actualiza y se difunde por obra del Espíritu Santo

 

En el Nº 38 nos explica el Compendio, que la salvación es iniciativa del Padre, se ofrece en Jesucristo y se actualiza y difunde por obra del Espíritu Santo.

Empecemos por recordar que la Escritura nos enseña que, tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo Unigénito. El Catecismo añade, en el Nº 604, que Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal, y continúa así: Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte. Y cita el Catecismo la Primera Carta de San Juan, 4,10, que dice: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación[5] por nuestros pecados. Y San Pablo en su Carta a los Rm 5,8 dice: La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

De manera que Dios quiso la salvación del hombre que había caído por el pecado original; lo quiso, en un acto libérrimo de amor y misericordia. Nuestra redención es un don gratuito de Dios, que nos lo concedió, porque quiso, sin merecimiento de nuestra parte. Y Jesús aceptó la Voluntad del Padre, de ser Víctima por nuestros pecados; como lo dice en el capítulo 6, v 38 del Evangelio según San Juan: porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado, dijo Jesús. Y Jesús aceptó voluntariamente la misión de Redentor; por eso en Juan 10,18 leemos: Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente.

Entonces, la salvación es iniciativa del Padre, se ofrece en Jesucristo que aceptó voluntariamente su misión de Redentor, y como acabamos de leer en el mismo Nº 38 del Compendio de la D.S.I., la salvación se actualiza y se difunde por obra del Espíritu Santo.

Tengamos presente que el Espíritu Santo obra en la Iglesia, difundiendo en ella, Cuerpo Místico de Cristo, la gracia, por los sacramentos. El Catecismo en el Nº 112 nos explica que el Espíritu Santo hace presente y actualiza la obra salvífica de Cristo, y por su poder transformador, hace fructificar el don de la comunión en la Iglesia. En cada sacramento que recibimos, el Espíritu Santo está presente, actualiza la obra salvífica, por medio de los sacramentos la hace fructificar en los que están en comunión con la Iglesia, es decir en los sarmientos, en las ramas que están unidos al tronco.

Juan Pablo II en su encíclica Dominum et vivificantem, nos explica la misión del Espíritu Santo en la obra de la salvación así, en el Nº 25:

«Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra (cf. Jn 17, 4) fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés  a fin de santificar indefinidamente a la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu (cf. Ef 2, 18). El es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna (cf. Jn 4, 14; 7, 38-39), por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo (cf. Rom 8, 10-11)»

Y más adelante sigue Juan Pablo II, en el Nº: 64 de la misma encíclica Dominum et vivificantem: (…) Si la Iglesia es el sacramento de la unión íntima con Dios, lo es en Jesucristo, en quien esta misma unión se verifica como realidad salvífica. Lo es en Jesucristo, por obra del Espíritu Santo. La plenitud de la realidad salvífica, que es Cristo en la historia, se difunde de modo sacramental por el poder del Espíritu Paráclito. De este modo, el Espíritu Santo es «el otro Paráclito» o «nuevo consolador» porque, mediante su acción, la Buena Nueva toma cuerpo en las conciencias y en los corazones humanos y se difunde en la historia. En todo está el Espíritu.

Como todo lo que hemos venido estudiando en el Compendio de la D.S.I. también esto es muy profundo. Seguiremos despacio, en la próxima reflexión.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Sobre la autoridad doctrinal del Compendio de la D.S.I. cfr Reflexión 3

[2] cfr. Hebreos 4,15

[3] Asocial: que no se integra o vincula al cuerpo social. Antisocial: Contrario, opuesto a la sociedad, al orden social. (DRAE) Véase el significado del trastorno de la personalidad antisocial en la Reflexión 19.

[4] Cita allí el Catecismo: 2 P 1,4; Jn 17,3 y Rm 8,18

[5] Propiciación: 1. Acción agradable a Dios, con que se le mueve a piedad y misericordia. 2. Sacrificio que se ofrecía en la ley antigua para aplacar la justicias divina y tener a Dios propicio. (DRAE)